Capítulo 22


Habían pasado nueve meses desde la última vez que vio a Isabella...

Los primeros días fueron una verdadera mierda...

Su vida se había vuelto una auténtica y nefasta monotonía...

Aquella primera semana, no hizo más que sino ir a hacer sus clases, explicarlas como si se tratase de un robot, volver a su departamento, programar la malla curricular de la semana siguiente, comer alguna cosa, ducharse e irse a la cama. Ni siquiera era capaz de hablar con Dante, por mucho que él tratase de sacarle las palabras, Ian no hacía otra cosa más que contestarle con monosílabos. Esa primera semana se había vuelto interminable, y lo peor es que ella no dejaba de rondar en su cabeza. Hasta estando dormido no dejaba de pensar en las palabras que Isabella le había dicho. "No estamos listos para estar juntos". Vivían tan cerca que quiso ir por ella muchas veces, pero se retractaba en cuanto estaba arriba de su auto. Otras tantas más, estuvo a punto de marcarle mientras veía la pantalla de su móvil, pero en el último momento lo terminaba lanzando a la cama. Con el paso de las semanas, se dio cuenta que quizás ella tenía razón y que su necedad por aferrarse a algo inalcanzable, lo había cegado para no dejarlo ser él mismo.

Sin embargo, ya le era imposible comportarse como solía hacerlo en el pasado. Algo había cambiado e Ian sabía que era. Ya no veía a las mujeres como antes. Ya no salía con Kenneth en las noches para visitar lugares bohemios. Ya no andaba de coqueto por la vida. Ya no andaba regalando sonrisas brajabragas por doquier. No. Ahora era un tipo que, si antes era frío y distante, eso se había acentuado todavía más. Y no era cosa de que mirase feo a medio mundo, tampoco. Solo que estaba guardando la distancia porque tenía resquemor de volver a cagarla.

El primer mes, fue un verdadero infierno. Sentía que algo le faltaba. Creía que algo había perdido. Pensaba que todas esas inquietudes eran debido a ella, y sí, quiso dar vuelta la página, pero simplemente no pudo. ¿Cómo se puede olvidar a una persona que significó tanto para ti? ¿Cómo puedes desechar ese sentimiento que se incrustó para no querer moverse de su sitio, y que cuando lo agarras con tu mano para removerlo, se aferra todavía más? No sabía cómo afrontar nada de lo que pasaba a su alrededor. Por suerte no alcanzó a contarle a Kenneth que Isabella era su novia, eso, después de lo que sucedió, hubiese sido una burla para el resto de su vida. Todavía más si llegaba a enterarse que el noviazgo le duró un puto día.

Unas cuantas horas...

Que jodida parodia...

El segundo mes, ya comenzaba a asimilar que ella no volvería a ser parte de su vida y creyó que sería fácil olvidarla por el poco tiempo que le había costado enamorarse de ella, pero no fue así. Sobre todo, porque ella había logrado sacar cosas que Ian ni siquiera sabía que tenía escondidas. Como el placer que descubrió a través de la flagelación. Las experiencias que le hizo vivir, no salían de su cabeza. Quería volver a repetirlas, pero todavía no estaba listo. Seguía creyendo que, si se involucraba con alguna mujer, la estaría engañando.

Era un soberano estúpido, seguramente ella estaba jugando con los hombres que se movían en su mundo. Luego de que ese pensamiento osara en cruzar por su cabeza, estrelló el vaso de agua en la pared porque, después de tanto tiempo, otra vez estaba pensando mal de ella. Era demasiado desgastante y a esas alturas, Ian creía que seguramente, en ese instante, Isabella lo estaría mandando otra vez al infierno.

Que jodido estaba...

No se encontraba listo para estar con nadie...

El tercer mes, ya estaba retomando con más normalidad las riendas de su vida. Había accedido a salir con el insistente de Kenneth, y aunque hubo muchas mujeres que se le insinuaron, Ian no les prestó atención y siguió bebiendo su trago como si su vida dependiera de ello. Lógicamente Kenneth intentó averiguar que le había pasado para que su cambio fuese tan abrupto. Porque pasar de ser un hombre que en menos de veinte minutos tenía a la tipa que quisiese en cualquier lugar follándola, a ser prácticamente un asexuado con careta apática, pues era preocupante. Pero Ian simplemente lo miró y no le dijo absolutamente nada.

Poco a poco, volvió a ser el profesor por el que sus alumnas babeaban. No era que hubiese descuidado su aspecto físico, eso ni por asomo porque seguía siendo tan quisquilloso como siempre, a la hora de elegir que se pondría. Más bien era porque ni siquiera sonreía en clases, pero ese aspecto también fue mejorando. Y sí, muchas veces se encontró a Ivana en el salón, pero ni siquiera le dedicó una mirada. En más de alguna oportunidad la chica se había acercado a preguntarle una inquietud, pero Ian se la explicaba sin levantar la cabeza. Esa chica siempre tuvo razón.

Él nunca fue digno de su tía...

Ya para el cuarto mes, su relación con Dante fue mejorando con creces. Finalmente, nunca fue a ese sitio donde su hermano trabajaba, aunque no descartaba que en cualquier momento le diría que quería conocer en qué diablos andaba metido. Solían almorzar juntos los fines de semana, quizás ver alguna película o hasta beber un trago juntos. Pero en las noches, Dante se esfumaba yéndose a ese lugar. Ni siquiera se despedía, mucho menos le decía si volvería. Eso sí, en más de alguna oportunidad escuchó gemidos provenientes de la habitación de su hermano. En una de esas incómodas noches, hasta los hizo callar porque al otro día debía levantarse temprano para ir a hacer clases. Ni los domingos los respetaba, jodido Dante.

Jodido él que se la vivía al servicio de su mano...

Sí, sí, tuvo que empezar a hacer aquello...

Su cuerpo licenciosamente adormecido estaba pidiéndole a gritos el contacto físico. Ya no era suficiente agasajarse él mismo. Ya no le bastaba con recordar lo que era estar en los suburbios de un sexy cuerpo femenino, porque en ese instante necesitaba estar ahí casi con desespero. No quería empezar a notar como un bíceps crecía más que el otro. Así que ya para el quinto mes, quiso volver a las pistas, por decirlo de algún modo. En una de esas noches, llamó a Kenneth para ir a un club. El que fuese, la cosa era salir de esas cuatro paredes que lo estaban consumiendo.

Por supuesto que el rubio se mostró sorprendido porque últimamente era él quien siempre solía llamarlo. Así que salieron como en los viejos tiempo, y en cuanto entró hizo contacto visual con una guapa chica de cabello castaño. Le sonrió de lejos. Creyendo que todavía estaba allí, escondida y arrebatada, su seducción de macho alfa, se acercó hasta la mesa y la invitó una copa de vino. Sí, había agarrado más confianza y para ese entonces ya la estaba besando, pero hasta ahí no más llegó.

No logró concluir el asunto...

Estando entre las piernas de aquella mujer, no pudo llegar a penetrarla porque tenía el rostro de Isabella metido en el cerebro. Quiso olvidarla, pero mientras más agitaba la cabeza, más la veía. Le pidió disculpas a... Ni siquiera recordaba cómo se llamaba, y se fue dejándola sola, sentada sobre el lavamanos del baño, con la falda enrollada hasta la cintura y las bragas colgando del tacón. Sintió una insana frustración por no poder llegar más allá de uno buenos besos. Besos que hubiesen terminado en una buena cogida si es que no hubiese mentalmente divisado a aquella mujer que se convirtió, en ese jodido instante, en su más oscuro tormento.

Quería, pero no podía. Lo deseaba, pero su mente no lo dejaba. Era una cosa tan terrible que se sintió anulado desde la cintura hacia abajo. Es que, a pesar de haber acariciado a esa mujer, a pesar de estar sublimemente excitado, a pesar de estar perdido besando sus senos, no estuvo erecto en ningún momento. ¿Y así quería penetrarla? Joder, estaba más flácido que un pedazo de tela, si hasta su maldito cinturón estaba más duro que él.

Por suerte a ella no se le había ocurrido tocarlo porque hubiese sido el fiasco más vergonzoso de su maldita vida. Mientras se abotonaba la camisa del pecho, soltó todos los insultos que se sabía y hasta inventó unos cuantos. Entonces al llegar a la barra, solo le hizo un gesto a Kenneth para que se largasen de allí. Y seguramente no le pregunto nada a Ian porque tenía una cara de desgraciado que era mejor omitir.

El resto de los días, prefirió quedarse encerrado...

Estando a mitad del sexto mes, comenzó a retomar la lectura sobre la sumisión masculina. No lo critiquen, el tipo había experimentado tantas cosas nuevas para su cuerpo que pensaba que quizás eso era lo que necesitaba para volver a reiniciar con su vida sexual. Estando sumergido en la búsqueda sobre nuevas experiencias, sintió la puerta de entrada y prefirió apagar su móvil. No estaba interesado en que su hermano se enterase que le había encantado ser azotado en el culo. Y para cuando se fue a recostar a su habitación, se percató de lo complejo que era buscar sobre un hombre sumiso. Meses atrás se había fijado en exactamente lo mismo. Solía haber de todo con respecto a las mujeres, ¿y los hombres qué? ¿Acaso no tenían el derecho de que se les hiciera un extenso artículo sobre ellos? Bueno, que más daba, ya había encontrado lo que necesitaba y con eso le bastaba.

Una dominante de paga...

Sí, eso mismo...

Pensaba que la inmensa atracción que sintió por Isabella se debía precisamente a eso. A que ella le había despertado las sensaciones que en él estaban ocultas. Sensaciones que no sabía que pudiesen existir y fue por eso mismo que creyó sentir aquel enamoramiento que poco a poco se iba esfumando. O eso era lo que creía porque ya no la pensaba como solía hacerlo. Así que, pidió una sesión con una supuesta dominatrix profesional. Se mordió el labio cuando supo que dos días después, a las ocho de la noche, estaría desnudo frente a una desconocida mujer. Bueno, así fue como estuvo en innumerables ocasiones, pero ese día sería muy distinto porque no estaría en calidad de dirigir, sino de obedecer. Pero la sensación a lo desconocido le alteraba los sentidos y de cierto modo, eso le aumentaba el morbo.

Pero no fue como él pensó...

Cuando se presentó esa noche en aquella dirección, se dio cuenta de forma inmediata que no había conexión con esa dominante. Se sintió fuera de lugar porque no logró acoplarse con ella para entregarse como tanto lo quería. Como Isabella lo logró, con abandono. Como Isabella lo hizo sentir, con la piel ardiendo y pidiendo a gritos el siguiente castigo. Ian pensó que, aunque le vendieron la estampa de profesional en el arte de la dominación, aquello no era más que un mero negocio. Que no lo hacía porque le gustase realmente entregar y recibir placer, sino que para tomar el cheque al final de la sesión.

Eso sí, no se sintió menoscabado cuando ella le daba alguna orden o algún azote. Sin embargo, la desconexión total que tuvo de su mente y cuerpo, no le permitió experimentar en ningún momento algo emocional, mucho menos mental que lo hicieran disfrutar, aunque fuese el ruido de los cueros impactando sobre la piel de su espalda. Nada, absolutamente nada, solo tenía noción que se aferraba al potro donde ella solo hacía lo suyo. Y sí, claro que le dolió. Pero justamente en eso quedó, en el mero dolor y en el nulo placer. Así que cuando se vistió, ni siquiera la miró cuando le extendió el sobre que contenía el efectivo.

Que dinero tan mal gastado....

Las cosas estaban saliendo mal para él a nivel emocional, puesto que por mucho que quisiera hacerse el estúpido, sabía que estaba actuando de forma incorrecta y que, en vez de avanzar, solo estaba retrocediendo tan solo para quedarse en el punto de partida. Después de tanto tiempo, creyó que no había entendido nada de lo que Isabella le dijo la última vez que se vieron. Que solo buscaba la satisfacción de su cuerpo para llenar el vacío que ella le había dejado. Pensó que el paso de los meses estaban curando las heridas, pero no era así. Y eso era la mierda puesto que deseaba poder seguir adelante sin que la sombra de Isabella se interpusiera en su camino hacia la madurez espiritual que necesitaba para poder continuar y ser una mejor persona.

Un mejor hombre...

En una de esas veladas en las que no podía dormir, quiso lanzarse al vacío porque tan enfocado estaba en su supuesto desengaño que no había recordado lo que hablaron la noche que ella lo había dominado por primera vez. Esa misma noche en la que él le dijo que le gustaban sus tiempos libres porque era él quien los manejaba. Que no le gustaría sentirse amarrado a una mujer que lo estuviese llamado a cada momento, queriendo saber los movimientos de su vida. Que no servía para estar con nadie porque simplemente no estaba dispuesto a rendir cuentas de lo que hiciera o dejase de hacer. Soltó una sarta de peroratas que a los dos días se le olvidaron porque eso fue lo que precisamente hizo.

Hacer sentir ahogada a Isabella...

La asfixió a un punto que él nunca esperó, porque no tuvo noción que estaba haciendo algo tan absurdo como lo era hacerla sentir miserable con sus celos tan mal enfocados e injustificables. Él, que nunca quiso una relación sentimental por priorizar su bienestar emocional y solitario, fue el primero en desestabilizar emocionalmente a Isabella. Él, que nunca fue de estar dándole explicaciones a nadie, fue el primero en cometer ese error al hacer que Isabella hiciera lo que precisamente a él tanto le enfadaba. Justamente y sin saberlo, había sometido a Isabella a hacer todo lo que él nunca estuvo dispuesto. Fue por eso mismo que se había levantado de la cama, y había salido a la terraza porque se estaba sofocando cuando la verdad cayó frente a sus ojos.

Había prendido un cigarrillo con la mano un poco temblorosa porque se acababa de percatar del terrible error que había cometido con ella. Y ella no se lo merecía porque todos sus miedos se vieron reflejados en cada escena de celos que le hizo, en cada reclamo, en cada grito y en cada lagrima que ella nunca debió botar porque él no era nadie para hacerla sentir tan infeliz. Él no sabía lo que era tener una relación, no sabía cómo amar y tratar a esa persona. Sin embargo, sabía que debía tener un mínimo de sentido común para intuir que nada de lo que había hecho, era lo correcto, sino todo lo contrario.

Según él, esa madrugada que hablaron en la habitación de juegos, se estaba absteniendo de tener una relación porque era algo que no le interesaba, pero lo cierto era que esa noche quería de todo con ella y ese candente estimulo lo dejaron pendiendo de un jodido hilo, ese mismo que ya ni siquiera existía porque se había roto al punto de hacerse pequeñas hilachas. Creía en el amor, pero se privaba de ello para resguardarse. Por eso mientras más sentía a Isabella cerca, las primeras veces que se vieron, más quiso alejarse porque su inconsciente ya sabía que esa mujer causaría estragos en él. Ella era peligrosa, y por eso quería escapar lo más lejos posible. Sin embargo, su poder atrayente pudo más y él había terminado de sucumbir al grado de hacerlo perder los estribos y el control.

Cuando había sucedido lo de la malinterpretación que él le dio al escrito de Isabella, pensando que era una carta para ese hombre, debió entender que cuando ella lloró, la había cagado. Le había pedido perdón, le había jodidamente dicho que comenzar desde cero sería la maldita mejor segunda parte. Algo de lo cual ella estaba segura que pasaría. No obstante, eso había estado tan lejos de suceder porque precisamente fue él quien se encargó de que aquella segunda parte fuese más destroza que la primera. Más desastrosa que los azotes que Isabella le había dado porque si bien su piel quedó muy malherida, no se comparaba con el dolor que sentía en su corazón por provocarle tanto daño a la mujer que supuestamente amaba.

Porque cuando se ama, no se daña, se protege...

Porque cuando se ama, no se recrimina, se comprende...

E Ian la había recriminado y dañado...

Había terminado sentado en el piso de la terraza, sintiendo el aire fresco de la madrugada. Es que pensar tanto fue como una especie de catarsis que lo hizo ampliar su mente para hacerlo entender que todos esos meses estuvo mal enfocado en todo lo que pensó e hizo. Que no podría volver jamás el tiempo atrás, pero que si podía mirar hacia el futuro e intentar recomponer los errores de su inmadura actitud. Él no era quien había salido mal parado de eso. Él no era quien había sufrido como un loco por alejarse de la mujer que amaba. Era Isabella quien seguramente estaba sintiendo todo eso y el causante de todo aquello, no era nadie más que él mismo.

Peor se sintió...

En ese instante que estaba con la cabeza entre sus piernas mientras su cuerpo entero temblaba, supo que lo mejor que pudo hacer ella fue alejarse porque él no estaba preparado, en ese entonces, para tener nada ni con ella, ni con nadie. Ian pudo haber seguido con su coquetería. Pudo haber seguido con ese juego del que tanto se alimentaban ambos. Pudo haber seguido tensando esa cuerda de sensualidad en la que se enrollaban cuando se encontraban, pero no. Porque fue tan impulsivo que prefirió exponer sus sentimientos, antes de descubrirlos de verdad. Porque fue tan arrebatado que prefirió pedirle que fuese su novia antes de conocerse de verdad. Porque fue tan irreflexivo que prefirió reflejar su inseguridad mediante exigencias estúpidas, antes de comprender que eso estaba cavando su propia tumba.

Y eso fue un verdadero azote...

Un azote que lo elevó para luego dejarlo caer directo a su propio infierno...

Y fue tan tangible que cuando se puso de pie, sintió todo su cuerpo adolorido y adormecido. Ian estaba entumecido mentalmente. Aquella profunda introspección llegó en el momento menos esperado y eso le decía que, si bien todavía no estaba listo para afrontar todo eso con la cabeza en alto porque se sentía avergonzado, estaba restaurando el camino que hacía meses atrás había dañado, para recobrar y reconocerse para cuando la volviese a ver.

Así que, no era la sombra de ella la que no lo dejaba seguir...

Era él mismo quien no se permitía avanzar...

Así que en el séptimo mes solo se enfocó en hacer sus cosas y seguir con aquellas nocturnas lecturas sobre el mundo del BDSM. Se le hacía fascinante descubrir todo lo que conllevaba pertenecer a ese círculo de personas con una amplitud de mente que él le volaba la suya. Se fue dando cuenta de los recónditos pensamientos de quienes dominaban y quienes se dejaban dominar. Comenzó a conocer cada disciplina, cada código, los juegos y en que se basaban cada uno de ellos. Lo consensuado, lo sano, el placer y el dolor. Así como también leyó la advertencia de conocer a falsos dominantes.

Y recordó a esa tipa a la que él le pagó por sus servicios. Y recordó al desgraciado que tanto daño le había hecho a Isabella. Esas personas que se disfrazaban de Amos, eran difíciles de reconocer hasta que conocías como eran entre las cuatro paredes que conformaban su mazmorra. Más bien, su infierno. Por lo que había leído y por lo que Isabella le había dicho, no era fácil salir de las manos de esos tipos. Y era debido a eso que siempre se debía estar bastante precavido y no dejarse deslumbrar por el primero que veías afirmando un látigo.

Comenzó a canalizar cada sensación que le provocaba todo lo leído. Lo absorbió, aprendió y eso lo hizo creer que cada vez estaba más listo para un inminente reencuentro con su preciosa morena. La misma que lo había hecho ver todo con otros ojos. La misma que lo había hecho revelarse contra él mismo y así terminar de entender qué era lo que realmente quería. Sin embargo, todo eso solo era para él, y si llegaba a decirlo, era porque ese sería el momento indicado. Ya no más de hablar sin antes pensar. Ya no más arrebatadas acciones, sin antes distinguir y procesar todo con absoluta altura de mira.

—¿Qué haces? —le había preguntado, en una de esas noches, Dante que acaba de entrar al living.

—Nada —respondió sobresaltado y al tiempo que bajaba la pantalla del portátil —. ¿De dónde vienes?

—Eso no te importa —Ian se puso de pie porque prefería ir por un vaso de agua antes de seguir insistiéndole a su hermano —. ¡Tráeme un refresco!

—¡Ven tú mismo por él!

—Vamos, estoy cansado. No te cuesta nada.

—Quizás qué diablos estabas haciendo.

—Algo que a ti no te he visto hacer.

—¿Ah, sí? —sonrió mientras abría el refrigerador —. ¿Y se puede saber qué es?

—Follar —Ian rodó los ojos.

—¿Y cómo sabes que no he hecho eso?

—Porque te la vives con cara de puto reprimido.

—¿Sabes qué?, toma tu maldito vaso y vete al diablo por todo el resto de la noche.

—Ya sabía yo que tenía razón.

—Adiós —Dante lo siguió con los ojos sonrientes, mientras bebía jugo.

—¡¿Me prestas tu portátil?! ¡Necesito ver unos correos! —Ian, que había recién cerrado la puerta, la abrió y asomó la cabeza.

—Después lo dejas como estaba.

Y cerró de un portazo, pero en cuestión de segundos se escucharon unos pasos bastante pesados ir directo hasta donde estaba Dante. Él mismo que no despegaba la vista de la pantalla. Él mismo que tenía los ojos muy, muy abiertos. Él mismo que había acercado el rostro hasta quedar casi pegado en las líneas desdibujadas que Ian observaba con las manos sudorosas. Él mismo que estaba girando la cabeza para mirarlo a la cara. Él mismo que intercalaba parpadeo entre el portátil y el rostro pálido de él. ¿Cómo fue tan estúpido de no acordarse de lo que estaba leyendo? ¿Cómo pudo no quitar la jodida página? Es más, ¿cómo diablos se le pudo ocurrir tan siquiera prestárselo si ahí estaban todas sus perversiones? Ahora no sería más que un conejillo de indias para su hermano.

—¿Por qué estás leyendo acerca de esto? —le preguntó cauteloso.

—Eso no te interesa —agarró el aparato y dio media vuelta.

—Estás metido en el BDSM ­—aseveró.

—¿Y si eso fuera cierto, qué? Ya te dije que no te interesa.

—¿Sumiso o Amo? —insistió.

—¿Qué diablos te importa? —Dante iba caminando detrás de él.

—Por lo que leí, no estás interesado en la dominación.

—¡Ya déjame en paz! —le gritó mientras se volvía hasta él.

—¿Te gusta la sumisión?

—Púdrete.

—¿Cómo fue que te metiste en eso?

—Basta.

—Estás leyendo para saber más acerca del asunto, ¿verdad?

—¡Jódete! —le iba a cerrar la puerta en la cara, pero Dante puso la mano con fuerza.

—Yo te puedo enseñar —Ian lo quedó mirando.

—¿Cómo dices?

—Que, si estás interesado en el BDSM, yo te puedo enseñar.

—¿Y tú qué sabes? —ya en ese momento estaban ambos dentro de la habitación de Ian.

—Mucho más de lo que piensas.

—¿Sí? ­—lo observó con el rostro burlesco —. ¿Y cómo se supone que sepas más que yo?

—Porque simplemente soy un Amo.

Todo en Ian se puso rígido...

—¿Ah? —gimió por impulso.

—Desde hace años que soy un dominante, Ian.

Ian solo lo quedó mirando con un rostro que reflejaba lo atónito e incrédulo que estaba. En un principio pensó que solo le estaba jugando una broma para que él soltase la verdad. Que solo quería que hablase de lo que le gustaba para luego burlarse a costa suya. Que tan solo quería saber que tan retorcido era su hermano menor. Pero luego de varios minutos analizando la cara de Dante, supo que no le estaba mintiendo. Estaba tan malditamente serio que eso le produjo escalofríos por todo el cuerpo. Dante se había metido las manos a los bolsillos e Ian sabía que cuando hacía aquello, era porque estaba esperando alguna reacción a su franqueza. Sin embargo, no encontraba la voz para poder hablar, porque simplemente su jodido hermano mayor lo había dejado marcando ocupado.

—¿No dirás nada? —le preguntó después de muchísimos minutos de silencio.

—Pu... —se aclaró la garganta —. No.

—¿En serio?

—No tengo nada que decir.

—Tú no, pero tu cara me dijo muchas cosas —sonrió.

Ian soltó el aire por la boca.

—Tú me cuentas y yo te cuento, ¿vale?

—¿Crees que me importa saber si andas azotando?

—Sí, lo creo —se encogió de hombros —. Es por eso que estás leyendo sobre mi estilo de vida.

—Por favor, Dante, no me jodas —lo miró de la cabeza a los pies —. ¿Tú, un Amo? Joder, ni yo que soy mucho más guapo.

—Para que veas —se pasó la mano por el cabello, que en ese momento lo llevaba suelto —. Soy dominante hace muchos años, pero si nunca te dije es porque no pensé que esto te interesara, pero veo que me equivoqué —se acercó hasta Ian y le tomó el hombro —. ¿Eres sumiso?

Ian giró la cabeza, pero lo miró de soslayo. No hizo el intento de quitar esa mano que lo sostenía con suavidad y a la vez con firmeza. ¿Sería capaz de contarle a Dante que sí, que había sido un sumiso? ¿Sería capaz de contarle que quería serlo porque lo sentía en el medio de las entrañas? ¿Se burlaría de él? Porque ya, Ian sabía que ser un sumiso daba el poder de decisión y muchas cosas más, pero, un dominante era el que tenía más fortaleza entre ambos, ¿no? Entonces, ¿no quería hablar con franqueza porque se sentía menos que su hermano? No, no era eso. Tampoco era aquello de que uno tenía más fortaleza que el otro porque ambos eran un complemento que se acoplaban a la perfección. Solo era que..., le daba vergüenza contar cómo había sido todo lo que vivió.

Su error...

—Veo que no me dirás nada y está bien, respeto tu privacidad —de pronto, le agarró la nuca y puso su frente en la de Ian. Él se sorprendió por el repentino gesto —. Pero sabes que me puedes decir lo que quieras porque yo no soy nadie para recriminarte nada, mucho menos el estilo de vida que estás llevando —se separó de él y se giró para salir de la habitación.

—Soy sumiso, Dante... —resopló mientras lo decía.

—Lo sabía.

—Más bien, me he dejado someter tres veces.

—¿Y te ha gustado? —le preguntó mientras se sentaba en la orilla de la cama.

—Dos de ellas me han encantado.

—¿Y la otra?

—No, esa la detesté —Ian tomó asiento en un sofá.

—¿Cómo supiste que querías ser sumiso?

—Joder, cuanta pregunta —bufó.

—Es que, a pesar de saberlo, me resulta increíble que te hayas metido en esto —sonrió de medio lado.

—Conocí a una mujer. A una dominante.

—¿Cómo? —quiso saber.

—Nos topamos y luego una cosa llevó a la otra hasta que hice un trío con ella y Kenneth.

—¡¿Kenneth?! —lanzó una carcajada —. No, hombre, ya me los imagino peleando por ser el primero en follarla.

Menos mal que no mencionó el beso...

—Imbécil —se rio con él —. Bueno, la cosa es que aquella noche pasaron muchas cosas y le pedí una sesión. Ella no quería, pero cedió. Bueno, me hizo probar su mano y fue una cosa inexplicable hasta el día de hoy.

—Entiendo. Ella debe ser increíble para haberte inducido al mundo de la sumisión.

—Ella es más que eso, Dante —dijo perdido.

—¿Y entonces, sigues con ella?

—No, eso se acabó —decir eso le produjo un incómodo malestar —. Pero quiero volver a intentarlo, es algo que quiero seguir haciendo, practicando, jugando, y aprendiendo.

—¿Y por qué no buscas una dominante?

—Esa fue la tercera vez —se pasó la mano por la cara —. Le pagué a una.

—Bueno, no tengo nada en contra de eso. ¿Pero no crees que es mejor hacerlo de otra manera?

—Si supiera cómo, créeme que no hubiese botado así mi maldito dinero —hizo una mueca —. En ese tiempo estaba perdido y no sabía lo que realmente quería.

—¿Y ahora sí?

—Sí.

—Pues, yo conozco a muchas dominantes. Si quieres te presento a una.

Ian se quedó en silencio. ¿Podría confiar en Dante para algo así? Aun no se creía del todo que su hermano mayor fuese un puto Amo. Se pasó la mano por la cabeza y la sintió sudada. Estaba en estado de tensión por esa conversación. Sabía que había revelado demasiado, pero también era cosa de tiempo para que Dante se diese cuenta, puesto que en más de alguna oportunidad casi lo pilló con las manos en la masa. Fue esa noche, precisamente, y ya no había mucho más que hacer. ¿Aceptaría? ¿Debía aceptar la sugerencia de Dante? ¿O simplemente lo mejor era permanecer tranquilo y quedarse con ese deseo reprimido? Miró el piso y en cuestión de segundos estaba asintiendo con la cabeza de manera lenta, mientras poco a poco fijaba los ojos en él.

—Pero debes estar seguro de que esto es lo que quieres.

—Lo sé y estoy muy seguro.

—Bien, ¿cuándo quieres comenzar?

—Solo cuando ella pueda.

—Oh, ella estará encantada de someter a mi hermanito.

—Si sigues jodiendo, no aceptaré nada.

—¿Oye?

—¿Qué?

—¿Y si mejor te someto yo?

—¿Qué estás diciendo?

—Pues, yo puedo ser tu Amo.

—Eres un enfermo.

—Piénsalo, quedaría en familia —alzó las cejas y luego soltó —: Serías mi perra —se carcajeó fuerte.

—Olvídalo y lárgate de mi habitación. Deshecho tu ofrecimiento.

—Ya, vamos, que solo te estoy molestando —le dijo con una sonrisa mientras sacaba su móvil.

—¿Qué se supone que haces? —pero Dante no le respondió.

—Hola, guapísima —al oírlo, Ian no alcanzó a prender su cigarrillo que había sacado —. Bien, pensando en ti... —Ian rodó los ojos —... Lo mismo. Cariño, ¿cuándo tienes libre? —cuando vio a Ian con el encendedor entre los dedos, lo echó con la mano —. En la habitación no se fuma, vete afuera. Sí, sí, aquí estoy —se quedó en silencio unos segundos —. Tengo carne fresca para ti ­—observó a Ian con ojos burlescos —. Mi hermano.

—Jodido estúpido.

—Descubrí que al muy imbécil le gusta andar con la braga de cuero metida en el culo.

—¡Pero qué hijo de puta eres! —gritó e intentó quitarle el celular.

—... Sí, es él. No lo tomes en cuenta... —salió casi corriendo de la habitación —. ¿Entonces?

—Yo te mato, Dante. ¡Te mato!

—Buenísimo... —se quejó cuando le llegó una patada —. Ya, nos vemos ese día. Un beso, preciosa.

—¡¿Quién mierda te crees que dices esas cosas de mí?! —lo empujó.

—Ya, no es para tanto. Relájate.

—Si andas pregonando por ahí esa sarta de mentiras, te largas de mi departamento.

—Pasado mañana tienes una sesión con mi fiera amiga —solo le bastó con oír eso para quedarse con el vaso en la mano, porque claro, estuvo a punto de lanzárselo a Dante.

—¿Cómo?

—Que pasado mañana iré contigo hasta el departamento donde tendrás una doma.

—¿Quién es ella?

­—Una mujer que te hará agua las neuronas —le quitó el vaso y se sirvió jugo —. Es muy buena, ¿sabes? Muchos se han iniciado con ella. Muchos se han enamorado de ella, de su encanto y su látigo.

—¿Tuviste algo que ver con esa mujer?

—¿Por qué la pregunta?

—Por la forma tan cómplice con la que le hablaste. ¡Si hasta le dijiste esa mierda de mí!

—Jamás vas a saber eso. No cuento mi intimidad.

—¿Entonces no me dirás como es que eres un maldito dominante?

—Ah, bueno, eso es otra cosa —le guiñó un ojo —. Después de que me fui del país, conocí a mucha gente que me hizo conocer ese mundo y bueno, me gustó. No hay mucho más que pueda comentar al respecto —se encogió de hombros.

—¿Hace cuánto tiempo eres un Amo? Es que todavía no me lo puedo creer.

—Hace catorce años.

—¿Me estás jodiendo?

—No —sonrió —. Empecé a los veinte.

—Es increíble —resopló —. Mientras yo estaba en el colegio, tú estabas azotando culos fuera del país.

—Así es la vida.

—Bueno y esa amiga tuya, ¿es de confianza?

—Absolutamente. Si no, no te llevaría con ella. También empezó a temprana edad y tiene vasta experiencia en la flagelación y castigos. Estoy seguro que no te vas a arrepentir.

—Eso espero —caminó, pero se detuvo —. ¿Acaso será que ese lugar donde trabajas, es uno de esos clubes bedesemeros?

—Así es. Soy dueño de uno, ¿quieres ir conmigo para que lo conozcas?

—No —movió la cabeza —. Primero quiero digerir esta mierda, luego veré si voy.

—Como quieras, pero las puertas estarán abiertas para ti.

—Hmp.

—Ian —ya no había tinte irónico en su voz —, si tienes alguna duda al respecto, sabes que me la puedes preguntar. La que sea.

—Son muchas cosas las que tengo en mi mente en estos momentos.

—Lo he notado, sé qué quizás estás confundido y te ofrezco lo que sé de este mundo para que aprendas mejor.

—Está bien, y gracias, pero de momento necesito ir a la cama.

—Aquí estaré para cuando necesites.

Y bueno, aquella noche no pudo dormir pensando en lo que había pasado con su hermano. Nunca pensó que Dante se desenvolviese en un mundo así. No era cosa que lo sorprendiese tampoco, puesto que Dante siempre dejó entrever que era un tipo fuera de lo común, uno al que le gustaba cosas que a muchos no, y uno que hizo lo que quiso de su vida. El tipo era prácticamente un genio en todo lo que hacía y justamente ser un Amo, era lo que lo hacía todavía más especial. Al menos para Ian, que, aunque casi le lanzó un vaso, lo admiraba como a ninguno. En ese instante sintió que, si llegase a tener a tener alguna duda, podría preguntársela a él sin miedo, y sin pelos en la lengua. Era bueno tenerlo de vuelta, aunque sus padres todavía no supiesen que estaba en Manhattan. Ian sentía que ya no estaba solo y eso lo reconfortaba mucho.

Había recién entrado al octavo mes y esa noche tendría una doma después de tantísimo tiempo que, eso le tenía los nervios de punta. No era fácil volver luego de tantos meses, porque Ian creía que esa noche sería de esas inolvidables. Dante era quien le había dicho que no se preocupase de nada porque no se arrepentiría de la decisión tomada, e Ian le creía como hacía mucho tiempo no le creía a nadie, ni siquiera a él mismo. Sin embargo, su hermano le dio esa tranquilidad que tanta falta le hacía en esos momentos que, estaban parados frente a ese departamento. Y sí, le sudaban las palmas de las manos, por eso mismo es que se las había pasado muchas veces por el pantalón. Intentaba inhalar, pero era como si el aire hubiese dejado de existir.

—¿Estás bien?

—No sé.

—Si no estás listo, nos podemos ir. Aquí la cosa es que debes estar seguro para que lo puedas disfrutar.

—Estoy seguro, pero al tiempo estoy nervioso.

—Ian —lo llamó antes de tocar el timbre —, es absolutamente normal estar así. Cuando he sesionado, minutos antes también me pongo ansioso —dijo serio —. Pero cuando estás en ese momento, todo se olvida. Es como si entraras en una especie de mundo paralelo y solo buscas el placer para ambos. Solo dedícate a disfrutar y ser mimado por la mujer que te domina.

—Toca la puerta —pidió decidido.

—Bien.

Ian había empezado a mover el pie. Por mucha palabrería que Dante le soltó, él seguía siendo un jodido novato que, si bien había leído montones y había tenido las dos experiencias más sublimes de su vida, sentía un leve temor por lo desconocido porque por mucho que las disciplinas fuesen una sola, las dominantes eran distintas y muchas hacían cosas que otras no. Aunque medianamente tranquilo lo dejó el hecho de ser él quien tenía siempre la última palabra. Infló las mejillas cuando escuchó los pasos provenientes desde adentro, pero sintió el pulso latirle con fuerza cuando la puerta se abrió.

Ian casi escupe la saliva...

La mujer era una belleza...

—Olenka, tan guapa como siempre —saludó.

—Dante, querido.

—Te presento a mi hermano, Ian.

—Mucho gusto, Ian —le estiró la mano.

—El gusto es todo mío —uf, por supuesto que se la estrechó.

—Pero pasen —avanzó delante de ellos.

—¿Qué tal? —susurró Dante mientras le pegaba un codazo.

—No tengo palabras.

Y era cierto...

La mujer era prácticamente sacada de una película erótica...

Estaba lista y preparada como toda la Ama que era...

Llevaba un vestido de látex rojo tan ajustado que Ian no sabía cómo rayos respiraba. Su cabello castaño oscuro estaba recogido en dos sexys moños que la hacían verse peligrosamente inocente. Sin embargo, sabía que detrás de esa fachada de niña buena, había una mujer que sacaba las garras y quizás cual accesorio escondido por ahí. Estaba al borde de proponerle a ella y a su hermano hacer un trío.

Perdónenlo, por favor, pero es que hacía tiempo que no veía a una tipa con un poder así, de esos que salen por los poros. Solo a una la había visto con tal grado de dominio y energía. Y eso lo llevó a poner, de forma inmediata, los pies sobre la jodida tierra y calmarse, porque no estaba dispuesto a olvidar cual era el objetivo de todo aquello. No estaba dispuesto a perder otra vez la cabeza. Ya, la mujer destilaba lujuria por cada jodido movimiento de su bello cuerpo. No obstante, solo Isabella lo hacía sentirse de una forma que no podría decir nunca.

No había que confundir...

—Bueno, Ian, cuéntame acerca de ti —dijo en cuanto tomaron asiento.

—Soy profesor, hace poco he cumplido treinta y un años.

—¿Cuándo? —intervino Dante.

—Una semana, ejemplo de hermano.

—Feliz cumpleaños atrasado entonces —Olenka se rio.

—Pff...

—¿Profesor de qué?

—Literatura.

—Oh, interesante.

—Mucho.

—Dante me ha hablado acerca de ti y tu inquietud sobre todo esto.

—¿Inquietud? —preguntó confuso.

­—Sí —respondió ella —. Y déjame decirte que la puedo ver en tus ojos —Ian se sorprendió —. Tienes una pose que puede llegar a atemorizar por lo desafiante que es, pero el reflejo de tus ojos te delata —se encogió de hombros —. Es muy normal que suceda, ya me comentó Dante que has sesionado tres veces, con una de ellas fallida. Entonces, quizás puedes haber leído un montón, también haberte introducido en este mundo, pero lo cierto es que mientras más entras en esto, más aprendes —explicó —. Por eso si tienes alguna duda al respecto, me gustaría que me la comentaras para tener una buena comunicación y que esto no resulte ser un fiasco.

—Ya que Dante te ha dicho lo que me sucedió, te argumento que, si pagué por una doma, fue porque desde hace tiempo que deseaba volver a sentir lo de meses atrás —se pasó la mano por el cabello —. Fue un error porque en ese momento creí que era lo correcto y realmente estaba muy lejos de ello. Quiero entrar de lleno en este mundo, pero con la persona correcta.

—¿Y qué sucedió las otras dos primeras veces? —quiso saber —. ¿No fue la persona correcta?

—Sí lo fue —se mordió el labio —. Ella me tomó la mano y yo me aferré a su cuerpo, pero pasaron cosas que no pretendo comentar y todo acabó.

—Entiendo, eso es parte de tu vida privada en la cual no pienso en inmiscuirme.

—Pero yo sí —dijo Dante e Ian lo miró —. ¿Tuviste una relación con esa mujer?

—Sí.

—¿Y qué sucedió para que todo llegara a su fin?

—Cometí un error que no debí —habló sincero —. Malinterpreté detalles de su vida pasada y las hice un drama, el cual me costó la insipiente relación que estábamos teniendo.

—¿Te molestaste porque llevar una vida de dominante?

—No, no podría haberme molestado por eso porque esa es su vida, su estilo de vida y su mundo.

—¿Entonces?

—Hubo un hombre —Dante se pasó la mano por la cara.

—¿Te engañó con él?

—No —negó con la cabeza —. Yo lo interpuse en nuestro camino —echó el cuerpo hacia adelante y cruzó los dedos entre sus piernas abiertas —. Ella estuvo enamorada de ese tipo en el pasado, y yo me cegué pensando que aún lo quería.

—Ian —nombró Olenka —, ¿qué te hizo pensar eso?

—Pues no sé. Cada vez que ella me habló de ese tipo lo hacía con una ilusión que jamás vi en alguien —los vio a ambos —. No quiero hablar más de esto, ¿sí? —Dante se quedó en silencio, analizando las palabras de su hermano.

—Por mí no hay problema —Ian le dio una leve sonrisa —. Entonces dime, ¿por qué quieres ser sumiso?

—Es una pregunta frecuente, pero te digo directo y claro —se sentó derecho —. Es algo que se arraigó dentro de mí hace muchos meses. Me gusta la creatividad y la sensualidad que implica ser sometido. Me gusta el no saber lo que una dominante tiene deparado para mí. Sí, sé mis límites y los he establecido. Sin embargo, esa cosa de estar atado entre las cuerdas del bondage, tener los ojos vendados y palpar de primera fuente un azote, es algo que quiero volver a sentir.

—Dante... —pronunció ella sin quitarle los ojos de encima a Ian —, tu hermano sabe lo que quiere. No creo que sea necesario enseñarle demasiado porque la dominante que tuvo fue muy buena, aunque ya no estén juntos.

—Necesito seguir instruyéndome —intervino —. Pude aprender muchas cosas con ella. Cosas que siempre llevaré conmigo y que no podré olvidar nunca, pero espero que seas tú la que me oriente más allá.

—Increíble —ladeó la cabeza —. Tienes una labia que pocas veces he visto —miró a Dante —. Se nota que es tu hermano —se rio mientras se cruzaba de piernas —. Que extremo. Uno es Amo y el otro es sumiso. Son dos polos completamente opuestos.

—Y justamente eso es lo que lo hace más cautivante, ¿no? —comentó Dante.

—Absolutamente —concordó Olenka —. Pues bien, ¿estás preparado?

—Sí —tragó saliva.

—¿Seguro que esto es lo que quieres de mí?

—Absolutamente.

—¿Tienes palabra de seguridad o he de decirte una?

—No, la tengo —sintió su pecho apretado —. Mi palabra de seguridad es: pervertido.

—¡¿Es en serio?! —escupió Dante en medio de una risotada.

—Sí —lo miró feo.

—¿Tus límites?

—Nada de momificación, ni feminizarme —comenzó —. Tampoco quemaduras, cortes y extremos bizarros. Me gusta el bondage, los azotes.

—Oh, como lo más convencional, dentro de lo que cabe.

—Se podría decir que sí.

—Pero de forma inmediata te diré algo —alzó una ceja —. Jamás llames a esas prácticas: "extremos bizarros", porque cada uno siente placer una forma u otra, ¿te queda claro?

—Perfectamente y me disculpo por ello.

—Muy bien, entonces vamos a mi habitación.

—Yo voy con ustedes.

—¿Por qué? —gruñó Ian.

—Quiero ver.

—No quiero que lo hagas, Dante.

—Ian, entre Olenka y yo podemos enseñarte. No te pongas pacato a estas alturas.

—Maldita sea —masculló por lo bajo —. Está bien.

—Quiero que te vayas quitando la ropa. No me gusta que entren a mi cuarto vestidos, ¿comprendes?

—Sí —se llevó las manos hasta el pecho para comenzar a desabotonar su camisa.

—Me dirás: Señora Ka —siguió caminando delante de ambos —. No te permito que hables a menos que yo te lo exija. Siempre responderás a mis preguntas, porque me fastidia cuando no lo hacen —se detuvo —. Aquí nadie entra caminando, todo aquel que pone un pie lo hace gateando —miró a Dante —. Tú has sido el primero. Siempre serás el único que lo haga con las manos metida en los bolsillos y no lamiendo mis zapatos.

—Espero que algún día tú te animes a lamerme entero —la observó con ojos penetrantes —. Pero sé que eso no pasará porque eres tan dominante como yo.

Entonces Dante no estaba enamorado de esa mujer, eso fue lo que dedujo Ian al ver la interacción entre ambos. Y eso lo hizo preguntarse, ¿era necesario estar enamorado para dejarse dominar? Porque si bien sabía que todo era un mero juego cargado de sexualidad, también había que tener cierto grado de sentimiento, ¿no? Ian, en ese instante estaba completamente desnudo a la espera de que ella le dijese qué hacer. Se fijó en cómo esa mujer lo miraba, en cómo recorría su cuerpo con sus castaños y sedientos ojos. Una leve corriente eléctrica sintió correr por su miembro, por lo que prefirió observar el suelo.

—Puedes hacerme todas las preguntas que quieras. Iré enseñándote cada cosa que te haré. No te sientas intimidado, esta es tu primera doma conmigo —le puso la mano en el rostro —. Seré un poco, solo un poco blanda contigo. No te acostumbres porque soy de las que da muy duro —le dio un beso en la boca —. Arrodíllate ante mí y entra.

Y así lo hizo...

Poco a poco fue agachándose, hasta que quedó completamente arrodillado. Luego puso las manos en el suelo y comenzó a caminar hacia el interior. Un intenso aroma llegó a su nariz, y la sensación era la misma que sintió con Isabella. Respiraba hondo y en silencio botaba el aire. No quería que se le notara lo ansioso que estaba. También pudo percatarse de que ese momento no era ni por asomo a la noche que le pagó a esa supuesta dominante. Era todo distinto, con otro cariz. Se detuvo cuando frente a su vista se posaron unos tacones rojos de charol.

—Lame mi empeine.

Acercó el rostro, sacó la lengua y comenzó a pasarla por donde ella le exigió. Desde el mismísimo empeine, hasta el talón, después se devolvió para seguir con la parte interior. Así estuvo varios minutos, hasta que Olenka le agarró el cabello con fuerza y lo obligó a levantar la cabeza. Ella bajó el rostro y paseó la punta de la nariz por su barbilla, por su boca, su mejilla, su oído, hasta dejar los labios posados allí e Ian se estremeció cuando sintió la humedad de aquella boca deslizarse hasta sus labios. Los mismos que mordió hasta que de su boca salió un ronco gemido masculino. No obstante, aquel juego no quedó hasta ahí, porque le dio un beso que a Ian se le antojo a demandante.

Por supuesto que él correspondió, eso era lo que ella quería y él se lo daría porque estaba en ese lugar para complacerla. Para dejarla hacer lo que quisiera de él. Pero lo hizo despertar cuando le pasó las uñas por la espalda, con una fuerza para dejarlo rasguñado, pero con una suavidad que no lo haría sangrar. Eso le hizo poner seca la boca, pero el beso de ella le calmaba la sed que lo atacó. Entonces cuando se separó de él, le acarició el rostro y le dio dos bofetadas mientras sonreía con arrogancia.

—Ponte de pie y dirígete hasta esa mesa —exigió mientras caminaba hasta el otro extremo del cuarto —. Te pondrás boca abajo y de piernas abiertas.

Ian cuando se recostó, puso su cabeza hacia el lado que estaba Dante. Él estaba sentado sobre un sofá de cuero negro, de piernas estiradas y con el talón sobre el otro pie. Con su codo en el reposabrazos mientras el dedo índice estaba en sus labios. Su cabello negro y largo, descansaba en su hombro derecho. En ese instante en que Ian lo observaba, se le hizo realmente intimidante. Aquella pose que su hermano había adquirido le acababa de confirmar que era un Amo en todo el maldito sentido de la palabra. Se veía jodidamente espectacular, el muy infeliz expelía ese aire de grandeza. Esa aura de autoridad y poder que antes no había visto.

Dante también lo estaba mirando, pero sin burla, sin pudor, sin sentirse amedrentado por el escrutinio de su hermano menor. Esos negros ojos, al igual que los suyos, le demostraban lo orgulloso que estaba de él. De que también lo admiraba porque sabía que no era fácil tomar la decisión de ser un sumiso, porque para serlo había que tener fortaleza y hombría para reconocer a viva voz que le gustaba ser sometido. Porque el mundo era tan machista que prácticamente eso estaba prohibido y por eso, en ese instante, Dante estaba complacido de verlo así, como nunca antes se mostró ante él. Como realmente era. Ian tragó grueso cuando vislumbró como Dante le asentía en silencio.

Y en ese instante, Ian supo que estaban compenetrados...

Y cerró los ojos...

—Antes de comenzar a jugar con la paleta, estimularé tu piel con mis manos —comenzó, y si bien Ian palpó la textura de la madera, fue la palma la que cayó de lleno en su nalga —. Esta es una de las técnicas que más gustan. Supongo que conoces el spanking.

—Sí —murmuró con los dientes apretados porque ella tenía la mano bastante pesada.

—Una buena nalgada, como esta —le dio en la otra —, puede ser de lo más sensual para ti —le pasó los dedos por el ardor —. Debemos prepararte, estimularte para que cuando sea la paleta la que impacte contra tu piel, te guste más de lo que tú mismo puedas reconocer —le dio entre los muslos e Ian apretó la mandíbula —. De más está decir que cuando no puedas más, digas tu palabra de seguridad —esa bofetada llegó entre sus piernas —. ¿Entendido?

—Sí.

—Muy bien —le pasó los dedos por los testículos e Ian tembló —. ¿Te ha gustado eso?

—Mucho ­—pero gimió cuando Olenka golpeó esa zona.

—Para que no te vayas endureciendo aun —fue pasando la paleta por las piernas de Ian y de pronto vino el primer golpe con ella —. Como profesor de literatura, has de haber leído muchísimo sobre esto, ¿no?

—Sí —respondió en medio de una nueva oleada de dolor y picor.

—Entonces también debes tener bastante conocimiento sobre la sumisión masculina —aprovechó que Ian soltó la tensión de los músculos para azotar nuevamente —. Aunque es poco sabido, esto ha existido durante toda la vida. Pero todavía es un tema que no es muy bien recibido por los que se dicen machos recios —habló mientras acariciaba la piel roja de Ian —. Es por eso mismo que es muy difícil que un hombre se deje dominar, porque siempre se buscará esa dominación o poder sobre la otra persona, en este caso, sobre la mujer —e Ian gimió cuando le dio en la espalda —. ¿No crees?

—Estás en lo correcto —estuvo de acuerdo.

—Expláyate —ordenó mientras le pasaba la suave madera por la columna.

—Yo siempre quise tener el poder de ser dueño de mi cuerpo. Ser yo quien dirigía a la mujer con la que estaba. No dejar que nadie me dijese que era lo que tenía que hacer mientras tenía sexo.

—¿Cómo fue que cambiaste de opinión?

—¡Cuando...! —gritó porque ese dolió más que los demás, pero a pesar de ello estaba demasiado magnetizado por la reacción de su cuerpo —. Cuando ella apareció en mi vida.

—Cuéntame cómo fue eso.

—Fue un torbellino desde la primera vez que la vi —soltó en un aliento porque Olenka le había besado ese azote —. Es una mujer cautivante, de esas que no te dejan hacer otra cosa más que pensarla.

—Continúa —alzó el brazo y lo dejó caer en el medio de sus nalgas. Aquel sonido fue como música para sus oídos y para Ian la más plena excitación.

—Con ella siempre fueron ironías, burlas, ese tira y afloja que ninguno quería dejar tranquilo y eso me sedujo, ¡por completo! ¡Maldición!

—¿Dolió?

—Sí.

—Sigue hablando.

—Caí de lleno a sus pies...

—Date la media vuelta —él lo hizo —. Sígueme contando que pasó, que te hizo cambiar de opinión.

—Ella me hizo ver todo de otro modo —apretó los dientes cuando la primera bofetada cayó en su pecho —. Ella... —necesitaba un respiro porque estaba demasiado caliente —. Cuando me dominó por primera vez supe que no volvería a ser el mismo. Cambió mi perspectiva en cuanto al sexo. Me di cuenta que si podía entregarme y doblegarme a una mujer. Que ella fuese la que tomase las riendas sobre mí. Que ella fuese mi dueña, la que me dominase en todos los sentidos que quisiera.

—¿Te enamoraste?

—Solo sentí enamoramiento —se mordió la lengua —. Pero hice todo mal.

—Dime que fue exactamente lo que sucedió —Ian saltó cuando aquella palma impactó en su bajo vientre.

Fue una sensación tan intensa que Ian dio un fuerte alarido, pero se quedó tal cual estaba. Palpando, saboreando los latidos que su cuerpo expulsaba a través de la piel. Sus manos estaban empuñadas a sus costados y cada cierto rato recogía los de los pies debido a la descarga intensa de endorfina que estaba atravesándolo. Cortos suspiros salieron de su boca cuando recibió un azote que lo hizo apretar los ojos, no obstante, aquello era algo devastador para su mente y sus sentidos aturdidos esperando el siguiente castigo. Cosa que no tardó en llegar y su pectoral fue la víctima de tan insuperable golpe.

—Le hice al menos dos escenas de celos que la terminaron superando y hartando de mi inseguridad.

—¿Por ese hombre? —un cosquilleó atravesó su vientre cuando Olenka le pasó las uñas por los muslos.

—Sí, por él.

—¿Qué conexión tenía ella con él?

—Fue su primer Amo, ¡del cual ella se enamoró! ¡Oh, Dios! —sus aletas nasales llegaron a hundirse por el dolor que lo atravesó.

—¡Oh!, ella es switch —Ian asintió —. ¿Y esa mujer seguía amándolo?

—No.

—Entonces no encuentro el sentido de tu actitud —Ian la miró a los ojos.

—Ellos tuvieron un pasado intenso —comenzó —. Ella fue maltratada por otro hombre y este se convirtió en su salvador, por decirlo de algún modo.

—¿Y eso es malo?

—No, al contrario —apretó los dientes —. Él la ayudó a recuperarse, a seguir adelante y entablaron la relación en la que ella se convirtió en su sumisa.

—Oh, entonces desde ahí vienen tus celos que la terminaron saturando —lo miró —. Si hubiese estado en su lugar, habría hecho exactamente lo mismo —¡mierda santa! Escocía, escocía muchísimo.

—Cuando... ¡Uf! Cu..., cuando tienes un dominante por primera vez, ¿siempre te enamoras? —preguntó de pronto —. A ella le sucedió con él y yo creí sentir lo mismo por ella.

—La primera persona que te toma como su sumiso o sumisa, se vuelve alguien muy especial para ti —le dijo en medio del siguiente azote, el que dejó a Ian sin aliento ­—. Y siempre lo será porque simplemente te enseña un nuevo mundo, uno que seguramente nunca pensaste que podía existir —explicó —. Te enseña a conocer las sensaciones de cada parte de tu cuerpo, lo que te gusta, lo que te cautiva y atrapa —la mano abierta de Olenka cayó directo en el miembro de Ian, ese mismo que estaba orgullosamente erguido. Él alzó el rostro y cerró los ojos —. Esa primera persona para ti, te saca de lo convencional, de la zona de confort en la que has vivido envuelto gran parte de tu vida —comentó con sinceridad —. Será un vínculo que va más allá de lo romántico. Un vínculo más grande porque es a nivel personal, ya que creas esa conexión con otra a través del placer de tu propio cuerpo.

—¿Entonces nada tiene que ver con el amor?

—Son sentimientos diferentes —intervino Dante e Ian giró la cabeza para verlo —. Lo que tú sientes por esa mujer no es enamoramiento, es amor de verdad.

E Ian ya sabía aquello desde que Olenka comenzó a hacerlo entender las diferencias. Isabella fue su primera. Isabella fue la altanera que entró a su mundo para irrumpirlo con sus sonrisas sinceras. Con sus conversaciones profundas. Con las lágrimas de sus ojos. Con su voz rota por la desilusión que él provocó. Con el rostro que le dedicó cuando lo dejó partir. Ese mismo rostro que perseguía a Ian día y noche porque reflejaba el profundo dolor de su desconfianza. Isabella era carácter y sencillez. Y justamente fue su sensibilidad lo a que a él lo terminó de enamorar. Por querer dejar el pasado atrás creó una ilusión que estaba muy lejos de ser real. Ian no sentía ese genuino e inmenso sentimiento como un mero eufemismo, porque era algo tan tangible que le tenía el corazón comprimido.

—Esa mujer no ama a ese tipo, no como hombre —continuó Dante, que seguía sentado —. Sino como quien fue, su Amo.

—Exactamente —convino Olenka.

—Por los pocos detalles que contaste, puedo comprender de manera inmediata que ese hombre para ella fue tan importante al punto de amarlo porque él le enseñó a respetarse, a quererse, a amarse a sí misma —Ian estaba con los ojos cerrados, los azotes habían cesado —. Pero eso quedó en ella guardado, dejando que otro tipo de sentimiento aflorara en su interior —a Ian le había comenzado a temblar la barbilla, pero Dante no se detuvo —. Ella lo ama por lo que significó en su vida, nada más por eso.

—¿Y sí estaba dispuesta a jugar con él, aun estando conmigo? —susurró con la voz quebrada.

—Nosotros estamos haciendo lo mismo, Ian, y tú no me quieres. Así como yo tampoco te quiero a ti —una intensa ráfaga lo atravesó por completo —. Para entrar en este mundo, hay que saber diferenciar el juego, la lujuria que esto implica, y el deseo de ambos, del sentimiento que profundo que llegas a tener por esa persona. Nosotros estamos solamente jugando y es algo netamente sexual para satisfacer el placer de ambos.

—Puedes amar a tus sumisas —comentó Dante —. Porque se entregan a ti, porque te son fieles y obedientes, porque te dan sus vidas y deseos. Porque te eligieron como su Amo. Eso no quiere decir que las ames como mujer. Es allí donde entra la delgada línea que debes saber distinguir.

—Y si ella tuvo una relación con él, fue porque verdaderamente lo quiso. Eso no se puede negar. Sin embargo, eso es cosa del pasado, pero es una conexión que existirá por siempre. Esa misma que al día de hoy es de respeto y cariño —la vista de Ian se había súbitamente nublado —. Esa misma que quizás los haga juntarse algún día para jugar, y eso no querrá decir que, si ella aceptó ponerse en sus manos de forma privada o bajo el contexto de una performance, esté enamorada de él —Olenka había bajado la mano y dijo —: Y si ella quiso tener una relación contigo, es porque tú le importabas mucho más de lo que creíste.

Y sucedió...

Ian se llevó ambas manos hacia su rostro y se lo cubrió...

Su pecho comenzó a sacudirse, mientras que por su nariz cortas inhalaciones entraban hacia su cuerpo. Su vientre se contraía una y otra vez. Su boca estaba segregando una gran cantidad de saliva que él iba tragando con amargura. De sus ojos no dejaban de deslizarse gruesas lágrimas cargadas de pesar. En todos esos meses no había hecho otra cosa más que ponerse un escudo que esquivaba justamente lo en ese instante estaba viviendo. La revelación de su garrafal error. Ya hacía unos días atrás se había percatado de ello, pero que otras personas se lo hicieran ver, era demasiado fuerte como para querer pasarlo de largo. Así que, en esa habitación de juegos, con esa dominante y su hermano de testigos, se había derrumbado como nunca antes en su vida.

Y mientras más pensaba, más se intensificaba aquel llanto que lo tenía destrozado y botando toda la mierda que arrastró durante todo ese tiempo. Ese llanto que no se acercaba ni por asomo, al que tuvo cuando Isabella lo dejó, porque el de ese preciso momento, era de esos liberadores. De esos que te sacaban el peso de encima y te hacían agitarte por los gemidos que salían de tu boca. Los minutos pasaban e Ian no se detenía, pero fue su antebrazo el que se posó sobre sus ojos. Sentía tanta vergüenza de que lo viesen así, pero fue algo que no pudo evitar. Ya cuando la bruma de apesadumbro medianamente desapareció, se limpió los ojos mientras respiraba hondo.

—¿Mejor? —solo fue capaz de mover la cabeza afirmando.

—Solo te diré que todos aprendemos de nuestros errores —la voz de su hermano mayor se filtró por sus tímpanos —. No vuelvas a ser egoísta, si no quieres terminar mal. Tal vez te vuelvas a encontrar con ella, quizás no. Pero lo que ha pasado esta noche, espero que te sirva para ver las relaciones bedesemeras con otros ojos —Dante se acercó hasta donde él, que seguía acostado —. En este mundo debes ser generoso y agradecido. Fuerte y tolerante. Debes aprender a separar el amor del placer carnal. Juega con tu pareja, diviértete, amala —se apoyó en la mesa y lo miró directo —. Puedes entregarte con todo lo que tienes en ambas circunstancias, pero esa persona que has elegido para ti es la única que conocerá lo que sientes realmente. Si te enamoras de tu dominante, no dejes que los celos te cieguen porque en este mundo puedes ser muy especial, pero ten en cuenta que quizás no seas el único en su vida. Puede que ella tenga más sumisos y si ese llegase a ser el caso, deberá preocuparse por todos en partes iguales —Ian se limpió las comisuras de los ojos —. Ella te contó lo mal que lo pasó, confió en ti y seguramente esperó que contigo no sucediera lo mismo —suspiró —. Cuando la vuelvas a ver, hazle saber que no eres el mismo que echó de su vida.

—Solo dedícate a seguir expandiendo tu mente y que esta noche, sea una depuración que te haga eliminar todo pensamiento equivocado que tienes con respecto a los sentimientos de esa mujer —sonrió —. Si te fijas, acabo de cambiar la perspectiva de tu mundo en cuanto a ver las cosas y no me amas como mujer, sino como a una Ama que amansó a su sumiso —bajó el rostro y lo besó —. O sea, tú.

—Gracias a ambos —susurró con la voz enronquecida.

—Ve a beber un poco de agua y a lavarte ese rostro —Olenka le afirmó la mejilla —, que después de esto, entraremos de lleno con los juegos.

Ian salió de ese cuarto con las piernas temblorosas. Que su hermano y Olenka le hubiesen hablado tan abiertamente sobre la relación que puedes tener con tu dominante, que jugar no implicaba necesariamente enamorarse, le dio duro. Mientras caminaba por el pasillo, más reafirmó lo estúpido e ignorante que había sido todo ese tiempo. Quizás se hubiese podido instruir acerca de muchísimas cosas de ese mundo, pero tal vez nunca hubiese sabido cómo era realmente el vínculo entre una Ama y su sumiso. Por eso mismo es que, aunque en un principio se molestó con Dante por tanta pregunta cuando lo pilló, estaba contento de haberle confesado que le gustaba la sumisión masculina. Así pudo saber de primera fuente los sentimientos que albergaban ambas partes. El placer, el cariño y respeto. Pero lo más importante, saber diferenciar el juego sexual del amor verdadero.

—Muy bien, Ian, comencemos con lo bueno —lo observó con deseo.

Y así fue aquella noche...

Olenka lo hizo sentir especial al punto de abandonarse por completo. Se entregó, maldijo cada azote, amó cada caricia y recibió todo lo que ella le quiso dar. Le regaló el placer de correrse, lo agasajó y mimó luego de que terminase la sesión. Ian se había entregado al mil por ciento a aquella mujer que le explicó cada juguete y sensación que podía sentir con ellos y los castigos al que lo estaba sometiendo. Experimentó una liberación que reafirmó lo que ya sabía. Y después de todo lo hablado, jamás sintió vergüenza de que su hermano estuviese presente en todo momento.

Luego de un par de horas que la doma terminase, entre los tres profundizaron más aspectos y le enseñaron cosas que seguramente él nunca hubiese sabido y estaba enormemente agradecido con ambos por despejar tantas dudas que albergaba. Dudas que realmente existían y que él ni siquiera sabía. Le conversaron abiertamente sin reservas y sin dejar detalles entre líneas. Ian comprendió lo complejo y fascinante que todo eso era. Así que cuando estaba a punto de irse con Dante, al despedirse de Olenka, le pidió que lo siguiera disciplinando. Ella lo había observado con una ceja alzada y una sonrisa en esos rojos labios.

—Dentro de un mes hay una fiesta —comenzó —. Por todo este tiempo, hasta que llegue ese día, serás mi sumiso.

—¿Quieres que vaya como tal? —ella negó.

—Ya tengo a mis chicos, solo que te seguiré enseñando. Quizás esa noche conozcas a una mujer que te quiera como su sumiso —se acercó y le besó los labios —. Así que, ve preparándote y comprándote la ropa adecuada para aquella noche porque es una fiesta con una temática muy interesante.

—Yo te acompañaré —Ian miró a su hermano —. Por fin conocerás el lugar donde trabajo.

—¿Será allí?

—Sí, y la idea la propuso uno de los miembros y todos estuvimos de acuerdo —le besó la mejilla a Olenka —. Desde mañana, Ian será completamente tuyo.

—Por todo un mes —sonrió ella.

Los días comenzaron a pasar e Ian tres veces a la semana iba hasta el departamento de Olenka. A veces solo conversaban, varias más sesionaban. Ella siguió adiestrándolo para que se formase y llegase a ser un muy buen sumiso. Sin embargo, Ian sabía muy bien que para que ese día llegase, debía seguir disciplinándose. Y sí, también hubo ocasiones en las que tuvieron sexo. Ella le demostró el erotismo que podía existir entre las sábanas. Él le hizo saber que cada caricia de sus manos, eran un afrodisiaco que la dejaban cautivada hasta gritar de placer.

Después aumentó las idas, ya no eran tres, sino cinco veces las que la visitaba. En alguna oportunidad, Olenka le mostró como ella domaba a uno de sus sumisos e Ian estuvo jodidamente erecto en todo momento porque quiso estar en el lugar de ese tipo. Se conocieron en otros aspectos, se contaron cosas de sus vidas privadas y ahí fue que Ian se dio cuenta de que la amaba. Sin embargo, la amaba como ella e Dante le hicieron ver, como a su Ama. La que le tomó la mano y lo terminó de sumergir a ese mundo que le había cambiado la vida por completo. La unión que ellos forjaron fue tal, que, aparte de llevar una relación D/s, se convirtieron en grandes amigos.

Sin darse cuenta, había llegado al noveno mes...

—He tenido tanto trabajo organizando el evento que nos demoramos en venir hasta aquí —le había dicho Dante dos días antes de la fiesta —. Todos llevaremos antifaces, y en este lugar venden unas geniales.

—¿Es necesario vestirse con este traje?

—Por supuesto. Ya que Olenka te ha liberado de sus floggers, te recomiendo que vayas así.

—Es raro.

—Entrarás en ambiente —le guiñó un ojo —. Una noche especial, requiere un atuendo especial. Es por eso mismo que se ha solicitado que pasado mañana usemos el código de vestimenta.

—Eso es donde todos van vestidos de manera erótica o fetichista, ¿no?

—Exactamente.

—¿Por qué se ha pedido eso?

—Porque es nuestro aniversario. Se cumple un año más desde que tenemos ese castillo como club de encuentro.

—¿No será abierto para todo público?

—No —dijo mientras revisaba el antifaz que elegiría —, porque será una fiesta solo para la comunidad. Mira esta —Ian levantó el labio en signo de desaprobación —. Allá hay más.

—Esta me gusta —era una negra de terciopelo con incrustaciones plateadas en todo el borde.

—Pero si esa te cubre casi toda la cara.

—¿Y?

—Como quieras —se encogió de hombros —. Yo me llevaré esta y este sombrero.

—Me jode salir de compras —se quejó —. Suerte que ya nos vamos.

—Muero porque llegue esa noche —comentó mientras se subía al auto.

­—¿Y por qué tanto?

—Porque habrá una performance que será para morirse.

—No me digas nada. Sorpréndeme.

—Está bien —le mostró una sonrisa.

Sábado, ocho de la noche...

Ian estaba masticando chicle mientras se comenzaba a poner la ropa...

Cuando terminó se miró en el espejo y sí, se veía muy bien. Pantalón de cuero ajustado a sus piernas, al ser opaco, le sentaba de maravilla porque le agregaba versatilidad. Y en conjunto con esa corbata que tenía un pequeño adorno en el nudo, esa camisa de seda y aquella chaqueta con diseños bordados en hilo negro, lo hacía verse ligero, cómodo y virilmente elegante. Podía ser de distinto tono, suaves contrastes, sutiles brillos, sin embargo, el vestirse de total y absoluto negro lo asimilaba a un perfecto y garbo felino. Se sonrió de medio lado mientras esa goma de mascar se movía de un lado a otro dentro de su boca, pero vio el reflejo de Dante en el espejo y se giró.

—¿Y?, ¿cómo me veo? —le movió las cejas —. Soy un sexy leopardo.

—Con ese sonido que haces al masticar, más bien pareces una vaca.

—Imbécil.

—¿Cómo me veo yo?

—Me da lo mismo.

—Envidioso.

Sí claro, ¿él, envidioso de su hermano que se veía simplemente sensacional con aquella chaqueta de terciopelo rojo colonial y cola larga, que en las mangas tenía una decoración de flequillos negros, al más puro estilo gótico? O, ¿celoso de lo dominante que se veía con aquella camisa oscura de cuello alto y aquel pantalón ceñido a sus piernas? ¿Celoso él, de que Dante se veía como un jodido y sensual caballero de la época victoriana? ¿Envidioso Ian, de que el rostro de su hermano se veía masculinamente despejado con ese sombrero de copa, ya que había atado su largo cabello en una coleta baja? Pues sí, estaba malditamente celoso, pero no era una cosa que fuese a reconocer.

Dos estilos combinados en un solo tipo, que insólito, pero era justamente eso lo que lo destacaba esa noche. Dante podía darse el lujo de ponerse un estropajo si se le antojaba, y aun así estaría espectacular. Ian lo observaba, como acomodaba la solapa de la chaqueta mientras se pasaba la lengua por el labio superior. Hacía tanto tiempo que no se fijaba en su hermano mayor que, se le había olvidado que justamente de él había aprendido a ser perfeccionista hasta la médula. Ian entrecerró los ojos cuando vio que Dante le sacaba el dedo del medio. Eso lo hizo sonreír porque después de tantos años, se estaban llevando como nunca antes lo habían hecho.

—¿Nos vamos? —le preguntó mientras se giraba.

—Sí.

—Camina, iré por mi bastón y el bolso.

—¿Bolso?

—Sí, llevo ropa de cambio.

Pero Ian no le alcanzó a preguntar para que era esa ropa, si así estaba perfecto, ya que Dante había ido a su habitación. Se encogió de hombros y salió del departamento. No estaba interesado en estar preguntándole las indicaciones a su hermano, por eso mismo que se metió al lado del copiloto a esperarlo. Cuando Dante apareció, Ian se fijó que además de llevar las cosas que dijo, también llevaba un látigo enrollado en la mano. Seguramente la performance que haría incluía aquel accesorio. Resopló porque intentó disuadir aquella sensación que estaba comenzando a sentir cuando escuchó la puerta de Dante cerrarse. Sí, se había puesto nervioso porque no tenía ni puta idea de lo que esa noche le depararía.

Solo esperaba que nada fuera de común sucediera...

—¿Dónde queda? —le preguntó cuándo ya notó que llevaban mucho tiempo de viaje.

—A las afueras de Manhattan —Ian asintió y no preguntó nada más.

No obstante, cuando se comenzó a dar cuenta del camino que Dante estaba tomando, le comenzó a doler el estómago. Estuvo a punto de preguntarle hacia donde diablos iban, pero era tanta sequedad la que se había instalado en el medio de su garganta, que fue como si la voz se le hubiese pegado para no querer salir. Lo peor vino cuando comenzó a divisar ese maldito lugar. Un millón de imágenes se le vinieron a la cabeza. Un millón de sensaciones lo atacaron de pronto. Un millón de hormigas eran las que sentía caminar por debajo de su piel. Infló las mejillas, soltó el aire por la boca al tiempo que se la tapada con la mano y de paso se apretó los labios porque no podía creer... No podía ni siquiera imaginar que su jodido hermano mayor fuese el dueño del lugar...

De ese lugar...

De ese infernal lugar...

De ese lugar donde todo realmente comenzó...

Con ella...

—Ian —fue en un eco que escuchó como Dante lo llamó.

—¿Eh...?

—Te presento mi humilde castillo —Ian estaba pestañeando porque simplemente era inaudito —. Back Diamond.

Y cerró los ojos porque todo lo que se le cruzó por la cabeza se volvió una fatal realidad. Dante, su hermano, era nada más y nada menos que el dueño de aquel sitio que Isabella solía frecuentar. Y todo su temor reflotó porque si bien deseaba verla, no estaba listo todavía. De eso estaba completamente convencido. No obstante, no podía echar pie atrás sino quería que Dante se diera cuenta de algo que él no estaba dispuesto contarle. No todavía. Y allí fue que Ian abrió los ojos y lo observó. ¿Sería que ellos se conocían? ¿Habrían hablado alguna vez? Sabía que el circulo podía ser reducido a muchas personas que llegaban a entablar una amistad. ¿Quizás ese era el caso? Sacudió la cabeza porque no quería ni pensar en ello, pero la ansiedad se lo estaba devorando al igual que la perturbación que lo había atacado.

—¿Listo? —no recibió respuesta —. ¿Ian?

—Solo dame cinco minutos, ya entro.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, solo que se me olvidó que debo hacer una llamada.

—Bien —de soslayo vio como Dante se metía la mano en la chaqueta —. Esta es la invitación, sin ella no podrás entrar.

—Perfecto —le estiró la mano para recibirla.

—Estás temblando, ¿seguro que estás bien? —Ian solo asintió.

—Sí, sí —carraspeó —. Es la llamada que olvidé la que me puso así. Es muy importante.

—Bueno, entonces adentro nos vemos —se bajó del auto, sacó todas las cosas y se acercó de nuevo —. Si no nos encontramos, me esperas aquí —Ian solo atinó a mover la cabeza —. Te has puesto tan extraño.

—Ideas tuyas. Ve, que ya te alcanzo.

Quedándose a solas, le dieron ganas de cambiar de asiento y salir huyendo de allí. Giró la cabeza y miró hacia la entrada, fijándose como Dante saludaba a muchas personas. Se pasó los dedos por el cabello y cuando su hermano ya no estaba, se bajó del auto tan solo para prender un cigarrillo y así poder apaciguar su inquietud. Pero cuando estaba inhalando la primera bocanada, la vio y fue tanto el impacto de ello que el humo se fue por otro camino, uno que lo hizo comenzar a toser como loco. Los ojos se le pusieron llorosos y las arcadas por tragar inadecuadamente el humo, no lo estaban ayudando. La nicotina le puso la boca amarga y con más desespero tosió.

Isabella iba caminando con un tipo a su lado...

Isabella estaba hermosa...

Pero solo la quedó mirando desde lejos...

Hasta que se perdió entre la gente...

—Muy bien Ian, es hora de entrar —se dijo cuando logró controlarse.

Y caminó directo al lugar que lo haría presenciar la escena que lo terminaría de volver loco...


*****

Hola, espero que estén súper bien.

Muchísimas gracias por el apoyo que le han dado a la historia.

¿Alguna teoría al respecto de lo que pasará?

Un beso  y mil gracias.

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