Capítulo 23
Ian se puso el antifaz antes de entregar su invitación...
Todo oscuro...
Solo la luz de los velones, guiaban el camino hacia la entrada...
Hasta que llegó al interior del lugar...
Donde un ambiente de otro mundo esperaba por él...
Tonalidades en rojo sangre y negro universo era la esencia de aquella noche. Ian vio a mucha gente desconocida para sus inexpertos ojos en busca de nuevas experiencias y vivencias. Sin embargo, eso no lo detuvo y pronto se dio cuenta del espectacular preparativo para esa fiesta. Parecía ser que Dante y los miembros de la comunidad no habían escatimado en invertir dinero para hacer casi una mega producción para el evento, ya que Ian por cada paso que daba, más asombrado quedaba. No era para menos ya que era un verdadero espectáculo ver la alta gama de iluminaria, de las finas decoraciones que colgaban del techo, de las mujeres que bailaban arriba de unos altos cubos con unos brasieres en los cuales salían fuegos de pirotecnia de ellos, o de otras tantas más que se movían dentro de las refinadas jaulas en las cuales estaban encerradas.
Siguió su camino, adentrándose entre aquel mar de personas que reían, conversaban y brindaban. Nadie pensaría que ellos eran tan normales como quienes se decían ser morales. Nadie pensaría que dentro de ese lugar posiblemente habría médicos, quizás abogadas, tal vez personas renombradas que allí se sentían a gusto y sin tener que rendir cuentas de lo que hacían porque ahí, en ese salón donde la música sonaba a todo volumen, todos eran iguales y tenían gustos a fines. Porque ahí, no existía nadie que los pudiese señalar con el dedo, mirándolos en menos y tratándolos de retorcidos o enfermos. Simplemente eran ellos, con su naturaleza innata y admirable.
Mujeres vestidas con trajes espectaculares, con tacones altísimos, peinados sofisticados y labios resaltantes. Hombres dominantes demostrando lo que eran, al llevar ropa que los diferenciaba de los demás. Sumisas atadas del cuello o de las muñecas, otras de rodillas, varias más siendo acariciadas por sus Amos. Sumisos de pie al lado de sus señoras con sus cabezas hacia abajo, otros vistiendo como una auténtica mujer. Y allí estaba él, con las manos en los bolsillos, viendo cada escenario que se le presentaba enfrente.
Era todo magnetizante, del tipo que te eriza la piel. Por primera vez, se fijó en que no solo había un escenario allí, sino que también había un pasillo que lo hizo entornar los párpados. Quería conocer, saber con exactitud hacia dónde se dirigía aquel sitio. Sí, sentía demasiados nervios porque no sabía con lo que se podía encontrar. No sabía si acaso la vería, pero fue como si sus pies hubiesen tomado la decisión antes que él, y se puso a caminar sin siquiera ver si acaso aquella parte estaba restringida. No obstante, y para su suerte, no era así.
Bajo el antifaz, Ian palpaba como su rostro se llenaba de sorpresa porque por cada paso que daba, veía habitaciones. Rápidamente se dio cuenta que no eran más que salas de juegos. Algunas con las puertas abiertas, donde claramente se podía ver lo que sucedía allí dentro. Sus manos sudaron cuando fue testigo de una doma. De la primera que vería esa noche. Dos mujeres y un hombre. Lo tenían amarrado con las manos por detrás de la espalda, y estaba acostado en el piso. Mientras una de ellas le enterraba todo el tacón en el estómago, la otra estaba jodidamente sentada sobre el rostro de ese tipo. Se quedó observando un par de minutos y se despegó de la puerta para seguir recorriendo.
En otra, la puerta estaba cerrada y desde afuera se podían oír los gritos de una mujer, así como también el sonido del accesorio impactando en su piel. Ian en todo momento estuvo lleno de escalofríos, es que estar allí y ser partícipe de un mundo como aquel, era una cosa surrealista e hipnótica. De esas que quieres seguir descubriendo hasta conocer cada rincón obsceno para seguir deslumbrándote con él. Por ese motivo, siguió caminando hasta que dio con otro lugar en donde se podía contemplar lo que allí estaban haciendo.
Se mordió el labio...
En alguna oportunidad, Olenka le había dicho que las sensaciones liberadoras que podían sentir algunas personas cuando practicaban algún juego extremo, no debían ser considerados bizarros, porque cada uno experimentaba el placer de una u otra forma. Pues bien, allí en medio de ese pasillo, Ian estaba siendo, por primera vez, testigo de una doma sadomasoquista que lo haría darse cuenta de muchas cosas de las que todavía no estaba consciente, aunque háyase escuchado sobre ellas.
Había una mujer que estaba boca abajo sobre un potro. Por la posición, solo se le veían sus nalgas ensangrentadas, producto de los azotes con una varilla que le estaba dando su dominante. Ian tragó saliva cuando vio como una fina gota roja corría por su pierna. Mientras caía un golpe, ella gritaba el conteo que le había sido exigido. E Ian pudo sentir como sus tímpanos vibraron al escuchar el fuerte impacto sobre aquella piel malherida. El tipo caminaba hacia atrás, destensaba la mano y dejaba caer el brazo en el cuerpo de aquella mujer que ponía las piernas rígidas y contraía los glúteos. A Ian se le iba el aliento con cada sonido del aire siendo cortado, era un zumbido característico.
Un zumbido que le dejó el alma inquieta por los recuerdos...
Sin embargo, allí estaba esa mujer, quieta, esperando el siguiente castigo para disfrutarlo. Para saborearlo y sentirlo en su máximo esplendor. Y en ese momento, Ian comprendió que todos tenían diferentes sensaciones y anhelos con respecto a cómo querían entregarse a sus Amos. Y fue la puta maravilla el estar siendo testigo de algo que lo asombró como nunca antes. No creyó sentir admiración por algo así, ya que solía poner calificativos bizarros a una práctica cargada de erotismo y sometimiento.
Se quedó mucho tiempo mirando la escena, hasta que cuando terminó de contar, vio como ese hombre tiraba la varilla al piso al tiempo que se acercaba hasta ella y le decía unas palabras al oído mientras la besaba. Era una cosa impresionante lo que se estaba viviendo dentro de esa habitación, e Ian la percibía como tal, al punto de quedarse hasta que él limpió las heridas de su sumisa con una dedicación única. Hasta que la ayudó a ponerse de pie, le besó los labios y la cargó entre sus brazos. Hubo un breve contacto visual entre ellos, pero Ian quitó los ojos de su rostro cuando el tipo pasó por su lado para después perderse a lo largo de ese pasillo.
Se quedó solo parado allí...
Por unos segundos se quitó el antifaz porque tenía su rostro mojado en sudor. Se pasó la mano por la cara a la vez que soltaba la respiración, y se apoyaba en la pared. Así se quedó hasta que se tranquilizó. No sabía con exactitud lo que su cuerpo entero experimentaba, pero si sabía que necesitaba con urgencia algo para beber. Así que se cubrió la cara y se devolvió hasta el salón principal. Mientras avanzaba, pensó en lo que sucedió, también en que nadie más que él había ido hasta esa aparte del salón. ¿Sería que los demás estaban acostumbrados a ese tipo de espectáculos, y por eso mismo no se acercaban a mirar? ¿Él era el único morboso capaz de ir a curiosear sobre lo que pasaba allí?
—Una copa de vino por favor.
—Señor, esta noche no estamos sirviendo alcohol.
—¿No? —preguntó confuso. El tipo negó —. Bueno, entonces agua.
¿Por qué diablos no había alcohol?
—Gracias —le dijo cuándo le extendió el vaso.
Una noche así, no se podía pasar bebiendo agua. Lo peor es que creía necesitar una copa de lo que fuese con tal de olvidar que por ahí estaba Isabella. Sentado en la barra, no tenía otra opción más que seguir mirando cómo era la desenvoltura de toda esa gente. Dante tampoco estaba por ninguna jodida parte y no sabía dónde pudiese encontrarse, ya que tampoco se preocupó de preguntarle hacia donde tenía que ir para llegar a su oficina. Sin embargo, a pesar de todo, lo que menos estaba era aburrido.
El ambiente cada vez se ponía más interesante. La música cambiada de lento a sensual. Las luces alumbraban con descaro y luego se atenuaban. A veces se escuchaba el murmullo de todo el mundo, en otras ocasiones nada. De pronto, todo se oscureció e Ian, por impulso, dirigió la vista directo al escenario. Se mojó los labios y se quedó quieto esperando ansioso lo que se vendría en los siguientes minutos, pero se llevó la mano al estómago porque aquel lugar de su cuerpo se puso tenso. Solo se dio cuenta que tenía la camisa empuñada cuando vio que el protagonista de la performance que se haría, era un sumiso.
No ella...
Las dos primeras veces que fue, ella había iniciado los espectáculos. ¿Sería acaso que esa noche Isabella no lo haría? ¿Sería que esa velada ella sería una espectadora más? Es más, ¿Ian quería verla someter al mismo tipo de siempre? Solo por presenciar lo magnífica que era cuando domaba a ese hombre, sí. Estaba más que dispuesto a querer verla con ese aire dominante que le salía por los poros cuando sostenía una fusta. Cerró los ojos con una sonrisa en los labios al recordar lo versátil que Isabella podía llegar a ser cuando se ponía en el papel de Ama. Ella era una diosa cuando se paraba en medio de aquel escenario y hacía lo suyo.
Abrió los ojos y se percató que el tipo que estaba ahí, era precisamente el que Isabella solía domar. Ese tal Phillip estaba con los ojos vendados, acostado boca abajo sobre un mesón y por lo que Ian podía apreciar, con la respiración acelerada debido a que esa rubia y curvilínea dominante, le estaba atravesando una especie de anzuelos en la espalda. La mujer tenía puesto unos guantes de látex, palpaba la zona antes de clavarle la piel, y luego quitaba la sangre que comenzaba a salir. Fueron alrededor de seis, a los costados de su columna, los que le puso.
Ian hizo una mueca de dolor, sobre todo cuando pasó unas cuerdas por los agujeros de esas cosas. Cuando las ajustó y luego comenzó a elevarlo. Ian no se había dado cuenta que él tenía los tobillos atados, así que cuando quedó suspendido en el aire, extendió sus brazos de tal manera que parecía ser un ave. Ian bajó la vista y vio como esa mujer entrelazaba las cuerdas de tal modo que cuando las soltó, Phillip comenzó a girar en el aire. Su cabeza estaba hacia adelante y su rostro reflejaba el trance en el que ese hombre había entrado. Era una cosa asombrosa, ya que cada músculo de su cuerpo se notaba debido a la tensión a la que estaba sometido.
Sus brazos tenían las venas tan marcadas que parecía ser que en cualquier momento se le iban a salir de la piel. Los dedos de sus manos estaban abiertos y rígidos. Su estómago estaba tan contraído que se podían apreciar los huesos de sus costillas. Sus pies se encontraban en puntas. Su miembro estaba erecto dentro de aquel bóxer negro de cuero. Sin embargo, su rostro estaba perturbadoramente sereno, y hasta una sonrisa se pudo vislumbrar entre aquellas luces moradas oscuras.
Era impresionante las sensaciones que cada individuo podía palpar a través de los juegos. Porque Phillip lo estaba disfrutando en demasía y jodidamente se notaba desde donde Ian estaba sentado. En una oportunidad, él levantó los brazos, se afirmó de las cuerdas que lo sostenían y le regaló una sonrisa a esa gente que gritaba eufórica. Ian no cabía en sí de lo atrapado que estaba. Es que no era para menos, en serio. Ya había visto un castigo con varilla y ahora eso. Parecía ser que esa noche predominarían los flagelos rudos, en donde sus protagonistas disfrutarían de la tibieza que la sangre les proveía.
Pasaron muchos minutos en los que Phillip estuvo colgado de su piel, y el tono rojo oscuro ya llegaba a sus corvas, pero parecía ser que eso lo estimulaba porque se comenzó a mecer de un lado a otro hasta que su cuerpo se asemejó a un columpio que agarraba vuelo para luego detenerse y girar con suavidad. Que mierda tan increíble. Que locura. Ian negaba con una sonrisa mientras lo seguía viendo desde abajo.
Seguramente por eso a Isabella le gustaba jugar tanto con ese tipo, ya que él era extremo. Le gustaba lo rudo, lo feroz, lo que lo hacía sentir al límite de su propia fuerza mental. Desde luego Ian sabía muy bien que estaba lejos de eso, pero ver a Phillip le hizo pensar que tal vez, solo tal vez, algún día podría considerar algo tan intenso como aquello.
—¿Me darías un jugo?
Pidió luego de ver como Phillip había sido liberado de esos anzuelos. La garganta le quedó completamente seca, por lo que se bebió de un solo trago todo el contenido. ¿Por qué diablos no había un poco del maldito alcohol? No sabía a ciencia cierta cuánto rato es lo que había pasado desde que ellos habían dejado la tarima, pero debió ser mucho ya que otra pareja estaba arriba. En esa oportunidad, era una mujer que estaba caracterizada como un... Ian ladeó la cabeza para entender que era. Solo miraba lo llamativo de todo, la larga cola que tenía entre sus nalgas. Ian alzó las cejas al recordar los dildos que Olenka le había enseñado, entonces lo que esa mujer tenía era uno metido en su... Allí.
Pasó mucho rato antes de que ellos dejasen el escenario y de un momento a otro, el ambiente volvió a ser el mismo. Eran escasos minutos los intervalos que había entre shows, Ian llegó a contar cuatro canciones antes de que comenzase otra pareja. El nivel de agresividad de algunos lo hacían hasta morderse la lengua. Así también como había otros que jugaban tanto con la sensualidad que se tuvo que llegar a remover en el asiento porque eso era un completo estímulo para su jodida retina.
Sin embargo, se puso de pie ya que necesita algo de aire y un poco de humo. En esa oportunidad se perdería de algo que parecía ser bastante interesante, pero deseaba despejar su cabeza por algunos minutos. Tuvo que esquivar a varias personas que seguían entrando hacia el salón, y ya cuando estuvo afuera, se dio cuenta de la enorme cantidad de vehículos que estaban aparcando. Seguramente aquella velada sería de larga durabilidad. Miro alrededor y comenzó a caminar sin rumbo, sin embargo, se mordió los labios y se quitó el antifaz cuando se dio percató hasta donde llegó.
Allí estaba el auto de Isabella...
Ahí era donde todo había terminado meses atrás...
Se acercó hasta quedar apoyado en él y encendió el cigarro que segundos atrás, bailaba entre sus labios. Botó el humor por la nariz mientras se pasaba la lengua por los labios y observó de soslayo el vehículo. Lo rodeó por el lado del volante, bajó el cuerpo para mirar el interior y se fijó que, al botar el aire, se había empañado el vidrio. Su vista se elevó por sobre el techo y luego la bajó de nuevo. Acercó la boca y soltó el aliento, entonces levantó el dedo y dibujo algo que rápidamente borró. Pero enseguida repitió el proceso y en vez de hacer un cursi corazón, escribió unas palabras que desde hacía mucho tiempo quería decir.
Te amo...
Se quedó ahí hasta que poco a poco esas líneas desaparecían para ser olvidadas. No por él, por supuesto, porque era algo en lo que no podía dejar de pensar. Sino que ser olvidadas por la noche que se las devoraba al eliminar toda huella de lo escrito por él. Dejó de ver a Isabella por muchísimo tiempo. Creyó haberla olvidado. Haberla alejado de su cabeza al no pensarla. Creyó tantas cosas en las cuales estaba tan equivocado que, ese amor que sentía en medio de las entrañas explotó en cuanto la vio pasar. Era algo real, puro y sincero. Era algo que no lo dejaba estar quieto, pero así también era algo por lo que lucharía desde otra perspectiva.
Conoció a Isabella en el lugar menos esperado y de la forma menos convencional. Descubrió cosas que ni él mismo sabía. Sintió temor. Sintió celos. Sintió como se rompía producto de su tontería. Por eso mismo pensaba en hacer bien las cosas, ya no más de actuar a lo alocado y visceral. Tampoco decir cualquier estupidez sin antes pensarla. Si se encontraba con ella, creía que podría sobrellevar el impacto de tenerla enfrente de una forma segura. Así como cuando se conocieron, ya que Ian sabía muy bien como era Isabella. Entonces, quizás si se veían aquella noche, podría volver a ese juego del que tanto se alimentó en algún momento de su vida.
Un juego del que seguramente se volvería a alimentar...
Si ella se lo permitía...
Mientras caminaba de vuelta, tiró la colilla del cigarro en alguna parte y se volvió a cubrir el rostro. Entonces entró y cuando lo hizo supo que la atmósfera había cambiado radicalmente. La luz estaba más baja, al igual que la música, ya ni siquiera se oían murmullos. Era como si todo se hubiese congelado. Ian no sabía que sucedía, ya que antes no había sido tan profundo el cariz que todo tomó. Por lo que volvió a la barra a esperar que vendría a continuación. Cosa que no se demoró mucho en pasar. En solo segundos, todo se apagó y en el escenario se encendió una enorme pantalla que proyectó una luna llena de un tono carmesí jodidamente atrapante.
Ian sabía que ese show no sería como los demás...
Su cuerpo lo presintió...
Y la piel se le erizó...
De pronto, entró una persona con una larga capa de color negro, con grandes rosas rojas oscuras, que sostenía un candelabro con al menos cuatro velones. Sin embargo, era todo un misterio ya que su rostro estaba oculto por la capucha. Dejó el candelabro sobre una alta mesa de vidrio. Entonces, en cosa de segundos, entró un tipo solo con un pantalón de cuero negro hasta las caderas y a pies descalzos al igual que la otra persona. Aquel hombre tenía una máscara que le tapaba el rostro entero, dejándole solo la boca y el mentón al descubierto. Usaba un sombrero de copa negro y en su mano llevaba unas cuerdas negras delgadas que dejó caer, estas sonaron con suavidad.
Esa persona se giró hacia el público con la cabeza hacia abajo, estaba sin hacer ningún movimiento. Entonces él comenzó a caminar de manera lenta hacia ella, rodeándola, acechándola. Ian ya sabía que era mujer debido a que se podía apreciar la cumbre de sus senos, bajo aquella oscura tela. Ese hombre se puso detrás de ella y la afirmó de los hombros, provocando una leve exaltación en ella. Le tomó la capucha, de paso el cabello y le echó la cabeza hacia atrás. Fue en ese momento que el femenino rostro de aquella mujer era iluminado por completo e Ian casi desfalleció cuando descubrió quien era.
Sí...
No esperó más y se puso de pie, ya que desde donde estaba si bien veía sin problemas, deseaba estar más cerca para estar seguro que sus negros ojos no lo estaban jodidamente engañando. No, Ian, era ella. Él conocía ese tono de cabello, el mismo que en más de una oportunidad estuvo enredado entre sus dedos. Él conocía esa boca insolente. Conocía la forma de su mandíbula y por mucho antifaz negro que llevase, sabía muy bien aquella mujer que abría los labios mientras ese tipo la agarraba por la cintura desde atrás, no era otra más que ella.
Isabella...
Nunca creyó verla sometida ante un hombre, pero ahí estaba Isabella, siendo empujada hacia adelante por la nuca, mientras sus nalgas quedaban apoyadas en la pelvis de ese tipo. El cabello suelto de Isabella cayó hacia su rostro, pero eso poco duró ya que el tipo ese la hizo enderezarse para luego hacerla levantar el rostro, así para ponerle la mano en la garganta y con un leve golpe de pie en el talón de ella, obligarla a ponerse de rodillas. Él se agachó junto a Isabella le tomó la capa de los hombros y la abrió. Ian parpadeó muchas veces porque su presión arterial se estaba elevando. Porque mientras aquel hombre deslizaba la tela por los brazos de Isabella, Ian fue descubriendo que no llevaba nada más que una pequeña braga roja de tela.
Definitivamente sus marcas en el vientre, le terminaban de confirmar que no estaba equivocado...
Isabella se quedó en la misma posición, mientras él tomaba la larga cuerda del suelo. La colocó por delante de ella, estirándola, y se la puso en el cuello para acariciarla, moviéndola de un lado a otro, mientras Isabella tenía la cabeza sostenida en el hombro de él. Luego la fue bajando por su pecho, hasta que llegó a sus senos. Sin embargo, dirigió la cuerda a uno y lo arrastró hasta la punta del pezón de manera lenta, hasta que lo dejó tranquilo para seguir bajando por su estómago y allí se quedó. Ian pudo escuchar el gemido involuntario que Isabella había soltado cuando él dejó ver la intención de amarrarla desde allí, pero no lo hizo.
La acarició, la estaba seduciendo con la áspera y a la vez suave textura de la soga, pero solo estaba jugando con ella. Se estaba exquisitamente burlando de ella. Isabella solo tenía las manos a sus costados, mientras su cabeza estaba ladeada porque él, de vez en cuando, le daba un beso en el cuello. Dejó caer la mayor parte de la cuerda por delante de ambos y luego la fue arrastrando de vuelta por sobre el hombro de Isabella, ahí fue cuando le tomó las muñecas y la comenzó a atar con los brazos cruzados por detrás de la espalda.
Él hizo un rápido movimiento y luego pegó su cuerpo de forma licenciosa al de ella y, mientras tenía su rostro escondido en el cuello de Isabella, pasó nuevamente la cuerda por delante de los dos, la rozó con sensualidad y siguió amarrando. No obstante, siempre que tenía oportunidad, él la tocaba, la hacía sentirse excitada y por la forma en la que Isabella ponía la boca, parecía ser que en cualquier momento se fuese a correr.
No, Ian no había olvidado aquel gesto...
Aquel erótico juego estaba impactando a Ian por lo osado, por la comunicación que ambos transmitían a través de los movimientos y gestos remilgados que Isabella expresaba por medio de su cuerpo. Por la dominación, y el control que él estaba teniendo de toda la situación. Era algo provocativamente inquietante. Los paradigmas sexuales que Ian alguna vez pudo tener, se terminaban de ir al infierno junto con él porque estaba siendo testigo del arte más caliente de su vida. Porque con cada unión estaba malditamente favoreciendo la hermosa figura de Isabella, resaltando sus senos y su cintura. Cosa que la hacía verse hermosamente como una sumisa.
Se notaba que él realizaba eso hacía muchísimo tiempo porque la rapidez con la que movía sus manos para hacer los giros, era mareante. Como esos complejos nudos se iban formando, más bien, diseñando, indicaban la vasta experiencia que tenía. Luego se detenía, le pasaba las manos por el vientre y retomaba lo que estaba haciendo. Hasta que se quedó quieto por varios minutos, para acariciarla con las yemas de los dedos. Los de Ian ardían por hacer lo mismo. Luego le besó la boca y siguió. Isabella se movía de un lado a otro, debido a la fuerza con que la estaba siendo sujetada. Él se aseguraba de estar dejando los nudos donde correspondían. Luego tomó otra cuerda y se la puso en el cuello, la echó hacia adelante, como simulando que la ahorcaba e Isabella abrió la boca.
Ella estaba tan perdida en su placer...
De pronto, ese hombre se puso de pie, pasó la cuerda por una estructura que Ian no había visto, entonces él empezó a tirar mientras daba un largo paso hacia atrás e Isabella se vio obligada a ponerse de pie. Fue un movimiento tan repentino que toda su parte superior se fue hacia adelante para luego quedar sobre la punta de sus dedos. En ese instante fue que toda su bella forma quedó expuesta para el público, sin embargo, fue como si para ellos el ser mirados no existiese porque estaban tan compenetrados que los demás no estaban allí. Porque habían creado una especie de silenciosa comunicación a través de las cuerdas, e Ian se pudo percatar perfectamente bien de ello.
Ese tipo seguía trabajando en sujetar todo bien, mientras que Isabella permanecía con los ojos cerrados disfrutando de aquellos puntos de presión. Su nivel de respiración se podía palpar a pesar de la música. Ian podía apreciar que ella se encontraba en un profundo trance, del cual solo levemente despertó cuando la soga la volvió a tocar. Fue por la pierna que él comenzó el recorrido, subiendo a lo largo de ella para después pasar entre ambas y así seguir ascendiendo hasta quedar en medio, justamente allí. La movió de adelante, hacia atrás sobre la braga de Isabella y ella levantó el rostro con deleite.
Ian se dio cuenta cuando él se pasaba la lengua por los labios y procedía a dar varía vueltas en la pierna de Isabella, por sobre la rodilla. Metió la cuerda en un anillo, alzó los brazos y tiró, haciendo que ella levantase la pierna doblada y quedase suspendida sobre un pie, más bien, sobre los dedos. Seguido, se dirigió hacia la otra pierna y le ató el tobillo. Ahí se puso por detrás, volviendo así a tirar e induciendo a que flexionara hacia atrás. Logró dejar a Isabella en una posición alucinante. Ian no sabría cómo diablos describirla, pero se le asemejaba casi a una S.
Él le tomó un pie y la hizo girar levemente en el aire...
De pronto, Ian vio como agarraba una fusta que estaba sobre aquella mesa donde reposaba el candelabro. Como caminaba hacia un costado y se ponía de rodillas ante Isabella. A Ian le sudaban las manos. La acarició con la punta del duro cuero. A Ian le dieron escalofríos. Le dio un pequeño golpe en la pantorrilla. A Ian se le contrajo el estómago. Luego se la pasó por la planta del pie, provocando en ella una sonrisa. A Ian se le aceleró el corazón aún más. La tensión de la suspensión hizo que ella rotara, dándole la espalda y ese hombre aprovechó para alzar el cuerpo y chuparle los dedos del pie. A Ian se le secó la jodida garganta.
Estando ahí, viendo como ella se entregaba, se le hizo tan inalcanzable. Tenía la vista tan empañada por el fuerte éxtasis que eran ellos para la retina que, ambos se vislumbraban desenfocados. No obstante, podía captar lo sumergidos que estaban en su mundo de placer. Ese juego de dominación estaba causando estragos en Ian que se había tenido que ver en la obligación de pasarse las manos por los costados del pantalón. Si verla como una dominante era imponentemente fuerte, verla entregada ese nivel, era simplemente estremecedor.
Luego de unos minutos, Ian dio un leve brinco al oír como la piel de Isabella sonaba bajo el azote que había recibido en una nalga. Ella había echado la cabeza hacia atrás con su exquisita boca abierta. Sin embargo, eso no se detuvo allí ya que luego de aquel flagelo, vino una caricia que Isabella recibió con una sonrisa levantando apenas el labio. Ian estaba con el pecho tan apretado que pensaba que su corazón se arrancaría en cualquier momento, debía mantener la calma para poder llegar al final de toda aquella elegante performance.
Elegante, por supuesto que lo era. Porque la belleza de todo aquel espectáculo era impresionante. Las cuerdas entrelazadas entre sí, sin saber dónde comenzaban y donde terminaban, creando que Isabella se viera como la más refinada pieza de arte que jamás podría haber visto en un club vainilla. Ellos, como espectadores, estaban siendo testigos de un efecto devastador. Donde la música, las luces, las siluetas y la preciosa figura de Isabella atada, eran el eje central de toda la jodida noche. Donde para los observantes, se creaba un cóctel estimulante para la vista al punto de hacerlos partícipes en lo que se podrían considerar parte de aquel hermoso festín visual.
Luego de varios minutos, el tipo ese estiró los brazos y los dirigió hasta la parte de arriba para elevarla un poco más. Isabella estaba quieta mientras él volvía a enrollar más cuerda en sus piernas, de tal modo que cuando la alzó nuevamente, Isabella quedó como si estuviese acostada, boca abajo, en el aire. Él se puso por debajo de su cuerpo y le pasó las yemas de los dedos, la reacción de ella fue la de bajar la cabeza al tiempo que un involuntario gemido salía de sus labios. Seguido volvió a tomar la fusta y le dio un suave golpe sobre el vientre, para luego calmar el picor con la misma. Le tomó el pie y la hizo girar. Pero él se puso de pie, la agarró del cabello, haciendo que se detuviera, y le dio un profundo beso en la boca.
Ian se pasó la lengua por los labios...
Todavía con el cabello dentro de aquel masculino puño, ella cerró los ojos cuando le pasó las uñas por el cuello, por el medio del pecho hasta bajar por su estómago. Mantuvo juntos los párpados cuando le pellizcó ambos pezones. Luego la empujó de la nuca para que siguiese dando vueltas. Ian soltó profusamente el aire. No sabía cómo diablos pasó, pero sí, estaba durísimo. Es que, mierda santa, no podía estar más enloquecedoramente seducido por todo lo que sucedía sobre aquel escenario.
Verla a ella transmitir tanta lujuria con cada expresión de su descarada boca. Verlo a él transmitir tanta de aquella jodida sexualidad de las que tantos carecían, e Ian se atrevería a decir que hasta a él le faltaba un poco..., solo un poco nada más.
Pronto dirigió los ojos hacia el foco de su atención, el cual era ver cómo le pasaba otro trozo de cuerda por la cintura y le daba un par de vueltas, a su alrededor, antes de dirigirlas hasta la entrepierna de Isabella, después devolverse y hacer todo el camino otra vez hasta que estuvo lo suficientemente excitada al pasar por aquel recóndito lugar e Ian podría jurar que ella acababa de correrse.
La tensión de su cuerpo, la erección de sus pezones, lo erizada que se le había puesto la piel y por supuesto el jadeo que se le escapó a viva voz, le confirmaban que, con tan solo sentir el nudo en el punto exacto, ella había sido capaz de llegar al clímax sin ningún miramiento. Sin ningún tipo de vergüenza, al contrario, lo había disfrutado con descaro porque su cabello se removió al soltar el aliento cuando se sonrió de puro placer.
Ian sentía el cuerpo ardiendo, como si estuviese en el mismísimo infierno. Estaba jodidamente atrapado en las llamas que ellos dos expulsaban por medio de su juego. No obstante, su barbilla tembló cuando la escuchó llegar al orgasmo. Creyó que nunca más volvería oír aquellos característicos gemidos que lo hacían perderse en los laberintos de su profunda y femenina voz. Isabella era capaz de hacer que cualquier hombre la deseara. Que cualquier hombre llegase a dar vuelta la cara para mirarla. Ella era capaz de atraer hasta las miradas de quienes se decían tener corazón y ojos para una sola mujer. ¿Por qué? Porque poseía algo enigmáticamente atrapante que no pasaba desapercibido por absolutamente nadie y, en esa oportunidad, estaba siendo deseada por muchos, y por muchas, e Ian lo sabía.
Porque él también la deseaba...
Fuese quién fuese ese hombre, tenía a Isabella sumergida en un delirio impactante. Porque ella había vuelto a resoplar con intensidad. No obstante, Ian se quedó rígido cuando por breves segundos, sus miradas chocaron y ella sonrió mientras se sumergía en su segundo orgasmo. Ian no sabía si lo había visto, pero lo dudaba ya que la luz estaba demasiado tenue como para que lo hubiese reconocido, además, llevaba antifaz. Pero él quería creer que sí y que por eso mismo ella había alzado la boca en lo que fue una genuina sonrisa dirigida solo para él. No pudo evitar recordar las noches en que fue suya, y se volvió a fustigar por haber sido tan estúpido.
Lo mejor sería dejar eso atrás...
El nivel de flexibilidad que tenía era casi insólito, porque él había ajustado de tal forma las cuerdas que Isabella tenía los talones pegados en su hermoso culo, mientras su tronco seguía igual de recto. Bueno, no podía sorprenderse del todo ya que mucho tiempo atrás, antes del trío, ella había levantado el pie hasta dejarle el tacón en medio del pecho. Pero ver como la planta del pie derecho tocaba su nalga izquierda, era una mierda increíble. Ian sonrió porque ella estaba loquísima, y así tal cual, entregada a sus oscuras pasiones, la admiraba como a nadie y la amaba como a ninguna.
De un momento a otro, ese hombre hizo algo que Ian no pudo captar del todo, pero Isabella quedó completamente de cabeza, con las piernas aún dobladas, abiertas. Fue como si hubiese soltado alguna parte que la unía en el medio y eso provocó aquella venérea posición. Su precioso cabello negro caía como si se tratase de una cascada multicolores debido al juego de luces que de pronto se asomaban para luego desaparecer hasta volverse sutiles. Seguido, la dejó girar logrando que las puntas de su largo pelo casi rozaran el suelo.
Poco a poco fue desatando una de las partes hasta que ella se fue girando. La fue bajando con suavidad hasta que Isabella estuvo nuevamente de rodillas en el piso. Pero si Ian creía que ahí había acabado todo, estaba bastante equivocado, porque tan solo estaba la atando desde otra perspectiva y así fue como quitaba la soga de su pecho y brazos, para después ir enrollándole la cintura y las caderas.
Le hizo un gesto a Isabella para que se recostara sobre el piso y ella, con una obediencia que Ian nunca llegó a conocer, lo hizo. Ahí fue que siguió atando unos preciosos nudos, hasta que, al parecer, ella quedó bien sujeta. Así que el volvió a dar un paso largo atrás e Ian vio como se le contraían los músculos por la fuerza que estaba ejerciendo al volver a elevarla para dejarla colgando. No obstante, en aquella oportunidad Isabella quedó solo afirmada de las caderas, de la cual salían un montón de cuerdas para poder sostenerla con seguridad.
Ian se mordió los labios cuando él abrió las piernas y las puso a los costados de la cabeza de Isabella, tan solo para pasarle la lengua por el vientre. Ella mostró los dientes porque aquella pasada le había provocado cosquillas. Pero no se detuvo porque luego de eso, subió los brazos y deslizó los dedos por los muslos de ella, hasta que fue rodeándola para dejar ambas manos en las nalgas de la morena. Luego se echó hacia atrás y la dejó girar, mientras caminaba hacia atrás y la levantaba un poco más.
Isabella tenía sus brazos libres y mientras rotaba, se iba acariciando el rostro, luego los senos hasta dejar que sus palmas recorrieran hasta llegar a su pelvis. Todo aquello pasaba como en cámara lenta frente a los vidriosos ojos de Ian, quien con disimulo se llevó la mano hasta la entrepierna y se acomodó su jodido y erecto miembro. Como quería ir a la barra quitarle un cuchillo al barman, volver al escenario, subirse, cortar esas malditas cuerdas y subirla sobre su hombro como el cavernícola que se sentía en ese precioso y eterno segundo.
Lo pensó...
Pero no lo hizo...
Solo se tuvo que limitar a seguir disfrutando de ver como ella se chupaba el dedo para después pasarlo por su quijada. Jodida mierda, que se detuviera. Que ya no hiciera más eso, por amor de Dios. Porque estaba seguro que en cualquier momento iba a manchar la tela de su maldito bóxer. Tuvo que dar cortas respiraciones porque no pretendía salir corriendo hasta el baño y acariciarse a sí mismo, eso ni por el jodido asomo. Quería ver como culminaba aquella deliciosa tortura. Si tan solo Isabella supiera en el estado que lo tenía. Es más, si supiera que él estaba ahí viendo lo hermosa que estaba, ¿qué diría?
Ella tenía todo con lo que él alguna vez soñó. Era sensual, sexual, femenina, deliciosa, delicada, carismática y versátil a un límite insospechado. Mil noches, meses atrás, peleó consigo mismo y con su maldita mente por no poder apartarla, aunque fuesen segundos. Eso menguó y después se sintió un completo y absoluto imbécil porque sabía que nunca podría apartarla de su vida, aunque quisiera. Isabella, si tan solo ella supiera cómo le temblaban las manos por el solo hecho de estarla observando tan, en ese instante, inalcanzable para él.
Ahí fue November Rain comenzó a sonar...
Haciendo que volviese ahí...
Prefirió empujar lejos sus pensamientos y seguir mirando...
Pero tras esos segundos de introspección, no se fijó en qué momento le había atado tanto las muñecas como los empeines, casi uniéndolos por detrás de la espalda, dejándola absolutamente indefensa para él. Isabella tenía la cabeza entre sus brazos doblados y las hebras de cabello entre sus finos dedos. Y las primeras notas de la canción sonaban con intensidad por los altoparlantes. Ian entornó los ojos cuando lo vio acercarse hasta ella con uno de los velones que antes habían estado en el candelabro. Sin embargo, los abrió con estupor cuando dejó caer la espelma sobre la orilla del ombligo de Isabella. Después de eso la hizo girar, al tiempo que meneaba la muñeca para seguramente crear más.
Las pequeñas gotas rodaban hasta situarse justo sobre el medio de sus senos. Pero no se detuvo, sino que después de ello, dejó caer otro chorro. Ese se deslizó hasta su costilla. Isabella solo se pasaba la lengua por el labio cuando sentía la quemazón. No obstante, cuando se endurecía, Ian apreció como él la quitaba con un cuchillo de manera lenta y sinuosa, haciendo que Isabella contrajera el vientre. Estuvo así mucho tiempo, dejando caer mucha espelma, poca espelma, gotas pintando sus senos, chorros abrasándole cada trazo de piel que tocaba.
Porque nada dura para siempre...
Y los dos sabemos que los corazones pueden cambiar...
Años atrás solía escuchar, mientras estudiaba literatura, a los Guns N' Roses, pero no creyó que después de tantos años lo volviese a hacer. Mucho menos bajo esas particulares circunstancias. Sin embargo, ahí estaban sonando en su máximo esplendor. Con una canción que siempre lo hizo agitarse para luego llenarse de escalofríos. Quizás era un presagio de que algún día conocería a una mujer a la cual tendría que dejar ir para sanarse por separado. Tal vez era el presagio de que tenía que estar separado de ella para después decirle que no todo eran problemas y que por eso mismo le dejó tener su espacio lejos de él. Podría ser posible que fuese un presagio que le indicaba que ya era tiempo de volver a estar juntos.
Si pudiéramos tomarnos el tiempo necesario para decirnos la verdad...
Podría descansar mi cabeza...
Con solo saber que tú serías mía...
Solo mía...
Axl Roses no tenía ni puta idea de lo que esa canción le estaba haciendo a su interior, y lo más probable es que nunca lo supiese. Porque por cada frase que salía dejar con aquella característica voz, Ian sentía que su corazón apretado, bombeando cada vez menos. Porque el jodido vocalista de los Guns, prácticamente le estaba contando lo que meses atrás había pasado. Porque cuando dijo: "A veces necesitas tiempo para ti misma. Tú necesitas tiempo, sola", a Ian le vino una leve comezón por debajo de la piel. Porque sin que lo supiera, ni ella, ni nadie, Ian estaba siendo víctima de un torbellino que lo tenía la garganta oprimida, como si alguien le hubiese puesto las manos alrededor del cuello y lo estuviese estrangulando.
Se pasó la mano por la mejilla...
Y la siguió observando mientras esa canción removía todos sus sentimientos, los mismo que estaban tan a flor de piel. Así que levantó el rostro levemente y vio como ella estaba bañada de espelma seca mientras giraba. Sin embargo, no pudo seguir viendo porque la canción escogida era un terrible tormento para él. Así que tomó un respiro y sin importarle el poder ser escrutado por esas personas que lo rodeaban, se agachó ahí mismo. Se quitó el antifaz y se pasó los dedos por los ojos mientras la letra se ponía cada vez más profunda. Era como si le estuviesen clavando un puñal en medio del pecho y su alma llorase lágrimas de sangre.
Sé que es difícil mantener un corazón abierto...
Cuando hasta los amigos parecen herirte...
Y sí, él lo había hecho y esa canción estaba siendo una jodida bofetada en todo su cuerpo. No fue su amigo, no fue un simple conocido, fue un novio que duró tan solo un puto día. Y debió ser alguien en el cual ella pudiese haber confiado. Debió ser alguien a quien ella hubiese podido contarle su más grande temor y su más grande anhelo. Si tan solo no hubiese puesto la sombra de alguien entre ellos, seguramente estarían ad portas de cumplir su primer año juntos. Pero no, porque fue tan impetuoso que primero vino el cagazo y después el arrepentimiento. Porque primero vino la explosión de su sangre haciendo ebullición y luego vinieron los lamentos. Y ese tal Axl se lo estaba restregando con ganas en la puta cara.
Sé qué puedes amarme...
Cuando no queda nadie a quien culpar...
Así que no importa la oscuridad...
Aun podemos encontrar un camino...
—Porque nada dura para siempre, incluso la fría lluvia de noviembre —susurró mirando el piso.
—¿Te encuentras bien? —murmuró una suave voz en su oído.
Ian giró bruscamente la cabeza. Era Olenka quien se encontraba agachada a su lado. Ian se puso el antifaz y se paró rápidamente. La miró a los ojos y pudo notar la preocupación de mostraban sus marrones ojos. Tragó saliva, no quería que nadie notara cuan afectado estaba, mucho menos ella que tan bien se había portado con él. Así que le regaló una sonrisa, o un intento de ella, y asintió en silencio mientras volvía a mirar hacia el escenario. En ese punto, Isabella estaba aún más arriba que antes y en su cuerpo había rayas de distintos tonos que dibujaban su piel como si se tratase de una pintura hecha en óleo.
—Me mató esta performance —dijo Olenka, que se había puesto al lado de Ian.
—Ha sido increíble ver algo como esto —habló perdido —. No tenía ni idea que el bondage fuese tan variable.
—No es bondage —Ian volteó la cabeza para verla.
—¿No?
Negó mientras seguía viendo la puesta en escena —. Se llama Shibari. Es un arte japonés, que es mucho más complejo porque las técnicas son más difíciles e incluso hasta artísticas. También porque cada nudo da una presión en el punto exacto haciéndote sentir muchísimo placer. El bongade es un método que solo restringe para someter. Aunque es igual de excitante.
—Por eso ella lo ha disfrutado tanto —pensó en voz alta, a lo que Olenka lo miró de soslayo.
—Por supuesto —concedió —. Ella ha estado atada a su propio placer.
—¿Conoces a ese tipo? —preguntó sin darse cuenta.
—Sí claro —se sonrió con burla —. Tú también lo conoces.
Ian se quedó quieto...
—¿Lo hago?
—Ay, Ian, ¿no te has dado cuenta de quién se trata?
—Solo me enfoqué en mirarla a ella.
—¿La conoces? Porque déjame decirte que he estado en todo momento cerca de ti y ni cuenta te has dado.
—No la conozco —dijo de forma inmediata.
—Humm, ya —sonrió con el labio metido entre los dientes.
—¿Por qué no están sirviendo alcohol? —sí, lo mejor sería cambiar de tema.
—Ah, porque así todos estamos en nuestros cinco sentidos. No sería lindo que alguien se pasara de copas —explicó —. Además, cómo te has dado cuenta, los juegos están siendo intensos y es mejor mantenernos aletas para tener un mejor control sobre el sumiso y nosotros. Nadie quiere un accidente. Es mejor que nadie beba.
—Entiendo.
—¿Oye Ian?
—¿Hum? —Ian estaba viendo como Isabella era finalmente desatada.
—¿Te gustaría jugar conmigo en ese escenario? —él la miró confuso.
—¿Qué dices?
—Que juguemos frente a todos ellos.
—No, gracias.
—Ah, vamos. Te va a encantar, también sabrás lo que se siente cuando otros te observan.
—No sé. No me llama la atención —por supuesto que lo hacía, pero no quería exponerse así.
—Probemos —Ian hizo una mueca —. ¡Oh, dale, anímate!
—No te voy a mentir. Si quiero.
—Listo entonces.
—Pero...
—¿Pero?
—No estoy vestido de forma adecuada —se miró.
—Eso no es problema —le tomó la mano y ni siquiera lo dejó terminar de ver como Isabella y ese tipo se iban —. Saldrás solo con el bóxer.
Olenka lo dirigió por otro lugar. En algún momento Ian creyó que se irían por el pasillo que antes había visto, pero no fue así. Bajó por unas escaleras que se encontraban escondidas al costado del escenario. En ese momento pensó que ya no había marcha atrás, que ahí sí la vería, pero no fue así. Porque Olenka lo dirigió a una habitación que estaba otro piso más abajo. Joder, esa mierda parecía un laberinto. Él solo se dejó hacer y nunca le soltó la mano. Podría jurar que hasta nauseas tenía por sentir tan fuertes los latidos de su corazón golpeándole las jodidas costillas.
—Entra —le pidió cuando abrió la puerta. Ian así lo hizo —. Esta es mi habitación.
—¿Vives aquí?
—Esa pregunta fue una soberana estupidez de tu parte. Viste donde vivo —se sonrió —. Aquí suelo venir a jugar con mis chicos.
Y ahí fue que Ian miró alrededor. Todo era elegante, digno de una mujer como Olenka. Cortinaje rojo colonial adornaban las paredes. Sillones estilo victoriano. Achicó los ojos, parecía que a todos les gustaba de ese tipo. Las decoraciones no dejaban de asimilarse a las que había visto tanto en el departamento de Isabella, o como en el burdo lugar de esa dominante de paga. Así no siguió mirando mucho más y sin siquiera que Olenka se lo pidiese, comenzó a desnudarse. Obvio, mientras lo hacía, la observaba con una sonrisa licenciosa y ella hacía lo propio, pero mientras se la devolvía, acariciaba las tiras del flogger.
—Tienes un cuerpo tan, tan privilegiado maldito Ian —él se rio.
—Pues, gracias.
—Solo quédate en ropa interior, tampoco es como que me interese que el resto vea lo que hay debajo de la tela.
—Tampoco es como que fuese tuyo —contraatacó con una carcajada.
—Cierto, pero lo ha sido en más de alguna oportunidad —lo apuntó con una fusta que había agarrado.
—Nada que decir al respecto.
—¿O acaso quieres que alguien conozca tus...? —le clavó los ojos en la entrepierna.
—Nouuu...
—Bien entonces —lo recorrió de la cabeza a los pies —. ¿Vamos?
—Vamos.
—Oh, espera.
—¿Qué pasa?
—¿Alguna vez pensaste en tu nombre de sumiso?
—La verdad es que no. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza.
—Entonces te daré uno.
—¿Ahora?
—No, cuando lo estime conveniente —antes de abrir la puerta le dijo —: Desde ahora soy tu señora, me debes respeto y obediencia. Sabes las reglas y yo sé tus límites. Y recuerda siempre tu palabra de seguridad en caso de que no soportes el dolor, ¿vale?
—Muy bien —al ver que ella alzaba una ceja, carraspeó —. Sí, señora Ka.
—Ese es mi chico —le puso una cadena en el cuello —. Ponte en cuatro y vamos.
Estaba claro que el trecho para llegar hasta el puto escenario era bastante largo, pero él había aceptado así que tendría que joderse y soportar el subir las escaleras de rodillas. Olenka iba caminando delante suyo, mientras él iba siendo tirado. El piso estaba lo bastante helado como para que se fuera quejando mentalmente, a veces, hasta maldiciendo. Sin embargo, esa ansiedad reprimida lo estaba haciendo olvidar todo malestar para comenzar a disfrutar de la adrenalina que sentía pasar a través de sus calientes venas. La música se escuchaba tan fuerte que todo su cuerpo vibraba. Las luce habían bajado la intensidad y ellos ahí estaban, esperando a que se detuviera para subir al dichoso escenario.
Ian no sabía con exactitud si Olenka lo había preparado todo con anticipación, porque en ese minuto que lo pensaba, ¿cómo diablos podía haber sabido en qué momento les tocaba su turno? Lo mejor sería quitar eso que rondaba en su cabeza y acatar cada orden que ella le diese, quería disfrutar y sentir la caricia que ella le daría por medio del flogger o la fusta que sostenía en su mano. Solo suspiró cuando ella jaló la cadena para hacerlo subir sobre la tarima, ante aquella multitud que esperaba ansiosa el espectáculo de ambos. ¡Ni siquiera se habían preparado! Tampoco lo habían conversado. Olenka le había ofrecido, y él había aceptado, ¿qué podía salir mal?
Nada...
¿Verdad?
The Weeknd fue el elegido por la preciosa mujer de moños traviesos. Entonces Ian pensó que sí, lo había hecho todo con fría premeditación porque Blinding Lights no era ni por mucho menos una coincidencia. Oh, Ian si tan solo supieras que, por ahí, en aquel salón, acababa de entrar tu más dulce tormento, de seguro bajarías corriendo de esa tarima y desaparecerías porque estabas a punto de ser exhibido frente a ella. Bueno, si era lo bastante observadora como para darse cuenta que eres tú el que está arriba jugando con otra que no era ella.
Que otra había sido la primera en domarte en público y no ella...
De seguro eso te pondría patas arriba, ¿cierto? Pero estabas tan absorto en las sensaciones de los latigazos que no te habías percatado que justamente, luego de saludar a muchas personas, ella se había sentado en el mismo sitio en el que antes habías estado tú. Que así, al igual que te pasó a ti, la letra de aquella canción, también captó su atención y por lo cual, giró su cabeza hacia dónde estabas tú para ver de quien se trataba.
Tampoco hubieses podido ver la sonrisa que se formó en sus labios cuando vio como Olenka hacia bailar los cueros de aquel excitante accesorio para luego darte duro en la espalda. Mucho menos hubieses podido ver, porque estabas tan ensimismado disfrutando del ardor que sentías sobre tu piel, que la mujer de tus sueños y pesadillas, de pronto arrugaba la frente y ladeaba la cabeza porque algo había captado su atención.
Y sí mi querido...
Fuiste tú...
Sin embargo, pensó que quizás no fuese posible porque ella no había sabido más de ti. Y claro, también lo pasó pésimo durante todo el tiempo que no se vieron, pero, así como tú, ella también echo por el desvío cada pensamiento que quiso osar en pasar por su nublada mente. Porque claro, a pesar de todo, ella también te conocía, aunque no lo creyeras. Estabas tan sumergido en una nube de placer, que no te diste cuenta que ella se estaba acercando hasta quedar en una posición perfecta. Una posición que la dejó con la boca abierta porque tal vez, solo tal vez, se dio cuenta que eras tú. No obstante, no hubieses pensado que ella no podía creer que estabas dejándote someter por Olenka, sí, una muy buena colega que era capaz de crear muchas sensaciones para el sumiso que se pusiera bajo el yugo de su dominación.
Ian, tú hermoso estereotipo de hombre sensual salido de las portadas de los libros más eróticos jamás existidos, estabas jodidamente siendo objeto de escrutinio por parte de la mujer que no dejaste de pensar nunca. Estabas siendo analizado en cada movimiento que tu cuerpo describía porque claro, también tenías el rostro cubierto. Sin embargo, eso no fue impedimento para que ella pudiese ver la forma de tu viril cuerpo. Ese mismo que tampoco pudo sacar de su cabeza durante nueve meses. Pero algo en ella hizo que girase la cabeza y terminase desechando de que eras tú quien estaba siendo sometido. ‹‹¿Por qué estarías ahí?››, se preguntó mientras volteaba el cuerpo para volver a donde estaba antes.
—¡Pervertido!
Ian, Ian, Ian...
El haber gritado la palabra de seguridad que ella misma te había puesto, fue un craso error porque ahí fuiste vilmente revelado por tu boca. Porque sin saberlo, la sangre de aquella bella mujer se heló para no dejarla dar un paso más. Porque no sabías lo que provocaste al no poder aguantar el azote que se había dado en las bolas. Porque la pobre Isabella casi se desnucó al voltear la cabeza con tanta fuerza para observarte y sí, finalmente darse cuenta que eras tú el que estaba ahí, de rodillas con las manos puestas en tus partes nobles. Porque no eras consciente de que ella tuvo que sostenerse de un miembro de la comunidad para seguir de pie porque había sido tan fuerte el impacto que, casi se cayó de bruces directo al piso.
El escucharte gritar aquella intima palabra de seguridad, la dejó en blanco...
El escucharte gritar aquella intima palabra de seguridad, casi le hizo explotar la cabeza...
—No puedo creerlo...
Susurró mientras se cubría la boca y se le secaba en el acto...
Ian había ido hasta allá...
¿Por qué?
¿Para qué?
¿Acaso quería hablar con ella una vez más?
—Ha pasado tanto tiempo —pero soltó el aire que se había estancado por ahí, cuando escuchó como la piel de Ian hacia aquel particular sonido que ella rememoró noche, tras noche.
Solo cerró los ojos...
Comenzó a caminar entre la multitud...
Y salió del salón a toda prisa...
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Perdón la demora y mil gracias por leer.
Espero que les haya gustado.
Besos :)
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