Capítulo IV
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1.
Cairnholm-noviembre 2016.
—Es inútil llorar por un zapato perdido —dijo pausadamente el señor Oggie dejando su bebida en la mesa, cuando lo vió entrar en el hotel.
Jake soltó un suspiro, dándose cuenta que el señor posiblemente no era ciego. Se acercó hacia él, ignorando a propósito, el camino disparejo de lodo que dejaba en el suelo. Se sentó en la mesa junto al hombre y le preguntó titubeando:
—El hogar de niños, ¿qué fue lo que le pasó?
—Los alemanes atacaron -respondió con pesar—. Una bomba cayó en el techo, el 3 de septiembre de 1943.
—Y, ¿a dónde se fueron después? La responsable y los niños.
—Ni un sobreviviente; pobres mocosos y eran adorables.
La mente de Jake daba vueltas, tratando de analizar y encontrar respuestas a los motivos de su abuelo, ninguna posibilidad le parecía lógica.
Estaba sentado de piernas cruzadas sobre su cama. Ya se había cambiado y tenía puesto unos de sus pijamas favoritos. Su padre estaba sentado en la computadora escribiendo.
—¿Por qué no dijo que habían muerto todos? —preguntó Jake después de un suspiro.
—Se va para unirse al ejército y ¿tres meses después matan a todos sus conocidos? —contestó el mayor aún concentrado en la pantalla— Ni siquiera tu abuelo hubiera convertido eso en un cuento para dormir.
—Por eso tenía miedo de ser papá, ¿no crees? —meditó el adolescente, sin ver cómo su padre se removía incómodo en la silla— De encariñarse con alguien.
Su padre se volteó a verlo con una mirada un tanto fría. Había tocado un tema delicado. Este con voz seria le dijo:
—Escucha, tienes que hablar con alguien de todo esto. Hay que llamar a la doctora Golan.
«No quiero hablar con ella, quiero hablar contigo» —Habría querido decir, pero las palabras no pasaron de su mente. Su padre se volteó y continuó trabajando en su libro, Jake por su parte, centró su vista en sus uñas, las cuales aún tenían pequeños rastros de tierra; mientras trataba de calzar los engranajes de aquel problema.
«Si una bomba les destruyó, ¿quién escribió aquella postal? —Miró el par de libros que estaban en la mesita de noche compartida— ¿Cómo seguiría con vida A.V. y las personas con las que mi abuelo quería disculparse? ¿Y si consigo una ouija?»
Se acercó a aquella mesita y decidió tomar el cuaderno. Se preguntaba el por qué no se lo enseñó a la psiquiatra, y por qué algo en su interior quería mantener su existencia en secreto. No sabía el motivo, mas decidió seguir sus instintos.
Abrió el diario y comenzó a leer. A.V. comentaba cómo había conocido a una niña extranjera que recién había llegado a su pueblo. Contaba el cómo se hicieron buenas amigas y vivieron varios momentos juntas:
"¡Ella es cómo yo! ¡Y puede hacer lo mismo que yo!
La otra vez cerramos los ojos y sentimos como comenzamos a flotar, todo era muy mágico. Sentimos la presencia omnipotente de Él y de otras personas y aprendimos muchas cosas.
¡Cosas interesantes!
Mi corazón latía tan rápido que parecía que unos caballos lo llevaban a paso apresurado. Giramos varias veces en el parque a las afueras del pueblo y las mariposas revoloteaban a nuestro alrededor.
¡Fue hermoso!
Después, cansadas, nos recostamos en la grama y miramos las formas de las nubes. El cielo es maravilloso y fue creado por Él.
Él crea cosas hermosas y ha sido amable con mi familia y conmigo.
Sólo quiero agradarle a Él. No quiero ser egoísta ni vanidosa.
Todo por Él."
«Él».
Jake deduce que se refiere a una posible deidad, puesto que, considera que la palabra «omnipotente» es un poco objetiva para dirigirla a la ligera. Se recuesta en aquella cama y cierra los ojos. Varias imágenes pasan por su mente, desde el cómo debió haber sido ese castillo y los niños correteando a su alrededor o por sus pasillos. Trata de retratar a la pequeña A.V. Sabe que tiene precaria información; no obstante, quiere crear una imagen a la cual aferrarse. Una imagen que le dé la motivación de seguir con la promesa que le hizo a su abuelo.
Debe encontrar respuestas, pero pedirle permiso a su padre para ir solo a aquellas ruinas, sería un malgasto de voz. Algo se le tiene que ocurrir.
Al día siguiente, Jake y su padre comenzaron con normalidad su mañana. Mientras Jake terminaba de ajustar las trenzas de sus zapatos, su padre tarareaba una canción en el lavamanos. Al alzar la vista, el adolescente fijó su atención en aquella billetera marrón colocada en la mesita de noche.
«Lo lamento, pero no tengo otra opción, papá» se disculpó mentalmente Jake, dándole inicio a su plan.
Bajaron a tomar el desayuno en un cómodo silencio, mientras el mayor ignoraba la creciente inquietud que tenía su hijo. Tomaron asiento en una de las mesas del lugar con dos platos llenos de papas fritas y tortillas, acompañados de un jugo de cartón y una taza de café humeante. Su padre estaba concentrado en el programa que emitía el televisor ubicado en una de las esquinas del lugar, a la vez que Jake -con el tenedor-, jugaba un poco con su comida. No era alguien que le gustara mentir; sin embargo la ocasión lo ameritaba.
«No metas la pata, Jake» se repitió varias veces. Se llenó de valor, dejó a un lado el cubierto y preguntó dubitativo:
—¿Te importa si salgo con los chicos del otro día? Es que me invitaron.
«Créeme, por favor» pensó, mientras se aferraba a los papeles en su bolsillo.
—¿Sí? —exclamó entusiasmado el mayor, volviéndose hacia él— ¡Increíble!
Volvió su atención al televisor y siguió desayunando; Jake por su lado, no necesitaba más palabras ni reacciones. Estaba satisfecho y el plan iba saliendo como esperaba.
Después de desayunar, cepillarse los dientes y despedirse de su papá, procedió a salir con cautela del hotel, en busca de dos «cantantes» con el fin de pedirles un ligero favor. Una creciente mezcla de sentimientos florecía en su interior y la esperanza y el miedo eran los principales de ellos. Concentró su vista en el camino, tratando de encontrar a Worm y su compañero —cuyo nombre no desea recordar—, cosa que logró con brevedad.
Mientras tanto, cierto vagabundo lo observaba sin que se diera cuenta. Éste jugaba con gran habilidad con una moneda ya conocida, recostado contra la pared de un solitario callejón, no muy lejos de él. El objeto se movía con fluidez sin necesidad de ser visto, ya que la mirada del hombre, seguía los movimientos de Jake; una brillante sonrisa se formó al observarlo interactuar torpemente con los otros jóvenes, contrastando así, con la oscuridad que le envolvía. El ojiazul estrechó su mano con el muchacho más bajo y se alejó sin mirar atrás, caminando en dirección al hogar de niños.
«Esto será divertido» pensó el sujeto manteniendo su sonrisa burlesca, antes de desaparecer entre las sombras, dejando caer como único rastro a una pluma negra.
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2.
El trayecto que había recorrido el día anterior, se sentía completamente diferente a cómo está ahora. La brisa fría soplaba, despeinando un poco su cabello y congelando, con levedad, la punta de su nariz; no era algo que le importara, ya que la calma, donde solo el suave rugido de las olas en la lejanía y el murmullo del roce del viento entre las copas de los árboles, hacían que el paseo matutino fuera un buen momento para apreciar.
Jake estaba agradecido. Se había salido con la suya y, lo mejor de todo, es que no habían pubertos molestos perturbando su mente con su tan preciada «arte», ni personas que lo hacían sentir incómodo por ser él.
Solo paz.
Respiró profundo con una pequeña sonrisa en sus labios. Tenía un buen e inquietante presentimiento. Quizás estaba emocionado por visitar ese lugar o la inmensa curiosidad de descubrir cada secreto que esas ruinas pudieran revelarle.
Los árboles comenzaban a densificarse a su alrededor y divisó a aquella rampa natural. Comenzó a descender y con cada paso que daba, notó algo extraño: la rampa estaba compactada de tal manera, que el lodo no molestó su trayecto, como si alguien o algo le hubiera preparado el camino para que no cayese.
«Déjate de pensamientos absurdos», se recriminó, sacudiendo un poco la cabeza. Bajó con cuidado y se adentró en el bosque, ignorando a propósito, el escalofrío que le recorrió por la espalda.
Otra de las grandes diferencias que notó del bosque era su tranquilidad, que poco a poco, se iba volviendo sofocante. No recordaba que fuera así. Lo más probable era que sus pensamientos opacaron la inmensa quietud que se cernía en su entorno.
Su corazón comenzaba a acelerarse sin razón aparente, y se le erizó la piel, seguido de miles de escalofríos que le asaltaron como relámpagos.
«Tranquilízate, es solo un bosque. Falta poco para llegar al claro»
Un ruido detrás de él le sobresaltó. Con rapidez se volteó y notó que no había nada ni nadie. Miró a sus lados, tratando de que su corazón menguara el ritmo. Las manos le comenzaron a sudar.
«Seguramente son alucinaciones»
Más ruidos comenzaron a envolverlo y no reconocía con exactitud en qué dirección provenían. Comenzó a caminar a grandes zancadas, tratando de alejarse del mal rato que le hacía pasar su mente, pero lo que le parecían pisadas, se acercaban cada vez más.
Las hojas secas crujían y las ramas eran azotadas.
«Debe ser que no me tomé mis pastillas. 1,2,3. Esto es solo un episodio de demencia. 4,5,6. Estoy bien. 7,8,9. No hay nadie detrás de mí...».
Con una pizca de valentía y aún sintiendo una floreciente opresión en el pecho por ser acechado, miró hacia atrás, expectante a algún ataque o a encontrarse con los ojos del espejismo que le creó su cabeza, mas solo una pequeña risa nerviosa brotó de su garganta.
Vacío.
Tomó varias bocanadas de aire, burlándose de la situación. Su mente y el estrés le estaban jugando una mala pasada. Se frotó las manos buscando calor, pues el frío ya comenzaba a hacer ciertos estragos; le goteaba la nariz, otra vez.
«Un episodio de demencia en pleno bosque y ya tengo la probabilidad de contraer un resfriado. ¡Ay! Como adoro a mi suerte».
Miró su panorama un par de veces, hasta el momento de concentrar su vista al frente. Y ahí fue donde todo se paralizó. Su pulso se aceleró de nuevo y una descarga intensa le hizo estremecer.
Frente a él estaba aquella figura. El supuesto vagabundo que vió a las afueras del hotel. Estaba ahí, de pie, como una estatua tenebrosa. Su aspecto era imponente: capa negra hasta el suelo y un rostro suplantado por un profundo vacío. La neblina comenzaba a espesar a su alrededor cubriendo a su "acompañante" como parte de su aura, afianzando aún más el temor de Jake.
Sus manos estaban entumecidas y sus instintos estaban alerta, de tal manera que se sentía pequeño, como un roedor. Presa de aquel vagabundo. Similar a aquella noche.
«No, no, ¡no pienses en eso ahora! ¡Eso fue un ataque de demencia!, ¡esto en cambio parece ser muy real!».
—¿Hola?
Habló por inconsciencia; confundido por la situación. Tal vez, esperaba una respuesta que le haga entender que no está en un episodio psiquiátrico o peor aún, frente a un espectro roba almas. Mas, su intento quedó en vano, ya que una tensa quietud fue lo que recibió.
Era espesa; tanto que quizás se podría cortar con una navaja de bolsillo. Jake retrocedió dos pasos. Sus piernas no responden como deberían. Debería estar corriendo lejos de esa cosa, pero no podía y eso le frustraba de la misma manera que le aterraba. Se sentía atraído por esa figura, como si estuviera hipnotizado.
«Esto ya es algo digno de una película de terror».
El silencio se vió interrumpido por un ronco graznido y un revoloteo. El responsable del mismo, se posó en el hombro del vagabundo, tomando con el pico una parte de la capucha, agitándose con suavidad como si fuera una caricia. Era algo tierno que discordaba con la situación. Entonces, se quedó quieto. Del mismo modo que el hombre aquel. A excepción de un notable aspecto: Los ojos del animal se encontraron con los de él, cuando —como si estuviera en cámara lenta—, giró su cabeza; y dudaba si realmente eran animales, o algo más humano.
Era una imagen perturbadora.
Sabía que el sujeto le miraba, a pesar de no ver sus ojos y el cuervo, ¡Oh, Dios! Era algo indescriptible. La mirada resaltaba con su brillante plumaje azabache en conjunto a una posición encorvada, que imitaba la postura del encapuchado: hombros erguidos y cabeza adelantada. Pasaron unos segundos, a pesar de que a Jake le parecieron horas y el ave emprendió vuelo. Pasó por su lado y la mirada del mismo le seguía mientras batía las alas de manera rápida y elegante y Jake, no pudo evitar no apartarle la mirada. El pájaro desapareció entre las copas de los árboles y varios pares de ojos le devolvían la mirada al adolescente.
Estaba rodeado.
Escuchó un ruido y giró su vista al sujeto. Este había avanzado un par de pasos.
«Mierda».
El sujeto dejó escapar un extraño resoplido, similar a una risa contenida. Jake sintió su labio temblar. El espanto comenzó a ladear la cabeza y con el torso hizo movimientos serpenteantes, balanceándose de un lado al otro.
Entonces, hubo un pisotón y Jake sintió su estómago encogerse. Luego hubo un segundo, tercero, cuarto...
Le estaba correteando.
Avanzaba dos pasos y luego retrocedía unos más, sin dejar de pisar el suelo con fuerza. Mas no avanzaba, solo estaba asustando a Jake con la idea que iba a correr, cosa que logró. Jake, retrocedió tambaleándose. Como si fuera a caerse. Su respiración se entrecorta y sentía el sudor frío corriendo por la nuca. El sujeto se quedó quieto y se miraron por un par de minutos, mientras dejaba caer su cabeza de lado como si fuera peso muerto.
Entonces ocurrió.
Risas.
Graznidos.
Revoloteos.
Pisadas.
El viento contra su rostro.
Jake estaba corriendo.
Iba a grandes zancadas, esquivando como pudo cada árbol y cada rama, quienes apartaba con desesperación. Las piedras se clavaban en sus suelas y su entorno iba en cámara rápida. Centenares de cuervos le seguían desde arriba y gritaban, advirtiéndole a su persecutor. Sus pisadas. Pesadas y firmes; una risa profunda iba tras de él. Miles de susurros le llamaban desde los árboles:
—Portman.
Su corazón latía desenfrenado. Parecía que saldría de su pecho en cualquier momento. Las piernas ardían y su respiración era superficial. En cada rama veía a un pájaro de esos y aturdido cambiaba su dirección. No sabía si iba a la salida o se adentraba más en el bosque.
«Dios, por favor.»
Una punzada de dolor apareció, haciéndolo jadear. Iba desde su brazo izquierdo hasta el centro del pecho. Tenía que detenerse, pero esa cosa no se daba por vencido, y lo podía atrapar en cualquier segundo. El dolor comenzó a intensificarse, impidiéndole respirar con normalidad. Su vista se estaba nublando.
Debía parar.
En un instante, se recostó en contra de una corteza rugosa. Se llevó una mano al pecho y sintió el bombeo errático bajo su palma. Estaba jadeando y un poco mareado. Cerró los ojos y trató de respirar profundo.
«1,2,3. Inhala. 4,5,6. Exhala. Repite. 1,2,3... Vamos, Jake».
Un ruido le hizo ponerse alerta. Era como si un animal estuviera afilando sus garras contra la madera. Todo parecía cerrarse a su alrededor y pequeñas lágrimas corrían por sus mejillas. Estaba en medio ataque de pánico y ese demente estaba poniendo su salud al borde de un hilo. Abrió bien los ojos y se concentró en el conjunto de pinos buscando una salida. Una sombra veloz pasó entre un árbol a otro. Un nudo se formó en su garganta.
«Vamos, Jake, vamos. ¡Tienes que salir de aquí!».
—Portman —graznaron desde las alturas, mas se negó mirar arriba.
No quería encontrarse con esos ojos inhumanos.
La sombra dejó de moverse a una distancia prudencial de él. Jake contuvo la respiración. Se sentía atrapado y este sujeto le aterraba cada vez más. Se movía de un lado a otro, con una fingida embriaguez: sus brazos estaban atrás de su espalda y su torso se inclinaba hacia adelante. Y lo peor, es que se estaba acercando. Jake se pegó más a la corteza, llevando sus rodillas al pecho y sentía su corazón en la garganta. Sus uñas se aferraban a su camisa, en un intento de detener sus latidos. Entonces, el hombre corrió y desapareció tras un árbol a un par de metros a su derecha. Jake cerró los ojos, como si fuera la última vez.
Estaba en una cacería y él era la presa.
Las lágrimas corrían por sus mejillas y trató de ignorar el azote que tuvo la copa del árbol donde estaba recostado y como ramas y hojas caían con rudeza. Se giró y sintió luz a través de sus párpados.
El Claro.
El árbol se movía, como si alguien estuviera descendiendo por el. El encapuchado bajaba con lentitud, con las garras adheridas a la corteza simulando a un lagarto de gran tamaño. Jake estaba temblando aún con la mano en el pecho y sintió una sombra en su espalda. El aliento cálido en su oreja y la imponente presencia del vagabundo le atormentaba. Se negó a verlo. Apretó bien los ojos y se encogió contra el tronco, aterrado.
Estaba perdido. Miles cosas pasaron por su mente de lo que le haría ese sujeto. Ninguna fue alentadora.
Pudo sentir unos labios rozar su oreja y no pudo reprimir un sollozo ahogado; entonces, una voz ronca le dijo:
—Corre hasta el claro y ni se te ocurra mirar hacia atrás, Portman.
No se lo pensó dos veces y en cuanto eso se apartó de él, se levantó a tropezones y comenzó a correr con las últimas fuerzas que le quedaban, esta vez sin aves ni personas que lo persiguieran; solo cuatro notas alargadas y melodiosas acompañaban el sonido de sus pisadas.
Corrió como un alma en pena, hasta que las ruinas se asomaban en su plano de visión. Bajó con cuidado la velocidad, para evitar efectos secundarios que la adrenalina le pudiera causar y que empeorara su estado. Miró a la orilla del bosque y sintió temor, dudando en cómo haría para volver al hotel. Sin embargo, ya se encontraba en su destino. Cuando llegó cerca de lo que era la puerta de aquel hogar, solo calma y seguridad le envolvieron.
Pudo volver a respirar con normalidad y el dolor en su pecho se desvaneció gradualmente. Se apoyó en una columna y se limpió los restos de lágrimas con manos temblorosas. Estaba agotado pero no iba a desaprovechar la oportunidad de conocer la verdad. Las ruinas del interior estaban frente a él y antes de ingresar a investigar, una pregunta rondó por su mente:
«¡¿Cómo demonios sabía mi apellido?!»
☆.。.†:*・゜☆.。†.:*・゜☆.
3.
Ruinas del Hogar de Niños.
Las ruinas estaban cubiertas de vegetación, símbolo de su abandono. Trozos de ladrillos, madera y vidrio estaban por doquier; debía mirar bien al suelo para no doblarse o encajarse algo en los pies.
Subió con cuidado algunos escombros hasta llegar a la «entrada» de lo que parecía un invernadero circular, cubierto de ventanas rotas de cristal. En el centro había lo que parecía ser una parte de una fuente de concreto, con decoraciones de cabezas de carneros esculpidas con el mismo material. Caminó hasta una puerta abierta con mosquiteros reventados y al echarle un vistazo a su interior, notó que estaba en un comedor. Este tenía una mesa larga con una enorme canasta centrada y unas cuantas sillas acomodadas a su alrededor. A su derecha una sala de estar le daba la bienvenida.
Restos de una lámpara colgaban del techo y varios objetos estaban esparcidos por el suelo. Uno de ellos llamó su curiosidad: era un marco de fotos cubierto de tierra y con una pequeña grieta en el vidrio. Sopló sobre la superficie y con la mano limpió el resto de suciedad. Poco a poco, rostros de chicos y niños iban apareciendo. Los miró con detenimiento y contó dieciséis en total, ordenados desde los más pequeños a los más grandes. Algunos distinguían como una pequeña niña con un vestido un tanto pomposo y marcados bucles o unos niños enmascarados iguales; dos chicos altos en cada esquina; una gorra flotante...
«Son los chicos de los que habló mi abuelo —pensó—. Fueron reales o esta foto tiene un buen efecto especial para la época».
Dejó el marco sobre la mesa y caminó a lo que parecía ser el recibidor. Este no estaba muy diferente a las otras habitaciones. Una maleta polvorienta a los pies de la escalera principal y una estructura de chimenea a su derecha con el cristal empañado. Miró a sus pies y notó un rectangular reloj de sobremesa rodeado por hojas. Este tenía la fecha y hora detenida: 09:07. Septiembre, 3 1943.
Jake pasó por su lado y se dispuso a subir las escaleras cubiertas de enredaderas, alumbradas por luz natural, ya que el techo estaba derrumbado; esa zona era la que parecía tener el principal daño. Se apoyó en la barandilla y llegó al segundo piso. Estaba más oscuro y frío, donde la poca iluminación que entraba por las ventanas, reflejaba sombras de ramas en las paredes. Se dirigió a una habitación en específico, de donde provenía un olor un tanto curioso.
Era amplia, con enormes estanterías llenas de frascos con líquidos extraños y cabezas de muñecas, cubriendo las paredes; una mesa de trabajo en el centro con diversos artículos empolvados —como una caja de herramientas— y una cama individual cerca de la única ventana, la cual estaba invadida, también, por la naturaleza. La habitación le dio escalofríos, por su aire un tanto lúgubre y porque creyó reconocer ciertos órganos dentro de los frascos.
«Quién lo diría —se burló con una ligera sonrisa—. Un "científico loco" teniendo su taller en un lugar infantil».
Dio un último vistazo y salió con intención de seguir su exploración, pero sus planes fueron interrumpidos por un fuerte sobresalto que le hizo abrir los ojos asustado.
Su corazón volvió a latir con fuerza y se quedó paralizado. En el pasillo, delante de un enorme agujero en la pared, se encontraba una joven de rubia cabellera y vestido celeste. La luz resplandecía detrás de ella, impidiéndole ver su rostro.
Parecía un fantasma.
Jake retrocedió, impidiéndole a sus piernas volver a quedarse entumecidas; entonces el espectro con la cabeza levemente ladeada preguntó:
—¿Abe?
En esta ocasión, el adolescente había aprendido la lección y comenzó a correr escaleras abajo sin esperar otro incentivo.
«Dios, por favor. Soy yo otra vez».
Al llegar abajo, vio como dos rostros se asomaban por un momento tras la puerta principal, para después esconderse. Pasos pesados y fuertes se escuchaban desde el segundo piso y, con cada pisada, polvo y tierra se desprendían de la madera. Dos niños encapuchados se ocultan cuando se percatan de su presencia. Con la respiración entrecortada y el miedo envolviéndolo una vez más, comenzó a correr hacia el invernadero.
«Dos veces, maldita cabeza. ¡Dos veces me traicionas! No me tomé las pastillas. No me las tomé...»
Miraba varias veces hacia atrás, preocupado si esos fantasmas le seguían. Jadeba erráticamente y sus piernas luchaban por mantener el equilibrio en ese irregular camino; hasta que no aguantaron más. El adolescente se tropezó con algunos escombros y antes de darse cuenta, lo último que deslumbró fue oscuridad.
La cabeza le comenzaba a doler y su cuerpo se sentía pesado. Sus ojos se removían tras sus párpados y poco a poco la oscuridad se dispersaba.
«¿Por qué no siento el suelo?»
Al enfocarse, vió como debajo de él había un par de piernas vestidas con medias de nylon blancas y unos zapatos infantiles a juego. Notó a su vez, el dobladillo de un vestido; uno de sus zapatos tocando un poco la grama y la sensación de dos delgados brazos envueltos en su brazo y pierna derecha.
«¿Qué demonios?»
Estaba siendo cargado por una niña como si fuera una muñeca de trapo; y como tal, fue aventado al suelo sin ningún esfuerzo. Era una zona diferente: un camino pequeño rodeado de rocas que llevaban a unas piedras más grandes y una cueva en la pared.
Aturdido y con un jadeo, Jake se levantó como pudo. Seis chicos estaban frente a él y con edades que, según los cuentos de su abuelo, eran improbables que tuvieran en ese momento.
—Tú eres Emma —titubeó emocionado, señalando a la rubia más cercana a la entrada de la cueva. Ella le miró con recelo—. Y los gemelos.
Ambos chicos estaban enmascarados y cubiertos en su totalidad. Luego notó a una chica pelirroja con guantes negros hasta el codo y a su lado la niña de cabello corto esponjado que le había llevado:
—Y Olive —La chica le sonrió—. Bronwyn
La última le asintió con firmeza y al lado de ella, notó a un conjunto de ropa combinado con una gorra de tela moviéndose sin portador visible.
—Y Millard —Este hizo un gesto de saludo con la gorra. «Imposible»—. Fallecieron —Emma lo miró desconcertada—, todos ustedes están muertos. Bueno, él es invisible, pero está muerto.
—No estamos muertos —respondió Millard.
«Ay, no. No, no, ¡NO!»
—¿Estoy muerto yo?
—No —afirmó Emma, manteniendo su desconcierto.
Jake intentaba procesar todos los eventos que ha estado viviendo en lo que lleva de mañana. Una duda le surgió:
—Tú me llamaste Abe —dijo refiriéndose a la rubia—; en la casa, ¿por qué?
—Te confundí con él —Ella estaba tratando de disimular su incomodidad—. Sólo por un momento. Antes de que empezaras a gritar, a correr y golpearte la cabeza.
—Espera, ¿qué está pasando?
—Esperamos a que no haya nadie para entrar al bucle.
Olive, que se había acercado a él, colocó una mano cálida en su hombro. Echó un rápido vistazo a las orillas del bosque y le empujó con suavidad al grupo de chicos, no sin antes completar lo que había dicho Emma, con voz aterciopelada:
—Nunca sabes quién podría estar viendo.
«¿Qué demonios? ¿A dónde me llevan? ¿Quién debería estar mirando?»
—¿Cómo? ¿Antes de entrar al qué?
—Por favor, Jake —exclamó Emma, viendo su resistencia—. La señorita Peregrine te vió en el Ferry y dijo que te buscáramos.
«Mierda. No, ¡no puede ser posible!»
Emma, junto a los gemelos y Millard, lo guiaron al interior de la cueva, seguido de Olive y Bronwyn. Dos pasos había dado y todo comenzó a dar vueltas y una sensación extraña le invadió. Ruidos distorsionados de relojes le envolvieron. Miró a su alrededor y la opresión en el pecho volvió. Se encontró con la mirada de sus acompañantes y eso lo detonó.
Necesitaba correr y eso hizo.
Sus piernas iban a toda velocidad igualando, quizás, a la nube de pensamientos que rondaba por su cabeza. Necesitaba llegar al hotel y quizás dormir; revisar su suministro de pastillas y no salir por un buen tiempo.
«Eso fue una mala idea. ¡Malísima idea! No debía adentrarme en el bosque ¡Ni siquiera debí ir solo! ¡Ni salir!».
Ignoró la creciente claridad en su entorno y los relucientes rayos del sol. Llegó hasta el hotel y se dispuso a subir las escaleras hasta que, a medio camino, una voz gruñona le detuvo:
—¡Oye! ¿A dónde crees qué vas?
—A mi habitación —titubeó al ver que el hombre detrás de la barra, no le era conocido—. Me hospedo aquí.
—Este lugar es un hotel, según tú.
Jake se permitió observar un poco el lugar. Estaba más lleno de lo normal: hombres y mujeres le juzgaban con la mirada, la barra estaba repleta de vasos de cerveza y una música instrumental llenaba el ambiente. Las máquinas estilo arcade no estaban a la vista. Eso lo puso más nervioso.
—Sí —titubeó desconcertado, bajó las escaleras y rebuscó en su bolsillo—; no, yo tengo una llave. Hable con el gerente, él se lo dirá.
Le tendió el manojo de llaves al sujeto de la barra, que se había acercado, este le arrebató el llavero con firmeza y respondió entre dientes:
—Pues, soy yo, muchacho.
«Pero, ¿qué?»
—Es norteamericano —afirmó una mujer—. Tal vez sea militar.
—Tonterías —replicó uno de los hombres que se habían acercado a él—. Oigan su acento, ¡es terrible! Es un espía.
—¿Qué? —expresó incrédulo. El hombre junto al, ahora gerente, lo rodearon, aumentando su nerviosismo—. No, no lo soy. Soy un turista.
El gerente del bar lo tomó del cuello de la camisa y lo sacudió con brusquedad; a pesar de que Jake le llevaba una cabeza de altura, se sintió intimidado.
—Yo digo —escupió—, que le saquemos la verdad cómo lo hacíamos antes.
«Dios, por favor.»
Entonces, el sonido de un impacto y vidrio quebrándose les distrajo, haciendo que soltaran a Jake. Platos y vasos salían volando, estrellándose contra las paredes. Jake quedó sorprendido. Las personas en la taberna agacharon las cabezas, tratando de esquivar los restos cortantes y las bebidas desbordadas; varios gritos competían con la música del lugar.
Jake se concentró en los objetos y estos seguían la dirección a donde iba su mirada: ventanas rotas, cuadros salpicados de espuma, personas llenas de restos de porcelana y el gerente odioso empapado por cerveza. El adolescente sonrió ante eso y del caos que, según él, su mente había producido.
Se sentía especial.
Una mano enguantada lo sacó de la ensoñación y lo jaló hacia la salida. Olive, tenía un guante en su boca que amortiguó su voz cuando exclamó:
—¡Vámonos!
El ojiazul salió seguido de la pelirroja, la cual, al llegar a la entrada incendió el marco de la puerta con un solo toque. El fuego comenzó a esparcirse con rápidez. Un ruido llamó su atención y alzar su vista al cielo, bandadas de aviones alemanes les sobrevolaban.
«Impresionante».
—¡Jake, sube! —exclamó Emma, desde la carreta que le esperaba a un costado del camino. El ojiazul comenzó a trotar, alcanzando el vehículo en pocos segundos— ¡Rápido! ¡Arre, bonito, arre!
La rubia iba al frente, arreando al caballo marrón que dirigía la carreta, aumentando la velocidad, mientras miradas curiosas les observaban alejarse y otros comenzaban a correr a ayudar con el incendio ocasionado.
Cuando estuvieron lejos del radar de posibles persecutores del pueblo, Jake expresó emocionado:
—¡No puedo creer que sean reales! ¡Todos son reales!
—Intentamos decírtelo —dijo Emma con irritación.
—Pero, ¡también soy especial!
—¿Qué?
Las chicas tenían expresiones confusas: una disimulada de Olive y una mueca por parte de Emma, la cual Jake obvió porque ella le daba la espalda.
—En la taberna; Olive, tú lo viste, ¿no? —La nombrada desvió la mirada— Las cosas volaban y se rompían. ¡Yo las rompía! ¡Yo lo hice! Con mi mente.
Ambas jóvenes trataban de no reírse en la cara del ilusionado Jake, mordiéndose los labios o alejando la vista de él.
—No —replicó una voz al lado de Olive—. Fui yo.
—¿Millard?
—Sí.
—¿Estás desnudo?
—¡Sip!
Emma tomó un montículo de ropa a su lado y sin apartar la vista del camino, la pasó hacia atrás. Jake hizo un pequeño tarareo desilusionado, lo que provocó una pequeña sonrisa discreta por parte de la pelirroja. Se sentía como un estúpido al pensar que él podía hacer algo así.
«Soy solo un simple normal».
—No, em, una bomba les cayó encima en 1943.
—Es 1943 —respondió Olive.
—3 de septiembre —continuó Millard, mientras se colocaba un chaleco— 1943.
—Todo el día, todos los días —finalizó Emma—. Es nuestro bucle.
✧˖°.
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✧˖°.
✧˖°.
...
¡Buenas, buenas!
Aquí estamos otra vez. Espero que este capítulo, un tanto largo, recompense la espera. A pesar de haber tenido un bloqueo al inicio, ¡me divertí mucho escribiendo algunas escenas!, jejeje.
Les aviso que, lo más probable, es que el siguiente capítulo tenga alguna escena ¿extraña? Así que, para que lo tengan en cuenta.
Antes de marcharme, quisiera leer sus teorías: ¿quién creen que será ese querido y adorado "vagabundo"?
¡No se olviden de votar si les está gustando! ✮
Saludos cordiales,
A. Salvatore.
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