último capítulo


Solo decir: Infinitas gracias.


Solos estaban...

Las palabras sobraban...

Ian, después de dejar a Alessandro y Dante en el living, cerró la puerta de su habitación aun con Isabella de la mano. Estuvieron mucho tiempo en silencio, en el que Ian estrechó sus dedos con los de ella. Un silencio en el cual se veían solo sus siluetas a raíz de la tenue luz que entraba por algún recoveco del ventanal. Un silencio en el Ian oía la respiración de Isabella, así como también estaba seguro que ella podía escuchar la suya. Un silencio que de esos que no te dan ganas de moverte porque solo quieres sentir a quien está enfrente.

Sabía que Isabella también lo estaba mirando, puesto que en sus ojos se veían un leve brillo tan especial que a Ian le llenó el alma. Ladeó la cabeza al tiempo que comenzaba a pasar sus palmas por los brazos de la mujer que estaba junto a él. Al llegar a sus hombros, subió unos centímetros más hasta que se detuvo en la curvatura de su cuello. Bajó un poco el cuerpo para acercar el rostro mientras sus negros y profundos ojos se iban cerrando. Luego puso la nariz en aquella femenina mejilla, aspiró esa fragancia tan suya para después acariciar su piel con los labios. Podría jurar que palpó bajo su boca como Isabella se erizaba.

Tanto tiempo pensando cosas que no eran. Tantos meses que estuvo en su propia oscuridad, para después darse cuenta que todo no era más que una falacia. Su padre lo jodió, y lo jodió tan mal que lo volvió un escéptico en todo lo que lo rodeaba. Era por ello que Ian pensaba que no confiaba en nadie, ni siquiera en esa mujer que le había puesto las manos en las caderas y se las apretaba con aquellos temblorosos dedos.

Seguro como el infierno que, si hubiese sabido como fue todo, no habría actuado tan impulsivamente. Pero era tarde, y eso lo sabía muy bien. No obstante, estaba más que dispuesto a remediar su error. La quería, no, no. No la quería, la amaba tan intensamente que ese sentimiento le llegaba a doler de una forma insospechada. Isabella era su primera mujer. Su primera novia. Su primera dominante. Su primer amor. Era una locura exquisita sentir tantas cosas por una sola persona.

Sin embargo, los errores de su pasado le pesaban...

Ninguno tenía la culpa de lo que sucedió, y sí, pudieron hacer más que solo separarse hasta dejar que todo se enfriase. Pudieron hacer más que gritarse hasta darse la media vuelta e irse por caminos separados. Pudieron hacer muchas cosas, pero Ian sabía que no era tarde para solucionarlo todo. Solo era cosa de sentir el ambiente en aquella habitación. Solo era cosa de palpar como ese lugar se había cargado solo con la presencia de ambos. Solo era cosa de ver sus gestos para con el otro.

Ian palpaba como la densa respiración de Isabella golpeaba su pecho. Isabella podía sentir como el tibio aire entrecortado que salía por la nariz de Ian, daba de lleno sobre su oído. Ian sentía con exactitud como el latido en el cuello de Isabella iba en aumento. Isabella sentía con precisión como los labios de Ian temblaban en su mejilla. Todo era tan profundo, tan inmenso que el cariz formado en ese lugar, era impresionante.

Muchas cosas por decirse. Tantas cosas que expresar. Tantos sentimientos encontrados. Miles de pensamientos cruzando esas mentes. Un sinfín de sensaciones que flotaban en el aire como si fuesen la más ligera de las plumas. Una inquietud latente por estar en la deriva sin saber que rumbo tomarían ellos. Ambos queriendo mantener el control, pero a la vez deseando dejarse llevar por sus emociones. Empezar desde cero, dejando el rencor y las desavenencias atrás.

Un beso...

Un solo beso...

De esos que declaran mil cosas que la boca no se atreve a decir...

Un beso que casi hace perder el control de sus impulsos, pero que antes de quedar totalmente seducidos, se frenan. Un solo beso que solo confirmó lo que ya se sabía. Un beso que les hizo comprender que ellos no eran un pasatiempo para el otro, sino que fue un dulce beso con sabor a primera y última vez.

Ian le volvió a tomar la mano a Isabella, en esa oportunidad, caminó con ella hasta un mediano sillón taburete que tenía a los pies de la cama. Lo corrió hacia afuera con el pie y se abrió de piernas para sentarse en medio. Ella hizo lo mismo, pero dejándolas sobre las de Ian. Él la tomó de las caderas y la acercó más. Se quedó apreciando la lisa textura del látex que cubría el cuerpo de Isabella, hasta que deslizó las manos por sus costados para volver a tomarle la cara y juntar su frente con la de ella.

—Yo nunca busqué una mujer —susurró —. Jamás se me pasó por la mente tan siquiera entablar algo con alguien. Siempre encontré que estar en una relación era problemático. Mi personalidad apática solo me permitía pasar un rato agradable, para después desechar con frialdad a la chica de turno —respiró hondo —. En mi vida he sido severo, mi única ambición siempre fue ser el primero en todo lo que me proponía. A medida que fui creciendo, mi personalidad fue todavía más displicente y antipática. Me daba lo mismo lo que pensaran de mí, no me afectaba nada de lo que pasaba a mi alrededor porque simplemente me creía el mejor —se pasó la lengua por el labio —. Llegué a un punto en que mi padre me envenenó de tal modo, que sentía ese odio como propio y me consumí en un mundo lleno de oscuridad. Utilizaba a las personas sin sentir una pizca de vergüenza, y no me daba cuenta de ello. Todo lo que hacía era para mi beneficio, en ocasiones fui hasta temerario y me daba igual —carraspeó —. En ese tiempo era un estúpido, pero sabía muy bien que mi padre había destruido a nuestra familia.

››Mi madre murió sin poder despedirse de Dante y yo me fui al diablo sin mirar atrás. Odié muchas cosas, nada me gustaba. No miraba hacia un futuro en el cual fuese prometedor para mí, solo solía mirar hacia ese doloroso pasado que viví junto a mi padre. Dante se había ido, me había dejado de lado por irse con Alessandro y yo no tenía más que hacer. Hasta que me harté de tanta mierda, me enfoqué únicamente en mis estudios. Solo la Literatura era mi pasión. Por eso en cuanto pude me fui del país. Aquel día rompí todo vínculo.

No, no había hablado tan abiertamente sobre cómo se sentía, con nadie. Tampoco había reconocido que se había equivocado tanto. No obstante, estando ahí, encerrado con Isabella, fue que le nació contarle su real sentir. Había estado tan cegado, se había vuelto tan necio y altanero que estuvo muchos años envuelto en esa penumbra en la que su padre tan injustamente lo metió. Estuvo mucho tiempo sin siquiera visitarlo porque sabía que, al verlo, él seguiría escupiendo mierdas e Ian ya no estaba para eso.

—No volví a llamar a casa, ¿para qué? No quería seguir oyendo esas malditas palabras de animadversión, ya me había cansado de todo. Fui un adolescente estúpido, que se dejó controlar por las emociones de terceros. Por eso mismo es que todo lo que llegaba a mí, lo utilizaba. Puestos de trabajos, compañeros de clases..., mujeres. Carecía de sentimientos, era un jodido amargado. Solo Kenneth fue capaz de hacerme sentir que era tener un hermano. Él siempre me buscaba, yo me negaba, ya que no quería saber nada de Manhattan. Pero siempre fue un insistente —sonrió con sutileza —. Nunca me dejó solo, aunque siempre lo mandaba al infierno, Kenneth se acercó a mí y cuando sentía aquello, yo más me alejaba. Pero, después lo acepté porque en realidad era el único amigo que tenía. Es esa clase de personas que siempre estará ahí para cuando lo necesites. Cuando regresé, lo primero que hice fue llamarlo para que nos viésemos. Y aunque me insistía que fuese a ver a mi padre, yo me negué. Él no sabía que yo estaba aquí y pasó mucho tiempo antes de volver a casa.

Y cuando volvió, lo encontró tan viejo, tan decadente, tan acabado, tan..., solo. Dámaso Romano ya no era ese hombre omnipotente que solía ser en el pasado. A quien tenía enfrente no era más que un simplón despojo, una sombra de lo que demostró ser por tantos años. Aun así, cuando Ian comenzó a sentir cierta lastima por él, se percató de cómo su padre lo miró con descarado resquemor. Entonces echó por el desvió cualquier sentimiento que osó cruzar por su cabeza. En realidad, no era nuevo para Ian ser objeto de tan denso escrutinio, estaba acostumbrado porque siempre fue así.

Ya no era un chico de dieciséis años, se había convertido en todo un hombre que tomó las riendas de su vida. Por eso, cuando su padre volvió a menospreciar lo que hacía, Ian no tuvo miramientos en comprarle un pasaje para mandarlo directo al carajo. Porque claro, Dámaso no quería que fuese un profesorcillo de pacotilla, sino que deseaba que se convirtiera en un abogado penalista, como lo era él. Era una aberración que un Romano no continuara con la tradición de toda una generación.

Sin embargo, tuvo que tragarse los improperios que le estuvo a punto de dedicar, cuando Ian lo interrumpió para soltarle sus mil verdades. Años, años escuchando las mismas peroratas como si fuesen un jodido mantra del que su padre no quería deshacerse porque simplemente no se le antojaba. Pero Ian no pudo aguantarlo más y lo culpó de todo en lo que se había convertido. Sí, fue un día amargo, pero a la vez liberador para él. Dámaso solo chasqueó la lengua cuando su hijo menor le dijo lo que en realidad se merecía. Luego de aquel día, la relación entre ellos fue de pura cortesía.

Ian solía visitarlo una vez al mes, luego fue disminuyendo las idas hasta quedar en solo tres veces al año. Dámaso se lo merecía, él fue quien alejó a sus hijos y que no esperase más de Ian, porque no se lo daría. Tan estricto, tan pacato, tan necio y, ¿para qué? ¿De qué le sirvió ser así? ¿De qué le sirvió querer llevar a sus hijos por un sendero creado por y para su beneficio? De absolutamente nada, es más, eso solo sirvió para que ellos se fuesen de su lado. En el caso de Dante, fue expulsado y en el de Ian, si bien Dámaso no lo echó como lo hizo con su hermano mayor, lo corrió con su indolencia, con su intransigencia y con sus malos tratos.

—Conseguí un buen trabajo en la universidad —continuó —, conseguí este lugar para vivir tranquilo y mi vida siguió como siempre, solo hubo una cosa que se volvió todavía peor. Los excesos en el aspecto sexual. Solía pensar que el placer carnal me hacía olvidar todo, fui un tonto ya que eso no era más que un mero eufemismo creado por mi mente solitaria. Hubo un tiempo en el que follaba tres o hasta cuatro veces en una noche, con distintas mujeres y me daba lo mismo. Conocí a Alessia, la mujer con la que me viste en el elevador una vez, y supe que sería presa fácil. En realidad, Alessia fue la única mujer con la que me acosté en más de una ocasión. Siempre creí que, al ser una colega, la tenía al alcance de la mano —musitó avergonzado —. Lo mismo me sucedió cuando te conocí a ti. Creí que sería de esas que caían a mis pies, pero me llevé una tremenda sorpresa cuando cruzamos palabras por primera vez.

››Ese día supe que tu no eras como todas, ese día me di cuenta que mi falsa galantería se había ido a la basura porque fuiste tan audaz que me despachaste directo a la mierda y eso, de algún modo, me cautivo —le besó la mejilla con suavidad —. Cuando fuimos al castillo con Kenneth y te vi, mis ganas por quererte solo para mí fueron en aumento. He de confesarte que tú eras como un desafío. Jamás una mujer se había negado a estar conmigo y tú lo hiciste en más de una oportunidad, y esa oposición de tu parte era fascinante. Te encontré tan altaneramente deseable que no medí las consecuencias y me dejé arrastrar por las ansias que me provocabas. Y cuando pasó lo de los azotes, te odié como hacía tiempo no odiaba a nadie, pero luego volviste a aparecer en mi vida y te amé como nunca lo hice.

Era un nuevo tipo de sentimientos el que Isabella hizo que Ian empezase a conocer. Él, que siempre fue presumido y hasta desagradable. Un tipo al que le daba lo mismo dejar sola a una mujer en el baño a medio vestir, porque era tan egocéntrico que no le importaba más que su placer, empezó a experimentar todo con demasiada rapidez e intensidad. Aquello lo desestabilizó porque lo pilló absolutamente desprevenido. El jodido cupido no le había preguntado si deseaba enamorarse, solo le lanzó la flecha directo en el culo y quien cayó rendido fue nada más y nada menos que él.

—Yo...

—Solo déjame continuar, ¿sí?

—Está bien.

—Cuando supe que hubo otro hombre en tu vida, cuando supe que yo no había sido el primero en tu corazón, me sentí un completo idiota que estaba perdiendo el tiempo con alguien que ya sabía lo que era estar en una relación. Que sabía lo que era estar enamorada y entregada a ello. Me sentí egoísta porque quise que todo lo que yo empezaba a experimentar contigo, por primera vez, deseaba que tú lo sintieras solo de mi mano. Pero no fue así porque ya habías vivido aquello, y eso me ofuscó al punto que prácticamente te obligué a que terminases conmigo. Si tan solo supieras los enfermizos celos que me carcomían los sesos, te mueres. Sé muy bien que te terminé cansando con mis estupideces, y en ese momento no lo vi porque si bien te quería, para variar, mi sentir era más importante. Hoy sé qué tuviste mucha razón en romper conmigo. Yo no estaba listo y hoy tampoco lo estoy —terminó de hablar despacio.

—¿Qué quieres decir? —preguntó con miedo.

—Que este momento no es el nuestro.

—No entiendo, no quiero entenderlo.

—Isabella, cariño mío, yo te amo —le besó la boca —. Pero no debemos estar juntos —escuchó como ella tragaba saliva —. No al menos en este momento.

—¿Por qué? Ya todo fue aclarado.

—Porque no estoy listo para amarte como lo deseo.

—No me digas eso, Ian.

—No quiero seguir engañándome, y engañándote a ti porque no lo mereces —apoyó su frente en el hombro de Isabella —. Quiero ser honesto conmigo y contigo. Por eso mismo sé qué si estamos juntos, ahora, seguiré jodiéndonos. Eso es precisamente lo que no quiero. Le he dado muchas vueltas a esto, y estoy convencido que esta es la única solución.

—Sé qué podemos hacer algo al respecto.

—Isabella, ve que no hay manera que esto siga su curso como ambos queremos. Supieras lo que me duele dejarte partir, porque contigo imaginé muchas cosas —era capaz de ver como el pecho de Isabella subía y bajaba porque sabía que ella no quería llorar. Él estaba en las mismas malditas circunstancias, aun así, no se detuvo —. De tu mano fantaseé con un futuro, pero no estamos emocionalmente íntegros y por eso mismo, si continuamos, esto no irá bien. ¿Sabes porque cuando nos fuimos de viaje, estaba sentado a la salida de tu habitación?

—Porque creíste que yo te dejaría —Ian se sorprendió al oír eso.

—¿Cómo lo sabes?

—Tu rostro, tus ojos y la tensión de tu cuerpo te delataron. Conocí esas expresiones de forma inmediata, ya lo habíamos vivido. Habías desconfiado de mí, pero no me dijiste nada por no arruinar nuestro viaje. Yo tampoco quise hablar porque lo que más deseaba era estar contigo.

—¿Ahora entiendes porque no podemos estar juntos?

—No, no lo entiendo —dijo con honestidad —. No hay nada que nos impida seguir.

—Sí lo hay —levantó la cabeza de su hombro y la miró entre la oscuridad —. Soy yo.

—No, Ian.

—Si supieras todo lo que me pasa cuando te tengo cerca —le acarició con los pulgares las mejillas —. Se supone que debería sentirme bien y completo para ti. Se supone que debería hacerte feliz. No se supone que debería pasar lo que sucedió. No se supone que debería sentirme así.

—Hagámoslo juntos.

—No, Isabella. Esto debe ser por separado. Yo debo superar y madurar todo esto a solas, los meses en los cuales estuvimos alejados no sirvieron de absolutamente nada. En menos de veinticuatro horas estaba otra vez inseguro de ti. No quiero seguir desconfiando de algo que no existe, debo alejar esos malditos fantasmas en soledad. No quiero seguir viviendo entre reproches hacia ti. Perdóname, te amo, pero no puedo estar contigo.

—¿Así es como todo acabará? —preguntó con la voz ahogada —. ¿No quieres que superemos esto juntos?

—No, no es que no quiera. Solo no está bien, ya estoy harto de las sombras de un pasado que no me concierne, un pasado que aparece cada vez que estoy junto a ti. Estoy harto de esos miedos por perderte, cuando tú no has hecho más que estar ahí y decirme cuanto me amas—sintió como Isabella subía los brazos para apretarle los bíceps —. Pero me conozco, sé muy bien que si sigo contigo la volveré a cagar.

—Tu decisión ya está tomada, ¿no?

—No deseo dudar.

—¿No hay nada más que pueda hacer para convencerte de lo contrario?

—No te voy a mentir, me da terror alejarme de ti. También me da terror que no volvamos a vernos o que cuando lo hagamos, alguno se haya enamorado de otra persona. Pero si así fuese, es porque no estábamos destinados a estar juntos.

—Ian...

—Ya no estarás con la duda con respecto a mí.

—Ian...

—Ya no estarás intentando darme explicaciones.

—Espe...

—Ya no estarás con el temor de que no puedas hablar de alguien sin que yo explote de celos.

—No...

—Yo sé cuánto nos queremos, por eso no deseo que nos terminemos odiando. Es mejor dejarlo hasta aquí.

—Jamás podría odiarte.

—No llores, una dominante como tú no debería llorar —sonrió.

—No estoy en ese rol y aunque así fuese, las dominantes tenemos sentimientos también. No me pidas que no llore, estás yéndote de mi lado y no puedo hacer nada —Ian le pasó los dedos por el mentón —. Esta vez no será como las demás, lo presiento. Me duele que esto termine así.

—A mí también, pero mi amor, no veamos esto como una despedida.

—No me digas eso porque no puedo. Has sido cortés en terminar lo nuestro, pero sé que no vas a volver.

—Isabella, esto no es más que un hasta pronto —ella solo negó en silencio —. Quiero que recuerdes los momentos que vivimos, los buenos, claro está. Recuérdame siempre que tú no saldrás de aquí —se tocó la sien y el centro del pecho al tiempo que movía la cabeza —, jamás.

—Tú tampoco, me sorprendiste con un amor loco y potente. Con un amor intenso e inmenso. Tú, Ian, aunque no lo sepas si fuiste el primero para mí. Me has llevado al límite, al cielo y al infierno, eres un tipo con el cual experimenté demasiadas cosas que nunca antes con nadie —suspiró entrecortado —. Y está bien, aunque sé qué me costará demasiado distanciarme de ti, respetaré todo lo que me has dicho. Es lo mínimo que puedo hacer después de no haberte hablado honestamente con respecto a mi pasado.

—Quiero pedirte una última cosa.

—Solo dímelo.

—Que me des un beso.

Y el puchero que se formó en su boca se pronunció aún más cuando Ian le pidió aquello. Se terminó de sentar sobre él, pasó los brazos por detrás de su cuello hasta acercarlo. No obstante, no lo besó, sino que se quedó con la boca quieta en la de él. El sabor levemente salado producto de las lágrimas se filtraban a través de sus trémulos labios ligeramente separados. Para Ian fue un palpable sabor a lamento por una decisión que tomó en cuanto le afirmó la mano. Se armó de muchísimo valor para, por una vez en su vida, ser consecuente con lo que en realidad pensaba.

Sabía muy bien que seguir con ella los terminaría llevando a la ruina, ya que para ese punto había demasiado por perder y muy poco por ganar. Y con mucha aflicción intentó empujar todos los proyectos a futuro que tenía para los dos. Prefería dejar inmóvil todo aquello antes de que terminasen tan mal que después ni siquiera podrían decirse un: "Hola". Prefería alejarse hablando las cosas con honestidad, antes de huir como un cobarde. Porque para Ian hubiese sido fácil escudarse en las recriminaciones de tiempos pasados, pero no volvería a cometer semejante error otra vez.

Sus ojos estaban infinitamente conectados. Ian le acariciaba la baja espalda e Isabella le tocaba los cabellos de la nuca, hasta que fue él quien sacó la punta de la lengua para buscar de ella. Todavía no se separaban y ya la echaba de menos, que cosa tan devastadora estaba viviendo en su habitación. Quería empaparse de su fragancia, de sus caricias, también de su respiración, de su boca. Deseaba empaparse de toda ella porque sabía muy bien que pasaría mucho tiempo antes de volver a verla.

Si es que aquello llegaba a suceder...

Un beso de despedida...

Uno que les permitió decir...

Adiós...

—Siempre te agradeceré por haberme permitido conocerme —le susurró al oído luego que separaron sus labios —. No sabía quién era hasta que te apareciste en mi vida.

—Soy yo quien debe agradecerte por cruzarte en mi camino. Me enseñaste a ser sincera, decir las cosas sin miedo y aunque no sé cómo voy a seguir sin ti, aquí estaré esperando para cuando vuelvas a mí.

—Verás que ya no seré un pretencioso —sonrió —. Podré quemarme libremente en las llamas de tu averno.

—Nunca me arrepentiré de haberte conocido, eres lo mejor que me pudo pasar.

—Te pido perdón por mis estúpidas inseguridades.

—No lo hagas, aquí los dos somos culpables por no haber sabido llevar las riendas de nuestra relación.

Ian no respondió a ello, pero la observó profundamente mientras el amanecer se asomaba poco a poco por la rendija de su cortina. Se le encogió el estómago al ver su pálido rostro, su maquillaje corrido y los ojos tan rojos como la punta de su nariz. Sin embargo, ya todo se había dicho y no pretendía dar marcha atrás. Estaba bastante seguro que cuando en un futuro se reencontrasen, serían mejores personas para el otro. Serían mucho más maduros y conscientes de lo que deseaban.

Y la abrazó con fuerza, haciéndole sentir mediante aquel gesto todo lo que estaba experimentando. Ian quería congelar el tiempo para quedarse así por siempre, deseaba quedarse con ella sin importar lo difícil que pudiese ser. Amanecer con ella entre sus brazos todos los jodidos días, echar al olvido todo lo pasado y comenzar desde cero. Pero no iba a imponer su sentir por sobre lo que consideraba correcto y eso, era no caer en otra nueva decepción por su arbitrario comportamiento.

Lo único que se llevaría de Isabella, era esa preciosa sonrisa que le mostró mil veces...

Porque cuando una persona amaba como él lo hacía, lo mejor era reconocer cuando todo eso estaba a punto de irse al caño. Ian deseó cambiar por voluntad propia, pero lejos de ella. Prefería distanciarse porque no quería ver como Isabella se iba por culpa de su incesante inestabilidad emocional. Por eso elegía aquel camino para que cuando ya estuviesen listos, continuaran con lo que estaban dejando pendiente.

—Te quiero mucho ­—le murmuró Isabella.

—También te quiero, y asegúrate de oír November Rain que nosotros viviremos siempre dentro de esa canción.

—Cada vez que lo haga, se esparcirá como fuego dentro de mí. Estoy segura de ello.

—Tan bella, eres increíble en todos los putos sentidos, mi Señora.

—Mi Cioccolato —le acarició la mejilla con los dedos —, te echaré muchísimo de menos.

—Tuve la fortuna de conocer a una pervertida, pero tierna a la vez. Tuve la suerte de saber que más allá del sexo se podía amar sin restricciones. Tuve el privilegio de vivir la pasión, la locura y hacer de todo por primera vez, de tu mano.

—No me quiero ir de tu lado —gimoteó.

—Lo siento cariño, pero te aseguro que ni la maldita lejanía me impedirá que piense en ti.

—Siempre serás el hombre que me sedujo —escondió el rostro en el cuello de Ian —. Eres el seductor de mi vida entera.

—Y tú la mujer que me tuvo de rodillas a sus pies.

—Será mejor que me vaya —le anunció con la voz estrangulada. Luego se separó de él al tiempo que se pasaba las manos por el rostro.

—Yo iré a dejarte.

—No, no. Tomaré un taxi.

—Le diré a Alessandro que te acompañe entonces, no quiero que viajes sola.

Le tomó la mano, la sintió húmeda al punto de la incomodidad, y no de esas que dan asco. Sino de esas que reflejan el desconsuelo, ya que su palma estaba mojada porque en ella estaban las lágrimas que Isabella se quitó con tristeza del rostro. Por cada paso que daba, más se le apretaba el pecho. Por cada paso que daba, más estrechaba los dedos de Isabella. Por cada paso que daba, parpadeaba más intenso. Cada paso que dio, fue una tortura porque sabía que después de que cerrase esa puerta, todo habría acabado.

Y él quedaría suspendido en un abismo...

—Alessandro —lo movió con la punta del pie, ya que estaba durmiendo en el sofá —, despierta.

—¿Qué pasa? —preguntó desorientado y con la voz enronquecida.

—Necesito que lleves a Isabella hasta su departamento.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Tú sabrás cuidar de ella.

—No entiendo un carajo, pero deja que me lave la cara —Ian vio cómo iba hasta la cocina.

—Te cuidas, ¿vale? —ella asintió.

—Tú también.

—¿Nos vamos? ­—Isabella no se movió a pesar de que Alessandro estaba con la puerta abierta.

—Ia... —él solo le dio un largo beso para luego separarse de ella.

—Cuídala bien, por favor.

Alessandro lo veía con cara de no entender ni una mierda, no sabía que había sucedido en el tiempo que ellos estuvieron encerrados. No sabía que se dijeron, pero por la cara de los dos, sabía que no era nada bueno. Si bien le extrañó oír de Ian aquellas palabras, sobre todo porque eran dirigidas exclusivamente para él, atinó a asentir en silencio. Observó como Isabella caminaba con la cabeza hacia abajo, pasando por su lado sin siquiera mirarlo. Luego miró el semblante demacrado en Ian y de inmediato supo que ellos habían terminado su relación. En esa oportunidad no era cosa de que se fuesen a arreglar en horas, días o meses después. Sino más bien que ese rompimiento sería por un larguísimo tiempo, eso provocó el Alessandro una desilusión tremenda.

—Nos vemos, Ian.

—Adiós.

E Ian sintió el sonido de esa puerta cerrarse como si se tratase de un eco del inframundo. Se llevó la mano empuñada hasta la boca, la misma que soltó un ronco jadeo. Se afirmó es estómago porque se dobló en dos. Nadie en su puto sano juicio dejaría ir a la mujer que quiere con el tipo que alguna vez fue su todo, mucho menos pedirle justamente a él que la cuidase, pero aquello sería su primera prueba. Sin embargo, esa mierda no era la que lo tenía así, llorando sentando en el piso, con las manos entre sus cabellos y los mocos colgando como si fuese un niño.

Su propia decisión lo estaba haciendo pedazos, pero ya no había retroceso. La conoció sin tener una maldita idea que ella lo cambiaría de esa forma, sin saber que la amaría de esa forma, era ahí ese lacerante dolor que sentía golpearle en cada parte del cuerpo. La adoraba a rabiar, pero no podían estar juntos como él lo planeó. Pudieron ser tan felices, pero su inmadurez lo hizo cometer unos errores absolutamente vergonzosos e irremediables.

A pesar de todo su sentir se aferraría a lo que él bien dijo, no era el momento para estar juntos. Pero cuando se topase de nuevo con ella, la besaría sin compasión, la abrazaría hasta el punto de la jodida asfixia. Cuando se topase de nuevo con ella, pisaría el acelerador sin importar nada. Porque eso era lo que quería hacer en ese instante. Correr por las malditas escaleras, detenerla, y pedirle que se quedase junto a él.

Sin embargo, no lo hizo...

—¿Ian?

No lo hizo porque sabía que ella también tenía que tener su propio espacio...

—¿Qué te pasó? —se agachó, asustado, a su lado —. ¿E Isabella?

—Se ha ido con Alessandro —balbuceó.

—¿Cómo?

—He terminado con ella.

—¿Por qué hiciste eso?

—Vámonos de viaje, ¿sí? —le pidió de pronto.

—¿A dónde?

—A donde sea, solo quiero salir del país ­—levantó la cabeza y Dante se quedó quieto —. Quiero irme de aquí.

—Está bien, solo déjame arreglar unos asuntos y en la semana nos largamos.

—No, quiero irme hoy mismo. No quiero respirar ni un segundo más este aire.

—Entonces empezaré ahora mismo —se puso de pie, dejándolo solo ahí.

No supo cuántas fueron las horas que estuvo en la misma posición, pero si se percató que cuando su hermano lo tomó del brazo, tenía las piernas entumecidas. Arrastró los pies de vuelta a su habitación y vio como Dante metía algunas de sus prendas a la maleta. Ni siquiera le importó cuando también lo vistió, joder, parecía un puto ente que se dejó manejar como un vil muñeco de trapo. Pero le daba lo mismo.

Todo le daba lo mismo...

Solo se dedicó a mirar por la ventana del auto, ver las calles con personas caminando por las aceras. Ver como esas mismas personas desaparecían como una mancha indescifrable a su rápido paso. Un día frío era el clima ideal para cómo se sentía por dentro. No creyó nunca que sería tan aniquilador haber tomado aquel dictamen con respecto a su vida. Ni siquiera le importó no pasar su carta de renuncia a la universidad, ese tema lo vería después porque realmente no tenía la cabeza sobre los hombros. Era como si la estuviese dando bote sobre los hombros, un bote que le repercutía en los sesos.

—Tenemos que abordar —tampoco se dio cuenta de que ya era hora —. ¿Cómo te sientes?

—No lo sé —Dante lo miró con lástima.

—Ya estarás mejor —le palmoteó la espalda —. ¿Vamos?

—Sí...

Y cuando estuvo dentro del avión, se fijó cuál era su puesto y solo se dejó caer con un peso muerto que hizo rechinar el cuero del cómodo asiento. Suspiró pesado, largo, cansado. Pasaron tantas cosas que no esperó, se perdió en un laberinto increíble que lo hizo conocerse y saber cómo era realmente. Vivió mucho tiempo en una quimera que él mismo creó, pero esperaba poder deshacerse de todo eso y seguir hacia adelante. Estaba seguro que ese viaje, con su hermano, lo convertiría en otra persona, en un mejor hombre tanto para él mismo como para quienes lo rodeaban.

Sintió las turbinas y palpó esas cosquillas en el estómago, al igual como sus latidos se aceleraban. Detestaba viajar en avión, pero era preferible pensar y concentrarse en esas sensaciones tan desagradables que en él porqué estaba justo ahí. Así que solo se dedicó a dirigir sus ojos hasta la pequeña ventanilla para comenzar a ver todo levemente inclinado. Miró como su ciudad se hacía cada vez más pequeña. Por esa ventanilla, se dedicó a observar cómo su vida quedaba atrás. También como su primer amor se quedaba en ese lugar.

Solo se dedicó a mirar como aparecían las primeras nubes...

—¿No te vas a arrepentir de esto? —le preguntó Dante preocupado.

—No —contestó sin verlo —, es la segunda vez que estoy seguro de tomar una decisión así.

—Te has vuelto alguien fuerte, Ian.

—Opino todo lo contrario, estoy hecho mierda.

—Lo sé, hermano, pero sabes que si hiciste esto es porque lo necesitabas —le tocó la mano —. Eso es tener valor, no cualquiera hubiese hecho lo que tú sí.

—¿Crees que la volveré a ver?

—No lo sé. Pero creo que es bueno tomarse un respiro.

—Tienes razón, solo el destino sabe si nos volverá a juntar o no.

Dante se sorprendió que Ian háyase apoyado la cabeza sobre su hombro. Sonrió con tristeza, debido a que Ian le humedeció la camisa. Estaba consciente que la quería, pero no a ese punto. Sin embargo, Dante sabía muy bien que ninguno de los dos estaba listo para estar juntos. Por eso mismo es que no objetó cuando Ian le pidió irse de Manhattan, por ese mismo motivo reservó los pasajes y tuvo suerte de encontrar para ese mismo día. Intentaría darle todo de sí para que él estuviese y se sintiese bien. Estaba más que dispuesto a recuperar todos los años que perdieron de estar juntos.

Ian cerró los ojos...

Y la vio...

Entonces solo sonrió...


Fin



****

No voa shorar, no lo haré.

Es tarde, ¿tú estás shorando? 

Yo sí  :(

Mis hermosas lectoras, muchísimas gracias por haberle dado una oportunidad a esta historia que para mí, ha sido todo un sube y baja de emociones.

Espero que este ¿final? Les haya gustado.

Fue un honor para mí haberla escrito y compartido con todas ustedes.

Un enorme beso y gracias otra vez.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top