1. El sofá... O algo más
☆ I solemly swear I'm up to no good ☆
Eran más o menos las diez de la noche, y Daniel se encontraba solo en casa, junto con su hermana. Ambos esperaban la llegada de sus padres, quienes habían salido a comprar un sofá nuevo, pues acababan de mudarse y habían vendido la mayoría de sus muebles. Aún así, Daniel y Andrea no habían querido ir con sus padres. De todas maneras ellos serían quienes eligieran el sofá, les gustara a sus hijos, o no.
« ¡Toc, toc! » Alguien tocaba la puerta. Daniel se asomó por la mirilla. Eran sus padres, pero no venían solos: traían el nuevo sofá. Daniel abrió la puerta.
—Apártate, Daniel—pidió su padre empujándolo suavemente hacia un lado.
Dos hombres entraron cargando un sillón de tela color beige, moderno, la verdad, y lo colocaron enfrente de la televisión, donde antes estaban solamente unos grandes cojines de prana marrón que hacían el trabajo de sofá. Luego de que les pagaran, los hombres salieron de la casa y Bianca cerró la puerta tras ellos.
Todos estaban sumamente contentos con el nuevo sofá, y sus espaldas igual. Era muy bonito, además de moderno. Y ahora podrían ver la televisión cómodamente.
Sus padres se sentaron en el sillón, radiantes de felicidad.
—Hora de ir a la cama—ordenó levantándose, el padre de Daniel, quince minutos después.
—¡Papá!—rezongó Andrea.
—¡Andrea!—se burló David en el mismo tono que la chica.
Daniel observaba muy divertido la situación: sabía lo que diría su hermana al escuchar aquel nombre, ella prefería que la llamaran Angie.
—Además nosotros también ya nos vamos a dormir—añadió Bianca en un tono maternal, a lo que David asintió burlonamente. Andrea bufó, pero no tenía más remedio que obedecer, si es que no quería ser castigada.
—Bueno, pero por-si-se-les-olvidó—dijo enfadada haciendo énfasis en lo último—, les he dicho infinidad de veces que no me gusta que me digan Andrea.
—Pero así te llamas—le contestó su padre. Ella lo fulminó con la mirada—. Entonces desde ahora te voy a decir "Pandolfa". ¿Ese sí te gusta?
Andrea lo miró con cara de 'sufrirás las consecuencias'. Luego se dio vuelta y, furiosa, subió las escaleras para ir a su habitación.
Cuando ya había desaparecido del todo, David y Bianca se dieron la vuelta y quedaron viendo a Daniel con una sonrisa maliciosa, lo cual entendió perfectamente como 'Vete a dormir; nosotros nos vamos a quedar aquí viendo televisión'.
Y en efecto: él tenía razón.
—A la cama—dijeron ambos al unísono. Daniel asintió con una sonrisa al saber que estaba en lo cierto, pero no tenía ni pizca de sueño.
Subió a su habitación y cerró la puerta. Luego se sentó en la cama y se quedó pensando unos segundos. Recordó que aún no había terminado de leer el libro que sus padres le habían regalado. Sí, eso haría: leería un rato
Daniel leyó durante, aproximadamente, una hora y media, o dos horas, hasta que estaba seguro de que sus padres ya se habían ido a dormir. Entonces, entreabrió la puerta y se asomó para vigilar que nadie lo vería. Luego de confirmar que no había nadie despierto, bajó las escaleras.
Se dispuso a ver la tele, cuando se dio cuenta de que no tenía el control remoto
« ¡Ñeee! » se quejó mentalmente y empezó a buscar el control.
Ni en la cocina, ni en el comedor, ni a los lados del sofá, ni debajo de este. ¡Por ninguna parte estaba el maldito control remoto!
Fue entonces que el chico pensó que le faltaba un solo lugar en el que no había buscado
« ¡Debajo de los cojines de asiento del sofá! »
Se tiró de rodillas y levantó rápidamente el cojín derecho, pero ahí tampoco estaba el control remoto
« ¡Ah! ¡Dónde estará!» pensó frustrado, y enseguida se percató de que ahí, donde debería ir el cojín del asiento, había una pequeña moneda. Él la cogió y trató de ver qué tenía inscrito, pero estaba demasiado oscuro, así que corrió sigilosamente a su habitación.
De la mesa de noche, agarró su 'lampara para emergencias' y apuntó con ella a la pequeña moneda.
Era pequeña y estaba hecha de oro. Por un lado, la moneda tenía la cara de un sonriente hombre muy elegante, como de unos 45 o 50 años, y aparentemente amable. Pero a Daniel le dio mala espina, aunque no supo bien por qué. Por el reverso, tenía una inscripción que decía "Posuit coin in capsulam" (lo cual pudo identificar fácilmente como latín) y que traducía "Poner la moneda en la cápsula". Extrañamente la moneda no tenía inscrita ningún valor monetario.
Al ver la inscripción de la muy peculiar monedita, Daniel bajó de nuevo al sofá para investigar más. Levantó el otro cojín de asiento del sofá, pero no vio nada fuera de lo común.
Para estar seguro, pasó su mano lentamente por donde debería ir el cojín de asiento izquierdo. Cuando la posó en el medio, el sofá se undió con el molde de su mano. El chico sintió un ligero ardor, así que la quitó enseguida. De ahí salió una esfera transparente que desprendía una luz azulada, la cual estaba sostenida por un delgado tubo de metal.
La esfera ascendía, hasta que el tubo llegó mas o menos a medio metro de altura. Luego la esfera se abrió, de la mitad hacia arriba, haciendo de tapa.
Por dentro, había una almohadilla que tenía un hueco en el medio, con el tamaño exacto de la monedita, y ahí había un papelito de color azul que decía:
« Posuit coin in capsulam »
Daniel sonrió al leer la nota y luego acomodó la moneda en el huequito. La cápsula volvió a cerrarse y descendió de nuevo hasta que desapareció totalmente. Nada ocurrió durante los próximos 30 segundos.
Por un instante, Daniel pensó que ya todo había acabado, pero un gran hueco se abrió en el sillón.
« Estoy frito » pensó Daniel un poco asustado y se dio una palmada en la frente.
Enseguida unas voces empezaron a hacer eco en su cabeza:
« Entra, entra... »
¡La tentación era demasiado grande!
Él asomo la cabeza por el hueco que había en sofá y apuntó con la linterna, teniendo cuidado de no caer, pero no pudo ver nada. Entró un poco más, y entonces resbaló.
Cayó por un túnel rocoso y oscuro durante dos minutos, que sentía como horas al estar tan asustado. Cuando al fin dejó de caer, chocó contra un muro bruscamente. El muchacho empezó a pegarle al muro con los puños y las palmas, en su desesperado intento de salir.
Después de unos minutos golpeando la rocosa pared, las manos le dolían y estaba seguro de que se las había raspado. Cansado y adolorido, se dio por vencido. Se recostó en el muro y se deslizó hasta quedar sentado.
Enseguida, la pared se movió hacia un lado como si fuera una puerta corrediza, así que Daniel se levanto rápidamente esperando salir pronto de ese lugar desconocido. Se dio vuelta y vio algo muy extraño.
Había un hombre pequeño (a causa de enanismo) con unos grandes ojos morados los cuales desprendían una luz del mismo color, que era lo único que hacía posible verle la cara en la inmensa oscuridad.
—¡Pasa, pasa!—dijo el hombre en un tono alegre, haciendo ademanes con las manos indicándole al chico que podía pasar.
Daniel entro tímidamente, sobándose las manos, que estaban heridas, mientras el hombrecillo cerraba la puerta de piedra. Se sentía entre nervioso y asustado. Sin embargo, se ilusionó un poco al pensar que tal vez aquel hombre lo ayudaría a salir de ese lugar.
El pequeño hombre haló de una cuerda y un foco se encendió en el medio de la habitación. Luego apretó los ojos unos segundos y la luz que desprendían desapareció, dejando nada más sus pequeños ojos morados. Daniel seguía parado al frente de la puerta observando la habitación que tenía ante sus ojos.
Las paredes, al igual que el piso, estaban hechos de caoba. En el centro, estaba ubicada una mesita, igualmente de madera, cubierta con un mantel rojo con manzanas estampadas del mismo color y con varios papeles esparcidos por toda ella. Dos sillas exactamente iguales se miraban de frente, la única diferencia era que una tenía varios cojines, para que el hombrecito pudiese sentarse cómodamente y al lado tenía una escalerita plegable.
En la pared paralela a la de la puerta, había un archivador gris de metal con cuatro cajones, pero el primero era de color morado y brillaba. Lo único más raro que eso y que aquel hombre, era un hueco centrado en la pared ubicada a la izquierda de la puerta, por el cual solo se podría entrar gateando. Estaba tan oscuro dentro de aquel hueco, que fácilmente se podría pensar que era infinito.
El hombre después de cerrar la puerta se acercó rápidamente a Daniel y le dijo señalando la mesa con un ademán:
—Siéntate, por favor.
Daniel asintió levemente y se sentó en la silla que no tenía los cojines. Mientras tanto, el hombre desplegó la escalerita y se subió deprisa a la otra silla. El chico miró alrededor curioso y detuvo la mirada en hueco que había detrás de él. Lo observaba con mucha atención.
—Mi nombre es Bachir Bissau, aunque preferiría que me llamaras Bissau-se presentó el hombre, haciendo que Daniel despertara de su 'shock curioso' y lo volteara a ver. Daniel hizo un gesto afirmativo con la cabeza, haciéndole comprender a Bachir que había escuchado.
Este último juntó todos los papeles que estaban derramados en la mesa y los organizó. Segundos más tarde, empezó a mirar la esquina de cada hoja, luego miraba a Daniel, y pasaba la hoja hasta atrás. Repitió eso varias veces hasta que encontró lo que buscaba. Entonces sonrió y dejó casi todas las hojas sobre la mesa, pero se quedó con la de hasta arriba, la primera.
—Daniel Redbark; trece años; vive con sus padres y hermana mayor; mejores amigos: Fred Albany y Emma Nellore—leyó Bissau, luego levantó la vista de la hoja y le preguntó—: ¿Eres tú?
El pelinegro abrió los ojos como platos al darse cuenta de que aquel hombrecillo sabía todo sobre él. ¿Qué rayos estaba sucediendo? Porque el no era muy sociable, que digamos, como para que una persona, que ni conocía, supiera eso. ¿Que tal si era un secuestrador?
« No, no creo. Creo que no me podría capturar » pensó Daniel dándose cuenta de lo absurdo que sonaba que Bachir fuera un secuestrador.
—¿Eres tú, o no?—preguntó Bissau de nuevo ya que el chico no respondía su pregunta.
—S-sí-respondió Daniel con un deje de nerviosismo en su voz—. Pero, ¿usted como sabe?
Bissau sonrió ante el comentario del muchacho. Se notaba que estaba asustado.
—Bissau lo ve, y lo sabe todo—dijo el hombre con un tono misterioso, al tiempo que sonreía con malicia y arqueaba una ceja. A Daniel se le aceleró el corazón—. ¡Es broma!—rió Bachir al ver la cara de Daniel. Luego se bajó de la silla y fue hacia el archivador gris. Daniel lo siguió con la mirada—Yo no hago eso, mi jefe sí.
Daniel se incomodó de nuevo con esto último.
Bissau sacó una varita mágica del bolsillo de su abrigo de piel y con ella conjuró un hechizo para abrir el morado y resplandeciente cajón. De ahí sacó tres frasquitos transparentes de diferentes formas. El primero tenía forma redonda y contenía polvitos morados. El segundo, de forma de pirámide, tenía un líquido azul aguamarina que brillaba. Y el tercero, el de forma cilíndrica, estaba lleno con un líquido transparente, y en vez de estar tapado con un con una tapa normal, estaba tapado con un gotero.
Se acercó al 'hueco infinito' con los tres frascos. Primero destapó el que tenía forma piramidal y lo vertió todo en el hueco.
—Smeil Sket—pronunció Bachir con la varita en ristre apuntando a la oquedad, y acto seguido cogió un puñado de los polvitos morados y los también los aventó en aquella gran oscuridad.
Finalmente, cogió el frasco con el gotero y echó exactamente tres gotas; ni una más, ni una menos. Enseguida un túnel de tonalidades cálidas y aspecto rugoso, el cual desprendía una brillante luz al final, apareció ahí. Donde antes solo había una inmensa oscuridad; un gran vacío sin fondo.
Daniel sintió cómo su corazón quería salirse de su pecho. No sabía qué hacer. ¿Correr? ¿Gritar? Nada de eso funcionaría en aquel lugar.
—Acércate—pidió el hombre.
Daniel se levantó de la silla y caminó lentamente hasta llegar al frente de Bissau. Este sacó un sello de su otro bolsillo y le dio dos golpecitos con la varita. Cuando el sello se puso de color rojo, le cogió la muñeca a Daniel y plasmó el sello en ella.
—¡Ay!—se quejó el chico, pues el sello le ardía como el infierno.
Bachir lo miró y retiró el sello. Una marca quedó en la piel de Daniel, como cuando alguien se quema. El pelinegro se sobó la muñeca con el entrecejo fruncido. Después de unos segundos el ardor cesó, pero la marca seguía intacta.
—Entra—ordenó Bachir señalando al portal.
Daniel se quedó petrificado al oír eso y miró a Bachir con cara de '¿¡Enserio!?'. ¿¡Por qué diablos debería entrar ahí!?
—¿Estas sordo, mudo, o qué?—preguntó Bissau empezando a molestarse—Cada vez que te pregunto algo te quedas pasmado y no respondes. ¡¡¡Entra!!!
El chico obedeció a regañadientes, temeroso de lo que le pudiera suceder. ¿Qué le esperaba al final de aquel misterioso túnel? ¿Sería ese su fin? Se acercó al rugoso túnel y cuando estuvo lo suficientemente cerca, se metió y gateó un poco. Fue cuando recordó que se había raspado las manos. Luego, se dio la vuelta y vio a un Bachir sonriente. Este hizo ademán para que Daniel extendiera sus manos. Y así lo hizo.
—Spero te levious feras—pronunció, y al instante las manos del chico se curaron por completo. Daniel lo miró con una sonrisa de agradecimiento, e hizo un ademán con la cabeza para darle las gracias a Bachir.
Bissau sonrió también.
El chico se volteó de nuevo y continuó gateando, hasta alcanzar la cegadora luz blanca.
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Holis!!!
Aquí les dejo el segundo capítulo!!!
🎥 En la múltimedia el túnel del final! 🎥
Ahora las preguntas. Plis comenten :)
Preguntasss: ¿Andrea cambiándose el nombre a Pandolfa? XD ¿Daniel entrando por el sofá gracias a la monedita? ¿Qué piensan de Bachir y sus ojos morados? ¿El jefe de Bachir lo ve y lo sabe todo? ¿Qué habrá al final del túnel?
Wueeeno, esas fueron las preguntas de hoy. Espero que les haya gustado el primer capítulo y que continúen leyendo mi novela.
Compartan y comenten!
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☆ Mischief Managed ☆
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