Capítulo 24
Nigel Carter está dentro de su furgoneta, en una esquina del aparcamiento de caravanas. Contempla durante largo rato la lluvia que oscurece la caravana número 3, y los limpiaparabrisas que la revelan. Solo entonces algo en su interior le impulsa fuera de la furgoneta. Llega la caravana nada más dar tres largas zancadas, y golpea la puerta con sus fuertes puños.
Susan Wright no parece sorprendida de verlo, aunque su recibimiento es frío, propio de una noche invernal. Se cruza de brazos y le impide la entrada en su casa. Algo en la actitud de Nigel la hace temblar.
—¿Qué pasa? ¿No puedes vivir sin mí? —dice, frunciendo el ceño.
—No voy a quedarme —Nigel mira a su alrededor, comprobando que nadie pueda verlos. Se mueve de forma inquieta, dejando claro que se está quedando sin paciencia, deseando marcharse de allí—. Tengo muchas cosas que hacer, así que quiero que cojas esto y que te largues —le tiende un sobre cuadrado.
—¿Qué es eso? —cuestiona ella.
—Quinientas libras.
—¿Quinientas libras? ¿Eso es lo que valgo? Por suerte para ti, tengo sentido del humor —dice ella, pero no esboza una sonrisa. Lo mira fijamente, tan tranquila como alterado está él.
—¡Es todo lo que he podido reunir! —exclama él. Si su plan es presionarle hasta el límite, funciona—. ¿Ves esa furgoneta? —dice a voz en grito, señalando la furgoneta de color azul marino—. Llevo una ballesta dentro. ¡No estoy bromeando!
Susan lo mira sin interés especial.
—Debemos encontrar la manera de resolver esto. Juntos.
Nigel sabe cuándo le han vencido. Asqueado, aún con el sobre en la mano, vuelve sobre sus pasos hacia su vehículo. Sube a la furgoneta y cierra la puerta de un portazo, tirando el sobre encima del asiento del acompañante. Cambia de sentido tras tres maniobras sobre la arena, y se aleja.
Susan se queda en la puerta hasta que Vince la saca de su trance, abriéndose paso entre sus piernas.
Chloe está jugueteando con su teléfono en su habitación. En un gesto casi habitual últimamente, desliza los dedos de forma urgente sobre la pantalla. Su padre, Mark, que acaba de entrar, pasea de arriba y abajo. Resulta visible que para conservar la calma.
—¿Quién era el chico con el que te he vi ayer en la playa?
La rubia se enfrenta el cabreo con la verdad.
—Se llama Dean —cruza la mirada con la de su padre, que se lleva los puños de las caderas.
—Dean... —Mark parece pronunciar el nombre con cierta cautela—. ¿Por qué no nos has dicho que tenías novio?
—¿Cómo las dos ultimas veces? No, gracias.
—¿Cuántos años tiene?
—¿Tenemos que hablar de esto ahora?
—Sí, tenemos —afirma—. Estoy harto de no enterarme de nada en esta casa.
—Diecisiete —Chloe estira la espalda, preparada para encarar la erupción que se le viene encima.
—¿¡Diecisiete!? ¿¡Y sale con una quinceañera!? —Mark está colérico. No puede creerlo.
—Sí —responde ella al fuego—. Igual que hiciste tú con mamá.
—¡No te hagas la lista conmigo, Chloe! —exclama Latimer, pero no tiene con qué defenderse. Los dos lo saben. Ahora pasea más deprisa y respira hondo, reflexivo y controlado. No hay mucho más que hablar, y al final la que continúa la conversación es Chloe.
—Pregunta papá —dice con retintín—. Sé que te mueres de ganas —vuelve la cara hacia la de él, sin ocultar nada. Mark vacila durante un segundo: es cierto que su hija tiene la mitad de su edad, pero es la cosa que tiene más cerca con la que poder pelear.
—¡Bien! ¿Te has acostado con él?
—Sí —afirma ella. No puede disimular su orgullo. Mark mira la pared, como si quisiera darle un puñetazo. Alza la mano como si la fuera a pegar, pero consigue llevársela a la parte trasera de la cabeza, en el pelo, controlándose con esfuerzo—. Y usamos condones, qué es más de lo que hicisteis tú mamá y tú.
La cara de Mark se pone muy roja, casi bermellón.
—¡No voy a tolerar que me hables así, Chloe!
La adolescente se pone de pie, enfrentándosele, literalmente. Le pone un dedo en el pecho.
—¡De la comisaría te saqué yo! —dice. Mark frunce el ceño, extrañado y totalmente confuso por sus palabras—. Porque vi cómo Becca Fisher y tú os mirabais. ¿Quieres que también hablemos de eso? —le espeta—. ¡Ligando ante mis ojos mientras trabajaba en el Traders!
El sobresalto por haber sido descubierto provoca que Mark sienta que acaban de derribarlo en el suelo, a pesar de mantenerse en pie. Nota que se le oprime el pecho. Agacha la cabeza: no tiene ningún derecho a dar lecciones de moral a nadie. Coloca la cabeza entre sus manos.
Percatándose del cariz tan diferente que ha tomado la conversación, Chloe suspira, intentando calmarse. Cambia temporalmente su actitud de niña pequeña, a una muchacha preocupada por no querer meterse en problemas.
—¿Vas a contarle a mamá lo mío con Dean? —dice en voz baja, suplicándole implícitamente que no lo haga.
Mark suelta aire.
—Creo que será mejor que se lo digas tú —sugiere—. Le gustará que confíes en ella.
La adolescente de cabello rubio mueve la cabeza a los lados.
—Lo haré, pero no hoy —comenta en un tono pragmático, cruzándose de brazos—. Ya tiene bastante que tragar al haberse enterado de lo tuyo con Becca.
Antes de que Mark pueda siquiera preguntarle a su hija cómo es que sabe que Beth está al corriente de su desliz, el timbre de la puerta principal suena insistentemente. Decide dejar esa charla para otro momento, y baja al piso principal. En cuanto abre la puerta, encuentra a Joe Miller, casi sin aliento.
—Mark, no he podido impedirlo —dice entre bocanadas de aire—. La Brigada Marina... Jack Marshall —intenta comunicarle toda la información lo más rápido posible—. Me ha llamado uno de los padres —señala a una de las casas del vecindario.
Solo entonces Latimer se percata de que Joe ha traído su coche.
—¿Qué?
—Están reuniendo a un grupo para ir a por él.
Frank por fin termina de revisar las grabaciones de las cámaras de vigilancia de Jack Marshall. Tal y como la pelirroja esperaba, no hay señales de que Jack saliera o entrara de su casa la noche que mataron a Danny. Han examinado todos los ángulos, pero no consiguen encontrar un punto muerto. Ellie, que está junto a Frank, se vuelve hacia Harper, quien acaba de acercarse a ellos, revisando la grabación.
—Es inocente —dice la castaña con asombro.
—Esperaba no equivocarme —afirma Coraline en un tono aliviado—. Esto debería alejar a los periodistas de Jack y propinarle una mayor calma. También nos ayudará a colocarle protección policial —añade—. No creo que los padres y el pueblo en general vayan a confirmarse con unas líneas en el periódico, asegurando que es inocente —niega con la cabeza—. Y algo me dice que el jefe no lo va a descartar aún.
—Será mejor que se lo notifique cuanto antes —menciona Ellie, yendo a su mesa, abriendo su bandeja de correo electrónico.
Mientras se apresura a escribir un correo electrónico para que lo sepa Hardy, entra una llamada de Bob Daniels. Por lo visto, se está produciendo lo que él describe como «agitación» delante del refugio de la Brigada Marina. Pide refuerzos para controlar a la multitud que se acerca. Ellie deja de escribir el correo electrónico, y no tarda en ordenarle a Frank y Harper que se personen allí cuanto antes.
Los hombres se han reunido en el camino de tierra delante del refugio. En las manos de todo ese grupo de habitantes del pueblo hay teléfonos con cámara. El equivalente en el siglo XXI de horcas para el heno y antorchas en llamas. Harper, que acaba de llegar allí con Frank, reconoce a algunos de esos hombres: Ellie le ha hablado de ellos. Son padres con hijos en el colegio, comerciantes, tíos, miembros de equipos de fútbol sala... Pero colectivamente son aterradores, muy violentos, con los rostros contraídos pero el odio. Nin siquiera la oficial ha visto, en todos sus años de vida, una marcha tan airada. Por la cara nerviosa de Frank, que camina a su lado, logrando abrirse paso entre la multitud, nunca ha visto nada igual en Broadchurch. Inusualmente incómodo de uniforme, parece como si quisiera irse con sus convecinos, al otro lado del cordón policial que ha dispuesto Bob. Finalmente, la novata de cabello cobrizo logra llegar hasta Bob, junto con Frank, quedándose cerca de Jack Marshall.
Aquella noche es cuando normalmente se reunirá la Brigada Marina, y aunque Jack se ha puesto el uniforme y abierto las puertas, no ha aparecido ningún chico. Es un enorme error de cálculo. Lo que, para Cora, no es más que un hombre inocente que se niega a permitir que unas denuncias de arrebaten lo mejor que tiene, la multitud lo ha interpretado como una provocación. Los hombres arrojan acusaciones como piedras. La prensa, claro, está disfrutando de cada segundo. Cuanto más enfadados se muestran los hombres, más disparan las cámaras.
—¡Esta noche no habrá reunión! ¡No vendrán niños, Jack! —vocifera Nigel Carter. Un escupitajo sale despedido de su boca, cayendo a los pies de Jack—. No te queremos cerca de nuestros niños. ¡No nos sentimos seguros!
—Tú no tienes hijos, Nigel —dice Jack en un tono que denota cansancio, aburrimiento. Eso no le ayudará. Podría empeorar las cosas. Cora lo observa de reojo: le gustaría que mostrase una emoción que no fuera arrogancia—. Ni siquiera ganaste la medalla de cuerdas.
—Puede hablar por los que la tienen —replica Carter.
—Nigel, da un paso atrás —indica la joven oficial, colocando un brazo frente a su cuerpo, ayudando a Bob Daniels a contener al airado joven. El colérico hombre de nula cabellera la observa, como queriendo propinarle un empellón, pero entonces se fija en la placa policial que cuelga de su cinturón, y decide no hacerlo.
Incluso con los refuerzos que Ellie ha pedido, tras enviarlos a ellos al lugar de los disturbios, el primer coche que llega no es de la policía, sino uno que la analista del comportamiento reconoce al momento. Es el coche familiar de los Miller, con Joe al volante. Nada más verlo apearse del vehículo, unas intensas náuseas y un invisible agarre en su cuello la hacen querer esconderse y vomitar, pero consigue mantener su malestar bajo control. Si ella flaquea, la multitud podría echarse encima de Jack como una jauría persiguiendo a un zorro, y se acabaría todo. Mark Latimer sale del asiento del acompañante. Una vena le late en la frente, como un gusano atrapado bajo la piel. El joven padre se abre paso a codazos entre el tumulto hasta la primera fila, y los latidos del corazón de la oficial se aceleran: ¿dónde coño están sus refuerzos? ¿Acaso Ellie no ha podido destinar a más agentes?
—No puedes —dice Mark Latimer con un cayado dominio que asombra a todos—. Calma, todos —habla a la multitud—. Nige —se dirige a su compañero de profesión—, ¡atrás! Venga, ¡ven aquí!
Aunque no quedan silenciados del todo, por lo menos empiezan a murmurar los insultos en lugar de gritarlos.
—No tienes por qué involucrarte —dice Nigel—. ¡Nosotros lo haremos por ti!
—¡Atrás todo el mundo! —Mark alza la voz como advertencia, y esta vez obedecen todos—. ¡Que vengas! —exclama, y Nigel Carter obedece, retrocediendo hacia la multitud. Con las palmas de las manos alzadas, Joe hace una señal a la multitud para que se tranquilicen—. Hay mucha gente diciendo cosas sobre ti, Jack —Mark habla sin alterarse, pero el músculo a cada lado de su boca está contraído. Su cara deja entrever el agotamiento y la emoción que le queman por dentro.
—Yo no soy lo que algunos dicen —dice Jack—. Y no me acerqué a tu hijo.
—Tenías el móvil de Danny —una leve elevación del tono al final de la frase de Mark la convierte en una pregunta.
—Se lo dejó dentro de la bolsa de reparto. Lo juro.
—Pero estuviste en prisión, ¿verdad? ¿Eh? —dice Mark.
—Mark, el señor Marshall no es...
—Tranquila, jovencita —Jack evita que la pelirroja diga algo más, su tono de voz amable. Endereza la espalda—. Hubo una chica: tuvimos una relación. Ella tenía quince años, casi dieciséis. Cuando Beth, cuando la conociste —a Mark le lleva unos segundos tragar y digerir eso—. Mark, nos casamos. Tuvimos un hijo.
Latimer vuelve a desconfiar de sus palabras.
—¿Y dónde están ahora? ¿Eh? ¿Por qué no están contigo?
—Él murió a los seis años en un accidente de coche —Jack baja la voz, de modo que solo le pueden oír los que están más cerca—. Ella conducía. Los dos salieron disparados por el parabrisas. Ella sobrevivió: él no —la voz se le quiebra a cada palabra, desvelando poco a poco su terrible y angustioso pasado—. El dolor nos destrozó y nos separó. Vine aquí para empezar de nuevo —sus ojos adquieren aquella mirada distante que les ha fastidiado tanto durante el curso de la investigación, pero donde antes se veía evasión o incoherencia, ahora se ve a un hombre que mira a su propio pasado—. Dicen que quería que los niños me abrazasen porque soy pederasta. Nunca lo he sido. Echo en falta a mi hijo. Echo en falta poder tocarle, abrazarle... Lo echo en falta todos los días —las lágrimas amenazan con brotar en sus ojos—. ¿En qué mundo vivimos, Mark, donde está mal que un hombre busque afecto? Nunca hice daño a Danny —se lamenta en un tono apenado—. Somos iguales, Mark. Ningún padre debería sobrevivir a su hijo... —hace una pausa, atreviéndose a posar sus ojos en los del niño asesinado—. Tu hijo era un buen muchacho.
Mark se esfuerza por controlar su rostro. No habla nadie. Las olas chocan contra el muro del puerto. Hasta las cámaras dejan de disparar durante unos segundos. Al final el silencio lo rompe Joe, que intenta dar un paso dentro de ese nido de lobos.
—Mark, ¿estás bien?
El timbre en su voz hace que la pelirroja recuerde con viveza la cena transcurrida en casa de los Miller, intentando calmar su respiración agitada y temblorosas manos. Siente de nuevo los golpes en su cabeza. Las imágenes y voces que antes apenas eran algo borroso, han comenzado a tomar forma. Logra controlar el temblor de sus manos, obligándose a permanecer firme para proteger a Jack en caso de que la situación aún pueda descontrolarse. Pero no por eso deja de sentirse como si alguien estuviese aprisionando su garganta con ambas manos. La oficial de policía observa cómo Mark aparta una lágrima de su rostro, pero luego responde con un bramido.
—Sí, sí —afirma en un tono calmado—. Volved a casa, chicos —escucha que Nige protesta por lo bajo, por lo que su voz adquiere un tono agresivo—. ¡He dicho que volváis a casa! —grita tan alto que una gaviota cercana emprende el vuelo—. ¡Ahora! ¡Todos!
Se retiran y luego se dispersan, pero las amenazas siguen llegando. Voces furiosas a lomos de la primera brisa de la hora de la tarde. Es evidente que el alto el fuego temporal es solo por el bien de Mark. Los dos hombres se miran el uno al otro, unidos al ser miembros del club del que todo padre teme formar parte.
—Deberías irte de aquí Jack, no es seguro. Eres hombre muerto —las palabras de Mark son duras, pero su tono es blando. Está rechazando la amenaza en lugar de hacerla.
Jack se mantiene inmóvil.
—Este es mi hogar.
—La gente ya ha decidido —dice Mark—. Si quieres estar a salvo, vete tan lejos como puedas.
Mark se marcha entonces. Deja a Jack allí, quieto, orgulloso, pero patético con su uniforme de la Brigada Marina, delante del refugio que Coraline sabe que nunca volverá a llenarse. Jack también debe saberlo, pero es demasiado orgulloso para demostrarlo. Hay algo marcial en su porte: columna vertebral estirada, la mirada al frente, y los hombros hacia atrás.
Los fotógrafos le sacan una última fotografía. Luego recogen sus cámaras y se van al pub.
Por su parte, una vez llegan los refuerzos solicitados por la castaña, la pelirroja emprende el camino de vuelta a la comisaría, con las manos comenzando a temblarle. Mientras da cada paso hacia su coche, unas intensas imágenes llenan su mente. Intenta deshacerse de ellas: tiene que concentrarse en su trabajo. Por desgracia, esta situación empieza a írseles de las manos, y si no hacen algo por evitarlo, teme que la muerte de Danny no sea la única que salga en los periódicos.
Oliver está esperando en la recepción. Ellie, que hace unos minutos ha hablado con Cora —quien parecía algo nerviosa, ahora se dirige hacia la comisaría tras asegurarse de que la situación en la Brigada Marina se haya bajo control—, se prepara para una disputa. Su sobrino viene, o bien a tratar de enterarse a fondo de lo que pasa en la investigación, o bien Lucy le ha mandado a hacer el trabajo sucio. No está segura de tener energía para enfrentarse a él en ninguno de los dos casos. Ni siquiera tiene energía para bajar la escalera. Está casi decidida mientras desciende al paso al piso bajo, a darle a Olly la noticia sobre la coartada de Jack Marshall. Como ha dicho su amiga de ojos azules, esto obligará a la prensa a dejar de considerarlo culpable. Todavía tienen tiempo antes de la hora de cierre de los periódicos. Está claro que el público prestará más atención al Eco o al Herald que a cualquier otro comunicado de la policía de Wessex, pero no está convencida de que carguen con eso. La inocencia de Jack Marshall desmiente su difamatoria compaña, así que lo más probable es que entierren la historia. Los viejos verdes degenerados venden periódicos. Las víctimas viejas y desequilibradas, no. Además, todavía no le ha comunicado a Hardy lo de las cámaras de vigilancia, y quiere atenerse al reglamento. Cuándo sale del ascensor, se sorprende al encontrarse con Cora. Por lo visto, ha tomado su coche para llegar más rápido. Tiene la cara pálida, y pareciera estar murmurando algo para sí misma. Cuando se le acerca, distingue que aquello que murmura con nombres de calles británicas. En cuanto se percata de la presencia de su superiora, la muchacha de piel de alabastro parpadea, obligándose a salir de su trance.
—Los disturbios se han solucionado —la voz parece temblarle ligeramente, aunque consigue dominarla—, pero como no actuemos cuanto antes, mucho me temo que encontraremos otro cadáver en la playa del acantilado Briar —menciona la joven novata en un tono pesimista, cruzándose de brazos—. ¿Qué ocurre? —cuestiona de pronto tras carraspear, percatándose de que Ellie parece tener prisa—. ¿Vas a algún sitio?
—A la sala de interrogatorios. Olly me ha comentado que ha ocurrido algo importante —replica Ellie, sin dejar de prestar atención al estado de su amiga—. ¿Quieres acompañarme?
—No, me temo —le sonríe amablemente—. Voy a comunicarle al inspector Hardy lo sucedido en la Brigada Marina —la castaña se siente aliviada: al menos ya no tiene que escribirle ese correo a su jefe—, además de que Jack Marshall tiene una coartada sólida para esa noche del jueves —añade, descruzando los brazos—. Con suerte, si lo aprueba, se lo comunicaremos a la prensa y conseguiremos que dejen en paz a Jack.
—Entendido —afirma su superiora—. Buena suerte con eso —le desea, dándole un abrazo cálido. Nota cómo su amiga se queda rígida por unos instantes, pero lo desestima, pues es algo normal en ella, ya que no es muy dada al contacto físico—. Y tomate algo: estás pálida.
—Claro, descuida —afirma la oficial, antes de alejarse por el pasillo, en dirección al piso superior, donde está la oficina del escocés—. ¡Suerte a ti también! —le desea antes de tomar el ascensor.
Cuando Ellie Miller entra a la sala de interrogatorios, Oliver no tiene su expresión encantadora de «cuéntame algo», así que debe de tratarse de Lucy. A Ellie le da un vuelco el corazón.
—Tu madre puede venir a verme si quiere —suelta con brusquedad—. Estoy un poco ocupada, por si acaso no te has dado cuenta...
Olly chasquea la lengua, molesto ante esa suposición: no es el perrito faldero de su madre.
—Esto no tiene nada que ver con ella —se apresura en comentarle—. Se trata de Danny. Bueno, podría ser —parece dubitativo—. ¿Todavía tiene la científica esa barca que ardió?
De modo que tiene una exclusiva.
—Oliver, ¿qué te he dicho acerca de darte un trato de favor? —su tono resulta amonestante, como si estuviera recriminándole a un niño que ha metido la mano en el tarro de las galletas sin permiso—. Celebraremos una rueda de prensa cuando tengamos algo que decir.
Él se revela.
—¿Te importaría escucharme antes de hacer acusaciones? Es la marca de mi padre. Ha desaparecido.
La conversación da un giro de 180º cuando Ellie cae en la cuenta de lo que eso significa.
—¿Por qué no me lo has contado antes? —pregunta, pero debería haberlo comprobado ella. Medio Broadchurch conoce esa barca. Medio pueblo la ha usado—. ¿Cuándo la viste por última vez?
—Hace ocho semanas.
—¿Le faltaba algo?
—No —niega el oven reportero—. Tenía hasta el motor.
Ellie rueda los ojos.
—¿Por qué no le quitaste el motor? —lo amonesta.
—Papá nunca lo hacía.
—Sí, y siempre le dije que lo hiciese.
Ambos se quedan en silencio. Sin siquiera decir una sola palabra, a ambos les viene a la mente un recuerdo particularmente feliz, de toda la familia unida, navegando por el mar de Broadchurch. Aquellos felices tiempos, antes de que el padre de Olly los abandonase, y la relación entre Ellie y Lucy se resintiese como consecuencia.
—Supongo que no tienes una foto, ¿no?
Olly pasa las fotos de la cámara de su teléfono, hasta dar con una foto de Tom y él, montados en el pequeño bote, rodeados de aparejos.
—¿Te sirve? —la adjunta a un mensaje de texto, y pone el nombre de Ellie en el buzón de entrada, pero la ofrece como un incentivo—. Pero si resulta que sí es el bote de papá, ¿puedo quedarme con la historia? No lo hagas público. Primero dímelo, si fuese mi barca... La de papá —incluso aunque quiera aparentar distancia, la voz de Olly sigue sonando como la de un niño esperanzado, lleno de deseos de que su padre regrese algún día.
—Eres increíble —dice ella, antes de salir de la estancia a paso vivo.
La reprimenda funciona. Segundos después, un zumbido en el bolsillo de la sargento de cabello rizado y castaño, anuncia la llegada de la foto de su propio teléfono. En el piso de arriba, le envía un correo electrónico a los de la científica. Apoya la espalda en la silla, satisfecha de haber tachado un quehacer más de la lista.
Cuando apenas comienza a anochecer, Jack Marshall despierta de su apacible sueño ñor unos golpes estruendosos en el perímetro de su vivienda. Se levanta con dificultad de la cama, apresurándose en llegar a la ventana. No consigue distinguir bien las formas que se alejan corriendo por el paseo, pero es fácil ver que van vestidas completamente de negro, con pasamontañas incluido. No sabe quiénes son, pero las amenazas de las horas anteriores lo hacen temblar por el miedo y el pánico. Ve poco probable que se trate de adolescentes pandilleros, pues no suelen actuar de esa forma. Seguramente sean algunos de los padres, cuyos niños son miembros de la Brigada Marina. No pensaba que fueran a llegar tan lejos para obligarlo a marcharse de Broadchurch. Se pregunta si debería informar de ello a la policía, pero niega con la cabeza, bajando las escaleras hacia el piso bajo. No serviría de nada. ¿Qué iban a hacer? ¿Ponerle protección las 24h? Seguro que esos vándalos encontrarían la forma de burlar a la policía y entrar en su vivienda, y en dado caso... No quiere pensar en esa posibilidad. Armándose de valor, sintiéndose desvalido y desprotegido, solo puede rezarle a Dios para que, al salir de su casa, no le ocurra nada malo. Se pone la bata, y sale al porche. Allí, está se mejor lancha, dada la vuelta. La palabra «pederasta» está escrita con pintura en aerosol amarilla. A los pocos metros está su coche, con el parabrisas destrozado por fuertes y repetitivos golpes con un objeto contundente. Cuando Jack Marshall ha terminado de recoger los cristales más grandes de sus muebles y alfombras, se dirige hacia su quiosco a paso vivo. Espera que no lo hayan vandalizado.
Horas más tarde, ya ha anochecido. La novata de ojos azules, quien ya ha hablado con Alec sobre la presunción de inocencia de Jack Marshall, le indica a Ellie que su jefe les ha dado luz verde para hacer público en la prensa su nuevo estatus de «no sospechoso», desvinculándolo así del asesinato de Danny. Brian aparece por el departamento de investigación criminal para darles la noticia del análisis de la barca en persona. Ni Ellie ni Cora, que están charlando sobre los recientes descubrimientos y sucesos del caso en la mesa de la primera, lo han visto antes sin su mono de trabajo. Resulta raro verlo con ropa normal.
—Ellie —apela a ella, y las mujeres dejan de charlar, girándose para observarlo—. La foto que nos has dado de la barca —comienza—, coincide con lo que tenemos —Cora lo celebra internamente—: color, monturas... Podría ser. Lo confirmaremos —es lo primero positivo que tienen días—. Y tenemos el ADN de Danny en la barca quemada —añade, posando sus ojos en la oficial de cabello cobrizo, quien le sonríe, agradecida por su inestimable ayuda—. Si es la misma barca, premio: tendremos algo.
—Vale —la castaña asiente algo distraída, invadida por el cansancio—. Estupendo.
Ellie se siente débil por el alivio. Se vuelve a desplomar en su sillón, viéndose fugazmente reflejada en la ventana. Cuando lo hace se horroriza: tiene un aspecto que da asco. El pelo enmarañado, sin maquillar... En cuanto tenga un día libre, pedirá hora para cortarse el pelo en cualquier sitio pijo. Un sitio donde te hagan las uñas al mismo tiempo. Brian interrumpe sus pensamientos sobre un cambio de imagen.
—Ellie, algún día deberíamos salir a tomar algo.
—Estoy casada, Brian —hace un gesto con la cabeza hacia la foto que reposa sobre su mesa: los cuatro Miller sonríen a la cámara—. Felizmente casada.
—Claro. Perdona —se sienta en el escritorio. A Ellie le queda claro entonces que solo la ha invitado a una cita por educación, ya que, en cuanto observa a dónde se dirige su atención, es transparente cuál es su verdadero objetivo—. Oye, Cora —apela a la pelirroja, quien se sobresalta mínimamente. Parecía estar perdida en sus pensamientos, y su mirada se había ensombrecido momentáneamente. La muchacha traga saliva al observarlo con atención. Reconoce ese tono de voz y esa postura ligeramente encorvada—. ¿Te apetece tomar algo una noche?
Ellie tiene que reprimir una ligera carcajada al contemplar el rostro anonadado y nervioso de su compañera de trabajo. Está claro que no esperaba que Brian la invitase a salir, aunque claro, llevaba ya tiempo esperando para pedírselo, desde que llegó a Broadchurch, ahora que lo piensa.
—Perdona, ¿qué? —le lleva cinco segundos captar el significado tras esas palabras.
—Que, si quieres tomar una copa conmigo alguna noche.
—Oh... —Cora se queda muda por unos instantes, pensando qué decirle—. La verdad es que salir no... No es lo mío, Brian —intenta rechazarlo con amabilidad—. Ahora mismo no quiero tener distracciones en el trabajo —menciona la muchacha en un tono nervioso, sintiendo pena por su compañero—. Y no te ofendas, por favor. Me siento halagada, pero no eres... Mi tipo.
—Ah, vale —Brian parece decepcionado, pero se lo toma mejor de lo que esperaban ambas agentes de policía. El forense ha notado que, por el momento, Cora efectivamente está enfocada en su trabajo, y sigue a todas partes a su inspector, y por nada del mundo querría enfrentarse a Alec Hardy por la atención de la novata—. Quizás más adelante —se levanta de la mesa y abandona el intento de ligue—. Bueno, me marcho —indica, dando unos pasos—. ¿Quieres algo de la cocina? ¿Un té...?
—No, gracias —dice la de ojos azules—. Estoy bien, Brian —se dirige a su laboratorio. Ellie y Cora intercambian una mirada sorprendida y divertida, procesando ese breve interludio surrealista. Tras carcajearse por lo bajo debido a lo incómodo de la situación, ambas se dirigen al despacho de su jefe. La pelirroja toca la puerta, provocando que Alec alce el rostro, observándolas—. Señor, ha desaparecido una barca, y curiosamente, la científica la ha identificado como la barca que antes pertenecía al padre de Oliver Stevens.
—Era de mi excuñado —afirma Ellie—. Sí, vaya sorpresa: el padre de Olly —añade la sargento, pues se siente casi obligada a proporcionarle más información al respecto—. Abandonó a mi hermana hace un par de años.
Hardy las mira con una expresión sorprendida, como si acabase de procesar sus palabras.
—La barca quemada, la que tiene el ADN de Danny, la que usaron para transportar el cuerpo, ¿era de su cuñado? —sus palabras encierran todo un abanico de reproches: sobre su escasa capacidad como inspectora, sobre sus familias, sobre su casa... Ellie intenta que le resbalen.
—Estaba en la playa con el motor encadenado —menciona Harper, quien se ha puesto al día con su compañera de cabello castaño hace un rato—. Ante ese dato, se concluye que, por desgracia, cualquiera podría haberla robado.
—Olly ya casi no la usaba. Le traía malos recuerdos, y por eso ha tardado tanto en informar de su desaparición.
—¿Quién sabía que estaba allí? —cuestiona Hardy.
—Todo el pueblo —menciona Miller—. No era un secreto.
—¿Su hijo, Tom, lo sabía?
—Sí, ¿por? —la agente de policía lo observa, cautelosa.
—¿Y Danny?
—No lo sé.
—Bueno, a ver si la científica puede conseguir más huellas o ADN de la barca, y compararlas con las de descarte —indica—. Deberíamos decirle a Brian que le dé prioridad —el nombre hace que Ellie se ría como por reflejo—. ¿Qué es tan divertido? ¿Qué he dicho?
La castaña mira a su compañera. Harper desvía la mirada, claramente aún avergonzada.
—Es algo curioso: Brian le ha pedido una cita a Cora —le confía, provocando que la aludida se ruborice.
—¿Brian? —Hardy pone su expresión de «no hay crédito»—. ¿Por qué ha hecho eso?
—Porque, por lo visto, lleva queriendo hacerlo desde que llegué a Broadchurch —responde Harper, masajeándose la nuca, claramente incómoda, intentando no cruzar su mirada con la de su jefe—. Aunque primero lo ha intentado con Ellie —le devuelve la pelota a su tejado, intentando desviar la atención de ella.
—¿Qué? ¡Está casada! —Alec se escandaliza, con la boca abierta de par en par, como un pez.
—Eso le he dicho, pero creo que le da lo mismo —susurra Ellie, encogiéndose de hombros—. En realidad, es Cora quien le interesa. De hecho, ha dejado caer que en un futuro volverá a pedírselo —añade, antes de posar su mirada en su amiga, quien parece mortificada—. Francamente, creo que te habría pedido esa cita incluso si tuvieras pareja.
—Oh, por Dios... —la oficial de piel clara parece querer que la trague la tierra.
—¿Le halaga? —cuestiona su superior, observándola concienzudamente. Su tono es algo molesto, como si fuera a reprocharle que intentase distraerse de su trabajo.
Sin embargo, la mirada nerviosa de su compañera le deja claro que no está tan interesada como él creía.
—Mentiría si dijese que no —niega la muchacha de veintiocho años—. Pero Brian no es mi tipo —hace lentos movimientos con la cabeza de un lado a otro, cruzándose de brazos—. Además, los de la científica meten la mano en todas partes —añade en un tono algo asqueado pero divertido, arrugando la nariz y moviendo los dedos, como si escarbase.
—El salido de Brian —se carcajea Hardy.
—Sí —la de ojos azules se contagia de su risa.
Es una de esas ocasiones raras, que Ellie consigue contar con los dedos de una mano, de auténtico buen humor entre ellos. Pero claro, como siempre, tiene que estropearlo con alguna pregunta poco oportuna. Aquella no es la excepción.
—Señor, ¿atraparemos al asesino?
La cara de él se vuelve imperturbable. La broma ha terminado.
—Claro.
Ella respira a fondo para tomar impulso. Advierte la mirada severa de Coraline, quien al parecer la ha analizado, y ya la conoce lo suficiente como para poder adivinar qué le pasa por la cabeza. Sabe qué es lo que va a comentarle a su jefe, y no le gusta ni un pelo. Ellie decide ignorarla. Entiende que lo que está por decir va a detonar una bomba en ese despacho. Hardy ha agachado la cabeza, concentrándose nuevamente en el trabajo que tiene en su escritorio.
—No lo hizo en Sandbrook.
Él se paraliza. No pestañea, casi no parece que respire. Luego suelta el bolígrafo de su mano.
—¿Desde cuándo quiere preguntármelo? —su tono es duro, casi frío, decepcionado.
"Desde el día que Jenkinson pronunció su nombre", piensa la castaña.
—Ellie, no...
—Sandbrook fue diferente —dice Hardy, interrumpiendo a su novata. No quiere que se meta en medio de esta discusión.
—¿Se equivocó?
—¡Ellie, basta! —la voz de Coraline se eleva un semitono debido a la indignación.
—Vaya, sí que llevaba tiempo guardándoselo —masculla el inspector, desviando la mirada hacia su subordinada, comprobando que parece molesta y dolida por esa acusación por parte de su amiga. Agradece su apoyo, pero no quiere que se inmiscuya. Esto es entre Miller y él—. Calma, Harper.
—Pero señor...
—He dicho calma —reitera en un tono serio, logrando que la novata obedezca, cerrando la boca y asintiendo brevemente. Por una vez agradece que siga sus órdenes al pie de la letra—. ¿Cree que le han encasquetado a un superior no apto para el caso? —cuestiona, con su voz temblando de forma imperceptible, pues en realidad, él no sería apto debido a su condición médica, pero solo su novata y él lo saben.
Un escalofrío lo recorre y se fuerza a mantenerse calmado: le aterra la idea de que Miller lo descubra. ¿Qué haría? ¿Acaso podría convencerla de mantener el secreto? Con seguridad, sería su fin.
—No lo sé: el asunto se tapó. Eso dicen todos.
—Yo no quería eso —dice en voz baja, aunque no hay nadie más que los pueda oír—. Alguien cometió un error —su voz parece resquebrajarse por un ínfimo instante, sus ojos nublándose momentáneamente, recordando el pasado. Esto es algo que Harper advierte. Provoca que quiera acercarse a él, consolarlo de alguna forma. Sabe que se está torturando por Sandbrook. Lo ve en sus ojos cada día: en su tenacidad por resolver el caso de Danny—. Uno muy grande.
—¿Usted?
Hardy parece menguar delante de ella, como si hubiera perdido toda la autoridad. La pelirroja de ojos azules, que ha caminado hasta colocarse casi al lado de su superior, le dedica una mirada de reojo, como si quisiera decirle que ella lo apoya. Él parece comprender su intención, porque cuando habla, su voz suena más calmada.
—No quiero hablar de ello.
Pero la sargento sabe que podría no tener otra oportunidad para hablar de ello, así que insiste.
—Señor, son amigos de toda la vida. No podemos defraudarles.
—No lo haremos —niega Cora, interviniendo en la conversación. Su tono es severo, determinado.
—Por supuesto que no —dice el inspector, reafirmando las palabras de su novata. Alec está mirando a Ellie directamente, pero sus gafas reflejan la pantalla del ordenador que tiene delante: blancas ventanas de palabras y números. Ella no puede verle los ojos.
Ya cerca de la una de la madrugada, antes de apagar el ordenador, Ellie le mandé un correo electrónico a Olly con una copia de la información para la prensa sobre Jack Marshall. Es demasiado tarde para que la publiquen en los periódicos, pero él puede tener la exclusiva de la edición digital. Es su modo de darle las gracias por acudir a la policía con información sobre la barca, y por haberse callado cuando podría haberle hecho las cosas incómodas. En realidad, es un buen chico.
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