Capítulo 26
Mil, mil disculpas por la demora del capítulo.
Espero que les guste y por favor, si notan algún error, háganmelo saber, ¿sí?
Estando Ian a punto de ser atado con las cuerdas, Isabella se acercó hasta él y se la pasó por el hombro. Ian, estando de rodillas, sintió la cálida respiración de Isabella sobre su oído. Hasta que su suave y femenina voz, acarició su tímpano.
—¿Entonces estás dispuesto a seguir derribando mitos?
—Contigo estoy dispuesto a lo que sea.
Y sí, podría contarles lo que sucede a continuación, pero primero quiero relatarles cómo es que Isabella e Ian llegaron hasta esa íntima conversación.
No vamos comenzar con lo bueno desde un principio, ¿verdad?
Ian, con maleta en mano, había llegado hasta el departamento de Isabella. No tocó el timbre, puesto que recordó que ella solía dejar la llave abajo del tapete, así que se agachó y tal como pensó, ahí estaba. Abrió lento e intentando que la puerta no emitiese ni un solo ruido. Quería sorprenderla, y aunque le encantaría follar con ella de nuevo, sabía que el tiempo era escaso. Por lo que no le quedó más remedio que soltar un suspiro derrotista y encaminarse hasta la habitación de la chica. Dejó la maleta a un lado del sofá y siguió su camino, pero se detuvo cuando escuchó que ella conversaba por teléfono. No lo malentiendan, no estaba husmeando, solo que le llamó la atención que ella estuviese hablando con tanta seriedad.
Por obvias razones no sabía con quién, y no pensaba que Dante la hubiese llamado para comentarle que su nueva mascota, era nada más y nada menos que su hermano menor. El hermano menor de él, que fue su Amo por tanto tiempo y del cual nació una relación donde vivieron juntos. Ian se quedó quieto ante ese pensamiento, ¿y sí era Dante? ¿Y si le estaba diciendo esas mierdas? ¿El viaje se iría al diablo? ¿O él se iría al diablo por segunda vez? Se quedó tan quieto como pudo, ni siquiera se atrevía a respirar porque se había puesto ansioso debido a lo que acaba de cruzar por su cabeza.
—Te dije que no lo sabía —parpadeó cuando escuchó aquello —. Por favor, ¿tú crees que lo hubiese hecho de saber que era él? —Ian se llevó la mano empuñada hasta el centro de su pecho e intentó agudizar aún más sus oídos —. Mira, para que te quedes tranquilo, lo voy a llamar y acabaré con todo esto de una buena vez, ¿contento? —no, no, entonces no estaba equivocado cuando creyó que quizás sí era Dante. Si estaba interfiriendo en su relación con Isabella, lo iba a matar y no le importaba perderla, pero no estaba dispuesto a que otra vez su maldito hermano lo pusiera en ese estado —. Sí, lo amo, pero tú eres más importante. ¿Lo sabes no? Por ti estoy dispuesta a perderlo y no me importan las consecuencias que esto pueda traer.
A Ian solo le bastó oí eso para caer sentado en el piso...
Ni siquiera pudo seguir escuchando, puesto que la sensación de tener los oídos tapados hizo que todo se oyera a lo lejos, amortiguado, como un susurró indescifrable para él, que se encontraba tan perturbado por todo lo que Isabella acababa de decir. Sabía que Dante era importante para ella, pero jamás creyó que solo por petición de él, Isabella lo dejase sin siquiera oponerse. Y eso era la mierda porque Ian creyó que ella lo había olvidado del todo. Y fue como caer a un abismo en donde ni siquiera en algún momento se daba el azote en el piso, porque ese jodido abismo no tenía un final en el cual aterrizar y hacerse mierda en el proceso. Solo pudo poner ambas manos por detrás de su nuca, mientras tenía la frente pegada en sus rodillas.
Su inseguridad, había regresado con más fuerza que nunca...
—Ian... —se sorprendió de verlo allí y así —, ¿estás bien? —se acuclilló enfrente, él solo negó sin siquiera levantar la cabeza —. ¿Ha pasado algo?
—No lo sé —lentamente levantó el rostro y la observó —. ¿A ti te ha pasado algo? —vio que ponía mala cara.
—Ah, mi estúpido socio no quiere que venda una de las propiedades que tengo en la lista.
Ian pestañeó...
Ay, Ian, siempre malinterpretando todo...
Sigue así, que eso cavará tu propia tumba...
—¿Ah?
—No sabía que tuvo una discusión con uno de los compradores y declinó en querer venderle el bungalow que está en la isla que visitaremos —la vio suspirar y sentarse frente a él —. Amo esa propiedad y no sabes lo que me costó tener la asociación con ese lugar para poder hacer nuestras ventas. Además, que era una de las mejores comisiones de este mes. Christopher está siendo muy poco profesional, pero mi amistad con él está sobre cualquier cosa —Ian estaba mudo —. Lamentablemente soy yo quien tiene que poner la cara frente a ese cliente, porque yo fui quien cerró el trato con él.
—¿Entonces el viaje? —fue todo lo que pudo decir, sus ideas estaban desconectadas completamente.
—Oh, no. El viaje si va —lo miró —. No era el único negocio que debía cerrar. Como te dije, esta semana será de harto recorrido, firmas y tomadas de mano —se sonrió —. ¿Y por qué estás así? ¿Estás seguro que no te sucedió nada?
Oh, sí, mi querida Isabella. Verás, al escucharte hablar, creí que lo estabas haciendo con mi hermano, seguro lo conoces. Sí, sí Dante, el que fue tu Amo, el que fue tu hombro y tu apoyo por tanto tiempo. Sí, claro cariño, ese mismo con el que anoche te mandaste un show de otro mundo. Entonces, desesperadamente pensé que me darías una patada en el medio de mi culo y me dirías: "Adiosito Ian, si te he visto no me acuerdo". Pero resulta ser que no era lo que yo creía, sino que estabas hablando con tu socio. ¿Qué gracioso no? Puedes reírte en cuanto lo consideres necesario. Porque yo estoy que vomito de lo ridículo que me siento por volver pensar tan mal de ti.
—No pasa nada —si bueno, tampoco era como que le iba a decir todo lo que cruzó por su cabeza —. ¿A qué hora nos vamos? —porque claro, quedaría como el mayor imbécil de todos los tiempos. Además, seguro como el infierno que Isabella se volvería a enojar y no queremos eso, ¿verdad Ian?
—El auto nos recogerá en unos veinte minutos.
—Tiempo suficiente para poder beber un poco de agua —se puso súbitamente de pie y fue hasta la cocina.
¡Eso es, arranca rata malpensada!
Se pasó la mano por el cabello en un acto de frustración hacia sí mismo. ¿Cómo podía ser posible que una vez más lo háyase atacado semejante inseguridad? ¿Sería acaso que todavía no estaba convencido al cien por ciento del amor que Isabella le tenía? De una buena vez tenía que parar con eso sino quería, en serio, irse al diablo, pero por sí mismo. Si Dante no había hablado con Isabella en el tiempo que le tomó llegar hasta el departamento de ella, por supuesto que él tampoco lo iba a hacer. Si llegase a hablar de su hermano, sería cuando los tres se viesen. No antes. No quería arruinar el viaje porque lo más probable era que, Isabella quisiera hacerlo sola para pensar las cosas. Estaba consciente de su acto egoísta, pero vamos, hacía meses que no estaba con ella y quería tener esa semana solo para ellos. Ahora, celoso no estaba, pero si un poco pensativo por lo que pudiese pasar, así que, esos días quería disfrutarlos. Nada más que eso.
—¿Nos vamos? —le preguntó con su bolso colgando del hombro.
—Sí.
En cuanto estuvieron en el elevador, la abrazó por la cintura y le besó la cabeza. Isabella había respondido rodeando los suyos alrededor de su cintura mientras se apretaba contra él. El pecho de Ian sintió un leve regocijo y echó por tierra todo pensamiento que se atrevió a cruzar por su cabeza. Así que en cuanto las puertas se deslizaron, salieron tomados de la mano. Le ayudó a subir y luego fue a dejar el equipaje en la maleta del auto. Le sonrió al conductor, que se veía un tipo bastante amable, y asintió a modo de saludo. Luego se sentó al lado de Isabella, respiró el aroma de su cabello cuando ella puso la cabeza sobre su hombro.
—Espero que no te arrepientas de ir conmigo, Ian, todos los días estaré fuera del hotel hasta el anochecer.
—Yo estaré esperando por ti —le besó la frente —. Tú solo has lo tuyo tranquila, que después en la noche te daré tu relajo.
—Llevo algunas cosas con las que podremos jugar —Ian se mordió la lengua porque ya quería que la noche llegase.
—¿Cómo cuáles?
Isabella levantó el rostro y alzó un poco el cuerpo para decirle al oído —: Esposas, cuerdas, flogger, paleta de madera, vendas, y unas cuantas sorpresas más.
—¿Y el anillo? —le susurró de vuelta.
—No, llevo algo que es muchísimo mejor —miró de soslayo al conductor y siguió —. Quiero que juguemos mucho.
—¿Desde esta noche? —Isabella negó con una sonrisa perversa.
—Desde ahora —le dijo aún más bajo —. Vas a ser mi sumiso por tiempo completo —fue deslizando la mano por la rodilla de Ian, hasta que llegó a la entrepierna y le apretó —. Este juego saldrá de las cuatro paredes y lo incorporaremos a nuestros días cotidianos. Saldrá de la cama que vamos a compartir y lo volveremos parte de nuestras vidas. Nada de Isabella, solo Señora. Nada de tú, solo usted. Nada de altanerías, solo obediencia. Consideremos algunas cosas.
—Muy bien —hablo en estado seducido.
—Hasta para ir al baño me tendrás que pedir permiso, ¿bien?
—Sí, Señora.
—No me vas a tocar a menos que yo te diga, ¿de acuerdo?
—Como usted ordene.
—Si te digo que duermas en el suelo como un perro, lo harás sin poner objeción, ¿alguna objeción?
—Ninguna.
—Si te quiero tener amarrado todos los días, no te opondrás, ¿se entiende?
—Completamente.
—Me mirarás cuando yo quiera que lo hagas —eso no le gustó porque le encantaba observarla —, ¿estamos?
—Sí.
—Hablarás solo cuando yo te pregunte alguna cosa, ¿estás claro?
—Bastante.
Isabella sonrió con burla —Vamos a ver cuánto te dura lo mudo —sabía que le costaría dos mundos —. Básicamente serás mi esclavo —le apretó un poco más fuerte entre las piernas —. ¿Algo que decir al respecto?
—Solo que todos los días me dé un beso en la boca —Isabella sonrió.
—¿Sólo eso?
—Creo que usted ya sabe mis límites.
—Sí y también sé qué tu palabra de seguridad sigue siendo la misma —Isabella le pasó la punta de la nariz por el cuello y sintió aquel exquisito aroma varonil que tanto lo caracterizaba —. Ah, por el nombre de sumiso, no te preocupes que será el mismo que te puso Olenka —Ian la iba a mirar, pero en el último momento volvió su vista al frente.
—Está bien.
—Bueno, entonces ya sabes —se separó de él y volvió a mirar por la ventana como las calles pasaban frente a sus ojos —. Eres mi exquisito Cioccolato amargo.
Ian sonrió con disimulo...
Al cabo de una hora, ya estaban en el aeropuerto. Ian, hasta el momento, había hecho todo lo que ella le había ordenado. Desde abrirle la puerta, hasta acomodarle el asiento de primera clase en la que estarían. Y sí, se había dado cuenta de que algunas personas lo quedaban mirando de más, sobre todo, cuando la llamaba: "Señora". Seguramente pensaban lo mismo que él, cuando la vio por primera vez y Phillip la había llamado igual como lo estaba haciendo él. Ian creyó que ese tipo era un trabajador, pero no, esa noche era su sumiso. Al igual que él en ese instante y en esos días. Debía reconocer que aún le era extraño tratarla de usted, cuando esa misma mañana le había dicho: "Payasa".
Pero bueno, también sabía que estando a solas con ella, eso pasaría. Sabía bien que entrarían en rol en cualquier momento, pero lo que no sabía, era que Isabella lo querría como sumiso toda la semana y a todas horas. Era una prueba enorme, pero también debía reconocer que eso no le desagradaba en lo absoluto, todo lo contrario, la idea era demasiado tentadora como para haberle argumentado cualquier cosa. Le gustaba pensarse en cualquier situación que ella le ordenase. Le temblaban las malditas manos, es más, tenía muchas ganas de llegar porque el deseo que tenía por sentirla dueña y señora de su cuerpo, era algo abrumador.
—Buenas tardes, señorita —saludó una azafata que, en vez de ver a Isabella, estaba observando a Ian —, ¿desea algo de tomar?
—¿Me estás preguntando a mí o a él?
—A usted —dijo desconcertada.
—Ah, ya. Como en vez de mirarme a mí, lo estás viendo a él —habló mordaz —, me entró la duda.
—Oh, lo siento —se disculpó con la cara roja.
—Sí, bueno, no lo sientas tanto —le acarició la mejilla a Ian, que estaba con los ojos pegados en sus piernas —. ¿Verdad cariño?
—Sí, mi Señora —la azafata abrió los ojos y se tragó la lengua.
—Por favor, sírvenos café —la mujer solo asintió y se fue, Isabella gruñó un —: Estúpida, por último, debió disimular las ganas que te tenía —chasqueó la lengua —. Seguro que, si hubieses estado soltero, estarías siguiéndola para follarla en el baño, ¿no?
—No la vi, así que como usted entenderá no puedo decir nada al respecto.
—Yo sí, y digo que es de tu entero gusto —le tomó la barbilla e hizo que la mirara a los ojos —. Lástima porque eres solo mío.
—Exclusivamente suyo —su mejilla ardió.
—No te di permiso de hablar —luego le acarició con el pulgar —. Aunque me encantó eso de la exclusividad —le besó donde lo había abofeteado, justo en ese momento, llegó otra persona en vez de aquella azafata —. Gracias —asintió y le extendió uno a Ian —. Eres tan caliente como este café, pero, ¿cuánto tolerarás el líquido hirviendo dentro de tu boca? —antes de levantar la taza le dijo —: Si cae una sola gota, te castigaré.
Isabella bebió un sorbo y luego le tomó el mentón a Ian. Si bien era bastante quisquillosa de traspasar alimentos desde su propia boca, le encantaba probar eso con él. Sobre todo, porque recordó lo del pichón. Así que le metió el pulgar por entre los labios e hizo que los separara, acercó el rostro y lo besó, haciendo que Ian bebiera. Estaba tan caliente que su cavidad bucal ardió de forma inmediata. Su primera reacción fue la de querer quitar la boca, pero Isabella lo tenía lo bastante quieto como para que eso no pasase. No sabía cómo diablos ella podía soportarlo, pero en cuanto se lo tragó, sintió la lengua de Isabella. Ella le lamió, pero solo en eso se quedó. Una leve caricia. Un suave mimo.
—Lo has tolerado bastante bien, pero ahora quiero que seas tú el que me lo dé a mí.
Ian vio como ella abría la boca y sacaba la punta de la lengua para recibirlo, tragó saliva y soltó un poco el aire. No sabía si estaba exagerando o no, pero se consideraba un intolerante de lo caliente, algo contradictorio, conviniendo como era él. Pero bueno, dio un largo sorbo y apretó los ojos por unos segundos porque le dieron escalofríos. Sin embargo, los abrió de golpe porque Isabella lo había agarrado del pelo y fue sorbiendo con lentitud, hasta que en su boca no quedó más que el intenso sabor. Y ahí sí que le ella le dio un beso largo, de esos que te hacen olvidar el dolor por la quemazón.
—Recuerdo que una vez bebiste vino en el cuerpo de una mujer —comenzó —. Eres un hombre muy osado y candente, Cioccolato —Ian se sorprendió que, de pronto, lo llamase así —. Eres capaz de hacer cualquier cosa cuando algo te gusta, ¿verdad?
—Sí.
—¿Será lo mismo cuando algo no?
—Lo dudo.
—Pero estamos jugando para conocer tus propios límites, así que hagamos una pequeña prueba —en su cartera, había escondido una prenda —. Una vez me dijiste que estarías dispuesto a ponerte mis bragas —le mostró la fina tela entre sus dedos —. Anda póntela.
—¿Ah?
—No me gusta repetir las cosas dos veces. Con una basta y sobra —se la lanzó a la cara —. Quiero ver cómo te queda —sonrió.
—Está bien —murmuró.
Se puso de pie e iba a salir cuando la voz de Isabella lo detuvo —¿Adónde se supone que vas?
—Al baño.
—No, cariño, quiero que lo hagas aquí —ladeó la cabeza —. No me pongas esa cara porque ya puedo ver que esta mierda te está poniendo mucho, solo es cosa de mirar tu entrepierna para notarlo —apoyó la espalda en el asiento —. Además, eres lo bastante descarado como para que esto no te importe un carajo, así que vamos, comienza a quitarte la ropa.
Ian, bajó la escrutadora y penetrante mirada de Isabella, comenzó a desabotonar su pantalón. Y sí, la sensación de ser pillado infraganti, le agregó algo especial e intenso al momento. El sonido del cierre bajando, fue lo único que se pudo escuchar y estaba más que seguro que ella estaba con los ojos clavados en su miembro, puesto que ni siquiera se había tomado la molestia de ponerse ropa interior. Maldita sea, la sensación de hacer lo que ella quería lo había puesto todavía más duro y cuando Isabella le dio un azote con los dedos, lo dejó aún peor. Así que se apresuró en quitarse los zapatos y cuando estaba por ponerse aquella braga, suspiró porque era algo que nunca esperó hacer.
Él, ponerse una prenda femenina, era algo surrealista...
Pero excitante...
—Quiero que lo hagas lento. Quiero que me deleites con tus movimientos mientras la subes.
Ian recordó las veces que se las quitó, para nada había sido delicado y eso, en ese instante, le estaba jugando malditamente en contra porque estaba tan nervioso que no sabía cómo diablos subirse esa braga de una forma sensual. ¿Cómo lo haría una mujer? ¿Meneando las caderas? No, él no lo haría eso. ¿Bajando el cuerpo y dejando el culo en pompa? Eso tampoco estaba en sus planes hacerlo. Sin embargo, quería seducirla, así mismito como ella lo había seducido a él. Por lo que enganchó los pulgares en las orillas, metió una pierna, luego la otra y fue subiéndola mientras apretaba sutilmente los muslos. Quien lo viese, pensaría que se convirtió en quizás qué. Y tarde se dio cuenta que esa mierda no se ajustaba a su anatomía, porque una mitad le quedaba tapada y la otra mitad medio colgando.
—Debí prever que esto pasaría —Isabella se echó hacia adelante —. Vamos a arreglar esto —sonrió —. Estando así de erecto no puedo, Ian. ¿Por qué siempre tienes que ponerte en este estado?
—Porque es lo que usted me provoca.
—Muy mal —susurró con el dedo en el mentón —. No querrás tener la punta afuera de la braga, que problema. Bueno, no tienes más remedio que quedarte así hasta que se te baje —agarró el pantalón de Ian y se lo pasó —. Mejor póntelo.
Por primera vez en su vida, se sentía realmente muy avergonzado. Le encantaría tener el poder mental de pedirle a su jodido miembro que se quedase quieto, pero no, era como si el muy maldito tuviese vida propia que no acataba ni un carajo, menos cuando estaba con ella. Se volvía díscolo y descarado. Desvergonzado y a la vez orgulloso de mostrarse erguido para Isabella. A penas se pudo subir el cierre, el que, por cierto, le quedó un tanto apretado. Se quedó esperando a que Isabella le invitase a tomar asiento, pero eso no sucedió. Así que no le quedó más remedio que quedarse de pie por casi una hora. ¿Sería una especie de castigo? No estaba seguro de ello, ya que no conocía los métodos de corrección que ella implementaba.
Lo peor, era que esa incomoda prenda se le metía en el culo. Tuvo que disimular cuando abrió un poco las piernas para ver si así se le quitaba, pero pasó todo lo contrario. No tenía idea de cómo las mujeres podían soportar tener algo que prácticamente se incrustaba entre las nalgas. Joder, nunca debió tan siquiera decirle que estaría dispuesto a ponerse su braga, fue un terrible error del cual en ese instante estaba muy arrepentido. Sobre todo, porque sentía sus bolas apretadas a más no poder.
—¿Estás bien? —preguntó luego de un larguísimo silencio.
—Sí —mintió.
—Debes estar cansado, deberías de sentarte.
Lo mejor hubiese sido quedarse parado todo el puto viaje, porque cuando optó por hacer lo que Isabella le sugirió, fue aún peor, como si eso fuese posible. Y todo el viaje estuvo haciendo muecas porque podría jurar que la fina tela se le enterró en cada parte. Durante el resto del vuelo, estuvo intentando acomodarse, pero nada surtió efecto por lo que se dio por vencido y con un pesado soplido abrió las piernas y así se quedó.
Sufriendo en silencio...
—Espero que te guste la habitación —expresó en cuanto abrió la puerta —. No es demasiado grande porque se suponía que vendría sola, pero espero que te sientas cómodo porque el espacio es un poco pequeño para los dos —¿pequeño? Ian no sabía qué tipo de concepto tenía esa palabra en ella, pero para nada ese adjetivo encajaba con el lugar. Isabella, al ver que Ian no le respondía nada, decidió hacer lo siguiente —: Haremos un pequeño cambio. Como no me gusta sentir que hablo con una muralla, podrás intervenir sin necesidad de que te haga una pregunta, ¿te parece?
—Sí.
—Solo una cosa, tampoco es para que me hables cada vez que se te antoje. Si bien es una pequeña modificación, no esperes más.
—Está bien.
—Puedes dejar tus cosas ahí —le apuntó un enorme mueble —. Yo iré a darme una ducha, el viaje ha sido agotador. Si gustas, puedes descansar un poco.
Como quería acompañarla, solo acompañarla y observar como el agua se deslizaba por su cuerpo. No hacer nada más que eso, mirarla, pero sabía que, si no se lo pidió, era porque Isabella deseaba estar a solas. Entonces lo mejor sería aprovechar la oportunidad de quitarse por unos momentos la braga, no obstante, cuando se estaba desabotonando el pantalón, sus manos se quedaron quietas. No, no lo haría porque ella no se lo había ordenado y por mucha molestia que pudiese sentir, quería ser obediente. Solo se acostó de espalda sobre la cama y se decidió a mirar el blanco techo mientras sus partes íntimas latían con fuerza. Cuando la puerta del baño se abrió, Ian se sentó y cuando la vio, casi se le cae la quijada.
Isabella estaba solo con una pequeña toalla enrollada en las caderas, mientras que la otra estaba sobre sus hombros y con la punta se quitaba el exceso de agua del cabello. Si bien sacó de inmediato los ojos de ella, vio de soslayo como caminaba hasta el closet y sacaba una pequeña maleta de color rojo. La abrió e Ian pudo percatarse que ahí estaban sus juguetes y accesorios. Isabella tomó un par de cosas y se volteó hasta él
—Ven aquí —apuntó con el índice hacia abajo. Ian así lo hizo —. Quiero que te quites toda la ropa y solo te quedes con mi braga puesta. Que eso, me encargo de sacártelo yo.
Pronto percibió el aire cálido en su cuerpo, mientras las prendas caían, él más ansioso se ponía. Oh, Ian, siempre tan galante, siempre tan arrogante, ahora no eres más que un puto entregado a tus más bajos instintos que obedeces a sabiendas de lo que se vendrá para ti. Si bien Isabella no deja vislumbrar sus intenciones, tú estás más que dispuesto a saltar en aquel océano y ahogarte sin importarte nada más que el placer de ambos. No darás manotazos para intentar salir a flote, solo te dejarás llevar por la corriente de su dominio hacia ti.
—Anoche —comenzó mientras se agachaba ante él y arrastraba la tela enredadas en sus dedos —, tuviste la desfachatez de aprovecharte que tenía la guardia baja para meterme la braga dentro de la boca —siguió cuando la tuvo en su mano —. Esta es mi manera de retribuirte el descaro de ayer y desde ahora, quiero que estés atento a todo lo que te haré.
Con la prenda puesta en el índice, la fue metiendo entre los labios de Ian, quien no pudo hacer más que recibirla. Observó como Isabella se sonreía, como se giraba dándole la espalda y como luego volteaba de vuelta con unas esposas que tenían cadenas. Le hizo un gesto para que se arrodillase, él obedeció. Sintió como el suave cuero envolvía sus muñecas, pero abrió los ojos cuando se percató que también rodeaban sus tobillos. Nunca se fijó en que eran cuatro y no dos esposas.
—Oh, Ian —murmuró —, este hermoso juego lo compré pensando en que un día lo podría usar contigo. Si vieras lo espectacular que se ven las cadenas cruzadas detrás de ti, no me lo creerías. Y no te preocupes, no te harán daño —se puso frente a él y tocó el encaje que colgaba de su boca —. Pero son lo suficientemente fuertes como para que no puedas soltarte —bajó la vista —. Veo que ya estás animándote, pero vamos a estimularte un poco más.
Llevó la mano hasta la entrepierna de Ian y comenzó a pasar las yemas de los dedos a lo largo de su miembro, hasta que lo empuñó y masajeó con brusquedad. Ian pronto empezó a gruñir porque esa mierda le estaba gustando demasiado. Ya podía palpar como la tela se mojaba con su saliva, pero eso no le importaba porque Isabella tenía las manos sobre su jodido miembro. No obstante, su respiración se dificultó cuando ella movió la muñeca de adelante, hacia atrás. Estaba tan erecto que le dolía, pero lo mejor estaba por venir y eso aún no lo sabía.
—Placeres hay de todo tipo —anunció —. Placeres visuales, como lo eres tú para mí. O placeres táctiles, como el que estás sintiendo ahora. ¿Pero has sentido un placer tan lascivo que te deje el cerebro fundido? —negó con la cabeza —. Nuevamente —susurró en su oído —, seré la primera.
Isabella dejó de tocarlo para rebuscar en la maleta un objeto que Ian jamás hubiese pensado en usar. Un consolador. Y en cuanto escuchó la primera vibración de prueba, se exaltó. No, Isabella no le metería esa mierda, ¿cierto? Ella sabía muy bien cuales eran sus límites y que ese objeto era una de las cosas prohibidas pactada entre ambos. Estaba dispuesto a hacer lo que ella quisiera, menos dejarse sodomizar. Tragó grueso cuando, además de tener esa mierda en su mano, también había tomado unas especies de elásticos tan anchos como la yema del dedo pulgar. Estaba jodido, porque ya le había advertido que no podría romper las cadenas, pero estaba empezando a desesperarse cuando se acercó a él.
—¿Qué harás? —ella se puso seria cuando se percató que había escupido la braga para hablar —. Lo siento, ¿qué hará?
—¿Por qué te la has quitado? —inquirió con el tono duro.
—Porque necesito saber qué hará.
—Ian, Ian —movió la cabeza al tiempo que tomaba la fusta —. Nunca debes desobedecerle a tu Ama —le dio un azote en el bajo vientre.
—¡Carajo! —bajó la cabeza, haciendo que el cabelló le cubriese las cejas.
—Si yo no te digo que te la quites, no lo haces, ¿entendido? —le dio otro, pero en el pecho.
—¡Sí!
—Ahora, respondiendo a tu pregunta —habló mientras se la volvía a poner en la boca —, haré algo que te va a encantar, porque eres un sucio pervertido idóneo para este tipo de cosas.
Se quedo en completo silencio cuando palpó como le volvía a tomar el miembro. Como le ponía uno a uno esos elásticos y como después de eso, pasaba el consolador entremedio. Sin embargo, no entendió cuál era el propósito de ello, hasta que el aparato comenzó a vibrar nuevamente. Dio un ligero brinco debido a la sensación que el juguete implicaba para su excitación. Es que era algo impresionante, el sentir como esa cosa lo estaba estimulando mucho más allá de lo que él tan siquiera creyó. Su estómago que apretó, al igual que sus manos. El sudor comenzó a cubrir su cuerpo e instintivamente comenzó a mover la pelvis, pero se detuvo debido a la ráfaga de dolor que atravesó por su pecho.
—Creo que te estás divirtiendo demasiado con mi juguetito —su piel pronto se puso roja porque Isabella le dio otro golpe —. Con lo sucio y obsceno que eres, supongo que te está encantando esto, ¿no?
—Humm...
—Lo sabía —Isabella apretó otro botón para subir el nivel de vibraciones —. Solo te toqué un poco y estás casi desesperado, gruñendo como un animal.
Ian cayó de costado al piso, con el rostro pegado en la alfombra y retorciéndose de lo excitado que estaba. Por impulso, enrolló los dedos alrededor de las cadenas y tiró. Ya no estaba viendo a Isabella, porque había apretado los párpados, por lo que no se había percatado que ella había ido hasta la cocina. Sin embargo, lo estaba disfrutando con un descaro insultante. No podía pensar en otra cosa que no fuese en como su falo se sacudía gracias al consolador. En cómo seguía endureciéndose, haciendo que aquellos elásticos se apretasen todavía más. En como su pecho subía y bajaba debido a la enorme descarga de algo malditamente enigmático que estaba experimentando.
—Oh, Ian, estoy a punto de ponerme celosa de mi propio juguete —él abrió los ojos, pero las lágrimas no lo dejaron enfocar la vista hacia Isabella —. Te ves delicioso estando así de sometido —se agachó a su lado y lo acarició —. Este espectáculo tan perverso es digno de ti —llevó la mano hasta sus testículos y los apretó.
Entonces Ian se estalló...
—Nunca te dije que podías correrte —se pasó la mano por la mejilla —. Menos en mi cara —se vio los dedos y luego se los chupó —. Oh, que sumiso tan desobediente es el que tengo —comentó con fingida lamentación —. Primero se quita mi braga de la boca y ahora se corre, más encima tu sucia corrida saltó a mi rostro —negó al tiempo que le agarraba el cabello —. Así no se puede. Tienes claro que, si tu Señora no te da la orden, no puedes llegar al orgasmo —nuevamente aumentó el nivel de vibraciones e Ian bufó ronco —. ¿No te gustó la indisciplina? Ahora tendrás el doble de tortura porque tu insolente falo se ha puesto flácido, y todos sabemos que el hombre necesita varios minutos para volver a ponerse erecto, así que, pasa esos minutos sintiendo como se sacude el consolador en tu casi marchito miembro.
Y fueron los minutos más largos de toda su maldita existencia. Mientras él estaba envuelto en aquel suplicio, Isabella estaba chupando una naranja al tiempo que lo observaba con ojos perversos. Sin embargo, solo le bastó con ver los movimientos de su lengua sobre la fruta, para imaginarse que era a él a quien estaba lamiendo. Que esa gota cítrica que corría por su barbilla, no era más que una gota de su segunda e inminente corrida. No obstante, en esa oportunidad, lo haría solo cuando ella se lo permitiese.
El verla borrosa, era más torturante que sus sensaciones de estar esposado, con un consolador prácticamente pegado en su miembro, porque deseaba observar cada expresión de su altanero e inescrutable rostro. De su placentero y a la vez codicioso rostro, porque Ian estaba seguro que tenerlo así, hacía que lo desease como a ninguno.
—Vamos a ir un paso más allá —avisó.
Ian mordió la braga cuando Isabella le pasó la lengua por el pezón, sin embargo, no fue por ese motivo, sino que fue porque ella llevó los dedos debajo de su nalga y comenzó a ascender por entremedio de ellas. Solo pudo cerrar los ojos cuando dejó un dedo en ese lugar donde creyó que jamás sería tocado. Sus puños se apretaron, pero el que Isabella fuera tan osada en acariciarlo con delicadeza, logró hacer que algo en él se activara. Aquella percepción era distinta a las demás y sumándole el hecho de que el consolador seguía haciendo su trabajo, le agregaba un estímulo desvergonzadamente impensable para un tipo como él.
—¿Te gusta? —le murmuró al tiempo que le hacia un toque circular —. No hace falta que me respondas, Cioccolato, tus gemidos me afirman que, para variar, soy la primera que te ha tocado aquí —hundió un poco la yema del dedo en él —. ¿Alguna vez has escuchado que este punto es el de máxima excitación para un hombre? —Ian, apenas, asintió —. Es un hecho que no meteré nada en este lugar —hizo un movimiento en redondo e Ian se contrajo —, pero bien puedo inducir a que sientas un orgasmo diferente.
No era necesario hablar más, cuando ambos sabían que él estaba ardiendo peor que el infierno. Había leído sobre la zona erógena del hombre, pero siempre fue un escéptico con respecto a ello. Sin embargo, en esa habitación estaba haciendo caer su propia suspicacia porque, Dios, lo que estaba experimentando era algo potente, por decirlo menos. El que Isabella estuviese jugando allí, quitando y volviendo a poner ese jodido dedo. Masajeando y apretando, al tiempo que le pellizcaba un pezón, era una mierda exquisita. En ese momento estaba siendo demasiado consciente de todos sus puntos sensibles. Estaba conociendo con tanta exactitud cada recóndito lugar de su cuerpo que, eso le tenía la mente aturdida.
—Ni se te ocurra —advirtió cuando se percató que no podía aguantar más —. Solo cuando yo te diga.
—Humm... —ese algo indescifrable fue con la garganta apretada.
Sus contracciones pélvicas iban en aumento, y era más intenso que cuando solo follaba. Era algo abrumador y podía atreverse a decir que, hasta diez veces más violento era lo que estaba incubando para dejarlo salir. Sus terminales nerviosas estaban cosquilleando, las descargas comenzaban a formarse con rapidez. Y el que Isabella estuviese ejerciendo presión en su, recién descubierta, parte más sensible, no ayudaba para nada. Sabía que desde hacía varios minutos sus caderas se estaban meneando y agradecía que Isabella no lo háyase detenido porque necesitaba hacerlo.
—Cuando quieras.
Y esas palabras fueron la aprobación por la que tanto esperó. Aquellas caricias tan acertadas que Isabella le hizo, no provocaron más que Ian alcanzase un placer que realmente rayó en más allá de lo supremo. No obstante, cuando palpó en pleno el dedo en su interior, apreció una liberación que se convirtió en el orgasmo más intenso que pudo tener en su vida.
La bestial ambrosía que lo envolvió por completo, no hizo más que reafirmar que todavía no conocía todos los paradigmas que involucraban completamente al sexo. Estaba viviendo su propio nirvana y eso lo tenían temblando como un animal salvaje. Aquel nuevo matiz, nubló sus pensamientos y solo se dedicó a disfrutar de aquel arrollador clímax que lo tenían cubierto de lágrimas.
Lágrimas de placer...
Un placer insólito...
Un placer sublime...
—Esperemos a que te calmes un poco —el tono de satisfacción que Isabella expresaba a través de sus palabras, hizo a Ian cerrar los ojos porque él se sentía igual o peor que ella —. Vamos a quitar estas hermosuras —las cadenas hicieron un leve sonido —. Refréscate con esto —y le metió un gajo de naranja luego de sacarle la braga de la boca —. Eres un baboso, tendré que tirarla a la basura.
—Lo siento.
—No pasa nada, es normal —Ian se había sentado de piernas cruzadas e Isabella se fijó en que estaba viendo como el consolador seguía agitándose —. Puedes quitártelo.
Ian quiso tragar saliva, pero no tenía ni un gramo de humedad dentro de su boca y la fruta no había ayudado demasiado, era como si se hubiese absorbido en sus papilas gustativas, lo que le provocó más sed. Cuando tuvo libre su miembro, se dio cuenta que estaba muerto y se quiso reír porque lo quitó absolutamente flácido del juguete. Que jodida pasada y que brutal juego el de Isabella. Lo dejaron pendiendo de un puto hilo por interminables minutos, pero fue como si todo el suplicio de ello se hubiese esfumado con un solo chasquido de dedos y fue embriagante todo aquel trance que ella le acababa de hacer vivir.
—En tu rostro se puede ver que lo has disfrutado.
—Ha decir verdad, sí.
—Me alegro mucho —le acarició el rostro.
—Gracias mi Señora.
—Has sido un completo espectáculo —sonrió —. ¿Te sientes avergonzado?
—No, y lamentó haber desobedecido —bajó la cabeza —. Solo que...
—Creíste que te sodomizaría —interrumpió —. Yo sé el acuerdo al que hemos llegado, no debes pensar en que lo romperé porque ese no es mi estilo. Quise hacerte sentir el placer que conlleva un buen toque. Así como también quise derribar una barrera en ti —le extendió un vaso de agua con hielo —. Se dicen tantas cosas y muchas de ellas solo son un mito. Varios creen que por dejarse penetrar o que se les acaricie, pierden la hombría o la heterosexualidad cuando no es así. Al contrario, muchos no saben que jugar precisamente en ese lugar te hace experimentar sensaciones antes no conocidas. Y por tu forma de ponerte a la defensiva, por tu cara cuando viste el consolador, puedo decir que eres uno de esos —sonrió —, ¿verdad?
—No sé cómo lo haces..., hace, pero es capaz de leerme como nadie.
—Una vez te lo dije —le tomó la barbilla e hizo que la viera directo a los ojos —, conozco a los de tu tipo —le dio un beso en la boca —. Ahora ve a darte una ducha y luego a descansar.
Y si pensó que descansaría en los reconfortantes brazos de ella, pues estaba muy equivocado porque, cuando salió del baño, se percató que Isabella le había arreglado unas mantas y unas almohadas en el piso. No le quedó más remedio que dormir como su fiel perro y se quedó pegado en la oscuridad de la habitación cuando, de repente, se acordó que alguna vez se dijo que jamás sería el perro de nadie. Sí, Ian, ¿podrías repetirlo? No, no podía porque era el mismísimo cachorro cachondo del que tanto se mofó alguna vez. Solo le faltaba ponerse a gimotear para llamar la atención de su dueña y hacerle saber lo solo que se sentía por estar durmiendo a los pies de su cama y no con ella. No con el calor que expulsaba su cuerpo y no con las caricias vagas que sus dedos dormidos le daban.
Los días fueron pasando y las ordenes comenzaron a ser cada vez más complejas y severas. La primera de esa mañana, fue comer su desayuno de rodillas ante ella, mientras Isabella le daba uno que otro palmoteo en la cabeza, como si fuese un can. Su can. La segunda, fue la de solo andar en cuatro patas, la verdad era que Ian creía que estaban jugando el rol de Pet Play y ni cuenta se había dado porque Isabella no tuvo la delicadeza de comentarle que sería su mascota. Sin embargo, solo eran leves pinceladas de aquel juego ya que, Ian al haber leído sobre ello, sabía que se requería de un entrenamiento. También estar de acuerdo para hacerlo y afinar los detalles para llevar a cabo el proceso, pero Isabella no había hecho nada de aquello e Ian no estaba interesado en mencionarle nada porque ser la mascota fetiche de ella, le generaba placer.
La tercera, la que más le costó, fue cuando le ordenó que la bañase. Tocar su cuerpo sin poder hacer nada al respecto, fue terrible para él, ya que se la vivía deseándola. Durante las noches, cuando Isabella volvía de sus juntas, Ian le quitaba los tacones y le masajeaba los pies. También conversaban un poco de como estuvo su día. Todavía no habían podido salir porque como le había comentado ella, estaba todo el día afuera y llegaba exhausta. Sin embargo, eso no le importaba porque lo que le gustaba un montón era complacerla en lo que más se pudiera. Además, ella sí había cumplido en lo que le había pedido.
Todos esos días le dio al menos un beso sobre los labios...
Ya era jueves por la noche y ambos estaban en la terraza...
—Supongo que este viaje no es lo que esperabas, ¿verdad? —habló mientras llevaba la copa de vino a su boca.
—Ha sido lo que esperaba —tenía la cabeza puesta sobre las piernas de Isabella.
—¿Qué esperabas?
—Conocerla más en su faceta dominante.
—¿Crees que lo has hecho? —cuestionó al tiempo que le tomaba la mejilla.
—Sé qué falta todavía.
—Lo que has hecho, no son más que pequeñas pruebas, Cioccolato —lo soltó —. Siendo honesta, me encantaría ser más ruda contigo, pero he llegado cansada como para complacernos con una buena sesión.
—¿Desea algo más de beber?
—No —lo miró con intensidad —. Esta noche quiero jugar contigo, ¿estás listo?
—Siempre.
—Ve por la maleta roja y tráela —mientras lo veía caminar en cuatro patas hasta el closet, ella lo siguió hasta el interior al tiempo que se iba quitando la ropa solo para quedar con el liguero —. Lo que me ha dado mucho gusto, es que, en todos estos días, me has esperado como te lo pedí —se pasó la lengua por el labio —, absolutamente desnudo.
—También ha sido un gusto para mí.
—Buen chico —le acarició la boca cuando dejó la maleta a sus pies.
Isabella la abrió bajo la expectante mirada de Ian, quien estaba arrodillado mientras apoyaba las manos sobre sus muslos. Vio como sacaba una delgada cuerda negra, también un par de cosas que antes no había visto. Isabella lo observó por algunos segundos, hasta que movió solo el dedo en lo que Ian entendió que debía ponerse de pie. Le encantaba esa conexión que habían creado en aquellos cortos días. No necesitaba que Isabella hablase para entender, con un solo gesto, lo que ella quería.
—Aún hay cosas que no sabes en profundidad acerca de mí —comenzó al tiempo que levantaba ambas ambos —. Como te has de haber dado cuenta, este mundo está muy ligado con los fetiches y como tal, tengo un levísimo fetichismo con la succión —movió las muñecas haciendo que los objetos se menearan —. Estas son bombas de vacío para pezones y hoy quiero probarlas contigo —sonrió cuando Ian no dijo nada, por lo cual siguió —. Son diferentes a las pinzas ya que ellas están diseñadas para pellizcar, no así estas que, como su nombre lo indican, succionan. Pero tienen un punto en el que se encuentran, ambas llevan sangre a la zona erógena y logran provocar sensaciones muy placenteras —caminó hasta quedar frente a Ian —. En esta velada quiero hacerlo contigo. Quiero que seas mi amante sumiso, loco por mí y por lo que sucederá.
Ian sabía que no solo bastaba con que ella le mostrase un par de accesorios, juguetes o hasta sus látigos para hacer que su corazón se exaltara con intensidad. Sino de la forma en que Isabella le hablaba, su personalidad dominante para ordenarle o comentarle lo que tenía en mente, era lo que lo ponía en estado de trance. Le gustaba cuando acariciaba casi con devoción las palabras que utilizaba para expresar el uso de cada una de ellas. Era una cosa que le salía por sí sola, no había parafernalias o querer verse como una experta a la que debía adorar, no. Daban ganas de oírla porque todo lo que salía de su boca era interesante hasta el punto de volverlo un idiota necesitado de más.
—Sí quiero.
—También hay otra cosa que deseo hacer contigo —tomó aquella cuerda negra —. Quiero atar tu cuerpo con el arte del Shibari —pestañeó tan lento que Ian vio un brillo diferente en sus ojos —. Haré los nudos de tal modo que, te aseguro que te sentirás más sensualmente inquieto que nunca. Te sorprenderás cuando te sumerjas en tu propia vulnerabilidad, explorando y conectándote con el placer que exclusivamente tú sentirás.
Ian se encontraba absolutamente aturdido y no porque quisiera huir, sino porque sabía de lo que Isabella era capaz y quería seguir probando cosas nuevas y mientras ella más se las ofrecía, él más lo deseaba. Sabía muy bien que el estar bajo el poder de las cuerdas te dejaba nulo e indefenso por completo. Sin embargo, también estaba muy consciente que podía seguir entregándose sin temor alguno. Su decisión ya estaba tomada y eso lo hizo dar un paso más hacia Isabella, sin que ella se lo pidiese. Lo hizo tomarle la cabeza con las manos y lo hizo besarla.
Sí, se sorprendió que ella no lo háyase enviado al infierno con un empujón, por haber infringido el acuerdo. No obstante, ya no pudo soportarlo más, quería sentirla suya y quería sentirse de ella. Quería sentir esa boca y que esa boca lo sintiera. Quería sentir su piel y que su piel lo sintiera. Quería tantas cosas y a la vez quería que todas esas cosas llegasen como una avalancha que, no se sorprendió cuando, Isabella, le mordió el labio para alejarlo. La observó y palpó cuando ella hizo presión sobre su hombro.
Ian ya sabía lo que su Señora quería...
Estando Ian a punto de ser atado con las cuerdas, Isabella se acercó hasta él y se las pasó por el hombro. Inmediatamente palpó la sedosa textura y eso le provocó ansiedad. De esas que te hacen sudar las manos o que tan solo te hacen retener la respiración por temor a que el cariz que se ha creado en el ambiente, se esfume en un abrir y cerrar de ojos. Y por supuesto que ya estaba entregado mentalmente y esperando disfrutar de aquella fantasía que significaba estar enredado entre aquellas sogas. Ian, estando de rodillas, pero con las piernas separadas, sintió la cálida respiración de Isabella sobre su oído. Hasta que su suave y femenina voz, acarició su tímpano.
—¿Entonces estás dispuesto a seguir derribando mitos?
—Contigo estoy dispuesto a lo que sea.
—Ese es mi chico.
Las muñecas de Isabella se movían de un lado a otro al igual que sus dedos. Estaba haciendo unos giros que a Ian se le antojaron complejos, más aún cuando veía como los nudos se iban formando sobre su piel. Le agarró los brazos, los cruzó por detrás de su espalda y siguió. Al paso de unos largos minutos, fue viendo como sobre su pecho se dibujaba una oscura red. Y sí, le apretaba, sobre todo cuando Isabella tiraba para ajustar y seguir anudando. La maestría con la que trabajaba lo tenían tan seducido que ni siquiera se dio cuenta cuando Isabella le pasó la cuerda por entre las piernas y tiró. La profunda presión que sintió en las ingles provocó que...
—Tienes tan buenas reacciones.
Y prosiguió, logrando que él diese un ligero respingo cuando un nudo quedó allí..., presionando su propio nudo. Era en el punto exacto y pronto se dio cuenta que ella volvería a estimularlo en aquella zona. Pero no con sus dedos. Y él, que siempre creyó que el BDSM solo significaba dolor y agonía, en ese instante estaba más que seguro que sí, provocaba dolor, pero uno tan placentero que nadie se lo creería y una tan agonía exquisita que se volvía casi una adicción. Sino la hubiese conocido, jamás habría experimentado lo que era realmente un juego sexual, en donde las partes se deben tener una confianza absoluta que les permita hacer caer las barreras del tabú. E Isabella vaya que si había logrado hacerle reventar la bola en su rostro al dejarlo experimentar algo inimaginable que muy pocos se atrevían por miedo, recelo y prejuicios absurdos.
Ese mismo cumulo se sentimientos que alguna vez tuvo él...
—Te amo, Ian.
Eso lo comenzó a oír amortiguado hasta que le vio los labios y su sentido de la audición se afinó para permitirle escuchar con claridad el resto de la frase. Él también la amaba, no se cansaría jamás de decirlo, de decírselo. Y esa confianza con la que ella le expresaba sus sentimientos creaban una emoción insuperable en él. Se vio en la obligación de tragar saliva porque eran tantas las sensaciones de aquella confesión que, se sentía un completo remilgado necesitado de más palabras como esas. Necesitado de eso y mil cosas más. Necesitado de ella en cuerpo y en alma.
Solo se dedicó a disfrutar de sus manos expertas, de sus dedos tibios deslizarse por su cuerpo. Solo se dedicó de disfrutar del cálido soplido que expulsaba de su nariz y golpeaba su piel con un arrollamiento mortal. Estaba seguro que Isabella era su infierno y él era su fuego. En esa habitación de hotel donde llevaban cuatro días conociéndose, habían formado un lazo irrompible. Tanto así que cuando estuviesen de regreso le hablaría con la verdad, le diría quien era él y quien era el hombre que fue su Amo por tanto tiempo. Honestamente, quería ser transparente y que las caretas que, inconscientemente, había creado, las deseaba botar directo a la basura porque Isabella se merecía todo y más.
—También te amo —y no, ella no lo corrigió.
Más bien le regaló una sonrisa que a Ian le revolvió las entrañas...
—¿Listo?
—Siempre.
—Hoy haremos un juego de sensaciones, estas ventosas harán que tus pezones se inflamen y se vuelvan muy sensibles —comenzó a ponerle el primero —. Le llamamos Erotic cupping, y se puede experimentar en cualquier zona erógena del cuerpo, pero sé qué tus pezones son tan sensibles que merecen estar aquí. Esto no es más que un juego sexual que no implica gran trabajo, pero como en todo lo que hacemos, requiere un grado de experiencia para no cometer un error —pronto, Ian comenzó a sentir la presión de la succión —. Seas vainilla o bedesemero, puedes ser creativo cuando de sexo se trata. Sin embargo, nosotros solemos impulsar los límites mucho más allá de lo que un vainilla lo haría —continuó con el otro —. Hay muchas cosas que se han visto erotizadas, lo cual se me hace espectacular porque eso permite abrir las mentes que por mucho tiempo han vivido cerradas en su propia ideología. Puedes permitirte la osadía de hablar sucio, puedes jugar con la imaginación e implementar los fetiches, las ganas y las fantasías. Cuando tienes conocimiento de lo que quieres, estas en libertad de experimentar tantas cosas como se te antoje, el límite solo lo pones tú —se echó hacia atrás y lo contempló sin un ápice de decoro —. Tú me matas.
—Y usted a mí.
—¿Sientes la presión en tus pezones?
—Sí y es algo que no logro descifrar, pero si puedo decir que al menos para mí, es más intenso que las pinzas.
—¿Y las cuerdas?
—Están perfectas.
—Muy bien —soltó el aire al tiempo que se acercaba de nuevo —. Siéntate en el suelo, de piernas cruzadas —él lo hizo —. Cada sensación será la protagonista de esta noche. Quiero que aprendas y sigas conociendo tu cuerpo —le comentó a la vez que tomaba una venda —. Mírame —Ian levantó el rostro y el intenso brillo de sus ojos fue lo último que vio antes de quedar envuelto en la oscuridad —. Te haré el amor, me sentirás y yo lo haré. Pero no solo me apreciarás a mí sobre ti, sino que también estarás muy consciente de los nudos. Cada uno de ellos ejercerá una presión diferente y te hará vivir una nueva experiencia.
Él solo se quedó quieto esperando algún movimiento de Isabella, hasta que palpó un frío líquido sobre su miembro. Pronto fue más que eso, pronto fueron ambas manos las que estaban sobre él. Sabía que había entrelazado los dedos para dejar su falo al medio de sus palmas, subió y bajó con una lentitud abrumadora y aquel aceite pronto se comenzó a poner caliente, por supuesto que las yemas de los pulgares frotaban sobre su bálano, eso lo tenían mordiéndose la lengua y respirando bajito.
Su sentido sensorial le estaba permitiendo oír los movimientos. Le estaban permitiendo oler el etéreo aroma del aceite que estaba utilizando. Le estaban permitiendo notar la tensión de sus pezones encapsulados en aquel vacío. Le estaban permitiendo disfrutar del tacto de esas suaves manos deslizarse. Cada uno de ellos estaba en alerta, activado y dispuesto a seguir saboreando el voraz juego que solo aumentaban y alimentaban sus ganas por estar en ella. Los nudos ya comenzaban a notarse, sobre todo aquel...
La humedad de esa caliente boca fue brutal para él, sin embargo, si hubiese visto que estaba acostada boca abajo, con las piernas dobladas y cruzadas en el aire, con su cabello atado en una coleta. Si tan solo hubiese visto que estaba de forma casual, chupando y lamiendo su miembro como su fuese una paleta de chocolate, de seguro se muere, porque así mismito era como estaba Isabella. Sacaba la lengua, la pasaba hasta la punta, luego cerraba la boca y apretaba. Ian tragó grueso cuando palpó que casi se lo tragaba por completo, pero no le quedó más saliva cuando Isabella tuvo la audacia de tirar las cuerdas de sus ingles y provocar que se apretasen en su punto.
¿Y si le gustaba? Joder, no estaba seguro de admitirlo en voz alta, pero eso le estaba encantando más de lo que creyó. Le gustaba cuando sentía la presión allí, sumándole el hecho de que sentía como sus pezones estaban siendo exprimidos por esas ventosas, era algo feroz. Isabella tenía ese poder que derribaba todas y cada una de sus defensas. Lo volvía salvaje e irracional, dejando sus pensamientos botados a un lado para permitirse dejarse llevar de una forma pletórica y despiadada, haciéndolo desconocerse completamente. Se volvía otro, pero ese otro en el cual se convertía, le cautivaba más que cualquier cosa.
Y casi se le sale todo el aire de los pulmones cuando la sintió sentarse sobre él. Como se deslizaba con lentitud en su interior, hasta llegar a la pelvis. Casi se le sale el aire de los pulmones cuando ella, al comenzar a moverse, provocó que los nudos lo abrazasen casi con vehemencia y tuvo que controlarse, sacar fuerzas de algún lugar para no correrse en el acto. Tuvo que apelar a su nublado juicio cuando aquel vaivén hizo rozar la unión de la soga sobre su zona erógena. Tuvo que recurrir e invocar al diablo cuando sintió como se iba metiendo poco a poco en su interior, porque la percepción era muy distinta a cuando Isabella uso el dedo. Era algo un tanto áspero, duro y el movimiento circular que Isabella hacía con sus caderas no provocaron más que palpara una especie de bolita dentro de él.
Era diferente...
Era extraño...
Era bueno...
Era realmente bueno...
No obstante, estaba tan perdido en su propio placer que, Isabella al sacarle las ventosas y acariciarle ambos pezones con los dedos húmedos, los vellos de su cuerpo se irguieron trayendo consigo un millar de escalofríos incontrolables. No tenía idea que unos accesorios como esos podían llegar a ser así de placenteros porque la presión fue tan localizada que, fue como si alguien hubiese apretujado de forma veloz y a la vez intensa.
Pero el azote de todo aquel conjunto de sensaciones le traería un castigo, quizás de esos durísimos, pero tuvo que hacerlo, no le quedó otro remedio porque era demasiado. Sin saber dónde podía caer su boca, mordió el hombro de Isabella para olvidar las ganas que tenía por correrse, por supuesto que esas mismas ganas se disiparon cuando ella le agarró el cabello y se lo tiró con fuerza por su osada actitud.
—Bufas y muerdes como si fueses una bestia —dicho eso, le pasó la lengua por la mejilla.
Siguió su movimiento temerario y sensual, sabía que Ian estaba casi en su límite, pero le encantaba sentirlo en ella. Ese hombre le provocaba un calor terrible, y seguía echándole más leña a su hoguera al abrir la boca así, lento, para dejar salir la lengua y poner la punta sobre su labio. Al sentir su acelerada respiración y ver como sus aletas nasales se dilataban para dejar entrar el flujo de aire que ella le estaba arrebatando. Estaba jodida y enamorada. Entregada y cazada por un tipo que no esperó. Y le encantaba que fuese de ella, y ella de él.
—No sé porque no hicimos esto antes.
—Nunca debí dejarte partir —le confesó Ian —. Pero estando así, estando aquí, eso ya no importa porque soy solo tuyo.
—Y yo soy solo tuya, cariño.
—Te amo más de lo que imaginé.
—Yo también te amo, Ian.
Y no, no era una puta ilusión. Ya esos meses agónicos habían acabado la noche anterior cuando la volvió a ver. Los errores del pasado se quedarían ahí, solo en el nefasto pasado que él la obligó a vivir. En ese momento, eran uno solo. Donde ella ordenaba y él obedecía. Donde ella estaba sentada sobre él subiendo y dejándose caer con lentitud y deseo. Donde él se zambullía en las paredes internas de su vientre sintiendo cada contracción debido al dulce beso de Singapur que ella le regalaba con pasión. Ni siquiera podía controlar los temblores de su cuerpo, en su mente nublada veía los gestos que ella le había prohibido al haberle vendado los ojos. Se imaginaba el rubor de sus mejillas, sus labios húmedos y el sudor que cubría su cuerpo.
Entonces palpó sus manos ponerse detrás de su cabeza. Palpó como Isabella desanudaba la tela y también como esta se iba soltando para dejarlo observar todo lo que había proyectado en la oscuridad que lo envolvía. Y fue que se sintió mucho más lúcido para apreciar la rigidez de su cuerpo y en como su sensibilidad en aquel lugar, aumentaba con mayor intensidad. Así que solo se pudo despojar de todo lo que alguna vez creyó inverosímil, cuando Isabella lo rodeó con los brazos y tiró el fino conjunto de cuerdas que salían de entre sus nalgas, logrando que lo inevitable, lo impresionante.
Logrando que él, por primera vez, se abandonase por completo. Llegó a creer que su cuerpo levitaba, que su alma se desprendía de él para entrar con una fuerza brutal, para hacerlo caer al suelo, con Isabella arriba mientras ella seguía con aquel juego de la succión en su miembro. Eran movimientos continuos que no le daban descanso. Isabella salía hasta quedar solo con la punta dentro, la apretaba entre sus paredes. Después llegaba a la mitad y hacia lo mismo hasta relajar. Luego repetía el proceso cuando sus cuerpos se unían por completo, la sensación era la de como si le estuviese haciendo un oral, un profundo e intenso puto oral.
—Oh, jodida mierda —murmuró él —. Creo que me voy a morir.
—De placer.
—Absolutamente —estaba malditamente apretado y eso le provocaba más agudeza a su propia excitación —. Siento como me estrechas y es increíble.
—¿Quieres correrte?
—Si sigues ejerciendo esa fuerza alrededor de mi miembro, te juro que no dudaré mucho má... —alzó el rostro porque una profunda ráfaga casi le arrebata las palabras.
Sin embrago, no era debido a un azote de Isabella. Sino que era debido a su propio azote de ardor que sentía en cada fibra de su cuerpo. Todo estaba ocurriendo con una potencia apabullante para él, tanto así que...
—Por favor... —sí —. Mi Señora... —lo deseaba.
—Por favor, ¿qué?
—Deje que me corra —lo quería tanto, tanto —. Se lo suplico.
—¿Recuerdas cuando una vez te dije que me pedirías con necesidad y no por burla? —le susurró en el oído.
—Ah..., lo..., necesito.
—Alguna vez intuí el terror que daba dejarte llevar, ¿en este momento sientes ese miedo?
—No, mi..., mi Señora —agonía, eso era lo que tenía en cada recoveco de su cuerpo —. Y esta noche usted tiene la suerte de ver cuan vivo estoy.
—Lo sé —movió las caderas al tiempo que sonreía e Ian gimió con fuerza —. Así como también me pediste, cuando nos vimos por primera vez, que te pusiera a prueba —Ian tenía los párpados apretados.
—Estos días he conocido tu infierno y por el mismo, juro que me ha encantado chamuscarme en él.
—Eres el juguete de mis perversiones.
—Soy todo lo que usted quiera que sea —quiso mirarla, pero no pudo abrir los ojos —. Y he sido yo quien ha saciado las reprimidas ganas que he tenido hacia usted por todo este tiempo.
Le sopló la piel, justo donde una fina gota de sudor corría e Ian contrajo el vientre puesto que se erizó por completo. Aquel dialogo entre ambos, no era más que un recordatorio del pasado, en donde ambos solían jugar a ver quién era el más poderoso. En donde solían excitarse por medio de indirectas que se convertían en directas desafiantes. En donde él fue quien cayó frente a sus pies y se enredó en esa red de sensualidad que Isabella arrastraba consigo, y de la que no pensaba soltarse nunca más. Porque esa particularidad que Isabella tenía, lo hacían seguir creyendo que ella había nacido para ser una dominante, poseedora de su cuerpo entero.
—Fuiste un privilegiado al cruzarte en mi camino —al no haber quitado la mano de la cuerda, aprovechó de tirarla de otra vez y un nuevo torbellino de placer lo atacó —. Pídemelo otra vez. Quiero escucharte suplicar por mi permiso para correrte.
—Mi Se..., Señora, se lo imploro —levantó la cabeza, abrió los ojos e Isabella vio en sus dilatadas pupilas el ruego —. No..., puedo más.
—Cuenta hasta diez y podrás liberarte —y sí, era obvio que ella no se la haría fácil.
No le pidió que contase sin un propósito y ese fue el de subir...
—Uno —para bajar con calma, mientras él se encogía —. Dos —el de apretar sus pezones y retorcerlos —. Tres —el de volver a tirar las sogas de sus nalgas —. Cu..., cuatro — el de mover las caderas en círculos mortales —. Ci..., ci..., cinco —el mismo que la hizo enderezar el cuerpo, llevar las manos hasta atrás y rasguñarle los muslos —. S..., seis —el de bajar la cabeza y lamerle el medio del pecho —. Siete, mierd..., santa —el de tomarle el cabello y hacerlo observar como sus senos se movían al compás de sus vaivenes —. O..., cho —el de obligarlo, a duras penas, a sentarse —. Nue..., ve —que terrible lucha interna —. ¡Diez!
Y sucedió con la fuerza de un huracán...
—¡Maldita sea!
Ella solo dejó que él otra vez la mordiese y soportó el dolor de sentir sus dientes enterrados sobre su cuello, como si fuese un vampiro. Nunca lo habían hecho así, tan maravillosamente brutal y eso generó que los calambres orgásmicos se acentuaran y viajaran en cada célula de sus cuerpos, para dejarlos sin gemidos que pudiesen soltar. Isabella palpó cuando Ian soltó el agarre de su boca y su piel quedó latiendo en aquella zona, no obstante, no se comparaba con los latidos que golpeaban en su entrepierna.
E Ian, Ian estaba prácticamente tocando las puertas de más allá. Pero en esa habitación, había dejado de estar cuando terminó aquel infernal conteo que lo dejó colgando en el trapecio de su orgasmo. Su barbilla estaba temblando con fuerza y los sonidos arrítmicos de su corazón no tenían para cuando ralentizarse. No fue consciente de sí por muchos minutos. Cada punto, cada caricia y hazaña de Isabella, lo hicieron olvidarse hasta de formular palabras. Podría jurar que ni siquiera se acordaba de su jodido nombre.
—Te llamas Ian.
—¿Eh?
—Has estado balbuceando por varios minutos —sonrió al tiempo que le besaba los labios.
—Me has dejado hecho un despojo —la sonrisa de Isabella se acentuó todavía más.
—Ha sido increíble, Ian —él solo asintió porque estaba sin fuerzas —. Vamos a soltarte.
—Creo que voy a partirme en mil pedazos.
—Tranquilo, cariño, nos iremos a dar una ducha con el agua caliente para relajar los músculos.
—Gracias, no encuentro las palabras para decirte lo que quiero.
—Ha sido un disfrute delicioso para ambos, no hay mucho que se pueda decir —con las piernas temblorosas, se puso de pie y luego lo ayudó —. Seguro que tu piel está marcada por las cuerdas.
Las fue soltando e Ian notó de forma inmediata como su cuerpo ardía producto de la fuerza que ejercieron las sogas sobre él. Y sí, estaba dolorosamente rojo y todo en él palpitaba. Sin embargo, cuando Isabella se puso de rodillas para quitar los nudos que le dejó entre las ingles y las muñecas, recordó lo que había olvidado, sí, sí, ese mismo nudo. Se mordió los labios porque Isabella lo miró hacia arriba con el rostro lleno de burla.
—Mañana tengo libre —comentó para distraerlo y jalar.
Y sí, Ian si sintió cuando eso salió de su interior...
—Y hasta ahora llega tu sumisión de tiempo completo.
—¿Cómo?
—Como lo has escuchado, quiero que seas mi novio de día y mi sumiso de noche.
—¿Me estás pidiendo que sea tu novio?
—No le encuentro sentido a pedirlo, pero sí —se puso de pie —. ¿Nos vamos a la tina?
—Sí, por favor, mi novia.
—Se me olvidó comentarte algo —comenzó mientras caminaban hacia el baño —. Hoy me ha llegado una invitación del castillo. Mañana hay noche Femdon, y si no estás muy agotado quisiera llevarte conmigo.
—Tenemos que hablar —cortó serio e Isabella lo quedó mirando.
—¿Sobre qué?
—Sobre el tipo que fue tu Amo.
—No —respondió igual de seria —. No me interesa hablar de él en este momento que estamos tan a gusto.
—Espera.
—Te dije que no quiero, Ian —alzó la barbilla desafiante —. No quiero ni pensar que otra vez estás volviéndote inseguro sobre ese tema.
—Quiero decirte algo importante.
—Corta el rollo —lo frenó con la mano —. No quiero seguir con este tema, ¿sí?
—Como quieras.
—Muy bien —después de palpar el calor, se metió al agua —. ¿Vienes?
Y el asunto quedó zanjado porque Isabella había cerrado hasta las ventanas para no sacar el tema a flote. Bueno, debía entenderla si cada vez que salía una mención de ese tipo, él se volvía como medio loquito. Por lo que no le quedó más remedio que morderse la lengua y esperar el regreso a casa para poder conversar bien las cosas con ella e Dante. Solo esperaba que Isabella no malinterpretara todo cuando supiese de quien era cuñada.
Aquella noche, si le permitió dormir con ella y fue la puta gloria porque añoró como nunca descansar a su lado mientras se empapaba de la natural fragancia que Isabella expulsaba de su cuerpo. Ian fue quien durmió sobre el pecho de ella y el sonido de sus latidos fueron como un calmante para su, aún, delicado y dolorido cuerpo. Sin embargo, poco le duro el gustito porque cuando despertó ella no estaba a su lado.
—Nos vamos —le dijo en cuanto vio que estaba sentado en la cama.
—¿A dónde?
—De compras. Esta noche quiero verte espectacular, Cioccolato.
Cierto, esa noche sería revelado absolutamente todo. Isabella sabría con quienes se habían involucrado y esperaba que no se alejase de él, pero nada podía hacer, la suerte estaba echada y aunque quiso decírselo, ella no lo dejó. No pudo hacer otra cosa más que seguir guardando aquel torturante silencio. Y justo cuando realmente debía decir algo, no lo hacía. Jodida mierda. No quería que ella se sintiera responsable de la inminente decepción que seguramente se llevaría.
—Tenemos que hablar.
—¿De qué?
—Anoche no me dejaste continuar.
—¿Otra vez? —sabía que ella ya se estaba molestando, pero no le importaba.
—Sí, Isabella, otra vez.
—Solo te diré una cosa, Ian.
—Soy todo oídos.
—Tú vuelves a mencionar a ese hombre, y todo se termina aquí —lo encaró —. Hemos estado demasiado bien y no quiero que todo se estropee. Cada vez que lo invocamos, peleamos y no quiero eso, entiende.
—Solo te diré que después no quiero reproches.
—No entiendo porque los habría, pero no me importa —le acarició la mejilla —. Solo me importas tú, nadie más.
Estaba seguro que Isabella pensaba sobre su inseguridad y claro, la tuvo cuando la escuchó hablar por teléfono, pero eso ya no era tema para él. Ni siquiera podía imaginar el temor que ella tenía por sus celos infundados del pasado. A final de cuentas, tenía una cadena de imbecilidades que arrastraba. Sin más que decir al respecto, salieron de compras y pasearon conociendo gran parte de la isla. Isabella le mostró hermosos puntos turísticos y se prometieron volver cuando ambos tuviesen vacaciones.
Ya estando en el avión, rumbo a la ciudad, Ian se dedicó a mirar las casi transparentes nubes por la ventanilla, mientras Isabella dormía. Cada cierto rato la observaba y no podía creer lo que esa mujer significaba para él y su vida entera. La misma que fue vacía y sinsentido por tantos años. Le acariciaba el cabello para sentirla real. Una vez pensó que ella era una muñeca perfecta y eso no había menguado, al contrario, ella era su muñeca perfecta en todos los sentidos, hasta cuando se molestaba por cualquier pequeñez. O cuando se levantaba antes que él, sin siquiera darle un buen beso mañanero. Sí, le encantaría saber porque tenía esa casi obsesiva manía con su higiene bucal, porque esa mierda era un impedimento cuando abría los ojos y no la encontraba en la cama acostada a su lado.
En algún momento se lo preguntaría...
—¿Irás a tu departamento, o te quedarás? —le preguntó cuando dejaron las maletas en el living.
—Quiero terminar mi fin de semana en tu compañía.
—Eres un encanto cuando te pones cursi —le dio un beso —. Es súper tarde, comenzaré a arreglarme.
—¿A qué hora comienza la fiesta?
—A las nueve.
—Son las jodidas ocho. ¿Necesitarás ayuda?
—No, ve preparándote también.
En el caso de él, su torso estaría al desnudo. Solo llevaría un pantalón ajustado de cuero junto a un collar en donde se enganchaba una cadena. Al contrario de Isabella que vestiría un conjunto de una sola pieza, donde solo la parte delantera llevaba unos cordones que comenzaban a cruzarse desde debajo de su ombligo, hasta amarrarlos al medio del escote. La vio meter las piernas en aquella estrecha tela, porque claro, no podía elegir algo más simple, sino que se le ocurrió que aquella ropa fuese un puto pantalón. Ladeó la cabeza al observar cómo doblaba los brazos para meterlos.
Las mujeres hasta para vestirse eran complicadas...
Oyó un par de maldiciones por parte de Isabella, porque se le había olvidado ponerse el brasier. Nunca pensó que la vería arreglarse para convertirse en una autentica y poderosa dominante. Era un lío, claro estaba, pero el resultado era ofensivamente espectacular. Solo se dedicó a observar cómo se ponía esas largas botas negras de tacón alto. Si hubiese podido ver su rostro en un espejo, se hubiese dado cuenta de lo románticamente estúpido que se veía.
Mientras veía como Isabella se maquillaba de una forma exquisitamente sugestiva, Ian bebía jugo. Hasta que sus ojos se encontraron a través del reflejo y ella lo llamó con un solo dedo. Ian dejó el vaso sobre el mueble y se puso en frente. Isabella se dio media vuelta y llevó la delgada brocha de sombra hasta su rostro. Ian sentía como le delineaba los párpados y quiso apretarlos porque le daba cosquillas, pero se abstuvo. Hasta se dio cuenta que alguna cosa le hacía en el cabello. Ya cuando no la sintió, abrió los ojos. Lo que vio en los de ella, hicieron que le dieran ganas de rajar su traje de látex y lanzarla a la cama.
—No sabes cómo me encanta que hayas dejado esa falsa moralidad atrás —fue deslizando las palmas por el pecho de Ian —. De que seas conocedor de nuevas experiencias y goces con cada una de ellas. Que desees un sexo sin tabú y sin restricciones —le murmuró sobre la barbilla —. Eres un completo espectáculo para la vista y adoro ser tu Ama —Ian estaba levantando los brazos, cuando Isabella dio un paso atrás —. Así, como estás, no eres más que un completo sumiso seductor. Será mejor que nos vayamos, sino quieres verme perder el control.
Eso era lo que quería...
La noche estaba mucho más oscura que de costumbre, pero al llegar hasta la ruta del castillo, Ian se percató que parecía una boca de lobo, ni siquiera la luna existía, ni siquiera las estrellas se veían. Solo las tenues luces de la avenida le dejaban vislumbrar que las hojas de los árboles se movían de un lado al otro. Se había puesto ansioso porque vería a su hermano, porque se encontrarían los tres en un solo lugar. Le daba lo mismo que lo viese de rodillas para ella, Dante sabía que él era un sumiso. Aun así, algo en Ian se encontraba inquieto.
Lo mejor sería no pensar en eso...
—Cuando estemos dentro podrás quitarte la chaqueta.
Luces rojas y violetas...
Daddy Issues sonando de fondo...
Copas chocando...
Voces murmurando...
Era todo lo que Ian podía captar porque Isabella le había puesto la cadena al collar e iba caminando como un perro, pero con la cabeza hacia abajo. Solo se fijaba en como daba firmes pasos con sus altísimos tacones. No fue hasta que llegaron a una mesa que pudo ver la cantidad de gente que había en el lugar, ya que se había puesto de rodillas al lado de Isabella. Miró de manera fugaz como Olenka se acercaba hasta ellos, no iba sola, llevaba a sus dos sumisos arrastrándose a su paso.
—Bella.
—Ka.
—Veo que definitivamente has hecho las paces con Cioccolato —Ian tenía la vista pegada al piso.
—No es un tema que hablaremos aquí.
—Por último, dame las gracias —le susurró al oído.
—Te concedo eso —la miró con una sonrisa en los labios —. Gracias Ka —dijo con sinceridad.
—La noche se siente prometedora.
—Estoy de acuerdo contigo.
—¿Te has dado cuenta que han venido dominantes de otros lugares?
—Oh, sí, él ha hecho un gran trabajo.
—¿Harás algún espectáculo?
—No, ¿y tú?
—Sí, voy a jugar con ambos sobre la tarima —miró a Ian —. ¿Me prestarías a tu sumiso?
—Absolutamente, no.
—Me lo suponía.
—Pero que hermoso par de mujeres me he encontrado —de pronto, se escuchó una profunda y masculina voz. Ian se puso tenso en el acto—. No creí que las encontraría tan pronto aquí.
¿Qué mierda hacía él ahí?
—Oh, eres tú —habló Olenka —. Hacía un tiempo que no te veía.
—Tan bella como siempre, Ka —observó a Isabella —. Linda noche, mi querida Bella.
¿Por qué diablos le hablaba así a Isabella?
—Seño...
—Perdí la cuenta de cuantas veces he de decirte que ya no soy tu Señor.
Ian cerró los ojos debido al mareo que lo atacó de repente. Eso no era más que una burda jugada del puto destino. Todo lo que creía se fue directo al carajo al escucharlo decir aquello. ¿En jodido momento dejó de escuchar lo que decían solo para centrarse en la voz de ese hombre y comprobar que no estaba equivocado? Sí en realidad era quien Ian creía, se había ido todo al diablo y de paso se lo había llevado a él. Se pasó las manos, con fuerza, por el pantalón y de bien poca ayuda fue eso porque se deslizaron hasta el punto de hacerlo quedar apoyado con las palmas en el suelo. No, tampoco tenía una pizca de saliva y su corazón latía rabioso en su pecho.
—Sabes que es la costumbre.
—Tú, sueño de mujer, ya eres toda una dominante.
¿Sueño de mujer?
—Lo sé.
—Y todo es gracias a ti —intervino Olenka —. Siempre supiste que ella tenía el potencial y le diste un empujón que le sirvió de mucha ayuda.
Ian estaba que vomitaba...
—Bueno, ¿alguna de ustedes esta noche bailará?
Ian, con esa sola frase, confirmó lo que tanto temía. Se puso súbitamente de pie, bajo la desconcertada mirada de Isabella y, de quienes estaba ahí, la hizo pararse al son de su fuerte tirón. Cuando posó aquellas oscuras pupilas sobre el tipo que tenía en frente, abrió la boca, pero nada salió de ella. Luego apretó los labios, al igual que los puños. No era el puto Dante quien había sido el Amo de Isabella. No había sido el puto Dante la sombra que se interponía entre ellos. No había sido por el puto Dante que todo se había ido al infierno.
No...
—¿Ian? —pregunto él e hizo que Isabella los observara a ambos.
—¿Lo conoces? —habló ella con la voz ahogada.
—¿Qué si lo conozco? —musitó Ian con los dientes apretados y sin dejar de verlo a él.
—Ha pasado un largo tiempo desde que te vi.
—Sí claro.
—¿De dónde se conocen?
—¿Ian no te lo dijo?
—¿Y cómo querías que se lo dijera sino tenía una puta idea que fuiste tú su maldito Amo?
—Ian... —susurró ella.
—¡Este imbécil es nada más y nada menos que mi tío!
—¿Qué estás diciendo? —la cadena se soltó de su mano y cayó al piso —. ¿Tu tío?
—Como lo oyes, mi Señora —siguió sin mirarla —. Pensé que Dante había sido tu dominante.
—¿También conoces a Dante?
—Es mi hermano.
Isabella se vio en la obligación de sentarse...
—No me lo puedo creer —se había puesto la mano sobre la frente.
—Créeme que yo tampoco —se quitó el collar y lo lanzó sobre la mesa —. Yo me largo de aquí.
Y se fue...
Así sin más...
Ese jodido imbécil había resultado ser...
Ser el más grande amor de quien era la mujer de su vida...
Todo se había podrido para Ian...
Y se largó del lugar sin mirar atrás...
—Alessandro... —levantó la cabeza con lentitud —, ¿me puedes decir que acaba de pasar?
—Tenemos que hablar.
Le tomó la mano y se la llevó...
****
¿Les gustó?
Espero que sí.
Un beso y prometo no tardar tanto con el siguiente capítulo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top