Capitulo 28





Valcartier.

Era más que un antiguo bastión militar, sus raíces, se remontan a más de un siglo atrás. Rodeado por un muro y un inmenso bosque, sus sólidos cimientos se erigen como un monumento a las glorias y tragedias del pasado. En sus inicios, fue un fuerte vital para las defensas Austriacas. No obstante, pese a que sus roles bélicos cambiaron, y los cañones de guerra se silenciaron, su esencia nunca se desvaneció.

Esa helada mañana, el día inició como cualquier otro en Valcartier.

El sol apenas despuntaba detrás de los altos pinos cubiertos de escarcha, sus rayos débiles apenas lograban atravesar la bruma helada. Largas filas de soldados de todos los rangos se reunían en la plaza central, con el aliento escapando en pequeñas nubes blancas y  las botas crujientes sobre una delgada capa de nieve recién caída.

Thomas se encontraba en medio de la multitud de adolescentes, los hombros ligeramente encogidos bajo el peso del frío. Todos formaban líneas impecables ante el pabellón del coronel, donde la bandera rígida por la escarcha apenas ondeaba. Los rostros jóvenes, enrojecidos por el viento cortante, reflejaban la incertidumbre y la expectativa del momento.

El Coronel Otto Reinghart, vestido con el mismo uniforme de guerra con el que alguna vez había sido condecorado, se erguía frente a sus cadetes con la misma vitalidad y firmeza de sus primeros días en servicio. Se paseó frente a ellos, su presencia imponía un silencio respetuoso. Se detuvo, frente a la formación de soldados, su expresión imperturbable mientras su mirada escudriñaba las filas con severidad.

Había estado hablando durante varios minutos sobre la importancia de la disciplina, la lealtad, y el sacrificio que implicaba llevar el uniforme de Valcartier. Sus palabras resonaban con la autoridad de quien ha pasado toda una vida en las filas del ejército.

—El honor, la responsabilidad, y la dedicación —decía, su voz grave y firme—. Son estos los valores que deben guiar cada uno de sus pasos mientras estén bajo mi mando. No hay lugar para la mediocridad, para las excusas, ni para las dudas. Aquí, señores, se forjan soldados, no aspirantes. Y les aseguro que Valcartier no tiene espacio para los que no estén a la altura.

Thomas lo había escuchado como en un estado de trance, perdiéndose en las palabras repetidas sobre disciplina, lo mismo que oía en cada formación. Pero justo cuando sus pensamientos comenzaban a divagar, notó un cambio sutil en la expresión de sus compañeros. El coronel se había detenido un instante más de lo normal, y algo en su postura rígida y su mirada severa sugería que lo que estaba por decir llevaba un peso mayor que cualquier otra cosa.

—El caos ha reinado últimamente en Valcartier —continuó Reinhardt, su voz resonando con la firmeza de una sentencia—. Las pandillas y las agrupaciones que se han multiplicado dentro del campamento han transformado este lugar en algo irreconocible... en un campo de batalla, los soldados desaparecen y reaparecen heridos en mitad de la noche. Ataques, emboscadas, amenazas. Esta situación es inaceptable, y les aseguro que no volverá a tolerarse.

El silencio se volvió más denso, como si el aire mismo se hubiera espesado bajo el peso de las palabras del coronel. La calma de Reinhardt, tan controlada, resultaba aún más intimidante.

—A partir de hoy, se triplicará la vigilancia en cada rincón del campamento. Habrá guardias en cada esquina, siguiéndolos, observándolos. No podrán dar un solo paso sin ser vistos. —prosiguió, su tono frío e implacable—. Se acabaron las indulgencias, traeremos nuevos instructores y se encontrarán tan exhaustos que no tendrán la energía para causar más problemas.

El coronel hizo una pausa significativa, y Thomas frunció el seño. Sus ojos se cruzaron con los de Simon, quien estaba claramente inquieto. Fue entonces cuando Reinhardt, con un cambio apenas perceptible en su tono, volvió a captar la atención de todos.

—Ahora, un último aliciente. Aquellos que ayuden a mantener el orden, que aporten información útil sobre los alborotadores, serán recompensados. No solo con la lealtad a la autoridad sino con la protección que esta ofrece.

El silencio en la sala era sofocante. Nadie se movió, nadie dijo una palabra. Todos sabían que esa oferta era una trampa peligrosa. Delatar a alguien no era una opción, no en Valcartier. Señalar a un compañero podía ser tan mortal como el castigo del propio coronel. Reinhardt lo sabía, y aún así, su tono se mantuvo firme y autoritario, como si no hubiese más alternativa.

—La decisión está en sus manos. Los que hablen y demuestren lealtad serán recompensados. Hagan sentir orgulloso al campamento y al General... o prepárense para enfrentar las consecuencias.

Con esa última advertencia, giró sobre sus talones y se marchó, dejando a los cadetes en un pesado silencio. No fue el miedo a lo que vendría, sino el peso de lo que acababan de escuchar. La oferta de dar información había plantado una semilla de incertidumbre.

Las conversaciones que siguieron fueron breves, murmuradas, cada cadete midiendo sus palabras con cautela, mientras sus mentes se centraban en lo que podría significar delatar a un compañero. Raymond, con el rostro tenso, cruzó entre el grupo y se acercó a Thomas y Simón, que formaban un pequeño círculo.

Fue Theodor quien, con una media sonrisa, rompió el mutismo con un murmullo cargado de escepticismo: —¿No es curioso que de pronto necesiten tanto nuestra ayuda? Como si ya no supieran qué hacer.

Theodor lanzó su comentario al aire, pero no pasó mucho tiempo antes de que Nikolaus, siempre más cauto, respondiera en un tono bajo, casi murmurando: —El coronel no es ingenuo. Todo esto... es solo para asustar a los alborotadores, a las bandas. Sabe que lanzar advertencias no cambiará nada. Al final, es solo una amenaza vacía. Nadie va a delatar a nadie, a menos que quiera terminar golpeado y medio muerto en una zanja... o algo peor.

Su voz era apenas un susurro, pero el peso de sus palabras era claro. Algunos asintieron lentamente, comprendiendo la verdad detrás de esa fachada de control. Sabían que las palabras del coronel eran una advertencia, una maniobra para infundir miedo en los grupos que se habían formado dentro del campamento. Pero eso no significaba que la amenaza no fuera real, el peligro seguía ahí, latente.

—O quizás solo quieren que las bandas dejen de pelear —añadió Markus, entre dientes, aunque sabía tan bien como los demás que las cosas no eran tan simples.

Franz bufó con desdén, cruzándose de brazos.

—¿De verdad crees que van a dejar de pelear? —Su mirada recorrió al grupo con frialdad, señalando con un gesto amplio a los chicos que los rodeaban—. Lo único que podría cambiar las cosas es que los encierren a todos en celdas separadas y tiren las llaves.

Su tono, cargado de sarcasmo, cayó sobre el grupo como una piedra en el agua. Un par de miradas incómodas se cruzaron, pero nadie se atrevió a responder.

Thomas lo observó por un instante. Desde aquel día en que el infractor apareció en la puerta del barracón con el rostro quemado, Franz no le había dirigido la palabra más allá de respuestas cortas y educadas. Thomas lo había intentado varias veces: comentarios inofensivos, preguntas casuales, pero Franz siempre encontraba una manera de cortar la conversación con precisión quirúrgica.

Aprovechando una pausa incómoda en el grupo, Thomas decidió hablar:

—Hay que seguir como hasta ahora... lejos de las bandas y las peleas.

Franz giró ligeramente la cabeza hacia él, con una ceja levantada, y soltó una risa seca, sin humor.

—Ya lo escucharon. Aléjense de los problemas.

La última frase sonó más pesada, como si cargara algo más que una simple advertencia. Franz sostuvo la mirada de Thomas apenas un segundo antes de darse la vuelta con paso firme, alejándose del grupo con las manos metidas en los bolsillos del uniforme.

Thomas lo siguió con la mirada, sintiendo cómo sus palabras quedaban atrapadas en su garganta, ásperas y amargas. Por un instante, pensó en seguirlo, en intentarlo una vez más, pero luego lo descartó. Había algo definitivo en la forma en que Franz había hablado, una barrera que Thomas no iba a poder cruzar.

Era mejor dejarlo ir.

A pesar de todo, le hubiese gustado ser su amigo. Franz había sido la primera persona en Valcartier con la que compartía una afición real, un terreno común en medio de aquel lugar inhóspito: el teatro.

Pero ahora, eso parecía tan lejano como si hubiese ocurrido en otra vida. Thomas bajó la mirada y respiró hondo. Tal vez algunas puertas, una vez cerradas, no pueden volver a abrirse.

Se quedó unos segundos más, escuchando el murmullo a su alrededor. El aire estaba cargado de palabras entrecortadas, de risas nerviosas, de teorías dichas con la ligereza de quien no entiende el peligro real. Antes, Thomas había pensado que las pandillas no eran más que un juego peligroso entre unos pocos, algo que no le concernía realmente. Pero ahora, con las palabras de Nikolaus y las respuestas sarcásticas de Franz resonando en su mente, entendía que todo aquello era mucho más serio de lo que había imaginado.

¿Hasta qué punto estaba involucrada la Hermandad? ¿Eran ellos quienes agitaban las aguas del campamento, sembrando el caos a su alrededor? ¿O acaso había algo aún más grande detrás de todo esto, algo que el coronel temía pero no podía controlar?

El ruido a su alrededor se volvía cada vez más insoportable: especulaciones, risas nerviosas, teorías lanzadas al aire. Todo le resultaba agobiante. Con un suspiro de cansancio, Thomas decidió apartarse del grupo. Necesitaba aire, necesitaba un respiro. El peso de todo lo que sucedía a su alrededor se sentía aplastante sobre sus hombros. Pero además de eso, había algo más. Una sensación de agotamiento mental que lo invadía, como si la tensión acumulada en el campamento se hubiera convertido en una presión constante. Encontrar un momento de calma parecía imposible entre tanto caos.

Se alejó lo suficiente para poder respirar con más tranquilidad, buscando una pausa en medio del tumulto, pero justo cuando pensaba que podría tomarse ese breve descanso, algo en su visión periférica lo detuvo.

Ahí estaba, El Cuervo.

Elijah se encontraba a varios metros, como una figura inmóvil que contrastaba con el movimiento constante de los cadetes alrededor. Mientras todos parecían haber reaccionado a las palabras del coronel, ajustándose a la nueva realidad de vigilancia y disciplina, Elijah, en cambio, proyectaba una tranquilidad que rozaba la arrogancia.

Entre sus dedos, un cigarrillo ardía lentamente. Llevó la boquilla a sus labios con una calma estudiada, exhalando el humo en una nube perezosa que se desvanecía en el aire denso del campamento. La rigidez de su uniforme, impecable, contrastaba con la forma despreocupada en la que se mantenía de pie, como si ni el peso de las advertencias ni la amenaza de castigo tuvieran algún poder sobre él.

Thomas lo observó un instante más de lo necesario, preguntándose si Elijah era otra de las razones por las que el coronel estaba tan preocupado. El Cuervo y su grupo operaban en las sombras, y aunque no se mencionaba tanto como la Hermandad, su influencia era imposible de ignorar. ¿Debería tomarse a El Cuervo más en serio? Al fin y al cabo, Elijah había hablado abiertamente de ir tras la Hermandad, tras Stefan...

La imagen de Stefan irrumpió en su mente como un rayo desgarrando un cielo ya ennegrecido por la tormenta. No importaba cuánto intentara ignorarlo, seguía ahí, latiendo en el fondo de su conciencia, una presencia constante y dolorosa que se negaba a desvanecerse.

Las advertencias de Elijah regresaron con la misma claridad con la que habían sido pronunciadas, cargadas de veneno, pero también de algo que Thomas no podía identificar: ¿preocupación genuina o simple manipulación?

—Stefan no es quien crees que es.

En su momento, Thomas no le había dado crédito. ¿Cómo podría hacerlo? Él conocía a Stefan, había visto ese otro lado, el que nadie más parecía notar. No el líder despiadado, no el infractor temido por todos, sino el Stefan que era capaz de escuchar, de hablar con calma, de mostrar una fragilidad oculta bajo capas de dureza y cinismo.

Pero ahora, después de aquella discusión y de saber lo que Stefan había hecho con Leonhard, las palabras de Elijah se sentían diferentes. Más pesadas, más reales. No era solo la duda de si Elijah tenía razón. Lo que más le dolía era la posibilidad de que ambas versiones de Stefan fueran ciertas. El protector y el verdugo. El hombre que lo miraba con ternura a través de las sombras y el que podía aplastar un rostro contra un plato de sopa hirviendo sin pestañear.

Thomas pasó una mano por su rostro, intentando aclarar sus pensamientos, pero la tormenta seguía rugiendo dentro de él, empujándolo en direcciones opuestas.

No podía quedarse así, suspendido en esta incertidumbre, atrapado entre dos verdades incompatibles. El impulso lo dominó. Necesitaba respuestas, entender a Stefan y comprender qué era lo que realmente había sucedido entre Stefan y Elijah. La duda lo consumía, y la verdad, por oscura que fuera, parecía ser la única salida.

Thomas comenzó a caminar hacia Elijah. No tenía un plan claro, solo preguntas que necesitaban respuestas. A medida que se acercaba, notó cómo el cigarrillo en la mano de Elijah se consumía lentamente, como si el tiempo mismo no tuviera prisa. Cuando Thomas llegó lo suficientemente cerca, Elijah levantó la vista, sus ojos encontrándose en un reconocimiento silencioso. No había sorpresa en su expresión, como si hubiese estado esperando este momento.

—¿Tienes otro de esos? —preguntó Thomas, señalando el cigarrillo con un gesto sutil, su tono casual pero cargado de tensión.

Elijah, con una ligera sonrisa que no alcanzaba sus ojos, sacó un cigarrillo de su bolsillo y se lo tendió. —Claro.

Thomas lo tomó, encendiéndolo con manos que intentaban no temblar. Dio una calada, sintiendo cómo el humo llenaba sus pulmones, dándole un momento para reunir las palabras que realmente quería decir.

—Necesito hablar contigo —añadió finalmente, su tono volviéndose más serio, mientras exhalaba el humo lentamente. La búsqueda de una conversación privada era evidente en su mirada.

Elijah asintió, sin decir nada, pero sus ojos, usualmente vacíos, mostraron un leve destello de interés. Ambos se alejaron del bullicio del campamento, caminando hacia las sombras de los grandes árboles que bordeaban la plaza, buscando un rincón más tranquilo donde pudieran hablar sin interrupciones.

Una vez que estuvieron lo suficientemente lejos, Elijah fue el primero en romper el silencio.

—¿Qué pasa? —preguntó, su tono neutral, aunque algo en su mirada sugería que ya tenía una idea de hacia dónde se dirigía la conversación.

Thomas vaciló, sintiendo cómo la tensión crecía entre ambos. Recordaba la furia con la que Stefan había atacado a Elijah durante aquella pelea. No había sido un simple altercado, sino algo mucho más visceral, algo que Thomas no terminaba de comprender. Pero ahora, con Elijah frente a él, la necesidad de respuestas lo superaba.

—Sobre lo que dijiste antes... que Stefan es peligroso... —comenzó Thomas, esforzándose por sonar despreocupado—. Vi lo que pasó entre ustedes. En esa pelea, fue despiadado. —Su voz titubeo ligeramente—. No entiendo por qué lo hizo.

Elijah mantuvo su mirada fija en Thomas, su expresión endureciéndose, pero sus ojos no mostraban sorpresa. Se permitió una sonrisa sarcástica, tomando una calada de su cigarrillo con una calma estudiada, disfrutando del momento.

—No hay mucho que decir —respondió Elijah finalmente, su voz fría y distante—. A juzgar por tu expresión, parece que ya te diste cuenta de quién es realmente Stefan y de lo que es capaz de hacer si no tienes cuidado.

Thomas sintió un peso incómodo en el pecho. Desvió la mirada, buscando una explicación para lo que Elijah insinuaba.

—Él no es tan malo como piensas —dijo Thomas, aunque su voz sonaba débil, como si estuviera intentando convencerse mas a sí mismo que a Elijah.

Elijah exhaló el humo lentamente, sus ojos brillando con una mezcla de desdén y diversión. —¿De verdad lo crees? Por qué solo es cuestión de tiempo antes de que te convierta en un problema también.

Las palabras de Elijah lo atravesaron, pero esta vez no permitió que le afectaran. En lugar de dejarse consumir por las dudas, se aferró desesperadamente a la imagen de la mejor versión de Stefan, la que él conocía. No puede ser de otra manera, pensaba. Había visto la furia en los ojos de Stefan y la forma en que arremetió contra Elijah, seguro debía haber una razón, que hubiese desencadenado tanta violencia pero ¿Qué lo había puesto tan violento?

—¿Qué pasó realmente entre ustedes? —insistió Thomas, incapaz de contenerse.

Elijah lo miró por un largo momento, tomando otra calada de su cigarrillo. Parecía disfrutar de cada segundo de la tensión creciente, de la angustia de Thomas. Luego, soltó una risa amarga.

—Stefan y yo solíamos ser aliados. Buenos amigos, incluso. Pero aquí en Valcartier, no hay lugar para dos líderes —respondió Elijah con una confianza fría—. Stefan no soporta la idea de que alguien pueda hacerle sombra. Para él, todo es una cuestión de poder. Y yo... yo fui una amenaza para su pequeño reinado aquí en Valcartier.

Elijah hizo una pausa, su mirada calculadora, como si estuviera evaluando cada reacción de Thomas.

—Voy a quitar a Stefan de mi camino —continuó Elijah, su tono suave pero cargado de certeza—. Aún tienes tiempo de elegir el bando correcto. Thomas, todos los que están a su lado se hundirán.

Las palabras de Elijah cayeron sobre Thomas como una sentencia. Thomas negó con la cabeza, cada una de las advertencias de Elijah alimentando sus peores temores. Antes de que Elijah pudiera continuar, una sombra pesada cayó sobre ellos. Thomas y Elijah levantaron la vista al mismo tiempo, encontrándose con la figura imponente de Henry Bauer, el mejor amigo de Stefan. Su sonrisa forzada no alcanzaba a suavizar la frialdad de sus ojos, tan oscuros como la noche, vacíos pero cargados de una intensidad que causaba un escalofrío inmediato.

—Elijah —saludó Henry, su voz suave pero llena de una amenaza velada, mientras su mirada se desplazaba lentamente hacia Thomas—. ¿Qué haces hablando con este tipo? —preguntó, su tono fingiendo interés, pero dejando claro que no se trataba de una simple pregunta.

Thomas abrió la boca para responder, pero Henry no esperó a escuchar una palabra. Con un gesto brusco, lo interrumpió de inmediato, su tono volviéndose más duro mientras dirigía su atención a Elijah.

—Te recuerdo, Elijah, que no tienes permitido acercarte a la hermandad. Y ahora, eso incluye a Thomas.

Thomas abrió los ojos de par en par, el corazón saltándole en el pecho. ¿A él? ¿Hermandad? La palabra lo golpeó como un mazazo. No sabía que había sido "incluido", y mucho menos que ahora formaba parte de un grupo enredado en una guerra de poder entre facciones. De pronto, todo se volvió claro: estaba en medio de un fuego cruzado.

El aire se volvió denso de inmediato. La amenaza en la voz de Henry no necesitaba ser más explícita, era tan clara como la luz del día. Un escalofrío recorrió la columna de Thomas mientras observaba cómo Elijah sostenía la mirada de Henry. A pesar de la calma aparente de Elijah, había algo oscuro y furioso detrás de sus ojos, una chispa de rabia contenida que Thomas no había notado antes.

Henry dio un paso hacia adelante, invadiendo el espacio personal de Elijah, haciendo que el aire entre ellos pareciera aún más cargado de tensión.

—¿Lo entiendes, Elijah? No tienes permitido acercarte a ninguno de nosotros —dijo, su voz más baja pero mucho más peligrosa—. Esto no es un juego.

Thomas, atrapado en medio de la confrontación, sentía cómo la tensión en el aire aumentaba con cada segundo. Los ojos oscuros de Henry, impenetrables como la noche, parecían devorar todo a su alrededor, y cada uno de sus movimientos llevaba la precisión calculada de alguien acostumbrado a controlar a los demás.

A pesar del ambiente cargado, Elijah no mostró signos de retroceder. Su postura seguía siendo desafiante, aunque en sus ojos se veía una cautela evidente. Era como si estuviera midiendo cuidadosamente cada palabra, consciente de que cualquier paso en falso podría tener consecuencias.

—Solo estamos conversando —respondió Elijah, su tono bajo pero firme—, Thomas tiene derecho a saber con quienes se está rodeando.

Fue en ese momento que Thomas, al desviar la mirada brevemente, notó algo que lo hizo tensarse aún más. Detrás de Elijah, como sombras que habían estado allí todo el tiempo sin ser vistas, tres figuras emergieron lentamente. Se movieron con tal sigilo que Thomas ni siquiera había percibido su llegada, pero ahora estaban allí, alineándose tranquilamente a la espalda de Elijah, asegurando su resguardo. Eran los aliados de Elijah, observando en silencio, sus miradas fijas en Henry. La tensión en el aire se hizo aún más pesada.

A pesar de estar solo frente a esos hombres, la confianza de Henry no titubeó ni un instante. De hecho, Thomas se sorprendió de lo inquebrantable que parecía Henry, como si la superioridad numérica no le afectara en lo más mínimo. Su presencia seguía siendo dominante, llenando el espacio con una autoridad natural que parecía no poder ser desafiada.

Thomas miró a Henry con nerviosismo, esperando su reacción. Henry lo estudió con una intensidad implacable, como si decidiera en ese momento cuánto revelarle. Finalmente, su tono se volvió condescendiente cuando se dirigió a Thomas.

—Claro, lo mismo digo. Thomas, deberías saber bien con quién te estás mezclando —dijo Henry, señalando a Elijah con una sonrisa cruel que no alcanzó sus ojos—. ¿Sabías que estás frente a un traidor? De los que esconden cuchillos en la manga y esperan la oportunidad perfecta para clavártelo.

Thomas sintió que algo dentro de él se tensaba. La palabra "traidor" quedó suspendida en el aire como un golpe. Observó a Elijah, esperando una respuesta que no llegó de inmediato. El rostro del infractor seguía inexpresivo, pero había algo en la forma en que sus puños se cerraban que traicionaba su calma aparente.

—Ten cuidado con lo que dices —respondió Elijah al fin, su tono bajo pero firme, una advertencia que hizo que Thomas contuviera la respiración.

La risa seca de Henry rompió el silencio como una bofetada. Dio un paso hacia Elijah, lo suficiente para invadir su espacio personal, aunque no llegó a tocarlo. Thomas se quedó inmóvil, como si su mera presencia fuera invisible para los dos hombres.

—¿Por qué, Elijah? ¿Vas a callarme tú? —replicó Henry con voz burlona, inclinándose apenas hacia él—. ¿Vas a repetir lo que hiciste en la Noche Jerárquica? ¿O crees que con tu nuevo grupo puedes borrar lo que pasó?

Thomas parpadeó, confuso. No había escuchado ese término antes, pero por la forma en que Henry lo pronunció, supo que tenía un peso importante. Notó cómo los soldados cercanos, que hasta entonces habían fingido indiferencia, comenzaron a detenerse, atentos. Algunos intercambiaron miradas rápidas, como si compartieran un secreto que él no conocía.

Henry volvió a abrir la boca, pero Elijah lo interrumpió antes de que pudiera decir más. Dio un paso adelante, tan rápido que Thomas retrocedió instintivamente, aunque los otros dos apenas lo notaron.

—No tienes derecho a hablar de esa noche —dijo Elijah, su voz ahora más alta, cortando el aire con una autoridad que Thomas nunca había visto en él—. No sabes nada, Henry. Lo único que tú hiciste fue quedarte en las sombras, esperando que alguien más tomara decisiones por ti. Como siempre.

La sonrisa de Henry vaciló, aunque fue apenas un instante antes de recuperar la compostura. Había algo entre ellos que Thomas no lograba descifrar, pero sabía que cada palabra de Elijah golpeaba un lugar sensible.

—A diferencia de ti —añadió Elijah, su voz más firme—, yo no necesito ocultarme detrás de otros ni manipularlos para ganar terreno. Lo que ves es lo que hay. Por eso tantos soldados están de mi lado.

Thomas sintió un escalofrío. Los murmullos de los soldados comenzaron a crecer, apenas audibles, pero suficientes para que la tensión en el ambiente se volviera casi insoportable.

Henry se acercó otro paso, ignorando por completo la advertencia implícita en las palabras de Elijah.

—¿En serio crees que puedes mantener ese aire de líder? —continuó Henry, su voz ahora más baja, cargada de veneno—. Mírate, Elijah. Eres una farsa. ¿Quién en su sano juicio querría seguir a alguien como tú? A un... Judas.

La última palabra cayó como una bomba. Los soldados que se habían reunido formaban ya un semicírculo, observando en completo silencio. La palabra resonaba en su mente, pero no lograba entender el trasfondo. ¿Qué significaba para ellos?

Elijah no retrocedió. Su mandíbula se tensó, pero su postura no flaqueó ni un instante.

—Sigue ladrando, Henry —dijo al fin, su tono frío como el acero—. Pero te aseguro algo: cuando llegue el momento, no seré yo el que se hunda.

El silencio volvió a caer sobre ellos, pesado y opresivo. Thomas miró a Henry, esperando alguna reacción, pero por primera vez en toda la conversación, Henry no respondió de inmediato. Su mirada permanecía fija en Elijah, sus labios apretados y las manos tensas a los costados, como si estuviera evaluando su próximo movimiento.

Finalmente, Henry dio un paso atrás, aunque su postura no parecía la de alguien que se retirara.

—Esto no ha terminado —murmuró, su voz impregnada de rencor—. Y cuando todo caiga, te sorprenderás de quién te apuñala primero. No todos tus perros son tan leales como crees.

Las palabras de Henry flotaron en el aire como un veneno lento. Luego, esbozó una sonrisa burlona, más peligrosa que cualquier amenaza directa, y fijó su mirada en Thomas. Fue suficiente para que este diera un paso atrás, como si el frío de aquella mirada lo hubiese atravesado.

Henry giró lentamente sobre sus talones, como si evaluara a cada soldado a su alrededor, escaneando los rostros que lo observaban en tenso silencio. Sus ojos volvieron a detenerse en Thomas, quien sintió que el aire a su alrededor se volvía irrespirable.

—Y tú, Thomas, sé inteligente —dijo Henry, su tono calmado, casi casual, pero cargado de amenaza—. Será mejor que pienses bien a quién decides acercarte. No querrás verte en el lado equivocado cuando esto termine.

Thomas no pudo responder. Su garganta se cerró, y las palabras de Henry parecían golpearlo con la misma fuerza que un puño. La fría advertencia cortó el aire entre ellos, dejando al joven paralizado mientras Henry giraba lentamente hacia Elijah.

Entonces, sin previo aviso, Henry se acercó y, al pasar junto a Elijah, le propinó un golpe rápido y violento en el hombro. Elijah apenas reaccionó. No perdió el equilibrio, pero la tensión en su mandíbula lo delataba. Aunque su expresión seguía estoica, los ojos de Elijah ardían con un brillo desafiante, mostrando que, a pesar de las amenazas, no iba a ceder tan fácilmente.

Pero lo que hizo a continuación Henry fue aún más desafiante. Sin inmutarse, comenzó a caminar lentamente entre los aliados de Elijah, como si no existieran, como si su presencia no representara amenaza alguna para él. Pasó deliberadamente entre ellos, rozando sus hombros, y ninguno se movió para detenerlo. La tensión entre ambos grupos se palpaba en el aire, pero Henry, con una confianza que bordeaba la arrogancia, no les concedió ni un vistazo. Era como si su mera presencia fuera suficiente para mantenerlos a raya.

Elijah no lo miró alejarse. Se quedó inmóvil, con la mirada fija en el vacío, como si estuviera conteniendo algo que no podía permitirse liberar frente a los demás. Y de la nada, inclinó la cabeza con un movimiento casi imperceptible, y sus aliados se acercaron a él sin necesidad de palabras, formando un semicírculo cerrado a su alrededor. Parecían lobos, tensos y alertas, esperando una señal de su líder.

Thomas observó en silencio, su corazón golpeando con fuerza en su pecho. Podía sentir la atmósfera cargada de peligro, como si el aire mismo estuviera a punto de estallar.

Sin embargo, la formación comenzó a disolverse cuando las figuras de los superiores aparecieron a la distancia. Los oficiales se habían percatado del grupo de soldados amontonados y ahora se acercaban con pasos firmes y miradas inquisitivas. El orden del campamento no toleraba multitudes ni disputas abiertas, y todos sabían que cualquier enfrentamiento visible sería castigado.

Thomas sintió un nudo en el estómago. Elijah no dijo nada, pero sus hombres entendieron el mensaje implícito. Uno a uno comenzaron a dispersarse, moviéndose con una calma forzada, como si nada hubiera pasado. Sin embargo, la tensión seguía allí, latente, como brasas bajo cenizas.

Thomas aprovechó el momento. Giró rápidamente sobre sus talones y se alejó en dirección al bosque helado, sin mirar atrás. Sentía que cada segundo que permaneciera allí lo hundiría más en un mundo que no entendía del todo, uno que lo asfixiaba con secretos que no le pertenecían.

El frío lo recibió como una bofetada cuando cruzó la línea de árboles. La nieve crujía bajo sus botas mientras avanzaba entre los troncos oscuros, sus manos temblorosas no solo por el frío, sino por la tormenta de pensamientos que lo atormentaba.

¿Qué había pasado entre ellos? La pregunta se repetía una y otra vez en su cabeza, como un eco insistente. ¿Qué era la Noche Jerárquica? Henry la había mencionado como si fuera algo crucial, algo que definía a Elijah, pero nadie se había molestado en explicárselo. Era como si todos conocieran un código no escrito que él ni siquiera sabía que existía.

Thomas se detuvo bajo un árbol, apoyando la espalda contra el tronco mientras su aliento formaba nubes en el aire helado. ¿Cómo había terminado en medio de todo eso? Había llegado a Valcartier sin quererlo, enviado por un padre que lo veía como un proyecto a moldear, como algo defectuoso que debía ser arreglado. Y ahora estaba atrapado, no solo en el frío de aquel lugar, sino en algo que iba más allá de lo físico: un tejido de secretos, de reglas no dichas y relaciones quebradas que lo rodeaban como un nudo imposible de desatar.

Todo giraba en torno a Elijah, Stefan y la hermandad. Era evidente. Pero cuanto más intentaba comprenderlo, más se daba cuenta de que no sabía absolutamente nada.

Abrió los ojos y miró hacia el cielo gris, inmenso y vacío, tan vacío como las respuestas que buscaba.

Valcartier no era solo un campamento. Era un campo de espectros, de cicatrices que no sanaban, de secretos que susurraban en la oscuridad. Secretos que seguían ahí, vivos, esperando.

Un escalofrío recorrió a Thomas, y esta vez supo que no era por el frío.

¿Qué clase de cosas habían sucedido aquí para que todos cargaran con tanto silencio?












.
.
.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top