Prólogo
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El cielo, su fiel amigo y confidente; su lugar seguro durante cada conflicto, se había vuelto en contra de ella y no podía juzgarlo por ello. Se lo merecía, al final de cuentas.
Bruscamente, la envolvía en una oscuridad parcial, mientras la enfurecida ventisca la golpeaba sin compasión, haciendo que se tambaleara. Los relámpagos, impredecibles y momentáneos, iluminaban los tristes y traicionados rostros que aparecían entre las nubes. Era como si el todopoderoso quisiera recalcarle su decepción sin importar cuan agobiada se sintiera o cuan agotada se encontrara.
La empatía ya no era un regalo.
La lluvia, por su lado, reacia e implacable, colaboraba en este castigo, empujándola hacia abajo junto a los truenos que acompañaban al coro de voces viles que se alzaban entre las centellas. Ese era su juicio y ya conocía el veredicto.
Era culpable.
Sin embargo, pensar en ella en estos momentos sería un claro ejemplo de egoísmo y no podía darse ese lujo, menos con su hermano inconsciente en sus brazos y la necesidad de cumplir la promesa que había hecho. Debía protegerlo. Y Él lo sabía. Pero le importaba más un estúpido reglamento que la vida de los humanos, así que, salir de ese ataque con vida no iba a ser una tarea fácil. Él no se lo dejaría fácil.
Con fuerza de voluntad, trataba sin cesar de evadir cada rayo y cada ser luminoso que se aproximaba en su dirección con el fin de hacerla descender. No sabía cuanto tiempo había estado volando, estaba muy fuera de sí para calcularlo. Apenas podía seguir su orientación sin tener que desviarse para evitar a sus, ahora enemigos, quienes seguían dándole guerra, impactando sus cuerpos contra ella y batiendo sus alas para crear un ventarrón aún más poderoso que los que el propio viento podría lograr.
No obstante, entre tanto golpe y aturdimiento, pudo percibir un pequeño murmullo de olas en aquel escándalo celestial, por lo que dedujo que estaba cerca de la costa.
No quería correr ningún riesgo. Conocía al cielo y sabe que puede ser traicionero. Varias veces la tumbaba al mar cuando jugaba entre las nubes y si no era por sus poderes, se podría haber ahogado. A pesar de eso, era un recuerdo bonito y feliz. Ojalá fuera similar esta ocasión...
Ignoró el nudo que se le formaba en la garganta y con cuidado hizo, con una mano, una burbuja luminiscente de oxígeno alrededor de la cabeza de su hermano, quien, gracias a un hechizo previo, estaba ajeno, en el mundo de la tranquilidad, a la tempestad que se desarrollaba en su entorno. Se hizo una a ella misma y voló agitando sus alas a la mayor velocidad que pudo, al punto que ya se encontraba cerca de una playa vecina, pero la suerte no estaba con ella ese día.
No sabe cómo pasó. Ni siquiera lo había procesado, hasta que sintió un escalofrío recorrer cada membrana de su cuerpo y un ardor infernal en su espalda que le hacía ver puntos negros. Estaba muy liviana y ya cuando iba a tocar el mar, logró estabilizarse un poco. El mismo no estaba en mejores condiciones que el firmamento. Se agitaba con ferocidad y múltiples olas se levantaban y chocaban entre sí, creando aún más un ambiente de lucha y persecución. Miró, débilmente hacia atrás y en pleno sollozo, entendió todo.
La sentencia ya fue dictada.
Iba a llorar, eso era seguro y sabe que varias lágrimas ya surcaron su rostro. Estaba desesperada y sin importarle que una enorme sombra los estaba por envolver, atrajo a su hermano a su pecho y lo abrazó.
—Lo siento —tartamudeó antes de ser consumida por aquella ola. Todo estaba perdido y el silencio no hacía más que afirmar sus sospechas. Estaba mal, lo sabía, pero no quería preocuparse por eso ahora, solo quería vivir el momento de tener a su hermano en brazos mientras disfrutaba de ese pequeño oasis en pleno tormento.
Cerró los ojos y esperó. Esperó a que algún animal los devorara, que las burbujas explotaran y murieran por asfixia o, en el mejor de los casos, la corriente se apiadaría de su hermano y los llevaría a tierra firme, pero eso ya sería avaricia.
Todo da vueltas y siente rareza en el ambiente. El mar bajo ella se sentía sólido y pesado. Confundida, abrió un poco sus ojos y no logró distinguir cuál era ese lugar, solo estaba segura de que no era el fondo marino. Le dolían las articulaciones y la espalda, gemía del dolor; aun con todo eso, sentía una enorme paz. Quizás la suerte por fin se puso a favor suyo o quizás era un sueño. Un sueño donde se encontraba acostada en la arena junto a él y una sombra aparecía de entre las rocas y se acercaba a ellos con una luz.
Suaves truenos se escuchaban a lo lejos y una tierna brisa hizo bailar a lo que supuso eran árboles. No podía procesar bien. Hasta que un pensamiento le vino a la mente.
Su hermano.
La cabeza le comenzó a doler y todo se volvió cada vez más borroso. Sueño o no debía intentarlo, en que sea por última vez. La figura se acercaba, mas su vista nublada le impedía verla bien y antes de caer en la inconsciencia, pronunció una palabra que jamás pensó decir:
—Ayúdame.
...
La vida es irónica, lo demuestra cada vez. Un día estamos en la cima y de la nada estamos en el suelo, como yo en ese instante...
Algunas cosas pasan de un momento a otro y te dejan sin aliento.
Desde siempre tuve que hacer lo que me pedían. Vestirme de un modo, actuar de otro y ser complaciente con Él. Todo debía girar en torno a Él y su reglamento y cumplir con cada mandato.
Aunque, había una regla en específico. Tan imprescindible como delicada; que no se podía tener la osadía de pensar en romperla, ya que se podía fracturar, el perfecto equilibrio que sostenía. No importaba edad, sexo o nacionalidad, quien lo hiciera, se llevaría la peor de todas las maldiciones o castigos. Una que lo haría lamentarse para toda la eternidad, incluso si esa infracción era justificada.
"No atacarás a ningún mortal" dice el Señor. Pero, ¿cómo le pides a la muerte que perdone a la presa, si la víctima era el lobo y el asesino la oveja? ¿Cómo pides que tolere lo atroz y olvide lo permanente? Mucho se habla de su justicia y lo certera que es cuando llega; sin embargo, su orgullo no permite contradicciones. Expulsó a Lucifer de los cielos por su desafío y a mí me ha condenado por mi rebeldía...
Ahora bien, que la duda les abandone confiada cuando les digo que el arrepentimiento no ha llamado a mi puerta y, créanme, nunca lo hará.
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