15
Halley's Comet
-Billie Ellish
Durante el trayecto, pasamos la mayor parte del tiempo jugando o simplemente charlando. Mi papá no nos presta atención, así que solo somos Jaz y yo quienes platican. A veces, y dependiendo que canción está puesta, mi compañero de asiento canta en voz alta.
Para mi sorpresa, mi papá se le une.
Por lo que ahí me ves, aguantándolos, pero sonriendo por disfrutar de ese momento.
De igual manera, ambos estamos tomando foto de todo. Jaz tiene el celular la mayor parte del tiempo en el paisaje y no deja de presionar el botón de tomar foto. Claro que, yo no me libro de ser víctima de su cámara. Suele apuntar hacia mí y en todas las ocasiones pongo los ojos en blanco, aunque sonrío.
Sin embargo, no es el único que hace eso.
Yo también le tomo fotos siempre que puedo. Una, porque este momento es muy agradable. Dos, porque me gustaría guardar los últimos momentos donde somos felices en caso de que todo se vaya a la mierda cuando le diga lo que siento. De pensarlo me da escalofríos. Y me aterra el hacerlo cuando esos pensamientos invaden mi mente.
—¿Cómo es tu abuela? —me pregunta Jaz mirándome. Aparto la vista de la ventana y le devuelvo la mirada.
—Es muy buena persona, aunque suele ser directa y no le importa herir tus sentimientos —le respondo mientras pienso como más describir a la abuela.
—También hace la mejor comida —agrega Enzo desde el volante y sonrío.
—Eso sí. Debería haber abierto algún restaurante.
—Ojalá que me dé algo de comer —comenta Jaz sonriendo.
—Idiota. Claro que lo hará, y en caso de que no, yo misma le digo que te prepare algo y verás que terminarás encantado.
—Confío en tu palabra, Oz.
Sonrío y observo a Jaz más tiempo del que debería de hacerlo. Y él se da cuenta.
—¿Qué pasa? ¿Tengo algo y no me quieres decir? —me pregunta mientras se echa un vistazo.
—No es nada —respondo con rapidez y aparto la vista antes de que note que tengo la cara roja—. Simplemente veía tu ropa. Me gusta tu camisa.
—Mi camisa —repite con diversión. Tiene puesta una camisa negra con una frase que dice: Yesterday, today was tomorrow. And tomorrow, today will be yesterday—. Sí, a mí también me gusta.
Agradezco internamente que estaremos en la casa de mi abuela en treinta minutos. Hemos parado tres veces en distintos pueblos, uno por que nunca coordinábamos para ir al baño y tuvo que ser en minutos diferentes. Por suerte, esas paradas sirvieron para estirar las piernas y movernos un poco. De igual manera, Jaz siguió tomando fotos y compró frituras en una tienda para el camino.
A Jaz se le ocurre jugar a palabras encadenadas. Explica que debemos de decir una palabra que empiece por la penúltima letra de la palabra. Acepto el juego y así se nos pasa el tiempo. Antes de que lo note, ya estamos frente a la casa de la abuela.
Al final, yo gané el juego y Jaz me comprará algo en una tienda del pueblo. Su única condición fue que debía de ser un objeto que costara menos de cien pesos.
Enzo detiene el coche en el lugar donde lo estacionó la última vez que vinimos y bajamos del coche. Le doy un vistazo rápido a Jaz y está observando la casa.
—Bienvenido a la casa de la abuela Tere —le sonrío y cierro la puerta del vehículo.
☀
—Ossena, deberías de haber traído a este muchacho la vez pasada —me acusa la abuela.
Estamos en la sala nosotros tres. Mi papá, después de que acomodo sus cosas, salió de la casa para reunirse con los escritores. Así que solo quedamos Jaz, la abuela y yo en la estancia. Y por lo mismo, Jaz se robó la atención de la mujer mayor y terminó encantada por su manera de ser.
Jaz tiene ese don.
—Me han dicho que tiene la mejor comida del pueblo, señora Teresa —comenta él y me guiña el ojo.
—No creas todas las cosas que dicen. Y llámame abuela Tere, no tengo problema con ello —replica la abuela, aunque está feliz por el halago—. Pero claro, no negaré que tengo la mejor birria de este lugar. Y para la suerte de ustedes, es lo que prepararé hoy.
Se me hace agua la boca con solo pensar en esa comida.
—Estaré agradecido de poder probarla.
Teresa asiente satisfecha. Jaz se levanta de su lugar.
—¿Dónde hay un baño?
—Al lado de la cocina. Es la puerta negra que está justo a la derecha del refrigerador —le indico mientras apunto hacia el lugar.
—Gracias, Oz.
Desaparece por la puerta y siento la mirada de mi abuela. Tengo una idea de que es lo que me dirá.
—Es él, ¿verdad, Ossena?
—Sí —susurro por temor de que Jaz nos escuche. La casa será grande, pero tiene eco y eso provoca que en ocasiones se escuchen las voces por todo el lugar.
—Bien, me alegra. Recuerda lo que te dije. —Es todo lo que dice y es suficiente para que entienda sus palabras.
—Lo haré.
Me sonríe y su cara se arruga. A pesar de que es un gesto lindo, a veces me recorre un escalofrío cuando recuerdo que entre más arrugas tiene, mayor es su edad y eso solo significa una cosa.
Me aterra el solo pensar que algún día no estará más aquí. Probablemente mi vida se derrumbe si eso sucediera.
Jaz vuelve en un rato más y la abuela decide que es hora de vayamos a salir al pueblo unas horas mientras regresa mi papá. Le dice a Jaz que, de igual manera, no podemos ver como hace la birria, ya que eso contiene su ingrediente secreto. Jaz le sigue la corriente y solamente se ríe.
Yo voy a mi cuarto, dejándolos a ambos solos, y agarro lo necesario para salir a caminar. Me puse mis tenis cómodos para andar, así que solo tengo que ponerme una gorra y guardar mi libreta en la mochila que llevaré. También guardo mis audífonos y las frituras que sobraron, las cuales me dio Jaz.
Cuando regreso a la sala, veo a Jaz y a la abuela hablando en voz baja. Me acerco a ellos y los miro con la ceja levantada. Mi abuela le da una palmada en el hombro al chico y voltea su cabeza hacia mí.
—Diviértanse, muchachos —dice la abuela sin responder a la pregunta que no hice, pero que ella vio con claridad.
—Gracias —responde Jaz y capto que hay más de un agradecimiento en esas palabras, más no me incumbe preguntar, por lo que solamente asiento y me dirijo hacia la puerta.
—¡Nos vemos después, abue! —le grito antes de salir y que Jaz cierre la puerta detrás de nosotros.
—¿A dónde vamos?
—Humm, no tengo la más mínima idea, pero podemos pasear a dónde sea.
—Me gusta como suena eso. Además, me puedes hacer un tour personal por el pueblo. ¿Conoces a toda la gente de aquí?
Niego con la cabeza. Comenzamos a adentrarnos entre las calles y algunos solo me saludan con un asentimiento de cabezas y que devuelvo con una sonrisa.
—No realmente, solo a unos pocos. La mayoría de ellos únicamente me conoce como la nieta de la señora Teresa. Sin embargo, hay algunas personas a las cuales recuerdo con suma claridad por pequeños detalles que me hacían tiempo atrás.
—Ah, ¿sí? ¿Cuáles?
—Mira —le señalo una panadería pequeña que está en la esquina de la calle—. El señor de ahí, llamado Hugo, me regalaba un pedazo de pan siempre que acompañaba a mi abuela en las compras. Luego en la zapatería de ahí —vuelvo a señalar a una casa café con un letrero que indica lo que hacen en el lugar— la señora Imelda me medía el pie siempre que iba y me decía lo grande que estaba, que era un detalle que me gustaba escuchar por que solía ir cada seis meses a la tienda. Lamentablemente, la señora falleció por todo esto del COVID. Es una pena, me agradaba mucho.
—Es triste escuchar eso.
—Sí... Pero son cosas de la vida. —Pasamos la zapatería y veo desde la ventanilla al hijo de la señora Imelda trabajando, al menos heredó el trabajo de su mamá. Después giramos en una esquina y llegamos a un camino de piedras—. Oh mira, ese es el mercado y después hay un puente de madera muy bonito. ¿Quieres verlo? —le pregunto aun sabiendo su respuesta.
Y él sabe que lo sé, pues sonríe y levanta las cejas.
Lo llevo hasta allá mientras le presento a algunas personas que recuerdo; terminando, lo guío hasta donde está el puente que siempre me emociona ver. Cuando llegamos, nos detenemos en el inicio del puente. Es una vista preciosa. Está ubicada de esta manera: el puente en el medio y alrededor hay montones de arboledas y matorrales. Bajo la plataforma hay un pequeño lago y al otro lado de la punta está la parte restante que falta del pueblo; el cual se divide en dos por razones que nunca entendí ni volví a preguntar.
—Vamos, no se rompe ni nada —le digo y me subo al primer tablón del puente. Jaz me mira con duda antes de seguirme.
Llegamos al centro y nos detenemos ahí. Desde ese lugar se puede ver como el río se hace más extenso hasta separar las dos partes de la tierra en metros. Y de fondo, están las montañas medio visibles que hay por el alrededor del pueblo.
—Es un lugar muy bonito —afirma Jaz con la vista en el río. Saca su celular y comienza a tomar fotos. Espero que su memoria no se llene—. Ven, Oz, una foto tú y yo.
Pongo los ojos en blanco, pero me arrimo a él. Me sitúo a su lado y no sé si pasar el brazo por detrás o qué debo de hacer, así que solo levanto mi mano y levanto los dos dedos como siempre lo hago. Jaz, en cambio, es quien pone el brazo por detrás y me pega hasta quedar a milímetros de separación de su torso. Sonrío con nervios y trago saliva, levanto un poco la cabeza y lo miro a los ojos, él me mira a mí. Toma la foto y después se separa un poco, más no deja caer su mano de mi hombro.
—Salimos muy bien. —Me muestra la imagen y ahí estamos. El fondo verde y un pequeño espacio donde se ve el río. Jaz tiene una sonrisa encantadora en su rostro mientras nuestros ojos hacen contacto visual.
—Pues sí, no lo negaré.
—¿Qué otros lugares más ahí por aquí?
Observo la hora en mi celular. Son las doce en punto, aún hay tiempo para mostrarle todo lo que puede ver.
—Ven, te voy a mostrar un pasillo lleno de hojas por toda la pared que es perfecta para que tomes tus fotografías.
Jaz está encantado por la idea.
☀
Cuando son las tres y media, regresamos a la casa de la abuela. Los pies me duelen por tanto caminar, pero nada se compara a los bonitos momentos que pasé junto a Jaz. En cada cosa que le mostraba tomaba fotos del paisaje, una de nosotros y me pedía que le sacara algunas a él. Yo también se lo pedí, unas mías y otras de mis dibujos. Ya tengo contenido para mi cuenta.
La abuela está en la cocina y mi papá en la sala, con cabeza en el respaldo y la mano en su rostro. A su lado hay hojas esparcidas.
—En unos minutos sale la comida. Vayan yendo afuera a tomar sus lugares -nos dice mi abuela cuando nos ve llegar. Tiene esa sonrisa que lo sabe todo y me guiña el ojo.
Salimos tal como nos indicó y nos sentamos en la zona de la parrilla.
—La casa de tu abuela es maravillosa. Me gustaría tener algo así en el futuro —comenta Jaz con la vista en el patio trasero.
—Es muy tranquilo por aquí. Después de comer, me iré allá y me sentaré a dibujar un rato, puedes acompañarme si quieres —le digo sin pensarlo y cuando me doy cuenta de mis palabras, me retracto de haberlas dicho.
Sin embargo, Jaz sonríe como si le alegrara ser invitado a mi tiempo sagrado.
—Con gusto te acompañaré.
Soy consciente de que esas palabras no deberían de conmoverme tanto, pero lo hacen. Siento un escalofrío en el cuerpo y tengo que apartar la mirada de Jaz.
Por suerte, la abuela es mi salvadora y aparece en ese momento con una olla entre las manos. Detrás de ella viene Enzo con los platos y los vasos para los refrescos que están en la mesa de la parrilla. Jaz y yo nos levantamos e intentamos ayudar con todo lo que podamos, que no es mucho. Nos servimos la cantidad que queramos de birria y de refresco.
—Deberíamos de poner música —sugiero y es una manera de decir que pondré mí música.
—Nada de eso, Ossena, deja que Jazer ponga la suya. Durante la carretera noté que tiene buen gusto musical por las canciones clásicas —replica mi papá y lo miro boquiabierta.
—Gracias, señor Enzo —dice y paso la mirada hacia él. Me guiña el ojo y sonríe.
Perfecto, ahora mi familia lo ama más que a mí.
Jaz conecta su celular a una bocina que trajo mi papá y las canciones de décadas pasadas comienzan a sonar. Por más que quiera, no puedo negar que no me gusta ese tipo de música, pero decirlo en voz alta sería como traicionar mi lealtad a mis cantantes favoritos y eso sí que no.
La comida pasa con rapidez, la abuela es la que más le pregunta a mi amigo sobre su vida y algunas cosas de su interés. De esa plática, logré enterarme que a Jaz le gustaría viajar fuera del país, específicamente hacia Europa. Dice que más que nada es para ver todos los lugares emblemáticos e históricos del mundo, así como la estructura, pues le parece de lo más interesante y con un gran simbolismo.
Enzo se va temprano por que aún no terminó con lo que hacía en la sala, por lo que volvemos a ser nosotros tres en un mismo lugar.
—Mañana podríamos hacer un poco de galletas. Tengo harina y todas esas cosas que se necesitan para prepararlas —incita la abuela levantándose y agarrando los platos sucios.
—Es una buena idea. Hace mucho que no cocino algo —asiente Jaz y no me queda de otra más que unirme.
—Muy bien, está noche cenaremos tacos, así que no se preocupen por eso. —Mi abuela termina de agarrar todos los trastes sucios y se dirige a la puerta—. Por allá de las ocho los llamaré, así que tienen el resto de la tarde para hacer todo lo que quieran hacer -anuncia y me mira unos segundos más antes de irse al interior de la casa. ¿Cómo lo sabe?
Son las cuatro, así que tenemos aun unas cuantas horas antes de volver a juntarnos todos. Tomo aire y me digo que es el momento de hacer lo que me estuve proponiendo realizar toda la semana.
—Iré por mi libreta y vuelvo enseguida —le aviso a Jaz.
—Claro.
Desaparezco de su vista y voy corriendo hacia mi habitación designada. Ahí me detengo y pongo mis pensamientos en su lugar.
Primero lo primero, tengo que abordar el tema de una manera sutil, que no sea tan obvio y que tenga algo que ver con lo que hablamos. Segundo, están las palabras que le diré, palabras que no preparé y ahora me arrepiento de eso. Tercero, el desenlace de esto.
Dios mío, ¿quién dijo que declararse era algo fácil de hacer?
Agarro la libreta y vuelvo a tomar aire. Bueno, al final y como dijo Emi, todo es de ganar o perder.
Bajo a la sala y me encuentro con la abuela esperando en las escaleras. Cuando nota mi presencia, se acerca a mí y me dice:
—Todo saldrá bien, Ness, solo ten más confianza en ti misma. Ya te lo dije antes, no tengas miedo de amar.
—¿Cómo es que sabes que es lo que haré?
—Hay muchas cosas que los años te enseñan. No te pongas a pensar en las cosas malas que pueden salir, mejor piensa en lo que harás ahora y que sucederá después.
—Siento que voy a vomitar —le confieso y ella me sonríe con cariño y me abraza.
—Confianza, pequeña, confianza. Mírame. —Lo hago—. Piensa en positivo y elimina esos pensamientos que traicionan tu confianza. Si algo malo sucede, siempre podemos echarlo de la casa y mandarlo a la ciudad en Uber, aunque realmente no creo que eso pase. Anda, ve.
Me suelta y me agarra la cara antes de empezarme a empujar hacia el patio.
—Buena suerte, pequeña.
Y me cierra la puerta en la cara. Literalmente me está diciendo que no la abrirá hasta que vaya allá y hable con Jaz.
Tomo aire por tercera vez y me encamino hacia donde está él, que es en el medio del patio y está recostado sobre su espalda, viendo el cielo de esa manera.
Llego hasta él y tapo su vista poniendo mi cabeza encima. Sonríe y me señala con una mano a que me acueste al lado de él.
Si es así...
Dejo mis cosas de lado y me dejo caer en el suelo. Las nubes se mueven lento y todo es tan azul.
—Me gusta imaginar que cada nube es una vida distinta. Una nace y otra desaparece; una crece y la otra disminuye. Una está más cargada de energía que otra. Y así hasta convertirse en un ciclo que no tiene fin.
—No pierdes ni una oportunidad para ponerte en modo filosofo, ¿verdad? —le pregunto con burla.
No sé cómo, pero aun sin mirarlo, siento que su sonrisa se ensancha más de lo que ya estaba.
—Todo en la vida tiene algo de filosofía. Así como, por ejemplo, la confusión que tienes dentro en ese momento.
—¿Lees la mente?
—Sí. Ahora piensas en escapar y alejarte todo lo posible de mí.
Se ríe de su propia broma y lo volteo a ver con la mayor seriedad posible, aunque no puedo mantenerla, pues termino riéndome junto a él. Su risa es contagiosa y agradable de escuchar.
—Pero, ¿cómo sabes que tengo una confusión? —le pregunto con curiosidad.
—Ya te he dicho que eres demasiado expresiva con tu cara, Oz. Es fácil leerte —responde y gira la cabeza para verme—. Así que, ¿qué pasa?
Esta es mi oportunidad. Creo.
Mierda.
—Hum. No sé cómo explicarlo... —le digo mientras pongo a mi mente a trabajar a máxima velocidad—. A ver, hipotéticamente hablando, ¿cómo le dirías a alguien lo que sientes, pero sin que suene extraño?
Me sigue observando sin decir nada.
—Bueno, sea lo que sea que diga, será extraño para la otra persona, pero eso da igual cuando lo dices. Y siendo honesto, sería directo y le diría todo tal como lo siento, sin pensar en un discurso como tal —me responde finalmente y me mira con interés—. ¿Por qué? ¿Piensas declararte a alguien? No me digas... ¿Emiliano?
Lo miro con horror.
—Dios me libre, no. Jamás podría. Emi es como un hermano y juro que eso lo veo como incesto.
A pesar de que Jaz disimula bien, logro ver como parece aliviado por mi respuesta. Se ríe y asiente.
—Pero lo que dices no es una mala idea, al final, es mejor siempre ir directo al grano y no dar vueltas al asunto, ¿cierto?
Mierda. Estoy comenzando a ponerme nerviosa. Miro hacia el cielo y trago saliva.
—La verdad es que sí. El resultado será el mismo aún si lo haces directo indirectamente.
—Sí... Siendo ese el caso... —Me siento y me giro hacia Jaz. Él me imita, con una mirada confusa y se sienta delante de mí-. Mira, soy pésima para estoy créeme que es la segunda vez que lo hago en mi vida, así que no juzgues... Yo... Mierda, espera.
Cierro los ojos, evitando ver toda expresión que tiene y respiro hondo.
—Lo que pasa es que hace poco me di cuenta que comenzaste a gustarme. Y no como amigo. O sea, sí me gustas como amigo, pero más que eso. —Ya está. Lo dije—. Y de verdad que soy mala y no sé qué más decir, así que es todo. Y no pasa nada si no sientes lo mismo, lo comprendo, solo quería decirlo porque soy mala mintiendo y esto no es algo que pueda ocultar más tiempo. Podemos seguir siendo amigos sin importar qué, pues no quiero perder esta amistad contigo porque no quiero perderte a ti. Y ajá, eso es todo.
Me quedo callada. Aun no me atrevo a abrir los ojos, por lo que no sé de qué manera me está viendo. ¿Será que ya no me ve como horas antes lo hizo? ¿O sonreír de la manera tan bonita que lo hace?
Creo que estoy temblando. Y podría echarme a llorar ahora mismo. Aunque tengo planeado entrelazar mis manos y calmarlas de esa manera, no puedo. O más bien, Jaz no me deja hacerlo. Él agarra mis manos y las sostiene entre las suyas.
—Oz, mírame.
No lo hago.
—Mírame, por favor.
La manera en la que lo dice... Abro los ojos lentamente y ahí está.
Jaz tiene su sonrisa tan especial y sus pupilas brillan. Nuestras manos están entrelazadas y en algún momento se acercó a mí que ahora solo nos separan nuestras piernas cruzadas.
—No sabes lo mucho que esperé a que dijeras eso, Oz —dice.
Y entonces suelta mi mano, la pone sobre mi mejilla y...
Me besa.
Me toma por sorpresa. Claro que lo hace. Pero eso no impide que le devuelva el beso. Aunque pensándolo bien, es el primero en mi vida. Y no sé qué es lo que debo hacer. Jaz lo nota, pues siento su sonrisa sobre mis labios y se separa solo centímetros para verme a los ojos. Así de cerca puedo verlos bien; son tan negros y aun así brillan como el sol.
—¿Esperabas que dijera eso? —Es la primera pregunta que se me viene a la mente.
—Como tu misma dijiste, eres mala mintiendo y no puedes ocultarlo. Además, también te dije que eres muy expresiva —responde. Dios mío, voy a morirme en estos momentos—. Tendiendo eso claro, era fácil unir todo y entender que sucedía.
—Estás diciendo que ya lo sabías. No es una pregunta.
—Sí.
—Ay, mierda. ¿Cuándo te diste cuenta de mis sentimientos?
—Desde aquella noche de la boda. La forma en la que nos completamos y me mirabas... Oz, bien dicen que los ojos dicen más que las palabras.
—Bien, deja subo a mi habitación y me tiro del balcón.
Jaz se ríe y solo agarra con más fuerza mis manos.
—Sin embargo —continúa antes de que en verdad me vaya al balcón. Observo nuestras manos entrelazadas y espero que no las suelte hasta que sienta que esto es real, que no es una fantasía—, no quería presionarte hasta que estuvieras lista. Hasta que te sintieras segura de lo que sentías. No cuando tenías ese trauma pausado que te impedía entender esto del amor. Es por eso que tampoco te dije sobre lo que siento por ti.
Me toma unos segundos captar sus palabras. Abro la boca al hacerlo.
—Que mierda. ¿Acabas de decir lo que sientes por mí? ¿Estás diciendo que te gusto también?
—Pensé que ese beso lo dejó en claro.
Podría desmayarme ahora mismo.
—Pero sí, Oz, me gustas y mucho. ¿Te acuerdas de la vez que hablamos sobre si teníamos pareja? —asiento. Por supuesto que recuerdo ese día con claridad. Su respuesta sobre que tenía a alguien que le gustaba era lo que me impedía declararme libremente—. Pues esa persona eres tú.
—¿Desde ese día? —pregunto en voz baja por la incredulidad que estoy sintiendo.
—Desde mucho antes —me corrige.
Sí, creo que podría desmayarme.
—¿Por qué?
—¿Por qué me gustas? ¿O por qué desde antes?
—Ambas.
Se calla y lo piensa. No hemos roto el contacto visual. Ni nos hemos movido de nuestros lugares.
—Ni yo sé cómo inició, pero en algún momento comenzaste a llamarme la atención en la cafetería; te había visto algunas veces cuándo iba ahí y siempre atraías mi mirada. Aún no hablábamos ni nada, pero cuando surgió el conflicto del café y comenzamos a platicar más seguido, bueno, creo que la atracción se convirtió en gusto y... Perdí la batalla primero. Ha sido una tortura desde entonces, pero valió la pena esperar por esto. —Señala con la cabeza a nuestras manos unidas—. Y el porque me gustas... Podría darte una lista entera y nunca acabaría.
La temperatura de mi rostro se eleva.
—Pero si tuviera que decirte una sola, es porque eres tú. Nada vale más que una auténtica personalidad. Y créeme que me encanta cuando eres Oz y no alguien más.
—Yo... No sé qué decir.
—Y está bien, Oz. No hace falta que digas nada, entiendo todo lo que no dices.
¿Es posible que me conozca mejor de lo que yo lo hago?
—Si hay algo que tengo que decir, es que quiero esto. —Sacudo un poco mi mano y la suya acaricia mi mano, mostrándome que comprendió mis palabras.
—Podemos ir lento, si quieres.
—Por favor. Tengo mucho que aprender.
Jaz sonríe.
Y como lo hace.
Antes de que pueda prepararme tan siquiera, vuelve a besarme y me pregunto por qué tardé tanto en hacer esto.
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