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Rockin' Around The Christmas Tree
-Brenda Lee

La abuela nos dio hasta las ocho para estar listos y bajar a la sala para comenzar con la festividad. Así que a las siete y media me estoy poniendo mis tenis y terminando de arreglar mi cabello para tan siquiera verme arreglada.

Mis papás ya están abajo, así que soy la única en la habitación. Y como si esa persona lo supiera, empieza a sonar el celular y me apresuro a ver quién me está llamando. Una sonrisa se me dibuja al leer el nombre. Cuando acepto la llamada, caigo en cuenta de que es una videollamada y de inmediato bloqueo la cámara.


—Hola, Oz —me saluda Jaz tranquilamente—. ¿Por qué no te veo?

A diferencia de él, yo sí que lo estoy viendo. Y no tengo palabras para describir como me estoy sintiendo ahora mismo. Jaz tiene puesto un suéter navideño, así como el gorrito de Santa Claus y por lo que alcanzo a ver en la cámara, unos pantalones beige.

—Hola, Jaz. Es que verás... —busco las palabras adecuadas para explicar por qué no está la cámara prendida—. No sé si sabrás, pero no soy una persona de videollamadas y casi nunca me gusta cómo me veo en ellas, así que suelo bloquear mi cámara cuando alguien quiere una videollamada. Ya es de costumbre que lo haga.

—Es una pena escuchar eso. Me gustaría verte, pero tampoco quiero obligarte a hacer algo que no quieras —dice y se me eriza la piel hasta la cara al escucharlo decir eso—. Así que, por lo tanto, ¿cómo estás? ¿Todo bien?

Estoy a punto de asentir, pero me detengo al recordar que no me ve, así que respondo con palabras.

—Más que bien, la familia ya está reunida y ahora, en un rato, bajaré y comenzaremos con las actividades que la abuela tiene preparada, ¿qué hay de ti?

—Ya empezamos, pero ahorita están comenzando a calentar la cena para empezar a cenar cerca de las doce. Aprovecho el rato para hablarte por lo mismo de que estaremos ocupados al rato y ya no pueda verte antes de las doce.

—Qué bueno que lo hiciste, porque realmente se va el tiempo volando y no reviso la hora hasta que comienzan los abrazos.

Jaz se ríe. Está sentado en un sillón y si presto atención, puedo escuchar el sonido de las voces al fondo.

Y solo porque es él, decido prender la cámara. No sé qué me dio el impulso, pero lo hizo y ahora estoy en la pantalla. Pongo el celular sobre una almohada, me siento de una manera que estoy cómoda y desde ahí se me ve medio cuerpo.

El chico tarda tiempo en reaccionar y, cuando nota que ya estoy allí, sonríe como bien saber hacerlo.

—Hola, Oz —vuelve a decir sin dejar de curvar los labios—. Nunca dejas de sorprenderme. Déjame decirte que te ves maravillosa hoy, aunque se nota que tienes frío.

—Es que lo tengo, llevo dos suéteres encima de una camisa de manga larga. Lo peor es que lo más probable es que me saquen para pedir posada y estaré con el frío en la cara.

—Me apiado de ti.

—Hablando de lo que usamos, ¿por qué usas un suéter navideño? ¿Y por qué nunca me enteré que tenías uno? Soy fan de esa vestimenta.

—Yo tampoco sabía que te gustaban. Los usamos porque es una regla familiar para entrar a la casa de la abuela. Si no tienes uno, te cierra la puerta en la cara. Y el gorro, bueno, yo lo agregué porque me lo compré y solo hay una ocasión en la que lo puedes ocupar, así que...

—Increíble. Créeme cuando te diga que nunca, jamás, imaginaba verte con todo eso puesto.

—¿Y te gusta lo que ves? —pregunta levantando una ceja y con un tono de voz peligroso. Se me eriza la piel por segunda vez en lo que llevamos de esto y se me sube la temperatura del rostro.

—Pues no estás mal...

—¿Pero tampoco estoy bien?

—No es lo que quiero decir, imbécil. Te ves... atractivo —logro decir de alguna manera y aparto la mirada del celular como si acabara de encontrar algo mejor que ver que la sonrisa pícara de Jaz.

—No me molestaría escuchar esa palabra más veces.

—Dios mío —murmuro y vuelvo a poner los ojos en la pantalla.

—Pasa una buena noche, Oz. Diviértete mucho y no mueras de frío.

—Esperemos que no. Si ves que no te contesto mañana, ya sabes por qué es —le sigo el juego y compartimos una sonrisa—. Diviértete tú también, Jaz. Mándale saludos a tu familia de mi parte y diles que les deseo una feliz navidad.

—Anotados. Igualmente, saluda a tu familia por mí, eh. Dile a tu abuela que lamento no haber estado ahí para probar el manjar que ha hecho.

Pongo los ojos en blanco, pero asiento.

—Nos vemos después, Jaz. Feliz navidad.

—Feliz navidad, Oz. Te quiero.

Y cuelga la llamada. Claro, no sin antes dejarme pasmada con esas dos palabras que simbolizan tanto.

Es la tercera vez que me las dice y sigo sintiendo esa sensación de alegría y emoción. Pero, también siento miedo. No estoy segura de poder decirlas aún. Sí, quiero a Jaz muchísimo, pero una cosa es que yo lo piense y otra que lo diga en voz alta. Debo de estar totalmente segura de esta relación, de que realmente no me causará dolor para poder decirlas.

—¡Ossena! —me llaman desde afuera de la habitación y regreso al mundo real. Me levanto de la cama y reviso por última vez mi vestimenta antes de salir de la habitación.

Afuera está mi abuela y su ropa se ve más caliente que toda la que yo traigo encima. Un pantalón de mezclilla oscuro, un suéter de tela blanco y beige y una bufanda alrededor del cuello.

—Jaz me dijo que espera que lo perdones por no haber venido a probar de tu comida —le informo con media sonrisa.

—A la próxima lo puedes traer y no tendrá que volver a repetirse esta situación.

Mientras lo dice, vamos bajando por las escaleras y veo que ya está toda la familia en la sala, esperando por nosotras dos.

—A la próxima será, entonces.

Al decir esas palabras en voz alta, me doy cuenta de que realmente me gustaría que hubiera una próxima vez y que, en esta, sea Jaz quien me acompañe cuando bajemos las escaleras. Una navidad junto a él no suena mal.

Solo espero que, para ese entonces, aun sigamos juntos.

—¿Qué vamos a hacer primero? ¿Pedir posada o romper la piñata? —pregunta la abuela cuando llegamos a la altura de todos ellos.

—Ambas son afuera, así que... Podemos romper las piñatas primero antes de que haga más frío y apenas podamos movernos y después pedir posada, así al terminar ya nos quedamos adentro —sugiere mi tía Arlene, esposa de mi tío Tristán.

—Excelente idea, Lyn —la elogia su esposo y la abraza por detrás.

—Hagamos eso, en este caso. Ossena, ¿puedes ir a por los palos? —asiento y la abuela se voltea a ver a mi papá—. ¿Y tú puede ir por las piñatas?

—Ya era de extrañar que no me pusieras a hacer nada, mamá —le replica mi papá y la abuela solo le responde con una seña de manos de apurarnos a ir a por lo que encargó.

Después de unos cuarenta minutos, estamos dentro de la sala y el frío está más potente que nunca. Siento como me tiemblan las rodillas y eso que ya bebí un poco de chocolate caliente.

Las piñatas nos hicieron entrar en calor, pero cuando pedimos posadas, y al estar estéticos en nuestros lugares, el calor desapareció. Solo fue gracias a la vela que sostenía que sobreviví.

Estoy comiendo una gomita con forma de llave mientras observo a los adultos escoger diferentes juegos para pasar el rato. Siempre son nuevos, así que es rara la ocasión cuando repetimos uno del año pasado.

Al final, escogen estos tres: adivinar el personaje mediante pistas, el juego de preguntas de que prefieres y, por último, regalo caliente. Los dos primeros si los conozco, pero el último no. Mi tío Roberto hace el favor de explicarnos de que trata.

—Se trata de ir pasando un regalo envuelto mientras la música suena y cuando esta se detiene, la persona que se quedó con el regalo lo puede abrir y descubrir que hay adentro. Por supuesto, no son buenas cosas —dice—. Esperen un momento.

Se va hacia el comedor y regresa con una bolsa negra grande y llena de objetos en el interior. Se nota que vive en Estados Unidos.

—Perfecto. Comencemos por el orden en el que lo dijeron y terminaremos con este, que parece que será más tardado.

Todos asentimos a lo que dice la abuela y mientras nos acomodamos para comenzar a jugar, yo pongo música navideña de fondo para entrar más en el ambiente.

Durante los dos primeros juegos, cada uno tuvo dos oportunidades de adivinar el personaje y ser cuestionado con las preguntas. Mientras a mí me hacían las interrogaciones con un nivel más cercano al de los adultos, a mis primos solamente les hicieron preguntas respecto a sus intereses y sobre la escuela. En el juego de adivinar, yo perdí mis dos oportunidades de ganar. Me tocaron los personajes de Baloo, del libro de la selva, y el gato de Alicia en el país de las maravillas. ¿Qué tan difícil era adivinar dos animales? Pero claro, es Disney y tiene tantos que es imposible saber a cuál se referían.

A la hora del tercer juego, noto que la familia está más llena de energía para pelear por los regalos. Si no me toca algo horrible, no me quejaría de que el regalo quede en mis manos cuando la música termine.

Son seis paquetes, así que, por obvias razones, hay seis rondas. Y somos once en total. A no ser que a alguien le toque dos regalos, solo cinco nos quedaremos sin algo.

En la primera ronda, ponen el límite de cuarenta segundos, pues la canción dura tres minutos mínimos y como que esperar tanto no era del agrado de todos. Al terminar el tiempo, el regalo queda en manos de la abuela.

Lo feliz que se puso al notar que obtuvo el primer regalo es algo que será difícil de eliminar de mis recuerdos. Quita el papel de envoltura, abre la caja y saca el objeto del interior y... Es una maruchan.

Mis primos se arriman a ella y les piden la comida, pero mi abuela es mi abuela y les niega la petición. Sonríe con triunfo al verlos derrotados.

En las siguientes dos rondas se ganan regalo mi papá y mi tía Ramona. Al primero le salió un frasco con un letrero que lo hizo poner los ojos en blanco y a la segunda una bolsa transparente con encendedores y una oración: Para encender la llama.

El regalo queda en mis manos para la cuarta ronda y paso la lengua por los labios al abrir el interior de la caja. Y no es nada más que un calendario con una imagen de la Virgen en ella. Sin embargo, en la parte de atrás viene un billete de cincuenta pesos y celebro en silencio. Eso me sirve para comprarle algo a Jaz en el pueblo para llevarle como otro regalo de navidad...

Para terminar, las dos últimas personas en obtener algo son mis primos. A Leo le tocó una bolsa de papel con la palabra 'Carbón' escrita en ella y mi tío Tristán se echa a reír de él. A Esteban le sale algo mejor: una bolsa de té y una taza para ponerlo en él.

Si todo eso fue por parte de la imaginación de mi tío Roberto, lo admiro. Pensar en cada cosa sería algo que me estaría matando la mente para idear.

Son las diez y media cuando acabamos y la abuela y mi papá se dirigen a la cocina a ir calentando las para cenar en un rato. Mientras tanto, la conversación entre mis tíos, sus esposas y mi mamá comienza y yo me veo interesada en ella.

Cuando te das cuenta de que te dan ganas de oír lo que discuten los adultos, es cuando sabes que ya eres uno. Es duro darse cuenta de eso, pero es parte de crecer.

A los diez minutos, mi abuela y mi papá regresan con varias cajas en las manos. Al llegar con nosotros, nos revelan el contenido que tienen las mismas. Son casas de jengibre para decorar. La boca se me abre al ver tal cosa. Nunca me enteré cuando las compraron.

—Dado que la cena estará caliente dentro de una hora, aproximadamente, compramos esto para matar el tiempo y que los niños coman algo mientras esperamos —anuncia la abuela—. Son cuatro en total, así que será uno por familia, ya dependerá de ustedes como la decoran. Y para que sea más interesante, lo haremos en modo competencia, así que la más bonita se ganará galletas hechas por la abuela.

Asentimos, los niños gritan de emoción y me reúno junto a mis papás y los miro con una ceja levantada. Tan excelente es nuestra comunicación que puedo entender que es lo que me dicen con solo señas de los ojos.

Que empiece la guerra.

Para las doce, estamos llenos de comida y honestamente, no quisiera volver a comer algo hasta dentro de muchos días. La competencia de casa de jengibre la ganamos nosotros, gracias a mí, debo decir, y la abuela nos dio una bolsa repleta de galletas variadas. Después de eso, comimos una pequeña parte de las casitas y las once y media fue que la cena finalmente se calentó. Los mayores fueron a por ella y comenzaron a dividirlas en todo el comedor para que cada quien agarrara cuanto quisiera.

Así que pasó la cena, llena de platicas y con los niños ya adormilados, y al terminar, dejamos un tiempo para reposar antes de que llegara la hora de abrazos y discursos.

A diez segundos de que sean las doce de la mañana, todos comienzan a contar en reversa y a las 00:00 exactas, los fuegos artificiales se hacen presente en todo el pueblo e inundan el cielo por completo.

Dado que las ventanas están sobre nuestras cabezas, es fácil ver el espectáculo. Tomo unas cuantas fotos y se las mando a Jaz con el típico mensaje de navidad. Momentos después guardo el celular y me dedico a darles abrazos a mis familiares. Dejo a la abuela por último porque siempre tiene palabras bonitas para decirme y por lo mismo, se tarda más en dar el abrazo que el resto.

Cuando soy rodeada por sus brazos tan delgados, comienza a decirme:

—Ossena, mi pequeña, feliz navidad. No puedo desear otra cosa para ti que sigas siendo alegre y que nunca desaparezca tu sonrisa. Te quiero tantísimo. —Me abraza con más fuerza y me permito recibir su amor tan único. Nunca sé cuándo es que pasemos nuestra última navidad juntas, así que siempre intento hacer de todo para tener un bonito recuerdo.

—Feliz navidad para ti también, abue.

Le doy un beso en la mejilla y nos separamos. Me mira unos momentos más antes de soltarme y dejarme ir con mis papás.

Terminando de dar los abrazos, sigue el tradicional discurso de la abuela para todos en general. Todos giramos las cabezas hacia ella y la escuchamos con atención.

—Siempre es un gusto verlos a todos aquí reunidos. No saben lo mucho que espero para que este día llegue por el hecho de verlos aquí, conmigo. Sé que es cansado de escuchar, pero nunca está de más reunirse de vez en cuando y recordar que somos una familia que está para el resto —dice la abuela y su voz comienza a sonar rota. Es doloroso escucharla así, al igual que verla con los ojos llorosos—. Estoy seguro de que Martín hubiera estado encantado de tenerlos aquí a cada uno de ustedes y lo estaría repitiendo todas las veces que le fuera posible. Aunque lo extrañe todos los días, ustedes hacen que ese dolor disminuya, así que brindemos por Martín, por nosotros y que nuestras vidas sigan por el rumbo que van, llenas de felicidad y buenos deseos.

Agarramos nuestras tazas -o vasos de plástico- y las juntamos para brindar tal como dijo mi abuela.

—Que así sea —repetimos todos momentos después.

Mi papá se acerca a mi abuela y la abraza.

Quizás se me pegó la costumbre de Jaz, no lo sé, pero tengo algo seguro. Ese momento es algo para guardar para toda la eternidad, así que tomo una fotografía. Enzo es el mayor de los tres, así que tiene más rasgos similares a mi abuelo que el resto de mis tíos, por lo que la abuela suele verlo en mi papá.

Cuando se separan y ella está más tranquila, nos observa sonriendo.

—Bueno, basta de lagrimeos y comencemos con la verdadera fiesta.

Niego con la cabeza al saber a qué se refiere, pero aun así sonrío.

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