Prólogo
La leyenda cuenta que, en los albores del tiempo, cuando las primeras civilizaciones erigían sus imperios, diez reinos mucho más poderosos gobernaban los siete mares. Más allá de las columnas de Hércules, rodeada por la fiera marea, su isla se alzaba, imponente y orgullosa, desafiando a aquel que osara acercarse. Se dice que poseían toda suerte de instrumentos y navíos, capaces de recorrer el mundo sin esfuerzo, que su medicina era tan avanzada que ninguna dolencia les hacía frente.
Sin embargo, su arrogancia fue castigada y, los que antes fueran los reinos más poderosos de la Tierra, empezaron a caer engullidos por la mar. Sabias sus olas y mortales sus embates, la otrora majestuosa isla flaqueó. Sus gentes, al ser conscientes de que el fin de su civilización era inminente, se reunieron en busca de una solución. Una decisión fue tomada, y otra también. Y así, incapaces de llegar a una unánime solución, los reinos cayeron y la isla fue destruida en un solo día y una sola noche terribles.
Estas historias llegaron a oídos de hombre cultos de la antigüedad, para ser transmitidas de padres a hijos y enseñar que el orgullo y la arrogancia son viles males que arraigan en el corazón del hombre, llevándolo a su propia destrucción.
Sin embargo, algunos aseguran que aún persisten vestigios de estas antiguas gentes... que por las costas merodean toda suerte de criaturas de ensueño, damas de mar que en su tiempo fueron nobles y princesas, y cuyas voces melodiosas atraen la atención de las almas más débiles.
En su afán de vengarse del azar, crearon seres de altamar que provocan la caída de decenas de navíos y procuran la muerte de tantos marineros.
Es por ello que solo aquellos más valientes se atreven a surcar los peligrosos mares y enfrentarse a la ira de los reinos caídos. Aquellos de corazón más fuerte que resisten a los susurros de las olas, que persisten a pesar de los terrores de la marea.
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