Capítulo I
La carretera se extendía interminable, desierta bajo la luz del sol que se filtraba entre las nubes dispersas. El rugido del motor competía con la melodía vibrante del estéreo, cuyas notas llenaban el habitáculo del automóvil con una energía contagiosa. El conductor, liberado de la tensión de los exámenes finales, se dejaba llevar por la euforia del momento.
Con una sonrisa iluminando su rostro, golpeaba el volante rítmicamente con un dedo, sincronizado con la cadencia de la canción. Aunque desconocía el nombre de la melodía, la reconocía instantáneamente gracias a la frecuencia con la que la había escuchado en la radio. Cada palabra de la letra se deslizaba de sus labios con familiaridad, como si la canción hubiera tejido una conexión especial con sus emociones.
El paisaje se deslizaba a su alrededor, una mezcla de campos verdes y árboles que se movían al compás del viaje. La sensación de libertad era palpable, y la carretera se convertía en un lienzo en blanco para sus pensamientos. El estudiante, inmerso en la burbuja de su felicidad, se dejaba llevar por la combinación perfecta de velocidad, música vibrante y la promesa de un futuro sin preocupaciones.
El cansancio se insinuaba en la mirada del estudiante, quien, ajeno a su fatiga, se dejaba llevar por la euforia postexámenes. La música del estéreo seguía llenando el habitáculo del automóvil, y sus dedos golpeaban el volante con el ritmo pegajoso de la canción. En medio de la carretera desierta, una figura enigmática se perfilaba ante él: un individuo con una capucha roja que, de alguna manera, había pasado desapercibido en su distracción.
Al percatarse de la presencia del misterioso personaje, el estudiante maniobró bruscamente el volante para evitar una colisión, pero el repentino cambio de dirección llevó al automóvil fuera de control. El vehículo se deslizó peligrosamente fuera del camino, precipitándose colina abajo en una danza caótica de tierra y escombros. La capucha roja se desvaneció en la distancia mientras el automóvil rodaba, dejando tras de sí una estela de polvo suspendido en el aire.
Finalmente, la frenética carrera descendente llegó a su fin cuando el automóvil se detuvo con un estrépito en la carretera de abajo. En el interior, el estudiante yacía inconsciente, sus manos aún aferradas al volante. El cuerpo presentaba rasguños y heridas, testigos de la violenta travesía colina abajo. El silencio invadió el escenario, solo roto por el susurro del viento y el eco de la música que persistía en el estéreo, ajena al caos que acababa de desatarse.
Al abrir los ojos, una oscuridad densa envolvió al estudiante, sumergiéndolo en un espacio desconocido que parecía devorar la luz. La atmósfera estaba cargada de un silencio opresivo, solo interrumpido por el eco de su propia respiración. Se esforzó por orientarse en la penumbra, pero todo a su alrededor permanecía en un misterioso velo.
A medida que la consciencia se apoderaba de él, intentó mover sus extremidades, solo para descubrir que su cuerpo parecía haber dormido por años. Cada músculo protestaba contra el despertar, como si la realidad estuviera intentando romper los lazos de un sueño profundo. Estiró los brazos y las piernas con torpeza, sintiendo la rigidez que se disolvía lentamente a medida que se movía.
Sin embargo, una extraña sensación persistía en su cuerpo, una especie de entumecimiento que iba más allá de la simple fatiga. Como si una capa invisible separara su ser de la realidad circundante. Al mover sus manos, experimentó una ligereza extraña, como si estuviera explorando el espacio a través de una película fina de neblina. Esta sensación desconcertante dejó una pregunta inquietante en su mente: ¿era realmente dueño de su propio cuerpo o simplemente un espectador en esta habitación enigmática? La incertidumbre lo envolvía mientras intentaba comprender la naturaleza de su extraño despertar en medio de la oscuridad impenetrable.
Con movimientos lentos y cuidadosos, el estudiante se incorporó, sintiendo cómo la rigidez se resistía en cada músculo. Al dirigir la mirada a sus costados, la oscuridad reveló una escena que heló su sangre: a su lado yacía un cadáver, con la cavidad de su pecho abierto de par en par. La visión macabra provocó un estremecimiento que recorrió su columna vertebral, congelándolo en un silencio que precedió a una explosión de horror.
Un grito desgarrador surgió de su garganta, resonando en la desolada habitación. La angustia en sus cuerdas vocales dejó un eco persistente en el aire opresivo. Retrocedió con frenesí, impulsado por el terror que lo envolvía, hasta caer desequilibrado de la plancha metálica en la que se encontraba. El impacto contra el suelo resonó en la oscuridad, y una oleada de mareo horrible lo envolvió, como si el propio suelo temblara en respuesta a su descenso abrupto.
Envuelto en una fría desnudez, el estudiante se encontraba inmerso en un desconcierto total. El gélido ambiente se adueñaba de su piel, haciéndole sentir vulnerable y desprotegido. La ausencia de recuerdos nublaba su mente, incapaz de concebir cómo había llegado a esa situación surrealista.
Con pasos titubeantes, se puso de pie sobre una superficie helada, su cuerpo tembloroso ante el frío que lo envolvía. En ese momento, su pie tocó algo extraño, algo que rompió la monotonía de la gélida indiferencia. Al agacharse, descubrió una etiqueta singular, cuyo mensaje helado le erizó la piel. Era una etiqueta de defunción, colgando con una calma inquietante de su dedo.
La tinta negra en la etiqueta revelaba su nombre de una manera ominosa, como si estuviera marcado por la misma oscuridad que rodeaba su existencia. La etiqueta oscilaba de su dedo con una serenidad desconcertante, como si fuera un recordatorio siniestro de algo que no podía recordar.
Sin previo aviso, la puerta se abrió con un estruendo caótico, rompiendo la quietud de la habitación en la que el estudiante se encontraba. El sonido resonó en el aire cargado de misterio, como un eco ominoso de la desconcertante situación en la que se hallaba.
Una figura femenina, vestida con una bata blanca, irrumpió en la habitación, pero al toparse con la presencia del estudiante, un silencio pesado se apoderó de ella. Sus ojos, amplios y atónitos, reflejaban una mezcla de asombro y temor, mientras su boca, entreabierta, no conseguía articular palabra alguna. El encuentro visual entre ambos era una danza silenciosa de interrogantes, donde la mujer parecía haber sido sorprendida por la presencia del estudiante de una manera que escapaba a toda lógica.
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