Capítulo 27
Decir que entró al departamento con velocidad, era poco...
Si tuviese que describirlo...
Diría que parecía un auténtico huracán...
Arrasando con todo a su devastador paso...
Al no andar con ninguna de sus pertenencias, porque todo estaba en casa de Isabella, ya que se suponía pasarían todo el fin de semana juntos, le pidió la llave al conserje, quien lo miró como si fuese un ser de otro planeta. Convengamos de donde veía, era lógico que lo viese así. No obstante, a él eso le importó un carajo. Suerte que andaba con algo de efectivo y pudo pagar el taxi, el mismo en el cual viajó todo el camino envuelto en un silencio letal. Sin embargo, no fue hasta que estuvo dentro del elevador que se dio cuenta como se encontraba de agitado y eufórico. Y claro, según él, no era para menos si hacía casi dos horas atrás había descubierto, al fin, quien era el tipo que lo envolvió en una tortura mental por tanto tiempo.
Alessandro, ese imbécil...
La situación era como un chiste muy mal contado, del cual no tenía ni una maldita gana de reírse. ¿Acaso no podía ser otro? ¿Tenía que ser justamente él? ¿No podía haber sido el mismísimo Dante? Así habría sido todo mucho más sencillo. ¡Sí hasta tenía tan asumido que era su hermano que, no pensó en otro! Pero no. La jodida tónica de su vida era que, cuando creía que todo estaba bien, venía algo impensado para desestabilizarlo y hacer un completo caos a su alrededor.
No veía hacía muchos años a su tío, no le interesaba volver a verlo, pero lo hizo y de un modo que esperó ni en un millón de años. De pronto, lanzó un puñetazo que cayó al costado del panel donde se encontraban los botones de los pisos, cuando pensó en ese estúpido como parte de su familia. Ni le importó el fuerte aguijonazo de dolor que le llegó hasta el hombro. Si antes no le caía bien, en ese instante le caía muchísimo peor al saber que conocía a Isabella. Al saber que junto a ella tenía un pasado prácticamente irrompible. Al saber todos los secretos de intimidad que compartían como si fuesen uno solo.
Al saber que él la conocía mucho mejor...
Se pasó la mano por el rostro, porque reconocía que su actuar había más impulsivo que el de un adolescente acorralado por sus padres. Sin embargo, lo que pasó lo había pillado con la guardia tan baja que ni siquiera pensó en Isabella cuando se largó de ese maldito lugar. Se cegó al punto de ver todo nebuloso cuando salió del castillo ese, así como también después de sentir el aire golpear cada parte de su cuerpo, tuvo que sostenerse de la pared para no caer al suelo. ¿Exagerado? Probablemente, pero nunca imaginó encontrarse a Alessandro, menos bajo aquellas circunstancias tan absurdas.
Sus pasos eran pesados, bufaba como un animal rabioso, su cuerpo expulsaba sudor del cual las gotas que se deslizaban, provocaban que su piel se erizara. Ni siquiera se restringió a la hora de entrar al departamento y destruí todo lo que había a su alrededor. La cólera eufórica que lo embargaba era mucho más intensa que su nula sensatez. Le importaba una mierda el haber agarrado uno de los bellos adornos de la mesa y haberlo estrellado en un cuadro de vidrio, haciéndolo añicos en el acto. Necesitaba sacarse eso de adentro. Necesitaba quitarse la furia que le salía de los poros como si de un fuego negro se tratase. Si no lo hacía, estaba seguro que volvería hasta ese lugar para dar con Alessandro y estrangularlo con sus propias manos.
—¡¿Pero qu...?! —intentó vociferar Dante que salió corriendo de su habitación, pero se calló para intentar comprender porque Ian estaba así —. ¿Se puede saber qué diablos te pasa? —demandó al tiempo que veía, con el rostro consternado, el departamento.
—¡¿Lo sabías?! —gritó la pregunta con tono exasperado.
—¿Qué cosa? —estaba tan confundido.
—¡Tú, imbécil, sabías que Alessandro e Isabella tuvieron una relación! —afirmó.
Dante lo quedó mirando como quien mira una pared, ¿por qué? Por simplemente no sabía qué diablos decirle. Observó el estado de Ian y supo de forma inmediata lo afectado que estaba. Hasta un ciego podría ver esa masa de ira que tenía enfrente. Conocía perfectamente los detalles del porque Ian detestaba a Alessandro, y era la mierda porque todo era una soberana falsa que se convirtió en un tremendo lío de quien menos esperó, pero así era e Ian no lo sabía. De todas maneras, más mierda era que justamente se tuviese que enamorar de la mujer que fue de su tío. Que jodido se había vuelto todo, y más jodido se pondría cuando supiese que él también había tenido una especie de relación con la hermosa Isabella.
Maldita sea....
—Cuando te dije quién era mi novia, casi te explota la cabeza. ¡¿Por qué no me dijiste nada?! —lo apuntó —. ¡Eres un infeliz!
—No te alcancé a decir una mierda porque saliste de aquí como alma que lleva el diablo —le contestó con calma —. Además, te quise llamar, pero resulta ser que tu jodido celular estaba tirado en la cama.
—Y yo pensando que eras tú ese hombre... —incluso Dante explicándole, Ian no escuchaba.
—Ian, siéntate, ¿vale?
—¡No me voy a sentar ni una mierda! —lo empujó —. ¡Llegaste solo para joderme!
—Estás hablando sin pensar.
—¡Trajiste contigo a ese hijo de puta solo para cagarme!
—Escucha.
—¡No me interesa saber nada que me puedas decir! —esa verborrea estaba en su punto cúlmine —. ¡Ya me traicionaste una vez por irte con ese bastardo!
—Cálmate.
—¡Quizás como se han de haber reído de mí cuando supieron que estaba con ella! —escupió —. ¡Claro, el idiota de Ian se está arrastrando por una mujer que antes fue del puto ese! —bramó con fuerza —. ¡Seguro que hasta le contaste sobre mis malditos celos hacia él! ¡Debe haberse sentido tan orgulloso de volver a joderse a su estúpido sobrino!
Su rostro se dio vuelta con violencia...
—¡Ya basta! —sí, por primera vez, Dante lo había golpeado —. ¡Te sientas o te siento! —se pasó la mano por su largo y suelto cabello —. Joder, Ian, pareces un niñato. Deberías comportarte y razonar como un hombre de tu edad.
Y no, Ian no devolvió el golpe porque Dante lo dejó absolutamente en blanco. Nunca se había descontrolado al punto de necesitar una bofetada para entrar en razón. Solo lo quedó mirando con el ceño fruncido, pero solo en eso se quedó. No hubo más golpes y gritos, solo predominó un pesado silencio que duró varios minutos, en los cuales Dante le dio la espalda para ir a levantar el sofá. Ian siguió sus movimientos solo con los ojos, hasta que se fijó como su hermano mayor le indicaba que se sentase enfrente suyo. Aunque no estuviese muy convencido de hacerlo, no le quedó de otra más que obedecer.
—Bien, primero, veo que vienes del castillo y seguro que ahí has visto a Alessandro —comenzó —. Y no, Ian —lo frenó cuando vio que él abría la boca —, no le dije nada a él. No nos reímos de ti a carcajadas y no estás en lo correcto al pensar tanta estupidez junta —Ian seguía en silencio —. Segundo, estúpido hermano mío, ni siquiera sé porque te contaré esto. O sí, ¿sabes? Te lo diré para quitarte esos malditos cuervos que te están comiendo los sesos.
—Entonces deja de darte vueltas y comienza a hablar de una buena vez —gruñó harto.
—Lo que pasó entre ellos, sí, fue algo importante para los dos. Pero, ¿sabes por qué?
—Seguro —habló con sarcasmo —, porque fue su defensor.
—Fue mucho más que eso y, ¿sabes qué más? Cállate, ya me está comenzando a exasperar tu actitud —suspiró —. Alessandro le salvó la vida a Isabella, Ian. No es cualquier hombre, no fue cualquier hombre para ella. Ni su defensor, como te burlas tú. Ni su ángel de la guarda. Simplemente fue quien estuvo en ese momento cuando todo sucedió. Fue quien la rescató de las garras de Deidad, seguro ella te habló de él porque una vez mencionaste aquello en la sesión que tuviste con Olenka, y atando cabos después de saber que ella era tu novia, llegué a esa más que lógica conclusión —apoyó la espalda en el respaldo del sofá y continuó —. Deidad golpeaba a Isabella, la despojó de lo que ella era. La despojó de su feminidad, de su integridad y la degradó al punto que Isabella perdió el amor por hacía sí. Alessandro fue quien le devolvió todo aquello. Yo estaba ahí cuando ese hijo de puta la golpeó hasta dejarla inconsciente. Yo estaba en esa maldita mesa cuanto todo pasó. Yo fui quien ayudó a Alessandro a llevarla hasta su departamento. Ella estaba demasiado malherida, y el curó cada una de sus heridas. Heridas externas e internas porque esa mujer quedó destrozada en todos los malditos sentidos.
Ian quería tragar saliva, pero tenía su garganta demasiado apretada. Sin embargo, su boca estaba llena de saliva porque su rostro comenzó a hormiguear debido que comenzaba a experimentar los síntomas de cuando se quiere llorar. Estaba tan envuelto en su propia oscuridad, cuando lo vio, que no escatimó en salir huyendo de ese sitio por el ramalazo de ira que lo atacó al verlo ahí. Al ver cómo le hablaba y la conexión en aquel corto intercambio de palabras que habían cruzado. Y mientras todo eso sucedía, él estaba arrodillado a los pies de quien era su Ama, pero claro, fue todo tan súbito que le importó un carajo faltarle el respeto al esconderse detrás del escudo de la ironía cuando ella no entendía que diablos estaba pasando.
—Si tú estás pensando que ella corrió a los brazos de Alessandro y se metió en su cama, déjame decirte que estás absolutamente equivocado —no se perdía ni una sola expresión de Ian —. Estuvieron un año conociéndose. Un año en donde ella se encogía cuando él alzaba la mano para hacerle una caricia, ¿sabes que es malditamente eso? Seguro como el infierno que no tienes una puta idea de lo que una mujer tan segura como lo era Isabella, perdiese todo aquello por culpa de una bestia que no se tocaba el corazón a la hora de dejarla sangrando —a Ian le temblaba la barbilla —. Ni siquiera yo me atrevía a acercarme a ella. Las pocas veces, cuando recién la conocí, quise interactuar con Isabella, pero solía echarse hacía atrás porque no confiaba en nadie. No dejaba que nadie la tocase, aunque fuese un puto dedo —Ian quedó en shock cuando vislumbró el brillo en los ojos de su hermano —. Alessandro la sacó de ese mundo tenebroso en el que Isabella permaneció. Alessandro fue quien la hizo florecer con su paciencia, con su cariño, con su atención y con su amor.
Ian se pasaba la lengua por su tembloroso labio inferior, mientras seguía escuchando a Dante. No era fácil para él oír todo eso, ya que, si bien Isabella le había dejado ver retazos de su pasado, no conocía el detalle de todo aquello y saberlo, le provocó una amargura tremenda. No por Isabella, sino por él porque los arañazos de culpabilidad le estaban destrozando las entrañas, no dejándolo respirar. No dejándolo hacer otra cosa más que pasarse los dedos por los párpados para no echarse a llorar por comportarse como un niñato insensato y caprichoso, incapaz de conocer realmente a la mujer que decía amar.
Porque quizás Isabella no le contó toda su vida con tanta precisión, tal vez no comentó el real calvario que vivió con ese hombre, pero debió ser más observador en cuanto a ella. Debió notar la opacidad de su mirada cuando le comenzó a abrir las puertas de su alma para que él supiese todo. Debió notar en su rostro el dolor que le provocaban sus palabras de sospechas y resquemor por sus inadmisibles dudas sin un fundamento concreto. Debió notar en sus movimientos corporales o en su sincera sonrisa, que ella realmente lo quería.
—Dos meses sirvieron para que la preciosa Isabella se viniera abajo como un derrumbe incontrolable. Dos meses estando subyugada por Deidad fueron suficientes para hacer de Isabella unos inconcebibles deshechos. Y Alessandro fue quien levantó aquellos restos para volverlos a juntar y hacer de ella lo que es hoy, ¿eso te parece poco? ¿Eso todavía te hace pensar que él es su protector? —preguntó enfatizando la última palabra.
—No —fue todo lo que pudo decir.
—Fue muy desgraciado y traumático lo que le ocurrió, pero si no hubiese conocido a nuestro tío —destacó —, seguramente no te habrías cruzado en el camino de esa audaz y preciosa mujer que conoces. De la que te has enamorado, porque sí, Ian, esta es la primera vez que te enamoras y tu actitud hacia ella ha sido una real y completa mierda —habló severo —. Imagina lo que sintió cuando venías tú y le reclamabas cualquier tontería. Tan solo imagina lo insegura que la hacías sentir, producto de tu propia y absurda inseguridad hacia ella —su rostro estaba endurecido —. Isabella, por mucho tiempo, expresaba a través de sus ojos que estaba prácticamente muerta en vida. Debiste ponerse en sus zapatos cuando te contó parte de su funesto pasado como sumisa. ¿Qué harías tú si confías y te pones en las manos de quien crees, es el adecuado para enseñarte sobre el mundo del BDSM, y resulta ser una completa bazofia contigo? ¿De alguien que ni siquiera era capaz de respetar la palabra de seguridad porque no se le daba la maldita gana?
››El único brillo que yo era capaz de ver en los ojos de Isabella, era el de sus lágrimas porque la anuló al punto de reducirla. Le robó su moral, maltrató tanto su cuerpo como su alma. Ese bastardo fue capaz de romperla, de dejarla sola y desconfiada de todo aquel que la rodeaba —Dante pestañeó con fuerza —. Cuando la volví a ver, días después de esa noche, ella tembló al verme porque no me conocía. Era como si tuviese frío, pero no de ese que te cala los huesos. Sino que de esos que se quedan incrustados dentro de ti hasta enterrarse en tu alma, para no moverse nunca más de allí. Y sabía que sus manos estaban en constante movimiento por miedo a que yo me atreviese a hacerle algo. Eso no pasaría, porque nunca le hice y haré daño a una mujer —dijo con amargura —. Sus ojos no perdían mis movimientos hasta hacerme sentir incómodo, pero la entendía. Todavía tenía esos malditos cardenales que le cubrían los brazos, las piernas, el abdomen y que de ellos quedaron cicatrices hasta hoy.
—Necesito agua.
—¡No te vas a mover de ahí hasta que yo termine malditamente de hablar! —lo apuntó —. ¿Qué te crees? ¿Eh? Ya hiciste tu nefasto espectáculo, ahora solo me vas a escuchar sin decir nada.
No era que Ian quisiera arrancar, solo que oír todo aquello era demasiado para él. No sabía nada de eso, obvio. Ni siquiera era capaz de comprender como Isabella pudo haberse sentido en ese corto periodo de tiempo en el cual estuvo bajo esas malditas manos. Y él, que siempre creyó ser un tipo fríamente comprensivo, en ese segundo se daba cuenta que ni para eso servía. No solía tener miramientos a la hora de llevar acabo sus ideales, y para él la traición era la puta traición. ¡¿Cuál traición pedazo de imbécil?! Por eso mismo se dio cuenta que estaba tan equivocado y esas palabras de Dante lo estaba haciendo reflexionar que toda su vida y pensamientos no habían sido más que una absoluta porquería.
—Isabella quería encontrar a un buen dominante porque deseaba pertenecer al mundo. Deseaba comérselo, pero todo eso se acabó cuando Deidad osó en cruzarse en su camino y arrebatar de cuajo su ilusión. Apagó su bello resplandor con un solo soplido, pero Alessandro fue capaz de prender el fósforo que volvió a encender esa opaca vela para hacerla brillar otra vez.
—Yo... —su voz tembló —, no..., sabía.
—¿Y cómo pretendías querer saber todo esto, sino fuiste capaz de escucharla? Te sentías ofendido —hizo comillas con los dedos —, porque ella tuvo un pasado con otro hombre. Entiende, imbécil, lo que no fue en tu año, no fue en tu daño. Entre ellos todo se acabó hace mucho tiempo. Sí, se quieren porque su lazo es tan fuerte que ni siquiera tú lo podrás romper. Pero si Isabella se entregó a ti es porque te ama, ya que es una mujer tan pura que cuando lo hace es de corazón. En ella no existen las cosas a medias. Si hay que confiar, ella lo hace porque le nace y ese mismo motivo fue el que la llevó a caer con el hombre equivocado, como lo fue Deidad. Y espero que tú no seas el segundo, Ian, porque ahí sí que yo no me voy a contener —lo miró fijo —. Aunque seas mi hermano.
Esa seriedad, esa frialdad, esa omnipotente postura que Dante había adquirido, le hacía comprender a Ian que no estaba jugando cuando le decía, casi indirectamente, que iba a defender a Isabella de él. Y tenía toda la razón para ello. Su comportamiento era tan deplorable que hasta se sentía avergonzado por recibir una reprimenda de su hermano mayor. De que él, le haya hecho ver que todo lo estaba haciendo pesimamente mal. Ian se pasó la mano por el cabello, apoyó los codos en sus rodillas y se quedó mirando el suelo. No tenía palabras que pudiesen decir cómo se sentía. Detestaba a Alessandro, eso era un hecho, pero debía reconocer lo mucho que la cuidó, valoró y enseñó.
Entonces recordó el rostro de ella con cada reclamó de él. Con cada estúpida escena de celos y el brutal término de una relación que ni siquiera alcanzó a nacer porque simple y llanamente él no dejó. Porque su antojadiza inestabilidad lograba hacer que pusiera una absurda barrera para protegerlo de un daño que jamás existió. Más bien, él fue quien le creó un daño incalculable a la mujer de cual estaba enamorado. Cuando Isabella le había mostrado ser una mujer estoica, le dejó muy en claro que era tan o más delicada que una flor, al verla llorar por su irreflexivo proceder hacia ella.
Y eso, eso era imperdonable...
Desde el momento en que ni siquiera le dirigió una mirada cuando su voz petrificada intentó comprender que se conocían. La ironía que usó para dirigirse, al momento de decirle: "Como lo oyes, mi Señora", al confirmarle que quien fue su Amo, era su propio tío. O cuando simplemente se dio media vuelta para irse de ese lugar, no preocupándose por ella y lo que pudiese estar pensando acerca de todo. Por lo mismo, aquello no le confirmaba otra cosa más que él también la había herido y esa herida era tantísimo peor, porque fue directo a su corazón hacía donde apuntó la flecha que él no dudó ni un puto segundo en lanzar. Supuestamente quien ama, no daña y él lo hizo de una forma estratosféricamente espantosa.
—Sé qué la amas sinceramente, pero creo que no estás listo para una relación —la voz de Dante retumbó en su cabeza —. Isabella es demasiado mujer, es demasiado madura para alguien como tú.
Y la bestialidad de aquellas palabras lo hicieron pedazos. Fue como si miles de finos cuchillos se hubiesen dirigido hasta él para clavarse con cizaña en cada parte de su ser. Dante tenía tanta razón que le dolía admitirlo. Adoraba a esa mujer, pero no estaban en la misma sintonía tan solo porque su egocentrismo no se lo permitía. Y si creyó que el viaje había solucionado todo, estaba muy equivocado porque realmente, pensaba que no había cambiado ni un ápice.
Solo era cosa de recordar su actitud en el castillo, estaba tan furioso que no le quitó en ningún momento los ojos de encima a Alessandro. Su incredulidad era tal, que ni le interesó intentar discernir la noticia porque fue tan putamente egoísta que solo se fijó en lo que estaba sintiendo él, como siempre poniéndose por sobre el resto sin miramientos. En ese instante, con Dante enfrente, su burdo actuar le estaba pasando la cuenta.
—No sé qué harás, y en este momento bien poco me importa —esa indiferencia —. Lo que es yo, seguiré apoyándola a ella —lo mataba —. Tú debes hacerte cargo de tus idioteces, que para esos eres el que se las sabe todas, ¿no?
—No, Dante, no me las sé todas —habló despacio —. Todo lo que me has contado ha sido atroz —lo observó y negó —. Pero tú no tienes idea de lo que me pasa, no me conoces. Nos dejamos de ver por muchos años y vienes a cuestionarme sin saber nada de mí.
—Tienes razón, no sé en qué tipo de hombre te has convertido. Sin embargo, te estoy juzgando por la forma en la que te comportas con una mujer que me importa demasiado. Y eso, hermano mío, no lo dejaré pasar porque necesitas de alguien que te digas las verdades en la cara. Estás tan acostumbrado a que todo el mundo te adule...
—¿Qué sabes tú? —interrumpió.
—Llevo meses viviendo contigo, no soy ciego.
—Claro, y eso te da el derecho de venir a apuntarme con el dedo, ¿no?
—¿Ves? Tu eterno método de defensa es culpar al otro.
—Mejor cállate Dante, o...
—¿O qué? —desafió alzando la ceja —. ¿Me vas a golpear? ¿Me vas a echar de aquí? —Ian se rio sin ganas —. No sé qué pasó en el castillo, pero es algo que sí me interesa. Me interesa saber cómo está ella, quizás que hiciste.
—Solo me vine.
—Eres tan arrebatado que seguro no esperaste explicación —se calló —. Es más, ni siquiera tendrían porque dártela, eres tú el que las debe.
—Debo hablar con ella.
—No será esta noche.
—Esto no te concierne.
—Claro que sí. Isabella es una mujer primordial en mi vida y me importa un carajo si eso te hace enfadar.
—No lo hace —susurró.
—Me parece perfecto porque hay algo más que debes saber —cruzó los brazos sobre tu pecho.
—¿Qué cosa?
—Yo también estuve con Isabella.
Ian se llevó la mano al rostro...
—Eso ya ni siquiera me sorprende —murmuró.
—Y no tendría porque, si bien eres un estúpido veintitrés horas al día. Hay una donde eres lo bastante inteligente como para haberte dado cuenta que estamos conectados.
—Puedes hacer lo que quieras y con quien quieras —lo observó por entre sus dedos —. Tú lo dijiste: "Lo que no fue en mi año, no fue en mi daño".
—Esa tranquilidad tuya no me la trago. Mejor que seas sincero ahora mismo.
—Lo que hayas hecho de tu vida me importa una mierda —se encogió de hombros —. Por eso me da exactamente lo mismo con quien hayas estado, incluso si fue Isabella.
—Pero si te interesa lo que ella ha hecho, tanto así que entraste aquí como un energúmeno. Puteaste a medio mundo y al resto los dejaste temblando. Si no eres capaz de comprender todo lo que te acabo de contar, eso quiere decir que realmente no te importa nadie más que tú.
—Dante —levantó el rostro hacía él —, decir lo contrario hacía ella sería mentirme a mí mismo. Desde que la conocí, esa mujer cambió mi vida por completo. Ambos sabemos que no es un secreto. Siempre fui tan seguro de mí que cuando supe su pasado con otro hombre me trastocó como no tienes una idea. No sabía cómo lidiar con los celos que me invadieron por primera vez, lo que sentía era tan potente que me dio terror —dijo sincero —. Nunca perdí el control de esta forma. Cada emoción que experimento me hace volverme alguien desconocido. Isabella ha sido la primera para mí en aspectos que ni yo sabía, y el saber que otro le había provocado lo que ella a mí, me mata.
—Eso se llama inseguridad.
—¿Crees que no lo sé? —se mordió el labio —. Todo lo que yo creía en mi vida no era más que un mero espejismo. Mi seguridad, mi estabilidad, yo. Me siento un estúpido cuando me pasa esto. Me doy rabia por no tener confianza en mí. Me duele dañarla porque la quiero tanto que solo deseo verla y hacerla feliz.
—¿Y qué esperas?
—Yo..., no lo sé.
—Para estar bien con alguien, primero hay que estar bien con uno mismo. Si estas jodido, lamentablemente jodes a quien has elegido como tu compañera. Tal vez lo haces de forma inconsciente, tus arrebatos logran cosas que no conociste hasta que te enamoraste. Aunque no puedes justificarte con eso, Ian.
—Lo sé.
—El amor se siente aquí —se tocó el pecho —. El amor no cuestiona ni condiciona, el amor es libre y te hace sentir bien. El amor no mira hacia el pasado de la otra persona, el amor mira hacia el futuro donde ambos construyen el camino que los guiará hasta allá.
—Eso también lo sé.
—Pero no pones en práctica, Ian, no has hecho más que atormentarte con el pasado de Isabella junto a ese hombre que, para tu mala suerte, es Alessandro —le dio una triste sonrisa —. Sino hubiese sido él, habría sido otro y de igual forma estarías escupiendo fuego por la boca. El hecho que sea Alessandro, añadió más angustia en ti.
—Que sea ese idio...
—¿Qué habrías hecho tú si las cosas hubiesen sido al revés? —preguntó de repente —. Si Isabella se hubiese comportado contigo como tú lo haces con ella, ¿crees que habrías aguantado?
—No lo sé.
—Yo sí, y con ese carácter que tienes, te aseguro que ella ya no estaría en tu vida.
Dante, como siempre, tenía mucha razón. Primero, el que háyase sido Alessandro, le agregó un plus más feroz a todo. Pero recordó las sinceras palabras de Isabella, durante su fascinante velada anterior. ¿Tanto trabajo le costaba reconocer que la estaba, para variar, cagando? No, no le costaba porque ya lo había hecho. Segundo, él jamás había estado con una mujer porque no le gustaban las relaciones debido a todo lo conllevaba estar en una. No soportaba los mismos celos que sentía, ni tampoco los cuestionamientos, mucho menos malgastar su tiempo en discusiones sinsentido. Todo lo que a él no le gustaba, lo había hecho.
Y aquella mala ejecución lo hizo hundirse...
—Estoy muy consciente que soy un estúpido —habló con mientras miraba hacia otro lado —. Pero cuando la besé por primera vez, supe que no habría otra mujer para mí. No quiero que todo se vaya por la borda. Tampoco quiero que nos alejemos más. No quiero matarnos hasta no dejar nada, ni aunque sea un puto saludo —lo observó —. No deseo que ella me odie.
Pudo soltar todo lo que lo agobiaba. Pudo hablar con franqueza sobre que le pasaba y sentía. Pudo poner sus sentimientos sobre la mesa para que fuesen escrutados por su hermano. Nunca había sido tan sincero en su vida y, como siempre, Isabella había sido la primera en hacerlo soltar todo desde lo más recóndito de su alma. Miró a Dante y le sonrió, pero quizás de como lo hizo que su hermano se puso de pie y caminó hasta él tan solo para agacharse a su lado.
—El botar estas lágrimas —le tocó la mejilla y le mostró los dedos —, no te hacen menos hombre.
Tampoco supo cuando lo hizo. Solo sintió un temblor que inundó su cuerpo, ese mismo que intentó dominar y no logró. Sabía que nunca encontraría a nadie como ella, a las personas las conocías solo una vez en la vida e Isabella solo existía una sola. Y ella no era la que se había ido, él la había alejado a punta de escepticismos absurdos. Isabella merecía a un tipo que no dudase en amarla como se debía. Y ese tipo quería ser él. Quería ser quien la viese y le dijese lo hermosa que era. Quería ser quien tomase su mano en el camino de la vida. Deseaba todo con ella y no quería que se volviera a ir porque no lo soportaría.
—Al contrario —vio a Dante desenfocado —, te hace más humano, Ian.
—No quiero que se vaya de mi lado —habló con la voz estrangulada.
—Si no la echas de tu vida, Isabella no se irá.
—Quiero darle lo mejor de mí, y ese algo quiero que sea inolvidable para ella.
—Te dije que Isabella se entrega con todo lo que tiene para dar.
—Y yo quiero entregarme sin reservas.
—No sé qué haré contigo —sonrió comprensivo.
—Ni yo sé qué haré conmigo.
—Habla con Isabella y dile todo lo que me has confesado a mí.
—No creo que quiera verme en este momento.
—¿Quién sabe? Tal vez ahora todo para ella sea más claro.
—Seguro que en este instante está con Alessandro y sabes que él es un fastidio para mí, per...
—Lo sé perfecto, pero es por las razones equivocadas.
—¿Ah?
—Ve y abre esa puerta —se puso de pie mientras Ian giraba la cabeza hacia donde Dante le apuntaba. Abrió la boca, pero se calló al ver el rostro de su hermano —. Solo ve.
Las piernas le temblaron al dar el primer paso. Sabía muy bien que Alessandro estaba detrás de ella y si bien no deseaba verlo, algo en su interior quería zanjar de una vez por todas su lío con él. Esta era su oportunidad para conocer, de verdad, al tipo ese. Muy tío suyo podía ser, pero Ian no lo veía como tal. Sobre todo, por lo que su padre siempre le dijo. Más se incrementaron los malos comentarios, cuando se supo que Dante y Alessandro vivían juntos. Para Dámaso, su padre, Alessandro no era más que un bastardo que llevó a su primogénito por el mal camino. Y para Ian, era un bastardo que lo dejó sin un hermano mayor.
—No lo hagas esperar más, Ian.
Y sí, al abrir la puerta vio un hombre tan o incluso más alto que él...
—Buenas noches, Ian, Dante —saludó con educación.
—Solo pasa ya —Ian se hizo a un lado.
Pero en cuanto él dio un paso, Ian se fijó que venía de la mano con alguien...
Y su estómago se comprimió porque la conocía muy bien...
—Ian —solo pudo cerrar los ojos por un segundo en cuanto escuchó su voz.
Resopló porque no se lo esperaba...
—Isabella...
Quiso cavar un hoyo con sus uñas...
Isabella tenía una cara de aflicción...
Que lo dejó agónico...
—Es momento que acabemos con esto.
El tono de su voz, distaba mucho de su apariencia...
E Ian no supo cómo descifrar aquellas palabras...
Para bien o para mal, ella tenía razón...
Era momento de acabar con todo...
****
Espero que les haya gustado.
Un beso :)
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