Once.
—¿Cómo pudiste obligarme a hacer eso?
Los comentarios y reproches de Dipper se hicieron presentes después de que llegaran a la oficina de Bill. No dejaba de lamentarse por la pobre mujer que perdió la vida y de quejarse con el rubio que tuvo tal terrible idea.
—¿Aún sigues pensando en ello? —Preguntó Bill, exhausto. Estaba sentado sobre la silla de su escritorio, mirando con desinterés al castaño que se la pasaba caminando de allá para acá murmurando mil y un cosas.
—¡Debería pensarlo! Fue la vida de una persona la que fue arrebatada. ¡Ella solo estaba haciendo su trabajo en un día común y corriente! —Sus manos se estamparon contra el escritorio frente al rubio, aunque no se dignaba a mirarlo.
—Vaya, entonces es como nosotros. Estábamos haciendo nuestro trabajo en un día común y corriente.
—¡Pero la asesinaste! —Exclamó, arrojándole una mirada de enojo por primera vez desde su llegada.
—¿Yo? Si mal no recuerdo, fueron tus manos las que lo hicieron —agregó con tono burlón.
—¡Y tus manos las que me obligaron!
Bill sentía cierta diversión al verle tan desesperado.
—Que sensible —confesó el rubio, mordiéndose el labio inferior en burla.
—Quitarle la vida a las personas es malo, ¡les estás quitando algo que les es valioso!
—No dirías lo mismo si te dijera cuantas vidas Linda Susan terminó —mencionó, tomando un vaso de vidrio con licor del escritorio para darle un pequeño sorbo.
—No me importa su pasado.
—¿Por qué no debería de importarte? Por si no lo sabías, los sicarios tienen que saber el pasado de la persona, o lo que hizo, para llegar a eliminarlos —separó el vaso de sus labios y lo dejó suavemente sobre el escritorio, con una mirada acechadora en el castaño—. Y no entiendo porque te comportas de esta manera, ya era hora que hicieras algo como sicario.
Algo se revolvió dentro del estómago de Dipper, provocándole un leve mareo ante las palabras ajenas. Todo este tema le traía de vuelta a la realidad en la que vivía. En donde su familia se preocupaba por él, aunque no supieran de su estadía, y en donde Mabel seguía atrapada en un lugar desconocido.
—Yo no soy un sicario —reclamó, encarnando sus cejas—. ¡Soy solo una persona que es obligada a hacer todas estas cosas con tal de salvar a su hermana! —Estalló.
Bill rió entre dientes, parándose lentamente de su asiento para rodear la mesa y llegar hasta el castaño. Su mirada no indicaba otra cosa que la mismísima sorpresa.
—Oh, me provocas cuando entras a esa faceta —ronroneo entre palabras, sujetando con su pulgar e índice ambas mejillas del castaño, acercándolo a una corta distancia de su rostro.
—No me vuelvas a tocar —rugió, separándose de golpe—. O sino...
—¿O sino qué?
Llevando una mano a su bolsillo trasero, sacó sin pensarlo la pistola que poseía, colocándola sobre la frente del rubio con una mano temblorosa.
—O sino pongo una bala en tu cabeza —dijo, entrecerrando los ojos que estaban completamente entablados en los ámbar del rubio. Se maldecía mentalmente al permitir que su mano temblara como chihuahua.
Eso no hizo más que propiciarle una gran carcajada al mafioso, que no creía nada de lo que veía y escuchaba.
—¿No que estaba mal matar a la gente?
—Puedo poner una excepción contigo —mencionó dejándose llevar por la ira.
Bill rodó los ojos y, de un movimiento rápido, le había arrebatado la pistola de su mano y tomó su muñeca para encarcelarla sobre su espalda baja. El castaño soltó un sonido de sorpresa al ver que su pecho y rostro estaban siendo apresados en la superficie del escritorio.
—Ese tipo de comportamientos no los puedo permitir aquí —habló tras su espalda Bill con indignación, sujetando en su mano libre el arma de fuego que antes estaba con el castaño, y colocándola sobre su nuca—. No te preocupes, amor mío... Me caes muy bien como para hacerte algo.
—Ese juego tuyo de los maridos acabó desde que completaste la misión en el restaurante de Susan —dijo con dificultad el castaño, moviendo su cabeza de modo que su mejilla estuviera sobre el escritorio.
—¿Ya no quieres seguir jugando? Recuerdo muy bien tu expresión cuando te robé aquel beso —dijo provocador, riendo entre dientes ante el leve sonrojo de Dipper—. No me molestaría volver a repetirlo.
—A mí si.
Bill estaba a punto de responder cuando tres golpes en la puerta hicieron eco en el lugar. Suspirando, soltó al castaño, y dirigió toda su atención a la puerta.
—Pase —habló claro, con voz determinante.
Dipper se reincorporó rápido cuando la puerta se abrió completamente. De ahí, entró uno de los trabajadores de Bill con un maletín negro.
—La recompensa por la muerte de Susan ha llegado —dijo el sujeto con traje negro, zarandeando un poco el maletín.
—Bien, ya era hora de buenas noticias —con pasos firmes, se acercó al tipo y éste le entregó el objeto. Con un pequeño asentimiento, ambos se despidieron y nuevamente eran solo él y el castaño en un gran silencio.
Bill lo dejó con delicadeza en su escritorio y lo abrió con una pequeña sonrisa. Viró los ojos al notar la cercanía que estaba adoptando Dipper, interesado en el interior del maletín.
Con mirada arrogante, volteó a ver al castaño de a su lado.
—¿Te gusta el maletín? Si quieres te lo doy.
Dipper frunció el ceño, riendo con falsedad.
—Quiero la mitad de la recompensa —habló sereno.
Bill, ante eso, se rió fuerte, colocando una mano sobre el maletín y la otra en su cadera, encarando por completo al castaño.
—¿Quién dijo que obtendrías una paga? Pensé que quedó claro que tú hacías el trabajo y yo me quedaba con la ganancia.
—¡Eso no es justo!
—La vida es injusta, ahora vete —le dijo cortante.
Dipper bufó, colocando por igual una mano sobre el maletín y mirando desafiante al mafioso.
—Merezco que me des más de la mitad por lo que me haz hecho pasar, pero me conformo con la mitad. Así que, tomalo o dejalo.
—¿Qué clase de amenaza es esa?
—Aprendo del mejor —comentó el castaño con sorna.
—Está bien, solo porque me estás dando un terrible dolor de cabeza. Toma la mitad —dijo refunfuñón, cruzándose de brazos.
Dipper sonrió complacido, abriendo el maletín y encontrando muchos billetes dentro. Al sacar todos, que estaban acomodados por secciones, encontró una nota al final del bolso.
—¿Qué dice? —Preguntó el rubio cruzado de brazos, mirando con anticipación al sicario que sacaba con confusión el papel.
—Es otro encargo... Quieren que me deshaga de un tal... ¿Blendin?
—Uy, conozco ese nombre. Ese tipo de libra de todos los matones en un segundo —su tono de voz reflejaba sorpresa.
—No puedo hacerlo, aún no olvido lo que pasó con la dueña del restaurante —balbuceaba, sintiéndose nuevamente mareado.
—Eso significa que debemos retomar tu entrenamiento. Blendin no es gran cosa comparado con lo que sucederá en la fiesta a la que fuimos invitados dentro de menos de un mes —su voz se tornó serena y un escalofrío recorrió la espalda de Dipper.
—
Hola! Perdón por abandonar por unos cuantos meses la fic:( Quiero volver a retomarla y que llegue a su bello final
Se que me quedó cortito pero, ¿qué les pareció el capítulo?
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