Vermillion
El anómalo palpitar de mi corazón, aunado a la aumentada temperatura de mi tembloroso cuerpo, finalmente se han normalizado. También desvaneció el carmesí que pigmentaba a mis mejillas de excitación; junto a los últimos vestigios de sentido común y decencia que hace escasos cinco minutos me restaban, dicho sea de paso.
No soy esa clase de individuo corriente, que acostumbra a recurrir al empleo de palabrotas a fin de manifestar su frustración; no obstante, esta ocasión sin dudas amerita la utilización de alguno que otro malsonante.
Él es mi alumno... y yo… aún permanezco en su interior. Sin apartar la mirada de sus hipnóticos ojos cristalinos, adornados por unos pupilentes, cuya tonalidad fluctúa entre el escarlata y bermellón; una verdadera oda a la inmadurez y mal gusto. El endemoniado mocoso debe pensar que tal vez estoy un poco loco, pues me observa de vuelta con una ridícula sonrisilla al alza que pone a mis nervios todavía más de punta.
¿Cómo fue que me permití llegar hasta estas insólitas instancias? No, lo más acertado sería preguntar «¿A qué se debe que me esté cuestionando la situación?» Si es una total desfachatez de mi parte siquiera formular una excusa que le sirva a mi conciencia cómo un serenamiento, la respuesta la tengo clara como el agua.
Debo de admitir que fui un iluso al creer que me había librado de los indecentes impulsos innatos en nosotros los seres humanos. Yo no poseía ansia alguna de saciar mis bajas necesidades, no hasta esa fatídica tarde en que camino hacia una reunión en la facultad me lo topé de pura casualidad en medio de la plaza más céntrica de la ciudad, tocando con formidable habilidad en una Fender Stratocaster aquel clásico de clásicos titulado Welcome to the jungle.
La intensidad de su performance caló hondo dentro de mi psique, y aquel efecto es atribuible a una sumatoria de cuantiosos factores en simultáneo: El sudor que descendía por los costados de sus pómulos a consecuencia del incesante desplazamiento. Su travieso talante que infestaba de brío a todo aquel que atendía el espectáculo. Aquel labial violeta a juego con su melena tinturada de una tonalidad semejante, y que el sagaz viento ondulaba con coquetería en simultáneo. Lo erótico de su espléndida y exagerada vocalización. Al total de lo anteriormente listado solo podría catalogarse cómo «Sublime», equiparable sin exageraciones a una creación tan impecable como lo es la novena sinfonía de Beethoven.
Puede que mis confidencias suenen para ustedes un tanto atrevidas, empero, yo no soy un hombre perverso. Permítanme relatarles un poco de lo que aconteció, y asimismo motivó, este inmoral desenlace.
Reconozco que antes su persona era para mí objeto de absoluta irrelevancia, no obstante, en la extensión del mes y medio que transcurrió desde que observé su interpretación, y el presente de los hechos, comencé de un modo involuntario a examinarlo con mayor detenimiento durante la extensión de mis clases; a volverme familiar con lo bufonesco de su personalidad, una que me sacó en más de una ocasión de las casillas pese a yo ser tan solo un mero testigo a la distancia. Juro que mi sangre hervía cuando se limitaba a tan solo reír afable al yo hacerle entrega de sus vergonzosos exámenes garabateados por doquier. Cabe la posibilidad de que por nerviosismo me sonriera siempre con tanta soltura, aunque de eso poseo mis dudas. Por lo que noté al estudiarle, la risa siempre se la trae en la boca, sea cual sea la situación en la que se encuentre.
Bajo mi punto de vista no era más que un individuo de baja calaña que nada se tomaba en serio. Una existencia baladí. Un paria.
Sin embargo yo, insensato como nunca, continuaba empecinado en curiosear pese a los nada honorables antecedentes, y no comprendía en lo absoluto el por qué de mi prolongada fijación por aquel truhan. Si él se habrá dado cuenta alguna vez no es un hecho del que yo posea alguna clase de conocimiento (Procuré ser muy disimulado) empero, coincidentemente nuestras miradas después de un tanto comenzaron a cruzarse. Los papeles se me revirtieron de manera gradual, y por el mocoso me sentía vigilado; inclusive se atrevía a dedicarme sonrisas furtivas de significancia ambigua y enigmática en mitad de la lección. Su desvergonzado guaseo no era paranoia mía.
«Si alguna vez quisiera ayuda en alguna clase práctica yo podría ofrecerme como su voluntario, señor Bernstein. Con gusto lo podría asistir en lo que se le ofrezca» Me propuso fresco y de la nada cuatro dias atrás, posterior a interceptar mi andar al término de la jornada académica, con una (Atractiva) sonrisa constante bosquejada en los labios. Mediante un escueto monosílabo afirmativo repliqué, y sin más que agregar a la intervención le dejé.
Dos días atrás en el calendario y justo antes de meterme en la cama... Su exhibición musical, su imagen, se manifestó sin mediar aviso dentro de mi cabeza, y un súbito tsunami de ajena excitación me ahogó en un mar de voluptuosidad, del cual no fui capaz de salir airoso a flote. Tuve una erección, y me masturbé imaginando sus larguísimos dedos sobando de arriba a abajo mi endurecido falo, con la misma habilidad que instigó a su guitarra a gimotear aquel día .
Cuándo acabé, contemplé hermético mis manos tremulantes, empapadas de semen e infamia; seguidamente me asaltó una epifanía, una que me cayó como un figurativo baldazo de agua fría: «Tienes que poseerlo al menos una vez. En el momento que lo hagas perderás de inmediato el interés, pues ya habrás tenido esa inmunda probada suya».
La repulsiva reflexión tenía, según mi acertado juicio, bastante sentido. No me restaba alternativa, era una obligación armarme de valor y concretar aquel licencioso encuentro; obtener como resultado la normalización de mis descarriados pensamientos valía el enorme riesgo.
Hoy por la mañana en la facultad fui yo quien le alcanzó y suscitó una instancia de diálogo acotado entre ambos. Con la excusa de que me era sustancial charlar con él acerca de su «Altruista propuesta», y en adición su paupérrimo rendimiento académico, le cité de manera personal a mi hogar. Aceptó en el acto. Las ocho y treinta de la noche fue la hora pactada por decisión unánime.
Previo a su arribo me encontraba impaciente, inclusive no sería exagerado decir estresado, a consecuencia de que todavía no conseguía concebir la manera más idónea de generar una aproximación espontánea que actuara como catalizador para el eventual sexo.
Cuándo lo tuve en primera instancia sentado sobre el sofá consideré en desistir de mi afán. ¿Qué tal si a finales lo espantaba? La posibilidad de aquel curso de acción era alta, una realidad que a regañadientes debía enfrentar y también aceptar; después de todo éramos profesor y alumno, y yo un hombre muchísimo mayor. (…)
Hombre. Hombres. Ambos lo éramos por lo demás.
No obstante, la totalidad de las cartas del mazo se confabularon a mi favor en esta pasada, y doblegué al azar con una conveniente escalera real de color. Pero, Dylan, ¿Cuál es la razón de tan lúdica y súbita analogía? Se estarán ustedes quizá preguntando, y la respuesta radica en que para mi grata sorpresa fue él quien se me lanzó encima del regazo transcurridos apenas unos diez minutos desde una taza de café que le ofrecí por mera cortesía; me simplificó la totalidad de la tarea, y sí, en el fondo se lo agradezco. «¿No le gustaría que conversáramos en su cama, señor? Apuesto a que es más cómoda que el sillón» sugirió frente a mi boca, obsequiándome un coqueto guiño de su ojo. Fingiendo escándalo a causa de su comportamiento le reprendí, y raudo me negué en un principio para lucir ante sus ojos como ciudadano de valores íntegros. (Y con motivo de que no se diera cuenta de lo agobiado que me traía la idea de por fin tenerlo).
Él con insolencia se atrevió a disputarme y besarme con arrebato. Entre jadeos mutuos lo cargué hasta la habitación. El resto por sí solos podrán inferirlo.
La experiencia superó mis expectativas y con creces. Entre las sábanas el mocoso me honró con ese mismo deslumbrante ímpetu por el cual en un inicio le transformé en el objeto de mis deseos. Sus lascivas súplicas por que le penetrara con más bestialidad aún causan estragos a través de los rincones de mi cabeza; su pintalabios violáceo ensució de arriba a abajo mi camisa Salvatore Ferragamo de quinientos sesenta dólares, pero siendo franco no lo considero un detalle relevante, puedo comprar otra el fin de semana.
Todavía me origina cuantiosa impresión que haya aceptado con tanta liviandad a mi descarada invitación, dado que no es necesario ser un erudito para inferir que detrás se escondían unas más que patentes segundas intenciones; aunque, en vista de lo que entre nosotros acaba de acontecer cabe la posibilidad que de igual manera se las trajera. Me empeño en creer que no es el caso, puesto que de ser un supuesto en definitiva verídico me supondría un problema más que mayúsculo.
Por más irrisorio que pudiera a ustedes parecer, es recién ahora, cuando he retornado a mis cabales, que caí en la terrorífica cuenta de las incontables consecuencias que esta irresponsabilidad me podría acarrear. Si este mocoso divulgara a quién fuera por A-B-C motivo los pormenores de nuestro encuentro equivaldría al fin de mi impecable carrera; ¿Cómo no prever aquella eventual probabilidad? Una eminencia como yo no puede verse envuelta en un escándalo tan burdo, me vería forzado a cambiar de estado.
Mis pares me señalarían con el dedo. Me desmontarían del pedestal de platino desde el cual me han admirado a perpetuidad. Se enterarían de quién soy en realidad...
Fui un imbécil negligente.
Un cerdo…
Posicioné la palma abierta sobre mi rostro, contorsionando una evidente mueca de disgusto, y con lentitud la deslicé en dirección descendente hasta que alcanzó la zona del mentón. Suspiré hondo.
—Me va a dejar ponerme la ropa, ¿O acaso quiere que lo hagamos hasta la medianocje, señor Bernstein? —planteó con ironía y de improviso el mocoso carente de modales; en exceso carialegre.
Sin embargo, tiene un punto válido. (Qué embarazoso)
—Te pido disculpas.
Tomé mi miembro flácido y lo retiré de su recto. Anudé el preservativo empleado para posteriormente aventarlo a un costado de la cama; lo desecharé cuando me encuentre a solas (En adición reemplazaré las sábanas). Me acomodé en una esquina de colchón, y comencé a vestir mis prendas.
Él por su parte también se reincorporó, y dándome la espalda principió a cubrir su cuerpo con unos harapos rotosos que yo no me animaría a utilizar siquiera como un mugriento trapeador. Le oí tararear a ratos una canción mientras golpeaba sus muslos en sincronía con la específica melodía que resonó en el cuarto. Me recuerda a una autoría de the Who, la que se utiliza como intro del popular show de televisión CSI Miami.
—Oye.
—Mande —replicó enseguida, volteando la cabeza tanto como le es posible para observarme. Mi posición no varió.
—¿Planeas chantajearme?
No pretendo ir con rodeos, pues pendiendo de sus atractivas manos se encuentra mi porvenir. Las estadísticas son decidoras, en la mayoría de los casos los alumnos que acceden a una aventura con sus docentes a la larga terminan recurriendo a la extorsión con tal de conseguir dinero o logros académicos; se me lanzó encima con demasiada simpleza (Pese a que me resultó beneficioso), naturalmente voy a poseer suspicacias.
Transcurrieron diez segundos y el mocoso no ha contradicho o departido una palabra. Infiero entonces que mis creencias eran atinadas, tanto él como yo buscábamos sacar provecho del otro. ¿Cuánto voy a tener que desembolsar? ¿Cinco mil? ¿Diez mil quizá?¿Ambicionará él menos? ¿Tal vez más? Contratar a un trabajador sexual resultaba ser una inversión más económica y sabia. Patrañas; no lo hubiera hecho incluso si hubiera podido prever lo nebuloso y grisáceo del panorama actual.
Hace dieciséis años me gradué con honores de la misma universidad en la que imparto mis magnificentes lecciones. Obtuve un doctorado en música y me convertí en profesor solo un año después de haber conseguido mi especialización. La razón por la que me decidí a enseñar acerca del sublime rubro de la música (Valga la redundancia) fue por las ansías de hallar en el camino a todos quiénes se apasionen tanto por aquel soberbio arte como yo. De encontrar a quien poseyera labia y pasión impecables a la hora de enseñar al mundo sus conocimientos totales; a un artista sin punto de comparación, bendecido con una extraordinaria voz y rango vocal, o en cambio uno quien hiciera verdadera magia con algún instrumento musical bajo su haber; únicamente lo mejor de lo mejor. Fue la amalgama de ese alocado apasionamiento suyo en sumatoria a su elevada destreza con la guitarra lo que lo volvieron a mis ojos tan excelso, ningún prostituto o persona regular cumple con los estándares que él si.
De improviso, un par de brazos descarados rodeándome por la parte posterior del cuerpo, a la altura del pecho, me trajeron de vuelta desde lo más hondo de mis reflexiones. Percibí ahora su rostro, no, mejor dicho su boca acechando cercana mi oído y por allí se coló su tórrido aliento. Lo observé de soslayo. Mordí mi labio.
—Lo único que buscaba de usted era una buena cogida, profesor —susurró pícaro, rematando su audaz declaración con una risilla apenas perceptible.
Mocoso de m-mier.... ¿Cómo se atreve a faltarme el respeto de tal forma?
✨Bueno, aquí vamos de nuevo gente, espero nos sigamos leyendo hasta el final. Abrazos para todos y gracias! Hablemos en comentarios ✨
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