III

En la mañana, mientras pedaleaba rápidamente en su bicicleta por una carretera empapada por la lluvia, Lisset se encontraba sumida en un mar de lágrimas y temor. La lluvia deshacía su maquillaje, mientras los baches en el camino, los charcos y el peso de su mochila dificultaban mantener el equilibrio. En ese preciso momento, un joven de aspecto delicado cruzó frente a ella y fue inevitable evitar la colisión. Lisset cayó al suelo y la bicicleta quedó encima de sus piernas.

—Lo siento mucho, debí haberme fijado —reaccionó Daniel corriendo a ayudarla, levantando la bicicleta.

—No te preocupes —respondió Lisset con dulzura, acorde a su rostro. Sus manos estaban manchadas de barro y las secó en su vestido— Parece que la cadena se ha salido de su lugar, no sé como arreglarla —comentó, mientras intentaba disimular sus lágrimas con los dedos.

—afortunadamente, no está rota y solo se ha salido del riel —dijo Daniel   manipulado la cadena. De inmediato, la colocó en su lugar y giró las ruedas  para comprobar que todo estuviera en orden.

Lisset se encontraba a su lado muy cerca, observando cómo realizaba la reparación. Ya había dejado de llorar, de alguna manera, el frágil rostro del joven le transmitía confianza y sus gestos le brindaban tranquilidad.

Sin darse cuenta, Daniel se acomodó el cabello al sentirse observado. Luego, notó una pequeña caja a pocos centímetros de ellos, comprendiendo de inmediato que pertenecía a la chica y se había caído de la cesta delantera de la bicicleta, Dejó el vehiculo en el suelo, se acercó cortésmente para recogerla, pero Lisset se adelantó con rapidez, tomando la caja con celo y volviéndola a colocar en la bicicleta.

—Son unos conejitos, aún son bebés —aclaró.

—Debe de ser así —sonrió Daniel— ¿Te diriges lejos?

—No lo sé —respondió Lisset dubitativa— Solo me voy.

—Pero estás herida —señaló Daniel, notando las rodillas raspadas y las manos lastimadas.

—Si se hubiera corrido un poco más el maquillaje, te darías cuenta de que estas heridas no son nada —le devolvió la sonrisa mientras sus ojos se humedecían.

Notó la tristeza.

—¿Pero estás segura? En mi casa tengo un botiquín, podría ayudarte. Vivo cerca.

Lisset miró hacia atrás, sintiendo los nervios regresar.

—Gracias —tomó la bicicleta y comenzaron a caminar juntos.

—¿Estás segura de que no sabías a dónde ibas? —preguntó Daniel con curiosidad.

—No a tu casa —respondió Lisset con una risa, tratando de evadir la respuesta

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