Capítulo 3


Lunes por la mañana...

Una taza de café...

Cero concentración...

Dos tazas de café...

Mente en blanco...

Tres tazas de café...

Pensamientos divagantes...

Cuatro jodidas tazas de café...

Todavía estaba en su cabeza...

Luego de aquel extraño encuentro con esa mujer, no pudo hacer otra cosa más que sino pensarla todo el resto del fin de semana. En cuando llegó a su departamento quiso devolverse, bajar y verla otra vez. No lo hizo. No era su estilo. Las mujeres eran las abejas y él era la miel que las atraía. ¿Por qué no había sido así con aquella exquisita y altanera morena? La mujer resultó ser mucho más de lo que él había imaginado que sería. Por supuesto que verla salir de la tienda de lencería le indicó que ella era una mujer muy era segura de sí misma, pero nunca tan siquiera se imaginó que desprendería tal nivel de altivez.

Él fue el espectador de su propio fracaso como seductor...

Él fue testigo de su desdén...

Y como el infierno que quería más de ello...

Aunque terminara chamuscado...

Se sonrió como un estúpido, ya que de solo pensarla fue como un jodido estimulante que no lo dejó centralizarse en sus deberes. Que una mujer viniera y sin ningún tipo de tapujo le dijese: Eres demasiado presuntuoso como para meterte entre mis piernas. Lo dejó deslumbrado y confundido. No fue más que volver a pensar en esas palabras y se puso tan duro como hacía dos malditas noches atrás. Ella era toda desafío y provocación, con un aire licencioso y enigmático que lo tenían allí, en medio del salón sin prestar atención a una de las alumnas que tenía levantada la mano para responder la pregunta que había dejado flotar en el aire por más de cinco minutos. Enfocó sus ojos en la chica pelirroja y le cedió la palabra.

—Bueno, profesor Romano. Todos los que estudiamos esta carrera sabemos que sigue existiendo el debate en cuál es el término más adecuado. Del lado de la oratura...

Joder...

Estaba tan distraído...

Tenía la vista puesta sobre la estudiante que explicaba la discusión sobre el término de la literatura oral, sin embargo, no la estaba mirando. Sus ojos estaban clavados en la frente de ella, pero su cerebro otra vez se había perdido en los confines de esos ojos atrevidos y sugestivos. De esa pose llena de superioridad, mirándolo como quien mira a un demente desesperado en busca de sexo. ¿Lo era? Llegó a creer que luego de masturbarse unas cuantas veces pensando en ella, sí, lo era. Pero, aunque esa mujer le haya echado la coquetería directo a la basura, todavía podía apreciar su respiración sobre el cuello. Sintió que lo hizo a propósito, para avivar el fuego que se encontraba a punto de consumirlo por completo.

Esa mujer se las sabía por libro...

Al finalizar la clase, se dio cuenta de cuán jodido estaba. No había prestado atención a ninguno de sus estudiantes. Tan solo salió de su trance cuando el timbre, que indicaba que la hora ya había acabado, sonó. Y él, que tanto se jactaba de ser atento con sus alumnos, que siempre reprochaba a los profesores carentes de profesionalismo para con aquellos chicos que se esforzaban por querer sacar una carrera adelante, en esa oportunidad no había hecho más que comportarse como varios de sus colegas.

Jodida mierda...

Fue hasta el casino de la universidad para comer su almuerzo, cuando de lejos vio la insinuante oscilación de unas caderas femeninas. Se sonrió debido a que las recordaba balanceándose sobre su pelvis, en más de una oportunidad. Soltó varias exhalaciones consecutivas y se dirigió hasta ella. Se habían conocido cuando Ian entró como docente, ya hacía más de cuatro años. Habían tenido más de una aventura de una noche, se llevaban bastante bien y solían juntarse después de terminar las clases. Se iban a algún lugar nocturno y luego pagaban una habitación de hotel para dar rienda suelta a las ganas que se habían acumulado durante el día. Hasta que un día él sintió que la cosa se estaba volviendo un poco intensa, y decidió detener el rumbo que la aventurilla iba tomando. Ella se lo tomó bastante bien y dejaron de follar tan seguido, pero, a pesar de ello, aún seguían teniendo su canita al aire.

—Alessia.

—Ian.

—¿Cómo te ha tratado la vida?

—Bastante bien.

—Así lo veo. Estás más guapa que ayer, y menos que mañana.

—¡Vaya!, pero que frase tan cliché. Será mejor que comiences a mejorar el repertorio. Creo que te estás oxidando un poquitín.

—¡Oh, vamos! ¿Tan mal me salió?

—Pésimo, querido mío. Pésimo.

Puso su bandeja sobre la mesa y tomó asiento frente a ella. La realidad es que Alessia era una mujer que atraía las miradas de sus hormonales estudiantes, así como también la de los más maduros. Rubia y de ojos azules como el cielo. Con sonrisa conciliadora y mirada penetrante. Femenina y delicada. Ah, pero cuando estaba entre sus piernas, ella se olvidaba de todo el decoro y actuaba según sus impulsos sexuales. En ese momento no le quitaba los ojos de encima mientras agitaba, de un lado a otro, la botella de jugo que sostenía. Ella sabía lo que él quería. Pero intuyó que lo mandaría al infierno. Alessia se hizo hacia adelante y al tener las manos en su regazo, sus senos quedaron sobre la mesa. Ian vio su descarado escote. Alessia se sonrió y presionó un poco más.

—No hagas eso —susurró perdido en la unión de sus senos.

—¿Por qué?

—Porque si sigues así, me va a importar una mierda estar en medio del casino y te voy a joder aquí mismo.

—¿Y quién te dijo que quiero eso? —le guiñó el ojo —. Solo te provoco un poco.

—¡Uf!, es que tú no tienes idea de cuánto me estás provocando en este momento.

—¿Siempre va a ser así contigo? —preguntó mientras se echaba hacia atrás.

—¿Qué cosa? —arrugó la frente un poco confundido, sin embargo, no sacó la vista del escote.

—Joder, Ian. Mis ojos están aquí.

—Lo siento, pero te veías tan caliente.

—Que no haya nada más que podamos hablar. ¿Siempre tiene que ser todo en relación al sexo?

—¿Y de qué quieres hablar?

—Pues, no sé —se encogió de hombros —. ¿Cómo te fue hoy?

—A decir verdad, pésimo —resopló mientras llevaba la botella hasta sus labios.

—¿Y eso?

—Estuve desconcentrado durante todas las horas de clases.

—¿Problemas? —quiso saber.

Hizo una mueca de disgusto. Lo cierto era que no sabía si suponía un problema el que esa mujer de cabello negro se haya filtrado en él, a tal punto de perder la noción de todo su entorno. También sería bastante estúpido hacerle el comentario a Alessia, ya que lo más probable es que se riera en sus narices por ser un idiota caliente, y, sobre todo, por haber sido rechazado de la manera en que lo fue.

—Solo no ha sido un buen fin de semana, nada más.

Jamás se había sentido así. Desde que descubrió la sexualidad fue bastante precavido en cuanto a sentir algo por alguien, pero, ¿se podía decir que estaba experimentando cosas por ella? No, ni siquiera sabía quién diablos era. ¿Cómo podía tan siquiera pensar en ello? Lo golpeó, ese encuentro en el elevador lo golpeó más de lo que él creía, pero no estaba ni a un jodido metro de reconocer que necesitaba verla otra vez, ¿para qué? ¿Para qué lo viera con esos ojos irónicos y sonrisa de autosuficiencia? ¿Para darle a entender que jamás podría follar a una mujer como ella? Sin darse cuenta, una vez más, estaba pensándola. Cuando vio la mano de Alessia agitarse en el aire, despertó.

—Así veo, dejaste tu coquetería barata para irte quién sabe dónde.

—Te veo luego, Alessia. Debo hacer una llamada.

Ni siquiera probó bocado. Se puso de pie, y mientras caminaba sacó el móvil de su bolsillo. Salir, eso era lo que necesitaba. Conocer, eso era lo que quería. Follar, eso era lo que más deseaba. Olvidar, eso era lo que pretendía hacer de una buena vez. Sacarla de su cabeza, aunque fuese por una jodida hora. Buscó entre sus contactos y dio con el número de Kenneth. Marcó. Sonó una vez, dos veces, tres veces, y nada. Terminó saliendo el buzón de voz. Bufó. Insistió y al quinto pitido escuchó la voz de Kenneth.

—Necesito salir —fue lo primero que salió de su boca.

Hola, Romano. ¿Cómo te va? Sí, sí, yo también estoy bien. Gracias por preguntar —se burló a través de la línea.

—No me jodas. ¿Desde cuándo tanto protocolo?

Desde que estás desesperado por meterte entre las piernas de una mujer.

Ian gimió —Oye, idiota. Me haces parecer un promiscuo de lo peor.

¿Y no lo eres?

—Pues no, este fin de semana no follé —‹‹Pero como te diste de cariñitos tú solito››, abrió las aletas nasales ante su pensamiento.

Oh, bueno, pero que gran logro —podía jurar que Kenneth tenía la carcajada en la punta de la lengua.

—Ya deja de burlarte. Salimos, o no.

Justamente estaba pensando en llamarte más tarde. Resulta ser que mientras tú estabas triste y desamparado por no follar, yo estaba en una junta que hicieron algunos compañeros con los que trabajé hace algunos años.

—Al grano, Kenneth.

Maldito impaciente. Bueno, la mierda es que me encontré con una vieja amiga y me ha dado unas invitaciones para asistir a un evento, o una fiesta. No lo tengo muy claro.

—¿Dónde es?

A las afueras de Manhattan —hubo silencio unos segundos —. El lugar donde será se llama: Black Diamond. Es hoy, y si quieres que vayamos, debes mover el culo hasta tu departamento ahora mismo.

—¿Y por qué sería la prisa?

No bueno, el que anda caliente eres tú, ¿y me jodes porque te apuro un poco? Ve a tu departamento y nos vemos dentro de dos horas en el mío. Te debo dejar, estoy a punto de entrar a una reunión.

—Espera...

Sí, hombre —interrumpió —. Habrá mujeres sexys —Ian rodó los ojos mientras se apretaba el puente de la nariz. Quería patearlo hasta gastar la punta del zapato.

—No es eso, idiota. ¿Debo ir vestido de manera especial o algo?

No, nada. Solo me sugirió que estuviese antes de que comenzara la performance.

—¿Performance? —preguntó desconcertado.

Mira, solo me entregó las invitaciones y no me dio mayores detalles. ¿Quieres ir, o no?

—Pues, supongo.

Entonces está dicho. A casa a lavarse bien aquello que tienes entre las piernas para que huela bien rico, digo, por si te ofrecen un oral —escuchó la carcajada que, por fin, soltó Kenneth.

—Cuando te vea, te dejaré las bolas como pasas. O no, espera, te las dejaré de corbata, estúpido.

Cuando colgó la llamada, se dio cuenta que estaba sonriendo por las tonterías que habían conversado. Se metió la mano al bolsillo y, mientras iba silbando, se acomodó los lentes de sol. Caminó a paso calmo hasta el estacionamiento. Por supuesto que estaba consciente de las miradas provenientes de sus alumnas, pero no les dio demasiada importancia. Desactivó la alarma y se metió dentro al tiempo que dejaba su maletín en el asiento del lado. Cerró los ojos a la vez que hacía un gesto de placer, al oír el suave rugido del motor. Como le encantaba el ronroneo que emitía cada vez que lo encendía.

Una vez dentro del elevador, una sensación lo invadió de la cabeza a los pies, ya que se había detenido en el mismo piso de aquella noche. Por impulso su estómago se comprimió, su mano ejerció un poco de presión sobre el maletín, su garganta se secó, su pulso se elevó por los cielos. ¡Qué bobería! ¿Cómo un jodido pitido lo podía poner tan nervioso? ¿Nervioso? Ian Romano, el macho alfa, el semental de Manhattan, el terror de las bragas, ¿nervioso? Apretó los dientes con evidente molestia. En realidad, pocas cosas lo sacaban de sus casillas, pero ya ponerse en ese estado de tensión por una tontería, simplemente era una aberración para él y eso lo tenía harto.

Las puertas se deslizaron...

Ian miró hacia adelante...

No era ella...

No puedo evitar sentir una leve decepción, ya que, aunque estuviese dándose de azotes mentales, había guardado la leve esperanza de que estuviese allí, parada frente a él. Mirándolo con desafío y burla. Sin embargo, era un chico de no más de dieciocho años, quien llevaba una carpeta debajo del brazo, el que entró al diminuto espacio junto a él.

En cuanto estuvo dentro de su departamento, cerró de un portazo haciendo que varios cuadros que adornaban la pared, vibrasen. Se dirigió hasta la cocina al tiempo que lanzaba el maletín al negro sofá de cuero. Vertió un poco de agua dentro del vaso y, mientras desabotonaba la camisa y soltaba la corbata, se lo bebió al seco. Se quedó apoyado en la encimera, mirando la ciudad desde su privilegiado y enorme ventanal. Un pie estaba sobre el otro y sus brazos estaban cruzados sobre su pecho, un mechón de cabello había caído y le rozaba la ceja derecha. Por primera vez, en dos jodidos días, su mente estaba en blanco.

Se permitió el lujo de cerrar los párpados e inhalar una gran bocanada de aire y cuando ya se volvió entrecortada, soltó profundo desde sus delgados labios, liberando así sus pulmones del oxígeno absorbido. Metió la mano al bolsillo, sacó el móvil y se percató de que ya era hora de ir a darse una buena ducha para soltar la leve tensión que experimentaba su cuerpo. La ropa, se la sacó mientras iba de camino a su habitación. Dejó una abstracta decoración con las telas que dejaba caer a su paso. Desnudo, como el bendito Dios lo echó al mundo, se dirigió al baño y dejó que el agua recorriera cada jodido milímetro de tan tentador cuerpo.

Con solo una toalla envolviendo aquello que tanto les gustaba a las mujeres, se paró frente al closet para buscar lo que se pondría para ir de caza. Pantalón y camisa negra, era el conjunto elegido para salir, una vez más, a provocar. La plateada hebilla del cinturón brillaba en sus caderas y hacía resaltar todo aquel oscuro atuendo. Se pasó las manos por el húmedo cabello, acomodándolo en un desorden bastante atractivo.

Suelen decir que una fragancia se destaca por desprender virilidad, porque brinda un toque sexy y cautivador que resulta perfecto para cualquier ocasión. Por eso, no desaprovecho la oportunidad de usar aquel perfume que le daba ese aire de sofisticación italiana ideal para cualquier momento. El pulverizador empapó su cuello, adhiriéndose en su piel, dejando ese aroma mentolado y cítrico que se vuelve dulce, oscuro y profundo, dándole paso y poniéndole punto final al seductor que era.

Al seductor que saldría a seducir...

Agarró las llaves y salió rumbo en busca de Kenneth. Mientras iba manejando encendió un cigarro, sacó la mano por la ventana para que el auto no quedase impregnado con el olor de la nicotina. Cada cierto rato le daba una calada y este se iba consumiendo poco a poco, hasta que ya no quedó nada. Entornó los ojos al ver que Kenneth lo esperaba en la acera, ya que generalmente lo invitaba a beber una copa de lo que fuese. No obstante, al parecer en esa oportunidad, estaba ansioso por llegar a ese lugar. Desactivó el seguro mientras veía como la noche se iba acercando a pasos agigantados.

—Tardaste —refunfuñó en cuanto se sentó.

—Eres un cínico. Me jodes a mí y estás peor que yo —dijo molesto —. Además, ¿por qué diablos siempre debo pasar a buscarte?

—Porque me amas —soltó con voz melosa al tiempo que agitaba sus rubias pestañas.

—¡Pero que puto asco! —sacó la lengua e hizo una fingida arcada.

—¡¿Me desprecias?!

—¡Claro que sí! Faltaría más.

—Que golpe tan terrible le has dado a mi corazón.

—¿Qué mierda comiste que te has puesto tan marica?

—Así una salchicha —hizo un considerable espacio entre ambas manos, para dar a entender el tamaño —. ¡Una salchichota!

—¡Ay!, ya cállate y dime la jodida dirección. No soporto cuando te pones en plan, caliente por mí —­escuchó la ronca carcajada de Kenneth y lo miró feo.

—Ya, mira —sacó el móvil e indicó la ruta que debía tomar para llegar al recinto.

—Perfecto.

Al cabo de una hora, ya se encontraban en las afuera de Manhattan. Durante el trayecto, cada uno comentó como les había ido en el día y, por supuesto, que Kenneth no dudó en volver a burlarse de él cuando le contó lo que había pasado con esa arrolladora mujer. Solo un puñete directo en la entrepierna hizo que el rubio dejara de reírse de él. Su vista vislumbró una considerable sombra frente a ellos, entornó los ojos ante la enorme cantidad de autos que se encontraban estacionados. ¿Qué tipo de fiesta sería aquella, que convocó a tanta gente?

Una que lo dejaría alucinando...

Al bajar del auto, se quedó parado frente a las enormes puertas de hierro forjado. Experimentó una sensación de rigidez que le impidió avanzar al primer escalón, sin embargo, se obligó a caminar. No le pasaba eso hacía años, y había olvidado lo desagradable que era sentir aquella sensación en medio del estómago. Para espabilar un poco, respiró hondo al tiempo que tragó saliva. Kenneth iba hablando a su lado, pero Ian no le prestaba atención debido a que iba más preocupado del efecto que había tenido sobre él, el pisar ese lugar.

—Buenas noches, señores, bienvenido a Black Diamond —saludó una guapa mujer vestida de látex rojo —. Las invitaciones por favor —Kenneth las sacó de su bolsillo y se las extendió —. Que tengan una grata velada.

—Gracias —contestó el rubio, ya que Ian estaba mudo mirando hacia dentro.

Había personas que estaban a mitad del oscuro pasillo que solo estaba iluminado por los costados del piso, generando un camino azulado que los guiaría hasta el interior de aquel peculiar sitio. Un par de puertas los volvieron a recibir, no obstante, a través de ellas, se podía percibir el retumbar que originaba la música escogida para la noche. Ian tenía la boca levemente abierta al percatarse de que dos hombres, con el torso desnudo, con máscaras de cuero que solo mostraba la boca y los ojos, ¡con solo un jodido bóxer de látex negro!, les hacían un asentimiento de cabeza a modo de saludo. No fue tan siquiera capaz de mover el cuello para devolver el silencioso gesto de los tipos.

—¿Dónde mierda me has traído? —susurró incrédulo, antes de que casi quedase sordo debido al alto volumen que le azotó los tímpanos.

—¡¿Qué?! —preguntó Kenneth en un grito.

Con una mueca, Ian le indicó que lo olvidase. Lo cierto era que se sentía como pez fuera del agua. Para empezar, el lugar estaba atestado de gente con distintos y llamativos tipos de vestimenta, donde en la mayoría predominaba el látex y cuero en tonos rojos y negros. Algunas mujeres vestidas como niñas pequeñas, sentadas en las piernas o tomadas de la mano de hombres. Estaba confundido, mucho. Jaulas colgadas, con mujeres casi desnudas dentro de ellas, bailando de manera muy sensual, decoraban las esquinas de las paredes. Mujeres haciendo acrobacias sobre unos grandes aros enganchados en unas cadenas. Para él, aquello parecía un circo.

Lujoso, pero circo al fin...

—¡Vamos a sentarnos al bar!

La piel de Ian picaba, quería salir de allí porque aun sentía la extraña intuición que lo atacó hacía unos momentos. Además, si él pensaba que lo había visto todo, estaba muy equivocado. Ese sitio, ese ambiente, aquellas personas, todo se entrelazaba y hacían de esa noche una perversión que adquiría una forma donde ellos podían hacer coincidir sus lados más oscuros, así como también hacer surgir las fantasías más perversas. Las cuales allí se demostraban sin inhibiciones, sin tapujos, ni prejuicios. Lo que le llamaba la atención, era que el eje de todo aquello, al final, era la adoración a lo prohibido, al desenfreno, donde los pecadores se transformaban en las virtudes más codiciadas. Alguna vez había leído sobre aquello, pero jamás creyó que presenciaría tal exhibición.

El bullicio de la gente, sumado al ruido de las copas, y de la música, hacía que sus oídos vibrasen en demasía. De haber sabido que Kenneth lo llevaría a un lugar así, ni de chiste hubiese ido. A él le gustaban los recintos más tranquilos, más íntimos. Lo único bueno del lugar, para él, era la tenue luz que alumbraba, porque así no le podían ver la cara de póker que tenía en ese momento. Sin embargo, aunque su rostro fuese inexpresivo, aunque mirase con indiferencia su entorno, aunque no demostrase lo que pasaba por su cabeza, quería huir de allí.

—¡¿Te sientes mal?! —Ian lo observó de soslayo.

—¡¿Qué te hace pensar que me siento mal?!

—¡Tienes cara de culo! ¡¿Se puede saber qué diablos te pasa?!

—¡Pasa que me has traído a este mal...!

Y de pronto, todo se transformó en silencio, uno que lo hizo interrumpir la nefasta frase que deseaba decir. Uno que ni siquiera permitía oír la respiración de los presentes. Las luces bajaron aún más la intensidad. Ian miró a su alrededor y se percató que todos veían hacia un lugar específico. Alzó la ceja al sentir la mano de Kenneth sobre su hombro. Dirigió sus negros ojos hasta la tarima y su boca se abrió. Estaba verdaderamente pasmado por lo que estaba visualizando.

Una cruz de San Andrés...

Un hombre atado a ella...

Brazos y piernas abiertas...

Completamente desnudo y de espalda al público...

Su piel se erizo, haciendo que su cuerpo temblara justo en el momento en el que único sonido que cortaba aquel mutismo, era el de unos tacones repercutiendo en el piso. De pronto, una figura se dejó ver en medio del escenario. Una larga capa medieval cubría ese cuerpo, y su rostro no se veía debido a que se escondía debajo de la capucha. Sin embargo, lo que llamó la atención de Ian fue el látigo que sostenía aquella mano enguantada. ¿Acaso era lo que él estaba medio pensando? ¿Lo iba a azotar con esa cosa? ¿Pero qué clase de locura era esa? Se iba a poner de pie, pero era tanta la adrenalina que había empezado a correr por sus venas, que simplemente sintió que las piernas no sostenían el peso de su cuerpo.

Aquella cubierta cabeza se elevó...

La garganta de Ian se resecó...

La capa cayó...

Y su mundo se paralizó...

Allí, a unos limitados metros de él, estaba esa mujer...

Entonces comprendió lo que antes no...

Ella era una Dominatrix...

Y él estaba a punto de presenciar una doma...


****

Hola, espero que les haya gustado este capí.

Besos <3

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