Capítulo III

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1.

Florida-noviembre, 2016.

"No sé qué pasó, querido diario.

Todo iba tan bien.

Era el día perfecto.

Estábamos en el patio delantero jugando con la nieve y todo era risa. Papi me alzó y me hizo volar en el aire. Después que jugó un rato con nosotros, se fue a sentar al lado de la mecedora en la que estaba mi mami.

Mi hermanito y yo nos comenzamos a divertir; nos reímos y en un momento a otro estábamos rodando por el suelo congelado y nos pusimos a jugar a las peleitas. Y de la nada, sentí que alguien me agarró del brazo y me jaló hacia la casa.

Era mi mami. Mi hermanito también fue llevado por mi papá.

No sé por qué un juego les hizo enojar tanto.

Aún me duelen las rodillas de tanto rezar y las mejillas aún me arden.

Espero que mañana sea mejor.

A.V"

«Espero que mañana sea mejor»

Esa frase se repetía varias veces en su mente y le hizo sentir algo perturbado. Estaba con sus padres en la sala de espera para ver a la psiquiatra en un pesado silencio. Ambos estaban sumergidos en sus celulares, ignorando su presencia. Su madre se veía hastiada y que no quería estar en aquel lugar; su padre en cambio, se notaba cabizbajo y cansado, cosa que no le sorprendió, la "conversación" que tuvo con ellos hace unos días cuando les habló del libro, lo anticipó.

—Pero, mamá, solo quiero cumplir el último deseo de mi abuelo.

— ¡¿El deseo de tu abuelo o el querer satisfacer tu creciente locura, Jacob?! —gritó la mujer mientras se acercaba peligrosamente a él, cambiando su tono a uno siseante—. Porque si es así, no lo voy a permitir. No voy a permitir que tu locura acabe con mi vida, ni con la de tu padre.

Jake sintió una punzada en el pecho y un pequeño picor se comenzaba a pronunciar en sus ojos; no obstante no le dará el gusto de llorar. Con todo el rencor que pudo respondió en voz baja:

—Es por la reputación de los dos, ¿verdad? —Su madre se negó a mirarlo. Se lo esperaba y aún así se decepcionó un poco—. Claro, eso creí. ¿Qué diría la gente sobre un escritor en ascenso y la dueña de una cadena de supermercados prestigiosos que tienen un hijo mal de la cabeza, que heredó la demencia de su abuelo?

—Jake, las cosas no son así... —Su padre solo negó, aún con cierta atención en la televisión.

—¡No, padre! Sí son así, no traten de negarlo.

—No le alces la voz a tu padre, Jacob, te lo advierto —respondió su madre mirándolo fijamente, iba a seguir hablando, pero su teléfono comenzó a sonar—. Haz silencio, que me llaman de la oficina.

Jake, se pasó la mano por el cabello soltando una risa amarga y con una voz de fingida emoción exclamó:

—Ojalá el que hubiera muerto esa noche no fuera el abuelo, ¡si no yo! —A su madre casi se le cae el teléfono y su padre, quién veía un documental de aves, lo volteó a ver impactado—. Así ninguno de los dos, tuviera que dejar de hacer sus cosas, sus prioridades para ocuparse de mí.

—Jake, hijo, no digas tonterías... —Se levantó e intentó caminar a su hijo, quién retrocedió. Su madre se acercó decidida a él, interponiéndose entre ambos hombres.

—Bien, Jacob, deja de llamar la atención y manipular...

—Maryann, no creo que sea...

—¡No! ¡Es así! A parte de loco, manipulador, ¡Ja! Sí que ganamos la lotería —ironizó su madre con una gran sonrisa, quitando la mano que su esposo le colocó en el hombro—. Esto es lo vamos a hacer. La próxima semana iremos a ver a la doctora Golan y ya que no nos escuchas, espero que ella te haga entrar en razón. Ahora, ¡vete a tu habitación! Y que sea la última vez que nos trates de manipular jovencito o no responderé.

Cuando su madre se alejó atendiendo la llamada, solo bajó la vista para ver sus zapatos y los de su padre, quién seguía estático frente a él. Al encontrarse con sus ojos, pudo ver la mirada lastimera que le brindó el hombre. Iba a decirle algo a su hijo y Jake tenía la pequeña esperanza de que le abrazara, que le dijera que hablaría con su madre, de que era importante para ellos, de que se disculpara... Sin embargo, el mayor abrió y cerró la boca varias veces, porque no sabía que decir. Jake, solo lo miró y negó con la cabeza:

—Buenas noches, padre.

—Buenas noches, campeón —susurró el hombre mientras miraba la espalda de su hijo alejarse, sintiéndose impotente. En ese momento algunas lágrimas rodaron en las mejillas de Jake, quien las secó rápidamente. Siempre era lo mismo.

«Espero que mañana sea mejor».

Eran las diez de la mañana o eso decía el reloj azul de la sala de espera, cuando la doctora Golan los hizo pasar. Preguntó varias cosas, pero su mente aún seguía pensando en la niña del diario y la casualidad de sus relaciones con sus progenitores, específicamente con sus madres. En ese momento la doctora Golan, le pidió a Jake la prueba de que la señorita Peregrine seguía con vida. Hurgó en el bolsillo de su camisa y le entregó la postal.

—Mmm, es de hace dos años —dijo mientras la revisaba por ambos lados—. Supongo que es posible que aún esté con vida.

—Sí —secundó Jake dubitativo—; y podría conocerla. Tal vez, incluso —Se giró levemente hacia donde estaba su madre—, averiguar qué quería mi abuelo que yo supiera.

—Pero, ¿y si ya murió? —enfatizó su madre, luego dirigió su atención a la psiquiatra—. Doctora Golan, estamos muy preocupados por el estado mental de Jake —La de lentes asintió— y ni sueñes que voy hacer mi vida a un lado para acompañarte a Gales.

—Podría llevarme papá —propuso Jake, centrando su vista en el hombre cruzado de brazos—, y contemplar aves y trabajar en su libro —Nombrar eso hizo que su padre mostrara interés—. Tú podrás descansar y como dijo la doctora Golan, tal vez, yo, umm, lo supere. Le dé cierre.

Se veía a leguas, como su madre estaba considerando esa oferta y como a su padre se le iluminaron los ojos.

—Tener la oportunidad de ver este hogar de niños y separar la fantasía de la realidad —comenzó con lentitud la doctora Golan—, podría ser benéfico y, en todo caso, este viaje sería la ocasión de... despedirse.

Jake miró con esperanza a sus padres, quienes parecían estar de acuerdo con la opinión de la profesional. Sin embargo, lo último que dijo la rubia, le hizo sentir escalofríos y no sabía por qué. 




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2.

Cairholm- 1943

Después de aquella última noche donde se reunieron como una gran familia y recibieron la noticia deductora de la muerte de un ser querido: un hermano, hijo, amigo, amante...

Un enemigo.

El vínculo de sentimientos que se formó en aquel salón, donde las lágrimas y la impotencia se unían en una danza dolorosa, perduró hasta que los más pequeños se desmayaron por el cansancio. Una neblina invisible, espesa y amarga se cernía sobre la casa. El silencio permaneció, incluso si se escuchaban los disimulados sollozos, de una joven con el corazón roto, encerrada en su habitación, llorando por la muerte de un eterno amor no correspondido.

Y ahí se encontraba él, sentado en el gran sofá, frente al fuego de la antigua biblioteca con un joven pelinegro recostado sobre sus piernas. Intentaba conciliar el sueño, pero el recuerdo de aquella noche le impedía hacerlo. No sabía qué sentir, si un profundo placer por su muerte o una inmensa rabia por el dolor que esta ha causado; sin embargo, una cosa si es certera, Abraham Portman, ni siquiera después de muerto, ha dejado de herir los sentimientos de todas aquellas personas que en esa casa habitan.

Unos pasos le distraen y la voz entrecortada de la matriarca de la casa le pide que por favor la acompañe a su despacho. Con cuidado, depositó la cabeza del joven en una almohadón del sofá y se fue tras la mujer, no sin antes depositar un suave beso en la frente del rizado.

Al llegar al despacho de la señorita, cerró la puerta y la observó con detenimiento. Estaba destrozada y la ansiedad con que sostenía su pipa era una vista tormentosa. Sus ojos estaban rojos e hinchados y el perfecto delineado al que estaba acostumbrado, corría libremente por sus mejillas, además, tenía el cabello suelto y desordenado. No la culpaba, puesto que perdió a un hijo.

—Te preguntarás el por qué te he llamado aquí —murmuró. Él asintió—. Sabes que Abe tenía un nieto, el cual heredó su peculiaridad.

El joven volvió a asentir. La señorita le miró mientras balanceaba un poco su pipa.

—También sabes cómo fue la muerte de Abe —continuó con voz llorosa. Él solo la miró, tratando de comprender—. Lo más probable es que antes de morir, Abe le dijera a su nieto que viniera para acá. Quizás para encontrar respuestas o algo por el estilo. Tomando en cuenta, lo que provocó el fallecimiento de él, no me extraña que ellos estén tras el joven.

—Señorita Peregrine, exactamente, ¿qué quiere decir?

—Lo que trato de decir es que, si mis suposiciones son ciertas, el joven vendrá y no sé si será solo...

—Señorita Peregrine... —expresó de mala gana el joven, entendiendo a lo que se estaba refiriendo la mujer.

—Por favor —susurró, mientras se levantaba y se acercaba a él. Le tomó de las manos—. Eres el único de nosotros que puede estar más tiempo fuera del bucle sin morir. Y escúchame, si algo persigue al joven, también nos acechará a nosotros.

El joven se negó a mirarla y sus rasgos se endurecieron. No quería hacer eso, no por alguien que no fuera su familia. No por un Portman. Ella le tomó suavemente del rostro y lo hizo mirarla, notando la renuencia del joven.

—Sé lo que pasó entre tú y Abe, pero el muchacho no tiene la culpa...—Él la iba a interrumpir, pero le hizo callar—. Te conozco; sé que no vas a confiar en él y no te pido eso. Te pido que confíes en mí y que sepas que si le vigilas, estarás protegiéndonos y quizás, podríamos tener una ventaja sobre ellos si llegaran a arribar.

La forma en cómo lo miró. De esa manera, en como lo hace una madre para que sus hijos la complazcan, le hizo derretir el corazón. No era por la descendencia del ahora cadáver, no, era por ella. Por su familia. Le sonrió con ternura y asintió.

—Está bien —dijo con un suspiro, reemplazandolo con una sonrisa burlona—; pero no crea que le saldrá gratis.

Ella soltó una pequeña risita, negando con la cabeza. La hizo reír, por lo menos.

—¿De cuántas galletas de zanahoria estamos hablando?

—Veinte.

—¡¿Veinte?! ¡Te va a doler el estómago!

—Sobrellevo el riesgo y lo sabe —Se burló cruzando sus brazos, ella solo asintió divertida—. Sino, no me pediría que hiciera esta misión.

—Bien, bien, tendrás veinte galletas para tí solo.

—Me alegra hacer tratos con usted, señorita Peregrine —bromeó tendiéndole la mano para que se la estrechara, cosa que la mujer hizo con gusto. Se miraron por un buen rato y verla así, destrozada, le dolía, así que hizo una promesa mental: haría todo lo que fuera posible por no verla llorar otra vez.

Miró el reloj de la pared y vió que era casi la media noche. Ya era hora de que ambos se fueran a descansar. Atrajo a la mujer a su pecho y la abrazó tratando de transmitirle consuelo. Sintió como algunas lágrimas se absorbían en su suéter, pero no le importó, no era momento para que le importara algo más, solo estar ahí para una madre en duelo.

Se apartó después de unos minutos y le deseó "buenas noches", dándole un beso en la frente; antes de marcharse escuchó como ella le dijo:

—Gracias, hijo.

Ahora, por ironías del destino, quién no se decidía si estar a su favor o en su contra, debía ser la niñera, de nada más y nada menos que de un Portman. 


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3.

Cerca de Cairnholm-noviembre, 2016.

«Despedirse», otra de las tantas palabras que quedaron vagando por su mente por todos estos días. Ahora que estaba junto a su padre en el pequeño barco que los llevaría a Cairnholm, se sentía extraño, cosa que técnicamente se volvió una costumbre desde la muerte de su abuelo.

Curiosidad, ansiedad, cierto temor y un poco de emoción se mezclaban en su pecho, sumando la sensación de humedad y frío que se percibían en el ambiente nublado color azul grisáceo que rodeaba la isla.

—Cairnholm. Población: 92 —leyó Jake del pequeño libro guía—. Mejor conocido por su proximidad al lugar final de descanso del crucero "August" qué se hundió en 1915. Solo hay un hotel...Uh, el nuestro.

Sonrió ante eso. Estaba contento y contagió levemente a su acompañante.

—Espero que tengan Bourbon —dijo su padre.

En aquel momento el canto de un ave les llamó la atención. Alzaron la vista y vieron a un hermoso animal de plumaje azul y blanco sobrevolándolos.

—¡Oh, guao! —exclamó el mayor—. Jake, en el cielo, es un halcón peregrino.

—¿Cómo el apellido de la directora en español? —Su padre asintió cansado.

—Seh. Eh, seguramente, el abuelo de ahí sacó el asunto de que se convierte en ave.

—Tal vez, tal vez, sea ella —exclamó juguetonamente Jake con una sonrisita—. ¡Hola, señorita Peregrine! ¡Me llamo Jake! ¡Abe Portman era mi abuelo! ¡No nos defeque encima!

Se rió un poco, sin embargo, esa risa se esfumó cuando miró a su padre, quién lo observaba como si realmente estuviera loco «Esto es el colmo». Rodó los ojos y dijo hastiado:

—Ay, papá, solo fue una broma.

El viaje continuó en un silencio incómodo hasta que se divisaron cada vez más cerca a la isla. Desembarcaron cuando llegaron al puerto y comenzaron a caminar por las calles pedregosas y nubladas. Los colores alrededor eran opacos y fríos.

Se percibía antigüedad y cierta melancolía en el ambiente. Seguía a su padre, quién era el que llevaba el mapa hasta que llegaron frente a una construcción de dos pisos, nombrada por un cartel azul como "The Priest Bole". A la derecha, había un grupo de adolescentes quienes le miraban con extrañeza, otros con burla y uno que otro con curiosidad. Jake se sintió un poco intimidado por esas presencias, así que decidió pasar desapercibido, bajando la cabeza. No obstante, la presencia que más le desencajó, fue la de aquella figura con capa oscura que ocultaba sus rasgos, recostada en una de las esquinas del hotel.

«Posiblemente sea un vagabundo de la zona» pensó.

Su padre al pasar por un lado de la misma, le lanzó una moneda, la cual fue atrapada con gracia por una mano enguantada. Jake se sorprendió un poco por eso. «Quizás tenga práctica». Pero, al estar a pocos centímetros de la puerta del hotel, se paralizó, ya que sentía como aquella persona le miraba fijamente y eso le causaba cierto temor. Se había volteado con una pizca de valentía; a pesar de eso, solo una sombra negra era lo que él podía ver, provocando que entrara rápidamente en el lugar, sintiendo como su piel se ponía de gallina.

El lugar tenía una estructura parecida a la de una taberna antigua, donde predominaban los colores maderosos descastados y algunos detalles dorados. En las esquinas, se podrían encontrar un par de máquinas estilo arcade, quienes parpadeaban a un ritmo moderado.

—Pero, qué... —exclamó con desagrado su padre—. ¡¿Hola?!

Jake dejó cerca de la puerta empañada su equipaje y decidió explorar un poco el lugar con la vista, mientras su padre buscaba al encargado. Aún se sentía un poco consternado por aquella persona, así que, quería despejarse por un momento. Centró su atención en unos cuadros colgados en la pared e hizo un pequeño recorrido.

"Atacan crucero de lujo con dos torpedos alemanes" leyó mentalmente un recorte de periódico en uno de los cuadros; al lado había una foto de varios aviones militares, posiblemente nazis. Al fondo podía escuchar como su padre llamaba sin cesar al encargado o gerente. Más abajo había una imagen de una mujer momificada. La imagen era muy perturbadora, gracias a sus detalles explícitos y un tanto grotescos; eso y la risa que escuchó a sus espaldas le sobresaltaron.

Se giró alarmado y se encontró con dos hombres. Uno de ellos era de mediana edad, vestido con un suéter verde oliva traspasado en el centro por una franja vinotinto horizontal, el cual dirigía una silla de ruedas en donde estaba sentado el segundo hombre. Un anciano, del que provenía aquella risa. Tenía los ojos ocultos por unos lentes de sol y el cabello, completamente blanco, hasta los hombros.

—¡Ah!, ¡hola! —dijo su padre al darse cuenta de sus acompañantes—. ¿Sabe dónde puedo encontrar al gerente del lugar?

—Soy yo —respondió el hombre del suéter verde. Se acercó a su padre y le tendió la mano, después de limpiarla con la ropa—. Perdón por la espera, pero tenía que llevar al tío Oggie al baño.

El mayor titubeó mientras miraba la mano del gerente contra la suya. Jake hizo una mueca disimulada de diversión, mientras sentía como la mirada del anciano estaba sobre él, a pesar de no estar seguro de que este pudiera ver.

—Soy Kev. Su habitación está arriba.

—Qué bien —murmuró su padre, limpiándose un poco la mano.

El encargado se dirigió a las escaleras, no sin antes avisarle a su tío que ya venía.

—Kev está preparando nuestra suite —ironizó el mayor—. Bueno, mientras esperamos, tal vez podamos ir a ver la playa.

—Creí que iríamos al hogar de niños primero —objetó Jake, mientras veía como su padre colgaba sus binoculares alrededor del cuello «Genial» —. ¿Las aves anidan en la playa?, ¿es eso?

—Eh, solo quería ir a echar un vistazo.

—Bueno, podría ir al hogar de niños solo —planteó el adolescente, señalando al artefacto—. Así podrías tomarte tu tiempo y gozarlo.

—Por favor, Jakie, sabes que tu mamá enfurecería.

Dejó soltar un suspiro exasperado. Eso era verdad. Ella estaría furiosa con ambos y sinceramente, no quería recibir más sermones, ni escuchar a su mamá dárselos a su papá. Pero, iría a ese hogar de niños en ese momento. Ya lo decidió.

—¿Y si conseguimos a alguien que me lleve?

En esos momentos, quería retroceder en el tiempo y decirle al Jake de hace unos minutos que se callara, ya que a su padre le pareció buena idea que quienes le llevaran a su destino fueran, nada más y nada menos, que los chicos que se encontraron en un inicio. No sabe si es que su papá no se da cuenta o simplemente lo ignora, pero a él siempre se le ha dificultado entablar amigos o hablar con otras personas de su edad en general. Varias veces trató de detenerlo y la pena le empezaba a florecer, mas el hombre estaba decidido.

«Dios, soy yo otra vez» pensó.

—¡Hola, amigos! —dijo. Los muchachos dejaron de hablar y lo miraron de mala manera. «Mierda»— Sólo quería ver si alguno de ustedes podría estar interesado en llevar a mi hijo al otro lado de la isla.

Todos centraron su vista en él y se sintió un poco expuesto. Trató de sonreír, pero demasiada atención le abrumó un poco. Ninguno de los muchachos hicieron algún gesto de ayudar, así que su padre sacó del bolsillo de su chaqueta un par de billetes. Dos de ellos se miraron la cara y después de deliberar con unos cuantos gestos, uno le aceptó el dinero y le sonrió. Su padre se fue hacia la playa, no sin antes darle una pequeña palmada en la mejilla. Cuando se quedó con ellos, le miraron de pies a cabeza como si fuera una especie extraña.

«Esto va a ser incómodo» pensó y como en otras ocasiones, ocurrió lo que predijo.

Mientras iban caminando la tensión entre los tres era palpable. Detalló por encima a sus acompañantes: el más bajo, poseía un chaleco estilo salvavidas naranja y su compañero una chaqueta negra combinada con una camiseta un tanto desaliñada.

—¿Y cómo se llaman? —preguntó Jake.

—Yo soy Worm —respondió el más bajo señalandolos—, y él M.C. Dirty D.

—M.C. Dirty Business —corrigió el otro. Jake estaba un tanto confundido.

Ambos jóvenes comenzaron a discutir el cambio no cambio de nombre del joven más alto. Jake les oía tratando de entender un poco de su discusión: que si un tal sujeto ahí pensaba que ese nombre parecía una infección urinaria, o algo así. «Ay Dios. Y se supone que el loco soy yo».

—Esperen, ¿son, em, apodos? ¿O...?

—Nombres artísticos —respondió M.C. —, de los mejores raperos de Gales. Adelante, Worm, muéstrale cómo se hace.

—¿Qué?, ¿ahora? —exclamó Worm, a lo que el otro asintió, llevándose las manos a la boca cómo una ¿trompeta?

Worm comenzó a "rapear" mientras su compañero marcaba el ritmo. Sinceramente había oído varias cosas indecorosas o extrañas en su corta vida, desde el ronquido asmático de su padre hasta situaciones que no quisiera recordar. Pero eso. Esa supuesta música, era lo más vergonzoso que había escuchado nunca. Parpadeó un par de veces incrédulo y no por el buen sentido. Al ver que los chicos terminaron, él les dijo de la manera más sincera que pudo:

—Oh, sí, no, son buenos.

Se ganó una sonrisa por parte de ambos. «Dios mío, lo que hago por cumplir con lo que mi abuelo quería. Espero que me reciban bien allá arriba» pensó mientras tomaba un profundo suspiro.

Continuaron su camino en un intercambio casual de banalidades sobre música, comida y videojuegos, hasta que Jake notó, como el sendero se iba poco a poco rodeado de frondosos y profundos árboles.

Se detuvieron a las orillas del bosque, las cuales eran empinadas hacia abajo como una rampa cubierta de maleza, lodo y de un pequeño arroyo. Según los raperos era el atajo de siempre y el más rápido. Jake los miró y señaló aquella rampa.

—¿Qué?, ¿por ahí? —Ambos chicos asintieron. Jake decidió confiar, ignorando las miradas burlonas de ambos.

Comenzó a bajar, teniendo cuidado de no caerse ni falsearse los tobillos. Volteó a verlos y ellos le señalaron hacia adelante. Asintió y siguió avanzando, cruzó el pequeño arroyo y se detuvo. Después de que le señalaran otra vez hacia donde debía ir, Jake dió un par de pasos, hasta que sintió como uno de sus pies se hundía en el lodo, provocando que perdiera un poco el equilibrio sin hacerlo caer. Escuchó risas detrás de él mientras liberaba su pie de la tierra, eso le irritó.

—¿Este es el camino al hogar de niños? —exclamó con firmeza.

—Detrás de los árboles —señaló M.C. con una sonrisa.

«Más les vale, raperitos de cuarta» exclamó en su mente mientras cojeaba un poco hasta lo profundo del bosque.

Estaba molesto. No tenía un zapato, las ramas le estorbaban, —incluso si las apartaba— y la neblina comenzó a hacer estragos, haciendo que moqueara un poco, sin embargo no se rindió. Por el bien de ese par, no se rindió. No obstante, estaba tan pendiente en como haría para cobrárselas si eso fuera falso, que no se percató en como muchos pares de ojos negros lo seguían desde las alturas.

Menos mal que nunca miró hacia arriba.

Tuvo un pequeño escalofrío, ya que parecía que le seguían. Volteó y miró para ambos lados y no vio nada, se encogió de hombros y continuó su travesía, muy molesto como para preocuparse por fantasmas y alucinaciones. Si supiera que aquella sombra era de carne y hueso.

Después de unas cuantas ramas y maleza, divisó una salida. Se acercó, apartando las hojas y al voltear a su izquierda se encontró con una estructura, parecida a un castillo pequeño, destruido y desolado.

«Esto no puede ser posible» pensó decepcionado, pasándose la mano por el cabello frustrado y más confundido que antes. Se dió la vuelta y a pesar de haber percibido destellos de familiaridad con el lugar y no querer pasar otra vez por ese tramo boscoso, marcó resignado, su rumbo directo al hotel. 

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