28. EL FINAL DEL PRINCIPIO

El sonido de la puerta me despertó de forma brusca. Alguien aporreaba con todas sus fuerzas y gritaba mi nombre. La voz de un hombre se introdujo en mis sueños involuntariamente. Lo siguiente que recuerdo es un terrible dolor de cabeza, el cerebro a punto de explotar y yo despertándome de golpe con el pulso acelerado. Jude todavía dormía, ajena al escándalo que se estaba formando en la puerta de nuestra habitación.

—¡Señorita Lawson, abra la puerta! ¡Señorita Lawson!

Me cubrí con la primera ropa que encontré y antes de abrir la puerta intenté, sin éxito, adecentar la estancia. Abrí la puerta solo unos centímetros. Lo justo para poder atender a quien gritaba para evitar que viese más de lo debido.

—¿Qué ocurre? —pregunté frotándome los ojos.

—Ah, señorita Martín Rubio. Mejor. Mire... —El hombre intentaba mirar a través del espacio abierto—. Perdone si las he molestado...

—No molesta, diga —me apresuré a aclarar—. La señorita Lawson ha pasado una mala noche —dije—. Ha vomitado y no sabe usted qué desagrado —susurré.

—Ah —dijo él—. Espero que hoy se encuentre mejor.

—Seguro que sí. Perdone, ¿decía? —Me eché el pelo hacia atrás y crucé los brazos esperando una respuesta.

—Ah, sí, señorita Carlota... Su madre le ha llamado al teléfono del hotel muy disgustada. Dice que debe volver a casa inmediatamente porque algo ha debido acontecer. Debería bajar y hablar con ella... Estaba muy alterada.

—¿Cómo? Bajo... Bajo ahora mismo —respondí desconcertada, notando cómo las manos y las piernas comenzaban a temblar nerviosas.

—No, no. Ya ha colgado... Vístase y después, cuando baje usted a desayunar, la llama desde recepción. No hay problema si quiere usar el teléfono del hotel. Nos ha dado un número.

—Está bien, gracias, señor. —Cerré la puerta con cuidado y me quedé helada un buen rato.

¿Qué habría ocurrido? Llevaba sin hablar con mi madre desde mi marcha. Padre hacía de intermediario, si ella me había llamado directamente lo ocurrido debía de ser muy grave. ¿Le habría pasado algo a padre? No, no, seguro que no, pensé. No lo sabía... En realidad no lo sabía.

Me puse tan nerviosa que comencé a vestirme y a recoger nuestras cosas sin despertar a Jude. Abrí las cortinas para que la luz iluminase la habitación, pero después de unos instantes, por el escándalo de mover cosas, finalmente Jude se despertó.

—¿Qué pasa, Carlota? —murmuró desperezándose entre las sábanas.

—Nos vamos —determiné.

—¿A dónde nous vamosz? —respondió todavía medio dormida.

—A casa.

—¡¿A casa?! —Se incorporó de golpe totalmente desorientada, pero ya despierta. Vi en su cara descompuesta la duda. Sabía que algo peliagudo debía de haber tenido lugar.

—Sí, ho. A casa —espeté nerviosa, soltando un grito que no pretendía.

—Si no nous hemos deszpedido de nadie... Ni de Steph y Javier... ¿Quieres volv...?

—Ya —interrumpí—. Pero nos vamos. Nos, nos... vamos ahora mismo —repetí, esta vez a punto de llorar, con las lágrimas recogidas en mis ojos, esperando a salir, copiosas.

—Eh, eh... Tranquila... Ven aquí —dijo tratando de consolarme—. Dime, ¿qué ha paszado? Puedes contarme lou que sea, ya lo sabezs.

—No... No lo sé.... Mi madre ha llamado y ha venido un señor del hotel para decírmelo. Dice que le llame, que es muy urgente, ¿y si le ha pasado algo a mi padre? No me lo perdonaría, Jude.

Okay... A ver, tranquila. —Me calmó tendiéndome la mano para abrazarme—. Recogemos todo estou y bajamous al teléfono, ¿okay? Yo voy contigo, no va a pasar nada.

—Vale —gimoteé secándome las lágrimas con la manga.

Entre las dos recogimos todas nuestras cosas. En el viaje de ida apenas llevaba nada conmigo, pero ahora tenía alguna que otra cosa más. Jude me regaló su camisa, unos vaqueros y alguna prenda más que yo había utilizado durante las vacaciones. Tenía también un abanico, un vinilo que Jacinto nos regaló cuando fuimos al festival, la entrada a la CAP y un cartel del ovni que había arrancado de una farola como recuerdo, el sombrero de paja que los chicos me habían prestado en la playa...

Bajamos a recepción en silencio. Cuando llegamos, Jude cogió todas nuestras cosas y se marchó al restaurante para dejarme intimidad y esperarme con el desayuno. Levanté el teléfono con miedo y marqué el número que mi madre había dejado en el recado. Giré la ruleta marcando cada número con cuidado, asegurándome de no confundirme.

—¿Diga? —La voz de mi tío se escuchó al otro lado.

—¿Tío?

—¿Carlota?

—Tío, ¿qué pasa? ¿Por qué... por qué me llamas tú? —pregunté tiritando.

—Nada, niña, nada —me tranquilizó—. Como tengo teléfono, tu madre vino... Que quería hablar contigo urgentemente. Te la paso, ¿vale?

—¡Espera! —rogué. No estaba preparada para escuchar a mi madre.

—¿Carlota? —dijo con su habitual voz: rígida, seria.

Me imaginé cómo las palabras salían de mi boca, pero no hablé.

—¡Guaja!, ¿estás ahí? —insistió.

—Hola, madre... Qué... ¿Qué tal? —tartamudeé.

—Eso no importa ahora, guaja... Téns que volver ya mismu para casa.

—Pero, ¿ha pasado algo? ¿Padre está bien? —apremié—. Dígamelo madre, dígamelo.

—No, no pasó na en casa. Tu pa está bien. Pero, ¿viste la televisión allí? ¿Téns televisión? ¿Escuchaste la radio?

—Sí, aquí hay una televisión, pero no la hemos visto.

—Vale... Bueno, tú non te preocupes, pero pasó algo grave en el norte. —El tono de mi madre cambió radicalmente. Asustada como nunca la había visto, suplicaba mi regreso.

—Pero, ¿qué...?

—Mataron a un policía... No ye que sepamos mucho más por ahora, pero están moviendo pa'arriba y pa'bajo al ejército por Madrid y escuchamos en la radio que estaban por toda España —explicó en voz baja—. Tu tío dice que se hablaron cosas en la diócesis. Ye peligroso, guajina, vuelve pa casa. No sabemos si esto se va a poner peor y... Queremos que téns con nosotros. Además, bueno, tu situación... Con esa guaja extranjera...

—Madre... —imploré.

—Estamos preocupaos. Ven, por favor... —Durante unos segundos se hizo el silencio—. Venid las dos.

—Está bien.

Fue lo único que pude decir. Colgué el teléfono y me acerqué a Jude conmocionada. Había visto a mi madre nerviosa, gritando y normalmente viviendo un drama paralelo a la vida real que habitualmente me producía risa, a veces, indiferencia y otras, enfado, como cuando me marché unas semanas atrás. Sin embargo, en esta ocasión, cuando la escuché hablar, sentí que su preocupación era real y que estaba fundamentada en algo terrible, una guerra que aún se cernía sobre aquellos que la habían vivido. Ese día lo recuerdo algo distorsionado, pues la ansiedad durante la mayor parte del tiempo me tuvo presa.

Me acerqué al restaurante del hotel, donde Jude me esperaba ya con el desayuno. En la televisión hablaban de que habían asesinado a un jefe de la policía de la Brigada Político-Social, y que era el segundo asesinado en unos pocos días. Al verlo, me quedé clavada frente a la pantalla.

—¿Estás okay? ¿Tus padrezs?

—Están bien —dije con la mirada perdida.

—¿Qué ha pasadou entonces?

—Eso... —Señalé la televisión del comedor que estaba encendida y sin voz. Aparecían imágenes de la policía y del ejército.

—¿Ezs grave?

—Eso parece...

Aquello podría suponer una grave sublevación. Podría conllevar grandes represalias. Junio y julio habían volado entre ensoñaciones, ilusiones y utopías. Tanto que yo había terminado por olvidar que la tierra que pisábamos, por muy llena de extranjeros y modernos que estuviese, seguía vibrando fuertemente por las pisadas, zancadas y patadas de las huelgas y las manifestaciones.

Recuerdo que el café con leche que pedí se quedó frío, y que durante unos instantes me senté mirando la pantalla sin ser capaz de reaccionar. Jude me miraba intentando entender qué estaba ocurriendo, lo espinoso que era realmente el acontecimiento. Le expliqué entre susurros y señas por qué debíamos volver a Madrid y por qué era necesario luchar contra las ansias de seguir inmersas en ese sueño brumoso de verano que estábamos viviendo. No creo que llegase a entender del todo lo que significaba, pero comprendió lo suficiente para no oponerse a la idea de cerrar aquel capítulo que se había convertido ya en una hazaña.

Fue el primer y único día de entre aquellos que no sentí esas ganas salvajes de disfrutar. Tampoco Jude parecía contenta. Al contrario, la vi algo nerviosa. No era miedo lo que reflejaban sus ojos, sino una especie de desasosiego, de preocupación por mí. Esto era nuevo en ella.

No nos despedimos. No dijimos adiós a nadie. Tampoco nos encargamos de guardar imágenes en el recuerdo. Desayunamos rápido, mecánicamente y subimos al coche. En el viaje de vuelta no sonó la música, no experimenté gozo alguno. En el ambiente se respiraba luto. El silencio nos acompañó en la carretera casi todo el tiempo y, en esta ocasión, la Biblia reposaba en mis rodillas en señal de protección. Solo esperábamos no encontrar controles de la policía y llegar lo antes posible.

—¿Y si me voy contigo? —pregunté apretando fuerte el estómago, para no dejar salir ni una lágrima más.

—¿A dóunde?

—Fuera de España. Donde tú vayas.

—No sé si eso es posible... —respondió rotunda.

No dije nada más. Fue ella quién después de un silencio absurdo dijo:

—Lo hablamous otro día, ¿okay?

Okay.


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