Capítulo 4
Un latido intenso...
Dos latidos erráticos...
Tres latidos frenéticos...
Se saltó unos cuantos...
Y los siguientes volvieron con más furor...
Arrasando de cuajo con su respiración...
No podía sacar los ojos del escenario, los mismos que cada vez se abrían más. Su espalda se puso rígida de inmediato. Su respiración se evaporó al igual que todo lo demás. Su vista estaba fija y no pretendía sacarla de ese lugar, porque allí, frente a él, estaba la dueña de todos sus pensamientos. Ahora comprendía todo con absoluta claridad. Cuando la vio como sostenía el cabello de aquel hombre, el mismo que estaba en el escenario listo para ser... ¿Para ser qué? Es que ni siquiera tenía la descripción exacta de ello. Sin embargo, el dominio que mostró ella hacía dos noches atrás, debió dejar vislumbrar alguna cosa en él, no lo hizo y por eso estaba tan pasmado.
Decir que estaba en ese estado era un eufemismo, porque su real sentir no se acercaba ni por asomo a la palabra: Pasmado. Estaba en auténtico shock y debía salir de ese maldito colapso porque pronto dejaría de recibir oxígeno, ya que hasta había dejado de respirar por la jodida impresión que se estaba llevando. Abrió la boca para intentar inhalar algo de aire. Y él que no la había podido sacar de su mente, y como el infierno que era de pequeño el mundo. Ian no creía en las casualidades, ni siquiera en el destino, pero este se estaba riendo a carcajadas en su jodida nariz.
Cerró los ojos...
Los abrió...
Suspiró...
Soltó...
—Qué locura —al oír la voz de Kenneth salió del trance.
Inesperadamente se colocó de pie —Yo me largo de aquí.
Sin siquiera esperar respuesta, se puso a caminar a paso veloz hacia la salida. Necesitaba respirar aire fresco porque el estado de ansiedad de la que estaba siendo víctima era casi ridícula. No se podía creer lo que le estaba sucediendo. Nunca le había ocurrido algo como eso. A medida que iba avanzando, también iba desabotonando algunos botones de su camisa. En el largo pasillo no había casi nadie, seguramente habían entrado a ver la performance de esa mujer. El mismo espectáculo que él se estaba perdiendo por sentirse tan perturbado.
Un brazo detuvo su andar...
—¿Qué te pasa? —Kenneth se instaló frente a él y lo observó con cierta preocupación.
—Esto es demasiado para mí —confesó mirándolo directo a los ojos.
—Sí, bueno, para mí también lo es.
—¿Entonces porque diablos hemos venido?
—Por qué Isabella me dio las invitaciones —se encogió de hombros —. Pero no sabía que estaba metida en esto —arrugó la frente —. Ahora entiendo porque me sugirió que estuviese antes de que comenzara la performance.
—¿Quién rayos es Isabella? —preguntó mientras se pasaba los dedos por el cabello.
—Es la que está en el escenario pegándole a ese hombre.
Ian quedó anclado al piso, todo en él se había solidificado. Abría la boca y la cerraba. La volvía a abrir y no salía ni una jodida palabra de ella. Por el infierno que su cabeza estaba trabajando a mil por segundo, intentando procesar las palabras que Kenneth acababa de decir. ¿La conocía? ¿Conocía a esa altanera y deslumbrante mujer? ¿Cómo? ¿De dónde diablos? Las preguntas se acumulaban en su revuelta cabeza, sin embargo, no soltaba ninguna.
—Te has puesto pálido —se acercó y tocó su hombro —. En serio que nunca te había visto así.
—¿De dónde la conoces?
—Te dije que era una ex compañera de trabajo.
—No, idiota, no me lo habías dicho.
—¿Y se puede saber porque te pones así?
—Porque simple y llanamente esa es la mujer que se burló de mí en el elevador —la boca de Kenneth se abrió, al igual que sus ojos. Ian lo miró con los párpados entrecerrados y preguntó —: ¿Dónde fue la dichosa reunión? —al ver que no respondía se pasó la mano por el rostro —. En mi edificio, ¿verdad?
—Sí, bueno...
—Eres un puto.
—¡¿Qué?! No podía llegar e invitarte —se justificó —. Solo era un grupo pequeño, no seas tan melodramático. Además, te ofrecí a venir conmigo ahora, ¿no?
—Ya.
—No te pongas como novia celosa, por favor —Ian lo miró feo —. ¿Por qué mejor no volvemos? Tengo ganas de ver hasta dónde llega la golpiza que Isabella le está dando a ese tipo—sonrió.
—Eres un depravado.
—A puesto que te mueres por ver más.
—La verdad es que no.
—Vamos, y quizás te la presente —eso llamó la atención del pelinegro.
—¿Lo harías?
—Sí, claro. Me encantaría ver cómo te pega a ti también.
—Eres un imbécil. Pero bueno, ¿qué más da? Vamos a ver en que termina esa tontería.
—¿Ya estás más relajado?
—No tengo idea —se sinceró mientras caminaban —. Pero, pensándolo mejor, tampoco es tan malo ver hasta dónde llega esa jodida parodia.
Volvieron hacia aquella exótica exhibición. Ian caminó de espalda sin quitar los ojos de la tarima, mientras intentaba asimilar dónde rayos estaba. Se dio cuenta que el tipo ya no se encontraba de espalda, sino que estaba de medio lado, aún anclado en la cruz, abierto de piernas y brazos. Un escalofrío lo atravesó porque no entendía cómo había personas que les gustase hacer eso. ¿Qué tipo de placer se podía sentir cuando te lastimaban? ¿Cómo era posible que les gustase ser flagelados de esa manera? No cabía en su cabeza como ello era posible.
Él no se podría prestar para ser juguete de nadie...
Nunca...
Al sentirse un poco mejor y más distendido, bebió un sorbo de vino que le había dejado el barman sobre la barra. Ese gran trago lo hizo espabilar un poco más, y entonces se percató de que una canción bastante erótica, para él, había comenzado a sonar por los altoparlantes, repercutiendo en cada rincón de su cuerpo. Así que, finalmente, se dispuso a disfrutar de la performance que ella les estaba regalando hacía varios minutos.
La misma que había comenzado cuando él decidió salir...
La misma que, ahora sí, él no pretendía seguir perdiéndose...
Observó cómo comenzaba a recorrer con sus manos el cuerpo desnudo de ese hombre. Sus palmas descendieron desde esos masculinos hombros, deslizándose por la espalda, hasta llegar a las nalgas. Y cuando estuvo allí, apretó, soltó, dio un certero azote y acarició con delicadeza. Él echó la cabeza hacía atrás, soltando un evidente suspiro. Se fijó que ella tenía una sonrisa licenciosa dibujada en esos labios rojo intenso. Volvió a jugar, volvió a hacerle saber a quienes la observaban, quien era la que mandaba.
Se dedicó a observar con mayor detenimiento el lugar donde estaban situadas aquellas dos personas. Aunque casi desfallece cuando se quitó la capa, no podía dejar de pensar que jamás había visto algo tan femenino como lo era ella. Recorrió, con un deleite nunca antes sentido, todo su cuerpo. No obstante, cuando escuchó otra bofetada, no puedo evitar dar un brinco sobre la silla.
Esa mujer tenía el poder absoluto para atraer las miradas...
Era como algo innato...
Y no puedo evitar sonreír....
Siempre tanta exageración con el tamaño de sus zapatos, estos eran altos y de charol negro al igual que todo su delicioso atuendo. Tanto los talones como el tacón, estaban adornados por unos picos metálicos que la hacían ver alta e intimidante. Sus piernas estaban cubiertas por unas ligas que transparentaban levemente la piel de ellas. Siguió subiendo, analizando y saboreándola con las pupilas dilatadas. La minifalda de látex mostraba las curvas de sus caderas, y aquel corsé con hebillas plateadas en la delantera, se ceñía perfecto a su definida cintura. Sin embargo, no cubría en su totalidad sus pechos, ya que quien estaba encargado de eso era el brasier de cuero que se entrevía, el mismo que lograba realzar sus senos.
Si antes creyó sentir una leve molestia en la entrepierna, ahora sí y eso era un gran problema, porque vio como ella se alejaba un par de metros. Porque se fijó en el rápido meneo de su muñeca para tensionar y preparar el látigo. Porque observó como esos dedos, que estaban enfundados en unos guantes de red, se apretaban en el mango para soltar el primer azote. El sonido de aquella piel siendo flagelada, combinado con la jodida letra de esa canción, realmente la hacían parecer una auténtica muñeca.
Una muñeca perfecta...
Una muñeca que, miraba hacia la gente con placer....
Su brazo se relajó, no así su mano que estaba lista soltar otro castigo. El aire una vez más fue cortado y la rapidez con la que ello sucedía, dejó a Ian deslumbrado. Tres, cuatro, diez veces fueron las que sometió a ese hombre. Ella tenía un perfecto control sobre lo que estaba haciendo. No le temblaba ni un jodido musculo. Es más, se veía fresca, segura, traviesa y por, sobre todo, se veía cuanto estaba disfrutando porque esa sonrisa de satisfacción lo decía todo. Se acercó hasta el tipo, y la garganta de Ian se volvió a resecar cuando la vio pasar la lengua por aquella piel enrojecida.
Un intenso escalofrío lo atravesó...
Se tuvo que acomodar en el asiento...
Estaba durísimo...
Poco a poco él fue quedando libre, hasta que se giró e inevitablemente Ian no pudo evitar contemplar aquel miembro. ¿Qué era esa mierda que tenía presa sus bolas? Achicó los ojos, creyendo que podría ver mejor. Era como un tipo de anillo que rodeaba sus genitales. Tenía enganchada una especie de correa de cuero que ascendía por la parte media de su cuerpo, al tiempo que finas cadenas estaban unidas formando una Y. De ellas, dos pinzas apretaban sus pezones.
Soltó el aliento...
Ese falo estaba totalmente erecto, apuntaba directo hacía la multitud y cuando ese hombre alzó los brazos, se fijó como las cadenas tiraban las pinzas y por consecuencia, sus oscuros pezones. Haciéndole imposible no tensionar aún más su erección. Era un accesorio bastante llamativo y por lo que él podía ver, bastante doloroso. Por impulso llevó la mano hasta su entrepierna, sin embargo, inmediatamente la sacó porque palpó su propia dureza y eso lo hizo sentir muy extraño. Aunque no lo quisiera reconocer, le estaba gustando ver como ese hombre era sometido y el sentimiento que lo invadía era porque se sentía un maldito voyerista.
Dejó caer el látigo al piso y se acercó hasta su sumiso. Le besó los labios y Ian saboreó los suyos creyendo que así esa boca estaba sobre la de él. Sintió una auténtica envidia de ese hombre, y no por los azotes que había recibido, sino por las caricias que ella le estaba dando. Ian no se había percatado que de la cadera de ella colgaba una fusta, la vino a ver cuándo, mientras aquella mujer pasaba la lengua por la barbilla de ese tipo, llevó la mano hasta atrás y la sacó con rapidez.
Se alejó unos cuantos pasos...
Elevó el brazo por detrás de su cuerpo...
Miró a la multitud...
Hizo una suave reverencia con la cabeza mientras sonreía...
Y la velocidad con la que ello sucedió dejó a Ian con la boca abierta. La fusta había dado directo en el interior de los muslos de ese hombre. Él había elevado la cabeza y cerrado los ojos. Lo estaba disfrutando en demasía. El siguiente cayó en su entrepierna. Ian apretó un ojo e hizo una mueca dolorosa. Kenneth lo miró y gesticuló un: Me dolió. Ian apartó los ojos de él y volvió la vista hacia el escenario. Ese miembro firme estaba siendo levemente azotado por la punta de la fusta, hasta que ello fue en mayor intensidad. Hasta que se pudo oír los jadeos que emitía aquel tipo. Pero ella, para calmar un poco el calentón que él estaba sintiendo, le dio un azote en la costilla y enseguida su cabeza bajó, haciéndolo despertar de ese juego erótico. Mitigó por segundos la descarga de placer que Ian pensaba que ese chico estaba experimentando.
—¿Te quieres correr? —esa pregunta se escuchó inalterable.
Y fue en ese momento en el que Ian comprendió que ella debía llevar mucho, mucho tiempo haciendo eso. Porque la verdad era que su seguridad era desbordante. Su temblé para someter a ese hombre, frente a un tumulto de gente que no sacaba los ojos del show que estaban dando, rayaba en lo inverosímil. Para él claro, porque el resto lo estaba admirando. La admiraban a ella, tanto como quien admira a una diosa. Observó, sin perderse detalle alguno, como él solo movía la cabeza afirmando.
—Puedes hablar, te concedo el derecho de ello —se acercó y con la punta de la fusta le levantó la cabeza e hizo que la mirara —. Te hice una pregunta, querido. ¿Quieres tener el placer de correrte para todas estas personas?
—Sí, Ama.
—Pídemelo —la nuca de Ian hormigueó ante el tono sugerente de su voz.
—Ama, por favor, permítame dejar que me libere.
Ella no dejó de atormentar la entrepierna de ese tipo, entonces sacó una llave de su brasier y mientras lo besaba, perdiendo la lengua dentro de esa boca, sacó el pequeño candado que lo comprimía. Su miembro se liberó, ella se distanció un poco y desprendió las pinzas que apretaban la enrojecida carne de esos pezones. Roja, aquella boca roja besó con lentitud todo el contorno levemente inflamado, hasta que llegó al centro y succionó mientras lo masturbaba.
El vientre de Ian estaba en llamas...
En las jodidas llamas...
Unió sus bocas y el movimiento de su muñeca se intensificó hasta que ella debe haber captado que ya era hora, porque dio un paso atrás separándose de él. Porque dio un hábil golpe en la cabeza de ese miembro, y este estalló. Derramó todo su placer, toda su deliciosa tortura, todas sus jodidas ganas, sobre la cima de la fusta. Fue todo tan intenso, tan palpable que Ian estuvo a punto de correrse dentro de su bóxer. Tuvo que respirar para controlar las ganas de ir al baño, bajarse el pantalón y agasajarse él mismo. En vez de cometer esa locura, agarró la copa y bebió un sorbo para bajar el ardor que experimentaba todo su cuerpo. Sintió como la apretó con más fuerza de la debida, porque simplemente sus manos estaban temblando.
Entonces sucedió...
Ella miró a la multitud mientras sonreía con el rostro cargado de deleite...
Y sus miradas chocaron...
Inevitablemente, Ian se quedó quieto cuando vio que ella no le quitaba la mirada de encima. Él, en su interior, estaba seguro que había algo más que unos ojos petulantes. Que unos ojos sugestivos y descarados. Algo le dijo que, en realidad, ella sentía el mismo interés que sentía él. Lo presentía. Y eso se dio cuando se vieron aquella noche en el elevador, estaba seguro como el infierno que la atracción entre ellos había sido inmediata. Otra cosa fue que esa mujer no lo hubiese demostrado, sin embargo, en ese momento que ella se pasaba la punta de la lengua por el labio superior, en un acto de total sensualidad, se dio cuenta de que no estaba tan equivocado.
Lo estaba provocando...
Ian salió de su letargo y le sonrió alzando la copa...
Ella hizo lo propio y le dio una lamida a la fusta que aún sostenía en su mano...
El pecho de Ian detonó...
Ella había sacado todo rastro del orgasmo que ese hombre acababa de sentir...
Con su jodida y tentadora lengua...
****
Espero que les haya gustado.
¡Besos y hasta la próxima!
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