Capítulo I

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1

Florida- septiembre, 2016.

Desde que tiene uso de razón, las historias de monstruos con enormes tentáculos y niños con habilidades especiales, han sido parte fundamental de su día a día. No exageraría si dijera qué se las sabía de memoria y nunca olvidaba algún detalle, por más mínimo que fuera.

Con ellas creció.

Su abuelo se las contaba cada noche usando como apoyo, unas viejas fotografías escondidas en una caja bajo la cama. Le encantaba escuchar de esos chicos y de sus peculiaridades. Eran fantásticas. Todos le llamaban la atención; algunos le daban escalofríos como los hermanos O'Connor y otros le encantaban de sobremanera, como lo era ella.

—Háblame de Emma —pidió un Jake de siete años a su abuelo—. Por favor.

—Ella era más liviana que el aire —narró con calma Abe—. En cualquier oportunidad podía salir volando y perderse en el firmamento, es por eso que usa...

—¡Zapatos con plomo! —interrumpió Jake con emoción.

—Sí, así es, Tygrysku. —su abuelo lo miró con cierto orgullo—. Has estado prestando atención, ¿eh?

Jake se río un poco, acompañado de una leve sonrisa de su abuelo. El niño, sin intenciones de irse a dormir temprano, pidió que le hablara del ave.

—Miss Peregrine, la responsable, era una mujer muy lista y estricta —dice—. Le gustaba mucho la puntualidad y siempre fumaba una pipa.

»A pesar de eso, era muy maternal y protectora. Esa fue una de las razones del porque mi mamá y mi papá me enviaron allá con los niños especiales. Ahora Tygrysku, vamos a dormir.

—¿Por qué tus padres te enviaron allá?

—Donde vivíamos en Polonia, no era seguro. Había monstruos.

—¿Qué clase de monstruos? —preguntó Jake con temor mientras se tapaba la mitad de su carita con la sábana.

—Enormes, con largos brazos, sin ojos y tentáculos como estos -exclamó, mientras hacía señas con las manos, las cuales se reflejaban como las siluetas de los seres en la pared.

Ya habían pasado varios años y gracias a estas historias, fue que su vida fue en declive.

Sus compañeros le acosaban desde que expuso sobre aquellas fotos, y ahora era el "bicho raro" de su clase, perjudicando sus habilidades para hacer amigos. Todo era demasiado caótico, sumando el hecho de que sus padres no le creían y que no era su mayor centro de atención. Su mamá ocupada con los locales, su papá embelesado por las aves. Todo tenía más importancia que él y aunque, doliera un poco al principio, aprendió a vivir con eso.

Ahora, próximo a cumplir 16 años, Jake se encontraba en uno de los Smart Aid de su madre, usando el típico uniforme aburrido y conviviendo con las mismas personas de siempre, mientras acomodaba una pila de pañales para adultos en uno de los pasillos. Sinceramente, a pesar de que no quería estar ahí al inicio, prefería eso mil veces antes de quedarse haciendo nada en la casa. Estaba por acabar cuando notó que un grupo de adolescentes se acercaban donde él.

Ella iba con ellos y el impulso de hablarle se apoderó de él.

Tenía una pequeña lucha interna: le hablaba y tenía la posibilidad de que se burlara de él y le hiciera sentir inferior, o la posibilidad fantasiosa de que le hablara y fueran amigos; o todo lo contrario, guardaba silencio y los ignoraba. «¡Jesús!», pensó; se suponía que socializar debía ser fácil a esta edad. No era así y eso le hacía sentir peor.

—Hola, Amy —dijo por fin, cuando la chica se acercó a ver los productos—. Soy Jake, vemos juntos matemáticas.

La chica solo lo miró de pies a cabeza y tomó un paquete de pañales.

—¡Ey! —le dice a uno de los chicos que la acompañaban, burlona—. No olvides tus pañales para adulto.

Le lanzó el producto, el chico lo agarró y después de responderle un "Sí, muchas gracias", se lo devolvió aventándolo con fuerza. La chica lo esquiva, pero no la torre que a Jake le costó trabajo armar. Los chicos se van riéndose, mientras el joven se pone a recoger algunos paquetes, indignado y un poco molesto. Parece que nunca va a encajar en ningún lado, no importa cuanto lo intente.

—Jake —llama alguien detrás de él, con una voz nasal. Era una compañera del trabajo, Shelley—. Tienes una llamada.

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2

—Gracias por traerme, Shelley —dijo Jake mientras la nombrada manejaba. El auto de ella estaba lleno de diversos peluches, lo que le daba algo de personalidad.

—¿Por qué tienes que ir a lidiar con tu abuelo? —dijo mientras ignoraba el agradecimiento.

—Mi papá no pudo salir del trabajo.

—No creí que trabajara -murmuró irónicamente.

—¿Sabes? —dijo Jake para intentar mitigar la incomodidad en el ambiente—. Voy a llamar a mi abuelo.

Buscó a tientas en el bolsillo de su pantalón y encontró su teléfono. Marcó el número del susodicho esperando una respuesta, la cual obtuvo después de dos tonos.

Hola —respondió agitado—, habla Abe

—Abuelo -dijo-, soy Jake.

¡No! ¡No vengas! —Esta vez su voz estaba más alarmada—. Escúchame, no es seguro... ¡No te acerques!

—Abuelo —comenzó inseguro, sospechando el porqué del estado del mayor—. ¿Tomaste tu medicamento hoy?

La llave de mi gabinete de armas estaba en el cajón —prosiguió, ignorando la pregunta—
¡Y ya no está!

—Sí, la guardó papá —Esperaba que su abuelo se calmara con eso—. ¿Ok? Para que no se perdiera. Abuelo, tranquilo...

¡¿Tu padre espera que sin mi arma los enfrente?! —lo interrumpió alterado antes de colgar.

Jake miró su teléfono confundido y sin saber cómo reaccionar. No era muy común que su abuelo tuviera ese tipo de episodios y, a pesar de su diagnóstico, fue demasiado extraña esa reacción «¿Qué habrá visto el abuelo para pedir desesperado su arma?», pensó.

—Dios lo bendiga —dijo Shelley sacándolo de sus pensamientos—. ¿Qué es lo que tiene? ¿Alzheimer?

—Demencia.


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3

Habían estado viajando por un buen rato, al punto que ya había oscurecido cuando ambos llegaron al vecindario de su abuelo, siendo recibidos por el gran letrero que decía "The Waves".

Las calles estaban cubiertas con una cierta penumbra, típica de la época en la que se encontraban, y una niebla ligera se habría paso en las mismas, siendo su presencia la única perceptible. A pesar de haber hablado cosas triviales en el auto, Jake no podía ignorar la creciente preocupación que sentía al pensar en la voz de su abuelo y la urgencia de esta, además, no mentiría si dijera que no tenía un buen presentimiento, el cual florecía cada vez más, mientras se acercaban a aquella casa.

De la nada, una figura salió de entre la niebla, provocando una maniobra brusca de Shelley para no chocar contra ella, sobresaltando al pasajero. Jake miró al hombre al que casi atropellan por la ventana del vehículo, que pasa por su lado. El sujeto se mantenía en su lugar, como si el casi ser atropellado fuera parte de su rutina. Otra persona diría que es un individuo normal y sin gracia; sin embargo, algo del que Jake no estaba seguro, fue lo que vio cuando este le devolvió la mirada.

Sus ojos eran blancos.

—Ese fulano me dio escalofríos —dice Shelley, y sinceramente, comparte su opinión; ese sujeto tenía un aura macabra, tétrica se atrevería a decir. Y sus ojos, lo más probable es que no los olvide por un buen tiempo. Quizás fue por el sobresalto que sufrió por el movimiento repentino del auto o el hecho de que se siente abrumado por la situación de su abuelo y eso le produjo que alucinara, pero, ese hombre no podía tener los ojos así.

«No podía».

Al final, lograron llegar a la casa del señor, la cual estaba a oscuras. Jake bajó automáticamente del auto y se dirigió a la entrada.

—¡Grita si me necesitas! —exclamó Shelley desde el vehículo.

Jake asintió. Llegó a la puerta y tocó varias veces, llamando a su abuelo en el proceso. Al no tener una respuesta decidió entrar, utilizando la copia de la llave que guardaba en su bolsillo. Cuando entró, se encontró con un desorden impresionante. Múltiples hojas se esparcían por todo el suelo, los gabinetes se encontraban abiertos y varios objetos estaban extendidos por todo el salón.

Jake, preocupado, comenzó a revisar la casa llamando al anciano, sin obtener ninguna contesta. Cuando llegó a la cocina, esta no estaba mejor que la otra habitación. Sillas y objetos por doquier, además, la preocupación hizo más que aumentar cuando notó como la puerta trasera tenía roto el mosquitero, como si alguien o algo la hubiera rasgado para poder entrar.

—¡Shelley! —grita Jake. Escuchó como la puerta del auto se abre y unos pasos se acercaban a la casa.

—¿Qué ocurre?

—¡Alguien se metió!

—Tengo una 38 en mi auto ¡Espera ahí!

Estaba desesperado y angustiado. No sabía qué hacer ni a dónde se había ido su abuelo. Frustrado pasó una mano por su cabello y tiró levemente «Si tan solo me hubiera explicado mejor o le hubiera exigido una explicación», pensó Jake, sumando el estrés a la lista de emociones que tenía en ese momento. Giró su cabeza y se percató como la cerca alta que separaba un pequeño bosque del vecindario tenía unas condiciones parecidas al del mosquitero y una pequeña luz emergía desde los trozos de maya caídos.

Temeroso a la apariencia perturbadora de dicha vista, se acercó hasta llegar a aquella linterna que proveía la luz. Al recogerla, Jake sintió algo húmedo y un poco pegajoso en el mango, al enfocar la linterna a una de sus manos, su miedo se elevó.

Era sangre.

Asustado, decidió entrar en aquel bosque, iluminando cada paso que daba y a los puntos donde escuchaba hasta el más mínimo sonido. Un escalofrío le recorría todo el cuerpo y no mentiría, si dijera en voz alta, que tenía la piel de gallina. No sabría como expresarlo, pero estaba en un modo de alerta, como cuando una presa siente a un cazador cerca y tiene el impulso de correr. Como si algo lo estuviera acechando desde las sombras y esperara un mínimo desliz para atacarlo.

No obstante, debía encontrar a su abuelo y esperaba que estuviera bien. Pero Jake sabía, que la vida con él no era precisamente complaciente y eso se lo recalcaría en cualquier oportunidad y hoy no sería la excepción.

A lo lejos pudo observar un bulto destacándose en la maleza. Al apuntar la linterna, descubrió un cuerpo tumbado boca abajo y a pesar de darle la espalda, Jake lo reconoció de inmediato.

—¡Abuelo! —corrió hasta el nombrado y pudo ver como este tenía en su mano un trinchador cubierto de sangre. Se arrodilló junto a él y tiró a un lado la linterna. Al voltear a su abuelo, quedó horrorizado. Se tapó la boca para evitar gritar.

No tenía ojos, ni rastros de sangre en su rostro. Solo dos cuencas vacías y un semblante pálido.

Temblando, buscó su teléfono y marcó a la línea de emergencias.

911 —respondió una mujer—. ¿Cuál es su emergencia?

—¿Operadora? —dijo Jake sugestionado—. Eh, sí, necesito un paramédico. En Palm Circle, 2040. Mi abuelo...

No pudo terminar, ya que, la mano de su abuelo le agarró la muñeca, sobresaltándolo. Del susto, dejó caer el teléfono al suelo, aun con la llamada en línea.

Señor, ¿cuál es su emergencia? —preguntó la operadora.

—Abuelo... -comenzó Jake.

—Debes irte de aquí —interrumpió Abe.

Señor —persistió la operadora—. ¿Puede oírme?

—Por favor —insistió Abe cuando escuchó balbucear a su nieto—, escucha. Dirígete a la isla...

Los paramédicos van en camino —finalizó la operadora.

—Busca a Emerson —prosiguió Abe. Jake temblaba y trataba de comprender—. La postal. Ve al bucle: septiembre 3, 1943.

—Tranquilo —pudo decir Jake—. No te muevas. Hay una ambulancia en camino.

—Devuélvele el diario a la paloma —sollozó—. Sus iniciales son A.V. y diles a ambos que me perdonen.

—Abuelo —la voz de Jake apenas era un hilo, sus ojos comenzaban a picar—, por favor...

—Sé que piensas que estoy loco —dijo melancólico—, pero el ave te lo puede explicar todo. ¿Lo harás, Tygrysku? Prométemelo.

—Lo prometo, sí.

—Creí que podía protegerte —susurró—. Debí decírtelo hace años.

Sin más, Abe dio su último suspiro, dejando caer su brazo con un ruido sordo. Jake quedó consternado y confundido.

—Abuelo —lo sacudió un Jake sollozante—. ¿Explicarme qué? ¡Abuelo!

Jake solo pudo mirarlo, mientras un nudo se le formaba en la garganta. Su rostro carente de color y esas cuencas vacías que antes albergaban los ojos azules que le heredó. «Si tan solo le hubiera preguntado antes» se recriminó Jake. Pero antes de siquiera llorar por su pérdida, sintió unas ramas romperse y unos pasos dirigiéndose hacia su dirección.

Se volteó rápidamente, esperando mientras aquella sensación lo invadía con más fuerza. Y estaba en lo correcto. De entre los árboles pudo notar una enorme criatura blanquecina caminaba hacia él, siendo avisado por sus fuertes pasos y los enormes colmillos que brillaban. Jake, sentía que se le había ido el color. En ese momento, Shelley apareció con su pistola en mano y lo miró con una expresión confundida en el rostro. Antes que pudiera ella hablar y el ser aquel atraparla con sus tentáculos, Jake gritó:

—¡Shelley, atrás de ti!

La nombrada se volteó y disparó seis veces a la criatura, la cual huyó, perdiéndose en la oscuridad.

Shelley no vio nada ahí y su gesto, cuando se volvió hacia él, se lo confirmó.

Esa noche, entre luces azules y rojas, confusión, llanto y shock, Jake solamente tenía cinco preguntas en su mente: «La primera: ¿Quién o qué lo mató?; ¿Protegerme? ¿De quién o qué?; La criatura que vi, ¿era real? Si fue así, ¿por qué Shelley no la vio?; ¿Por qué un pájaro me daría respuestas? Y la última, pero no menos importante: ¿De qué diario me habla? ¿Quién es "A.V."? ¡Dios!», exclamó en su mente, mientras se tumbaba en el colchón de su cama.

Dudaba que podría dormir.

Tenía muchas preguntas y ninguna respuesta y solo esperaba que esto fuera una pesadilla, pero como se sabe, la vida nunca parece complacer al joven Portman.

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