Capítulo 24


Tenía sus frías manos puestas sobre el rostro...

No había sido una burda jugada del destino...

Ian estaba ahí dentro...

Jugando con Olenka...

Isabella había salido rauda del salón porque sí, fue un fuerte impacto el ver a Ian siendo partícipe de una performance. Más aún, fue impactante el observarlo de la mano de Olenka. Si bien no eran las mejores amigas, si tenían una buena relación donde lo primordial era la cortesía. ¿Cómo se habían conocido? ¿Cuándo? ¿Acaso sería que él siguió descubriendo sobre su mundo, a pesar de ya no estar con ella? Se dio un golpe con la palma de la mano en la frente. Desde el momento que él estaba ahí, era porque sí había seguido interesado en la sumisión masculina. Sin embargo, ¿bajo cuales circunstancias se había cruzado en el camino de una mujer como Olenka? ¿Habría sido solo casualidad?

Tenía un mar de emociones reprimidas desde que lo escuchó decir esa maldita palabra de seguridad. Esa voz, aquel grito enronquecido de dolor, le hicieron sentir escalofríos por todo el cuerpo y fue por eso mismo que prefirió salir a tomar un poco de aire. Aunque, de todos modos, mientras caminaba por el pasillo, escuchó el impacto sobre la piel de Ian y eso le erizó la suya. Era todo tan surrealista que necesitaba despejar la mente, aunque fuese por unos minutos. Necesitaba airear las ideas, aunque fuese por unos escasos instantes. Miró por hacia el frente, luego giró la cabeza y clavó la vista en la entrada del castillo. No obstante, los entornó cuando vio quien se estaba acercando hasta ella. Suspiró profundamente, lo mejor sería calmarse un poco, no quería que él la viese en ese estado.

—¿Te encuentras bien? —­quiso saber en cuanto llegó a su lado.

—Sí.

—¿Segura? —vio como él le sonreía.

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque te conozco y veo que estás un poco alterada.

—¿Tienes un cigarro? —no, no quería responderle.

—Pero si tú no fumas.

—Dicen que calma.

—Ves que no estás bien.

—¿Me das uno?

—Está bien —vio cómo se metía la mano por dentro de la chaqueta, como sacaba una cajetilla y le extendía uno.

—Gracias —se lo llevó a la boca.

—Espera —ella lo miró —. Se nota tu inexperiencia fumando —él sonrió con la lengua entre los dientes —. Cariño, está al revés.

—Mierda.

—No sé qué te pudo poner así, pero ven, deja eso y dame un abrazo.

La apretó entre ellos e Isabella podría jurar que él sentía el rabioso latido de su eufórico corazón. Que estuviese allí, con ella y justamente en ese instante, la reconfortaba en demasía. Era el único, en ese momento, capaz de calmar el tormento que tenía en su mente. Desde que volvió, hace meses atrás, estuvieron en estrecho contacto. Recordó los viejos tiempos a su lado, y eso fue como un placebo para su herido corazón. Aun así, nunca pudo sacar a Ian de él. Justamente, el día después de que todo lo de ella e Ian acabase, él había llegado de sorpresa a su departamento.

Cuando lo vio, no alcanzó a pronunciar palabra y se vio atrapada entre unos masculinos brazos. Había olvidado el aroma de su cuerpo. Ese aroma que, en el pasado, tantas veces la hizo sentir que nadie más existía para ella. Isabella lo había hecho pasar, habían estado todo el día juntos, conversando cosas con y sin sentido. Habían vuelto aquellos pésimos chistes. Habían vuelto sus anécdotas que a ella la hacían flipar. Había vuelto la admiración que años atrás había sentido. El que él hubiese vuelto, y justamente en ese preciso momento en el que tan mal lo estaba pasando, la hizo olvidar, aunque fuese por unas horas, al tipo del cual ella se había enamorado como nunca pensó.

Porque el amor que sentía por Ian, no se parecía ni por asomo al que sintió por ese hombre que estaba a su lado. Eran tan diferentes y tan parecidos a la vez que, Isabella no sabría cómo expresar lo que cada uno representaba en su vida. O quizás sí, pero aquel día su corazón estaba tan maltrecho que prefirió disfrutar la compañía del que fue su Amo. Prefirió disfrutar del café que él solía preparar con tanto esmero. Prefirió disfrutar de su embriagante voz y su feroz mirada. ¿Egoísta? Sí, porque al final creyó que Ian siempre tuvo razón y que ella nunca lo pudo olvidar.

Lo cierto era que, luego de una semana, supo que ese jodido estúpido era el hombre de su vida. Era el sumiso que la sedujo y al cual idolatraba. Por supuesto que ese sentir era algo que nunca más se volvería a repetir y de eso estaba absolutamente segura, porque lo palpaba cuando cerraba los ojos y veía los tristes de él, cuando todo acabó. Porque lo palpaba cuando creía escucharlo con aquel tono tan altivo que siempre tuvo. Porque lo palpaba cuando entre sus sueños, susurraba su nombre en un tono quejumbroso.

Mientras seguía entre los brazos de aquel dominante hombre, suspiró hondo, calentando la tela de la chaqueta que él traía puesta. La textura era tan suave que no pudo evitar mover la cabeza y acariciar su mejilla en ese masculino pecho. Palpó aquellas grandes manos sobre su espalda y luego como ascendían por su espalda hasta posarse por debajo de su cabello, en la nuca. Le levantó la cabeza y la quedó viendo por muchos minutos. El nivel de complicidad que ambos tenían era algo estremecedor. Ambos compartían un pasado juntos e intenso. Ambos se hicieron compañía muchos años. Ambos se amaron.

Sin embargo, ambos sabían que ya no era lo mismo...

Si bien lo que vivieron juntos, lo que él aprendió de ella y lo que ella absorbió de él, no era una cosa que se podía borrar, así como así, estaban conscientes que no se volvería a repetir. Porque eso era algo que simplemente quedó en el pasado. Jugar, excitarse en aquel juego, someter, dominar, desearse, era otra cosa porque aquello era asunto aparte y ambos lo sabían a la perfección. Como fue sobre el escenario, en el cual los dos terminaron haciendo un show que los dejó excitados. En el cual los dos sintieron un placer que les nubló la razón. Porque eso eran ellos.

Dos personas que tan solo se divertían...

Eran amigos y cómplices...

Ella era fuego y él el aire que la avivaba...

Pero Ian era su infierno...

—¿Mejor? —le preguntó con el labio pegado en su frente.

—Mucho.

—¿Me dirás que te puso así?

—Vi a una persona que no esperé.

—¿A él?

—Sí, a él.

Y por supuesto, Isabella le había contado sobre su fallido noviazgo con Ian. Omitiendo, por supuesto, el nombre de aquel estúpido susodicho. Unas noches después de que había llegado, habían tenido una honesta conversación. De esas que solo podías tener con alguien que te conocía como la palma de su mano. De esas que podías tener con alguien que no te juzgaría. Él solo se limitó a negar en silencio, pero luego le comentó que lo entendía, a lo que Isabella lo había quedado mirando. No preguntó mucho más, porque en realidad quería sanear su vida, su mente, sus recuerdos. No pudo, por eso mismo es que en alguna oportunidad había aceptado ir por Ivana y había visto, desde lejos, a Ian. Se tuvo que morder el labio para no echarse a llorar como la patética en la que se había convertido. La única jodida vez que un tipo la había hecho derramar lágrimas de sangre, fue porque le dio una tunda que la dejó inconsciente.

Eran sentimientos distintos...

Pero odiaba llorar...

—¿Quieres que entremos?

—Dame unos minutos más.

—¿Dónde lo viste?

—Sobre el escenario.

—Oh, ¿y te vio?

—No tengo idea.

—Bueno, guapa, no es momento de deprimirse. Has estado espectacular está noche y me gustaría que así siguiera siendo. Jugamos, nos divertimos, pero sigues siendo una dominante —levantó el labio en lo que a Isabella se le hizo exquisito —, ¿no?

—Por supuesto —le sonrió de vuelta.

—Entonces demuéstrale a ese estúpido de que estás hecha.

—Seño...

—No, cariño —le acarició el labio con el pulgar —. No soy tu señor, soy tu colega.

—Jodida mierda, se me olvida. Lo siento mucho, pero sabes la costumbre que tengo contigo.

—Que se te vaya olvidando porque ya no soy tu Amo —le pasó la mano por el hombro —. Aunque me encantaría que siguieras siendo mi sumisa, eras tan caliente cuando estás de rodillas para mí.

—¿Ah, sí?

—Pero claro que sí —la indujo a caminar de vuelta mientras le seguía hablando —. Cuando estabas con tu collar en el cuello, a mi lado. Cuando te daba tus castigos y no te dejaba llegar. Tú reprimida me mirabas con esos preciosos ojos empañados de frustración —continuó —. O cuando follábamos estando tú atada de manos y pies. Oh, qué recuerdos.

—Fueron buenos momentos, lo reconozco —Isabella le llevaba la mano por debajo de la chaqueta con el dedo pulgar enganchado de la pretina —. Me hiciste mucho bien y eso es algo que nunca podré olvidar.

—Pero ahí dentro —le susurró al oído al tiempo que apuntaba hacia la entrada ­—, hay alguien que es tu complemento —ella se pasó la lengua por el labio —. Solo debes ir por lo que es tuyo. Quizás algún día, podamos jugar los tres. ¿Quién sabe?

—Siempre tan morboso.

—Y por eso mismo es que aún me sigues amando.

—Es cierto, lo hago.

—Sin embargo, ese amor que sientes aquí —le tocó el pecho —, no es el mismo que sientes por el idiota ese que te dejó ir.

—Tienes razón.

—Entonces, mi bella Isabella, ve con él.

—Te quiero —le dijo con sinceridad, mientras lo miraba a los ojos.

—Te amo —le dio un beso sobre la sien.

La dejó ir, y no era mentira cuando Isabella pensaba que sus piernas temblaban. Cada vez se acercaba más hasta el salón, algo en ella se removía con demasiada incomodidad. Sabía lo que era, pero se estaba haciendo la estúpida, creyendo que así espantaría ese corrosivo sentimiento que la había invadido de la cabeza a los pies. Ese tal Ian se había atrevido a ir justamente hasta ese lugar. Ese tal Ian estaba jugando con fuego porque no era solo cosa de ir y plantarse sobre el escenario a jugar con otra. No era cosa de ir y restregarle en la puta cara la palabra de seguridad que ella le había impuesto en un acto de absoluta intimidad y descaro burlesco.

Sí, querida dominante, deberías reconocer que estas tan celosa que tus entrañas arden de la ira. No obstante, eres lo bastante obstinada para no reconocer lo que es jodidamente vidente.

—Doble mierda.

Se había amarrado el cabello en una larga y sexy coleta, la misma que se echó al hombro mientras se mordía el labio. Dio un par de suspiros al tiempo que agitaba las manos a sus costados y procedió a ingresar del todo en aquel mundo que amaba. La verdad era que, nunca había estado tan nerviosa y eso le enfermaba porque simplemente no tenía razón de ser. Pero bueno, sobre las sensaciones poco podía hacer, solo intentar bajar el golpe de adrenalina. Lo primero que hizo al estar dentro, fue mirar sobre la tarima. No había nadie. Ellos no estaban. Quizás donde se encontrarían. Tal vez Olenka le había ido a poner crema, o quizás le estaba acariciando las bolas, mientras el tonto ese tenía los ojos dados vuelta.

Como le había pegado ahí...

Haciendo una mueca de fastidio, fue hasta la barra y le pidió al barman un refresco. Mientras esperaba, tamborileando los dedos sobre el azulejo, entornó los párpados porque de forma inmediata reconoció aquellos infernales moños color marrón. Pero, mientras bebía al seco el jugo que se le sirvió y dejaba el vaso con un poco más de fuerza sobre la cubierta, sus ojos se dirigieron mucho más allá y su vientre se contrajo al apreciar quien estaba sentado frente a ella.

El tal Ian...

Chasqueó la lengua y se maldijo cuando sus jodidos pies comenzaron el camino hacia ellos. Tal parecía ser que solo en la performance habían jugado, ya que Ian no estaba como lo estaría un sumiso al servicio de su Ama. ¿Sería acaso que, después de todo, Olenka no fuese su Señora? ¿Podría ser que, quizás, la relación que tenían ellos era la misma que ella tenía con Phillip? Sonriéndole a las personas que se cruzaban a su paso, casi llegó hasta ellos, pero una mano la detuvo. Isabella miró aquellos dedos que la rodeaban, y luego fijó los ojos al dueño de ellos.

Sí, era él...

—No sé dónde diablos vas, pero te digo que tomes lo que te pertenece —le dijo al oído.

—Es precisamente lo que haré.

—Perfecto, así se habla.

Y la soltó para perderse en ese mar de personas...

Isabella tenía su objetivo en la mira. Isabella siguió caminando, con aquel característico meneo de sus caderas. Isabella bordeó su rumbo por otro lugar. Isabella se puso detrás del tal Ian. De momento, no quería que se diera cuenta que lo había pillado ahí, husmeando y disfrutando con otra. Que perra egoísta. Ella misma le había intentado hacer entender que debía ver las cosas con ojos diferentes, pero justamente era quien se estaba tragando sus propias palabras al experimentar un millar de emociones. Justamente se estaba tragando su propia bilis. Justamente estaba bebiendo una cucharada de su propia y agría medicina.

—Señora Ka —Ian se quedó como una estatua al oír esa voz por sobre la música —, he de felicitarte. Estuvo muy, muy bueno el show.

—Mistress Bella —saludó con educación —, muchas gracias. Tú no has quedado atrás.

—Gracias —miró hacia abajo, donde Ian estaba casi pálido —. ¿Y quién es él?

Ian se quería poner de pie...

—Es un sumiso con el que juego cada cierto tiempo, pero últimamente lo hemos hecho frecuentemente.

Tanto a él como a Isabella, casi se les cayó la mandíbula...

Isabella respiró inaudiblemente y con un atrevimiento que solo ella podía tener, rodeó la mesa y corrió la silla con la punta de aquel rojo tacón de charol. Tomó asiento, de piernas cruzadas y espalda recta, quedando frente a ellos y lo miró directo a la cara. Ian no lo hizo, solo estaba observándose las manos y ella se fijó que estaba pasando el dedo por la orilla del vaso. Parecía ser que había interrumpido una íntima conversación. Pero le importó un carajo porque de ahí no se iba a mover hasta saber que tanto era lo que ellos tenían que ver.

Triple mierda...

—Ah, ¿sí? Mira —sonrió —. ¿Y cómo se llama tu sumiso? ¿Acaso no me lo vas a presentar?

Ian quería salir corriendo de ahí, porque el nivel de hormonas que estaba situado en esa jodida mesa, era demasiado fuerte, incluso para él quien se caracterizaba por no dejarse llevar por ese tipo de cosas. No esperó jamás que Isabella llegase hasta ellos, mucho menos en ese plan. Ya, estaba bastante consciente que se la podría encontrar, pero no así. No de ese puto modo. No con ella dejando salir la ironía por medio de su voz. No así, dejando mostrar la tensión que expresaban sus empuñadas manos. Sin embargo, era Isabella, ¿qué más podía esperar?

¿Qué ella lo viese y lo saludase en buen plan, mientras él se divertía de lo hermoso con otra? ¿Qué ella le palmoteara la espalda, felicitándolo por el show que se había mandado arriba del escenario? ¿O que se le colgara del cuello cuando supo que él estaba ahí, al no poder soportar el dolor en su parte intima, dejándolo así en evidencia? No, no podía esperar algo como eso de una mujer como ella. Pero, el jodido, pero. Debía reconocer que también, su lado hijo de puta, quería divertirse un poco a costa de los celos que Isabella estaba sintiendo. Porque estaba absolutamente seguro que Isabella estaba a punto de retorcerse a causa de ellos.

—Oh, qué mal educada he sido —Ian apretó los labios —. Te presento a mi sumiso, se llama Cioccolato.

¿Cioccolato? —preguntó sin dejar de verlo a él.

Es que jodidamente todavía no podía creer que fuese el mismo Ian el que estaba frente a ella. Que fuese el mismo Ian que meses atrás se había ido de su vida y que en ese instante estaba ahí, ¿de vuelta? El mismo al que ella había comparado con un delicioso chocolate. ¿Acaso estaban jugando con ella? ¿El tal Ian había tenido la osadía de hasta mencionarle aquello? ¿Esa mierda no era el colmo del descaro? ¿No podía ponerle otro? Por último, lo hubiese llamado: imbécil. Ese le sentaba mejor, pero, ¿Cioccolato? Era una nefasta burla hacia ella.

—Sí, ¿te gusta?

—Es un nombre bastante interesante —habló con abriendo los ojos —. ¿Se puede saber debido a que sería un apodo tan intenso? —le preguntó y luego se barrió los dientes con la lengua.

—Sí, claro —Ian la iba a matar. Sí, le había comentado el episodio chocolate —. ¿No te gusta el chocolate amargo? —Isabella vio con los ojos entrecerrados como Olenka acariciaba el dorso de la mano del tal Ian —. Este bombón es así, amargo como el chocolate y mientras lo vas saboreando, vas descubriendo la adicción que provoca en tus papilas gustativas.

Sí, eso era la confirmación de que se estaban riendo de ella...

Ian pensó que, en serio que iba a matar a Olenka...

—Y tú has de haberlo saboreado bastante, ¿no? —sus dedos se apretaron todavía más.

—Contesta cariño. ¿Te he saboreado lo suficiente para derretirte?

—Por supuesto que sí, mi Señora —contestó levantando la vista para observar a Isabella y luego a Olenka.

Esos malditos y penetrantes ojos negros la habían mirado fugaz e intensamente. Esa maldita y sensual voz que le salió cuando dijo aquello, hicieron que a Isabella le dieran ganas de darle una bofetada en toda esa exquisita boca que tenía. Sí, maldita sea, se mordió tan fuerte la lengua que estuvo a punto de escupir la sangre que sintió invadir su lengua. Así que, después de todo, si era su Ama. Un insano sentimiento invadió cada célula de Isabella. Estuvo a punto de ponerse de pie y largarse de ahí, pero tampoco quería hacerlo. Porque por más que miraba a Ian, más incrédula se ponía. Porque por más que lo miraba, más inconcebible se le hacía a que se hubiese atrevido a mofarse en su propia cara.

Era una locura aberrante...

Ahí terminó de caer en cuenta que entre ellos había una complicidad que nunca alcanzó a formar con él. Notó que ellos eran tanto amigos, como amantes. Tanto confidentes, como Ama y sumiso. Y terminó de darse el azote en el piso al ponerse en los zapatos de Ian, cuando la celó. Cuando le reclamó. Cuando se insegurizó por la sombra de otro. Porque era precisamente lo que Isabella estaba sintiendo en ese instante que los veía viéndose a los ojos. Cuando el tal Ian estuvo de acuerdo con Olenka sin que le temblase la voz. Cuando no dijo absolutamente nada por el nombre que ella le puso. Cuando los veía malditamente tomados de las manos, en un acto de absoluta intimidad. ¿Podría ser que él la quitó definitivamente de su vida? ¿O este era un nuevo paso para que terminase de descubrirse como con ella no pudo?

—Muy osado tu sumiso —dijo con la mandíbula apretada —, no veo que le hayas dado permiso para hacer eso.

—Oh, es que él tiene varios privilegios que no sabes —respondió al tiempo que acariciaba la barbilla de Ian —. Cioccolato tiene varias exclusividades que otros no —echó el cuerpo hacia adelante, como a modo confidente y la remató con lo siguiente—. ¿Te confieso algo? —Ian tenía los dientes enterrados por dentro de su labio —, su osadía en mi mazmorra es lo que más me pone —Isabella carraspeó e intentó sonreír —. Tiene todo lo que una Ama pudiese desear.

—Tienes toda la razón, Ka —concedió mordaz —. Se nota que es un tipo que puede complacer como nadie y follar como ninguno.

—¡De eso es de lo que hablo! —la apuntó —. Me alegro que me comprendas.

¿Cómo no, si ella también probó esos placeres?

—Bueno, si me disculpan —comenzó a ponerse de pie —, debo retirarme. Esperan por mí —estaba por dar un paso cuando se detuvo y dijo —: Me alegro mucho por ti Señora Ka, que tengas un nuevo chico para tu colección —ese cinismo, Ian supo descubrirlo de forma inmediata.

—Oh, claro, pero él es muy, muy especial.

—Ya lo creo —hizo una burlesca reverencia —. Arrivederci —terminó con ironía.

Ian, inmediatamente, levantó la cabeza y vio cómo se metía en esa enorme multitud. No le gustó que ella sintiera eso porque él también lo había vivido, y no era muy agradable tener aquellos sentimientos tan destructivos. Ya, pensó en provocarla, pero solo pudo limitarse a hacerlo cuando Olenka le había hecho la pregunta, nada más. Porque simplemente no le nacía ser un bastardo vengativo. Porque no podría hacerle daño a quien quería más a que a su propia existencia. Pero poco podía hacer porque no estaba con ella, pero se moría por hacerlo. No podía ser tan insensato en ponerse de pie y salir corriendo detrás de ella mientras Olenka estaba a su lado. No podía ni siquiera en pensar en ha...

—¿No la vas a alcanzar? —Ian la quedó viendo.

—¿Por qué la tendría que alcanzar?

—Ay, por favor, Ian —resopló —. Los dos sabemos que ella es la mujer por la cual sufriste tanto tiempo.

—¿Cómo lo supiste?

—Solo me bastó con verte cuando Isabella estaba sobre el escenario —se acercó hasta él y le susurró al oído —: ¿Por qué crees que te di directo a las bolas e hice que gritaras tu palabra de seguridad?

—¿Fue a propósito todo esto? —demandó incrédulo.

—Obvio —se encogió de hombros al tiempo que le regalaba una sincera sonrisa —. La idea era subirte en ese escenario, que ella te viese y si no lo hacía, tenía mi cartita bajo la manga.

—Mis pobres bolas.

—Exactamente —le palmoteó el hombro —. Ahora, ve detrás de ella y terminen de solucionar sus mierdas de una buena vez.

—Gracias.

Pero por supuesto que no espero más y se puso de pie para ir detrás de Isabella. La música era tan fuerte que sus oídos repercutían con fuerza. Su pulso latía furioso por los nervios que tenía. Se detuvo, miró alrededor y solo veía gente y más gente. Se puso las manos en las caderas y alzó la cabeza para soltar el aire. Quizás se había largado de ahí, ¿cómo no, si se suponía que la estaban esperando? ¿Sería acaso que quien esperaba por ella, era el tipo con el que jugó sobre el escenario? De pronto, se detuvo. ¿Por qué la estaba buscando, cuando claramente ella tenía otros planes? Es más, ¿con cuál propósito se había acercado hasta ellos? ¿Lo quería atormentar otra vez?

Pues, lo logró...

No se iba a largar de ese puto sitio con nadie que no fuese él...

Con un nuevo aire de seguridad, Ian siguió caminando con más desesperación. A veces, hasta empujando personas que se cruzaban a su paso. Maldita sea, no estaba en ninguna parte. Estuvo mucho rato buscándola. Se mordió el labio cuando vio que comenzaba un nuevo espectáculo, y le dio exactamente lo mismo si era echado, pero se dirigió hasta las escaleras por la cuales Olenka lo había llevado, esas mismas que estaban escondidas al costado del escenario.

Solo quería encontrarla. Tenía tantas cosas que decirle que todo en él temblaba hasta el punto del adormecimiento. No se iba a detener hasta dar con ella. Esa mujer tenía que estar por ahí, no podía ser que la jodida tierra se la hubiese tragado y si era necesario, era hasta capaz de ir a dormir en la puerta de su departamento hasta que ella llegase. El aroma que expulsó de su cuerpo cuando rodeó la mesa, cuando se sentó en frente de él, removió todo lo que había creído olvidado.

No, Isabella, Ian no te iba a dejar ir otra vez...

—Ahí estás.

Corrió cuando la vio doblar el pasillo y en cuanto se dio cuenta que estaba a punto de entrar a una de esas habitaciones, apuró el paso. La agarró del brazo, la giró hasta él, la miró, le sonrió, le tomó el rostro con ambas manos y le plantó un beso feroz. Fue algo bestial y los golpes que Isabella le daba en el pecho, solo hicieron que se sintiera aún más enardecido. La empujó contra la pared, subió la mano e hizo un movimiento en redondo con la muñeca, logrando que todo ese pelo quedara enrollado alrededor de ella. Metió la lengua hasta que encontró la de Isabella, la obligó a acariciarlo, hasta que la atrapó entre sus dientes para luego morderla y chuparla.

Separó su boca y todo el aliento caliente de Isabella lo nubló todavía más. Se quitó el antifaz, lo lanzó directo al piso y volvió al ataque. Estaba seguro que palpaba como esos labios se iban hinchando bajo los suyos y no le importaba porque estaba dispuesto a absorber todo de ella. Todo lo que no pudo porque no se atrevió a buscarla. Todo lo que echó de menos por ser tan estúpido. Todo lo que creía perdido. Volver a sentir el calor de esa lengua enojada con él, lo hicieron casi incendiarse. Isabella seguía reticente a recibirlo del todo, pero él lucharía hasta hacerla rendirse. Le tiró el pelo y de esa boca que Ian besaba como un poseso, salió un jadeo que lo hizo suspirar. Le mordió el labio y ella le apretó la camisa. Se separó de Isabella y la quedó mirando, el reflejo de sus ojos era de indignación pura. Él solo se sonrió porque ya sabía lo que se le venía.

—¡¿Qué se supone que estás haciendo?!

—Lo que desde hace mucho tiempo debí hacer.

De pronto, y sin previo aviso, abrió la puerta que ella no alcanzó y la empujó dentro. Pero antes de que tan siquiera pudiese separarse de él, la dio vuelta, dejándola de cara a la pared y cerró con un solo manotazo. Le subió ambos brazos por sobre la cabeza y la afirmó con una mano. Luego le mordió la oreja y escuchó como jadeaba. Le fue dando besos por el cuello, la soltó e Isabella no hizo ni siquiera el intento por zafarse de sus caricias. Le fue pasando las manos por los costados para después subir por su vientre. Hasta que se las dejó sobre las caderas para luego apretárselas, echarlas hacia atrás y hacerla sentir como lo tenía. Sabía que ya estaba excitada, esos movimientos los conocía tan bien que por eso mismo aprovechó de separarse un poco de Isabella, solo para ir bajando hasta poner una rodilla en el piso.

Le pasó las palmas por las piernas, fue ascendiendo por sus muslos y los interiores de ellos. Seguido, metió las manos por debajo de la pequeña minifalda de látex que traía puesta y con esa desvergüenza innata que poseía, le bajó la braga con una sensualidad que, esperaba, le hubiese terminado de obnubilar la mente a Isabella. Le raspó suavemente la piel con las uñas, mientras seguía deslizando la pequeña tela por las piernas y se dio cuenta de cómo esta se erguía ante su paso. Parecía ser que por fin se había rendido, ya que no opuso resistencia cuando Ian la hizo levantar el pie para quitársela del todo.

—¿Por qué diablos haces esto? —le preguntó con la voz ahogada, cuando él se volvió a pegar en su espalda.

—Porque me la debes.

—Yo no te debo absolutamente nada.

—¿Segura?

—Segurísima.

—Mejor guarda silencio y entrégate a lo que hace tiempo quieres de mí.

Isabella no alcanzó a decir nada, puesto que Ian le había metido la braga en la boca...

Se ciñó a su cuerpo, le pasó las manos por los brazos mientras ella lo veía de soslayo, luego subió por los hombros hasta llegar al cuello. Desde ahí, con la punta de los dedos, la indujo a echar la cabeza hacia atrás. Sus gemidos eran amortiguados por la tela que mordía. Sin embargo, Ian no estaba interesado en detenerse, al contrario, la iba a provocar hasta lo jodidamente imposible.

—Te ha encantado estar atada —le susurró sobre la nuca —. Te vi y no tienes una puta idea de cómo me dejaste —le tomó la muñeca y se la llevó por detrás del cuerpo para que lo tocase —. En todo el maldito momento estuve así de duro —apretó los dedos sobre los de ella para que lo sintiese —. Demostraste tanta osadía cuando te corriste que, mi maldito miembro casi se revienta.

—Hnn... —Ian se fijó en ese ceño fruncido —. Hnn...

—Siempre tan apasionada cuando te enojas —le fue subiendo la falda con una lentitud torturante —. ¿Te enojó verme con mi Señora? —Isabella se puso a forcejear, pero él no la dejó —. Oh, ¿tus movimientos bruscos me dicen que sí?

—Hnnn... —rugió quizás qué.

—Digas lo que digas, la única sigues siendo tú.

Mientras la seguía sosteniendo, se llevó una de las manos hasta la entrepierna y se desabotonó el pantalón para luego bajarse el cierre. Isabella ante aquello, se había quedado quieta e Ian aprovechó para hacerla sentir la lisura de su miembro. Lo movió de lado a lado, la acarició con él. La hizo palpar lo caliente que estaba, lo húmedo que lo tenía. Le mordió el cuello, acalló el ardor con una lamida. El silencio solo hacía que la respiración de Isabella se escuchase como iba en aumento, así mismito como la de él, que estaba desesperado por penetrarla. No obstante, la estaba estimulando lo suficiente como para que le rogase que se la follara.

—¿Te gusta que te vuelva a tocar? —su voz era baja y enronquecida —. ¿Qué te vuelva a tocar después de tanto tiempo?

Isabella no respondió...

—Yo sé cuánto te está gustando este jueguito —empuñó su miembro y le soltó un azote en la nalga —. Sé que hasta te puedes correr así.

Ahí estaba ella, deseosa porque su infierno llamado Ian Romano la quemase hasta dejarla hecha polvo. Que luego la soplase hasta hacerla desaparecer por completo. Lo que Ian estaba haciéndole era una mierda inexplicable porque estaba al borde de colapsar ante tan dantesca excitación, la misma que la tenía en un ir y venir. La misma que la tenía cegada por el deleite de sentir como el animal ese, se divertía a costa del ardor que tenía entre las piernas. Si seguía haciendo eso no duraría mucho más. Si seguía pasando ese maldito falo endurecido entre sus pliegues mojados, burlándose, no entrando, terminaría corriéndose a lo salvaje.

—Pídeme que te lo meta —ella negó —. Eres tan obstinada —luego asintió —. Dios, te tiembla la piel como si fueses una hoja.

Isabella se llevó la mano a la boca y se quitó la braga...

—¡Que me lo metas, maldito!

Ian soltó una carcajada que le removió varios mechones de cabello, y la abrazó de la cintura mientras entraba en ella. El jadeo de ambos se sincronizó al punto de que solo se escuchó uno. Perdón, en serio, pero era tanta la calentura que ninguno pudo soportarlo y fue por eso mismo que se corrieron en el acto. Había que comprenderlos, un juego así suele dejar al límite y a la más mínima intromisión, no se aguanta y se termina explotando.

¿Alguna vez han tenido uno jugueteo así, donde la fricción se vuelve el protagónico? ¿Dónde solo el roce, incita a que se comience a formar lo que vendría siendo el clímax? ¿En dónde sientes que cuando entra, te elevas hasta querer poner los ojos en blanco?

Si es así, si han sentido eso alguna vez, entonces entienden lo que ellos experimentaron...

Y ellos lo hicieron. Y lo disfrutaron. Y Se quedaron temblando por el vestigio de un orgasmo que deseaban desde hacía muchísimos meses. Y él puso la frente en el hombro de ella. Y ella puso la suya en la fría pared. La respiración de los dos se fue calmando luego de varios minutos quietos y en la misma posición. Pero Ian movió la boca y fue dejándole varios besos en la curvatura del cuello, entretanto, Isabella se mordía los nudillos porque deseaba que se volviese a mover. Sin embargo, no haría nada por pedírselo. Jodido descarado, la había sorprendido, la había pillado con la guardia demasiado baja para su gusto. No obstante, como le había encantado el atrevimiento de aquel insolente.

—Vamos a ir a tu departamento a terminar con esto que acaba de empezar —le murmuró sobre el oído.

—¿Y se supone que debo decirte que sí?

—No, cariño, no se supone nada —le chupó la piel —. Solo acatarás la orden.

—¿Tú, dándome una orden a mí? —resopló con ironía.

—Sí, así que en cuanto te suelte, me darás la llave de tu auto y nos largaremos de aquí.

—No, contigo no voy ni a la esquina.

Pues, si quieren saber, todavía estaban en la mismísima posición...

—Lo harás.

—¿Y tu Señora? —preguntó con mofa.

—¿Acaso la ves aquí? Yo no, así que no existe —salió de ella —. No me obligues a actuar a lo bruto.

—Ya lo hiciste —con la mejilla en la pared, se bajó la falda —. Ni siquiera me preguntaste como carajos estoy, llegaste y me follaste como el bruto que eres.

—Y te gustó —la miró con intensidad en cuanto ella se giró.

—Sí, bueno, estuvo bien —chasqueó la lengua al tiempo que se pasaba los dedos por la coleta.

—¿Bien? —se acercó hasta ella —. No, Isabella, no estuvo bien y por eso mismo es que ahora nos iremos a tu departamento a que sea más que bien.

—Te dije que no —caminó y recogió su braga —. Vete con Olenka —escupió —. Ve a terminar de quitarte la calentura con ella, a mí déjame en paz.

—¿Duele, cierto? —ella se quedó quieta sin decir nada, pero él continuó —. Duele ver a la persona que amas con otra que no seas tú. Duele ver como sí pudo seguir delante de la mano de otra. Duele tan siquiera imaginarse lo que pudo pasar entre cuatro paredes —se acercó hasta ella —. Duele que estas manos —elevó las palmas hacia arriba —, recorrieron otro cuerpo que no fue el tuyo.

—Cállate.

—No, Isabella, no pienso en seguir guardando silencio porque por una vez, que sea, te has puesto en mi lugar y haz sentido lo mismo que yo cuando me volví inestable por creer que seguías amando a otro. Cuando solo creí que no fui más que un juego para ti.

—Tú no sabes nada de mí —lo empujó —. ¿Acaso estuviste bajo mi piel estos malditos nueve meses en los que nunca más supe de ti?

—¿Y tú estuviste bajo la mía? —le tomó la cara con una sola mano —. Fuimos un par de egoístas, y cada uno se encerró en su propio dolor sin ver el de la persona que ama. Tú no viste lo que pasé y yo no vi como estabas.

—¿Y pretendes recuperar lo perdido?

—Sí, igual que tú —le besó los labios —. Porque no me vengas con que te importo menos que la mierda porque te vi, te oí y te sentí mientras estabas escupiendo veneno allá afuera.

—¿Veneno? No escupo veneno —le tomó el antebrazo —. Escupo ácido.

—Cierto, cierto —se pasó la lengua por el labio —. Alguna vez te dije que eras como el maldito ácido, ¿ves como no me equivoqué?

—Ya lograste lo que querías. Ya te metiste entre mis piernas, puedes largarte por donde mismo has venido.

—Ya te dije que nos iremos a tu puto departamento a terminar con esto que acabamos de empezar.

—¿Por qué? —no quitó la vista de esos desafiantes ojos negros.

—La pregunta es retóricamente estúpida, lo sabes.

—Ha pasado demasiado tiempo, Ian. Las personas cambian, los sentimientos también.

—Eso se fue al diablo hace algunos minutos —recorrió su rostro —. Eso se fue al infierno cuando te volví a besar. Eso se fue al soberano carajo en cuanto me dejaste estar en ti, cuando me respondiste y te entregaste.

—¿Lujuria? —interpeló al tiempo que alzaba la ceja —. Sabes tan bien como yo que es medio difícil sostenerse las bragas contigo. Sabes lo que provocas, a lo que induces y esta no fue la excepción.

—Maldita necia —le apretó un poco más las mejillas y la besó duro —. ¿Hasta cuándo vas a seguir pintando rayas sobre un cuadro gris, cuando puedes hacer una hermosa pieza de arte en un lienzo que espera intacto por ti? ¿Cuándo terminarás de abrir tu mente para permitirte dibujar, en mí, nuestro camino juntos?

—¿Qué me estás queriendo decir?

—Estás bastante clara en lo que te he dicho —habló con el estómago apretado —. Quiero estar junto a ti. Por ti conocí este fascinante mundo. Contigo he conocido el sentimiento más hermoso y dañino que un humano puede llegar a comprender. El daño que nos hicimos que quede de una vez por todas en el maldito pasado —la abrazó —. Nunca supe cómo decirte adiós, porque siempre tu sombra estuvo a mi lado. Pero sí sé cómo darte la bienvenida de vuelta a mi vida.

—Desgraciado —musitó con un nudo en la garganta —. No hubo día en que no dejase de pensar ti, estúpido —confesó al fin.

—Terminemos de sanar juntos nuestras cicatrices, esas inservibles cicatrices que no nos sirven para nada cuando lo que sentimos por el otro, es tan grande.

—Me enamoré como una idiota de ti —él sonrió con el corazón al límite.

—Yo lo hago desde que me pusiste el dedo encima, solo que, no me había dado cuenta que necesitaba a una Isabella en mi monótona vida. Hasta que llegaste tú.

—No sabes cómo me arrepentí de haberte dejado ir.

—Pero ahora estamos aquí, juntos —la estrechó con fuerza.

—La tercera es la vencida.

—Y en esta parte ya no habrá más reclamos. Me aseguraré de hacerte todo lo feliz que mereces —le dio un beso en la cima de la cabeza.

—Me comprometo a lo mismo —se separó de él y lo miró a la cara —. Vamos a mi departamento a terminar con esto que acaba de comenzar.

Ian sonrió lleno de emoción...

—Por mí encantado —le limpió las mejillas —. Ya no quiero volver a verte llorar.

—Es que se me hace increíble que estés aquí. Jodiéndome otra vez.

—Uf, y todo lo que me queda por joderte —ella sonrió.

Se quedaron mirando, en su cuarto de juegos estaba Ian y no era una puta alucinación. Porque, bueno, hubo ocasiones en que lo vislumbró ahí con ella en esa soledad en la que solo sus accesorios y juguetes la acompañaban. En esa oportunidad, él se la había jugado por estar junto a ella y por supuesto que Isabella estaba más que dispuesta a recibirlo de nuevo. Porque nunca se lo pudo quitar de la mente. Porque fue quien la hizo conocer el amor de otra forma. De esa que es visceral, que es arrolladora y pasional. Porque fue el único capaz de desatar sus demonios y fue el único que los volvió a encerrar para poder construir de su mano, algo tangible y auténtico.

Cuando salieron del salón, de la mano, ninguno se dio cuenta que eran observados por unos oscuros ojos. Sonrió mientras veía como ese hombre abrazaba a su dulce Isabella. Parecía ser que habían arreglado sus desavenencias y eso lo dejaba más tranquilo porque esa mujer se merecía todo. Esperaba que él la hiciera tan feliz como cuando estuvo a su lado, incluso, esperaba que muchísimo más. De repente, esa sonrisa desapareció y aquella boca hizo un gesto de desconcierto porque algo en él le resultaba familiar. Sin embargo, estaba lo bastante oscuro como para fijarse con mayor detalle. Se encogió de hombros y prefirió volver a entrar al salón.

Ya le preguntaría a ella quien era él...

Porque tenía bastante curiosidad de saber quién fue el que enamoró a su más grande y sincero amor...


***

Hola, mil gracias a quienes se toman el tiempo de dejar tan lindas palabras. Y por supuesto a quienes votan también.

Me alegra mucho saber que la historia les está gustando.

Espero que este capítulo no sea la excepción.

Besos y gracias otra vez.

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