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Daylight
-Taylor Swift
Son las seis de la mañana y la alarma no deja de sonar.
Resignada, me levanto y no me queda de otra que prepararme para la universidad. Hoy escojo un pantalón de mezclilla estilo mom jean, una camisa beige de manga larga y mis converse de todos los días. Me veo en el espejo y arreglo un poco mi cabello. Es de color café, notoriamente café. Mis ojos son del mismo color. Mi cara es, dentro de lo que cabe, delgada y tengo muchos lunares por todo el rostro.
Agarro mi celular y reviso la hora.
Son las 6:15 a.m. del 10 de octubre.
Mis piernas me duelen. Creo que fue mala idea jugar con Isa aun sabiendo que no estaba en forma. Aunque ayer me bañé y me puse alcohol en las rodillas, eso no hizo que el dolor disminuyera. Suspiro y solamente salgo de mi habitación y bajo al comedor. Me preparo un pan tostado con chocolate y tomo un poco de café para tener energía durante la mañana. Para cuando termino de comer, son las 6:25 a.m. Aún tengo tiempo antes de salir a las carreras.
Preparo la mochila, reviso que todo esté en su lugar y finalmente salgo corriendo hacia la puerta.
Esa es mi rutina diaria. Sencilla pero algo alborotada.
Mi universidad me queda un tanto lejos, por lo que debo de tomar el camión para que me deje a unas cuadras de distancia y entonces solo tengo que caminar. Gracias a Dios que entro a las 7:30 a.m. pues no me alcanzaría el tiempo si entrara exactamente a las siete.
Espero en la parada y cuando pasan varios minutos, mi camión aparece a la vista. Está lleno, pero es mejor a tomarlo que esperar otro rato más y llegar tarde. Por suerte, entre más avanza, más se va vaciando, por lo que me voy recorriendo hasta llegar al fondo. Es una técnica que me enseñó mi papá antes de que consiguiera el coche.
Cuando el camión llega a mi parada, me bajo y aunque voy con tiempo, camino rápido. Siempre me repito que más vale llegar temprano que tarde.
Así que ahí estoy, en la entrada de mi universidad a las 7:15 a.m.
Espero que este día no sea igual de aburrido que los otros. Me gusta dibujar, muchísimo, pero eso no le quita que las clases y todo dentro de lo que se ve en ellas sea algo tedioso.
☀
Son las tres de la tarde cuando salgo. Comí un poco de espagueti que dejó mi papá en un táper en el refri y que agarré para almorzar. Hoy hice más dibujos que en los días pasados. Fuimos a un museo independiente donde analizamos distintos estilos de arte y teníamos que dibujar dos obras que nos gustaran más. Después un profesor revisó los trabajos y nos decía que era lo que debíamos de mejorar. Me sirvió bastante esa clase, pues a pesar de que sé las bases básicas para el dibujo, hay varias técnicas que me cuesta realizar. Ese tipo de clases sí que me gustan; que sean interactivas.
Mientras camino, tengo puestos los audífonos, por lo que voy escuchando música y pensando sobre lo que haré esa tarde. No tengo tarea hoy, por lo que podría irme más temprano a mí casa. Aunque como parte de mi rutina, tengo que llegar a la cafetería.
Paso por la calle donde está ubicada. Hay varios negocios por el alrededor, así que siempre hay movimiento por la zona. Entrando a la cafetería me encuentro con el señor Oscar. Él me reconoce y me saluda. Como consecuencia de ir cinco veces a la semana a la misma hora al café, reconozco a la mayoría de personas que van durante ese periodo de tiempo. Y ellos me conocen a mí. Así que siempre me saludan cuando llego. Sin embargo, nunca mantenemos una conversación más allá que las preguntas comunes y para rellenar el silencio. Aun así, siguen siendo personas agradables.
Voy a la barra de bebidas y me encuentro esta vez con Misael.
—Un café mocha blanco y con chocolate arriba, por fa —le digo.
—¿Habrá un día donde cambies tu pedido? —pregunta con una sonrisa divertida. Absolutamente todos los empleados del local me conocen y saben que es lo que pido a diario, por lo que, gracias a lo que se podría considerar amistad, nos llevamos de esa manera.
—Cuando los cerdos vuelen será el día que pida algo distinto —replico y sonrío.
—En un rato sale. Lo gritaré, para que estes atenta.
—Gracias, Misa.
Asiente y yo busco un lugar donde sentarme. Hay una mesa libre al lado de la pared izquierda, por lo que es ahí donde me siento. Observo mi alrededor, la mayoría de la gente que está almorzando son conocidos del café, por lo que me siento más segura de estar ahí. También es eso lo que hace que me guste del lugar; la gente.
Entro a mi celular y reviso varios mensajes que dejé para después. Uno es de mi papá y me pide que, antes de regresar, compre un poco de jamón y de jugo. Le respondo con un sticker y paso al siguiente. Es el grupo de la escuela y solamente nos avisan sobre llevar los lápices correctos para mañana. Suspiro y apago el celular.
Pocos minutos después, donde me entretengo dibujando, escucho que nombran mi café. Me levanto y llego al mostrador.
Sin embargo, no soy la única que está ahí para recogerlo.
Un chico, quizás de mi edad, también vino al escuchar la llamada. Lo analizo con rapidez. Tiene el cabello pelinegro y un poco despeinado, ojos del mismo color, usa lentes grandes y delgados, tiene un arete pequeño en su oreja derecha y tez blanca. Es mucho más alto que yo. Toda la gente lo es.
Misael nos observa sin saber que hacer. El chico me mira a mí.
—Tómalo tú —me dice él y abro la boca para replicar, pero él me gana la palabra—. No tengo problema con esperar un poco más. —Tiene una sonrisa en su rostro.
—De acuerdo. Muchas gracias.
Agarro el café, le doy el dinero a Misael y le agradezco con un asentimiento de cabeza. Él sonríe con cierta incomodidad y culpabilidad y pasa su atención al chico pelinegro. Le echo otra mirada a este último antes de darme vuelta y regresar a mi lugar. Siento su vista detrás de mí.
Que rara situación.
De regreso a mi lugar, pienso en lo que acaba de ocurrir. En primer lugar, está el hecho de que exista una persona que pida exactamente lo mismo que yo. En segundo, que esté en el mismo lugar donde yo estoy. Bebo un sorbo y cierro los ojos al degustar el sabor. Es tanto así que hasta me inspira a dibujar algo. Saco un pedazo de hoja suelta que traigo en una carpeta y comienzo a dibujar. El tiempo pasa rápido cuando me centro en una cosa.
Sigo dibujando hasta que siento a alguien al lado y salgo de mi mundo para pasar mi vista hacia la persona que está parada. Ahí está el chico pelinegro, al lado de mi mesa y con su café en la mano.
—¿No te importa que me siente? —pregunta.
La verdad es que sí, pero dado que él fue amable al cederme el café que salió primero, no puedo negar tal favor.
—Todo tuyo.
El chico se sienta, deja su café y un libro sobre la mesa. También cuelga su mochila en la silla y me observa. Yo hago lo mismo. Me gusta el estilo de ropa que trae puesto. Tiene un pantalón verde de mezclilla, una camisa blanca y encima un chaleco negro. Sus zapatos son los mismos que los míos.
—¿Qué estás dibujando? —decide indagar.
No soy de las personas que les gusta estar mostrando sus dibujos, pero siento el impulso de enseñarlo, al fin y al cabo, lo creé a partir de la pequeña situación que pasamos.
Le paso la hoja y el la sostiene con las manos.
Es un dibujo, hecho a lápiz, de dos manos intentado tomar un solo café que está en el centro de la hoja. Es algo sencillo, pero me gustó la idea que generó mi imaginación: un conflicto por un café.
Veo las expresiones del chico. Sonríe de lado y mueve la cabeza lentamente.
—Parece que eres buena en esto. —Me entrega la hoja de regreso y la dejo en el centro de la mesa.
—Me gusta dibujar.
—Es un hecho. Me gusta el concepto que le diste.
—¿Lo entendiste?
—Bueno, dado que quizás aparecí en el dibujo, sí —bromea y no puedo evitar que se me escape una sonrisa—. Pero hablando en serio, sí lo entendí. Estas dando a expresar que hubo un choque a la hora de tomar el café.
—El arte a veces es fácil de leer, todo depende de los sentimientos que le ponga el artista. —Sorbo un poco más de mi café sin apartar la vista del chico.
Sonríe a mi respuesta. Me doy cuenta que tiene una bonita sonrisa. No mucha gente la tiene.
—Soy Jazer, por cierto —se presenta. Creo haber escuchado ese nombre antes, quizás sea cliente frecuente de la cafetería como yo.
—Soy Ossena, pero todos me llaman Ness.
—Es un nombre poco común de oír. Dudo que haya visto o leído alguien que tenga tú mismo nombre —comenta e imita la acción que hice antes de presentarnos. Luego dice—: A mí me dicen Jaz.
—Suena como de mujer —se me sale antes de poder pensarlo tan siquiera. No parece ofendido, en cambio, está divirtiéndose por esta inesperada situación.
—Me lo dicen mucho, pero me gusta el hipocorístico.
—¿Has estado aquí antes? Porque aparte de que suene como mujer, siento que lo reconozco, quizás lo he escuchado varias veces.
—Suelo venir cuando puedo. Todo depende del trabajo de la universidad y que tan largo sea. Si es así, vengo aquí, pido el café y me pongo a trabajar. Y si es algo corto, pues voy a mi casa y paso el resto de la tarde ahí.
Asiento, quizás sí lo había visto antes pero nunca lo miré con atención.
—No es de mi incumbencia, pero la curiosidad me gana. ¿Qué estudias?
—Licenciatura en letras —responde con un brillo inusual en sus ojos. Se ve que le gusta platicar de esto.
—Que extraño, nunca escuché sobre esa carrera.
—No es muy conocida, siendo honesto. Pero trata sobre el entender, analizar e interpretar textos literarios.
—Oh, vaya. Significa que te gusta leer.
—Adivinaste. —Sus ojos rompen el contacto visual que mantenía conmigo y pasa a su libro. Lo miro de reojo, aunque no alcanzo a leer el titulo con exactitud. Nota que intento ver su libro, por lo que me lo enseña. Es de Sherlock Holmes. No lo he leído, pero he visto la serie que está en Netflix.
—El famoso Sherlock Holmes.
—¿Lo has leído? —cuestiona con entusiasmo.
—No, pero vi la serie de Benedict Cumberbatch.
—Es buena, pero no se compara a los libros. Deberías darles una oportunidad.
—Algún día. Aunque no veo por qué debo de seguir la recomendación de un extraño que apenas conozco.
—En ese caso, debemos de reunirnos más seguido para que no seamos extraños. No puedo dejar a una persona así por nomás si no ha leído a Holmes.
Otra vez, una sonrisa aparece en mi rostro.
—Va, pues. Hasta que seamos amigos, leeré ese libro.
—Perfecto. —Da otro sorbo a su café y hago lo mismo. Mientras bebo, veo el celular y noto que se está haciendo tarde, por lo que entiendo que es hora de irme a mi casa.
—Mira, tengo que irme. Pero si quieres volver a recomendar un libro a una extraña, estoy aquí casi todos los días a esta hora. —Sé que es peligroso darle tu rutina a alguien desconocido, pero Jazer me da una inusual sensación de seguridad.
—De acuerdo, extraña, veré si puedo venir algún otro día a recomendarte buenos libros.
Lo miro y él amplia aún más su sonrisa y guardo mi celular en la mochila. Me levanto del lugar y tomo mi café.
—Hasta luego.
—Ve con cuidado —dice a manera de despedida y salgo de la cafetería.
Este sentimiento que tengo ahora mismo es raro. Hacía tiempo que no lo sentía.
☀
Estoy en mi cuarto y me doy cuenta que olvidé el dibujo en la mesa de la cafetería. Espero que Jazer lo haya guardado. Si es que le importó de verdad.
Son las once de la noche y no puedo dormir. Mierda. Se supone que tengo que levantarme temprano mañana y mis ojos nomás no se cierran. Decido, pues, ir a tomar un poco de agua y relajarme. Eso hago. Estando en la cocina, agarro un vaso de cristal y me sirvo un poco de agua natural. Hay veces que el agua sabe tan bien que es todo lo que quiero comer. Después tomo una galleta de un táper. Siento como me tranquilizo un poco y vuelvo a mi habitación.
Me acuesto en mi cama y me tapo. Hace frío. Pero me gusta más que el calor. Pasan otros minutos más, quizás horas, hasta que siento mis ojos pesados y me duermo... Y vuelve a sonar la alarma. Siento que apenas pasaron minutos desde que dormí. Es muy curiosa la consciencia cuando está descansando. De un momento a otro parece que dejo de existir y al siguiente me levanto como si nada.
Realizo la misma rutina del día anterior y antes de darme cuenta, estoy frente a mi universidad. Probablemente seguía dormida y mis pies se movieron automáticamente.
Esta vez no llegué tan temprano como antes, por lo que me encuentro con un amigo de la escuela; Saúl. Fue la primera persona que conocí el primer día de clases este semestre. Aparte de él, también conozco a Alondra y a Dorothea. Sin embargo, dado que no comparto clases con ellos, solo nos vemos en los descansos y en los minutos libres que tenemos.
—¡Ness, hola!
—Hola, Saúl.
—Milagro verte por aquí.
Me encojo de hombros y empezamos a caminar. Él comienza a platicar de las clases y yo lo escucho. A veces respondo cuando me pregunta algo. Llegamos al salón de mi clase y ahí nos separamos. Un poco de paz está bien. Me agrada Saúl, pero habla hasta más no poder y yo soy alguien que suele perderse mucho en su mundo y deja de escuchar a los demás. No es que lo haga con mala intención, pero es algo muy de mí.
Hay pocos estudiantes en esta hora, pero mi aula ya comienza a llenarse. Hoy vemos más practica que nada. El profe explica distintos métodos de estilo de dibujo a lápiz. Hace énfasis en que, a la hora de hacer un sombrado, hagamos líneas cruzadas. Había escuchado con anterioridad que esa manera era buena a la hora de poner una sombra, pero realmente no lo había puesto en práctica, hasta hoy.
Dibujamos unas figuras y les pusimos sombras. Creo que me salió bien, el profe asintió y me puso una buena calificación, por lo que supongo que estuvo aceptable.
Más clases pasan y con ello el tiempo. Cuando es finalmente la hora de irse, suspiro con alivio. Me gusta dibujar, pero no en exceso. Siento que la imaginación que tengo hoy quedó exprimida al cien por ciento, pues por más que intento pensar en algo para dibujar de tarea, nada viene a mi mente.
Me dirijo a la cafetería de diario, pensando que quizás así me inspiro y me ánimo a hacer la tarea que dejaron hoy.
Curiosamente, a la hora de hacer fila para pedir mi orden, lo veo ahí sentado, justo donde estábamos ayer platicando. Y me está observando, intentado atraer mi mirada a la suya.
Una sonrisa aparece en su rostro.
Devuelvo mi vista hacia el mostrador y pido lo de diario. Agradezco internamente que sea Laura quien está atendiendo, hubiera sido un poco incomodo ver a Misael otra vez. Espero un rato hasta que esté preparado y me animo a ir hacia el chico pelinegro.
A pesar de que lo había invitado a volver a encontrarnos, pensé que no iba a pasar. Pero aquí estamos. Ahora yo soy la que está parada frente a la mesa.
—Siéntate, anda. Es tu lugar, de todos modos —dice como saludo.
Y me doy cuenta que realmente es donde estaba sentada ayer. Creo que la sorpresa es notoria en mi rostro, pues ríe un poco.
—Gracias. —Acomodo mis pertenencias como diario, dejando el café en la mesa y el celular, aunque rara vez lo uso cuando estoy en la cafetería.
—¿Lo mismo de ayer? —Señala con la cabeza a mi vaso. Veo de reojo que él no tiene uno.
—Es lo que siempre pido.
—Vaya, pensé que yo era el extraño... —murmura.
—¿Por qué?
—Mis amigos dicen que es inusual ver que alguien pide un mocha blanco. Pero aquí, frente a mí, tengo la prueba hay gente que sí le gusta ese café.
Sonrío y entonces recuerdo lo que iba a preguntar.
—Ayer olvidé el dibujo que hice, ¿lo guardaste o se perdió?
—Lo guardé, no te preocupes. No podía dejar que el arte de alguien más se fuera a la basura. ¿Lo quieres devuelta?
—No, quédatelo. Sirve como muestra de que los extraños se están conociendo.
—Por supuesto, aunque para eso hay que conocernos mejor, claramente.
Asiento y espero a que hable. No soy la mejor persona para iniciar una conversación.
—Suponiendo que te gusta dibujar, ¿estudias algo relacionado a eso?
—Sí, artes visuales. Aunque recién comencé la carrera.
—Ooh, ¿y es realmente buena o no?
—Depende, ahora mismo estamos viendo todo lo de apreciación del arte y réplicas a lápiz, que es lo que me gusta hacer. Pero en los siguientes semestres serán otras técnicas como pintura o grabado y no soy fan de todo eso, por lo que quizás no me vaya también como ahora. ¿Te interesa?
—Siendo honesto, no tanto. Me gusta ver todo lo creado por los artistas, pero no soy de hacerlo. Mi hermana es la interesada en eso, por lo que intento ayudarla a buscar buenas opciones en donde estudiar.
—¿Cuántos años tiene?
—Quince. Aún queda tiempo, por lo que no tenemos prisa en examinar cada universidad.
—¿Y cuantos años tienes tú?
—Diecinueve.
Vaya.
—¿Y tú?
—Dieciocho.
—Uy, que joven —dice con una sonrisa.
—Lo dice el viejo.
—Pero bueno, ¿el café te pone brava?
—Quizás. —Tomo un poco más de mi vaso para ocultar mi sonrisa. Después pregunto—: ¿Te interesa algo más que leer? ¿O es todo lo que tienes para ofrecer?
—Qué va, me gustan muchas cosas. Pero si algo compite contra la lectura, definitivamente es la escritura.
—Entonces eres un escritor.
—Algo parecido. No he publicado nada de lo que escribo, por lo que no sé si me puedo considerar uno como tal.
—Todas las personas que escriben pueden ser consideradas escritores, no hace falta tener nada para demostrarlo más que la confianza en ti mismo.
—Así que además de dibujante y brava, eres filósofa.
Suelto una carcajada. Parece sorprendido de verme haciendo tal acción.
—Ya quisiera, hago de todos menos pensar. La filosofía no es lo mío, para nada.
—La ocasión perfecta para recomendarte otro libro.
—Tu aprovechas cada momento para sugerir uno, ¿no?
—Es parte de mi personalidad. —Me regala una de sus únicas sonrisas.
—A ver, dime el nombre. Quizás me suene. No lo habré leído, pero sí escuchado.
—Antes que nada, déjame aclarar esto: no es como tal un libro de filosofía, pero sí tiene la esencia de uno y te deja pensando durante un largo tiempo. —Hace una pausa notabe—. El libro se llama: "La biblioteca de la medianoche".
Le fallé, ni siquiera sabía que existiera un libro con ese título.
—No lo conoces, ¿verdad?
—¿Qué me delató?
—Es fácil leer tu expresión en el rostro.
Sonrío. Que fácil es sonreír con Jazer.
—¿Y de qué va?
—De una chica que se suicida y antes de morir, va a un lugar llamado la biblioteca de la medianoche, lugar donde descubre que habría sido de su vida si hubiera tomado una decisión diferente en varias etapas de su niñez, adolescencia y parte de la adultez. Me dejó reflexionando una semana cuando terminé de leerlo.
No puedo negar que me llama la atención. Se lo hago saber.
—Te puedo prestar el libro, si quieres.
—¿Le das libros a extraños que recién conoces?
—Ya no somos desconocidos. —Me guiña el ojo—. Ahora somos conocidos. Los extraños no se encuentran dos veces en el mismo lugar.
—Bueno, conocido, solo debería advertirte que no soy muy rápida leyendo. Quizás tarde semanas en acabarlo.
—Eso es lo de menos. Con que lo leas está bien.
—De acuerdo, tú dámelo en alguna otra reunión y ya haré espacio en mi ajustada agenda para leerlo.
—Lo que diga, señorita ocupada.
—Pero, ¿de verdad no te importa prestarle un libro a alguien que apenas conoces? ¿Cómo sabes que lo cuidaré bien?
—Por lo que he visto en este cortísimo tiempo en el que nos conocemos, sé que cuidas tus cosas. Incluso por un pedazo de hoja que no valía mucho, te preocupaste por ella. Eso demuestra una parte de ti, así que sé que lo trataras bien.
—Lo llamo ser responsable —me defiendo, aunque no es necesario.
Ya ves, tengo razones suficientes para creer que cuidaras del libro. Y si no, pues me compras otro y ya.
—Que no soy millonaria, eh.
—Entonces cuida del libro.
—Lo iba a hacer desde el principio.
—Bien dicho. Quizás vuelva a venir el jueves, así que ese día te lo doy.
—¿Mañana no vienes?
—¿No he faltado aún y ya me extrañas? —Sonríe con burla. Le doy una patada debajo de la mesa que hace que se amplíe aún más el gesto que tiene en el rostro.
—No, cabrón. Solo es curiosidad.
Ríe un poco antes de responder:
—Aunque quisiera, no puedo. Tengo un trabajo importantísimo y debo terminarlo o me bajan puntos.
—Ya veo. Bueno, esperar un día de más por un libro que tardaré tiempo en leer no me matará.
No dice nada, pero su sonrisa es la única respuesta que obtengo. Hecha un rápido vistazo a su celular (hasta ahora me doy cuenta que no había puesto una mano en el aparato desde que comenzamos a platicar) y después me mira. Creo que sé que va a decir a continuación.
—Tengo que irme.
—Claro.
—Pero vendré el jueves, tenlo por seguro. Soy hombre de palabra.
—Ya lo creo.
—Perfecto, cuídate, Oz.
No me da tiempo a responder, pues me quedo pensando acerca del apodo que utilizó. Nunca antes nadie me había llamado así, pero no me disgusta. Al contrario, creo que incluso es mejor que el que me puse a mí misma. Sonrío ampliamente y solamente tengo mi atención puesta en dibujar algo que acaba de venir a mi mente.
'Oz'.
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