18
The pool
-Stephen Sanchez
El viernes, tal como quedamos, voy a la casa de Jaz. Después de las clases busqué la ubicación y tomé un camión que me dejaba cerca. Ahora me encuentro caminando hacia allá.
Llego al cancel de su casa y toco el timbre que está en la pared. Miro la hora en el celular mientras tanto: 4:05 p.m. No están temprano ni tan tarde. Eso es bueno.
La puerta se abre y no es nada menos que Sam quien me permite pasar.
—Hola, Ness. Entra.
—Gracias —le digo mientras paso del cancel a la puerta de la casa.
Mentiría si digo que no estoy nerviosa. Porque me siento como si las piernas se me fueran a caer.
Su casa es más bonita de lo que imaginaba, aunque tampoco es muy grande. La cocina está justo al lado de la entrada y es muy moderna. Tiene una isla con bancos para sentarse por el alrededor. En la habitación contigua está la sala y las escaleras para el segundo piso, así como el patio trasero. La sala tiene dos sillones grandes y uno pequeño, y en el medio hay una mesa nido. En la pared de la izquierda hay una pintura maravillosa llena de colores, mientras que en el lado de la escalera hay fotografías enmarcadas.
No tengo ni tiempo de verlas a detalles por que de pronto escucho los sonidos de alguien, o algo, bajando a gran velocidad por las escaleras. Veo una mancha gris con blanco con rapidez y antes de notarlo, ya está sobre mis piernas.
Es un Schnauzer chiquito. Me olisquea los zapatos y cuando se acostumbra a mi presencia, me agacho para acariciarle la cabeza.
—Se llama Rambo —me dice esa voz que conozco a la perfección. Levanto la cabeza y lo veo al pie de la escalera. Tiene puesta una sudadera negra y un pantalón de mezclilla un poco roto.
—¿Rambo?
—Mi papá es fanático de las películas y para dejarnos tener el perro, él debía de ponerle el nombre, así que era eso o no tenerlo —explica mientras se va acercando a nosotros. Sam está sentada en la sala mirando el celular, pero sé que (disimuladamente) intercala la mirada del aparato a nosotros—. Ven, Rambo, deja a la invitada en paz y ve a comer.
El perro se aleja de mí y por lo mismo, me levanto del suelo. Ahora que estoy a la altura de Jaz, vuelvo a sentir los nervios a flote.
—Pues, antes que nada, bienvenida a mi casa. Como ves, ahí está la cocina y la sala. Arriba están las habitaciones, pero no es donde pasaremos el rato ahora, así que no importan en este momento.
—Ah, ¿no? Entonces, ¿qué haremos? —pregunto. Yo pensaba que iríamos a ver alguna película o algo parecido a su cuarto. Aunque siendo honesta, aun no me siento preparada para ver ese lugar.
—Algo mejor. De hecho, tú abuela me dio la idea.
—¿Mi abuela...? —Y entonces me doy cuenta a que se refiere. No suena mal.
No responde y solo camina hacia la cocina. Estando ahí, busca entre los ingredientes que vamos a necesitar.
—¿Puedo ayudar? —pregunta entonces Sam desde la sala y la miro de reojo. Me acuerdo de lo que le debo y me pongo a buscar entre mis cosas al tiempo que Jaz le responde:
—No. Esto es una cita.
—No parece una como tal.
—Es por qué no necesariamente tenemos que salir hacia alguna parte para que sea una cita —replica Jaz mirando su refrigerador.
—Ten, Sam, creo que te debía esto desde hacía tiempo —interrumpo la disputa y le doy la hoja de papel.
Tuve que investigar quienes eran los personajes de ese anime para hacerlos con exactitud y no equivocarme.
—Guau —exclama la chica mirando la hoja—. ¿Lo has visto?
—Lamentablemente, no. One Piece es muy largo para mí, pero me he visto otros tantos más cortos...
—¿De verdad? ¿Cuáles?
Jaz carraspea detrás nuestro y tengo que hacer todo el esfuerzo del mundo para no sonreír por esta escena.
—Luego puedes hacerle el interrogatorio, ahora mismo Oz es mía.
Sam lo fulmina con la mirada y se levanta del sillón. Camina hacia las escaleras, pero antes de subir, me dice:
—A la próxima, seré yo quien te invite y no Jaz, así no pasará todo el rato reclamándote.
—Estaré dispuesta a acompañarte, Sam. No te preocupes por tu hermano —le guiño el ojo siendo consciente de que Jaz nos mira con determinación y fuego en los ojos.
—Perfecto. Al rato vendré a probar lo que sea que harán —nos advierte la chica y entonces desaparece de mi vista.
Me giro hacia el chico de la cocina y sonrío con burla.
—Pero bueno, ¿celoso de tu hermana?
A de ser la primera vez que veo a Jaz poner los ojos en blanco, pero eso no evita que su boca se curve en una sonrisa y suspire.
—Qué va.
Dejo mi mochila sobre una de las sillas y me recargo sobre el lado de la isla que está hacia la sala. Veo a Jaz y él me ve a mí.
—¿Qué cocinaremos?
—Brownies. Es mi postre favorito y nada mejor que hacerlos con mi persona favorita.
—Tú... ¿Sabes lo que tus palabras me provocan? —le pregunto con la cara caliente.
—¿Por qué crees que las digo?
Ah, pues míralo, el muy cabrón haciéndola a propósito.
Me es increíble pensar que existe alguien en el mundo que pueda dejarme muda con unas simples palabras.
—Nunca he preparado brownies —digo después de serenarme y sentarme sobre el banco.
—No te preocupes. Los hago casi cada mes, así que soy experto preparándolos. Aunque estos últimos dos no los hice... Pero igual, solo sigue mis instrucciones y ten cuidado con el horno.
Jaz agarra su celular y se mete a Spotify. De ahí comienza a poner música de la suya.
—Espera, ¿qué te parece si hacemos de esas playlist de fusión y así suena la música que nos gusta a los dos?
Me gusta lo que escucha, pero oye, que también quisiera oír un poco de lo que a mí me gusta.
—Como ordene mi filósofa favorita.
Le mando en enlace y se une. Entonces pone la música desde ahí y al instante suena Phoebe Bridgers.
—Acércate, Oz —me pide él y señala con la cabeza su costado derecho. Rodeo la isla y me pongo donde dijo. Me tiende un mandil blanco con figuritas de vaquitas como decoración y él se pone uno negro con gorritos de chef—. Bien, lo primero que debemos de hacer es derretir la mantequilla completamente y echarle azúcar.
Asiento, pero no me muevo.
—Ehm, puedes meterla al microondas por dos minutos y se derretirá, mientras tanto, yo voy dividiendo la cantidad necesaria.
Ahora sí que me muevo y echo, en primer lugar, la mantequilla a un recipiente que me pasó segundos antes. Voy hacia el microondas y pongo el tiempo indicado.
Después de los dos minutos, regreso junto a Jaz y le tiendo el recipiente. Me sonríe como agradecimiento y veo como mueve las manos con agilidad para vaciar cada cosa sobre el recipiente. De fondo suena una de sus canciones retro y por el ambiente, me siento como en una película antigua.
—¿Puedes pasarme el chocolate en polvo? Por favor. —Hay otro recipiente con lo que me pide y se lo paso. Es muy tentador el olor que proviene de ahí—. Gracias. Con esto ya solo falta revolver y poner en el horno y esperar.
—¿Así de rápido?
—Así de rápido. No hay mucha complicación a la hora de prepararlos —responde Jaz encogiéndose de hombros. Ya entiendo el cómo puede hacerlos tantas veces al año.
Vuelvo a mi lugar del inicio y me siento a observar cómo revuelve todo con una pala pastelera. Inevitablemente, le tengo que tomar una foto en ese estado.
—Te ves muy bien trabajando, sigue así. Ánimo —le digo con burla y él me mira con cara de pocos amigos.
—Venga, tú también revuelve. —Estira el brazo y me pone el recipiente frente a mis brazos—. Por andar hablando.
—Serás cabrón.
Jaz suelta una carcajada y comienza a limpiar el desastre que se armó. De mi lado, hago el mayor esfuerzo para batir todo con precisión.
Y si no es porque elevo la vista, no lo vería con el celular a mi dirección.
—Que bien trabajas, Oz. Sigue así —dice repitiendo mis palabras y levanto el dedo corazón—. Ahora sonríe.
Sigo con el dedo en el aire y nada detendrá que lo baje. Sin embargo, le sonrío a su cámara e instantes después resoplo.
—Por algo no cocino.
—Es una pena. Cocinar es muy relajante, si es que no hay tiempo de por medio, claro.
—¿Sueles hacerlo muy seguido? —le pregunto respecto a lo de preparar la comida.
—A veces, si es que mi papá no llega tarde al trabajo. Dado que él trabaja en una empresa, esas de bienes, suele pisar la casa hasta muy noche y por lo mismo, le preparo yo mismo la comida y cena a Sam. Hay días en los que él puede llegar temprano y ya es entonces que nos cocina algo.
Me pregunto qué es lo que se sentirá tener un hermano mayor que te cuide en todo momento. Es lo malo de ser hija única, que ese sentimiento aparece cuando ves a hermanos tratándose como tales.
Jaz echa un vistazo a la mezcla y asiente. Busca algo en la parte inferior de la isla y cuando se levanta, tiene una charola de metal en sus manos.
—Ahora vaciamos todo esto en el contenedor, lo esparcimos y entonces se va directo al horno —explica y lo hace al tiempo que pasa el chocolate mezclado a la charola. Con la misma pala que usamos para revolver todo, es que lo esparce hasta que queda bien extendido.
Lo observo abrir el horno y meter la charola. Pone la temperatura necesaria y cuando queda todo correcto, se levanta y coloca una alarma en su celular.
—A esperar.
☀
Mientras esperábamos que el tiempo pasara, que era media hora y unos cuantos más para que enfriara como debía, nos sentamos en la sala y comenzamos a platicar sobre distintos temas. Sobre política, porque sí, nos gusta criticar a los políticos que no hacen bien su trabajo, también juzgamos a otros famosos, sobre todo los de la industria musical y los del cine.
Sin embargo, hubo algo a destacar.
Jaz me dijo que, de alguna manera logró sacar el tema con disimulo, este sábado comenzaba la feria del libro internacional y que estaría hasta la semana siguiente. Y que, si quería, podía acompañarlo a comprar libros.
Algo así como otra cita. Aunque en realidad no es una. Yo acepté, claro.
Por lo que ahora debo de prepararme para caminar un largo rato durante toda la mañana del siguiente día.
La alarma de Jaz comienza a sonar y nos indica que los brownies ya están listos. Nos acercamos a la isla, Jaz los saca y mientras deja que se enfríen por unos momentos, termina de guardar los utensilios que dejó en la isla. Cuando pasaron los minutos suficientes, hago el ademan de agarrar uno, pero él me detiene y lo miro con el ceño fruncido.
—Una fotito antes dé.
Y ahí nos ves, posando junto a los brownies.
Cuando finalmente puedo tomar uno (después de cortarlo y dividirlo en pedazos iguales), le hago la pregunta que tanto me ha hecho pensar desde que lo conocí.
—¿Por qué sacas una foto a cada cosa? No te estoy acusando, es solo que se me hace curioso y es algo que me gustaría saber de ti.
Jaz se toma el tiempo de responderme. Termina de comer su pedazo y me mira.
—Cuando estaba en segundo de secundaria, tenía un mejor amigo, su nombre era Sergio —comienza a decir y me siento en el banco de la isla. Jaz lo hace en el que está al lado mío—. Éramos inseparables y cada que podíamos, nos reuníamos en la casa del otro y jugábamos con la consola. En ese tiempo, también teníamos celulares, pero no nos servían de nada, así que no los usábamos. Hasta ahí todo bien, dos niños pasando la adolescencia como debe de ser, aunque no hay ninguna evidencia de que todo eso haya pasado. ¿Entiendes lo que digo?
Asiento. Dado que no utilizaba el celular, no había razón alguna para tomar fotos.
—Así pues, a punto de terminar el segundo año es que le llega una propuesta de trabajo al papá de Sergio. Pero la propuesta era en España. Y por lo mismo, tuvieron que irse del país. —Hace una pausa y aunque sus ojos están puestos en mí, no me ve—. La despedida fue dura y aunque prometimos seguir hablando por alguna aplicación, el contacto murió rápidamente y nunca más volvimos a hablar. Por más que me haya dolido decirle adiós, creo que lo que más me marcó fue que nunca tuvimos una foto juntos, ni siquiera en la escuela. Y para mí poder recordar algún momento mediante alguna foto es más que especial. Solo mira la escalera. —Apunta a donde dijo y ahora sí que veo las imágenes con mejor detalle. La mayoría son fotos del pasado, donde la familia de Jaz se me unida. Hay una donde están sus papás, Jaz más pequeño, una bebé gateando por el suelo y otro chico que supongo que es su hermano mayor.
» A veces olvido que Sergio existió y es como si una parte importante de mi vida se esfumara de repente. Y por más que busco entre los archivos de mi celular, no hay nada que me haga recordar algún momento con él. Es todo borroso. Ni siquiera puedo acordarme como lucía su rostro. —Ríe con amargura, pero noto que hay frustración y tristeza detrás—. Y por lo mismo, me he prometido guardar una foto de cada momento de mi vida, por más pequeño y diminuto que sea. No sé, puede que, en el futuro, y ojalá que no, tenga alzhéimer y solo pueda volver al pasado mediante fotografías.
La mirada de Jaz regresa al presente.
—Perdona si te molesta que haga eso, pero es algo que ya no puedo evitar hacer. Es una costumbre que forma parte de mí.
—No, no. No me molesta, era meramente curiosidad. Y me asombra que detrás de algo pequeño haya una historia mucho más grande de lo que parece. —Le agarro la mano y paso mi pulgar por su piel—. Siempre pasa eso, entre más pequeño sea algo, mayor será su significado.
—Debo de dejar de contarte anécdotas, siempre te sacas una frase por debajo de la manga. Y lo peor, se supone que soy yo quien debería de decirlas por ser escritor —replica Jaz sonriendo.
—Intento sacar algo positivo de la ocasión. Aunque es triste escuchar eso de Sergio y lo tuyo.
—Bueno, por algo tuvo que pasar. Quizás fuera para enseñarme esa lección u otra de la cual sigo sin ser consciente.
En ese instante, el rechinido de las escaleras me saca de la nube en la que estábamos y dirijo la vista hacia allá. Sam viene bajando con el celular en las manos. Y Rambo la sigue por detrás.
—Te vas a caer, zopenca —le avisa Jaz poniendo los ojos en blanco. Creo que su hermana es la única persona en el mundo que puede sacarle ese gesto.
—Tengo memoria motriz, estoy más que acostumbrada —responde ella sin apartar la vista del aparato. Se acerca a la cocina y es donde finalmente sus ojos ven otra cosa que no sea el celular, mientras tanto, Rambo se acuesta en una cama de cartón que está bajo la escalera y levanta las orejas—. Ah, son brownies.
—No te quejes, nos quedaron exquisitos. Oz es mejor cocinera de lo que aparenta.
—Diría que soy mejor pinche. No fui yo quien puso la charola en el horno.
—Shh. Ella no puede saberlo.
—Bueno, tampoco es que estén mal. —Sam agarra un pedazo y se lo lleva a la boca. Después me dice—: Le digo que debería de venderlos. Ganaría mucho dinero.
—Eso es cierto —concuerdo con la chica y ambas miramos a Jaz.
—La cosa es que no sé dónde vender. En la uni me es imposible y no salgo a muchos lugares como para ir y promocionarme.
—Yo podría hacerte el favor, en la librería podemos venderlos y así la gente los compra cuando van a pagar sus libros.
Jaz me mira con ojos brillosos.
—¿De verdad?
—Claro, es lo menos que puedo hacer por ti.
—Oz, ¿te he dicho que eres maravillosa?
—Es la primera vez que lo haces, así que sí...
Y ya me está besando aun teniendo las palabras en la punta de la lengua. Cuando nos separamos, una gran sonrisa asoma en su rostro.
—Que asco —murmura Sam mientras nos ve con disgusto.
—Pues vete si no quieres ver esto.
—Bien. —No se va y en cambio, se recarga en la encimera y no aparta la vista de nosotros. Más que nada, la mantiene sobre Jaz.
El chico suspira y niega con la cabeza.
—Te agradecería mucho si me hicieras el favor de venderlas, Oz. El dinero nos ayudaría para apoyar a nuestro papá en todo lo que podamos.
—Con más razón. Mira, podemos probar con estos y ver que tal —le digo refiriéndome a los que sobraron—. ¿Tienes bolsas de plástico pequeñas donde guardarlas?
—No, pero sé dónde podemos ir a comprarlas. Y ese es nuestro nuevo plan. Prepárate, Oz, que nos vamos ya.
—¿Ya?
—Sí, no hay que perder el tiempo. El fin de semana será un día ocupado, así que nada mejor que aprovechar estas horas. Y no te preocupes, yo te llevaré a tu casa si se hace tarde —declara Jaz guiñando el ojo
—¿Los puedo acompañar?
—Negativo. Iremos Oz y yo. Cuida de la casa y de Rambo mientras tanto.
Su hermana suspira, pero no se vuelve a insistir. Agarro mi mochila y el celular y me preparo para salir. Jaz ya me espera en la puerta y me reúno junto a él.
—Gracias por hacer esto —me dice cuando salimos y cierra la puerta con llave.
—Ya te dije que es lo menos que podía hacer por ti, a diferencia de todo lo que has hecho por mí.
—Todas las cosas valen la pena si son por ti.
Jaz me sonríe y estira su mano.
La agarro sin dudarlo ni un segundo.
☀
Cuando son las siete y pasadas, Jaz me deja delante de mi casa. Tomó el carro de su papá y de esa manera me llevó hasta mi calle.
—La pasé muy bien hoy —me dice mientras quita la llave del motor y sale del auto. Yo hago lo mismo y camino hacia la puerta—. Si algún otro día quieres venir a mi casa, siempre serás bienvenida. Le agradaste a Rambo, así que ya te dio permiso de ir cada que quieras.
—A mí también me agradó Rambo.
Jaz sonríe.
—Descansa bien, Oz.
—Tu igual, Jaz. Nos vemos mañana.
—Claro que sí. Cuídate.
Se despide con un beso y no hago más que devolvérselo porque me está gustando mucho eso de besar.
—Definitivamente no podré cansarme de esto —murmura mordiéndose el labio cuando se aleja de mí.
—Anda, ya vete.
—Sí, sí. ¡Adiós!
Lo despido con la mano y entro a mi casa. Inmediatamente, me entra el olor a tacos de barbacoa y la boca se me hace agua.
—¿Es lo que creo que es? —pregunto cuando llego a la cocina. Aunque sé la respuesta, me gusta confirmar antes de hacerme ilusiones.
—Recién calentados —contesta Enzo con una espátula en la mano—. ¿Te fue bien?
—Sí, no estuvo mal...
No digo de más porque un padre no debería de saber todo lo que su hija hace respecto a su relación.
Levanta una ceja, pero no hace más preguntas.
—¿Quieres pasarme un poco de jitomates? Solo falta hacer la sala y ya están casi listos.
Lo obedezco y nos ponemos a cocinar.
Vaya día.
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