Vermillion pt.2


Asenté un tosco codazo en las costillas de Gael con fines de alejarlo. Por mi parte, tomé posición de pie frente a la cama. Estoy molesto, y procuré darlo a entender a través de la mirada nada amistosa que le dediqué. Él, ahora sentado sobre la cama con las piernas cruzadas en posición de indio, me observó con una infantil mueca de curiosidad surcando su gesto.

—Dime cuanto quieres y te largas ahora mismo de mi casa —mandé inflexible. Al fin y al cabo, ya conseguí mi objetivo.

—¡Ya le dije que solo quería sexo! —exclamó alto y jovial.

—¿Por qué debería creer eso? —Me crucé de brazos.

—No soy del tipo de gente que se las rebusca tanto para conseguir las cosas —insinuó, y al mismo tiempo rascó sus deslavadas greñas.

—¿Acaso un mocoso de tu calaña no busca ganar una buena cantidad de dinero fácil?

—Si quisiera dinero fácil, se lo hubiese robado a alguien en la calle o en la misma universidad.

—¿R-robar dinero? —indagué con más impresión de la que debería demostrar.

—Pues sí. Es mucho más rápido y ya lo he hecho un montón de veces. ¡El viernes pasado conseguí quince dólares de la billetera de un tío en una ida al baño, señor! —Una serie de risas bribonas se le escaparon a la par de una sonrisa amplia.

Yo parpadeé en una, dos, tres oportunidades. No puedo creer lo que estoy escuchando; espero que este incivilizado me esté tomando el pelo.

—¿Y qué hay de mejorar tus calificaciones? —consulté veloz, dando reiterados pisotones ligeros al piso con mi pie derecho. —Aceptaste venir a mi hogar con fines de tratar aquel tema. ¿Acaso tu plan es chantajearme para modificarlas a tu favor?

Por segunda ocasión no recibí una respuesta satisfactoria, y para colmo el mocoso me infló las mejillas en demasía; la desfigurada proporción de su faz me fuerza a recordar la imagen de un desagradable sapo croando. Consiguiente dejó escapar el aire que almacenaba de manera paulatina. El sonido se asemejó al de un globo perdiendo el aire.

Estoy impacientando.

—Que va, señor. —Hasta que se dignó a abrir la boca. —¡A mí me importa una mierda tener bajas calificaciones! —… — Mejor quédese bien calladito, y escuche lo que le voy a decir. —Juntó sus palmas una única vez, generando un ruidoso aplauso. Luego las inclinó unos centímetros hacia adelante. —Yo solamente quería una oportunidad para estar a solas con usted porque lo encuentro un hombre super listo, guapo, chuli y todo ese rollo. ¡No hay ningún truco! ¡Tiene que creerme! —Sus labios despintados se curvaron en una sonrisa. —No le voy a pedir nada, es más, le doy las gracias por la tremenda cogidota que me dio, que hacía tiempo no la gozaba tanto.

—Modera el vocabulario, por favor —dije desviando un momento la vista, con unas ansias vergonzosas de curvar mis labios hacia arriba, ya que su halago sexual le significó un gran regocijo a mi ego.

En relación a sus respuestas reconoceré que me desconciertan, no obstante, lo caradura de su actitud en conjunto a esa inesperada confesión me resultan de mucha ayuda a la hora de pacificar las incertidumbres; tal vez no sea más que un gamberro impulsivo e inmaduro al fin y al cabo. ¿Considera como algo trivial liarse con su profesor veinte años mayor? Bien por él, y por mí también.

Aunque, hablando con toda franqueza, esa clase de mentalidad es inquietante.

—¿Entonces no vas a comentar esto con nadie? — interrogué con seriedad, viéndolo fijo a los ojos que él contempla de vuelta algo absorto.

—Promesa de garrita —habló campante, enseñándome su… dedo meñique.

—¿Vas a olvidar todo lo que pasó hoy entre tú y yo?

—¿Va a olvidarlo usted? —Me guiñó un ojo en dos ocasiones.

¿Es necesario añadir que responder una pregunta con otra es señal de pésima educación?

—Gael, t-…

—¡No no no, señor! —interrumpió. —Usted dígame Akira

¿Qué demonios?

—A…¿Kira?

—Si. Akira

—A…

—Kira —complementó.

—¿Por qué? —consulté a secas, alzando una ceja.

Pareciera ser un término proveniente del continente asiático.

—Es mi apodo de Rockstar —expuso rasgando una guitarra de aire con excesivo brío (Este mocoso me origina una severa vergüenza ajena) —Lo saqué de una película japonesa que me mostró un tío que una vez me folló en el baño de un bar.

—La última parte era totalmente innecesaria; no olvides que soy tu profesor, y me debes respeto —regañé ceñudo.

—Lo siento, señor —Se encogió de hombros, riendo con talante avergonzado.

—¿Siquiera conoces la significancia tras ese término?

—¿Un nombre o algo? ¡Pero qué importa! ¡Suena super guay!

Opté por no replicar nada, y limitar mi accionar a un resuello.

Es ciertamente increíble que yo, Dylan Bernstein, posicionara alguna vez en lo más alto de mis estimaciones a este pésimo intento de ser humano medianamente funcional, quien solo tuvo la fortuna de nacer con un sublime e inmerecido don. Hace poco cumplió veinticuatro, según el expediente que me facilitaron en la facultad, sin embargo, su edad mental a duras penas debe superar los dieciséis años.

No pude evitar llevar mis manos a ambos costados de las sienes para masajearlas, pues me aqueja un principio de cefalea.

—¿Podría usar un momentito su cocina para servirme un vaso de agua? —solicitó por fin levantando el trasero de mi cama.
Enseguida vistió un polerón por lo menos dos tallas más grandes que la suya, eso es seguro.

¿Qué manía tienen los jóvenes hoy en día con usar ropa holgada? ¿Acaso sus padres no les han enseñado que para tener clase las prendas deben estar siempre hechas a medida?

En tanto, para responder a su interrogante asentí silente.

Gael (No pienso decirle Akira) hizo abandono de la habitación, y se dirigió al lavaplatos, he de suponer.

Me siento exhausto en demasía, tanto mi cuerpo como mi mente anhelan por lo pronto reposar. Han transcurrido un aproximado de siete años desde que el sexo no formaba parte de alguna de mis jornadas; me he sobre esforzado con el fin darlo todo ante mi ex musa inspirador-… Un momento… ¿Por qué mier-… mi casa huele a cigarrillo?

A paso firme me dirigí afuera de la habitación, y bastante desagradable fue mi sorpresa al encontrarme con el gamberro de Gael recostado sobre mi sofá sosteniendo a mi adorada gata Bastet, quien lucha por zafarse de su empalagoso agarre, cabe mencionar. La cereza del infame pastel fue un cigarro a medio consumir humeando sobre la mesa de centro que llevé a barnizar hace menos de semana y media.

Rechiné la tensada mandíbula sin cesar; si fuese factible echar humo por la nariz y orejas debido al ficticio proceso de ebullición de la sangre en mi cabeza (Como sucede en aquellas caricaturas de antaño) créanme que también estaría aconteciendo.

—¡Deja ir en este mismo instante a mi gata! —exigí alzando la voz más de la cuenta y de lo acostumbrado.

Parece que mi imprevista y nada afable intromisión le provocó sobresalto, en vista de que dio un ridículo respingo en su posición y dejó ir a mi mascota en el acto.

Se puso de pie y cogió con prisas el cigarrillo de la mesa, luego se situó frente a mi. Con nada de sutileza le arrebaté el tabaco ya mencionado de entre los dedos y lo pulvericé en el interior de mi puño cerrado sin siquiera quejarme o enseñar un mohín a causa del ardor en el que derivó la quemadura.

El desadaptado de Gael tragó saliva y se llevó una mano en dirección a la nuca, la cuál rascó de manera bastante torpe.

—No sabia que tenia uno de esos gatos sin pelo —comentó desviando la atención hacia la decoración que adorna las paredes. Apostaría que se siente bastante incómodo a raíz de su propia estupidez.

—Voy a decirte un par de cosas: yo no fumo, por lo que en mi hogar está prohibido encender cigarrillos, Gael Jones. —Cogí su mentón entre mis dedos y le forcé a perdurar el contacto visual conmigo. —El humo del tabaco es en exceso perjudicial para las vías respiratorias de los gatos esfinge, los gatos comunes, o cualquier integrante del reino animalia en general. — Apliqué más presión, y la contorsión de sus facciones me dejó entrever que mi intervención le afectó. —Ojalá nunca se te olviden los datos que acabo de darte, maldito mocoso confianzudo.

Murmuró entre dientes una protesta apenas le solté. Di media vuelta, y me dirigí a la puerta de entrada.

—Me imagino que tienes muchas cosas que hacer, por lo que deberías retirarte —sugerí cordialmente, sin embargo, no voy a aceptar una negativa como respuesta.

—Si. —Prolongó la última vocal con desgano — Igual ya se me hizo tarde.

Rio para sus adentros, y a tal acidez no hice vista gorda. Se marchó fuera de mi propiedad, no obstante, se detuvo unos pasos delante de mí; estático, serio, silente. Lo flemático de su actitud me dio una repentina e inexplicable mala espina. ¿Acaso fui muy duro con mi reprimenda previa? ¿Su ego resultó resentido, y optará por delatarme?

No te quedes ahí, mocoso, haz algo, por un demonio…

—Señor. —Volteó en mi dirección.

—¿Qué? —articulé proyectando falso estoicismo.

Silencio nuevamente. El soplido del tenue aire, que complementa al oscuro y destellante firmamento que sobre la ciudad acaece, es todo lo que por mi canal auditivo viaja constante.

Que crédulo fue de mi parte confiar en su palabra…

—¿Usted me podría hacer un sándwich para comérmelo por el camino? — Dios… —Es que follar me da mogollon de hambre, y no tengo pasta para comprar algo ahora. —Hubo risa en su voz, y faz de improviso.

Con un rotundo no a su requerimiento alimenticio di por acabado este incorrecto impasse, y coroné la finalización de este peculiar drama sexual con un portazo en las narices de mi nada complacido co-protagonista. Le observé por la mirilla de la puerta engordar otra vez los pómulos en un pueril puchero (Digna evidencia de su falta de madurez), y retirarse en dirección a «Bien poco que a mi me concierne donde se dirija».
Inhalé una generosa cantidad de aire, y la expulsé de modo paulatino, sintiéndome en paz conmigo mismo después de un mes y medio tortuoso para mi sanidad mental.

Como previamente he señalado soy más fatiga que persona, por ende, y sin más demora, entré en la bañera. El jabón herbal descontaminó mi epidermis manchada con los viscosos vestigios de aquel exquisito pecado que se consumó entre mis sabanas.
Media hora cronometrada y ya con el pijama puesta me serví un té de jazmín. Alimenté con la última ración del día a Bastet, y me acosté siendo las veintidós con cuarenta y uno.

Decidí atesorar por esta noche en lo profundo de mi guardarropa la camisa que Aki-… digo, Gael, ensució de arriba abajo con residuos de maquillaje. Prometo que mañana sin falta, y llegando de la universidad, la voy a desechar, en adición a las memorias de nuestra intimidad.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top