Capítulo 9
Quiero besar todas de las imperfecciones que adornan tu masculina piel, sin importarme donde se encuentran cada uno de ellas...
Estoy muy consciente que, si alguna vez llegamos a tener algo que ver, no solo será cuestión de pasión y piel...
No solo será cuestión de besos y caricias...
No solo será cuestión miradas insinuantes...
No solo será cuestión de sinuosos movimientos...
Será cuestión de hacernos sentir como el corazón nos late, al punto que creeremos que explotará dentro de nuestros pechos...
Será cuestión de hacer que nuestras mentes asciendan hasta que nos veamos en la necesidad de aferrarnos en el cuerpo de otro, para que juntos lleguemos a la cima de aquel encuentro...
Donde solo nosotros nos fundimos hasta la agonía...
Donde, cuando encontramos el éxtasis, jadeantes, nos miramos a los ojos y vemos la respuesta que ambos buscábamos...
Una resplandeciente luz blanca se reflejaba en sus pupilas mientras tecleaba rápidamente sobre su portátil. Estaba demasiado concentrada terminando el último párrafo de su escrito. Repasó cada una de las líneas y con una sonrisa de satisfacción dio punto final a su largo relato, al tiempo que sacaba el audífono de su oído izquierdo.
Desde hacía mucho tiempo que vivía sola, sin embargo, desde hacía poco más de un año que se había cambiado a un departamento que había logrado comprar gracias a los ahorros que logró juntar. Trabajaba desde que amanecía hasta que el sol se escondía. No obstante, en sus cortos ratos libres tenía un pasatiempo que la aislaba de todo, así como también la sacaban del estrés que le generaban las agotadoras horas.
Lo primero que hacía cuando llegaba el viernes en la noche, si es que no había alguna fiesta BDSM, era: sacarse los tacones, soltarse el cabello, quitarse la ropa y darse una larga ducha de agua tibia. Luego, beber una copa de vino mientras esperaba a que cargase su computador. Elegía una playlist con las canciones que a ella más le gustaban y se encerraba en su pequeño mundo de la escritura.
Nadie imaginaba que, aparte de ser una dominante, también era una escritora aficionada. De esas que son románticas empedernidas y fantasiosas con sutileza. Jamás había publicado ninguno de sus relatos, los guardaba para sí. Los leía uno por uno e intentaba pulirlos, pero siempre quedaban archivados allí. Sin un lector que pudiese apreciar la belleza de sus líneas entrelazadas.
No obstante, su mente se quedó pegada en la flecha de mouse porque, de pronto, recordó lo que había pasado hacía nueve meses atrás.
Nueve meses en los que nunca más lo volvió a ver...
El peso de aquella noche se recargaba sobre sus hombros y la hacían preguntarse qué habría pasado con él. Ni siquiera había sido capaz de volver a ir hasta la universal, donde él trabajaba, a buscar a su sobrina. Se le caía la cara de vergüenza por su actuar. Los días fueron pasando y con ello, Isabella fue analizando cada momento que vivió en aquella velada tan desastrosa. Su mente se estaba convirtiendo en una mierda porque quería retroceder el tiempo y comenzar desde cero con él.
No podía...
Ya la había jodido...
Quizás que era lo que él pensaba de ella, pero sabía que seguramente la tomaba por una demente que había perdido el equilibrio en todos los aspectos. No obstante, no era así y eso era lo que ella quería explicarle, pero tampoco sabía cómo diablos pararse frente a él e intentar ser escuchada. En algún lugar de su raciocinio pensaba que tal vez él tenía razón y que ella no era más que una mujer jodida por su pasado oscuro. Sin embargo, también estaba convencida que no era así. Lo cierto era que, era la primera vez que perdía los estribos de semejante manera.
Se arrepentía tanto...
Mientras Nothing Compares 2 U, sonaba desde un solo auricular, pensaba que quizás si se armaba de valor podría interceptarlo y plantarse frente a él. Quizás la enviaría al infierno. Tal vez pelearían hasta que los gritos los terminaran superando, o quién sabía sí, contra todo pronóstico, Ian se diera cuenta de cuan equivocado estaba con respecto a ella. Lo analizó un poco más, mientras bajaba la pantalla del portátil.
Deseaba verlo otra vez...
Durante dos semanas se sintió miserable, al punto que pensó tener la cabeza completamente estropeada. Dos meses pasaron y creyó que lo mejor era olvidar lo que había sucedido, dejarlo ir y olvidarse de que ese hombre existía. Olvidar que lo había mirado desde lejos mientras esperaba en el estacionamiento de la universidad. Olvidar que cuando lo vislumbraba desde el otro lado de la acera, una sonrisa se formaba en sus labios por el placer y deleite que era él, para su vista. Olvidar que cruzaron palabras y que ella cruzó las piernas en aquellas masculinas caderas.
Ni siquiera tuvo el valor de llamar a Kenneth para saber de Ian. ¿Para qué?, se preguntó en más una oportunidad. Quizás el rubio ni siquiera sabía lo que había ocurrido entre ambos y mejor así, no quería quedar como la psicópata que golpeó a un hombre porque le molestó lo que él le dijo. Sobre todo, porque quería empujarlo o más bien, obligarlo a que se doblegara delante de ella, cuando sabía perfecto que eso no lo debía hacer. Ni en ese entonces, ni nunca. Que bobería su comportamiento. Que irracionalidad más absurda la había atacado.
Luego de que Ian se fuese de su departamento, ella casi suplicó ser sometida. No lo disfrutó, y lágrimas de amargura cubrieron sus mejillas enrojecidas. Nunca debió pasar nada de ello, nada en lo absoluto. Cuando la doma terminó, Phillip le preguntó si se encontraba bien, ella no fue capaz de responderle y se encerró en el baño. Se metió bajo la ducha, así mismo como se encontraba, con bragas y tacones. Se deslizó hasta que se vio sentada en el frío piso de cerámica y no salió de allí hasta que oyó como él se despedía desde el otro lado de la puerta.
Sabía que cuando estaba en el rol de sumisa, debía complacer a su Amo. Pero no pudo. Phillip, al ser un dominante relativamente condescendiente, la comprendió y eso la hizo sentir muchísimo peor. Quería ser flagelada, así mismo como lo ella había castigado a Ian. Quería ser sometida y atormentada, pero no por placer, sino por penitencia. Una silenciosa penitencia que estaba muy mal enfocada, porque Isabella estaba muy consciente que su estilo de vida no debía tergiversarse y usarlo de una forma que no fuese sana. Y ella, ella le estaba dando un uso que iba fuera de los límites en todos los sentidos.
Pero al quedarse a solas tuvo tiempo de reflexionar por su comportamiento. No durmió ya que se desveló pensando y machacando su cabeza para intentar encontrar el sentido a todo lo que había hecho. No lo encontró. Lo único en que pensaba era que se había comportado como ese maldito que tanto daño le había hecho. Ella se había transformado en él. Un monstruo. Y por primera vez se sintió más sola que nunca, ya que Isabella no era de tener vínculos cercanos como una amiga, por ejemplo. Su mente ensombrecida no la dejó descansar.
Aquella noche, ella sintió que lo merecía...
Dio un suspiro y agarró la copa de vino para beber la última gota...
No asistió a Black Diamond por más de un mes, le daba pesar que sus colegas se diesen cuenta de que ella había roto todas las reglas bedesemeras en una sola maldita noche. Cuando ya se sintió nuevamente preparada, volvió, y volvió con todo. Con su sensualidad desbordante. Con su seguridad envidiable. Con su poder avasallante. Con su dominio sobre ella y sobre todo el que quería ser dominado bajo su mano y su látigo.
Volvió a las grandes ligas con todo lo que tenía para ofrecer...
Su cautivador poder...
Sentada de piernas cruzadas sobre el rojo sofá, alzó los brazos por sobre su cabeza y estiró la espalda hasta que no dio más. Sus dedos crujieron unos bajos los otros, hasta que se sintió relajada. La canción no terminaba y aquella melodía, estúpidamente, la hacían recordarlo. El aroma embriagante de su hombría. El sonido de su oscura voz. La mirada desafiante y sensual que le dedicó. Las innumerables veces que Ian intentó besarla y ella no lo dejó. La dureza que sintió rozar sobre su intimidad.
Se mordió la lengua...
Ni que se hubiera enamorado de él...
Qué tontería...
Se puso de pie y fue hasta su habitación. De pronto, se quedó rígida al recordar que su sobrina le había pedido, encarecidamente, si podía ir por ella hasta la universidad. No había sido capaz de negarse porque a fin de cuentas todo había comenzado porque Isabella había insistido, una sola vez, en conocer el lugar donde ella estudiaba.
Así fue que lo vio por primera vez...
Evocó aquel día...
Bajando las escaleras de la entrada principal, con el maletín en su mano derecha, y vestido casualmente elegante. Vio a un tipo alto y de cabello negro que expulsaba una energía impresionante. No lo había dejado de ver, hasta se sonrió cuando algunas chicas se acercaron a él. No fue capaz de quitarle los ojos de encima hasta que él desapareció de su campo visual. Cuando eso ocurrió, se había pasado la lengua por el labio superior, como saboreando a la presa que se comería.
Quería comérselo...
Entero...
Tuvo la oportunidad...
No pudo...
Por su culpa...
Sacudió la cabeza para dispersar todos esos pensamientos que, una vez más, la habían embargado. Se lavó los dientes mientras se observaba en el espejo. Sus ojos se veían un tanto cansados, lo que más quería era dormir todo un día para reponer las energías que eran absorbidas por los recuerdos de su terrible error. También el agotamiento que sentía era porque estaba trabajando más horas de las que le correspondían.
Lo mejor para ella era mantener la mente ocupada en otra cosa. Otra cosa que no fuese en el rostro furioso de aquel hombre. Otra que no fuese en las marcas que había dejado sobre esa piel. Otra cosa que no fuesen las palabras de profundo desprecio que él le dedicó.
Escupió el agua...
Fue hasta su habitación, se quitó la ropa interior, se puso una camiseta, y se acostó. Revisó un par de correos hasta que su vista se volvió nublada. Cerró los párpados y el móvil resbaló de su mano, quedando tirado a un lado.
Seis de la mañana en punto, sonó la alarma y con una mueca de fastidio palpó con la mano para apagarla. Bostezó al tiempo que se estiraba, luego se sentó con el rostro soñoliento por el trasnoche. Lanzó las mantas a un lado y se puso de pie para ir directo al baño. Ya una vez lista, salió rumbo a su lugar de trabajo. Hacía años que se dedicaba a la compra y venta de propiedades, eso le había permitido vivir de una manera cómoda y volverse independiente.
Una vez que llegó hasta su oficina, le pidió a su secretaria que le llevase una taza de café. Mientras, revisó algunos proyectos inmobiliarios que más le llamaban la atención. Sin embargo, entornó los párpados cuando se dio cuenta que la dirección de uno de los departamentos que debía visitar, se encontraba en la dirección donde, creía, vivía él.
Se quedó con la mejilla apoyada sobre los nudillos, mientras analizaba los pros y los contras de ser ella quién visitara ese lugar. El jodido mundo era un pañuelo, y pensaba que lo más probable era que se encontrase con Ian. ¿Quería? No estaba segura de ello. ¿Debía? Sí, porque eso era a lo que se dedicaba y como la profesional que era, no podía huir como una vil cobarde. Además, por mucho que él estuviese enojado aún, ella tenía que ser inflexible en el caso que toparse con él. Su vida personal, de la profesional, nada tenían que ver.
Dirigió la flecha y apretó, aceptar...
Listo, ella sería quien visitara aquel departamento. Se encogió de hombros, tantos meses habían pasado. Tantas veces que se golpeó mentalmente que, ya le daba igual volverlo a ver o no. ¿Segura? Según ella, sí.
Entre llamados a inversionistas y futuros compradores, la mañana se le había pasado en un abrir y cerrar de ojos. Con ello se dio cuenta que era la hora de partir rumbo a la universidad. Sonrió con ironía. Tal parecía ser que, tal vez, lo volvería a ver más temprano que tarde. Se mordió el labio al tiempo que tomaba su chaqueta y su cartera. Le indicó a Vera que se encargase de los últimos detalles ya que no volvería hasta el día siguiente.
Le envió un mensaje a su sobrina para avisarle que ya iba en camino, luego prendió la radio y fue susurrando la canción que la acompañaría por algunos minutos. Solía ser una dominante que carecía de nerviosismo, así como también tenía un temple envidiable. No obstante, cuando la universidad se comenzó a presentar frente a ella, sintió una sensación bastante incómoda. Sabía perfecto el porqué de ello, pero prefirió no darle mayor importancia. A final de cuentas, solo esperaría dentro del auto. ¿Qué podría pasar? Nada.
Chicos de distintas edades comenzaron a salir, pero aún no la veía. Así que sacó el móvil y se puso a revisar algunos pequeños asuntos pendientes, cuando de pronto, golpearon el vidrio de su lado. Isabella levantó la vista con una sonrisa, porque creyó que era ella. Pero esa misma sonrisa se esfumó al ver de quien se trataba. Lo quedó viendo con el rostro serio y ni siquiera fue capaz de bajar el vidrio. Es que ni siquiera fue capaz de mover un jodido musculo.
—¿Se puede saber que rayos haces aquí? —la pregunta se escuchó amortiguada.
El maldito destino decidió que era hora de enfrentarlo...
—¿Me vienes a pedir disculpas, después de tanto tiempo? —ella se sonrió —. Si es así, puedes largarte por dónde has venido. No me interesa saber de ti —siguió —. Que jodido descaro el tuyo. De haber sido tú, me habría suicidado esa misma noche —dijo con desprecio.
Suficiente...
Isabella abrió la puerta y con total seguridad se bajó del auto. Sí, su estómago dolía de lo tenso que lo tenía, pero eso no le impidió cerrar de un sonoro portazo y pararse frente a él. Muy alto podía ser, pero por el infierno que esos ojos negros se veían asombrados. Se puso la mano en la cadera al tiempo que, con la otra, se agarraba la coleta y la dejaba caer sobre su hombro izquierdo. Luego lo miró y sonrió, sin signos de ninguna culpa. Sabía cómo camuflar sus sentimientos y esa no fue la excepción. Todo lo contrario, según ella, debía hacerlo más que nunca.
Ian se cruzó de brazos, y su rostro no mostraba ningún signo de simpatía. Es más, le molestaba verla allí. Le molestaba verla después de lo que le había hecho. Le molestaba verla como si nada hubiese pasado. Le molestaba verla con esa sonrisa y esos ojos sarcásticos. Le molesta ver lo malditamente guapa que estaba. Tragó saliva, esperaba salir una respuesta de aquella boca maquillada con un exquisito tono carmín.
—Espero tus disculpas —dijo alzando una ceja.
—¿Qué te hace pensar que he venido aquí por ti?
—Ja —resopló mientras se mordía la lengua —. Es demasiado lógico que has venido a verme.
—¿Seguro? —dio un paso hasta él.
Ian no se movió ni un centímetro de donde estaba...
—No quieras dártelas de coqueta conmigo —la miró sin un ápice de pudor. Joder, estaba mucho más atractiva que la última vez que la vio.
—Yo no estoy haciendo eso —sonrió.
—Me jodiste.
—Lo sé.
—Me jodiste como no tienes una maldita idea.
—Lo sé.
—Pídeme perdón —exigió, con la respiración estancada.
Isabella miró hacia otro lugar. Tantos meses esperando ese momento, y ese día por fin había llegado. Sabía que debía, pero no quería. No quería dar su brazo a torcer por muy equivocada que hubiese estado. Por mucho daño que le hubiese provocado. El maldito orgullo le impedía hacerlo y sabía cuán mal estaba su actitud. Aun así, y a pesar de todo su sentir, no dijo absolutamente nada.
De pronto, se quedó quieta al sentir un frío dedo debajo de su quijada. El mismo que estaba forzándola a voltear el rostro. Él quería que lo viese a los ojos. Ella lo hizo, pero cuando estos chocaron, no encontró nada mejor que bajar un poco la cabeza hasta que sus labios se encontraron con uno de aquellos nudillos doblados, y lo besó.
Ian sacó la mano de forma inmediata, sintió que esa caricia le quemaba la piel y no solo eso, sino también que le encendía las entrañas. Por segundos titubeó. Esa maldita mujer sabía cómo volverle la cabeza patas arriba, y no solo la cabeza, sino también su determinación. La muy desvergonzada tenía una sonrisa de autosuficiencia, como cada vez que la veía. Eso lo había puesto tenso, pero no se retractó.
—No vuelvas a tocarme.
—Yo no lo he hecho, fuiste tú —alzó la ceja —. Además, no me digas que no te morías por ponerme las manos encima.
—Sí claro, pero para estrangularte. Es para lo único que te tocaría.
Isabella decidió que era de jugar un poco...
Dio otro paso hasta él, y en esa oportunidad Ian retrocedió. Ella no se detuvo, pero alzó la mano y lo agarró de la corbata, haciéndolo ponerse a su altura. Obligándolo a poner ambas manos en el techo del auto. Él se quedó quieto mientras ella acercaba el rostro. ¿Qué diablos le pasaba? Esa mujer le había hecho vivir una de las experiencias más espantosas de su vida y allí lo tenía, como un estúpido a la expectativa de lo que haría. Se mordió el labio inferior y cerró los ojos al tiempo que su frente se arrugaba, en un signo de querer más de eso.
¡Se había vuelto loco!
—Yo creo que tus manos harían un juego perfecto en mi cuello —le susurró al oído —. ¿Quieres probar?
—Loca.
—Y aun así todavía me deseas.
—En tus sueños.
—Y en los tuyos también —sacó la lengua y se la deslizó por la mandíbula.
Ian se abstuvo de soltar el aliento —¿Crees que podría querer estar con una mujer tan desequilibrada como tú?
—No creo, estoy segura.
—Muñeca, estás mal.
—¿Sí?
Lo soltó y comenzó a deslizar la mano por el costado de su abdomen, debajo de la chaqueta. En algún momento creyó que se alejaría de ella, pero no fue así. Se quedó en la misma posición y eso le encantó porque le dio a entender cuánto le inquietaba su cercanía. Su palma terminó quedando en la hebilla de ese cinturón. Logró sentir la caliente respiración de Ian en la cima de su cabeza. No se detuvo. A pesar de que estaban a plena luz del día, con muchos estudiantes alrededor, quizás algunos curiosos observándolos, no paró. Es más, rozó con el dedo el cierre.
Ella entornó los párpados cuando Ian le puso la mano alrededor del cuello, quedando con el antebrazo entre sus senos. De repente, él apretó un poco, haciéndola hacer lo mismo, pero en su miembro.
—Mira qué fácil es ahorcarte.
—Mira qué fácil es ponerte duro.
Ian apretó la quijada. Maldita sea, ella tenía razón y eso le hacía enojar. Con el solo hecho de sentir su femenino perfume, él se había excitado. Pero cuando palpó su cercanía, simplemente desfalleció al punto de endurecerlo como hacía tiempo no le sucedía. ¿Qué diablos tenía ella que lo ponía en ese jodido estado? ¿Cómo podía alborotarle las hormonas, al punto de parecer un adolescente? Joder, ya era un hombre bastante grandecito como para dejarse intimidar así. Sin embargo, ella desprendía algo que Ian no lograba comprender. Algo que le hacía querer pedirle más.
Apretó un poco más fuerte...
Bajó la cabeza hasta el oído de ella...
—No me provoques —susurró —. No vaya a ser cosa que ahora seas tú quien se chamusque con las llamas de mi ira.
—¿Piensas que te temo? —Ian contuvo la respiración porque ella metió la mano por el cierre —. Esto de aquí —lo empuñó sobre el bóxer —, no me dice que estás lleno de ira. Todo lo contrario.
—Maldita mujer.
—Seguro que sí, pero soy la maldita que mueres por follarte.
—Seguro como el infierno que no querría follarme a una tipa que me dejó el culo destrozado.
Terminó de hablar con la voz entrecortada debido a que ella tuvo la osadía de bajar su prenda interior y jugar con la punta de su erecto falo. Rozaba haciendo círculos alrededor, mojando la yema con la humedad que Ian comenzó a desprender. La ropa se estaba volviendo hostil para el cuerpo de tan libertino hombre. Su vientre estaba contraído y por segundos quería agarrar esa boca y besarla. Su voluntad se estaba yendo al carajo. Que bien se sentía esa mano sobre aquella parte de su anatomía. Sabía cómo acariciar. Sabía cómo y cuándo jugar. Había caído en un laberinto que le hizo olvidar todo lo que ella le había hecho.
Sí quería...
Sí quería estar con ella...
Aquel jueguito se estaba volviendo peligroso para él y lo sabía, pero no podía ni siquiera formular una frase porque su cuerpo estaba hablando por él. Se estaba dejando seducir. Se estaba dejando llevar por el placer que le provocaban esas sutiles fricciones sobre su miembro. Estando junto a ella se volvía un idiota necesitado. Un idiota que, en ese momento, si le pedía ponerse de rodillas, lo haría sin poner objeción alguna.
Ni siquiera le importaba el hecho de estar en medio de decenas de alumnos saliendo de la universidad, y tenerle la mano en el cuello, apretándolo cada vez más, mientras ella le tenía la mano pedida dentro del bóxer. No le importaba tenerla acorralada entre el auto y su cuerpo, mientras escuchaba los murmullos lejanos de chicos que pasaban cerca de ambos. Y esas alturas, con la calentura que tenía, no le importaba lo que había pasado nueve meses atrás.
Sólo quería navegar en su intimidad...
Solo quería sentir como ella caía sobre él...
Sólo quería sentir lo bien que encajan...
Sólo quería oír su nombre salir de esos labios...
Sin embargo, cayó en cuenta del error que estaba a punto de cometer...
Y sintió vergüenza de sí...
—Detente —pidió abruptamente.
—¿Eso es lo que quieres?
No, no lo quería...
—Sí —le afirmó la muñeca. Pero cuando pretendía sacarle la mano, ella apretó su falo haciéndolo fruncir los labios —. ¿Qué?, ¿me vas a enterrar las uñas otra vez? —preguntó con desprecio.
Isabella sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo entero. Tan perdida estaba en querer provocarlo que, había olvidado en la delicada situación que estaban. Pero Ian la sacó de ese mundillo de excitación, haciéndole saber que él jamás podría olvidar el daño que ella le provocó. Era natural, para un hombre como él, sentirse humillado y hasta avergonzado. Así que, por sí sola tomó la iniciativa de quitar la mano.
—No haría eso.
—Ya lo hiciste.
—Espero que algún día puedas olvidarlo.
—Estoy muy seguro que, cada vez que te vea, voy a recordarlo —dijo con indiferencia —. Así como cada vez que te vea, me alejaré de ti.
—Bueno, tu actitud de hace algunos instantes me da a entender que eso es lo que menos quieres.
—Demente.
—Quizás —se encogió de hombros y miró hacia otro lado.
—No vuelvas aquí —ella lo observó.
—¿Aún crees que vine a verte?
—Sino, ¿para qué más?
—No seas pedante. Sabes que no todo gira en torno a ti, ¿verdad?
—Cariño, cuando se trata de ti, puedo imaginarme cualquier cosa. Ya me lo demostraste, así que no me extrañaría que me andes persiguiendo.
—Qué alto tienes tu ego.
—Mi experiencia con mujeres acosadoras, avalan mis palabras —la miró a los ojos mientras se subía el cierre del pantalón —. Las huelo a miles de kilómetros, y demás está decir que tú eres una de esas.
—Y a pesar de eso, viniste tú solito —se sonrió.
—Como sea. Solo te digo que no te cruces en mi cami...
—¡Tía! —se vio interrumpido por una femenina voz —, perdón por la tardanza estaba buscando unos li... —se calló —. Profesor Romano, ¿qué hace usted aquí? —la chica los miró a ambos y su rostro palideció —. Ay, no me diga qu...
—No te preocupes, Ivana —se alejó de Ian y la besó en la mejilla —. Súbete al auto.
—Está bien —aceptó, confusa por la situación.
Verlos juntos le puso la piel de gallina, solo esperaba que su profesor no le contase a su tía que la había pillado teniendo sexo con Giorgio, en el baño.
—Cómo te habrás dado cuenta, no vine a verte a ti —sonrió con burla —. Lamento haberte hecho caer de tu vanidosa nube. Pero... —se calló mientras daba un paso hasta él —, cuando quieras podemos vernos en otro lugar, más íntimo —habló al tiempo que se llevaba los dedos, con los que lo había acariciado, a la boca y los chupaba.
Ian apretó la quijada. Como le gustaba dejarlo pendiendo de un puto hilo. Un hilo que con la más mínima provocación lograba que se cortara un poco más. Por esa razón debía poner un alto a esa locura que experimentaba cuando la tenía en frente. Un alto a esas ansias insanas de querer darle media vuelta, hacerla apoyarse en el vehículo, subirle la falda y sumergirse hasta más no poder. Un alto a querer recorrer su piel, y querer observar su rostro mientras se deshacía entre sus brazos al tiempo que se corría.
Sentía un calor que lo hacía sudar...
La temperatura se le estaba subiendo...
—Vete de aquí —soltó —, y olvídate que existo.
—Como quieras, pero dudo mucho que no vuelva a este lugar —dijo mientras se encogía de hombros —. Si mi sobrina me pide venir por ella, lo haré sin importarme que estés aquí —levantó el rostro y sin previo aviso, le besó la comisura de la boca.
Él quedó anclado al suelo por la sorpresa de aquel gesto. Vio como ella le guiñaba un ojo y se subía al auto. Isabella cerró la puerta y luego bajó el vidrio. Él todavía estaba allí, mirándola fijamente y sin ningún tipo de expresión en el rostro.
—Que tenga linda tarde, profesor Romano —le lanzó un silencioso beso y luego sonrió —. Nos vemos —y arrancó.
Ian se quedó viendo, con los párpados entornados, cómo se iba. Metió las manos en sus bolsillos y cuando el auto se perdió en una de las calles, emprendió rumbo de vuelta a la universidad. De pronto, se quedó parado en la entrada principal, con el ceño fruncido. ¿Nos vemos? Dijo: ¿nos vemos? Soltó el aire por la nariz a la vez que sonreía con sarcasmo. Seguro que se iban a ver, si como no.
Sin saberlo, su destino ya estaba escrito...
Se volverían a encontrar y cosas intensas van a pasar...
*****
¡Hola!, espero que estén llevando una genial semana.
Espero que este capítulo les haya gustado.
Un beso, y hasta la próxima vez <3
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