Capítulo 19
En las profundidades del subsuelo, la gran puerta metálica se abrió con un chirrido que rasgó el silencio como uñas sobre un cristal, revelando un escenario que Thomas jamás habría imaginado encontrar en los oscuros confines de Valcartier.
Un sótano, vasto y mal iluminado, había sido transformado en un ring de boxeo improvisado, rodeado por un círculo apretado de soldados que gritaban con entusiasmo al compás de los golpes. La luz tenue apenas lograba atravesar la espesa nube de humo de cigarrillos que flotaba sobre sus cabezas, dando al lugar un aire viciado, casi irreal. El olor a alcohol impregnaba el ambiente, mezclándose con el sudor, el metal oxidado, y un olor picante que Thomas identificó, con una punzada de nerviosismo, como posible marihuana.
Thomas parpadeó, intentando asimilar lo que estaba viendo. No podía creer que un lugar como ese existiera tan cerca del mundo ordenado y disciplinado del campamento. Cada rincón de aquel sótano parecía rezumar una energía cruda y peligrosa, un escape temporal de las reglas estrictas que gobernaban sus vidas diarias. Estaba impresionado, casi abrumado por la intensidad del momento, incapaz de apartar la mirada del ring, donde dos figuras se movían con precisión letal, intercambiando golpes bajo los gritos ensordecedores de la multitud.
Mientras Thomas se sentía fuera de lugar, como un espectador accidental en una escena de la que no sabía cómo había llegado a formar parte, Simon, a su lado, tenía una reacción completamente diferente. Los ojos de Simon brillaban con una fascinación que Thomas no había visto antes. Había algo en la violencia del ring que resonaba en Simon de manera profunda, una conexión con un pasado que Thomas solo conocía en fragmentos. Simon, que había llegado al campamento con un historial de peleas callejeras, parecía encontrar en ese lugar una especie de hogar, una familiaridad que lo hacía destacar entre la multitud.
Simon, sin decir una palabra, comenzó a abrirse paso entre la multitud hacia el ring, atraído por la violencia que emanaba del combate como si fuera un imán. Thomas lo siguió a regañadientes, sintiendo que cada paso lo llevaba más y más lejos de su zona de confort. Mientras Simon avanzaba con determinación, sus ojos fijos en la pelea, Thomas no podía evitar sentirse temeroso, como si algo oscuro y peligroso lo estuviera envolviendo.
Al llegar al borde del ring, Thomas se dio cuenta de la brutalidad de lo que estaba viendo. Los dos combatientes en el centro del ring no llevaban ninguna protección, ni siquiera guantes. Sus puños desnudos se estrellaban uno contra el otro con una fuerza que hacía salpicar la sangre en todas direcciones.
El sonido de los golpes y la carne siendo castigada, llenaba el aire, mezclándose con los gritos de la multitud. Las heridas abiertas en sus rostros y cuerpos parecían intensificar la furia del combate, y el frenesí de los espectadores crecía con cada golpe, como si se alimentaran de la violencia que presenciaban.
Thomas, que había estado observando con una mezcla de nerviosismo y temor creciente, apenas se dio cuenta de lo aterrorizado que estaba hasta que la pelea terminó abruptamente. Uno de los combatientes cayó al suelo, incapaz de levantarse, mientras los gritos de la multitud se transformaban en un rugido ensordecedor de vítores y exclamaciones eufóricas. El aire del sótano vibraba con la energía descontrolada de los soldados, aún embriagados por la adrenalina del combate. El lugar, ya de por sí estrecho y sofocante, se llenó de empujones, risas y el ajetreo de cuerpos que se movían sin rumbo fijo.
Soldados pasaban a su lado, algunos recogiendo con rapidez sus ganancias, otros ya inmersos en discusiones acaloradas, mientras nuevos apostadores se apresuraban a preparar sus apuestas para la siguiente pelea. El sonido de vasos chocando, de voces sobreponiéndose unas a otras, y el olor a sudor y alcohol creaban una atmósfera asfixiante y caótica.
Thomas, desorientado por la confusión reinante, sintió que algo andaba mal. Giró la cabeza bruscamente en busca de Simon, pero la multitud desordenada lo rodeaba, impidiéndole ver más allá de unos metros. Su corazón comenzó a acelerarse cuando se dio cuenta de que su amigo ya no estaba a su lado. En medio del bullicio, con la música alta y las voces retumbando en sus oídos, cada rostro que intentaba enfocar se desvanecía en la marea de soldados que se movían como un torrente imparable.
Un súbito golpe de pánico lo recorrió. Moviéndose con desespero, Thomas trató de abrirse paso entre la muchedumbre, empujando cuerpos, tropezando con botas y mesas mientras el murmullo colectivo de risas y gritos lo ensordecía. Las luces parpadeaban, arrojando sombras vacilantes sobre las paredes húmedas del sótano, y cada paso que daba parecía sumergirlo más en ese mar de caos, alejándolo aún más de Simon.
Se detuvo un momento junto a las cuerdas del ring, sus ojos recorriendo desesperadamente la multitud en busca de Simon, pero todo lo que veía eran rostros desconocidos, todos deformados por la euforia del momento. Su corazón palpitaba con fuerza, y el sudor le corría por la espalda, pegándole la ropa al cuerpo. De pronto, al dar un paso más, sintió una mano pesada en su hombro.
Thomas se giró bruscamente, alzando la vista por puro reflejo, y se encontró cara a cara con Gustaf Koch, el imponente anfitrión del evento. Tenía los ojos vidriosos, una sonrisa torcida y mantenía el andar tambaleante de quien ha disfrutado de la hospitalidad de su propio evento, lo saludó con una efusividad que a Thomas le pareció exagerada.
—¡Thomas, hombre, qué bueno verte aquí! —exclamó, tendiéndole un vaso lleno de algún licor oscuro. Thomas, más por reflejo de cortesía que por deseo, aceptó el trago, sosteniéndolo sin beber—. ¿Te la estás pasando bien?
Thomas apenas tuvo tiempo de asentir cuando Gustaf, con un brazo pesado sobre sus hombros, lo rodeó cómo si fuesen viejos amigos.
—¿Qué te parece el lugar? —preguntó, su voz ronca y burlona e impregnada de un intenso olor a licor—. No es el típico entrenamiento del campamento, ¿eh?
—Es... interesante —respondió Thomas, su voz sonando más apagada de lo que pretendía.
Gustaf, sin notar su incomodidad o quizás sin importarle, se inclinó hacia él, en un intento de confidencialidad que, a través de la bruma de la embriaguez, carecía de sutileza.
—Vamos, te presentaré a los demás. No eres nadie aquí hasta que conoces a la verdadera élite.
Sin darle tiempo a objetar, Gustaf lo tomó por el brazo y lo condujo a través de la multitud hacia una zona más apartada del sótano. Thomas lo siguió casi arrastrado, cada paso llenándolo de una ansiedad que intentaba disimular. Mientras avanzaban, pudo ver cómo las miradas de algunos de los soldados se clavaban en él, evaluándolo con una mezcla de curiosidad y desdén. Gustaf, ajeno a todo, seguía adelante, empujándolo hacia lo que parecía ser un área reservada, más exclusiva.
—Realmente, Gustaf, preferiría no... —comenzó Thomas, intentando zafarse, pero las palabras cayeron en oídos sordos. Gustaf, con la determinación borrosa de alguien que ha bebido demasiado, lo ignoró por completo y lo arrastró con él hacia el grupo.
Finalmente llegaron a una zona apartada, donde unos sofás y mesas bajas formaban un círculo semi-privado. La atmósfera ahí era más tranquila, pero no menos cargada de tensión. Gustaf hizo un gesto grandilocuente con la mano, como si estuviera presentando un escenario importante.
—Aquí es donde se toman las decisiones que importan —dijo con una risa entre dientes, antes de inclinarse hacia Thomas—. Y donde se forjan las mejores amistades.
Sin embargo, las palabras de Gustaf apenas penetraban la mente de Thomas. Su atención había sido capturada por algo mucho más desconcertante. Al otro lado de la sala, en uno de los sofás rodeado de humo y murmullos, una figura familiar se destacaba entre el bullicio. Allí, en medio de todo, estaba él: Stefan.
El corazón de Thomas dio un vuelco al verlo. Stefan estaba sentado de manera relajada, como si dominara todo a su alrededor. Sus piernas estaban extendidas, y su camisa de botones, abierta, dejaba ver el contorno de sus músculos marcados. Un rastro de sangre seca asomaba en la comisura de su ceja y sus nudillos, enrojecidos y tensos alrededor de una botella de licor, indicaban que había participado en una de las peleas. Fue entonces cuando Thomas también notó una sombra oscura que revelaba un moretón reciente, pero en su postura no había rastro de dolor, solo una calma peligrosa, como si las peleas fueran algo cotidiano para él.
—Aquí está, ¡el hombre con el corazón más grande del campamento! —anunció Gustaf, alzando la voz, como si estuviera presentando un trofeo.
Thomas sintió cómo la sangre se le congelaba en las venas al escuchar esas palabras. Gustaf, con un gesto casi teatral, lo empujó hacia adelante, atrayendo la atención de los soldados alrededor del sofá. En ese preciso momento, Stefan, que hasta entonces había estado absorto en su propio mundo, levantó la cabeza lentamente al oír el anuncio. Sus ojos, hasta entonces entrecerrados por la distracción, se enfocaron en Thomas, y durante un segundo que pareció eterno, el desconcierto cruzó su rostro.
La expresión de Stefan cambió, pasando de la sorpresa a algo más insondable. Sus ojos grises lo examinaron con una mezcla de incredulidad y dureza, como si no pudiera entender por qué Thomas estaba allí, en ese lugar al que no pertenecía. Thomas intentó hablar, moverse, hacer algo, pero estaba inmovilizado, como si la simple presencia de Stefan lo hubiese clavado al suelo.
El resto del grupo también lo observaba con curiosidad, evaluándolo como si estuvieran juzgando si realmente merecía estar allí. Uno de ellos, un soldado con cicatrices que surcaban su rostro y un aire de autoridad, se inclinó hacia adelante, exhalando lentamente el humo de un cigarrillo y rompió el silencio incómodo que había caído en el ambiente.
—¿Sabes pelear, muchacho? —preguntó, su tono casual pero con una insinuación de desafío que hizo que Thomas se tensara.
Thomas tragó saliva, sintiéndose fuera de lugar bajo la mirada penetrante de aquellos soldados, especialmente la de Stefan, cuyos ojos no lo habían abandonado ni un segundo. La pregunta lo tomó por sorpresa, y por un instante, el calor de la atención concentrada sobre él se volvió insoportable. Aun así, intentó mantener la compostura, aunque sabía que su respuesta no iba a impresionar a nadie.
—No mucho —admitió, sintiendo cómo la inseguridad se colaba en su voz.
Un murmullo recorrió el grupo, con algunos de los presentes intercambiando miradas cómplices, como si ya lo hubieran descartado. Pero antes de que el silencio pudiera devorarlo por completo, fue Stefan quien rompió la tensión, su voz cortante, cargada de una ironía que hizo que el corazón de Thomas diera un vuelco.
—Venga, seguro que sabes algo —comentó Stefan, con un brillo en los ojos que mezclaba desafío y algo más, algo que parecía esconderse tras su mirada impenetrable.
De inmediato, la mente de Thomas lo transportó a un recuerdo que parecía ahora más vívido que nunca: aquel día en el taller de mantenimiento... había sido durante ese periodo donde la tensión entre ambos inició de alguna manera, y donde también, Stefan, sin previo aviso, decidió enseñarle a pelear.
"Necesitas saber defenderte en un lugar como este," le había dicho, con la misma frialdad calculada que usaba para mantener a todos a raya. Pero Thomas recordaba cómo, detrás de esa dureza, había vislumbrado destellos de algo más: una conexión que, aunque inexplorada en ese momento, comenzaba a formarse entre ellos.
—Cambia esa cara, Thomas —exclamó Gustaf con una risa arrastrada, ajeno a la tensión que se había apoderado del momento. Con un tambaleo que mostraba los efectos de la bebida, rodeó a Thomas con un brazo, apoyándose en él mientras reía cerca de su oído—. ¡Estamos aquí para celebrar!
Stefan cruzó los brazos con una aparente tranquilidad, pero Thomas notó cómo este apretaba los dientes. Aunque su rostro seguía imperturbable, sus ojos delataban una mezcla de desconcierto y rabia contenida. La tensión en el aire se intensificó de inmediato, y Thomas sintió cómo su corazón se aceleraba, invadido por una sensación de incomodidad y desorientación.
Gustaf, en su entusiasmo, casi tropezó con Thomas al dar un paso en falso, sujetándose aún más sobre su hombro para no caer. El movimiento fue tan torpe que provocó que Thomas se sujetara también de él liberalmente. Desde su posición, Stefan observaba la escena en silencio, sus ojos fríos clavados en el brazo de Gustaf sobre los hombros de Thomas.
—Deberías dejar de beber tanto —murmuró Thomas, aún recuperándose del tropiezo. Intentó arrebatarle la botella a Gustaf, pero este la apartó con un gesto descuidado, riendo descontroladamente.
—¡No! —exclamó Gustaf, lanzando una carcajada ruidosa, con una sonrisa burlona en el rostro.
Stefan, se inclinó hacia adelante desde el sillón, apoyando los codos sobre las rodillas, y los observó con una mirada inquisitiva. Su voz, firme y cortante, irrumpió en el aire:
—¿Cómo se conocieron?
Gustaf, aún riendo, balanceó su botella antes de responder. —Oh, este buen hombre me cedió su llamada ayer. Un verdadero samaritano, ¿eh? —exclamó, encontrando gracia en su propia exageración.
Stefan frunció el ceño, por la respuesta de Gustaf y regresó a su posición relajada asintiendo lentamente. —Interesante... —dijo con un tono que parecía neutral, pero había una dureza apenas oculta en sus palabras, algo que a Thomas le resultó imposible descifrar del todo—. Cualquiera que ayude a mis compañeros, es alguien que merece mi atención.
Por un momento, el silencio entre ellos se hizo casi insoportable, cargado de una tensión que parecía impregnar el aire. De repente, Stefan esbozó una ligera sonrisa, apenas perceptible, y con un simple gesto de la cabeza lo invitó a sentarse a su lado. Thomas titubeó. Era consciente de las miradas que lo seguían, de la atención que cada uno de sus movimientos atraía, pero la atracción hacia Stefan era una fuerza que lo arrastraba, imposible de resistir. Sin pensarlo demasiado, se dejó llevar, sintiendo cómo esa energía incontrolable lo empujaba hacia él.
Cuando finalmente se dejó caer en el sofá a su lado, el ruido del mundo exterior pareció desvanecerse, dejando solo una atmósfera cargada de tensión, de una intimidad ineludible. La luz tenue proyectaba sombras en los rostros de los presentes, pero lo único que Thomas podía sentir era el calor que irradiaba de Stefan.
Stefan lo miró de reojo por un segundo, y luego, sin previo aviso, se inclinó un poco más cerca, sus ojos grises recorriendo el rostro de Thomas con una intensidad que lo hizo estremecer. Thomas intentó desviar la mirada, pero Stefan lo sostuvo con la suya, sin dejarlo escapar.
—¿Qué te pasó en la cara? —preguntó Stefan en voz baja, su tono suave pero firme, como si la respuesta fuera más importante de lo que dejaba entrever.
El corazón de Thomas comenzó a latir más rápido. No podía contarle la verdad, no quería admitir que había sido derribado en uno de los combates cuerpo a cuerpo, que su torpeza lo había traicionado de nuevo. Así que, tragando saliva, se obligó a mentir.
—Me... me caí durante los entrenamientos —respondió, con un tono que intentó hacer sonar convincente.
Stefan lo miró en silencio durante unos segundos que parecieron interminables. Finalmente, asintió lentamente, pero algo en su mirada revelaba que no estaba del todo convencido. Aun así, no presionó más. Desvió la mirada hacia el frente, ignorando a Thomas por completo como si la conversación nunca hubiera ocurrido.
Thomas se quedó allí, inmóvil, sintiendo el peso de las palabras no dichas y las miradas que no se encontraban. El espacio entre ambos, aunque físico, seguía impregnado de aquella intimidad innegable, esa conexión que solo ellos conocían y que ni el bullicio que los rodeaba podía romper.
Alguien soltó una broma, y las risas estallaron en el grupo, incluida la de Stefan, cuya sonrisa pareció iluminar brevemente el ambiente cargado. Stefan se inclinó hacia adelante, disfrutando del momento, y al regresar a su posición inicial, su brazo se deslizó con naturalidad sobre el respaldo del sofá, rozando apenas el hombro de Thomas. A ojos de los demás, el gesto no tenía mayor relevancia, un simple acto casual, pero para Thomas, fue como un choque eléctrico que recorrió todo su cuerpo. Cada fibra de su ser reaccionó ante el leve contacto, como si su cuerpo estuviera a punto de explotar bajo la presión de esa cercanía que lo abrumaba.
Alguien en el grupo, con una sonrisa maliciosa, lanzó una petición:
—Stefan, cuéntanos la historia. Ya sabes cuál.
Las risas se detuvieron de golpe, y de inmediato, todas las miradas se volvieron hacia él, esperando expectantes. Stefan se inclinó hacia adelante, con la misma calma que lo caracterizaba, y tras un breve silencio cargado de intención, empezó a hablar, relatando algo que al parecer todos en ese grupo conocían. Mientras las palabras de Stefan fluían con naturalidad, Thomas no podía dejar de observarlo de reojo. El pecho de Stefan, parcialmente expuesto por la camisa desabotonada, subía y bajaba con cada respiración, acompasado y firme, resonando con la inquietud que se agitaba en el interior de Thomas.
Cada vez que Stefan hacía una pausa en su historia, Thomas sentía cómo el aire cambiaba, más difícil de respirar. Cada pequeño gesto de Stefan, su manera de hablar, su forma relajada de dominar la atención de todos, amplificaba la presencia que ya lo envolvía. Thomas sabía que debía apartar la mirada, debía controlarse, pero estaba atrapado. Cuanto más intentaba resistir, más fuerte era la marea de sentimientos que lo arrastraba, haciéndolo sentir cada vez más expuesto y vulnerable.
Thomas parpadeó, intentando sacudirse del trance. Se enderezó ligeramente, en un intento por recuperar la compostura. Decidió que ya era momento de encontrar a Simon y recorrió el lugar con la mirada cuando de la nada, el ambiente en la habitación cambió de golpe. El peleador que había estado en el ring apareció en el círculo, aún con las marcas de la pelea en su rostro.
—¡Ese último golpe fue brutal! —le decía alguien, entre risas.
El luchador, con el rostro magullado y el labio partido, sonreía con una mezcla de orgullo y satisfacción. Los soldados lo recibieron con aplausos y palmadas en la espalda, sus voces llenas de reconocimiento por su esfuerzo.
—¿Qué te parece, Stefan? Te dije que era muy bueno en el ring —dijo uno de los presentes, buscando la mirada del líder.
Todos asintieron y rieron. Sin embargo, a pesar de la algarabía, Thomas pronto se dio cuenta de que aquello no era más que un preludio. Las felicitaciones no eran lo importante. Lo que realmente esperaban, en silencio y con expectación, era la reacción de Stefan. Su aprobación era la que contaba. Su juicio decidiría si el luchador era digno de pertenecer a ese círculo cerrado, esa élite que se reunía en la oscuridad de aquel sótano.
Thomas, aún más inquieto, se atrevió a observar una vez más a Stefan. Lo vio erguirse ligeramente en su asiento, su postura relajada pero cargada de una autoridad silenciosa. Los ojos de Stefan se clavaron en el peleador, evaluándolo con una mirada que era tanto inquisidora como cruel, como si pudiera ver a través de las heridas y del sudor, juzgando no solo su capacidad de lucha, sino su valor como persona.
El silencio se hizo más denso, la expectación palpable en el aire. Todos esperaban, contenían la respiración, como si de un gesto de Stefan dependiera el destino del luchador. Entonces, sin mediar palabra, Stefan hizo un simple asentimiento con la cabeza, una seña casi imperceptible pero cargada de significado. El peleador, aliviado, dejó escapar una exhalación temblorosa y se dirigió hacia un asiento libre, habiendo pasado la prueba a ojos de Stefan.
Thomas observaba cada movimiento, cada gesto, asombrado por la influencia que Stefan ejercía sobre todos. Esa autoridad, esa capacidad para decidir el destino de otros con un simple movimiento, lo fascinaba y asustaba al mismo tiempo. Estar allí, ser testigo de ese poder, solo servía para aumentar la atracción que sentía hacia él, una atracción que se mezclaba con miedo, deseo y una creciente sensación de que se estaba adentrando en un mundo del que no podría escapar fácilmente.
Stefan se inclinó hacia la mesa, agarrando una botella de licor con una mano firme. Con un gesto decidido, la levantó en el aire, capturando la atención de todos los presentes.
—Por el vencedor —dijo, su voz resonando en el sótano mientras sus ojos se posaban brevemente en el peleador. El brindis fue recibido con entusiasmo, los hombres alzando sus botellas y vasos al unísono antes de beber largos tragos. Las risas y las voces se elevaron, llenando el espacio con un aire de camaradería ruda.
Thomas, sin embargo, se mantuvo quieto, con el vaso que Gustaf le había entregado aún en la mano, pero aún sin llevársela a los labios. Gustaf, con una sonrisa borracha y un brillo en los ojos que delataba su ebriedad, se acercó a Thomas, acercándole una botella.
—Vamos, Thomas, no seas tímido —dijo Gustaf, dándole un ligero empujón en el hombro—. ¡Bebe, es un brindis por un guerrero!
Thomas negó con la cabeza, intentando mantener su resolución, pero Gustaf no estaba dispuesto a aceptar un no por respuesta. Los ojos de todos los presentes se clavaron en él, expectantes, y Thomas sintió cómo la presión aumentaba. Con la respiración agitada y las miradas pesándole encima, finalmente cedió. Thomas tomó la botella con cierta reticencia y, bajo la mirada expectante de sus compañeros, inclinó su cabeza hacia atrás, dejando que el líquido ardiente fluyera libremente por su garganta, quemándole. Las voces alrededor se elevaban en un coro de aprobación, empujándolo a seguir bebiendo.
Después de unos segundos que parecieron eternos, Thomas bajó la botella, tosiendo un poco mientras el whisky ardía en su esófago y calentaba su estómago. La sala giró ligeramente a su alrededor, y se dio cuenta de que el licor era más fuerte de lo que había pensado, inundando su sistema demasiado rápido. No acostumbrado a tales efectos, su cabeza comenzó a girar y el mundo pareció balancearse peligrosamente bajo sus pies mientras se aferraba al brazo del sofá, buscando algo de estabilidad en medio de la creciente confusión que lo envolvía.
Intentando enfocarse, Thomas giró la cabeza para buscar a Stefan, buscando en él algún tipo de ancla en medio del caos. Pero cuando finalmente logró enfocar su mirada, Stefan ya no estaba a su lado. El espacio vacío a su derecha parecía amplificar su desconcierto. Alarmado, recorrió el sótano con la mirada, hasta que finalmente lo vio: Stefan se estaba alejando, su espalda ancha y firme perdiéndose entre la multitud de soldados que llenaban el lugar.
La celebración continuó con renovado fervor, y las conversaciones giraron rápidamente hacia el siguiente gran evento de la noche: Henry Bauer, el próximo peleador, se convertiría en el centro de atención. Las voces se alzaban con entusiasmo, discutiendo las habilidades de Henry, apostando por su victoria, pero Thomas apenas escuchaba. Con la ausencia de Stefan, la niebla que había nublado su mente comenzó a despejarse, dejándolo solo con una creciente sensación de incomodidad y desorientación.
Sintiendo un impulso repentino, Thomas se levantó de un salto, decidido a encontrar a Simon. Necesitaba una salida, una forma de recuperar el control sobre la situación en la que se había metido. Se movió entre la multitud, sin embargo, el caos del lugar solo parecía aumentar. Los soldados, entusiasmados por la próxima pelea, comenzaban a aglomerarse alrededor del ring, empujando y moviéndose en todas direcciones. La atmósfera se volvió densa y opresiva, como si el sótano se estuviera encogiendo con cada segundo que pasaba.
En medio de su mareo, su vista se volvió borrosa, y Thomas no advirtió la pierna extendida ni al soldado que se cruzaba en su camino. Tropezó con torpeza, y su inestable figura chocó de lleno contra el otro militar, vertiendo su bebida sobre el uniforme de este último.
—¡Hey, mira lo que has hecho! —rugió el soldado, con los ojos inflamados de ira. A pesar del caos de la música y las voces elevadas, la confrontación pasó desapercibida para la mayoría, pero la amenaza en su voz era inconfundible para Thomas.
—¡Lo pagarás caro! —amenazó, agarrando a Thomas por el brazo y sacudiéndolo con una fuerza que hizo que el miedo se apoderara de su cuerpo. Aterrado y desorientado, Thomas intentó articular una disculpa, pero solo logró balbucear incoherencias. Antes de que pudiera recuperarse, el soldado lo empujó hacia la multitud, haciéndolo tropezar sobre sus propios pies.
Cuando finalmente logró enderezarse, notó que un tercer soldado había intervenido. Era Stefan, quien se había colocado entre ellos con una tranquilidad que contrastaba con el tumulto a su alrededor. Sin decir una palabra, Stefan sujetó al agresor por el cuello de su uniforme, y aunque su gesto no era violento, emanaba una autoridad tan indiscutible que hizo que el soldado se congelara en su lugar.
—Vete —ordenó Stefan con voz baja, pero cargada de una amenaza implícita que no admitía discusión. El otro soldado, visiblemente molesto, pero consciente del peligro, captó la gravedad en el tono de Stefan y se retiró murmurando maldiciones entre dientes.
Stefan entonces se giró hacia Thomas, sus ojos fríos como el acero, y lo tomó del hombro, no con brusquedad, pero con la firmeza suficiente para dejar claro que no aceptaría resistencia. La mano de Stefan sobre su hombro era como un ancla en medio del caos, y Thomas, aún aturdido, sintió una mezcla de alivio y temor ante el contacto.
—¿A dónde vamos? —balbuceó Thomas, todavía tratando de asimilar los rápidos acontecimientos.
Stefan no respondió de inmediato, simplemente insistió con un apremiante, —Sigue caminando.
Sin más opción, Thomas se dejó guiar a través de la multitud, su corazón latiendo con fuerza bajo la presión de la mano de Stefan. Sentía el calor del contacto como una corriente que recorría su cuerpo, y aunque una parte de él quería liberarse para entender qué estaba sucediendo, otra parte deseaba prolongar ese contacto tanto como fuera posible.
Juntos, atravesaron la puerta de entrada y se adentraron en el oscuro y frío corredor que los conducía al exterior del sótano. Con cada paso que daban, el bullicio de la celebración se desvanecía, dejando atrás el calor sofocante y los gritos eufóricos. La noche se cernía sobre ellos, con la luz azulada de la luna bañando el pasillo en un resplandor gélido y silencioso.
Thomas apenas podía procesar lo que estaba ocurriendo. Sabía que entre él y Stefan había algo, una atracción inexplicable que lo arrastraba a lugares que nunca imaginó. Pero a medida que el aire frío de la noche lo envolvía, un temor profundo comenzó a instalarse en su pecho. No comprendía del todo hacia dónde lo conducía todo esto, ni qué podía ocurrir ahora que estaban solos en medio de la penumbra. Sin embargo, era dolorosamente consciente de que el abismo al que había mirado fijamente lo esperaba con los brazos abiertos, y que él ya había dado el primer paso hacia lo inevitable.
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Amé escribir este capítulo ✨ espero les haya gustado 🥹🤍 Si tienen dudas sobre la historia pueden preguntar aquí ✍️💕
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