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Hey Lover
-Wabie
Decido que debo de llevarme con mi abuela. Pasaremos día y medio con ella, por lo que es importante saber que usaré en la siguiente mañana. Como ella vive en un pueblo no muy lejos de la ciudad, suele hacer más frío, por lo que debo de llevar algo que se acople al clima. Quizás algunas camisas con manga corta y ponerme un suéter encima. O llevarme algo de manga larga y dejar que la temperatura me juegue una mala pasada.
Al final escojo esto: dos camisas que tienen manga corta y una larga, en caso de que al final haga más frío de lo esperado. Guardo dos sudaderas y ropa interior. En mi mochila personal pongo mi libreta de dibujo, así como lápices y todo el material que pueda necesitar (el paisaje es de gran inspiración, por lo que suelo crear muchas cosas estando allá afuera), cosas de higiene, el cargador de mi celular y entre más cosas.
Bajo a la sala con maleta y mochila en mano y acomodo todo en orden. Mi mamá ya está ahí, así que solamente esperamos a que mi padre termine de arreglarse.
El día anterior, después de estar un rato en la librería y que Jaz me contara la trama de algunos libros (debo decir que, aunque no me interesaron, fue agradable pasar un rato viéndolo hablar de lo que le gusta), le conté que me iba por dos días fuera de la ciudad. El chico me pidió que tomara algunas fotos al paisaje y se las mandara. Le dije que, aunque no fuera muy buena para eso, lo intentaría.
Estábamos en la puerta cuando, creo, fue el momento de nuestro primer contacto, cuerpo a cuerpo, que tuvimos. Me estaba despidiendo de él cuando me dice:
—¿Puedo abrazarte?
La pregunta me tomó desprevenida, pero lo acepté con gusto.
Su abrazo fue mejor de lo que esperaba; es de esos abrazos donde te sientes segura y que son cálidos. Al ser un poco más alto que yo, tuve que ponerme de puntillas, pero, aun así, fue maravilloso la manera en la que mi cabeza encajó en su hombro. Nos quedamos en esa posición unos segundos y cuando nos separamos, me miró con un brillo particular en sus ojos.
—Ve con mucho cuidado, Oz. Disfruta del tiempo de allá afuera y, sobre todo, dibuja todo lo que te venga a la mente.
Sonrió y salió del negocio. Yo me quedé unos momentos donde estaba, asimilando lo que recién pasó. Creo que hacía tiempo que no me había gustado ningún abrazo tanto como él que me dio Jaz.
Vuelvo al presente cuando escucho las pisadas de mi papá bajar por las escaleras. Sin embargo, una parte de mi mente sigue estando en aquel nuevo recuerdo con Jaz y con todas las emociones que me causó.
☀
—Nada se disfruta más en la vida que el aire de la carretera —comenta Enzo desde el volante. Llevamos unas dos horas en el coche y estamos a minutos de llegar al pueblo donde vive mi abuela. Estuve escuchando música la mayor parte del tiempo, por lo que no fui testigo de las palabras que intercambiaron mis papás durante un largo periodo de tiempo.
—Y la vista hace que sea mucho mejor —agrega Jessica con la cara cerca de la ventana, recibiendo de esa manera el aire en todo el rostro—. Hace tiempo que no me sentía tan relajada como ahora.
Mi mamá casi nunca tiene vacaciones, por lo que es extraño que salgamos a alguna parte. En algunas ocasiones, solamente nos vamos mi papá y yo fuera de la ciudad. Ahora que, con el nuevo caso que tiene y por lo prolongado que está siendo, le dieron unos días de descanso antes de que se venga lo pesado, pues quieren que mi madre esté al cien por ciento en el juicio. Es de las mejores abogadas de su empresa.
Pongo la cámara cuando veo un ángulo de un paisaje que me gusta. Inmediatamente, se la mando a Jaz. Él, como siempre, responde con rapidez mi mensaje.
Jaz: Es una buena imagen. Gracias, Oz. No te olvides de mandarme más.
Tan cuidadoso con la ortografía.
Le respondo con un sticker antes de apagar el celular y bostezar. Son las once de la mañana, pero nos despertamos muy temprano para preparar todo. Y a pesar de que suelo levantarme cerca de la seis de la madrugada diariamente, es distinto hacerlo cuando es sábado.
Levantarse temprano un sábado es un delito.
A menos que valga la pena la salida. Justo como ahora. No me gusta, pero lo acepto por que veremos a la abuela. Hace meses que nos vimos por última vez y no hay semana que no la extrañe.
Quisiera dibujar, pero el movimiento del coche me movería bastante y arruinaría mi arte, por lo que, en cambio, decido ver Instagram. Tal como le prometí a Jaz, hace días que publiqué mi primer post en mi cuenta de arte y tal como él lo prometió, fue el primero en darle me gusta. Incluso lo compartió en sus historias.
Fue bien recibido, en mi opinión. Me anima a hacer más y más.
Paso más tiempo de lo esperado en el celular, pues cuando me doy cuenta, ya estamos dentro del pueblo. No es muy grande, pero considero que hay cerca de cinco mil personas viviendo en él. Está rodeado de montañas y todas las casas tiene colores vivos. Demasiado para mí. No soy de las personas que visten totalmente negro, pero prefiero usar algo más neutro y menos llamativo.
Mi papá maneja por el centro y después dobla por unas cuantas calles más hasta llegar a una casa apartada del resto. Tiene una valla de madera que la rodea, por lo que la hace diferenciar de todas las otras. Igualmente, tiene dos pisos, un balcón delantero y uno trasero, espacio suficiente para dos coches, tiene su propia zona para parillas y, sobre todo, un enorme y hermoso patio trasero. Por casas como esas, entiendo por qué discuten mis tíos por el terreno de la abuela.
Enzo estaciona en una parte de la cochera libre y finalmente tocamos suelo liso. Me estiro y escucho como suena mi espalda. Bajo mis pertenencias y mientras mis papás hacen lo mismo con las suyas, apresuro el paso para llegar a la puerta principal. Es de madera, como el resto de la casa. El olor es gratificante. Toco la puerta tres veces y escucho el grito de mi abuela desde el interior.
Una sonrisa se cruza en mi rostro. Tiempo sin escuchar su voz.
—¿Quién es a esta hora...? —pregunta ella cuando abre la puerta. Tiene el ceño fruncido, pero cuando me ve, se le borra y la felicidad invade su rostro—. ¡Ossena! No los esperaba tan temprano.
Saludo a mi abuela con un abrazo que se siente como hogar y le doy un beso en la mejilla. Ella es un poco más baja que yo, por lo que tengo que inclinar un poco la cabeza.
—Pasa, pasa. Bienvenida a tu casa —dice mientras me deja pasar. Hago lo que me indica y escucho como mis papás se reúnen con ella y la saludan.
—Señora Tere, ¿cómo está? —Mi mamá la abraza. Ella no tiene una buena relación con mis abuelos maternos, por lo que siempre vio a mi abuela Teresa como una madre.
—Bien, mija. Con unos dolores que vienen y van, pero aquí seguimos.
—Eso es bueno.
Es el turno de saludar de mi papá. Mi abuelo Martín falleció cuando tenía tres años, por lo que solamente quedan mi abuela, mi papá y sus dos hermanos en la familia paterna, así que siempre están ayudándose como pueden. Por lo mismo, el abrazo de Enzo y Teresa es más largo y con más peso en él.
Otra forma de amor que no había pensado hasta este momento.
Es curioso como el amor puede aparecer de tantas maneras que no nos damos cuenta hasta que nos suceden.
Mientras mi papá y la abuela intercambian palabras, yo observo el lugar. No ha cambiado mucho. En el centro, justo a metros de la puerta, está la sala, la cual es iluminada por luz natural que entra desde las ventanas que están en el techo. Frente a la puerta principal se encuentra la entrada al jardín trasero. Del lado derecho está la cocina y un baño y de mi lado izquierdo está el comedor, el bar y encima de este último, las escaleras para subir a las habitaciones. Allá arriba hay cuatro habitaciones y dos baños.
Yo voy directo a mi habitación asignada que, para mi gran fortuna, tiene el balcón trasero. Y la vista de ahí es simplemente maravillosa.
Entro al cuarto y dejo la mochila en la cama y la maleta justo al lado. Tengo cosas más importantes que hacer que desempacar. Abro la puerta del balcón y aspiro el aire fresco. Tomo una foto y se la vuelvo a enviar a Jaz; esta vez, con un pie de foto:
Oz: Envídiame
También le mando unas fotos a Emi y a Isa para que estén al tanto de que llegué bien a la casa. A todo momento mandaron mensajes sobre si todo iba correcto.
El celular vibra y veo el mensaje de Jaz:
Jaz: Tienes que invitarme la próxima vez, Oz. Esto de ver el paisaje mediante una pantalla no me hace bien. ¿Y cómo te fue durante el trayecto?
Y entonces me veo escribiendo con él durante un rato antes de que me llamen desde la sala.
Juro que el tiempo avanza a gran velocidad cuando paso momentos con Jaz.
☀
Estamos en la sala, reunidos. Este fin de semana solamente estará mi familia y la abuela, por lo que seremos los únicos esos días.
—¿Cómo te ha ido en la universidad, Ossena? —me pregunta mi abuela.
—Muy bien. Hay días tediosos, pero fuera de eso, lo disfruto mucho. —Nunca jamás, le he mentido a mi abuela. Tiene ese don de hacerme sentir segura ante todo lo que digo.
—Espero que me muestres alguno de tus dibujos.
Asiento y le prometo que lo haré cuando almorcemos. Se tiene planeado hacerlo en la zona de la parrilla, así que ahí pasaremos largo rato de la tarde.
—¿Y qué hay de tus amigos? ¿Cómo están Emiliano e Isabella?
Una vez, cuando veníamos cada mes con la abuela, nos acompañaron los mellizos. Ya llevaba con ellos más de cinco años, por lo que eran dignos de conocer a Teresa.
Conectaron al instante.
Desde entonces, y si la ocasión nos lo permite, suelen acompañarnos. Sin embargo, ya va más de un año que no lo hacen, por lo que la abuela pregunta por ellos a menudo.
—Les va bien. Dicen que su carrera es muy agradable y adecuada a lo que mejor se les da.
—Qué bueno, son muchachos muy amigables. Cuídalos bien, Ossena.
—Claro que sí.
Ella sonríe y se dirige a mis papás.
Me desconecto. No porque me disguste de lo que hablan, pero realmente no tengo interés en escuchar cosas que ya sé y que diario discuten durante la cena. Como tengo mi cuaderno a mi lado y baje un lápiz para un caso como este, me pongo a dibujar. Esta vez es un dibujo de mi abuela y mis papás. Los dos últimos están frente a mí y Teresa en el sillón individual de la izquierda.
Borro y trazo, borro y trazo hasta que me gusta como se ve.
El fondo tiene bastantes detalles, así como los tres humanos que están ahí. Dejo la libreta sobre la mesa de sala y mi cámara mental se enfoca. El ángulo y lugar perfecto. Saco el celular y tomo la foto. Quedaría bien para la cuenta.
La influencia de Jaz me está llegando a niveles inimaginables.
Cuando la plática termina, Enzo se ofrece a ir a comprar las cosas que faltan para la parrilla. Mi mamá dice que lo acompañará, pues quiere recorrer el pueblo. Yo también quiero, pero ahora mismo la flojera me gana, por lo que me quedo en la casa junto a la abuela.
Salgo un rato al jardín. Me gusta el interior de la casa, pero nada le gana al jardín y a su aire fresco.
Escucho unos pasos detrás de mío. Yo estoy parada sobre el pasto, por lo que Teresa se sitúa a mi lado.
—Estás diferente —dice ella. La observo con el ceño fruncido.
—¿Cómo? ¿En qué sentido?
—No lo sé, pero lo siento. Y créeme que no es malo.
—Realmente no noto que he cambiado. —¿O será que sí pero no me he fijado?
—La última vez que nos vimos, no tenías esa seguridad que veo ahora mismo en ti. También estás más liberada y suelta. ¿Conociste a alguien que haga sentir de esa manera?
—Sí. Hace unas semanas.
—Hay veces que una persona nos pega características que no sabíamos que teníamos. Creo que eso te pasó.
La abuela y yo no somos parecidas físicamente. Yo tengo el cabello castaño, ella lo tiene negro. Yo tengo la cara delgada, ella lo tiene robusta. Ella usa ropa colorida, yo uso ropa color neutro. Sin embargo, somos muy parecidas mentalmente. Siempre decimos lo que pensamos sin ocultarlo, así como tener un humor sarcástico, pero sin ánimos de ofender. Pero, sobre todo, vemos la vida de una manera particular.
—Si tienes ganas, cuéntame sobre esa persona.
Como dije, a la abuela no le puedo mentir. Nos sentamos en los sillones de la zona de parrilla y le comienzo a contar sobre Jaz. Un poco de esto, un poco de aquello. Aun así, y con tan corto relato, logra conectar ciertos puntos.
Ella me analiza unos momentos antes de decir:
—¿Cuál es tu relación con ese chico?
A pensar que sé cuál es la respuesta, tardo en contestar.
—Creo que somos amigos.
Teresa asiente y no dice nada por un largo rato. Yo tampoco me animo a decir nada.
—Confío plenamente en ti, Ness, pero déjame advertirte de algo. —Es raro que la abuela use mi apodo, sin embargo, se siente agradable escucharlo con su voz—. Sin importar cual sea tú relación con ese muchacho, o con algún otro amigo que tengas, nunca, y lo digo en serio, dejes de lado la comunicación. Teniendo una buena comunicación hará que los problemas sean más fáciles de resolver. Si escuchas algún rumor proveniente de alguien más sobre una persona querida para ti, es mejor aclararlo con la misma persona y oír su lado de la historia. He pasado muchas situaciones por eso mismo y espero que tu vida no se vaya por el mismo rumbo. Recuérdalo como mi mayor consejo.
—De acuerdo. De todas maneras, siempre intento ver las dos partes de la moneda aun si los rumores son muy acusadores. Al final, y casi siempre, solo son eso, rumores.
—Por algo eres mi nieta —comenta con una sonrisa de oreja a oreja que se me contagia. Los consejos de la abuela nunca fallan.
Escuchamos como el ruido de la puerta abrirse. Mis padres ya llegaren. Miro de reojo a la abuela y noto como no ha apartado la vista de mí.
—Y otra cosa, Ossena. No tengas miedo de amar.
Sus palabras son tan inesperadas que me toma unos segundos asimilarlas. Justo cuanto estoy a punto de preguntar a qué se refiere con eso, Enzo se acerca a nosotras e interrumpe nuestra plática.
Me alejo de ellos y voy a ayudar a mi mamá. A pesar de que me está hablando de algo, no le estoy prestando atención. Mi mente sigue con las palabras de la abuela.
No puedo dejar de preguntarme que la llevo a decir eso.
☀
El almuerzo transcurrió con calma y con ello un bonito ambiente. Platicamos (mayormente mis papás) sobre nuestra vida en la ciudad y que era lo que hacíamos. Después de comer, degustamos un flan que hizo la abuela la noche pasada y reposamos la comida un rato en el patio. Yo lo hice más lejos de ellos y dibujando.
Lo que tracé fue una imagen que se me vino a la mente cuando seguí pensando en las palabras de la abuela. Pongo los últimos detalles.
Un corazón lleno de curitas rodeado de cadenas que no lo sueltan.
Pienso acerca de lo que veo, ¿será un dibujo de mi corazón? Digo, la última vez que me enamoré tenía quince años e iba a dejar la secundaria. Un ex amigo que apreciaba me gustaba mucho; sin embargo, él hizo algo contra mí que me lastimó bastante. Es el mismo al que mi padre le rechazo la mano.
Resulta que el estúpido se enteró que yo le gustaba, por lo que fingió sentir lo mismo y llegué a creerlo, lo que fue mi peor error. Un día que salimos de la escuela y nos dirigíamos a un parque, él hizo un ademán de intentar besarme; yo pensé que finalmente iba a suceder, por lo que me acerqué y cerré los ojos. Y entonces comienzo a sentir montón de golpes en mi cuerpo. Abro mis párpados y oh, sorpresa: estoy llena de cascarón de huevo y yemas por todo el uniforme. Al final, solo fue una broma pesada por parte del chico y de sus amigos.
Claramente me eché a llorar ahí mismo. Por suerte, Isa y Emi, quienes venían vigilándome cerca, llegaron en el momento adecuado y me protegieron de todas las miradas a las que estaba expuesta. Me llevaron a su casa y me ayudaron a limpiarme. Nunca jamás estuve tan agradecida por tenerlos. Lloré por largas horas, sintiéndome tonta, estúpida e imbécil. El que más estuvo apoyándome ese tiempo fue Emiliano; él es una persona de palabras y consuelos, a diferencia de Isabella, quien prefiere animarte con acciones y bromas. Y a pesar de que ella intento hacer lo suyo, las palabras de Emi me llegaron más.
Quizás por eso es que tengo más confianza en contarle mis problemas más personales a él. Hago lo mismo con Isa, por supuesto, pero prefiero recurrir siempre, y en primer lugar, con mi amigo.
Así que eso representa el dibujo, heridas que tuvo mi corazón en el pasado y por lo mismo, está encadenado a no volver a salir de su zona y sufrir lo mismo.
Suspiro y cierro la libreta.
Tantos pensamientos para un día libre.
☀
El domingo por la mañana desayunamos en un restaurante de una amiga de la abuela. Comemos panqueques y un café hecho a totalidad por granos del pueblo.
Después del desayuno, pasamos otro rato en la casa antes de ir a un museo que se puso meses atrás. Es dedicado a la mayoría de artesanos que viven en ese pueblo y a la historia del arte que tienen. Tomo varias fotos a las pinturas y recreaciones de los momentos históricos que hay ahí. Todo es tan interesante que me quedo unos momentos más, aun cuando mi familia ya se fue.
Está pensando que salgamos a carretera a las cuatro de la tarde. Son la una, así que tenemos tiempo para algo más. La noche pasada nos quedamos hasta tarde viendo películas entre la familia, por lo que, esta vez hacemos lo mismo mientras la comida está lista. La abuela puso a calentar un pozole. Con el hecho de pensar en él, ya se me hace agua la boca.
—¿Cuándo van a regresar? —nos pregunta la abuela cuando la película que vemos se acaba y nos dirigimos al comedor.
—Es seguro que para navidad. Con el caso que tiene Jess, no creo que haya mucho tiempo libre.
La abuela asiente, aunque noto que está un poco decaída. Nos sirve los platos con pozole y comenzamos a comer. Esta vez, las preguntas son sobre la familia en general.
—¿Has sabido algo de Tristán y Roberto?
Enzo observa a la abuela.
—Hablamos algunas veces durante el mes, Tristán dice que vendrá a verme, con los niños, la semana que viene y Roberto no tiene idea, con esto del vuelo y la visa... E igualmente, el trabajo lo tiene de aquí para allá. Ojalá venga para navidad, tan siquiera.
—No te preocupes, mamá. Estoy seguro que hallará tiempo para verte. Además, tengo la certeza de que los chiquillos también te añoran.
—Lo que añoran es el dinero que les doy.
Me saca una carcajada su comentario. Es cierto. La abuela siempre nos da dinero, unos cien pesos, cuando la visitamos. A mí me los dio esta misma mañana.
Y sobre mi familia... Mi tío Tristán vive en la ciudad como nosotros, por lo que suelo verlo a él y a mis primos seguido (niños de siete y seis años), mientras que mi tío Roberto vive en Estados Unidos por una oferta de trabajo muy buena. Casi siempre viene una vez al año al vernos, que es justo en navidad, por lo que es la única ocasión donde veo a mi otro primo, Esteban, de doce años. Soy la mayor y la única prima en la familia. Siento que eso me da poder. Y gozo tenerlo.
El resto de nuestra estancia pasa rápido y cuando me doy cuenta, estoy en la entrada con la maleta y mochila en mano.
Me acerco a mi abuela y la abrazo con fuerza.
—Te voy a extrañar, abue.
—Yo también, Ossena. Intenta mandarme un mensaje de vez en cuando. No seré buena con la tecnología, pero lograré la manera de ponerme en contacto contigo.
—Así lo haré. —Me separo de ella y le sonrío.
—No olvides lo que te dije.
Me guiña el ojo y me besa la mejilla, después se despide de mi mamá. Yo me dirijo al coche y me dejo caer en mi asiento, desde ahí, observo la casa y me pongo un poco triste.
Pensar que, teniendo una casa tan grande y bonita, mi abuela siempre se sentirá sola estando ahí.
El amor sí puede dar miedo cuando lo pierdes.
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