Capitulo 21





En la vastedad de un escenario, bañado por el haz de luz blanca que dibujaba un halo alrededor de su figura, Thomas se encontraba en el centro del anfiteatro, solo ante el mundo. Entregado por completo a su arte, las palabras fluían de sus labios con una cadencia casi hipnótica, cada línea cargada de una emoción tan profunda que parecía resonar en las paredes del lugar, como un eco íntimo que solo él podía sentir. Era un reino de ficción, donde cada gesto, cada frase lo elevaba más allá de los límites de su realidad mundana, liberándolo momentáneamente del peso de lo que dejaba atrás. En ese escenario, la vida real se desvanecía, y por un breve instante, se convirtió en alguien más, alguien libre.

Estaba perdido en su sueño de ser actor y director de su propia obra, cuando la escena se desvaneció sin previo aviso, como si un hilo invisible hubiera sido cortado de golpe. "Debe ser un sueño", pensó, justo en el momento en que la luz blanca desaparecía, dejando paso a un telón oscuro que caía lentamente sobre su fantasioso escenario. La grandeza del teatro se desmoronó, reemplazada por la cruda realidad del barracón militar. La transición fue tan sutil que Thomas apenas percibió el cambio hasta que se encontró tendido en su cama austera, el frío del metal y el hedor del sudor reemplazando el aire cargado de euforia teatral.

Su cuerpo se sentía pesado, como si la debilidad lo envolviera por completo, cada músculo cargado de un agotamiento casi palpable. Su garganta estaba seca, rasposa, como si todo el aire que había respirado lo hubiera dejado vacío por dentro. Permaneció inmóvil, atrapado en sus pensamientos, sin fuerza para moverse, hasta que un eco de pasos rompió el silencio y lo sacó de su ensimismamiento. Los pasos se acercaron lentamente, hasta detenerse justo al lado de su litera, impregnando el aire de una tensión que lo mantenía al borde, pero incapaz de reaccionar.

—Han pasado tres días, ¿no te parece raro que no quiera ir al comedor? —la voz de Raymond era baja, pero claramente preocupada.

—Alguien debe estar hostigándolo, eso es seguro —respondió Simon con firmeza. Thomas, aunque tenía los ojos cerrados, podía imaginar a su amigo con el ceño fruncido, como siempre hacía cuando algo lo frustraba.

—¿Y no deberíamos decírselo a alguien de mayor rango? —preguntó Raymond, con un tono más cauteloso.

—¿A un superior? —repitió Simon, en un tono sarcástico—. Aquí no les importa lo que nos pase, mientras sigamos cumpliendo con lo que esperan.

Thomas soltó un suspiro profundo, sin poder evitarlo.

—Pero no habla con nadie, y casi no come —continuó Raymond, con un dejo de reproche en su voz—. Algo pasó esa noche, y no lo entiendes porque no estabas allí.

—Lo sé, ¿vale? Lo siento —reconoció Simon, después de una pausa—. Todo pasó demasiado rápido... No pensé que terminaría así, aislándose.

Mientras sus amigos discutían, Thomas finalmente se incorporó con esfuerzo, como si el peso de todo lo que había vivido lo mantuviera atado al suelo. Con una expresión de cansancio, pero determinado, se acercó a ellos.

—Estoy bien, muchachos —dijo en voz baja, con la esperanza de sonar convincente—. No es necesario que se preocupen tanto por mí.

Raymond y Simon lo observaron, sorprendidos pero aliviados de verlo ponerse de pie e interactuar, aunque la incomodidad seguía reflejada en sus rostros.

—Te trajimos algo de estofado —dijo Raymond, ofreciéndole un cuenco aún tibio.

—Solo queremos saber qué te pasa, de verdad —añadió Simon con sinceridad.

Thomas forzó una sonrisa débil y contestó:

—Gracias, en serio. Solo necesito tiempo para pensar un poco, eso es todo.

Ellos asintieron, y Thomas comenzó a comer en silencio, pero con cada bocado, la culpa se apoderaba de él. Sabía que sus amigos se habían arriesgado al llevarse ese cuenco de comida del comedor, y si los descubrían, podrían meterse en serios problemas por su culpa. Esa sensación de remordimiento pesaba en su pecho, mezclándose con la maraña de emociones que lo consumían desde aquel beso precipitado en la sombra de la noche... un secreto guardado solo para él y Stefan.

El deseo y el miedo por todo lo sucedido se entrelazaban dentro de él, tan intensos que había evitado a toda costa el comedor, temiendo cruzarse con Stefan. Había encontrado mil excusas para no ir, con la esperanza de que la distancia calmara el fuego que sentía en su interior. Sin embargo, el hambre y la necesidad de volver a una rutina normal lo obligarían finalmente a enfrentar ese lugar que tanto temía.

Al día siguiente, Thomas entró en el comedor con la cabeza baja y el estómago en un nudo, no tanto por el tiempo que llevaba sin comer, sino por la mezcla de nerviosismo y anticipación que lo dominaba. Al cruzar las puertas, su mirada se lanzó de inmediato en una búsqueda frenética, escudriñando cada mesa, cada rostro, buscando a Stefan. Cada silueta similar desde la distancia hacía que su corazón se acelerara, solo para hundirse cuando la realidad le mostraba que no era él. La tensión y el malestar lo abrumaban a tal punto que sintió la necesidad de alejarse.

—Necesito ir al baño —murmuró a Raymond y Simon, excusándose rápidamente mientras se dirigía hacia los sanitarios.

Apenas entró, el malestar que llevaba acumulando todo el día lo golpeó de lleno. Se inclinó sobre el lavabo, sintiendo una oleada de arcadas subir por su garganta. Se apoyó con fuerza en el borde del lavamanos, mientras su cuerpo intentaba expulsar algo que no tenía. Las arcadas fueron intensas, pero no llegó a vomitar. Sólo quedó ahí, con el cuerpo tembloroso y el sabor amargo del vacío en su boca.

Algo mareado, aspiró aire profundamente, tratando de calmarse, y se quedó unos segundos mirando el agua que corría por el grifo. Cuando finalmente se incorporó, levantó la vista hacia el espejo. Los ojos que lo devolvieron la mirada estaban inyectados en sangre, las grandes ojeras oscurecían su rostro y reflejaban las pocas horas de sueño y el estrés acumulado. Su rostro pálido dejaba claro cuánto lo estaban afectando los últimos días.

Con un suspiro frustrado, se echó agua fría sobre la cara, lavándose con fuerza como si al hacerlo pudiera borrar el caos que sentía por dentro. Pero apenas levantó la cabeza para mirarse de nuevo en el espejo, todo el cansancio y la frustración seguían ahí, grabados en su expresión y en sus ojos azules casi llorosos.

Thomas volvió a tomar aire profundamente, intentando calmarse, y salió del baño en dirección al comedor. Había perdido el apetito, pero el malestar y la debilidad que sentía lo obligaron a buscar algo que lo mantuviera en pie. Cada paso se sentía pesado, como si todo el peso de sus pensamientos lo aplastara lentamente.

Se acercó a la fila de comida, moviéndose por inercia. El ambiente del comedor era bullicioso, los murmullos de conversación y el tintineo de cubiertos contra los platos de metal llenaban el espacio, pero para Thomas, todo sonaba lejano, como un eco distante. Solo quería tomar su ración y marcharse.

Justo cuando se disponía a ver que había para comer, una voz femenina lo sacó de su ensimismamiento.

—¿Te encuentras bien? —preguntó una joven de piel pálida y cubierta de pecas. Su cabello rubio estaba recogido en un moño sencillo y su mirada directa mostraba una curiosidad cautelosa, alarmada por los ojos enrojecidos de Thomas.

Thomas la miró brevemente, sin muchas ganas de entablar una conversación. No estaba para esas cosas, solo quería tomar su comida e irse a sentar. Se limpió los labios con el dorso de la mano, como si con eso pudiera borrar cualquier rastro de la incomodidad.

—Sí —respondió, su tono cortante, seco, como quien intenta cerrar un tema antes de que siquiera empiece. Evitó mirarla de nuevo, esperando que aquello fuese suficiente para cortar la conversación.

—Soy Lidia —se presentó ella con una sonrisa suave, lo suficientemente familiar para hacer que Thomas la reconociera. Era la muchacha nueva de la cocina, de la que los demás no dejaban de hablar en el comedor.

—La empleada nueva... de la que todos andan hablando, ¿verdad? —comentó Thomas, sin mucha emoción.

Lidia asintió, pero la conversación no parecía tener mucho más recorrido. Sin embargo, al notar que Thomas evitaba su mirada y parecía querer desaparecer de la fila lo antes posible, ella buscó otra forma de acercarse.

—Hoy hay algo un poco mejor. Es pasta y la he preparado yo. —dijo señalando la bandeja frente an ella—. ¿Te gustaría probar?

Thomas, un tanto por inercia y sin demasiado interés, respondió:

—Sí, la pasta... me gusta la pasta. —Su tono era plano, sin dejar entrever emoción alguna, pero extendió el plato de metal para que Lenia lo sirviera.

La chica, con una sonrisa, sirvió una porción generosa y justo antes de entregárselo, lo miró con una pizca de preocupación en sus ojos claros.

—Si algo no va bien... ya sabes, siempre puedes hablar con alguien de arriba. Los oficiales podrían ayudarte.

El comentario, aunque bienintencionado, cayó como una piedra pesada sobre el pecho de Thomas. Algo en su interior, que ya estaba tenso, se rompió un poco más. Su cuerpo se tensó y sintió el calor de la ira trepar por su pecho. Con los dientes apretados, clavó su mirada en ella y respondió, sin molestarse en ocultar el malestar en su voz.

—No es de tu incumbencia —espetó con un tono cortante que hizo que la expresión de Lidia cambiara.

Sin esperar respuesta, Thomas tomó la bandeja de sus manos y se giró bruscamente, alejándose de la fila, los ecos de su frustración seguían resonando en su mente. El comedor, lleno de voces y risas, parecía estar a años luz de distancia. Todo a su alrededor le resultaba difuso, como si estuviera atrapado bajo una nube densa de pensamientos que no lograba sacudirse. Se dejó caer en el banco, junto a sus amigos, quienes ya estaban inmersos en sus habituales bromas y comentarios sobre el día.

—Parece que hoy han sido especialmente generosos con el almuerzo —comentó Raymond, observando con sorpresa la ración extra en el plato de Thomas.

Simon, nunca perdiendo la oportunidad de inyectar algo de humor ácido en la conversación, añadió:

—Les diré algo —dijo con una sonrisa irónica—. Lo primero que haré al salir de este mugriento campamento será buscar comida de verdad, no este desperdicio. Pero, por primera vez, puedo decir que esto es casi comestible.

Raymond asintió, tomando un bocado más grande de lo habitual. —Sí, la verdad es que esto no está tan mal.

Thomas sonrió brevemente ante los comentarios de sus amigos, pero su mente seguía atrapada en otra parte. Mientras la conversación fluía, no pudo evitar preguntarse si Stefan había decidido evitar el comedor al igual que él, para no cruzarse en su camino.
Thomas masticó lentamente la pasta que apenas sentía en su boca, su mirada se desviaba hacia la puerta del comedor, esperando, casi rogando, que Stefan apareciera de repente. Cada vez que alguien entraba, su corazón se aceleraba por un breve instante, solo para caer en la decepción cuando no era él. Los murmullos del comedor se convertían en un zumbido de fondo mientras sus pensamientos se hundían más y más en su confusión y ansiedad.

De repente, una voz lo sacó de su ensimismamiento.

—Entonces, ¿te gustó el beso? —preguntó una voz en su oído.

Thomas se sobresaltó, casi derramando el plato en el proceso. Su corazón comenzó a latir con fuerza mientras su mente se llenaba de imágenes de Stefan, de ese beso que lo había dejado tambaleante.

—¿Qué? —exclamó, visiblemente alterado.

Raymond lo miró con una ceja levantada y señaló su plato. —¿Que si te gustó el pesto? Está muy bueno, ¿No te parece?

Thomas se relajó un poco, soltando el aire que no sabía que había estado conteniendo. Y asintió con la cabeza, tratando de recobrar la calma. Por un momento, pensó que sus pensamientos lo estaban traicionando, que alguien había leído lo que pasaba por su cabeza.

Tragó saliva, incómodo. ¿Estaba perdiendo el control? ¿O era la paranoia lo que lo estaba consumiendo?
Sus amigos lo miraron extrañados por unos segundos, antes de restarle importancia al asunto. Sin embargo, para Thomas, el ambiente se había vuelto tenso y opresivo, una sensación que probablemente solo existía en su mente.

Miró a sus amigos una vez más, quienes seguían devorando sus platos con una satisfacción inusual en ellos, como si la comida de ese día hubiera sido una especie de milagro culinario. Pero Thomas, con el estómago revuelto y el corazón aún acelerado, apenas podía tomar un bocado sin que la ansiedad lo dominara. Al final de la cena, con Stefan sin aparecer, Thomas se levantó con una sensación de derrota aplastante. Caminó de regreso al barracón con los hombros caídos, sus pasos resonando en el eco de su soledad amplificada.

La jornada siguiente fue especialmente dura. Por la mañana, Thomas se arrastró a través de las actividades, con ejercicios que incluían saltos de obstáculos y cargar pesadas mochilas durante largas carreras. Los reclutas tropezaban, se lastimaban, y algunos incluso terminaron en la enfermería por el esfuerzo. El dolor y el agotamiento eran imposibles de ignorar, y los instructores no mostraban piedad. El esfuerzo fue tan extremo que por un momento Thomas logró distraerse del recuerdo del beso.

Cansado y hambriento, lo único que deseaba era tranquilamente satisfacer sus necesidades básicas, no obstante, al cruzar el umbral del comedor, sus ojos localizaron a Stefan, el corazón de Thomas se aceleró, no por el alivio, sino por el miedo a la confrontación. En su mente, había imaginado a Stefan igual de atormentado y preocupado que él, quizás buscándolo con la mirada, compartiendo el peso del secreto que los unía.

Sin embargo, lo que veía lo dejó helado.

Stefan estaba allí, en medio de su grupo de amigos, riendo con una soltura que a Thomas le pareció casi cruel. No había señales de angustia en su rostro, ni rastro de la noche que había alterado el mundo de Thomas. La risa fácil y la actitud despreocupada de Stefan eran un golpe directo al estómago de Thomas, quien se sintió aún más solo en su tormento.

Contrariado, apretó los dientes y se dirigió a la fila para servirse, manteniendo su mirada fija en el suelo, como si pudiera hacerse invisible con solo desearlo. Con cada paso que daba, la imagen de Stefan riendo resonaba en su cabeza, mezclándose con la voz interior que lo reprendía por haber creído que Stefan podría sentir algo similar a lo que él sentía.

No lo entendía... ¿Cómo podía actuar como si nada hubiera pasado? ¿Acaso había significado tan poco para él? ¿Era posible que solo para Thomas ese momento hubiera sido un antes y un después en su vida?

Su cuerpo se movió mecánicamente mientras esperaba a que sirviesen su comida y luego, mientras se sentaba en una esquina lejana del comedor, trató de hacerse lo más pequeño posible. La soledad nunca había pesado tanto, ni había sido tan fría. Thomas masticó su comida sin sabor, cada vez más consciente de la brecha entre él y Stefan y entonces en ese momento, se dió cuenta de que tal vez había interpretado todo mal...

Tal vez, para Stefan, solo había sido un impulso del momento, algo que, aunque significativo en su instante, ahora se tomaba sin verdadera importancia. Esa posibilidad llenó a Thomas de un dolor sordo y confuso, llevándolo a cuestionar no solo sus propios sentimientos, sino también su capacidad para comprender a los demás.

Esa noche, tumbado sobre su cama, cuando el peso de la desolación se volvió insoportable y las dudas sobre su identidad comenzaron a atacarlo de nuevo, Thomas sintió cómo la humedad invadía sus ojos. Sin embargo, antes de que las lágrimas cayeran, se apresuró a limpiar su rostro con los dedos al notar que Raymond se acercaba silenciosamente.

—Es para ti —dijo Raymond, extendiéndole una libreta de pasta roja. Thomas reconoció el cuaderno de inmediato... Era el mismo que había visto en manos de Raymond cuando se conocieron. Lo tomó con manos temblorosas, sin comprender del todo el gesto, pero sabiendo que algo importante yacía en esa pequeña acción.

—Es mi cuaderno de notas de química —explicó Raymond, hablando en un tono suave y metódico—. Tiene páginas en blanco. Escríbelo todo, quémalo si quieres, pero deja salir lo que llevas dentro.

Thomas miró la libreta, su corazón pesado con resignación.

—No sé, Ray... No creo que escribir cambie nada.

—Quizá no cambie el mundo, pero podría ayudarte a cambiar algo en ti —respondió Raymond, su sonrisa era comprensiva, pero su mirada se desvió ligeramente hacia un objeto en la habitación, como si encontrara consuelo en focalizar su atención en algo más mientras hablaba de emociones, un comportamiento que solía adoptar en situaciones que sentía demasiado intensas o personales.

Con un suspiro Thomas abrió la primera página. Las palabras iniciales fueron vacilantes, casi renuentes, pero poco a poco, las emociones empezaron a fluir. Sus dedos se movían casi por inercia, describiendo su dolor y confusión. Lo que comenzó como simples anotaciones se transformó en diálogos y escenas. Sin darse cuenta, estaba esbozando lo que sería una obra de teatro, una salida para sus emociones más profundas y enmarañadas. A medida que las palabras llenaban la libreta, una nueva luz comenzó a brillar en los ojos de Thomas, una chispa de algo parecido a la esperanza.

Con el paso de los días, la presencia distante de Stefan en el comedor, que al principio había alimentado los temores y la confusión de Thomas, comenzó a tener un efecto inesperado. La aparente indiferencia de Stefan, fuera real o no, lo dejaba entre el alivio y la vergüenza. Se sentía tonto por haberle dado tanto peso a un momento que, para Stefan, parecía insignificante. Sin embargo, esa frialdad le ofrecía un respiro, un espacio para intentar ordenar sus pensamientos y emociones.

Pero el alivio era incompleto. En el fondo, el dolor seguía latiendo en su pecho. Aunque nunca se había ilusionado del todo, una parte de él esperaba, en secreto, que Stefan llegara a comprenderlo, que ese vínculo inexplicable entre ambos pudiera ser reconocido. Ahora, con cada día que pasaba, una punzada persistente lo seguía a donde fuera, como si su corazón se negara a aceptar lo que su mente ya sabía: tal vez, para Stefan, aquello no significaba lo mismo. Esta dolorosa revelación le trajo cierta claridad. Era hora de dejar de alimentar una obsesión que no hacía más que consumirlo.

"A la mierda todo, a la mierda Stefan Weiss", se repitió con determinación. Y así, poco a poco, decidió reconectar con su vida en el campamento. Aunque a veces su mirada buscaba a Stefan casi de manera instintiva, se obligaba a apartarla, recordándose que no podía seguir viviendo en la incertidumbre de un deseo no correspondido. Era un ejercicio de voluntad, un desafío mental que le exigía desviar sus pensamientos hacia cosas más prácticas, más seguras.

Esa noche, mientras charlaba con sus amigos en el comedor, el ambiente se sentía más cálido, más acogedor de lo que recordaba. El eco de las conversaciones y las risas que lo rodeaban le devolvieron una sensación de normalidad. Después de días de evasión, Thomas finalmente se permitía ser parte de algo sin estar atrapado en su propia mente. Sentado en el centro de la mesa, se sorprendió a sí mismo riendo y participando en las bromas, sintiéndose más ligero, más libre.

Thomas se levantó de la mesa, experimentando un hambre feroz en su estómago. Se dirigió hacia la fila del comedor, y allí estaba Lidia, la chica rubia de piel pálida y pecosa. Al verlo acercarse, le dedicó una sonrisa amable.

—Te ves mucho mejor hoy —comentó Lidia mientras le servía una ración generosa de comida.

Thomas asintió, dándose cuenta de que su comportamiento la última vez había sido grosero. —Sí, estoy mucho mejor, gracias. Y, bueno... lo siento por cómo te hablé la otra vez. No era el mejor día.

Lidia sonrió y con un gesto amistoso, sirvió un poco más de comida en su bandeja. —No te preocupes, todos tenemos días malos. Toma, un poco más, te lo ganaste.

—Me llamó Thomas, por cierto —se presentó tras una sonrisa, aceptando la comida y agradecido por su amabilidad. Regresó a su mesa con un pequeño respiro y al sentarse, Simon ya estaba presionando a Raymond para que contara uno de sus famosos chistes de química, algo que a Thomas siempre le había sacado una sonrisa.

—Vamos, Raymond, cuéntanos uno de esos chistes de laboratorio, solo uno —insistía Simon con una sonrisa pícara, dándole un empujoncito.

Raymond, algo serio y nervioso pero dispuesto a colaborar asintió algo renuente y dijo: —De acuerdo, ahí va. ¿Por qué el átomo fue al gimnasio? ¡Para mejorar su masa y ganar volumen!

El silencio que siguió fue breve, pero inmediatamente después, todos estallaron en carcajadas. El chiste era terrible, pero el intento de comediante con la que Raymond lo contó hizo que la risa fuera inevitable. Incluso los soldados cercanos no pudieron evitar soltar algunas risas.

—¡Ay, dios! —exclamó Simon, todavía riendo—. Este chaval solo se sabe chistes de átomos.

—La química es tan absurda como esos chistes —bromeó el cabo Konrad, rodando los ojos de manera exagerada.

Thomas se rió junto a los demás, sintiendo cómo esa risa se convertía en una válvula de escape para toda la tensión que había acumulado durante las últimas semanas. Se sintió más liviano, más parte del grupo que nunca antes, y ese peso en su pecho comenzó a desvanecerse lentamente. La atmósfera alrededor de la mesa era cálida, y por primera vez en mucho tiempo, Thomas no sentía que estaba solo. Inspirado por la ligereza del momento, se atrevió a compartir algo más personal, algo que había guardado solo para sí hasta ahora. —Saben, pensándolo bien, me encantaría ser director de teatro algún día.

La mesa cayó en un breve silencio, antes de que las risas estallaran de nuevo, esta vez más fuertes. No se reían de él, sino con él, una aceptación juguetona de sus sueños.

—¡Thomas el dramaturgo! Me lo puedo imaginar, dirigiendo nuestras patéticas actuaciones en el día de talentos del campamento —dijo el cabo Konrad entre risas.

Raymond asintió, su tono cambiando a uno de apoyo. –De hecho, serías increíble, Thomas. Siempre tienes las mejores ideas para cómo hacer las cosas. Quién sabe, tal vez organices una obra sobre chistes de química.

El grupo continuó riendo y compartiendo anécdotas hasta que, de la nada las risas se desvanecieron, y la atmósfera se cargó con una expectativa palpable. Thomas observó a Konrad tragar saliva nervioso frente a él mientras todos los ojos en la mesa se dirigían a su espalda.

Thomas se giró para encontrarse frente a frente con Stefan. Sus ojos nunca dejando los suyos. Los demás, incluidos Raymond y Simon, intercambiaron miradas nerviosas mientras otros optaron por una retirada táctica, murmurando excusas mientras recogían sus cosas.

—Thomas –dijo Stefan, su voz tan fría como siempre—. ¿Podemos hablar?






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Muchas gracias por leer, son los mejores ❤️

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