Capítulo 13





El escenario estaba en sombras, apenas roto por un tenue haz de luz que caía sobre el protagonista: un hombre joven de pie en medio de una noche que parecía interminable. A su alrededor, figuras etéreas emergían y se desvanecían, como fragmentos de sueños que, aunque intentaba comprender, siempre escapaban a su control. La obra, El paso de la niebla, relataba la historia de este hombre atrapado en una especie de laberinto onírico, donde cada puerta que abría lo conducía a nuevas ilusiones, y cada paso que daba lo llevaba más lejos de su propia paz.

En la escena que Thomas recordaba, el protagonista buscaba una salida, enfrentándose a imágenes distorsionadas que emergían de los rincones más oscuros de su mente: escenas del pasado, temores inconfesables, rostros familiares que surgían de la penumbra, tan vívidos como inescrutables. En su expresión se mezclaban el agotamiento y la determinación, como si llevara días atrapado en ese limbo de sombras, incapaz de cerrar los ojos y hallar un resquicio de calma.

Thomas se identificaba con esa escena más de lo que deseaba admitir. Desde hacía días, sus noches se habían vuelto un campo de batalla, poblado por imágenes fragmentadas que se repetían sin descanso en su mente. Pasaba las horas con el pecho oprimido, despertando de tanto en tanto con el mismo temor inexplicable, una punzada que evocaba aquellos sueños pasados. Aunque las visiones concretas ya no volvían, la inquietud permanecía, como una sombra obstinada que se negaba a disiparse con el amanecer.

—Te ves... fatal —observó Marcus desde su litera, cruzando los brazos mientras lo miraba de arriba abajo con una expresión de diversión mal disimulada.

Thomas suspiró, sin ánimo de responder con ironía. —No he podido dormir. He estado teniendo pesadillas.

—¿Pesadillas con el coronel? —se mofó Marcus, entre risas y miradas cómplices con algunos de los otros.

Thomas sintió el impulso de esbozar una sonrisa amarga, pero se contuvo. "Peor", pensó, sin poder admitir la verdad. Sus pesadillas eran sobre Stefan Weiss, aunque él mismo no lograba comprender del todo por qué. La sola idea de ese sueño tan intenso le producía una incomodidad profunda, un nudo en el pecho que no estaba dispuesto a compartir con nadie.

Alexander, que estaba en el catre junto al lado, ladeó la cabeza, su rostro iluminado por esa expresión de interés curioso y oportunista de siempre. Había estado escuchando toda la conversación, como siempre hacía cuando algo de valor para cotillear pasaba en el barracón.

—Debe ser terrible tener pesadillas sobre alguien que ni siquiera sabes si puedes enfrentar —comentó Alexander en voz alta, lanzando la frase al aire como si fuera casual, pero asegurándose de que todos pudieran oír.

El murmullo en el barracón creció en volumen, y Thomas sintió cómo las miradas de algunos de sus compañeros se volvían hacia él. Antes de que pudiera responder, Peter aprovechó la oportunidad para acercarse con una expresión burlona y maliciosa, sus ojos brillando con una especie de satisfacción cruel.

—¿Qué pasa, Leblanc? —le susurró, en un tono venenoso, acercándose demasiado—. ¿Acaso necesitas a alguien que te proteja de tus propios sueños?

Thomas sintió un nudo formarse en su pecho. Estaba demasiado cansado para soportar las provocaciones, y la presión de todas esas miradas solo incrementaba su frustración. Pero antes de que pudiera decir algo, Simon dio un paso al frente, colocándose entre él y Peter, con una expresión firme.

—Venga, Peter —dijo Simon, su tono directo y autoritario—. ¿No tienes otra cosa mejor que hacer?

Peter se echó hacia atrás, levantando las manos en un gesto de fingida inocencia, esbozando una sonrisa tensa, casi burlona, que no disimulaba del todo su incomodidad.

Thomas lanzó una mirada fugaz a Simón, agradeciéndole en silencio. A diferencia de él, Simón sabía cómo defenderse, y eso lo sabían todos en el barracón. Al principio, algunos lo habían subestimado, pero las cosas cambiaron rápido. Era imposible ignorar el rumor de que Simón había acabado en Valcartier por peleas callejeras, o el modo en que superaba cada entrenamiento con una resistencia que parecía casi natural. Incluso Thomas había notado las miradas que otros le lanzaban, ese miedo camuflado detrás de prejuicios. Era como si el tono oscuro de su piel añadiera algo que los demás veían además de fuerza, como peligro.

—No les hagas caso —murmuró Raymond de pronto, sin siquiera levantar la voz. Su tono era bajo, casi desapasionado, como si estuviera constatando un hecho obvio—. Algunos solo buscan problemas porque no saben hacer otra cosa.

Thomas asintió en silencio, esforzándose por recuperar la calma. Aunque el cansancio aún pesaba en su cuerpo, la presencia de Raymond y Simón le proporcionaba un extraño alivio en medio del caos. Era inesperado, pensaba Thomas, cómo en un lugar tan implacable esos dos reclutas se habían convertido en algo parecido a un apoyo firme. Sin necesidad de palabras, sabía que con ellos encontraba un respiro, una fracción de normalidad en medio de la severidad del campamento.

Sin embargo, a veces esos momentos de alivio no eran suficientes. La convivencia en Valcartier era cualquier cosa menos sencilla. Peter podía ser una molestia, pero había figuras mucho más intimidantes en el barracón, como Jair Lázár, cuya presencia servía de recordatorio constante de la crueldad que impregnaba su entorno. Jair tenía sus propias maneras de hacer sentir su hostilidad: bromas pesadas como esconder las botas de Thomas antes de la formación matutina o mojar sus sábanas en las noches heladas, obligándolo a soportar el frío y la humedad mientras intentaba descansar.

A pesar del agotamiento y de la irritación que estas bromas le provocaban, Thomas había aprendido a soportarlo del mismo modo en que se aprende a soportar un dolor constante: resignándose. No había espacio para quejas ni enfrentamientos, eso solo empeoraría las cosas. Aceptarlo era la única forma de sobrevivir.

El grupo de soldados avanzaba hacia el comedor, sus pasos arrastrándose sobre la grava como un eco de la rutina implacable de Valcartier. Thomas los siguió, atrapado en una especie de niebla mental que lo hacía avanzar sin pensar demasiado. Tal vez era el cansancio acumulado o la tensión persistente que le había dejado aquel sueño de la noche anterior, pero sentía su mente distante, como si flotara entre el agotamiento y una calma engañosa. Sus movimientos eran casi automáticos, mecánicos.  Podía oler el aroma pesado de la comida antes de llegar al edificio: sopa espesa, pan, carne dura. No era agradable, pero era familiar.

Esa calma frágil comenzó a desmoronarse en el instante en que cruzó la puerta del comedor. Allí, al fondo, lo vio: Stefan. Sentado con su grupo, irradiaba una autoridad relajada que parecía llenar el espacio sin esfuerzo. Su postura era segura, su rostro tranquilo mientras conversaba con los suyos, proyectando esa superioridad natural que hacía que todo a su alrededor pareciera inclinarse hacia él.

Thomas sintió una punzada en el estómago, un calor incómodo que le subía hasta las mejillas. Por un segundo, casi quiso detenerse, girar sobre sus talones y marcharse, pero sus compañeros lo empujaban hacia adelante, sin darle oportunidad de escapar.

Sus ojos lo traicionaron, buscando a Stefan sin poder evitarlo, y una oleada de rabia y confusión lo atravesó. No lo había vuelto a ver desde aquella noche en el taller, por casualidad, sus horarios en el comedor no habían coincidido, y Thomas había asumido, o tal vez esperado, que las cosas seguirían así. Pero verlo ahora, tan tranquilo y despreocupado, después de haberlo humillado y apartado con tanta frialdad, era exasperante. Y como si no fuese suficiente, el sueño de la noche anterior seguía rondando su cabeza, inyectándole una inquietud que no lograba sacudirse. Era absurdo, se dijo, y deseó, con una frustración que le ardía en el pecho, que un rayo cayera del cielo y lo fulminara de una vez, dejándolo en paz.

Pero el odio no era suficiente para ahogar esa otra sensación incómoda que le hervía en el pecho. Sabía que el problema era mucho más complicado que simplemente odiarlo, pero no estaba dispuesto a desentrañarlo. Era mejor mantenerlo así, como un nudo de emociones confusas, antes que admitir que algo en él quería seguir mirando.

—¿Qué habrá para el almuerzo? —dijo Jensen, sacándolo bruscamente de sus pensamientos.

—Pastel de carne, tal vez —se burló Jair al fondo, con una sonrisa maliciosa que hizo recordar a los demás la pelea de Jensen por un trozo de pastel.

—O algo tan rancio que podría caminar hasta el plato por sí solo —bromeó Theodor, provocando algunas risas apagadas.

Thomas intentó reírse también, pero su mirada se desvió inevitablemente hacia el fondo del comedor. Stefan estaba allí, y aunque intentaba convencerse de que no le importaba, sabía que era mentira.

Se dejó caer en su asiento junto a sus compañeros, decidido a apartar cualquier pensamiento que tuviera que ver con él. Pero la incomodidad persistía, un peso en el pecho que no lograba sacudir. Tomó su plato y empezó a comer, masticando lentamente, pese a que la comida se le hacía pastosa en la boca, difícil de tragar.

A su alrededor, sus compañeros charlaban y bromeaban sobre el entrenamiento, pero Thomas apenas los escuchaba. Todo se sentía extraño, como si el mundo a su alrededor continuara mientras él permanecía atrapado en un lugar diferente, desfasado.

Thomas apretó el tenedor con fuerza de la necesaria, obligándose a mirar su plato y no dejar que sus ojos se desviaran. Parecía un acto de resistencia silenciosa: mantenerse firme, no ceder, como si al hacerlo lograra reducir el poder que Stefan parecía tener sobre él. Y, sin embargo, era inevitable. Cada tanto, su mirada caía en los detalles —las botas militares de Stefan, el tono despreocupado en sus movimientos—, y sentía cómo un nudo de resentimiento y frustración se le asentaba en el estómago.

Thomas apenas notó que sus manos habían dejado de moverse y que su plato permanecía intacto. Fue solo cuando Stefan se levantó de su asiento, hablando con tranquilidad con su grupo, que algo dentro de él se tensó. Al ver que se disponían a marcharse, Thomas sintió un peso extraño en el estómago, una mezcla de alivio y un incomprensible vacío que no quería admitir. Debería dejarlo ir, simplemente ignorarlo y concentrarse en terminar su comida. Era lo lógico, lo sensato.

Sin embargo, la calma que esperaba no llegaba, y se quedó mirando su plato, removiendo la comida sin demasiado interés. ¿Por qué seguía atrapado en lo que había pasado? Debería odiar a Stefan, despreciarlo por la humillación, por la manera en que había dejado claro que no lo quería cerca. Y aun así, ahí estaba, ocupando un espacio en su cabeza que se negaba a desvanecerse.

Cuando Stefan y su grupo cruzaron la puerta del comedor, algo en Thomas se encendió. Se levantó de su asiento de forma repentina, antes de que pudiera detenerse a pensar en lo que hacía. No había lógica en sus pasos, solo un arrebato que lo arrastraba hacia una dirección que no podía ignorar. No lo impulsaba la frustración que sentía, ni siquiera la rabia, era una necesidad inexplicable de enfrentar aquello que lo carcomía desde dentro.

"Tal vez, al verlo fuera del comedor, entendería lo que lo hacía tan insoportable," se dijo, intentando justificar su decisión. Y quizás, solo quizás, podría arrancarlo de sus pensamientos de una vez por todas.

Con pasos firmes y silenciosos, salió del comedor y se adentró en el sendero por donde había visto desaparecer a Stefan. Sus compañeros, ocupados en sus propias conversaciones, apenas notaron su ausencia. El grupo de Stefan se movía con naturalidad, y Thomas, sintiéndose como un intruso, mantuvo la vista fija en su espalda. Sabía que era una locura, que estaba cruzando una línea extraña y peligrosa, pero ya no podía detenerse. "Solo lo observaré un momento", se dijo, intentando convencerse de que aún tenía el control.

El sendero que tomó era estrecho, húmedo, y en algunos tramos parecía que las raíces mismas de los árboles intentaban atraparlo. La luz del crepúsculo apenas se filtraba a través de las ramas, dándole al lugar una atmósfera casi irreal. Thomas avanzaba con cuidado, agachándose de vez en cuando para evitar ser visto, mientras una pequeña parte de él lo reprendía por estar ahí.

"Esto no tiene sentido", pensó, una voz crítica resonando en su mente. "¿Qué crees que estás haciendo? ¿De verdad quieres estar aquí, siguiéndolo como un idiota?"

Finalmente, los árboles se abrieron para revelar un claro oculto entre la espesura. El lugar tenía un aire extraño, casi clandestino, como un secreto que no debía ser descubierto. Había postes clavados en el suelo, un saco de boxeo colgando de una cuerda deshilachada que crujía al balancearse con la brisa, y un par de bancos de madera desgastados por el tiempo. Sobre la tierra húmeda, una pesa oxidada yacía abandonada, como si esperara a alguien que nunca regresaría. A un lado, un tronco hueco servía de improvisada papelera, repleto de colillas de cigarro que probablemente apestaban a tabaco rancio.

Thomas aspiró el aire húmedo del claro, un olor metálico mezclado con arcilla mojada y el tenue rastro de hojas descompuestas, un aroma que parecía pertenecerle únicamente a ese lugar, y desde su escondite tras un tronco caído, observó cómo Stefan y su grupo se detenían en el centro del claro. Hablaban entre sí, sus voces bajas y tensas, interrumpidas ocasionalmente por risas cortas y ásperas. Thomas vio cómo Stefan, con una naturalidad autoritaria, se despedía de ellos con un gesto despreocupado, casi condescendiente, como si supiera que sus palabras bastaban para marcar el final de cualquier conversación.

Thomas los vio dispersarse, moviéndose entre los árboles hasta desaparecer en diferentes direcciones. Luego, el claro quedó en un inquietante silencio.

Y Stefan, solo.

Thomas sintió un cosquilleo incómodo en la nuca, como si el claro mismo estuviera observándolo ahora. Por un instante, pensó en dar media vuelta y regresar al campamento. Pero algo más fuerte que la razón lo detuvo. Sin saber por qué, continuó observándolo, atrapado por la forma en que Stefan se movía, como si incluso en la soledad cargara con el peso de una presencia demasiado grande para ignorar.

Stefan permaneció de pie en el centro del claro por un momento, inmóvil, como si evaluara el lugar. Thomas lo observaba desde su escondite, conteniendo el aliento, sintiendo cómo cada fibra de su ser se tensaba al máximo. Entonces, Stefan se inclinó, su mirada fija en la pesa oxidada que descansaba en el suelo. Extendió una mano, pero justo antes de tocarla, se detuvo.

Su cuerpo se tensó ligeramente. Thomas lo notó, aunque no podía decir por qué. Stefan giró la cabeza, sus ojos recorriendo el claro con una intensidad que le erizó la piel a Thomas. Era como si hubiera captado algo en el aire, un cambio sutil que lo alertaba. Su mirada se movió con precisión, analizando cada rincón, cada sombra. Thomas sintió que el tiempo se detenía mientras lo veía dar un lento giro sobre sí mismo, como un depredador que busca una presa escondida.

El corazón de Thomas latía con fuerza descontrolada, amenazando con delatarlo. Sin pensarlo, se hizo más pequeño tras el tronco, encogiéndose como si pudiera desaparecer. Sus manos se apretaron contra la madera húmeda, y el frío del musgo le atravesó la piel, pero no se atrevió a moverse. Ni siquiera respiraba. La tensión era insoportable.

Pasaron unos segundos interminables. Thomas, con el cuerpo rígido, contaba mentalmente, como si con eso pudiera aguantar la tormenta que lo azotaba por dentro. Finalmente, escuchó el sonido de pasos, pero no hacia él. Stefan se movió, aunque no podía verlo directamente desde su posición. El ruido cesó de repente, y el silencio que quedó atrás era aún más inquietante.

Cuando al fin reunió el valor para asomarse, lo hizo con cuidado, apenas inclinándose lo suficiente para mirar hacia el claro. Pero cuando lo hizo, se quedó paralizado.

Stefan ya no estaba.

El claro estaba vacío, tan vacío como antes de que él llegara. Tomas parpadeo varias veces como si su visión le hubiera fallado, rápidamente miró a su alrededor, buscando algún indicio de hacia dónde había ido, pero no encontró nada. La pesa seguía en el suelo, intacta, como si nadie hubiera estado allí. El silencio del bosque era inquietante, roto solo por el crujir ocasional de alguna rama bajo sus pies. Se irguió completamente, inseguro, sintiendo cómo el miedo comenzaba a invadirlo. "Mejor me marcho", pensó, pasando una mano por su rostro en un intento de calmarse.

Decidió retroceder. Sin girar completamente, dio un paso hacia atrás, y entonces chocó con algo sólido. O, mejor dicho, con alguien.

El cuerpo contra el que había tropezado era firme, caliente, y claramente humano. Thomas se quedó inmóvil, el aire atascado en su garganta, mientras el miedo le recorría la espina dorsal. No necesitó girarse para saber quién estaba detrás de él. Una voz profunda y seca rompió el silencio, cerca, demasiado cerca.

—¿Sabes lo que es un tábano, Thomas?

La voz de Stefan era baja, casi un susurro, pero cargada de seriedad. Thomas apenas podía procesar la pregunta, su mente seguía atrapada en el impacto de tenerlo frente a él, demasiado cerca. Lentamente, como si el movimiento pudiera romper algo invisible entre ellos, se giró hacia él, su mirada titubeante, sus hombros tensos, y el pecho apretado por una mezcla de desconcierto y miedo.

El aliento cálido de Stefan rozó su piel, y aunque Thomas intentó mantener la compostura, un leve temblor en su respiración lo traicionó. Stefan lo observó detenidamente, su expresión impenetrable, como si estuviera estudiándolo con una paciencia calculada. Sus ojos lo atravesaban, desnudándolo de cualquier defensa, y finalmente, con un tono pausado y frío, continuó, como quien explica algo obvio a un niño.

—Es un insecto —explicó Stefan, su tono sin prisa, deliberado—. Persistente. Insistente. Puedes espantarlo una y otra vez, pero siempre vuelve. Y lo peor de todo —añadió, inclinándose ligeramente hacia Thomas— es que no hace nada útil. Solo zumba alrededor, molesta y, si tiene suerte, te pica.

La sangre subió al rostro de Thomas, pero el miedo lo mantuvo clavado en el suelo. No podía apartar la mirada, atrapado entre el desconcierto y el orgullo herido.

—¿Te suena familiar? —preguntó Stefan, con un destello de burla en los ojos, antes de que Thomas pudiera procesar la frase.

Antes de que pudiera contestar, sintió cómo una mano fuerte se cerraba alrededor de su brazo. El agarre era firme, inquebrantable, y con un solo movimiento, Stefan lo arrastró hacia adelante. Thomas tropezó ligeramente, su respiración se volvió errática, pero el miedo lo tenía paralizado. No ofreció resistencia, aunque cada fibra de su cuerpo le gritaba que huyera.

—¿Qué haces? ¡Déjame! —protestó, su voz quebrada, débil frente a la presencia imponente de Stefan.

—¿Qué hago yo? —replicó Stefan, su tono áspero mientras lo empujaba hacia un pequeño almacén del otro lado de los árboles y de la zona de entrenamiento. El lugar estaba cargado de una atmósfera opresiva, las sombras se extendían entre herramientas, cuerdas y materiales desordenados. Thomas lo reconoció al instante. Era el espacio donde cumplía con su castigo después de los entrenamientos, guardando los implementos del día, pero esta vez el almacén parecía más claustrofóbico, más amenazante.

Cuando Stefan cerró la puerta tras ellos, el sonido del pestillo resonó como un disparo en el silencio. El aire olía a madera húmeda y metal oxidado, pero Thomas apenas lo percibía. Toda su atención estaba fija en la figura frente a él, que parecía llenar el estrecho espacio con una presencia sofocante.

—Te vi desde el comedor, ¿sabes? —Stefan soltó su brazo con brusquedad, casi haciéndolo perder el equilibrio. Thomas tropezó hacia atrás, chocando con un estante de madera, pero logró mantenerse de pie. Bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de los ojos grises de Stefan—. No eres muy discreto, por si no lo sabías.

Thomas tragó saliva, intentando recuperar algo de compostura. —No te estaba siguiendo —dijo al fin, aunque sabía que mentir era inútil.

Stefan dejó escapar una risa seca, carente de cualquier rastro de humor. Dio un paso hacia él, cerrando la distancia entre ambos. La sombra de su cuerpo bloqueó la tenue luz que entraba por la rendija de la puerta, haciendo que Thomas retrocediera instintivamente.

—Claro que no. —La ironía en su tono era afilada, casi cruel—. Porque supongo que fue pura casualidad que terminaras en el bosque, en el mismo maldito lugar que yo.

—No sé de qué hablas —replicó Thomas, su voz tensa mientras apretaba los puños, intentando aferrarse a la poca dignidad que le quedaba—. ¿Siempre eres así de egocéntrico, o lo reservas solo para arruinarle el día a los demás?

El rostro de Stefan cambió de inmediato. Sus ojos se estrecharon, y su mandíbula se tensó, marcando cada línea de su expresión. Antes de que Thomas pudiera reaccionar, sintió cómo lo empujaba con fuerza contra el estante. El golpe resonó en el almacén, seguido por el ruido metálico de herramientas cayendo al suelo.

—Te voy a decir algo muy claro —murmuró Stefan, inclinándose hacia él, su voz baja y cargada de amenaza—. Nadie, absolutamente nadie, me habla así.

Thomas intentó moverse, pero las manos de Stefan se cerraron con fuerza alrededor de sus brazos, inmovilizándolo con una facilidad humillante. Su mirada era un hielo opresivo que no dejaba espacio para respirar.

—Si alguna vez vuelves a abrir la boca para decir algo así... —La voz de Stefan se hundió en un susurro que era más peligroso que un grito. Dejó la frase incompleta, pero su mirada la terminó por él—. Me encargaré de que aprendas a callarte.

El agarre en los brazos de Thomas era firme, inquebrantable, como si Stefan no solo intentara inmovilizarlo físicamente, sino también imponerle su voluntad. Thomas forcejeó, buscando liberarse, pero cada intento era tan inútil como desesperado. La cercanía entre ambos era abrumadora, sofocante.

—Quítate de encima —logró decir Thomas, su voz entrecortada, más una súplica que una orden.

Stefan no se movió, sus ojos grises lo perforaban con una intensidad implacable. No había rastro de vacilación en su expresión, solo una furia contenida que parecía lista para estallar.

—¿Por qué me seguiste? —espetó, su voz baja pero cargada de una amenaza latente—. ¿Qué demonios buscas?

Thomas giró la cara, evitando la intensidad de su mirada, pero eso solo pareció enfurecer más a Stefan.

—Mírame. —La voz de Stefan era un susurro afilado, implacable. Sus manos apretaron los brazos de Thomas con más fuerza, obligándolo a levantar la vista.

El silencio que siguió fue pesado, cargado de tensión. Thomas sentía el calor del cuerpo de Stefan contra el suyo, pero era el frío en sus ojos lo que lo congelaba por dentro. No tenía respuestas, al menos no unas que estuviera dispuesto a admitir. Y Stefan, con su intensidad casi insoportable, parecía dispuesto a arrancárselas, una por una.

—No sabes en lo que te estás metiendo. —espetó Stefan, su tono más bajo pero igual de amenazador.

Thomas apretó los dientes, su pecho subiendo y bajando con rapidez mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas. Pero lo único que logró decir fue:

—Tú tampoco.

La tensión en el almacén era casi tangible, y por un momento, ninguno de los dos se movió. El único sonido era el de sus respiraciones, rápidas y entrecortadas, mezclándose en el aire denso del lugar. Stefan no soltó a Thomas, apretó más su agarre, casi involuntario, mientras lo inmovilizaba contra el estante del almacén. La luz tenue apenas iluminaba sus rostros, pero en esa penumbra, la intensidad de su mirada era como un peso físico.

—No sé si eres valiente o un completo idiota —murmuró Stefan, su tono cargado de exasperación y algo más, algo indefinible.

Thomas intentó hablar, pero las palabras se le quedaban atascadas en la garganta. El dolor del agarre comenzaba a extenderse por sus brazos, pero, por alguna razón, no se resistió del todo.

—Me duele —masculló al fin, su voz apenas un susurro.

Stefan no respondió. No aflojó su agarre, como si la fuerza de sus dedos fuera algo automático, inconsciente. En cambio, inclinó ligeramente la cabeza hacia él, su cercanía abrumadora, hasta que Thomas sintió el calor de su aliento rozar su oreja. Era un gesto casi casual, pero cargado de una intensidad que lo atravesaba por completo.

—¿Quieres que te suelte? —preguntó Stefan, su tono más bajo, grave, con una calma que resultaba más amenazante que cualquier grito.

Thomas abrió la boca, pero no logró decir nada. Todo lo que pudo hacer fue dejar escapar un aliento tembloroso, atrapado en el espacio cada vez más estrecho entre ellos. Stefan seguía demasiado cerca, y esa cercanía lo desbordaba.

Fue entonces cuando todo cambió.

Stefan no se movió al principio, pero el ambiente se volvió distinto. El aire parecía más espeso, cargado con algo que Thomas no podía nombrar. Sintió la intensidad antes de comprenderla, un peso en el pecho, un zumbido sordo en los oídos. Y luego, Stefan se inclinó aún más.

El roce apenas perceptible de su respiración cálida detrás de su oreja lo paralizó. Thomas se tensó por completo, cada músculo de su cuerpo rígido como si esperara un golpe, pero lo que llegó fue algo completamente diferente. Algo que no tenía forma ni lógica.

Stefan no se detuvo ahí. Lentamente, con una deliberación inquietante, inhaló.

El gesto fue breve, pero suficiente para quebrar algo dentro de Thomas. Sintió el leve roce de la nariz de Stefan en su cuello, tan inesperado que lo dejó atrapado en un estado entre el pánico y algo mucho más difícil de explicar. Era una proximidad que no había pedido, pero que tampoco sabía cómo rechazar.

—Stefan, ¿qué estás haciendo? —logró susurrar finalmente, su voz cargada de incredulidad y algo que no quería admitir como miedo.

Thomas sintió el cuerpo de stefan tensarse, como si lo que acababa de hacer lo desconcertara tanto como a Thomas. Su agarre permaneció firme por unos segundos más, antes de que algo en él pareciera romperse. Se apartó de golpe, como si el contacto lo hubiera quemado, y lo miró directamente a los ojos.

Thomas apenas podía sostenerle la mirada, pero lo hizo. Allí estaba: un deseo, mezclado con algo mucho más oscuro, más tormentoso. Era una lucha interna que Stefan no podía esconder, aunque parecía dispuesto a intentarlo.

De repente, como si hubiera sido quemado, Stefan soltó a Thomas con un movimiento brusco, retrocediendo de golpe. Dio un paso hacia atrás, su respiración agitada, y su expresión un torbellino de confusión y rabia contenida, como si estuviera luchando contra algo que no podía controlar. Ambos sabían que algo había pasado entre ellos, y aunque no lo dijeran en voz alta, ambos habían disfrutado de esa cercanía, tanto como la temían... Sin decir una palabra, Stefan se dio la vuelta y salió del almacén rápidamente, dejando a Thomas con el corazón latiendo desbocado.

El eco de los pasos de Stefan se desvaneció en la distancia, pero la tensión que había quedado en el aire, esa chispa electrizante que había estallado entre ambos, seguía viva, como un zumbido que resonaba en el silencio. Thomas se dejó caer de espaldas contra el estante, sus piernas temblorosas cediendo bajo el peso de algo que no sabía cómo manejar.

Cerró los ojos con fuerza, pero la imagen de Stefan tan cerca, tan invasivamente presente, seguía grabada en su mente, más nítida y vívida que cualquier sueño. Intentó recuperar el aliento, pero cada bocanada parecía más pesada que la anterior. Llevó una mano temblorosa hacia su cuello, al lugar exacto donde había sentido el roce, ese contacto inesperado que ahora ardía como un recuerdo imposible de borrar. Tragó saliva, pero el nudo en su garganta apenas se movió.

La confusión lo atrapaba, densa y opresiva, enredada con algo más que lo empujaba a un terreno que no quería explorar. Algo que no quería admitir, pero que se aferraba a él con una fuerza implacable. No era disgusto lo que sentía. Ese era el verdadero problema. Era otra cosa, algo que lo debilitaba y lo enardecía al mismo tiempo, como un incendio que consumía todo a su paso.

Thomas dejó caer la cabeza entre sus manos, su pecho subiendo y bajando de manera errática. Cada fibra de su ser parecía empujarlo hacia el borde de un abismo que lo llamaba con promesas silenciosas de perderse por completo. Era un lugar oscuro, vasto y peligroso, donde el deseo y su propio corazón, traicionero e implacable, se habían convertido en los peores enemigos de su razón.











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Hola, amigos 🤍  Sé que están aquí para sufrir elegantemente con Thomas, así que gracias por acompañarlo (y a mí) en este camino emocional que parece más un abismo sin fin. ¿Les duele el corazón? ¿La ansiedad los consume? ¡Perfecto, era el objetivo!

Pero tranquilos, recuerden: ningún personaje fue herido físicamente en la creación de este capítulo... solo sus emociones (y probablemente las mías, escribiéndolo). Ahora, tomen aire, un chocolate caliente (o algo más fuerte) y prepárense, porque esto recién comienza.

Con cariño (y algo de sadismo literario),
Su humilde creadora de caos emocional. 🤍

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