27

Voulez Vous
-Abba

Emiliano va conduciendo el vehículo mientras yo le mando unos mensajes a mis papás de que nos irá bien y entre otras cosas.

Isa va cantando una canción de ABBA a todo pulmón como si nada le importara en la vida.

A los minutos, llegamos a la casa de Jaz —gracias al GPS— y me bajo del auto para timbrar. Le mandé un mensaje unos minutos atrás de que estábamos a punto de llegar, así que debería de estar esperándonos ya.

Al instante de tocar el timbre, la puerta de la entrada se abre y Jaz, junto con Rambo, salen a la cochera.

—Muévete, Rambo, intento abrirle la puerta a Oz —le dice Jaz a su perro al tiempo que lucha con las llaves y las inserta en la cerradura.

La mascota se levanta en dos patas cuando paso a la cochera y me lame la mano. Rambo me reconoce fácilmente por todas las veces que he ido a lo largo de las últimas semanas.

—Hola, mi filósofa favorita—me saluda él con un beso rápido y me mira.

—Hola. ¿Todo listo para salir? —le pregunto haciendo todo el esfuerzo del mundo para ignorar los dos pares de ojos a mis espaldas que se sienten como cuchilladas.

—Sí, solo traigo las cosas. Aguarda un momento.

Regresa al interior y yo me entretengo con Rambo. Emi sale del coche para abrir la cajuela y permitirle a Jaz echar su mochila. Isa sigue cantando en voz alta al mismo tiempo que mantiene una llamada.

Mi novio —sigo sin acostumbrarme a llamarlo por tal título aun cuando ha pasado un mes desde entonces— vuelve al exterior con todo su equipaje y lo va dejar a la cajuela, es entonces que regresa conmigo y me entrega otro ramo de flores tejido.

Lo miro estupefacta.

—Feliz primer mes, Oz.

Me estruja con sus brazos y le devuelvo el abrazo perpleja.

—Feliz primer para ti, Jaz... Mierda, yo no traje nada.

—No hace falta. Con estar contigo es más que suficiente. —Me roba otro beso y antes de que pueda decirle algo, se vuelve hacia Rambo y lo comienza a mandar de regreso a su casa—. Regreso en unos días, ¡cuídense! —grita al interior de la estructura. Momentos después, cierra con llave y todo queda listo para regresar al coche.

Yo soy la primera que lo hace y por lo mismo, los mellizos me observan con intensidad.

—Maravilloso. Simplemente espectacular. Nunca me cansaré de esto —comenta Isa colgando la llamada y bajando le volumen de la música.

—Yo tampoco —concuerda Emi guiñándome un ojo.

Me llevo las manos a la cara y niego la cabeza. En eso, Jaz sube al coche, justo a mi lado, y los mellizos regresan la vista al frente y Emiliano enciende el motor.

—¿Me perdí de algo? —pregunta mi compañero de asiento.

—Nada interesante. Solo las cerezas siendo cerezas. —Vuelvo a mirar a los asientos delanteros y el chico pelirrojo me ve por el retrovisor y solamente sonríe con burla. Resoplo y me centro en Jaz.

—¿Por qué cerezas?

—A las semanas de conocerlos, los llevé a mi casa para una tarea. Mis papás todavía no los conocía, por lo que lo primero que dijo mi papá era que parecían dos cerezas juntas, pues en aquel entonces tenían el cabello mucho más rojo que ahora, así que, como modo de demostrarles mi amor, les comencé a decir de esa manera cuando me quería burlar de ellos y desde entonces se me ha quedado grabado.

—No parecemos cerezas, ¿verdad que no? —pregunta Isa.

—Si los viera de lejos, diría que sí —responde Jaz con una mano en el mentón y sonriendo divertido.

Levanto el dedo corazón y se lo muestro a Isa desde el espejo retrovisor de su lado.

—Este viaje será interesante —afirma Jaz pasando un brazo por detrás de mi cuello y acomodándolo de una manera en la que encuentro muy a gusto tal posición.

Lo observo un rato mientras Isa vuelve a subir el volumen de la música y ahora suena una canción de Maneskin.

Para las dos de la tarde, llegamos a la casa de la abuela. Isa detiene el automóvil delante del estacionamiento indicado y apaga el motor. Ella y Emi hicieron un intercambio de lugar cuando la carretera comenzó a tornarse más de curvas y menos recto. A la chica siempre se le ha dado mejor manejar en carretera que en ciudad. Me gustaría saber el porqué.

Recogemos las mochilas de la cajuela y me acerco a la puerta. No hace falta que toque, pues al momento de que me pongo delante de la entrada, la abuela abre.

—Hola, abue. Hum, ya llegamos —la saludo con un abrazo y beso en la mejilla.

—Me alegra ver que llegaron con bien —asiente y me echa un vistazo de arriba para abajo sutilmente.

Después de verificar que estoy completa, me hace a un lado y toda su atención pasa para los mellizos.

—¡Pero si son mi Emiliano y mi Isabella! —Se acerca a ellos y los abraza al mismo tiempo y ellos la rodean con sus brazos de igual manera. Desde atrás, Jaz me mira con confusión y me encojo de hombros—. Han pasado meses desde la última vez que los vi.

—Así es, abuela Tere —ratifica la última y le da un beso en la mejilla a la mujer mayor—. Se ve muy bien.

—Ustedes no se quedan atrás. La última vez estaban más bajos. ¿O será que yo me encogí?

—Nunca lo sabremos.

Se separan y la abuela los mira unos segundos más antes de terminar con Jaz. Me preocupa lo que le vaya a decir. Al estar más alejada, no alcanzo a escuchar con perfección lo que están hablando. Menos cuando ambos hermanos llegan conmigo y comienzan a parlotear.

—¿Nos dejaras entrar o te quedaras toda la tarde ahí viendo como tu abuela le habla a su nuevo yerno? —se burla Isabella y la fulmino con la mirada—. Mueve el culo, Ness.

Me empuja al mismo tiempo que dice eso y dejo de ver a Jaz y a la abuela. Sea lo que sea que hablen, solo espero que no sea nada vergonzoso de mi pasado.

—Ay madre, no recordaba que había eso en el techo —masculla la chica a mis espaldas y sé que está mirando el ventanal de arriba con la boca abierta.

—¿Es nuevo o nuestra memoria nos está fallando por igual?

—Ya tiene tiempo, pero la última vez que vinieron estaba bloqueado por unos plásticos porque estaba roto —les informo mientras avanzamos y dejamos las mochilas sobre los sillones.

—¿Hay más cosas "nuevas" o solo eso?

—Solo eso, que yo recuerde.

—Lo que más extrañé de venir aquí es ver ese patio trasero. Es... Nunca tengo palabras para expresar lo que me genera —dice Emi con la vista en el lugar donde indicó.

En ese instante, Jaz y la abuela regresan con una sonrisa de oreja a oreja y los miro pidiendo una explicación. El chico se reúne a mi lado y me analiza de pies a cabezas.

—¿Qué te dijo mi abuela?

—Confidencialidad —me guiña un ojo.

—Cabrón.

La risa de Jaz es su respuesta a mis palabras y lo siguiente que hacemos es ir directo a las habitaciones que nos apartó y limpió la abuela. Los mellizos comparten una mientras nosotros dos tenemos una individual. Aunque lo más probable es que los hermanos terminen durmiendo en el suelo junto a mi cama como lo hacíamos cada que veníamos aquí.

Dejando las cosas ordenadas, es que bajo y me encuentro con Emiliano hablando con mi abuela mientras que Isa le está señalando algo a Jaz. Y tengo una idea de que es lo que está mostrándole. Decido ir con ellos, pues sé que mi amigo está actualizando a mi abuela sobre su vida en la actualidad y es algo que se debe hablar en privado.

—¿Y ves eso de ahí? —escucho que Isabella le pregunta a Jaz. Él asiente y ella prosigue. Ninguno se ha dado cuenta que estoy justo a metros detrás de ellos y que puedo escucharlos a la perfección. Isa mueve su dedo. Estaba apuntando a la parrilla del patio y ahora señala al pilar que sostiene el techo de esa zona—. Ahí fue donde Ness se quemó la mano por tonta y cuando pasó eso, ella, por la adrenalina, salió huyendo del lugar y terminó estrellándose sobre el pilar. Desde entonces, Ness no se acerca ni a la estufa ni a la parrilla, ¿cierto, Ness?

Con que sí sabía, solo que hacia la vista gorda. Cuanto la odio y amo a la vez.

—¿Es verdad, Oz? —me pregunta Jaz con diversión en su tono y ruedo los ojos.

—No serviría de nada mentir. Pero debo de aclarar que la causante de eso fue Isabella. Ella decía continuamente que era fácil sacar la carne de la parrilla con la mano y yo le creí. Lección que me dejó esa experiencia: no creer nada de lo que diga Isa —le digo y espero que él entienda que es solamente sarcasmo. Sin importar qué, siempre le creo a mi amiga en todo momento. Más que nada en el mundo.

—Lo bueno de esa vez fue que nos compraron un bote de helado gratis por el sufrimiento de Ness y nos lo comimos en una tarde entera.

Asiento mientras recuerdo ese día con nostalgia.

Después que me haya quemado y estrellado, lo siguiente que sucedió fue que me puse a llorar como nunca antes. Tenía once años aquella vez y nunca antes me había lastimado a tal calibre. Cuando todos los adultos notaron que estaba herida, ya había dos personas atendiéndome. Eran los mellizos, que, al instante de que me quemé, intentaron ir detrás de mí y tranquilizarme. Así que, para el momento en el que mi papá me cargaba y me llevaba al interior de la casa, ya había dejado de llorar gracias a mis dos amigos. Hicieron de todo para hacerme lograr y lo lograron. No culpé a Isa, pero ambos asumieron la responsabilidad y por varios días me estuvieron consintiendo con todo. Isa por ser la causante de mi quemadura y Emi por no detenerla y provocar que me lastimara.

No me acordaba de ese momento hasta ahora que ella lo volvió a mencionar. Es un recuerdo muy bonito y valioso. Uno que hizo que nuestra amistad se hiciera mucha más íntima que lo que ya era.

Isabella parece tener los mismos pensamientos que yo, pues sonríe con cierta nostalgia, pero con felicidad en los ojos y dice:

—Era fácil la vida en aquel entonces, ¿no? Un pequeño error y recibías un bote de helado gratis. Ahora todo lo que ganas es una crítica y estrés por la mínima equivocación.

Podremos llevarnos con burlas y un sinfín de cosas, pero siempre es con ella con la que veo la vida de muchas maneras y pienso en el pasado a todo momento.

—Podemos ir por un helado en algún momento —declara Jaz entendiendo la conversación aun sin saber el trasfondo de la misma.

La expresión de Isa cambia gradualmente y sonríe.

—Me gusta este chico, Ness.

Se separa de nosotros y va con la abuela. Mantengo la mirada sobre ella un rato más y relajo mi cuerpo al notar como responde a todo lo que mi abuela le comienza a preguntar con un tono de voz normal.

—¿Hay planes para hoy? —me pregunta él y aparto la vista de los mellizos para observarlo de frente.

—No que yo tenga idea. Lo más probable es que por la noche salgamos a cocinar bombones o algo más, pero lo que queda el resto de la tarde, no lo sé.

—Bueno, tendré que consultarlo con las cerezas y con la señora Tere.

—¿Tú tienes planes para hoy?

—Muchos más de los que podría hacer, pero solo hay uno en mente que es fácil de llevar a cabo.

—Ah, ¿sí? —Entorno una ceja—. ¿Y puedo saber qué es?

—Eso arruinaría la sorpresa, así que no. Solo ten paciencia.

—Paciencia, sobre todo. —Pongo los ojos en blanco. Soy la persona menos paciente de este mundo y él lo sabe bien.

—La espera valdrá la pena, te lo prometo. Sabes que cumplo con mis promesas.

—Más te vale. Me tendrás toda la tarde esperando por saber que es.

—Mejor. —Pone una de sus manos sobre la mía y me la toma. Nos quedamos de esa manera un rato, solo observándonos y siendo conscientes del contacto físico del otro.

—Ustedes dos, vengan para acá —nos llama mi abuela y volteo hacia donde provino su voz. Está sentada en la sala con mis amigos y en algún momento, consiguieron vasos de agua.

Vamos con ellos y nos sentamos en los espacios libres.

—¿Hay algo en lo que pueda ayudarlos para su celebración de mañana? —cuestiona la mujer mirándonos a cada uno por varios segundos.

—Hum, ¿sabes de algún buen restaurante para iniciar el día?

Ella me mira antes de responder.

—Hay uno al que hace años que no voy... ¿Te acuerdas del señor Gutiérrez? —Confirmo con la cabeza y prosigue—: Bueno, él tiene un restaurante de desayunos, que recuerdo que era muy delicioso todo, y tiene buenas promociones por el cumpleaños de alguno de los comensales. La última vez que fui allí fue días antes de que tu abuelo falleciera. Desde entonces, no he tenido el valor de ir.

—Oh, eso no lo sabía. ¿Quieres venir con nosotros?

—No te preocupes por mí, pequeña, es el día para que ustedes disfruten. Algún otro momento tú y yo iremos y nos pondremos al día como deber de ser, pero no mañana.

—De acuerdo, entonces creo que eso es todo lo que queríamos saber. —Miro al resto para tener una afirmación de mis palabras y ellos asienten—. Quizás estemos ausentes todo el día de mañana, por lo que podríamos llegar en la noche.

—Ustedes lleguen cuando quieran. Solo cuídense, eso es lo que importa.

Por eso amo a mi abuela.

—Ahora, vayamos a preparar una buena comida y a platicar por más rato. Hoy tengo muchas ganas de hablar.

Nos levantamos de los sillones y mientras hacemos eso, sonrío con tristeza.

Sé más que nadie lo mucho que mi abuela le encanta hablar. Más cuando pasa largos días sola y con sus propios pensamientos, los cuáles muchas veces son nuestro peor enemigo.

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