Capitulo 31





Cuando era niño, Raymond Fisher solía perderse en el universo de los libros, donde las reglas del lenguaje y los números siempre tenían sentido. Las reglas sociales, en cambio, le resultaban completamente desconcertantes. Para él, cada persona era como un libro complejo que no sabía cómo abrir, pero cada libro era como una persona que no necesitaba hablar para ser comprendida. Su madre decía que Raymond veía el mundo de manera diferente, porque "diferente" era la palabra amable que los adultos utilizaban para describir lo que el médico llamó su "retraso emocional", aunque sus padres sabían que el verdadero nombre era autismo.

Desde muy pequeño, demostró ser sumamente inteligente, capaz de recordar información con una precisión casi perfecta, lo que le permitía absorber datos y detalles de forma extraordinaria. Fascinado por la química, pasaba horas en la biblioteca local leyendo todo lo que podía sobre el tema, y en ocasiones realizaba experimentos en un pequeño laboratorio que había improvisado en casa. Sin embargo, navegar el entorno social era su mayor desafío. Aunque podía entender la comunicación compleja, prefería el silencio a las palabras.

Raymond poseía, además, un don singular para descifrar las sutilezas del comportamiento humano, un talento que le permitía captar matices inadvertidos para los demás, como si hablara un idioma que solo él comprendía. A pesar de su dificultad para entablar conversaciones triviales o mantener contacto visual durante demasiado tiempo, sus observaciones eran agudas y precisas, percibiendo detalles que la mayoría ignoraba.

Últimamente, Thomas, su amigo más cercano en el campamento y compañero ocasional de bromas, había estado comportándose de manera extraña. Thomas mostraba cambios de humor abruptos, oscilando entre una jovialidad excesiva y una tristeza sombría que no pasaba desapercibida para Raymond. Con su aguda capacidad para observar a las personas, Raymond había catalogado mentalmente cada gesto nervioso y cada respuesta evasiva, consciente de que Thomas ocultaba algo.

Había notado, no sin una mezcla de curiosidad y preocupación, cómo Thomas se rascaba la nariz o desviaba la mirada cada vez que se excusaba para tener "tiempo a solas". Eran signos inequívocos de que estaba mintiendo. Pero, ¿por qué? Raymond no entendía la razón, pero sabía que debía haber algo importante detrás. Consideró indagar más, incluso confrontarlo... Sin embargo, esa misma tarde, la verdad comenzó a revelarse con una claridad inesperada.

El grupo entero del séptimo barracón avanzó en silencio, el crujido de las botas resonando levemente bajo el viento helado que soplaba con fuerza. La nieve bajo sus pies y el cielo gris hacían que el ambiente se sintiera pesado, aumentando la sensación de cansancio que todos llevaban encima. Cuando finalmente llegaron al comedor, el cálido interior fue un alivio inmediato para sus cuerpos entumecidos por el frío. Las risas y el bullicio del lugar contrastaban con el silencio que habían mantenido durante el trayecto.

Thomas sonreía levemente por los comentarios de sus compañeros, aunque había algo tenso en él. Sus manos temblaban sutilmente, y aunque al principio Raymond lo atribuyó al frío, pronto se dio cuenta de que se trataba de algo más, o mejor dicho, de alguien más...

Pero lo que Raymond no sabía era que, en ese momento, Thomas estaba librando otra batalla interna.

Había quedado en verse con Stefan. Comer juntos después de esa conversación tan... íntima que habían tenido en el bosque el día anterior. Y mientras se alineaban en la fila con sus bandejas, Thomas sintió cómo la ansiedad crecía dentro de él, como un peso imposible de ignorar.

Sus ojos comenzaron a escanear el comedor, saltando de un rincón a otro con rapidez nerviosa, como si temiera que no estuviera allí, o peor, que sí lo estuviera. Finalmente, en una de las esquinas opuestas, Thomas lo vio: Stefan Weiss, sentado con Henry y Gustaf, hablando con una despreocupación que parecía completamente ajena al torbellino que agitaba el interior de Thomas.

Su corazón comenzó a latir más rápido, con una fuerza que casi lo aturdía. Intentó respirar hondo, pero la sensación en su pecho no se desvanecía. Y entonces, sus ojos se encontraron con los de Stefan. Fue solo un instante, pero el mundo pareció detenerse por un segundo.

Stefan le regaló una sonrisa cómplice, sutil pero cargada de significado. Thomas, con el corazón aún agitado, no pudo evitar que una sonrisa tonta se dibujara en su rostro, incapaz de disimular el efecto que Stefan tenía sobre él. Era como si todo a su alrededor desapareciera, y solo quedaran ellos dos en ese instante.

Avanzó lentamente en la fila, la emoción del encuentro aún vibrando en su interior, aunque intentaba mantener la calma. Para todos los demás, seguía siendo solo un día más en el comedor, pero para Thomas, la presión del momento lo hacía sentir que cada segundo era decisivo. Su sonrisa boba persistía, sin poder evitarlo.

Finalmente, se sentaron en una mesa apartada. Simon se concentró en devorar su comida, pero Thomas tenía la mirada perdida hacia otro lado. Fue entonces cuando Raymond supo que algo no iba bien. Él también lo vio.

La "Hermandad", atravesó la cafetería con una presencia que cortaba la respiración, cada paso parecía absorber la energía del lugar, atrayendo miradas cargadas de respeto y miedo, hasta que, se detuvieron con una presencia imponente justo frente a su mesa. Simon levantó la vista de golpe, asustado, casi atragantándose con un trozo de carne que había tragado apresuradamente.

—Tranquilo, hombre, no mordemos —dijo Henry, su voz profunda rompiendo el incómodo silencio, mientras Gustaf soltaba una breve risa, disimulando su burla.

—Vaya susto que te has llevado, parece que has visto un muerto —se mofó Gustaf, echándole una mirada rápida a Simon, que aún luchaba por recuperar la compostura mientras tomaba asiento junto a ellos.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Simon, con la voz temblorosa, mirando a su alrededor con evidente desconcierto, sus ojos yendo de un rostro a otro.

—Solo vinimos a acompañar a nuestro amigo Thomas. ¿Algún problema con eso? —dijo Henry, con un tono que rozaba la provocación, sus ojos desafiando a cualquiera que se atreviera a contradecirlo.

Raymond tragó saliva y negó con la cabeza sin decir palabra. Stefan tomó asiento junto a Thomas con una calma que contrastaba con la tensión del momento. Thomas sintió el rubor subirle a las mejillas, sin poder evitarlo. Raymond, siempre atento a los detalles, captó en ese instante el brillo afectuoso en los ojos de Thomas, un destello reservado solo para Stefan. Ray miró hacia Simon para ver si él también lo había notado, pero Simon estaba sumido en el miedo y la incredulidad. Los tres soldados más temidos de Valcartier, la Hermandad, compartiendo mesa con ellos, era algo que Simon apenas podía procesar.

—¿Y qué es esto? —preguntó Stefan a Thomas, señalando una extraña mezcla de hortalizas verdes de un guisado espeso en la mesa.

Gulasch, o eso dice Helga, la cocinera —respondió Thomas, llevándose un bocado a la boca.

—Un día de estos, esta comida nos va a mandar al hospital —murmuró Gustaf con desdén—, pero tengo tanta hambre que, la verdad, me da igual. Voy a por el.

Gustaf se levantó de la mesa, mientras Henry, con su típica mirada sombría, se inclinó sobre la mesa, apoyando ambos brazos. Su atención se centró en Simon, cuyos nervios eran evidentes.

—Estás temblando, chico. ¿Te falta algo, o solo es el hambre? —preguntó Henry, su tono grave pero no del todo serio, disfrutando de la incomodidad de Simon.

Simon trató de disimular su incomodidad con una sonrisa torpe, pero solo logró que su rostro se tensara más. Con un suspiro, se pasó las manos por las sienes antes de murmurar: —Ni que lo digas. Me quedé sin cigarrillos, y esto de no fumar me está volviendo loco.

Stefan, sin decir nada, sacó una cajetilla de cigarrillos casi nueva del bolsillo de su uniforme y, con un movimiento rápido, se la lanzó a Simon.

—Aquí tienes, —dijo con naturalidad.

Simon, sorprendido, atrapó los cigarrillos al vuelo. —¿En serio?

Stefan asintió de manera despreocupada, manteniendo su expresión seria.

—Gracias, de verdad. —dijo con evidente alivio, mientras el tema se desvió a su dependencia del tabaco.

—¿De qué están hablando? —interrumpió Gustaf, que acababa de regresar con su comida.

—Tabaco, —contestó Henry secamente, mientras Gustaf miraba los cigarrillos en la mano de Simon con una sonrisa en los labios.

—Tengo algo mejor que cigarrillos, —susurró Gustaf, inclinándose sobre la mesa con aire conspirativo.

—¿Algo mejor? —preguntó Thomas, su tono lleno de aprensión, temiendo lo peor.

Gustaf asintió, su sonrisa se amplió.

—Habanos cubanos, —confesó en un murmullo, asegurándose de que solo los que estaban cerca lo oyeran.

—¿No están prohibidos? —inquirió Simon, más intrigado que precavido.

—Solo si te pillan —dijo Gustaf con una sonrisa traviesa.

Simon soltó una risa nerviosa. —Un tipo me ofreció unos por diez chelines en un sótano.

—¿En serio? ¿Fuiste a una de mis reuniones? —preguntó Gustaf, levantando las cejas, visiblemente sorprendido.

Antes de que Simon pudiera contestar, Stefan intervino con tono neutral pero decidido. —Estuvo. acompañando a Thomas una noche.

Raymond frunció el ceño, observando con sospecha a Stefan y Thomas. Finalmente, intervino por primera vez en la conversación, su tono cargado de dudas: —¿Ustedes estuvieron juntos esa noche?

—No, —respondió Stefan de inmediato.

—Sí —dijo Thomas casi al mismo tiempo.

El aire se tensó de inmediato. Raymond recordó cómo su amigo había vuelto esa noche al barracón, visiblemente alterado, con los ojos enrojecidos y cómo no había tocado comida durante los tres días siguientes. Había algo que no cuadraba.

—Solo nos encontramos un momento, —aclaró Stefan, intentando suavizar la confusión.

Thomas asintió, rígido, sin atreverse a mirar a nadie a los ojos. Raymond, con su mente analítica, observó las reacciones, las pausas incómodas, las evasivas evidentes. "Mienten" pensó para sí, mientras su mirada pasaba rápidamente entre Stefan y Thomas. En ese momento, Raymond también notó la expresión de Henry, quien, desde el otro extremo de la mesa, los miraba con una mezcla de escepticismo y conocimiento.

Mientras tanto, Simon, completamente ajeno a la tensión que se acumulaba a su alrededor, devoraba su comida con entusiasmo. Pero Raymond, por su parte, había llegado a una conclusión: Thomas y Stefan compartían una extraña afinidad. Raymond no sabía exactamente qué tipo de relación tenían, pero estaba seguro de que su amigo podría necesitar ayuda. Y él estaría allí, como el buen amigo que siempre había sido.

—Alguno de ustedes ha oído hablar del Cuervo? —preguntó Simon, buscando cambiar de tema.

Thomas, distraído por sus propios pensamientos, no pudo reaccionar a tiempo. La pregunta lo golpeó como una bofetada, y al intentar tragar su comida, se atragantó violentamente, tosiendo con fuerza. El sonido resonó en la mesa, haciendo que los demás lo miraran brevemente antes de que Henry interviniera, con una mueca burlona:

—¿Quién es el Cuervo? —inquirió, su tono demasiado casual, fingiendo ignorancia.

Stefan permaneció en silencio, su rostro imperturbable mientras comía, como si la conversación no tuviera la menor importancia para él. Pero Thomas, que lo observaba de reojo, sabía que no era indiferencia lo que reflejaba su semblante, era una especie de control rígido, casi forzado.

Simon, ajeno a la tensión que acababa de sembrar, continuó hablando, como si hubiera estado esperando el momento perfecto para compartir lo que sabía.

—Lo que se dice es que nadie sabe quién es realmente. Lo llaman el Cuervo porque, como un cuervo, acecha a los caídos. Se habla de que está creando una especie de alianza. Algunos dicen que recoge a los que han sido humillados o quebrados, y les ofrece protección. —Simon bajó la voz un poco, como si lo que iba a decir después fuera demasiado importante para que lo oyeran otros oídos—. Los rumores llegan a veces a los barracones: que una vez le sacó un ojo a otro cadete, como un cuervo arrancando un pedazo de carne muerta... para proteger a uno de los suyos.

El silencio que siguió fue aplastante. La tensión en la mesa se volvió casi palpable, como si cada uno de ellos estuviera evaluando cómo responder a esa información. Thomas sintió que el aire se volvía espeso a su alrededor. Stefan seguía sin reaccionar, su expresión tan impenetrable como siempre.

Y entonces, Gustaf rompió el momento.

Con una risa abrupta y exagerada, se inclinó hacia atrás en su silla, dejando caer su cuchillo sobre el plato con un golpe seco. Su risa resonó en el comedor, llamando la atención de otros cadetes en las mesas cercanas.

—¿Qué es esto, una historia de fantasmas? —se burló, aún riendo—. ¿Un cuervo que acecha en las sombras y se lleva a los débiles bajo su ala? ¿En serio? —Su tono estaba lleno de incredulidad, pero debajo de esa risa exagerada, Thomas pudo percibir la misma tensión que lo recorría a él.

Nadie más rió.

Simon no dijo nada, su expresión perpleja ante la reacción de Gustaf, pero los ojos de Henry lanzaron una mirada rápida hacia Stefan, como si esperara alguna señal de su líder. Sin embargo, Stefan permaneció tan inmutable como siempre, su rostro una máscara impasible que no revelaba lo que estaba pensando.

La risa de Gustaf se desvaneció lentamente, dejando tras de sí un silencio incómodo. Simon miró a su alrededor, tratando de captar la reacción de los otros, pero todo lo que encontró fue la mirada firme de Henry, quien se inclinó un poco hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.

—No creas en alianzas estúpidas —dijo Henry, con un tono más severo que antes, sus ojos fijos en Simon—. Si quieres sobrevivir aquí, mantén la cabeza agachada y no te metas en historias de fantasmas. Eso es lo más sensato. —Sus palabras eran una advertencia clara, cortantes como un cuchillo, aunque disimuladas bajo una apariencia de simple consejo.

Simon no replicó, solo asintió lentamente, procesando lo que Henry acababa de decir. Era como si hubiera cruzado un límite sin saberlo, y ahora estaba midiendo las consecuencias. Thomas notó cómo Simon bajaba la vista hacia su plato, en un gesto casi automático, intentando hacer exactamente lo que Henry había sugerido: no destacar.

El ambiente en la mesa seguía cargado de una tensión sutil, pero palpable, hasta que Raymond, que había permanecido en silencio todo el tiempo, levantó la cabeza de su comida y, con su habitual calma, lanzó una pregunta al aire.

—¿Cuándo se supone que vendrán los nuevos instructores? —dijo, sin elevar demasiado la voz, pero con una seriedad que indicaba que llevaba tiempo pensando en ello.

Gustaf se aferró a la pregunta con interés, su sonrisa desapareciendo mientras se inclinaba hacia la mesa.

—Ah, los nuevos perros de caza —dijo con una mueca torcida—. Escuché que iban a llegar en cualquier momento, para que los que no pueden mantener la boca cerrada aprendan a ser soldados de verdad. —Su tono fue mordaz, aunque claramente estaba más relajado ahora que la conversación había cambiado de tema.

La pregunta de Raymond había tenido el efecto deseado, y poco a poco la charla se desvió hacia los rumores sobre la llegada de los nuevos instructores. Henry, que hasta entonces había mantenido su postura severa, se recostó en su silla, aparentemente satisfecho con el nuevo rumbo que había tomado la conversación.

Thomas, aunque distraído por la conversación a su alrededor, no podía dejar de pensar en el Cuervo. La mención de alianzas y castigos, lo mantenía en alerta. Por más que quisiera despejar su mente, la sensación de que algo se estaba gestando en Valcartier era imposible de ignorar. Intentaba sacudirse esos pensamientos, pero el temor de que Elijah pudiera hacerle algo a Stefan seguía resonando en su mente. Pero por ahora, El Cuervo seguía siendo un rumor no dicho en voz alta, un nombre que flotaba en el aire, siempre presente, pero cuidadosamente evitado por aquellos que sabían que las palabras podían volverse peligrosas.

Pronto comenzaron a hablar de los entrenamientos, de los rumores sobre cambios en los ejercicios del día siguiente. los temas más relajados y cotidianos habían tomado el control. Simon, después de haber terminado su comida, se sacudió las manos, quitándose las migas con un gesto despreocupado y se levantó de la mesa sin mucha prisa.

—Bueno, creo que ya es suficiente por hoy. Nos vemos después —dijo con tono casual, lanzando una mirada rápida al grupo.

Raymond, siempre atento, levantó la cabeza al verlo. Sin decir nada más, dejó cuidadosamente su cubierto en el plato y tomando su bandeja se puso de pie con la misma calma metódica de siempre. Ajustó el uniforme con precisión, como si cada gesto formara parte de un ritual necesario.

—Yo también me retiro, —anunció Henry con calma, levantándose tras ellos.

—Nos vemos, —se despidió Simon, dándoles un último saludo. Henry les dirigió un breve asentimiento antes de alejarse, señalando el fin del encuentro.

—¿Vienes, Thomas? —preguntó Raymond, notando que su amigo aún permanecía en su asiento.

Thomas levantó la vista, intercambiando una mirada rápida con Stefan antes de responder: —Aún no, pero nos vemos en el barracón.

Raymond asintió, con una leve expresión de duda en su rostro, y se marchó. Quedaron solos Gustaf, Thomas y Stefan.

—Ese amigo tuyo no habla mucho, ¿verdad? Parece algo... peculiar —comentó Gustaf, lanzando una mirada hacia donde Raymond había desaparecido.

—No es peculiar —respondió Thomas, con un tono defensivo—. Es reservado, pero es un buen tipo, y realmente es muy divertido cuando lo conoces bien.

Stefan sonrió con un toque burlón, sus ojos brillando con picardía. —Le has asustado con tu manera de ser, Gustaf.

—¿Yo? Pero si soy una delicia de persona, —replicó Gustaf irónicamente, haciendo una mueca de falsa ofensa.

—En serio, Gustaf, —intervino Stefan con una sonrisa—, en el poco tiempo que has estado aquí, ya les has ofrecido tabaco de contrabando.

Gustaf soltó una carcajada sincera, negando con la cabeza, mientras Thomas no pudo evitar reír también, la atmósfera relajada entre ellos haciéndose más evidente. La charla fluyó naturalmente, acompañada de risas cómplices, hasta que un repentino escalofrío recorrió el cuerpo de Thomas.

Sintió el suave roce de unos dedos sobre su pierna, deslizando lentamente hacia su rodilla. Era Stefan, quien mantenía un semblante completamente tranquilo, como si nada estuviera ocurriendo, mientras su mano exploraba audazmente bajo la mesa.

Thomas tragó saliva, luchando por controlar la tensión que se acumulaba en su cuerpo. Bebió un largo sorbo de agua, tratando de disimular el leve temblor en sus manos. El contacto era tan íntimo como peligroso. La tela de su pantalón apenas podía contener el cosquilleo que le producía la caricia furtiva. El momento, cargado de tensión, era tan emocionante como temerario.

Justo cuando parecía que no podría soportar más, Stefan retiró su mano de golpe, dejando un vacío helado en la pierna de Thomas. El momento había sido fugaz, pero cargado de tensión. Thomas intentó recuperar la compostura mientras el rubor aún le teñía las mejillas.

—Entonces, Thomas, ¿qué es lo que más te gusta del campamento? —preguntó Gustaf, cambiando abruptamente de tema.

Stefan, apoyado sobre su mano, miraba a Thomas con una intensidad difícil de ignorar. Su cabello oscuro caía sobre sus ojos, dándole un aire enigmático y atractivo. Su sonrisa ladeada y sus pómulos bien marcados solo complicaban más la capacidad de Thomas para concentrarse.

—Yo... —Thomas se aclaró la garganta, desviando la mirada brevemente, evitando el contacto visual con Stefan—. Realmente, lo que más valoro aquí son las personas, mis amigos.

—Vaya... —Gustaf, ajeno a la tensión entre ellos, levantó las cejas con exageración—. Parece que tienes amigos muy cercanos, ¿no?

Stefan soltó una risa discreta. Thomas se sonrojó de inmediato, pero lo disimuló con una risa nerviosa y un asentimiento evasivo. El silencio que siguió fue breve, antes de que Gustaf se estirara y se levantara con aire despreocupado.

—Casi lo olvido, tengo un asunto pendiente, —dijo Gustaf con una sonrisa traviesa mientras se alejaba, dejando a Thomas y Stefan en un silencio cargado de emociones no dichas.

Stefan enderezó su postura, sus ojos fijos en Thomas. Había algo en esa mirada que hacía tambalear la fachada tranquila que Thomas intentaba mantener. El peso de las emociones no expresadas era palpable, como si ambos estuvieran caminando sobre una cuerda floja.

—¿Crees que Gustaf sospecha algo? —susurró Thomas, bajando la voz mientras su mirada escudriñaba el comedor por si Gustaf todavía estuviera cerca.

Stefan esbozó una sonrisa tranquila, segura de sí misma.

—Gustaf no tiene ni idea, —respondió con confianza—. Y es mejor así.

—¿No confías en él? —preguntó Thomas, aún nervioso por la posibilidad de ser descubiertos.

—Confío en él en muchas cosas, —aseguró Stefan, su tono bajo y firme—. Pero en lo que respecta a esto, a nosotros... no es necesario que lo sepa. No estoy seguro de cómo lo tomaría, y esto es algo entre tú y yo.

Thomas asintió lentamente, absorbiendo las palabras de Stefan. Aunque la tensión seguía latente, las palabras de Stefan traían consigo una calma extraña. Entre ellos dos, todo parecía mucho más sencillo, pero fuera de esa burbuja, el mundo seguía siendo un lugar lleno de peligros y riesgos. Comprendió que, a pesar de la cercanía con Gustaf y Henry, habían aspectos de su vida que Stefan necesitaba guardarse solo para sí mismo. En su interior, Thomas albergaba la ilusión de que su conexión con Stefan pudiera algún día ser tan abierta como su amistad con los demás, pero sabía que era un deseo imposible, y por ahora, valoraba la privacidad de su vínculo emergente.

—¿Qué planes tienes para mañana? —preguntó Thomas, intentando desviar la conversación hacia algo más seguro.

Stefan lo observó en silencio, sus ojos grises fijándose en los de Thomas con una intensidad que lo hacía sentir expuesto. Con una leve sonrisa en los labios, respondió con voz suave pero cargada de intención:

—Estaba pensando que podríamos vernos mañana... en el taller de mantenimiento. Solo nosotros dos, como la última vez.

Thomas sintió una descarga recorrerle el cuerpo. Desvió la mirada por un segundo, su corazón latiendo con fuerza. La forma en que Stefan lo había dicho le había hecho revivir esos momentos privados, llenos de una tensión silenciosa que no se atrevían a nombrar.

—¿Después de los entrenamientos? —sugirió Thomas, con un hilo de voz, sin poder ocultar del todo la emoción.

Stefan se inclinó un poco más hacia él, como si sus palabras fueran solo para los dos, como si el resto del mundo desapareciera a su alrededor.

—Sí, —murmuró Stefan, su voz baja y segura—. No hay mejor momento que cuando todos están ocupados. Tú y yo... solos. ¿Te parece bien?

Thomas sonrió, intentando ocultar el nerviosismo que lo invadía, pero no pudo evitar que su respuesta fuera más rápida de lo que había planeado.

—Suena bien —musitó, sintiendo que su corazón palpitaba más fuerte de lo normal.

Stefan asintió, su mirada cargada de complicidad, y con un aire protector añadió:

—Y no te olvides de abrigarte, parece que va a hacer frío mañana.

—Lo tendré en cuenta —respondió Thomas, su voz cargada de gratitud y afecto, mientras el vínculo entre ambos se reafirmaba en ese breve intercambio.

La nieve comenzó a caer en el exterior, mientras la noche avanzaba, y el murmullo de la cafetería casi vacía les proporcionaba una especie de intimidad frágil pero acogedora.
Hubo una pausa, un silencio cargado que parecía esperar que uno de ellos abriera completamente su corazón. No obstante, la conversación se desplazó suavemente hacia temas más ligeros, ambos conscientes de la necesidad de mantener una fachada de normalidad. Discutieron sobre los entrenamientos, sus compañeros y lo horrible que era el campamento, siempre conscientes del entorno y de mantener su intimidad protegida de miradas curiosas.

Finalmente, llegó el momento de partir. Ambos se levantaron, ajustándose los abrigos mientras se preparaban para enfrentar el frío que aguardaba afuera.

—¿Te acompaño al barracón? —sugirió Stefan con discreción, su tono casi casual, pero dejando entrever su deseo de prolongar esos momentos juntos.

—Vale, —aceptó Thomas con una ligera sonrisa, sintiendo una mezcla de alivio y anticipación al saber que no caminaría solo.

Salieron al aire gélido de la noche, caminando en silencio por el sendero cubierto de nieve. Mantuvieron una distancia prudente, sin tocarse, conscientes del peligro que implicaba cualquier gesto fuera de lugar. Sin embargo, el espacio que los separaba vibraba con una tensión palpable, cargada de todo lo que no se atrevían a decir. Cada paso resonaba como una confesión silenciosa, y las miradas fugaces que se cruzaban eran mucho más que simples coincidencias.

El frío los envolvía, pero entre ellos ardía un calor silencioso, un lazo invisible que los unía. Bajo la noche invernal, sentían que algo profundo crecía entre ellos, inevitable y condenatorio. Se estaban perdiendo el uno en el otro, encariñándose lenta, pero inevitablemente. Y aunque lo sabían, con cada mirada, con cada gesto, el peso brutal de la realidad se cernía sobre ellos, recordándoles que ese afecto estaba condenado a vivir en las sombras, lejos de un mundo que nunca los aceptaría.

El suyo no era un amor para la luz del día, sino uno nacido en una realidad despiadada, donde lo diferente no tenía lugar. Sabían que nunca serían bienvenidos, y esa certeza les dolía tanto como los unía.





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¡Ay, amo a mis personajes! 😭❤️ y ese fragmento final, ¡vaya que me salió del corazón!. ✍️❣️ ¿Les cuento algo? Los BL y los libros de romances entre chicos son lo mío, lo que más disfruto escribir. Intenté una vez con un libro hetero y... digamos que fue un desastre ¡Y eso que soy heterosexual!. Supongo que escribo mejor lo que me apasiona. ¡Gracias por seguir aquí! 💛

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