Capitulo 20
La naturaleza permanecía en un silencio absoluto, envuelta en un manto de nieve que lo cubría todo. La luz de la luna y las estrellas se filtraba a través de la fronda, proyectando sombras plateadas que se deslizaban suavemente en la oscuridad. Esa quietud solo era rota por la respiración entrecortada de Thomas y el eco firme de los pasos de Stefan, cuyo rostro mostraba una dureza impenetrable mientras avanzaban por la gélida noche. El brusco contraste entre el calor sofocante del sótano y el frío helado del exterior hizo que Thomas se estremeciera, tanto por la intensidad de la temperatura como por la incertidumbre que lo rodeaba.
—Stefan, ¿A dónde me llevas? —preguntó una vez más, su voz teñida de un temor nervioso.
Stefan no respondió, continuó arrastrándolo hasta que quedaron bien ocultos entre uno los escombros apartados de la estructura derruida, cubierta de plantas trepadoras. Bajo la luz azulada del único farol que iluminaba la noche, Stefan finalmente se detuvo y se giró hacia Thomas. Sus miradas se cruzaron en la penumbra, cargadas de tensión.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó en voz baja, sus ojos escrutando el rostro de Thomas, como si buscara alguna razón o justificación que diera sentido a lo que estaba ocurriendo.
Por un instante, Thomas sostuvo la mirada de Stefan, antes de desviar los ojos hacia el suelo, nervioso. Las palabras se negaban a salir de su boca. No esperaba encontrarse en esa situación... Tener a Stefan frente a él, formulándole preguntas, tan cerca físicamente y, sin embargo, tan distante, como si un abismo los separara.
—Venir a un lugar como este, ¿no te parece peligroso? —susurró Stefan, con un tono cortante, su irritación evidente en cada palabra—. Este no es lugar para alguien como tú.
Thomas sintió cómo aquellas palabras lo atravesaban como una cuchilla, pero no dejaría que Stefan lo viera temblar. Luchaba por mantener la compostura mientras su corazón latía desbocado, la adrenalina y el alcohol hacían eco en su mente.
—¿Alguien como yo? —replicó en un susurro áspero, tratando de ocultar el temblor en su voz—. No me conoces, Stefan, y tampoco eres nadie para decirme qué hacer.
Stefan frunció el ceño y dio un paso hacia él, su sombra alargada por la luz pálida de la luna, proyectándose amenazante. La cercanía de Stefan lo envolvía como una tormenta a punto de desatarse, y Thomas sintió el peso de la oscuridad a su alrededor intensificarse.
—Si no fuera por mí, ese soldado te habría destrozado allí dentro —dijo Stefan, su tono frío y afilado—. Casi te metes en una pelea, Thomas. No tienes idea de lo que estás haciendo, ni de lo que realmente pasa aquí.
El viento sopló con más fuerza, arrastrando el frío hasta los huesos de Thomas, mientras sus manos temblaban ligeramente. Sabía que Stefan tenía razón, pero no podía admitirlo, no quería darle la razón.
—No necesito que me cuides —siseó Thomas, apretando los puños—. No necesito que decidas por mí. Tú y yo no somos amigos.
Stefan dio otro paso, ahora estaba apenas a unos centímetros de él. El calor de su cuerpo contrastaba con el frío implacable de la noche. La ira en sus ojos era inconfundible, pero había algo más, algo que Thomas no podía identificar del todo. Sentía que, cuanto más cerca estaba Stefan, más frágil se volvía su fachada, más difícil era mantener su distancia emocional.
—Crees que esto es un juego —susurró Stefan, con una peligrosidad latente en cada palabra—. Pero no lo es. Si sigues insistiendo en seguirme, lo único que vas a conseguir es seguir poniéndote en peligro.
—¿Y qué te hace pensar que estoy aquí por ti? —respondió Thomas, su voz apenas un murmullo tenso—. Tú no eres nada para mí.
Stefan soltó una risa amarga que resonó en la fría noche, inclinándose peligrosamente hacia Thomas hasta que este, instintivamente, dio un paso atrás, su espalda chocando contra la pared helada. El viento seguía susurrando entre los árboles, pero todo lo que Thomas podía sentir era la proximidad abrumadora de Stefan, su aliento cálido contrastando con el frío que los rodeaba.
—No puedes evitarlo —susurró Stefan, sus labios torciéndose en una sonrisa irónica—. Lo supe desde el día que te vi escondido en esos arbustos, observándome.
El corazón de Thomas golpeaba con fuerza contra su pecho. Quiso replicar, pero las palabras se le atascaban en la garganta. No podía negarlo. No tenía cómo.
—¿Qué hacías ahí, eh? —Stefan ladeó el rostro, su mirada fija en Thomas, sus ojos brillando con un destello burlón—. ¿Te gustó lo que viste?
—No —espetó Thomas, apretando los dientes, sintiendo cómo su control se resquebrajaba—. Me das repulsión.
Stefan soltó una carcajada baja, su tono cargado de desprecio.
—¿Repulsión? —preguntó, acercando más su rostro al de Thomas, su voz impregnada de burla—. Algo me dice que realmente lo disfrutaste. Te escuché, Thomas, y estoy seguro de que...
—¡Cállate! —lo interrumpió Thomas, su voz quebrándose en su arrebato. No soportaba que Stefan trajera a colación ese momento, no soportaba lo que había sentido ni lo que había hecho. Thomas cubrió su rostro con las manos, el bochorno y el arrepentimiento retorciéndole el alma.
Stefan lo observó en silencio, su expresión cambiando ligeramente. Algo en sus ojos se suavizó, como si, por un instante, entendiera el dolor que consumía a Thomas.
—No quise hacerlo... —murmuró Thomas, tan bajo que si Stefan no hubiera estado tan cerca, no lo habría escuchado.
El silencio entre ellos se hizo aún más pesado, roto solo por el crujido de las ramas y el murmullo del viento nocturno. Stefan frunció el ceño, como si procesara las palabras de Thomas, su mirada más oscura, pero menos hostil.
—¿Crees que quiero tener a un crío siguiéndome? —preguntó Stefan, su tono bajo y cargado de frustración—. No necesito esto.
Thomas exhaló, lleno de vergüenza y rabia consigo mismo. Cruzó los brazos sobre su pecho, tratando de protegerse del frío y del torbellino de emociones que lo estaban destruyendo por dentro.
—Lo siento por haberte seguido —dijo finalmente, con una voz rota y temblorosa, sintiendo el peso de cada palabra.
Stefan lo miró un segundo más, con el ceño fruncido y una expresión que Thomas no pudo descifrar. Quizá comprensión, quizás pena o tal vez algo más. Pero el silencio que siguió a sus palabras fue más elocuente que cualquier respuesta.
El viento seguía silbando entre las ramas desnudas, arrastrando el frío que envolvía a Stefan y Thomas en una burbuja de tensión contenida. Ambos permanecían en silencio, aunque el peso de lo que no se decía parecía llenar el espacio entre ellos. Stefan, con un gesto casi automático, sacó un paquete de tabaco del bolsillo y encendió un cigarrillo. Las primeras volutas de humo se elevaron lentamente, dibujando formas efímeras en el aire gélido de la noche.
Después de dar una calada profunda, Stefan, sin mirarlo directamente, le extendió el mismo cigarrillo a Thomas. Este lo miró por un instante, dudando. No había tocado un cigarrillo desde hacía tiempo, pero algo en la quietud de la noche, en la mirada de Stefan y en el frío que calaba hasta los huesos, lo impulsó a aceptar. Al tomar el cigarrillo, sus dedos se rozaron brevemente, y aunque fue un contacto mínimo, se sintió cargado de una energía que parecía arder más que la propia llama.
Thomas inhaló con fuerza, sintiendo el calor abrasador del tabaco bajar por su garganta y llenar sus pulmones. Exhaló lentamente, observando cómo el humo ascendía y se mezclaba con el de Stefan, sus volutas enredándose como si reflejaran la confusión entre ellos. El aire helado comenzaban a quemar la piel, pero la cercanía entre ambos irradiaba una contradicción ineludible: un calor silencioso y una tensión palpable que Thomas apenas podía soportar.
Stefan rompió el silencio, su voz suave, casi inaudible en la quietud de la noche.
—Lamento cómo te hablé esa noche, en el comedor —dijo, su tono cargado de arrepentimiento—. Y lamento también cómo te traté en el almacén.
Thomas lo miró, sorprendido por la sinceridad en la confesión de Stefan. Abrió la boca pero la volvió a cerrar, no supo qué decir, así que se limitó a asentir mientras por dentro, algo en él se removió, derribando las defensas que había erigido para protegerse.
Stefan giró hacia los escombros que los rodeaban, luego alzó la vista hacia el cielo nocturno, como si buscara respuestas entre las estrellas. Tras unos segundos, volvió a bajar los ojos hacia Thomas recibiendo nuevamente su cigarrillo.
—La verdad es que estoy sorprendido de verte aquí —admitió, su tono más suave—. Siempre logras... desconcertarme.
—No es intencional —murmuró Thomas, inseguro de cómo interpretar ese comentario.
—Pero te he conocido lo suficiente como para saber que las peleas clandestinas no son lo tuyo —añadió Stefan, fijando su mirada en él, sus ojos claros y penetrantes.
Thomas tragó saliva, sintiendo que un nudo se le formaba en la garganta. Sabía que Stefan no solo se refería al evento en el sótano, sino a algo mucho más profundo. Finalmente, con un esfuerzo titánico, reunió el valor para hablar.
—Quería entender... —susurró Thomas—. Quería saber qué es lo que pasa entre nosotros... ya sabes... —dijo, incapaz de articularlo por completo. Las palabras se le atascaban en la garganta, no solo por el miedo a las posibles consecuencias, sino también por el terror de admitir lo que sentía, incluso para sí mismo.
Stefan lo miró fijamente, sus ojos brillando bajo la luz pálida de la luna. Había algo en su mirada, algo que era una mezcla de confusión y certeza, como si ambos supieran exactamente lo que estaba ocurriendo entre ellos, pero ninguno quisiera admitirlo.
—Se a lo que te refieres... y lo que estás intentando decir es peligroso —dijo Stefan, exhalando el humo lentamente, su aliento entremezclándose con el de Thomas en la fría noche—. Pero lo que sea que esté pasando aquí... tiene que quedarse aquí.
Con un gesto lento, Stefan le pasó el cigarrillo de nuevo, sus ojos fijos en los de Thomas, como esperando una respuesta, una confirmación silenciosa. Thomas, nervioso, aceptó el cigarrillo, llevándoselo a los labios, buscando con ese gesto evitar el peso de la conversación. El humo cálido llenó su boca y su pecho, pero no fue suficiente para calmar la tormenta que rugía en su interior.
En un movimiento cargado de una intimidad abrumadora, Stefan alzó la mano hacia Thomas, deslizándola lentamente hasta su boca. Sus dedos, cálidos y firmes, retiraron el cigarrillo de los labios de Thomas con una delicadeza que hacía que cada segundo se sintiera eterno. Llevó el cigarrillo hacia los suyos, inhalando profundamente en un acto peligrosamente deliberado, haciendo que la tensión entre ellos se hiciese casi insoportable. Cada pequeña acción de Stefan estaba impregnada de una intensidad que electrificaba el espacio entre ambos.
Cuando el último rastro de tabaco se extinguió, Stefan dejó caer el cigarrillo en la nieve, pero no retrocedió. En lugar de eso, permaneció cerca, demasiado cerca, y la distancia entre ellos se volvió insoportablemente pequeña. Sus miradas se cruzaron, pesadas con el peso de todo lo que ambos sabían pero no se atrevían a decir. El aire parecía cargarse de energía cuando, lentamente, Stefan se inclinó hacia la oreja de Thomas. El calor de su aliento se deslizó sobre su piel, tan cerca que Thomas sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Stefan le susurró al oído, su voz baja y rasposa, rasgando el silencio como una herida abierta:
—No sé qué tienes, pero me afectas profundamente.
Las palabras atravesaron a Thomas como una descarga eléctrica, erizando cada fibra de su ser. Sentía su sangre arder, fluyendo con una rapidez que lo mareaba, mientras el silencio entre ellos se volvía insostenible. Tras una pausa que parecía contener el peso del mundo, Thomas se apartó lo suficiente para sostenerle la mirada, buscando desesperadamente alguna señal en los ojos de Stefan, algo que revelara lo que estaba por venir, lo que aquello realmente significaba. Pero lo único que encontró fue un reflejo de su propio deseo, una necesidad cruda y palpable, una conexión tan intensa que cortaba la respiración, sin espacio para las palabras.
Stefan, con una suavidad que contrastaba con el caos que ardía dentro de ambos, levantó una mano temblorosa hacia el rostro de Thomas. Había un miedo latente en su movimiento, como si el contacto mismo pudiera quebrarlo. Sus dedos, inseguros, apenas rozaron el contorno del hematoma en su pómulo, temiendo causar más daño. Cada caricia era lenta y cautelosa, trazando con torpeza pero también con una intensidad que hablaba de su lucha interna. A medida que sus dedos vacilantes se deslizaban hacia la nuca de Thomas, lo acercaron con una fragilidad inusual en él, como si temiera lo que ese momento significaba.
Cuando sus rostros quedaron a solo un suspiro de distancia, la tensión era palpable, casi insoportable. Thomas sintió su cuerpo reaccionar, rígido bajo el peso de aquella cercanía abrasadora, atrapado en el fuego de sus pieles que ardían a pesar del frío que los rodeaba. El aire entre ellos parecía vibrar, cargado de algo que ninguno se atrevía a nombrar. Sus miradas se encontraron, y el mundo pareció detenerse, reduciéndose solo a ese instante suspendido entre lo que estaban a punto de hacer y lo que ya no podían evitar. Un segundo más... un latido más... sus labios se rozaron apenas, una caricia tan sutil como una promesa no dicha, pero con el borde de una cuchilla, tan afilada que dolía. El contacto fue suave, casi irreal, pero lo sacudió como un relámpago, encendiendo una tormenta dentro de él que arrasó con todo en su interior.
La mente de Thomas quedó en blanco, el suelo helado desapareció bajo sus pies, y ya no había lugar para pensamientos, solo para las sensaciones que lo consumían. Stefan lo buscó de nuevo, esta vez con una determinación que hizo que el pulso de Thomas se acelerara aún más. Aún temblando, Thomas permitió que sus labios comenzaran a moverse, al principio con una cautela temerosa, como si ambos trataran de confirmar que ese momento, tan esperado, no era una ilusión...
A medida que sus labios se entrelazaban, lo que empezó como una tímida exploración se transformó en una necesidad urgente, un hambre compartida que iba más allá de las palabras, y lo que antes era duda se convirtió en una conexión feroz y profunda. Era como si estuvieran probando los límites de lo que podían soportar, dejando que el deseo los consumiera por completo, arrastrándolos sin control.
La mano de Stefan ascendió con delicadeza, enredándose aún más en los cabellos de Thomas, tirando suavemente para inclinar su cabeza y profundizar el beso. Thomas, superado por la intensidad del contacto, subió sus manos encontrando el camino hacia los hombros de Stefan, aferrándose a él y dejándose llevar por la marea de sensaciones que lo envolvía: el sabor amargo del tabaco en los labios de Stefan, la firmeza segura de sus manos que lo sostenían como un ancla en medio del torbellino. Por un breve instante, todos sus temores, toda la ansiedad que lo había atormentado, parecieron disolverse en el calor que emanaba del otro. Pero a medida que el beso se profundizaba, algo en su interior comenzó a revolverse.
La intensidad del momento crecía de manera casi imperceptible, hasta que una de las manos de Stefan se deslizó bajo su camisa. El contacto fue como una chispa, los dedos fríos rozaron su piel al principio, antes de aferrarse firmemente a sus caderas, acercándolo aún más hacia él. El deseo en Stefan era palpable, y entonces, Thomas sintió con desconcierto el creciente bulto en los pantalones de Stefan, una clara manifestación de su excitación. La presión de esa erección contra su estómago le provocó una sensación abrumadora y desconocida, haciendo que un temblor frío e involuntario recorriera su cuerpo, como jamás lo había experimentado antes.
De repente, la realidad de lo que estaba sucediendo lo golpeó con fuerza. Este era su primer beso con otro hombre, la primera vez que alguien lo tocaba de esa manera, y más aún, la primera vez que cruzaba esa barrera que durante tanto tiempo había temido atravesar. No solo por lo que implicaba respecto a su identidad, sino por lo que otros —su padre, especialmente— pensarían si lo vieran en ese momento.
Una ola de pánico lo embargó de golpe, tan violenta que sintió como si el aire le faltara, como si se estuviera ahogando en su propia piel. La imagen nítida de su padre surgió en su mente, repentina y brutal, como si estuviera allí mismo, observándolo con esos ojos implacables, llenos de juicio y desprecio. El terror que había reprimido durante años explotó en su pecho como un latigazo, dejándolo sin aliento. Las lágrimas comenzaron a caer, no de tristeza, sino de pura desesperación. Era una tormenta de emociones desbocadas: la angustia cruda, el miedo visceral, y un pavor tan profundo que lo dejó congelado en su lugar. Quería moverse, gritar, escapar, pero su cuerpo no respondía, estaba atrapado entre la necesidad de huir y el peso de una verdad que ya no podía seguir negando.
Stefan, sintiendo el cambio en Thomas, detuvo sus movimientos de golpe. Sus labios aún estaban a centímetros de distancia, pero ya no había rastro de la pasión que los había unido momentos antes. Miró a Thomas, cuya cara estaba bañada en lágrimas, el miedo y la vulnerabilidad reflejados en cada facción de su rostro. En ese instante, la realidad se volvió demasiado intensa para Stefan también.
Por primera vez, el siempre impenetrable Stefan dejó ver un atisbo de sus propios miedos. Sus ojos, normalmente llenos de desafío, ahora brillaban con una mezcla de confusión y temor. Sin saber cómo manejar la vulnerabilidad de Thomas, y enfrentando a sus propios demonios, dio un paso atrás, soltándolo con torpeza. El aire se volvió frío y pesado entre ellos, como si el espacio que habían compartido ahora fuera una barrera infranqueable.
—Lo siento... —murmuró Stefan, su voz ronca y quebrada, incapaz de ocultar la tormenta que se agitaba dentro de él.
Thomas, aún con las lágrimas corriendo por su rostro, intentó decir algo, pero las palabras no salieron. Su pecho se contraía de miedo, de dolor, pero no sabía cómo detener a Stefan.
Sin embargo, Stefan no esperó a escuchar. Dio media vuelta, alejándose rápidamente entre la nieve y los escombros, como si huir fuera la única opción que le quedaba. Thomas lo vio desaparecer en la oscuridad, sus pasos apenas audibles sobre el manto blanco que cubría el suelo. Y con cada paso que Stefan daba, el frío que lo rodeaba se hacía más intenso, como si se hubiera llevado todo el calor consigo.
Thomas se quedó allí, solo, con el viento frío cortándole el rostro y el vacío consumiéndolo por dentro. Su respiración se volvió errática, descontrolada, cada inhalación rasgando su pecho como si el aire mismo le faltara. El latido de su corazón retumbaba en sus oídos, rápido y caótico, mientras su cuerpo comenzaba a ceder ante la intensidad del momento. Lentamente, sus piernas se rindieron, y se deslizó desde la pared en ruinas hasta el suelo, dejándose caer, agotado por el peso del dolor y el silencio abrumador que dejó la partida de Stefan.
Se abrazó las rodillas con fuerza, escondiendo su rostro entre ellas mientras las lágrimas caían incesantes, como si no fueran a detenerse jamás. Cada sollozo era un recordatorio de lo frágil que se sentía, de cómo su mundo se desmoronaba a su alrededor, ahogándolo en una desesperación asfixiante. El tiempo pareció disolverse mientras se dejaba llevar por esa maraña de dolor y vacío mientras las lágrimas seguían fluyendo, hasta que, finalmente, su cuerpo se rindió al agotamiento, y el llanto cesó, dejando solo un hueco gélido y profundo en su pecho.
El frío de la noche lo envolvía, pero no era nada comparado con el hielo que sentía dentro de sí. Permaneció allí, en silencio, por lo que parecieron horas, rodeado únicamente por la soledad y el eco de su respiración temblorosa. Fue solo entonces, cuando el mundo exterior comenzó a colarse nuevamente en su conciencia, que escuchó pasos acercándose cautelosamente. Levantó la cabeza, sus ojos aún enrojecidos, y vio a Simon, quien se acercaba con una expresión de alivio en el rostro.
—¿Dónde te habías metido? —preguntó Simon, con un ligero deje de reprimenda en su voz, pero sin el usual tono bromista.
Thomas levantó la vista, pero evitó mirarlo directamente a los ojos intentando ocultar el caos que lo consumía por dentro.
—Solo necesitaba un poco de aire —murmuró.
Simon, sin perder tiempo, frunció el ceño, pero mantuvo su postura más rígida. —No me trates de idiota, Thomas. No es solo el aire lo que te tiene así —dijo, intentando mantener una distancia emocional, como era costumbre entre ellos.
Thomas tragó saliva, sabiendo que su intento de disimular no estaba funcionando. —De verdad, Simon, no es nada —replicó, con la voz tensa, pero intentando mantener el control.
—Estabas... llorando —añadió Simon, esta vez con un tono más bajo, como si no quisiera que esas palabras sonaran tan evidentes—. Algo te pasó.
El silencio que siguió fue largo, tenso. El único sonido que los rodeaba era el lejano murmullo del viento, y el crujir de la nieve bajo sus pies. Finalmente, Thomas suspiró con fuerza, un suspiro cargado de frustración y agotamiento.
—No es algo de lo que pueda hablar —dijo, finalmente, con un susurro casi inaudible.
Simon se quedó en silencio por un momento, su mandíbula apretada mientras contemplaba a Thomas. No se movió por un momento, esperando que Thomas reconsiderara, que abriera esa puerta que tan desesperadamente mantenía cerrada. Pero cuando Thomas desvió la mirada una vez más, Simon supo que no lo haría. No estaba acostumbrado a ver a su amigo tan vulnerable, y no sabía cómo manejarlo. Finalmente, extendió una mano, sin decir nada más, y Thomas la tomó, dejándose levantar.
El silencio entre ellos mientras caminaban de vuelta hacia el campamento se sentía casi asfixiante, roto solo por el crujido de la nieve bajo sus botas y los sonidos lejanos de la noche. Simon, con el ceño fruncido, se sumergía en sus propios pensamientos, lanzando miradas rápidas a Thomas de vez en cuando. Pero Thomas, con la mirada fija en el sendero, parecía estar a millones de kilómetros de distancia, atrapado en una tormenta que solo él podía sentir.
Cada paso que daba lo alejaba físicamente del caos de esa noche, pero en su mente no podía escapar. El beso se repetía una y otra vez, una escena que se proyectaba sin cesar, atormentándolo. Estaba al borde de romperse, como si su interior estuviera a punto de estallar. Mordió sus labios con tal fuerza que el sabor metálico de la sangre inundó su boca, el único ancla que lo mantenía en el presente, evitando que se derrumbara frente a Simon. Agradecía que la oscuridad lo envolviera, como un manto protector que ocultaba el caos que bullía dentro de él.
Thomas apretó los puños, se obligó a no mostrar lo que sentía. Decidido a mantener su dolor oculto, su miedo bien guardado tras una fachada de control. Nadie podía saber lo que realmente estaba pasando en su interior, nadie podía descubrir lo devastador que había sido ese beso. Ese jodido beso que lo había hecho sentir completo, aunque fuera solo por un momento... Como si, por primera vez en mucho tiempo, todas las piezas de sí mismo encajaran.
Pero junto a esa fugaz sensación de plenitud, llegó el miedo. Un miedo tan intenso que lo había paralizado, convirtiendo lo que debía ser un instante de felicidad en una espiral de dudas y confusión. Las preguntas lo asaltaban, cada una más hiriente que la anterior. ¿Qué dirían sus amigos? ¿Qué diría su familia? Thomas se estremeció, su cuerpo tenso bajo el peso de esos pensamientos, incapaz de imaginar cómo podría enfrentar el mundo después de haber cruzado esa línea invisible que tanto temía.
Thomas se abrazó a sí mismo, sus manos tensas y su cuerpo rígido, tratando de contener la tormenta interna que lo consumía. No solo por el miedo y la confusión que se mezclaban con una frustración amarga que lo desgarraba, sino por la desoladora tristeza de enfrentar su realidad, donde algo tan puro y humano como un beso, tuviera que ser tan doloroso...
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Amigos, ❤️ No saben lo difícil que fue escribir este capítulo, y todas las horas que me tomó terminarlo. Fue algo frustrante y desafiante, pero amé el resultado, espero que les haya gustado ❤️
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