31
Saturn
-Sleeping at Last
La semana siguiente transcurrió con normalidad. El lunes por la mañana fui recibida por mis compañeros de clases y todos compartieron un abrazo conmigo. En el descanso, mis tres amigos se acercaron a mí y me acompañaron todo el rato. En la cafetería, de alguna manera, Misael se enteró de la noticia y me consoló con un descuento del diez por ciento en mi café; eso logró sacarme una sonrisa por tonto que pareciera. De ahí me reuní con Jaz en un parque y pasé mi tarde con él.
Estoy consciente de que de no haber conocido a mi chico, me hubiera alejado de todo el mundo y me hubiera encerrado en la oscuridad.
El resto de los días se asemejaron a ese, excepto que los abrazos y palabras de consuelos dejaron de llegar a mí y fue un alivio.
Sin embargo, nada de eso evitó que, durante las noches, justo en la oscuridad y con mi almohada, llorara hasta quedarme dormida. No le he dicho a nadie que hago eso. Es mi secreto y mi manera de pasar el duelo que afronto.
Por suerte, Jaz siempre está ahí para lograr hacerme reír y olvidar el tema por unas horas.
Y entonces los días se convirtieron en semanas y las semanas en un mes.
Me parece increíble que el tiempo haya pasado tan rápido desde ese jueves de pesadilla. Lo bueno de esto, es que, con el paso del tiempo, ya ha dejado de doler, a cómo eran los primeros días, la muerte de mi abuela. Hay noches que sigo llorando, pero han pasado a ser raras las veces.
Tal como dijo mi papá, seguir viviendo es la mejor manera de superar ese dolor. De no dejar morir el recuerdo de mi abuela. Ella seguramente me regañaría y no me haría mi comida favorita si me viera llorando por su ausencia.
Así que hago lo que ella podría decirme en una situación así: no dejar de vivir el presente por centrarme en el dolor del pasado. Y sé muy bien que lo diría por experiencia propia.
Durante las vacaciones de primavera —que llegaron más pronto de lo que esperaba—, Jaz sugirió que fuéramos un rato al parque de agua que estaba en la carretera. Acepté y nos pasamos por ahí un día entero. Hubo algo de ese día que me hizo amar a Jaz más de lo que lo hacía; si es que es posible enamorarse de alguien como la primera vez.
Resulta que, no soy una persona que ama mostrar su cuerpo a niveles extremos. Por eso mismo, es que suelo usar ropa holgada para que no se note tanto. No soy alguien robusta como tal, pero tengo las piernas anchas y eso me genera cierta inseguridad. Y aunque no lo digo siempre, es algo con lo que he liado desde que era más pequeña.
Así que, para el parque acuático, debía de usar traje de baños por obvias razones. Al principio me emocioné por intentar superar esa inseguridad, pero cuando estuvimos allá y me di cuenta de la realidad, me escondí por miedo en nuestra habitación apartada y no quise salir con el traje de baño al exterior y exponerme de esa manera.
Jaz comenzó a notar que tardaba en salir y desde afuera me preguntó si todo estaba bien. Yo lo pensé antes de responder y al final decidí decirle la verdad. Después de todo, era Jaz con quien trataba.
Él me preguntó si podía pasar cuando me escuchó y se lo permití, un poco con temor de que viera en realidad como era bajo tanta ropa y otro poco con ansias de oír sus palabras.
Primero, se paró en la entrada de la puerta y me observó de pies a cabezas. Enseguida, solo sonrió y negó con la cabeza. Se acercó a mí y me dijo:
—Lo veo y no lo creo. Eres una chica preciosa, Oz. No tienes que tener miedo por cómo te ves; eres más que suficiente así como estás. No dejes que otras personas te impidan sentirte feliz y cómoda con tu cuerpo.
No es posible hacer que alguien suba su autoestima con solo unas cuantas palabras, pero las de Jaz lograron que me sintiera mucho mejor con mi cuerpo. Al menos durante las horas que pasamos en las albercas. Aun sigo en proceso de amar mi cuerpo y aceptarlo tal como es, pero esas palabras son algo que no puedo olvidar.
De igual manera, ese viaje también logró distraer mi mente y mientras regresábamos a la ciudad, entendí algo.
El dolor seguiría estando ahí, pero podía vivir con él.
Así que, de alguna manera, lo que quedaba de descanso de primavera la pasé saliendo o con Jaz, o con los mellizos y mis otras amistades, así como darme el tiempo de pensar en mí y en mis sentimientos.
Es cautivador el descubrir cosas sobre uno mismo cuando te das el tiempo de hacerlo.
☀
Para el 27 de abril, tengo por seguro que mi vida volvió a retomar su camino como lo era antes de la muerte de mi abuela. Claro que no va a ser igual todo, pero algo es algo. Mi papá también ya se ve mejor y regresó a la librería a tiempo completo, mientras que mi mamá dejó de presionarse con tanto trabajo e intenta pasar más tiempo con su familia.
Esa tarde del jueves, voy a la cafetería como diario. Saludo a las personas que están sentadas y ellos me devuelven el gesto. Voy al mostrador y me encuentro con Laura atendiendo a otros clientes. Cuando termina, me mira de pies a cabeza y asiente.
—¿Lo de siempre? ¿O finalmente vas a cambiar tu pedido?
—Nunca lo cambiaré.
—Eres la persona más fiel que conozco en la vida.
—¿Debería de tomármelo como un cumplido?
Me responde con una sonrisa. Se da la vuelta y se dirige a pasar la orden a los otros empleados. La miro con cara de pocos amigos antes de irme a la mesa donde siempre me siento junto a Jaz.
Esta tarde me dijo que no podría venir, por lo que saco mi nueva libreta de dibujo, la misma que mi abuela me regaló en navidad, y unos lápices más. Ni siquiera empiezo, pues a la hora de levantarme y recoger mi café, perderé la concentración y arruinaré el dibujo, así que decido entrar a redes sociales por un rato.
Laura llama a gritos el nombre de mi café y voy al instante por él. Le agradezco y hacemos intercambio de objetos, yo le doy el dinero y ella me da mi bebida. Regreso a mi mesa, me alisto para comenzar a dibujar y agarro un lápiz. Doy algunos sorbos a mi café mientras observo lo que llevo del dibujo. Es una casa de campo con un extenso patio verde, lleno de vida y color; a diferencia de la casa, que está a tonalidades oscuros y todo está apagado.
No había vuelto a dibujar desde aquel jueves de marzo. Más que nada, por el dolor que me causaba recordar que ella fue quien me enseñó este mundo del arte, así como pintar. Pero ahora, cuando finalmente he aprendido a vivir con ese pequeño dolor en el corazón, es que puedo hacerlo otra vez.
Al agarrar el lápiz hace momentos atrás, esto fue lo primero que se me vino a la mente. Es una buena representación de como veo la casa de la abuela ahora. Sigo preguntándome que pasara con ella ahora que no hay nadie ahí. Si hay algo que tengo por seguro, es que no quiero que otra persona, a menos que sea de la familia o muy apegada a ella, viva ahí.
Bebo un poco más de mi café y cuando estoy a punto de regresar al mundo del dibujo, mi celular vibra y veo en las notificaciones de entrada dos mensajes de Isabella en el grupo que comparto con ella y su hermano.
Isa: Me acabo de torcer el tobillo
Isa: Y se me está acabando la batería del celular
Escupo el café que tenía en mi boca y me atraganto con otro poco que no salió de ella. Siento las miradas de los otros clientes, pero nada me importa más que lo que estoy leyendo. De inmediato, respondo.
Oz: que te acabas de torcer qué
Mi amiga está en línea y, por lo tanto, contesta al segundo después de que mandé mi mensaje. Mantengo una conversación con ella:
Isa: Estaba jugando básquetbol yo sola y caí mal. Como consecuencia me torcí el tobillo y ahora estoy tirada en el suelo y mandando estos mensajes
Oz: Dónde estás?
Isa: En el parque cerca de mi casa. Intenté mandarle mensajes a Emiliano, pero no le llegan. Eres mi única salvación, Ness, ayúdame!!!!!!
Oz: Aguanta un momento más, voy para allá
Isa: Te amo, mi heroína
Oz: Idiota
Comienzo a guardar mis cosas y a los pocos minutos ya me encuentro caminando hacia la casa de Isabella.
☀
—Hija de puta —maldigo cuando la veo sobre el suelo con una mano en la frente y la otra sobre el cemento. Su celular está sobre su abdomen y su mochila en una banca lejos de ella (por suerte, está medio escondida por las hojas que cuelgan del árbol que hay arriba de esta), aun así, no puedo evitar preguntarme como no le robaron nada. Voy corriendo hacia mi amiga y pongo mi cabeza arriba de la suya, cubriéndola así del sol—. Eres una estúpida.
—¿Estoy en el cielo? ¿Así es como te reciben allá arriba? Es como el paraíso.
—¿Puedes levantarte?
—Ness, créeme que, si pudiera, no estaría justo aquí durante media hora —me responde y no encuentro fallas en lo que dice.
—A ver... Apóyate en mí y te levanto.
Isa se sienta y me pongo delante de sus pies y extiendo mis brazos hacia ella. Mi amiga comienza a incorporarse lentamente, haciendo muecas de dolor en el proceso. Cuando queda a mi altura, lo primero que hago es darle un golpe en la nuca y negar con la cabeza.
—Debiste de llamar a una ambulancia o algún experto que pudiera ayudarte al instante.
Se encoje de hombros y se sienta en la banca donde está su mochila. Revisa que todo estén en su lugar y después me voltea a ver.
—No quería lidiar con los médicos y con todo lo que preguntan. No es la primera vez que me torso un tobillo, así que sé cómo tratarlo. La cosa era que estaba sola y no había nadie que me ayudara a llegar a mi casa.
—Hay veces que no entiendo tu cabeza.
—Me suele pasar seguido. ¿Sabes algo de Emiliano? —Pudiendo preguntar por el estado de su pie o la manera en la que se ve, se preocupa más por su hermano. Hago el esfuerzo para que eso no me haga olvidar lo enojada que estoy con ella.
—Intenté llamarlo unas cuantas veces en lo que venía para acá, pero nunca contestó alguna llamada. Es un poco extraño. Solo espero que esté bien.
Isa asiente y oculta la preocupación de su rostro.
—Mándale un mensaje diciéndole que lo vemos en mi casa. Mi celular ya murió y eres la única que puede entrar en contacto con él.
Sigo su orden. Cuando termino de enviar el mensaje, me incorporo y observo a mi amiga antes de ayudarla a levantarse.
—Nos llevará un rato llegar a tu casa —le aviso señalando su pie malo.
—No importa, no tengo nada más que hacer. ¿Tú tienes algo que hacer?
Niego con la cabeza.
—Bien, entonces quédate conmigo hasta que Emiliano llegue.
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