Capítulo 7
Una sonrisa se formó en sus labios...
El anillo rodaba en su dedo...
Él aún estaba desnudo...
Con el rostro serio...
Sabía que había llevado al límite sus pensamientos y quizás hasta sus capacidades seductoras, que le dijese aquello no sirvió más que para ponerlo en tensión, también a prueba. Quizás si se iba, y si llegase a ocurrir aquello sería una pena puesto que tenía muchas ganas de darle una pequeña muestra, de lo que podría ser el someterse a una sesión con ella. Antes pensó que él era bastante dominante en varios aspectos, por eso mismo se estaba atreviendo a jugar con las sutiles llamas que él estaba expulsando a través de su desnudo cuerpo.
Las mismas que ella quería avivar...
Las mismas que ella quería probar...
Caminó hasta un pequeño bar que se encontraba en una esquina de aquella habitación, y con parsimonia sacó una botella de vino, también una fina copa de cristal. Sin dejar de verlo, con la misma sonrisa que no había quitado de su boca, se sirvió. Meneó el líquido, lo olfateó, cerró los ojos y se lo llevó hasta los labios para dar el primer sorbo. Sin abrir los párpados saboreó el leve dulzor y soltó un suspiro placentero cuando bajó por su garganta.
Su lengua se paseó por esos labios mojados en cabernet...
Sus pestañas oscilaron cuando abrió los ojos...
—¿Entonces? —preguntó al tiempo que elevaba la ceja —, ¿cuál es tu decisión? ¿Harás a lo que yo te pida, o arrancarás?
—En ningún momento dijimos que yo tenía que obedecer.
—No había necesidad de ello, porque estaba clarísimo.
—Pues no sé de qué me perdí que no recibí el mensaje.
—Sabes que soy una dominante —se encogió de hombros —. Creo que estaba demás aclarar ese punto.
—No haré lo que me exijas.
—Está bien —se separó del mueble donde se encontraba apoyada y caminó directo hasta él —. Hubiese sido interesante ver hasta dónde habrías llegado —quiso pasarle el dedo por el torso, pero Ian atrapó su muñeca antes de poder llegar a concretar el gesto.
—Cariño, podemos hacerlo igual —terminó la frase con un susurro.
—Así no me sirve —sonrió —. Aquí quien da las órdenes soy yo, que eso no se te olvide jamás. O haces lo que te digo, o simplemente te puedes ir —alzó la mano indicándole la puerta.
—¿Por qué diablos te empecinas en querer someterme?
—¿Someterte? —preguntó con tono burlón —. No te equivoques, esto no se acerca ni por asomo a una doma.
—Entonces, ¿qué se supone que vendría siendo esta mierda?
—Un simple juego.
—No me gusta tu juego. No me gusta que me quieras hacer obedecerte. No me gusta el tono de tu voz, tampoco me gusta que me mires así.
—¿Cómo se supone que te miro? —quiso saber.
—Como si fuese un payaso.
—¿Y es que acaso no lo eres? —se dio cuenta de cómo él apretaba los labios.
—Puedo ser un payaso, pero no voy a montarte... —la miró de la cabeza a los pies —, a ti ningún espectáculo. No soy blanco de tus bizarras intenciones, ni tus retorcidas perversiones.
—Déjame decirte una cosa, el espectáculo ya lo estás montando —dijo al tiempo que imitaba el acto de Ian, mirarlo de arriba hacia abajo —. Mírate, estás desnudo en medio de una habitación, con una mujer que en tu jodida vida has visto. ¿No sabes que es malo irse con personas desconocidas? Podría ser una asesina —dijo sarcástica —. Podría ir por un machete y cortarte esta cosota que tienes entre las piernas —estiró el brazo y agarró el miembro de Ian, apretándolo en el acto. Él solo se mordió con fuerza en interior del labio, porque la mierda dolió —. Yo no soy quien está haciendo de esta noche un drama, eres tú —ejerció un poco de presión —. Eres tú quien no se atreve a ir un poco más allá.
—Y créeme que no lo haré —levantó la mano y sin previo aviso, rodeó el cuello de Isabella —. No me interesa meterme en tu mierda, solo quería flirtear un rato. Probar esa maldita cosa y quizás, hasta follarte. Sin embargo, ya nada de eso me interesa y por mí —se encogió de hombros —, puedes agarrar tus látigos y látex e irte al diablo.
—A mí no me hablas así —en esa oportunidad, enterró las uñas en sus bolas —. A mí me respetas, ¿o qué te crees?, ¿que soy alguna de esas mujercitas con las que te metes? No... —hizo chasquear la lengua en repetidas ocasiones, al tiempo que movía la cabeza negando —, conmigo te jodiste porque no soy una mujer a la que le puedes levantar la voz sin recibir tu merecido.
En fracción de segundos le demostró quién era la que realmente mandaba allí. Le demostró que con ella no se andaba con rodeos y con pérdidas de tiempo. Agarró la fusta que colgaba de su cadera, la sacó y, sin soltarle las partes nobles, le dio un certero azote en la nalga. Ian de inmediato le quitó la mano del cuello, mientras gritaba por el intenso dolor que sintió atravesar en su glúteo. Quiso alejarse de inmediato, pero Isabella no lo había soltado y ¡zas!, dejó caer una vez más la fusta de cuero sobre su piel.
—¡¿Qué diablos has hecho?!
—Te dije que a mí nadie me habla como lo has hecho tú —apretó los dedos al tiempo que lo azotaba una vez más —. Yo no me ando con jueguitos de seducción baratos.
—¡Estás loca! —cerró los ojos porque jamás había sentido tal dolor —. ¡Suéltame!
—Pídeme de buena manera que lo haga, sino tendrás toda la noche tus bolas ancladas en mi mano.
—No lo haré —abrió la boca y suspiró bajito por la nueva ola de dolor.
—¿No?
—¡Está bien, maldita sea! —iba a matarla en cuanto lo soltase —. Para ya, que me duele.
Isabella lo quedó viendo, en esa oportunidad soltó un poco los dedos y vio en los ojos de Ian el alivio que sintió en cuanto ocurrió aquello. Sin embargo, no lo dejó libre. De cierta forma esperaba un comportamiento así por parte de él, y segura como el infierno que no sería nada fácil poder dominarlo, de cierto modo. Quizás jamás podría llegar al punto de tenerlo atado de manos sobre su mesa de juegos. Quizás no podría suspenderlo en el aire y azotarlo. Quizás tampoco iba a poder probar los recónditos laberintos que ocultaba su cuerpo viril. Pero si quería ser capaz de hacerlo probar una pincelada de lo que ella, como Ama, era capaz de entregar.
No sería en ese momento...
Lo sabía...
Ya que Ian la estaba observando como quien mira a un asesino en serie. Lo más probable es que estuviese pensando que estaba loca, que tal vez tenía alguna mierda escondida debajo del tapete. Lo cierto era que nada de eso era así, pero bueno, ese tampoco era asunto suyo. Ese hombre podía pensar lo que quisiera de ella, pero de algo estaba segura, cuando llegara el momento de soltarle sus..., tesoros, tendrían una batalla campal.
—¿Qué?, ¿acaso no me vas a quitar la mano?
—¿Tan desesperado estás porque la saque? —movió los dedos de una forma tan sutil, que se asemejó a un masaje.
—No quiero que me vuelvas a tocar —dijo al tiempo que le tomaba la coleta y enredaba los dedos en ella —. No quiero volver a verte nunca más —entrecerró los ojos cuando vio el puchero que Isabella hacía.
—Una verdadera pena —alzó el rostro acercándolo al de él —. Yo quería probarte.
—Si antes pensaba que tu mundo es un circo, créeme que ahora pienso que es una verdadera mierda absurda.
Las aletas nasales de Isabella se dilataron por la pura ira que sintió al oírlo hablar con tanto asco. El bello rostro de la morena cambió. Esas facciones tan femeninas se esfumaron. Esos negros ojos sugerentes cambiaron de tono a uno mucho más oscuro y profundo. Esos labios maquillados de rojo eran una sola línea, una amenazante.
—¡No sé qué diablos es lo que te crees, pero creo haberte dejado bastante claro que a mí no se me habla así!
Y el dolor lacerante que experimentó Ian fue mucho más intenso e incluso fue tan surreal que creyó morir. La jodida mujer lo fustigó en cinco malditas ocasiones consecutivas, al tiempo que le retorcía las bolas. Por impulso él le jaló el cabello, pero ni un jadeo escuchó salir de esa boca. Seguramente estaba acostumbrada a ser golpeada, pero él no. Ni sus padres le habían puesto un dedo encima, y ahora venía esta mujer con aires de diva a hacerlo sentir algo que jamás pensó.
Las entrañas le ardían...
Creía que, aquello, le iba a explotar por la presión ejercida...
Y no contenta con hacerle tanto mal, soltó la fusta y comenzó a azotarlo con la palma. Cinco, diez veces dejó caer todo el peso de la mano sobre su delicada y dolorida piel. No supo en que maldito momento fue, pero evocó lo que ella le dijo la noche que, por primera vez, cruzaron palabras.
"Nunca quieras provocarme, porque no sabes como es mi infierno y no queremos que termines chamuscándote en él".
—¡Ya suéltame! —harto, y como pudo, hizo que le quitara las manos de encima.
—En tu puta vida vuelvas a menospreciar mi estilo de vida —lo apuntó con el dedo.
—Vete al infierno.
Y sucedió...
Cuando Ian se dio media vuelta, ella vio como le había dejado la piel. Abrió la boca e inmediatamente retrocedió al momento exacto cuando por primera vez se puso en manos de aquel despiadado Amo. ¿Cómo pudo hacerle eso a él? ¿Cómo pudo actuar de semejante forma? Ian tenía las marcas de la fusta, así como también pudo vislumbrar las de sus dedos. Jamás había hecho algo tan aberrante como lo que acababa de hacer. Nunca se había comportado así, ¿qué diablos le había sucedido?
Su estómago se comprimió al punto que le dolió el abdomen. Pestañeó en reiteradas veces al observar en el estado que lo había dejado, así mismo como la habían dejado a ella cuando inició. Sabía perfecto que un dominante no podía dejarse llevar por los impulsos de la ira, también estaba muy consciente que había roto todas las reglas bedesemeras. Desde el momento en que lo indujo a querer ser un sumiso sin que él lo fuese, sabía que la estaba cagando. No obstante, al haberlo golpeado, porque realmente eso fue, se dio cuenta del garrafal error que acababa de cometer.
Tragó saliva cuando Ian salió de la habitación, también llevó la mano hasta su frente y cerró los ojos. Cardenales rojos atravesaban las nalgas de él, podría jurar que hasta vio leves rastros de sangre. ¿Qué hizo? Se cegó al punto de perder la jodida cordura. El verlo tan desafiante quiso hacerla tomar la decisión de demostrarle que con ella no podría hacer lo que quisiera, pero..., pero...
Negó con la cabeza mientras respiraba profundo...
Cuando se convirtió en Ama, prácticamente se juró a sí misma que nunca utilizaría aquella práctica para dañar a nadie. Lo haría por satisfacción, por llevar el placer y el erotismo a otros parámetros, no por castigo o frustración. ¿Y qué fue lo que hizo?, precisamente eso. Frustrarse con él, y fustigarlo sin ningún maldito motivo y..., sin piedad. Su respiración se aceleró cuando escuchó los pasos de él acercarse, debía pasar por allí para salir del departamento, por lo que inevitablemente se volverían a ver las caras. ¿Qué podía hacer ella para remediar el daño que le había hecho?
—Espera —pidió con la voz baja. Oyó que los pasos se detenían, era su oportunidad para..., ¿para qué?
—¿Qué es lo que quieres ahora? —su voz era un tempano de hielo.
—Déjame ponerte crema hidratante —caminó hasta el mueble para sacarla, pero se detuvo cuando lo oyó hablar.
—¿Me estás jodiendo?
—Eso calmará el ardor.
—Que puta broma eres tú.
Isabella tragó grueso, ¿era ella una broma? Por cómo se comportó, sí, lo era. No parecía ser una dominatrix profesional, sino una novata que golpeaba por diversión, por querer saber qué se sentía castigar a un hombre. No estaba siendo ella en lo absoluto, algo desencadenó todo lo que pasó. No lo entendía y esperaba hacerlo cuando se encontrase solas. Era la segunda vez que se sentía vulnerable frente a un hombre, ese Ian sacaba a flote algunas de sus inseguridades y tenía que saberlas controlar. Lo que experimentaba, no era más que la mera culpa de haberlo flagelado sin compasión.
—Lo siento... —murmuró.
—¿Cómo?
—Que lo siento. No debí hacerte eso —se volvió hasta él y lo miró.
Ian tenía el rostro tan serio que temió, pero algo en ella dijo que él no haría nada más que enviarla derechito a la mierda. Merecido se lo tenía por ser tan insensata. Le había dicho que no, pero la necedad de hacerlo caer la hizo esquivar la respuesta que Ian le había dado y allí estaban, viéndose como el par de desconocidos que eran. Que jodida mierda se había vuelto todo. Que mal había terminado la velada, y todo por culpa de ella y su descontrol.
—Como sea —se dio media vuelta y siguió su camino.
Isabella estaba anclada al piso, sin poder mover ningún músculo de su cuerpo. Se miró las manos y de paso vio el suelo, donde estaba la fusta que ella osó en usar para castigarlo por hablarle fuerte. Por hablarle fuerte, por Dios. ¿Qué se creía?, ¿la puta Ama? Lo era, pero no era la Ama de ese hombre que la miró como queriendo ponerle las manos en el cuello y estrangularla. No era la Ama de ese hombre al que ella azotó casi con descontrol. No era la Ama de ese hombre que estaba abriendo la puerta para largarse y no volver nunca más. Entonces, se dirigió hasta él y por impulso le tomó el brazo.
—No me toques —lo quitó con un brusco movimiento.
Ni siquiera la miró...
—Te reitero mis más sinceras disculpas.
—Hmp —se giró y quedó frente a ella. La observó con los párpados entornados —. Muy bonita. Muy sexy. Muy femenina. Pero definitivamente, muy infame.
Ian sabía que ella se sentía culpable por el daño que le había hecho, lo podía ver en sus ojos. Sin embargo, ese no era problema suyo. Allá ella con sus parafilias extravagantes y pasatiempos enfermizos, pero que con él no se volviese a cruzar jamás. No creyó que ella, una mujer que se veía casi confiable por ser conocida de Kenneth, fuese tan retorcida. Que arrepentido estaba de haberse dejado llevar por la calentura de sentirla cerca. Eso le servía de lección y la ironía de todo eso, era que ella misma le dijo que nunca debía irse con mujeres desconocidas.
Como le dolía todo...
Antes de vestirse se miró en el espejo y su culo parecía una grana de lo rojo que estaba. No quiso ni tocarse, pero no puedo evitar el roce de la ropa al subirla, eso hizo que apretase los dientes mientras maldecía una y otra vez por la disparatada decisión que lo llevó ir hasta ese maldito departamento. Por la jodida excitación de querer explorar otros horizontes y ponerse en esas manos maquiavélicas. Así lo veía él, que ella era una mujer que venía del infierno.
Al final...
Sí terminó chamuscado...
—Entiendo que estés molesto.
—¿Molesto? No, muñeca, esa palabra se queda corta para cómo me siento en este momento —dio un paso hasta ella —. No tienes una maldita idea de cómo me pican las manos por querer ahorcarte. ¿Acaso sabes la tortura que estoy viviendo justo ahora?
Isabella bajó la cabeza y dijo —: Sí, lo sé —Ian hizo caso omiso a lo que le respondió y continuó.
—¿Sabes que se siente ser humillado, al punto de querer matarte y no poder hacerlo? —le tomó la muñeca con fuerza —. No, ¿qué vas a saber tú, si solo te dedicas a golpear por gusto?
—Créeme que sé cada cosa que sientes.
—Ah, por favor —la jaló con brusquedad y la soltó —. No seas cínica. A puesto que ni siquiera te permites el hecho de ponerte en mis jodidos zapatos.
—Yo estuve en tus zapatos hace años —comenzó a decir, mientras se acariciaba el brazo —. Yo pasé por algo peor de lo que te hecho, sé que no tiene justificación mi actuar y por eso es que me arrepiento tanto de haberte... —se calló.
—¿Golpeado? Dilo, me pegaste como si no hubiese un puto mañana. ¿No me digas que te da vergüenza admitirlo?, porque esa no me la creo.
—Sí me da vergüenza porque es la primera vez que pierdo el control de esta forma —se atrevió a mirarlo directo a los ojos —. No sé qué diablos sucedió, yo n...
—¿Si hace años pasaste lo mismo, porque me hiciste a mí esto? —preguntó confundido —. Ah, eres una de esas personas que vive con los fantasmas del pasado y se lo saca desquitándose con otros. Ahora comprendo —la sátira de su voz era impresionante.
—¿Qué? —tal afirmación la desconcertó.
¿Acaso él creía que ella estaba con alguna especie de trauma? Que equivocado estaba. Todo lo que había pasado con Lord Dei, era para quedar hasta en el manicomio, pero eso a ella no le sucedió porque tuvo de quien apoyarse cuando pasó aquel terrible momento. Su mentor. Él fue quien siempre le dio palabras de aliento. Sí, Isabella podía reconocer que las semanas y los meses posteriores a lo ocurrido, la dejaron con síndrome de persecución y hasta con psicosis. No obstante, al estar junto a él se sintió tan protegida y reconfortada que simplemente se olvidó que ese maldito hombre que le hizo daño, existía.
Luego de quedar en silencio por varios minutos, Isabella comprendió que Ian esperaba una explicación a su aseveración. Ni de joda estaba dispuesta a contarle esos momentos de su vida, con suerte y le había dicho el nombre porque no le interesaba que supiese más de ella. No obstante, algo en ella la hizo bajar la cabeza al tiempo que llevaba los dedos hasta su marcado abdomen.
—Estas marcas, son cicatrices que me dejó de recuerdo un Amo al que conocí cuando me inicié en este mundo.
—¿Cómo dices?
—No son las únicas que tengo —levantó la cabeza y lo observó —. En mi espalda también tengo huellas de ese oscuro pasado.
—¿Entonces lo que pretendías era dejarme así también?
—¡No! —se apuró en decir —. Perdí los estribos, reconozco el error que he cometido contigo y es por eso que insisto en pedirte disculpas.
—Puedes hacer lo que se te plazca. Pero te aseguro que, de mí, tú no vuelves a saber nunca más —sentenció con la mandíbula apretada, ya que sintió una fuerte punzada.
Ian se dio media vuelta, y en cuanto abrió la puerta se percató que frente a ella estaba el tipo que se había dejado someter hacía unas cuantas horas. No pudo evitar apretar la manilla en su mano, le daba rabia saber que ese hombre estaba allí. ¿Para qué había ido? Seguramente quería presenciar lo que esa mujer casi le hizo. Tan morbosos y retorcidos que eran, eso le enfermaba. Él lo era, pero ese tipo de gente se pasaba del límite a un nivel incomparable.
Sin embargo, algo pasó con Ian cuando vio como ese tal Phillip le sonreía a Isabella, sin siquiera darle una mirada a él. Esa era una sonrisa de complicidad absoluta, del conocerse hasta lo más profundo y desde hace años. Se quiso reír por lo absurdo de toda la jodida situación. Ian le dedicó una mirada que rayaba en lo despectivo y salió del departamento, chocando su hombro con el de ese ridículo hombre.
¿Quién diablos en su sano juicio se prestaba para algo tan bizarro como lo era aquello?
De cierto modo, estaba casi contento por haber huido de ese lugar antes de que las cosas se pusieran mucho peor. Un par de azotes en el culo lo hicieron darse cuenta que con esos fetiches malsanos no se jugaba. Ahora, debía pensar cómo diablos se iba a sentar sin que le doliese. Jodida mierda. Estaba parado esperando el elevador, cuando escuchó la voz de ella.
—Espero que puedas disculparme.
—Lo dudo, pero ya ha llegado tu sumiso —tragó saliva algo incómodo —. Puedes ir con él y desquitarte por no dejarte someterme —la miró por sobre el hombro —. A ver si le dejas el culo tan rojo como me lo has dejado a mí.
Las puertas del elevador se abrieron e Ian entró sin decir nada más. Ni siquiera se volteó al apretar el botón, lo hizo a tientas. Le daba exactamente lo mismo al piso que lo llevase, solo quería salir pronto de allí. Cuando ya se encontró solo, cerró los ojos al tiempo que bajaba la cabeza. Soltó el aire que por fin había regresado a sus pulmones y elevó su brazo para darle un golpe al espejo que tenía en su costado. Este se trizó y los nudillos le quedaron tintados en sangre.
Definitivamente a esa mujer se le había zafado más de un tornillo. Mal por ella que tuviese un pasado oscuro que arrastrar, pésimo por él que no se iba a poder ni siquiera sentar.
Solo tenía clara una cosa...
Cuando llegase, iba a ponerse crema hidratante...
—¿Isabella? —ella lo observó de soslayo —, ¿qué fue eso?
—No fue nada, no te preocupes —se giró y caminó hasta él. Entonces le besó los labios y cuando se separó le dijo —: Esta noche quiero que me domines, Phillip.
—¿Segura?
—Cariño, también eres un Switch y hace tiempo que no jugamos al intercambio de roles —le pasó el dedo por los labios —. Compláceme, ¿sí?
—Tienes razón —sonrió —. Ya quiero oírte gritar de placer —se dirigió de vuelta al departamento, cuando se dio cuenta que ella no lo seguía —. Bella, vamos —ordenó.
—Sí, Amo.
Aquella noche ella sabía que había cometido una grave equivocación...
Pero, la que estaba a punto de hacer, era aún peor...
Era la primera vez que pasaba a llevar sus principios como bedesemera...
Ya que...
Había castigado por frustración...
Y se iba a someter por frustración...
Cerró la puerta, sin dejar de ver el elevador...
****
¡Hola!, espero que estén bien.
Lamento no haber subido en tantos días, pero cosas han pasado y no he tenido mucho tiempo.
Espero que les haya gustado este capítulo, aunque vimos que no todo le salió a Ian como pensaba.
Les dejaré un capítulo extra porque no sé cuándo pueda volver a subir. Espero que sea pronto eso sí.
Besos y gracias por leer <3
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