14. LO SIENTO...

Al llegar a la calle no supe dónde ir. No podía llamar a Juana ni hablar con nadie de lo que había ocurrido, así que después de caminar en círculos durante un buen rato, alrededor de dos horas, decidí ir al hotel donde se alojaban las americanas. Necesitaba aclarar las cosas con Jude. Necesitaba desahogarme con ella, pues en mi mente se me antojaba como la única persona que podría entender mi frustración, el enfado y la incomprensión.

La fortuna me sonrió una vez más. Llegando al hotel, vi a las chicas salir por la puerta en dirección a la furgoneta de John. Agradecí que pude pararlas entre sollozos y alaridos, antes de que se montaran. Eve fue la primera en verme. Al captar su atención, traté de calmar mi congoja y me apresuré a enjugarme las lágrimas.

—Hey, dude! —exclamó Jude saludando efusivamente—. ¿Qué hacezs aquí?

—¿Dónde vais? —Quise averiguar mientras me frotaba los ojos con las mangas.

—¿Estás bien? —preguntó ella.

—Sí, sí... Todo bien... No es nada.

We are leaving today... —comenzó Gabrielle.

—... Nos han llamadou de London porque el studiou de grabacsión se ha quedado libre y quieren grabar allí unos nuevous singles. Justo salíamos al aeroport —explicó Jordanne.

—¿Marcháis?

—Sí... —respondió Jude rascándose la nuca—. Queríamos despedirnozs, pero el avión sale en una hora y, tan tarde, pensamos que nou era bueno idea llamar en tu casa...

—No, tienes razón. No era buena idea. Bueno, pues ¿adiós?

Me di la vuelta sin pensarlo demasiado. Se marchaban. Se marchaban sin mí y sin ni siquiera avisarme. Me sentía estúpida, absolutamente tonta. María sabía que esto iba a ocurrir, mi padre tenía razón y yo simplemente me había dejado maravillar por la idea de una vida diferente que nunca iba a ser real.

—C, espera...

Pero no miré atrás.

Guys, could you give me a moment? Id subiendo a la furgoneta.

Escuché cómo decía Jude estas palabras, y segundos después me alcanzó por detrás.

—Carlota... —dijo agarrándome del hombro para darme la vuelta—. Hey... Carlota... No llores. Nos vamous, perou podemos volver pronto.

—Ya. No lloro por eso —dije tajante soltando su mano de mi hombro.

La verdad es que lloraba por eso, pero también por todo lo demás. Yo era como ese vaso que se va llenando gota a gota y que al final no puede evitar desparramar el líquido que contiene sin control, encabritado.

—Tampoco es para tantou.

—¿No es para tanto? ¡¿Que no es para tanto?!

Jude retrocedió dos pasos, asustada por mi repentina reacción.

—¡Está claro que no entiendes nada! —grité—. No sabes lo que has supuesto para nosotras aquí. No sabes lo que has supuesto para mí aquí. Acabo de escaparme de casa —revelé por fin.

—¿Cómo? ¿Cuándou? Pero, ¿estás okay? —preguntó volviendo a salvar la distancia entre nosotras.

—No estoy bien, no. —Pataleé ahogándome por la angustia—. María ha ido a casa de mis padres y les ha contado... —Me calmé al reparar en lo que iba a decir—. Bueno... Lo que pasó ayer en la fiesta. Lo que pasó entre tú y yo.

—¡Si con nosotros no pasó nada!

—¡Eso digo yo! Pero eso cuéntaselo a María... Que ve fantasmas donde no los hay y ve demonios donde no los hay...

—Espera, ¿no pasou nada, no?

—Bueno, no lo sé... —Avancé unos pasos para sentarme en las escaleras del hotel. Jude me imitó y se sentó justo a mi lado para escucharme—. Algo pasó, pero no sé decirte qué... Y ahora por lo que María cree que vio, yo no puedo volver a casa. Me he marchado para siempre. Lo juro —Determiné cruzándome de brazos.

Durante varios segundos hubo silencio, después el ruido de los coches y el ajetreo de la ciudad fue la única banda sonora. Hasta que ella dijo:

—¿Lou sentiste, no?

—¿El qué?

Lou que pasó. Lo que pasó entre tú y yo.

La miré a los ojos y escondí la cara entre mis entrelazados brazos.

—Sí... Creo que sí...

—Espera. Ahora vuelvou, ¡no te muevazs de aquí!

Jude se marchó un momento y volvió unos cinco minutos más tarde. Cinco minutos eternos. De lejos vi cómo les explicaba algo y la furgoneta arrancó dejándola en tierra. Después, se dio la vuelta para volver hacia mí. Me extendió el brazo y dijo:

Tengou una idea ¿loca? ¿Te apuntazs?

—Pues, no sé... ¡Como esa idea no incluya una casa y comida! —dije derrotada.

Muchou mejor. Incluye, casa, comida y... ¡mar!

—¿Mar? ¿En serio? —Tendí la mano y dejé que tirase de mí para que me ayudara a ponerme de pie.

—Emi nos ha invitadou a Benidorm... Él nou estará, pero estará un amigo: Julio. Habíamous dicho que no por la grabación, pero aún puedo llamar y decir que vamos los dous. ¿Te gusta la idea?

—¿Que si me gusta la idea? ¿Estás loca? ¿No les importará que vaya yo?

—No, tía, si esperan a cuatro rockstars y recibirán una solou acompañada de una chica muy educada. Además... seguro que están encantadous —bromeó.

—¡Nunca he visto el mar!

—Lo sé... Venga, vete a casa y hasz una maleta.

—Oye, pero...

—¿Qué pazsa?...

—¿No...? ¿No tendrías que haber marchado con ellas para grabar los singles esos?

—Siempre szoy la última en grabar... No, no es un problema. Colocar el studiou, componer, grabar las guitarrazs, la batería... Y sziempre pasan cosas... No sé, grabar a vecses son meses... —Encogiéndose de hombros—. Allí estaría solou mirando...

—Suena a... lío tremendo.

—Sí, es lío tremendo —dijo sonriendo con los ojos en blanco, como recordando grabaciones del pasado—. Otra cosa: habla con tus padres, diles que voulverás prontou y que no se preocupen. Yo llamou a Emi para que pueda avisar a Juls.

—Lo intentaré, pero cuando me marché todo estaba mal.

—Sé que es difísil, pero tienes que intentarlou.

—Ya.

—Son tu maldita familia, Carlota. Diles que nous vamos y así tenéis tiempou para, con la distancia, pensar. Volvemous en un par de semanas más o menos, antes de que empiecses la universidad.

—Tú no sabes cómo son.

—Sé como son los míous y por lo que me has contadou los tuyos te quieren mucho. Han dejado su casa de siempre para venir aquí y darte más oportunidad en la vida... El enfado se les pasará... promise. Solo tienen miedo. Dalesz tiempo...

—Vale.

Llena de dudas me limpié la cara. Aunque caminé con paso firme, el miedo se me extendía por cada vena, conquistando cada hueso, enquistándose en cada centímetro de mi piel. Se me revolvía con el enfado y la irritación, creando una aglomeración de emociones difíciles de controlar. En cierto modo entendía la posición de mis padres. Podía calzarme sus zapatos y pensar cómo hubiese actuado yo en su lugar. Dándole vueltas, caí en un detalle fundamental que por mi ira había pasado por alto. Me había centrado en esas ganas de derribar el mundo, de romper paredes, sillas, mesas, de huir lejos donde nadie me pudiese encontrar jamás, se me había olvidado darme cuenta de que ellos, mis padres, me habían enviado, con un castigo, de vuelta a mi habitación. Es decir, no me habían echado de casa, no querían dejar de verme, no deseaban deshacerse de mí. Tal vez Jude hubiese dado justo en la diana y simplemente necesitaban un poco de tiempo para asimilar lo ocurrido, toda esa información.

Llegué a la puerta, pero no conseguí entrar. Me quedé varios minutos pensando qué iba a decir, cómo me iba a explicar, qué me dirían ellos, ¿me dejarían entrar o había perdido la ocasión de arreglarlo? Al final le eché todo el valor que pude, abrí sin reflexionarlo demasiado y entré súbitamente. Reparé en sus miradas y el alma se me resquebrajó. En mil cachinos. Noté ese amor que por mí habían tenido siempre, pero también decepción, una profunda decepción.

—Papá... Padre... Lo siento —rogué. Fue lo único que pudo salir de mi boca.

Quería abrazarle. Quería hacerlo de veras, pero sabía que si me acercaba y llegaba a dejarme caer entre sus brazos, no sería capaz de marcharme. Y en una balanza en aquel verano de finales de los sesenta, Jude siempre ganaba.

Caminé hasta mi habitación y cerré sin mirar a mi padre a la cara, pero de reojo pude ver cómo su mejilla se había mojado de tristeza. No fue inquina lo que vi en él, sino tristeza.

Recogí algunas de mis cosas. Tampoco muchas. No quería llevarme conmigo aquella ropa constreñida, aquellos jerséis anodinos e insulsos que solo suponían una confirmación más de la cárcel invisible en la que había vivido sin saberlo. Mis zapatos rectos, brillantes y limpios, mis vestidos, mis faltas hasta la rodilla... también quedaron abandonados en mi habitación. Al final, todas mis cosas ocuparon un pequeño espacio del tamaño de una bolsa de excursión. La ropa interior y mi pijama eran, quizá, los objetos más valiosos de aquella bolsa. También cogí el libro que Fran me había prestado, y con él busqué una pequeña Biblia que guardaba en la mesilla de mi habitación. No solía mirarla demasiado, pero me pareció que era buena idea llevarla conmigo. Por si nos paraba la policía.

Salí de la habitación. Me hubiese marchado sin decir ni una palabra más, pero no podía marcharme sin el permiso de mi padre. La mayoría de edad para las mujeres eran los veintitrés años, veintiuno para los muchachos, y yo tenía diecisiete.

Con la pequeña bolsa en la mano, me acerqué a mi padre. Quería pedirle que me dejase marchar, pero no quería suplicarle. Quise hacerlo con tacto, pero al final no me pude controlar y maquillé con lo que parecía un enfado el vasto desconsuelo que me producía verle ahí delante, tratando de contener la pena. Así que, tosca e inamovible, le dije que solamente tenía dos opciones:

—Padre. Solo tiene dos opciones. La primera es que usted decida no darme permiso para marcharme, y que de camino a la playa la policía me requiera la documentación y no la tenga. Lo siguiente que sabrá de mí es que estoy encerrada en un calabozo, quién sabe bajo qué condiciones. Pero no piense que tengo miedo, padre. Lo haré. Cogeré esta bolsa y me marcharé, acabe o no en una celda. La segunda... La segunda es que usted me firme el permiso. Salga por la puerta con el papel y al llegar a la playa sana y salva, con Jude, pero sana y salva, le llame o le escriba todos los días desde el hotel para contarle que estoy bien. Usted decide.

No respondió. Se marchó a la habitación sin mediar ni una sola palabra. Dudé unos segundos, y al final me dirigí a la entrada. Supuse que había sido demasiado. Probablemente, había tensado la cuerda excesivamente y la había roto. Ya no había marcha atrás. Había dado mi palabra de que ocurriese lo que ocurriese, pondría rumbo a la playa. Adiós. Adiós a todo. Giré el pomo y cuando, puse un pie en el portal, noté cómo me agarraban de los hombros para girarme.

—Mañana iré al juzgado de Paz y entregaré la copia del permiso.

Le arranqué la hoja a mi padre de las manos y salí corriendo por la puerta. Mi madre aún lloraba desesperada y decepcionada. Ella era muy distinta a padre. Sabía que no me lo perdonaría fácilmente. Lo último que escuché fue a mi padre gritar desde la puerta:

—¡Carlota, llámame cuando llegues!

Yo sabía que quería decirme mucho más. Pero, como siempre, el silencio sustituyó cualquiera que fueran las palabras que murieron en su boca. No convenía que los vecinos escuchasen más información de la debida. Entre otras cosas, porque entre ellos había un policía, y unos pisos más arriba, un abogado. Gente importante.

Bajé las escaleras de mi edificio tan rápido que casi flotaba. No tropecé, ni titubeé. Me dejé llevar por una fuerte corriente que a aquellas alturas ya era imparable. Quería reír, porque estaba siendo uno de los momentos más felices y liberadores de mi vida, y a la vez apretaba el estómago para contener las lágrimas que asomaban en mis ojos, porque también estaba siendo uno de los más tristes. Nunca me había peleado con padre y madre, y aunque madre era tozuda, y a veces un poco cruda, la verdad es que hasta aquella noche jamás había acontecido que el vínculo tan fuerte que teníamos se rompiera tan abruptamente. Al llegar a la calle, de pronto me sentí sola, como si hasta aquel momento, a pesar de las preocupaciones y las vicisitudes que me habían acompañado las últimas semanas, conmigo hubiese viajado siempre un halo de protección y de calor. Un halo que se había esfumado en ese preciso instante, justo cuando mi cuerpo se encontró en aquella calle vacía donde solo se percibía el viento sur que delicadamente rozaba mi piel.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top