Capítulo 21
Isabella estaba callada...
Ian la había abrazado de las caderas...
Isabella podía sentir la respiración caliente de Ian golpeando su bajo vientre a través del látex, pero no se había movido de su sitio. Y si bien no se había sobresaltado por su repentino actuar, si se sorprendió internamente por lo que había hecho. Miró a los alrededores y se fijó que estaban siendo observados, pero si se llegó a sentir incómoda, no lo demostró. Percibió como los brazos de Ian se apretaban a su alrededor, ella solo pudo respirar hondo porque estaba experimentando un millar de emociones diferentes. Tanto así que sentía su pulso detrás de las orejas. Lo que él acaba de hacer, para Isabella significaba la redención de una total sumisión.
Una hermosa muestra de sumisión masculina...
No cualquier hombre iba en busca de una mujer para querer darle una explicación, porque por estereotipo la mujer era quién siempre solía buscarlo a él. No cualquier hombre dejaba ver el terror en sus ojos, ante las insinuantes palabras de una mujer, palabras que por supuesto le daban a entender que todo se había terminado. No cualquier hombre corría el riesgo de ser mandado a sacar por los guardias del recinto. No cualquier hombre se arrodillaba frente a una mujer, importándole un carajo que todo el entorno que los rodeaba los estuviese viendo. No cualquier hombre levantaba el rostro para ver los ojos de la mujer que no quería perder. Esos mismos ojos que lo observaban con frialdad, mientras ella lo que veía era una súplica reflejada en aquellas dilatadas pupilas.
No cualquier hombre hacía todo aquello...
Mucho menos Ian...
Ian había roto sus propios esquemas. Él, que siempre fue tan prepotentemente altanero, ahora no era más que un hombre que prácticamente imploraba ser escuchado por ella. Isabella despegó los brazos de sus costados, pero Ian intuyó lo que pretendía y fue por eso mismo que volvió a esconder la cara. Isabella levantó la cabeza y vio el cielo, tan, tan negro como los ojos de él. Se chupó los labios y luego los mordió para finalmente poner las manos sobre los hombros de Ian. Él se resistió, no quería soltarla porque eso significaba que todo había acabado. Momentos antes había pensado que cuando la viese a los ojos, se daría cuenta cuales eran las intenciones de la morena. Pues se pudo percatar de que ella no quería nada más con él.
Y eso le rompía el corazón...
En pedazos...
—Ponte de pie —le pidió luego de un largo rato.
—No quiero que te alejes de mí.
—Nos están viendo.
—No me interesan ellos, me importas tú.
—Mira, párate y vamos a conversar.
—¿Dónde iremos? —la pregunta sonó amortiguada porque mantenía los labios presionados sobre su vientre —. Aquí está muy lleno.
—Vamos a mi auto.
Poco a poco se fue separando de ella, hasta que estuvo de pie. Solo la observaba, no pronunciaba ninguna palabra porque temía cagarla, como lo venía haciendo en esos horribles días. Estiró su mano y espero que Isabella se la tomase, ella así lo hizo y se sintió levemente aliviado cuando la morena entrelazó los dedos con los suyos. La verdad era que no sabía por dónde comenzaría, pero esperaba a que las palabras fluyeran solas. Era tan jodidamente nuevo en esto del amor, que, mientras iban caminando, se sentía aturdido. Sin embargo, tenía tantas cosas para decirle que esperaba que ninguna se le quedara en el tintero.
Todo estaba oscuro. Aquel salón cada vez se veía más lejos, no sabía hacia dónde se dirigían, pero poco le importaba porque iba de su mano. Esa estabilidad emocional que Isabella le hacía sentir, lo confundía a niveles insospechados para él. Sin embargo, le sentaba bien porque se dio cuenta que, después de todo, si tenía un corazón que latía como loco cuando la mujer que él quería, estaba a su lado. El bullicio de las personas ya no eran más que murmullos lejanos, aquellos trajes de látex ya no se veían en nadie más que no fuese ella y se veía tan guapa que Ian deseaba quitárselo a tirones. Por obvias razones se estaba conteniendo, pero le estaba costando demasiado.
—Entra —le dijo en cuanto desactivó la alarma.
Él obedeció porque no creía tener otra opción. Había ido a buscarla, pues ahí la tenía, a su lado dentro del auto. Ninguno pronunciaba nada. Ambos estaban quietos en sus asientos. Tampoco se miraban. Isabella veía hacia el frente e Ian se observaba las manos. De pronto, fue girando de forma lenta su cabeza y logró vislumbrar el perfil de ese femenino rostro que él tanto echó de menos. No obstante, cerró los ojos por algunos segundos cuando se percató que el mentón de Isabella temblaba. No sabía si era porque la noche estaba fresca, o porque él había tenido la osadía de ir por ella. Lo cierto era que tenía los nervios a flor de piel, quería tomarla de la mejilla y susurrarle un millón de cosas. Esos días que estuvo solo, se dio cuenta de cuánto lo sentía. De todo lo que le debía porque gracias a ella había descubierto lo que era amar.
Estiró la mano y la dejó sobre la de ella. Isabella siguió con esa pose estoica, no queriendo corresponderle. Pero Ian insistió, le apretó los dedos mientras le acariciaba el dorso con el pulgar, y fue allí que se fijó que ella tragaba saliva. No quería ni imaginar que otra vez estuviese llorando por su maldita culpa. Esa mujer era demasiado importante para él como querer verla sufrir por su culpa, una vez más. Pestañeó en reiteradas ocasiones porque ya sabía lo que significaba el ardor que había antes experimentado en sus ojos, ese mismo ardor que se había intensificado mientras acercaba el rostro hasta la cabeza de Isabella y posaba la boca sobre su sien.
—Quiero que me perdones —murmuró y podría jurar que, bajo sus labios, palpó cada intenso latido.
—¿Por qué? —aunque quiso sonar intimidante, no lo logró ya que su voz había titubeado.
—Por lo que pasó. No quise hacerte daño —el apesadumbro tiño aquella voz que se caracterizaba por ser ronca y varonil.
—Tienes un serio problema, Ian —volteó el rostro para verlo —. Esto no va a funcionar si cada vez que la cagas, me pides perdón —Isabella había bebido, su aliento la estaba delatando.
No obstante, esas palabras casi acabaron con él. Siempre era tan directa que lo descolocaba y por supuesto que en esa oportunidad no podía ser la excepción. Ian creía tener una cara de mierda, de esas que reflejan con exactitud el cómo te estás sintiendo. No dejando nada en reservas y mostrando por medio de las facciones lo arrepentido que estaba. ¿Habrá tenido una semana de mierda como la tuvo él? Ahora que la tenía tan cerca, con la punta de la nariz rozando la suya, se preguntó: ¿Lo habría pensado en esos días?
—No volverá a suceder.
—Por supuesto que no.
—Por favor, no me digas lo que estoy pensando.
—¿Y qué se supone que piensas?
—Qué me estás mandando al infierno.
—No estás equivocado.
—Yo sé que estuve mal. No sé cómo jodidamente expresarte todo lo que siento —se atrevió a afirmarle la mejilla —. Estos días han sido una completa oscuridad para mí. Jamás debí ser tan arrebatado, debimos hablar primero.
—No, Ian, creí que todo estaba dicho y que ese tema estaba zanjado —giró el rostro y miró hacia el frente —. No sé qué te pasa, pero no creí que fueses tan inseguro de ti mismo, cuando lo que me demostraste las veces que nos encontramos, fue todo lo contrario.
—Es porque nunca me había enamorado y eso lo sabes —suspiró —. No es fácil para mí descubrir esto, me pone ansioso y eso me da miedo. No quiero perderte por culpa de mi temor.
—Entiendo todo lo que me dices, pero no puedo estar cerca de un hombre que, al primer comentario mal intencionado, reaccione como lo has hecho tú —lo miró —. ¿Siempre serás igual? —le preguntó —. ¿Cada vez que oigas alguna mención acerca de algún amor que pude tener, tendrás esa misma inquietud que te haga poner así? —él solo se mordió el interior de la mejilla —. Sabes cosas que a nadie le he contado.
—Lo sé.
—Te he confesado la verdad sobre lo que siento por ti, y eso no quiere decir que te vaya a engañar. Se suponía que estábamos juntos porque nos gustamos, ¿tan perra me crees que sigues pensando que puedo seguir amándolo?
—Nunca he pensado eso de ti.
—¿Entonces? —insistió —. Si yo quisiera tener algo con él, nunca te habría aceptado como novio. Quizás hubiésemos jugado, pero si no te quisiera, no te hubiese expuesto al sufrimiento porque sé lo que es querer y no ser correspondido —él se fijó en cómo los ojos de Isabella brillaban con intensidad —. Yo te quiero, pero no estoy dispuesta a ser blanco de tus celos cuando no existe justificación para eso.
—Isabella...
—Esto no va a funcionar, Ian.
—Espera, déjame hablar.
—Digas lo que digas, mi decisión está tomada.
Y eso lo rompió por dentro...
Las palabras que estaba a punto de decirle se quedaron estancadas en su laringe, balanceándose entre sus cuerdas vocales. La escuchaba tan segura de lo que decía que, sabía muy bien que había perdido su oportunidad por estúpido. Estuvo a punto de entrar en pánico cuando Isabella comenzó a abrir la puerta del auto para salir, por eso mismo se cruzó por delante de ella y no la dejó abrirla del todo. Su corazón estaba tan frenético que creía estar a punto del paro cardiaco. Cada malsana sensación que estaba experimentando lo tenían temblando. En su vida había creído escuchar como los pedazos de su idealizado amor se rompían en millones de fragmentos que se estaban volviendo astillas que se incrustaban en su interior.
—No puedo dejarte ir.
—Tengo que volver.
—No sin antes que me escuches —la abrazó con fuerza.
—Habla.
—Tan solo dame una oportunidad, la última —suplicó —. Te juro que siento como me quemo por dentro —se aclaró la garganta —. Isabella, eres la primera en muchas cosas para mí y te amo por dejarme descubrirlas contigo. No me pidas que me vaya, porque no puedo. No tengo ni idea de cómo ordenar estas cosas que siento. Nunca tuve novia, no sé cuándo fue la primera vez que me acosté con una mujer. No sé el nombre de ninguna con las que estuve. Solo a una le permití compartir un poco más mi intimidad. Pero todo eso cambió el día que te conocí. Recuerdo cuando te vi por primera vez, caminando por la calle y entrando a una tienda. También la inmediata atracción que hubo cuando nos encontramos en el edificio. Nunca te pude olvidar, ni siquiera cuando me dejaste la piel destrozada. Y con esa misma intensidad que te odié, ahora te amo. E incluso me atrevería a decirte que es mucho más potente porque cada día que pasó, cada mes, deseaba volver a verte y mirar esos ojos irónicos y desafiantes que echaban por el traste toda mi supuesta seducción. Me fui enamorando de ti antes de darme cuenta y cuando lo hice, fue como si un tsunami hubiese arrasado conmigo para dejarme desorientado y ajeno a todo mi entorno —dijo tan sincero que le dolía —. Caí en la trampa de quererte como un loco. Hasta me parece una mentira que algo así de grande pueda tan siquiera existir. Tú me enloqueciste, me volviste torpe e irracional. Te metiste en mí, me consumiste por completo y no sales de mi mente ni siquiera por un segundo. Me quieres, me lo has dicho, pero si descubres que solo soy un capricho para ti, no me importa porque estoy dispuesto a eso y más por estar a tu lado. Si es necesario me volvería a arrodillar, pero no me dejes.
A esas alturas, Isabella se estaba limpiando las mejillas por las palabras que Ian le estaba diciendo. Maldita sea, pensó que sería fácil decirle que ya no más, pero lamentablemente no fue así. Estaba resultando ser absolutamente todo lo contrario, porque toda aquella confesión estaban calando demasiado hondo en ella. Esos días sin él, también habían sido una mierda. Lo había añorado como a nadie, ni siquiera como a quien fue su Amo. También había descubierto mil cosas con respecto a sus sentimientos, pero simplemente no quería dañar lo lindo que estaban iniciando por culpa de malos entendidos y por la mala cabeza de Ian al pensar siempre mal de ella. ¿Era justo? ¿Era malditamente justo sentirse en esa encrucijada, cuando lo que más quería era darle otra oportunidad? Si estaba fría y distante, era para intentar hacerlo recapacitar que, si seguía así, lo de ellos no duraría ni un puto suspiro.
Y no era eso lo que quería...
—Ian... —murmuró con la voz ahogada —. Ian...
Que dijese su nombre con ese sentimiento tan profundo, le decía que ya no tenía nada más que hacer. Se la había jugado, había abierto las puertas de su frágil alma para demostrarle que nada de lo que decía era mentira. Pero al parecer, ella no lo creía así. Cerró los ojos cuando Isabella le puso las manos en la cabeza. Por Dios, ese auto se había convertido en el escenario que reflejaba la desgracia de su estupidez. Los dos tenían ideas que no compatibilizaban, eso creía Ian. Su primer amor, se estaba yendo de sus manos y ya no le quedaban más palabras que pudiesen expresar lo arrepentido que estaba.
—Si me quieres dejar, lo comprendo —dijo al cabo de varios minutos —. Entenderé que te perdí porque no supe cómo manejar todo esto. El fin de semana que pasamos juntos, se quedará siempre en mí porque me hiciste darme cuenta de muchas cosas. Eso siempre te lo voy a agradecer, Isabella.
Se separó de ella con el corazón estrujado...
—Este tipo de escenas no va conmigo —dijo mientras soltaba el aire —. Soy un jodido patético, como has de estar riéndote de mí.
—¿Me ves riéndome?
No...
No lo estaba...
La reacción de su rostro al ver el de ella, fue la de hacer una mueca que se convirtió en un puchero, para luego taparse la cara mientras se apretaba los ojos. Su boca se había llenado de saliva e inevitablemente sus dedos se mojaron. Aspiró fuertemente por la nariz, no quería soltar el gemido que tenía estancado. Sin embargo, no pudo, un ronco jadeo escapó de sus finos labios. Un jadeo que reflejaba cada sensación que estaba sintiendo.
Cuando abrió los párpados vio todo nublado, aun así, se atrevió a girar la cabeza y al observar el rostro de Isabella, fue como si le hubiesen atravesado un puñal. Ella nunca se burló de él. Ella no estaba riéndose de él. Ella solo estaba quieta, mordiéndose la coyuntura del índice mientras su frente estaba fruncida y sus ojos cerrados. Ian se fijó en cómo el maquillaje le resbalaba por las mejillas hasta la punta del mentón, deteniéndose allí hasta oscilar para después caer sobre su pecho.
Se sentía un maldito...
No se atrevía a hablarle, mucho menos a tocarla. Esa mujer subía la mano para quitarse las lágrimas con fuerza. Ian sabía que ella no era fácil de doblegar, pero en ese momento estaba sometida a sus propios sentimientos. Ian se tocó la mejilla y al mirarse los dedos, se percató que una espesa gota negra se deslizaba por sus yemas, y ahí fue que cayó en cuenta que todo lo que pasó días atrás, no tenía que volver a suceder nunca más. No era justo que eso estuviese pasando. No era justo estar viviendo ese momento. No era justo que Isabella, una mujer de carácter avasallante, se viese tan débil. Él no había sido justo, porque como bien dijo ella, ese asunto debió quedar cerrado aquella tarde en su departamento. Pero no, tenía que volverse inseguro y actuar a lo bestia. Justamente eso era lo que los tenía así.
Llorando como unos niños...
—Lo siento mucho —susurró luego de varios minutos.
Ella no dijo nada...
—Será mejor que me vaya.
Se pasó la manga de la camisa por los ojos mientras abría la puerta. El viento estaba lo suficientemente frío como para compararlo con él. No obstante, una caliente mano le rodeó el cuello. Él se quedó quieto, esperando y rogando ser perdonado. Tragó saliva al tiempo que volvía a poner la espalda en el asiento, y la miró. Isabella estaba sorbiendo por la nariz mientras tenía los ojos clavados en los suyos. La determinación teñía esos negros ojos. La tristeza oscurecía y opacaba el brillo que alguna vez tuvieron y eso, para variar, lo hizo darse cuenta que todo estaba siendo enterrado con paladas de tierra que caían sobre su cabeza sin piedad alguna.
—No estamos listos para estar juntos —Ian se mordió el interior del labio con fuerza —. Tú nunca has tenido una relación y yo hace años que no estoy con nadie.
—Me estás dejando, ¿verdad?
—Quiero que estemos un tiempo lejos del otro. Quiero que seamos capaces de pensar las cosas y madurar por separado, porque juntos estaremos en un círculo vicioso del que no vamos a poder salir si continuamos así —le dijo con honestidad —. Debes ver tu interior, saber qué es lo que realmente quieres. Yo debo hacer lo mío.
—Seguir con tu estilo de vida —asumió.
—No, Ian, debo descubrirme a mí misma —le acarició la mejilla —. Me has hecho vivir momentos increíbles, pero también me has puesto sobre una pendiente que me hace desestabilizarme y dejarme con el miedo de caer al precipicio en cualquier momento —tragó saliva y continuó —. Nadie nos dijo que sería fácil, ni para ti, ni para mí. No conocimos por coincidencias del destino, pero quizás no estamos hechos para el otro, ¿no has pensado eso?
—No —contestó tajante —. Pero cuando descubrí que te amo, supe que sería duro —quiso sonreír, pero no pudo —. Porque me enamoré mucho más de lo que pensé.
—Si me amas, sabrás que esto es lo mejor. De momento, no nos estamos haciendo bien. Tú tienes muchas inseguridades con respecto a mí. Y yo no puedo sentarme a esperar a ver como ese amor nos destruye hasta que no quede nada que podamos rescatar.
—Será un infierno no estar contigo.
—Será un alivio, Ian, porque podrás pensar en otra cosa que no sea yo engañándote.
Así mismo era como él se sintió desde que descubrió que Isabella sí amó a otro hombre. Solo que no quería terminar de soltar la venda que tenía sobre sus ojos para darse cuenta de la cruda realidad. Realidad que lo había elevado y dejado caer a un pozo oscuro, donde no existía rastro de luz alguna. Pensó que Isabella había desechado todo lo que pudieron ser y por eso mismo es que sentía como su corazón se estaba ahogando dentro de esa bolsa negra en la que, a la fuerza, lo había metido. Si bien no quería seguir haciéndola llorar porque no se lo merecía, tampoco le estaba dispuesto a seguirle insistiendo porque todavía creía tener un ápice de dignidad.
Sin embargo, ella tenía la jodida razón. Todo sucedió a paso desenfrenado. Él puso el pie en el acelerador y se acaba de estrellar consigo mismo. Debió ser cauteloso, sensato y pensar todo con frialdad, como solía caracterizarse. Pero no pudo. Porque ya no era el mismo. Ella lo había hecho cambiar en muchos aspectos, pero, así como también suponía que todavía conservaba un grado de cordura. Aunque fuese un uno por ciento. Mientras su boca no decía nada, su mente gritaba con desesperación. Ellos se habían compenetrado, de eso no tenía duda alguna. Isabella lo quería, pero no era suficiente y antes de que ese cariño que, en ese momento todavía estaba, se fuera directo al diablo, prefería dar un paso al costado.
—Nunca dejaré de pensar en ti, cariño, de eso puedes estar segura.
No dejó de verla nunca, quería recordar cada detalle de su rostro porque ni siquiera estaba seguro de que si volvería a encontrarse con ella. Había tenido conocidos que le comentaron lo que era tener un tiempo con la pareja. Eso no era más que un mero eufemismo para no terminar de frente y dejar las cuerdas de la otra persona libres para que también pudiese rehacer su vida. Eso de poner la relación en suspensión, no era más que una mentira. Una ilusión. Sin embargo, y a pesar de sentirse abatido, a la vez se sentía aliviado. Un sentimiento contradictorio para un hombre como él. Alguna vez creyó que su discernimiento se evaporaba cuando la veía, ahora solo creía que eso sería difícil de poder recuperar.
—Pasará, y cuando nos reencontremos, verás que seremos mejores personas para el otro.
—Tú siempre serás lo mejor para mí.
—Eso lo sabremos con el tiempo, Ian —acercó el rostro y le dio un beso en la boca.
Pero él no quería dejarla ir, no todavía. Quería que esos minutos besándola se volvieran eternos. Isabella, una vez más, había hablado con la honestidad que tanto la determinaba como persona. Sí, por muchas cosas que hubiese pensado antes, deseaba poder tener el dominio sobre el tiempo y retrocederlo para haber hecho las cosas bien. Las cosas como siempre debieron ser. Normal. Él ser un tipo normal. En ese instante, mientras la tenía afirmada de la nuca, creía que le faltaba mucho para ser como deseaba. Un hombre confiado de todo lo que lo rodeaba, sobre todo, confiado con ella.
¿Alguien, alguna vez, se había enamorado así de rápido? Porque durante tan solo un fin de semana descubrió lo que ella significaba para él. Todo. Seguramente ese fue la debacle para desencadenar los errores de su torpeza. Si bien pasaron muchas cosas entre ellos, Ian siempre pensó que solo era un juego de seducción por parte de ambos. Un juego el cual los divertía y cautivaba. Un juego donde él quería ser el vencedor y hacerla caer a sus pies. Sin embargo, todo había dado un giro inesperado para Ian, y el que había caído rendido fue precisamente él. Un hombre que jamás creyó en el amor. Un hombre de carácter indiferente con las mujeres. Un hombre que solo solía salir a divertirse. Un hombre a quien, en tan solo dos jodidos días, su corazón le había revelado lo que era sentir el calor de un amor.
¿Fue apresurado? Sí y demasiado. ¿Se arrepentía de su sentir? No. ¿Se había equivocado? Absolutamente. ¿Volvería a querer así, a otra mujer? Nunca más en su vida. Porque ella siempre sería la primera y la última para él. Aunque no volviesen a estar juntos. Por eso mismo fue que intensificó aquel beso, aquel último beso que ella le había regalado. No quería soltarle la boca. Tampoco quería dejar de sentir el tacto tibio de su lengua. Podía jurar que hasta algunas lágrimas se habían filtrado a través de sus labios, pero eso no le importaba porque por medio de ese sabor levemente salado, pudo saborear una mezcolanza de múltiples sentimientos encontrados.
Aquel beso no fue más que un hasta pronto...
Pero a Ian se le figuraba un adiós...
Uno definitivo...
—No me digas nada —le susurró sobre los labios cuando se separaron —. Adiós.
Y salió del auto...
Se apoyó en él al tiempo que abrió la boca, observó las estrellas a través de las nubes, se metió las manos a los bolsillos y caminó sin mirar atrás. Mierda, si le hubiesen dicho que enamorarse era tan complejo, por supuesto que lo hubiese evitado. Si le hubiesen dicho que una ruptura te dejaba con el corazón sangrando, por supuesto que lo hubiese evitado. Si le hubiesen dicho que dejar a la persona que amas, en contra de tu voluntad, te hacía sentir como si te hubiesen acribillado, por supuesto que lo hubiese evitado. Si tan solo le hubiesen advertido que todo el cuerpo dolía, que respirar dolía, que pestañear dolía, que el paso de la sangre por tus venas dolía, después de que eres el culpable de que todo hubiese acabado así de mal, en su puta vida hubiese agarrado con tanta fuerza ese hilo que lo condujo a conocer aquel sentimiento que lo tenían temblando.
Ese mismo hilo que lo condujo a ella...
Ese mismo hilo que se acaba de cortar...
A su espalda escuchó el rechinar de las llantas. No se tomó la molestia de girar la cabeza, ¿para qué? Ya todo se había dicho. Respiró profundo porque sentía los pulmones apretados debido a que estaba a punto de derrumbarse. Pero no, no lo iba a hacer. Intentaría dar vuelta la página, aunque le costaría y mucho. Mientras pisaba el acelerador se preguntó, ¿cómo mierda se supone que el amor llega sin avisarte? Por último, debería preguntarte si quieres o no. Y si no te pregunta, mínimo debería de prevenirte para que estés preparado y nada de lo que pueda suceder en el camino, te pille tan mal parado.
Así mismo como lo pilló a él...
Desde que ocurrieron los primeros síntomas de celos, debió percatarse de que eso no iría bien y que lo terminarían conduciendo directo al fracaso. Pero bueno, ya nada se podía hacer más que seguir adelante. Si es que su corazón se lo permitía. Intentó respirar al tiempo que sacaba la cajetilla de cigarrillos de la guantera y sin dejar de ver al frente, se llevó uno a la boca y lo encendió. En varias oportunidades pensó en desviarse del camino e ir a un bar, pero pronto lo descartó porque si se pretendía emborracharse, lo haría encerrado entre las cuatro paredes que siempre lo cobijaban cada vez que tenía algún problema.
Cuando estacionó, se quedó varios minutos pensando, dándole vueltas y vueltas a todo. Finalmente, no llegó a ninguna jodida conclusión. Todo lo que vivió parecía ser un espejismo, algo que no pertenencia ser de su mundo. De hecho, nada de lo que pasó era de su mundo. Se llevó el pulgar a la boca mientras apoyaba el codo en la ventana. Su rostro dejó entrever un amago de sonrisa. Siempre había existido un abismo entre ellos. Isabella era una dominante, el un tipo normal, por decirlo de algún modo.
Entrecerró los ojos. No valía la pena compadecerse de sí mismo, ya que sus actos crearon el camino perfecto para que Isabella se fuera de su lado. Prefirió salir del auto antes de seguir machacando su cerebro. Ya estando dentro del elevador, apoyó la espalda y se dedicó solo a mirar como los números se acercaban hasta su piso. Ya para ese momento, su mente estaba en el limbo y solo salió de su abstracción cuando las puertas se deslizaron. Entonces se metió las manos a los bolsillos para buscar sus llaves y salió, pero cuando estaba a punto de llegar a su departamento, se detuvo. Arrugó la frente al verlo parado en la puerta esperándolo, más todavía cuando estaba con un par de maletas.
¿Qué se suponía que hacía ahí? Por último, debió llamarlo para avisarle que iría a verlo. No era propio de él aparecerse así sin más. De todas maneras, le daba lo mismo que estuviese allí. En realidad, todo le daba exactamente lo mismo. Él podía ser tan impredecible que no siguió dándole más vueltas al asunto. Así que, con ese mismo andar parsimonioso se acercó hasta él y le tocó el hombro.
—Hasta que llegas.
—¿Qué se supone que haces aquí?
—Vine a visitarte, ¿no es obvio?
—Debiste llamar antes, sabes que no me gusta que vengan porque sí.
—Tenías tu móvil apagado —Ian hizo una mueca —. Además, no vine porque sí.
—¿No? —le preguntó mientras veía las maletas.
—No, vine a que me des alojamiento.
—¿Y por qué debería de darte alojamiento, Dante?
—Porque vine a quedarme durante una larga temporada —le contestó con una sonrisa.
Ian solo lo quedó mirando...
Mientras Dante se encogía de hombros...
Tal parecía ser que, por esa noche, no podría beber un trago tranquilo...
Por supuesto que no estaba interesado en contarle a su hermano lo que había pasado, así que abrió la puerta sin hacer ningún otro comentario, y lo dejó entrar primero. Dante arrastró las maletas mientras Ian iba prendiendo las luces del lugar. No era que le molestase que se quedase con él, solo que en ese momento lo que quería era estar solo y sabía muy bien que Dante se pondría a preguntarle mierdas de su vida. Ni en ese momento, ni pronto, estaría listo para absolutamente nada.
—¿Estás bien? —le preguntó —. ¿Pasó algo que me quieras contar? —Ian rodó los ojos.
—Nada, solo estoy cansado —fue a sacar un vaso para tomar agua —. Y dime, ¿por qué vienes a quedarte?
—La verdad es que desde hace tiempo debí haber venido —comentó —. Tengo unos asuntos pendientes y ya no me puedo retrasar más.
—¿Y cuáles asuntos serían esos?
—Cosas de trabajo —Ian entrecerró los ojos.
— Estás demasiado misterioso.
—¿Yo? Para nada, son ideas tuyas.
—No vengas a traerme problemas —le advirtió.
—¿Por qué haría algo así?
—Te apareces aquí sin llamarme antes y no me dices porque quieres quedarte conmigo. Tienes el dinero suficiente para alquilar un departamento.
—¿Acaso no puedo querer quedarme con mi hermano menor?
—Ya.
—Siempre tan astuto, ¿eh, Ian?
—Si no me hablas claro, te largas de aquí. No estoy de humor para soportar tus acertijos.
—Si vine es porque no encontré donde quedarme, ¿contento?
—Pero que buen hermano —siseó con ironía.
—Pero quién diablos te entiende, ¿no querías la verdad? Ahí la tienes.
—¿Y lo otro?
—Vengo a hacerme cargo de un negocio nocturno que tengo.
—¿Negocio nocturno?
—Sabes que desde hace mucho tiempo soy dueño de bares. Bueno, hace años que tengo algo parecido aquí.
—¿En serio?
—Sí, pero por compromisos con los otros no me pude hacer cargo de este, hasta hoy.
—¿Y entonces quién maneja ese lugar, o acaso aún no lo has abierto?
—Una persona que es de mi entera confianza —sonrió —. Lo ha hecho demasiado bien.
—¿Lo conozco?
—¿A ella? No, no se mueve en tu círculo.
—¿Y cómo la conociste?
—De una forma inesperada —sus ojos se pusieron más negros y eso no pasó desapercibido por Ian. Sin embargo, en un pestañeo cambió la expresión —. No quiero recordar cosas del pasado, me pongo nostálgico.
—De todas maneras, no me interesa saber quién es.
—Me alegro, porque tampoco pretendía presentártela. Ella es muy importante para mí.
—¿No me digas que te has enamorado?
—¿No era que no te interesaba? —Ian hizo una mueca.
—Mejor te muestro la habitación que ocuparás.
—Sí, de todas formas, me quedaré pocos días porque buscaré otro lugar.
—Puedes quedarte el tiempo que sea necesario.
—Gracias —dijo sincero.
Si bien en un comienzo no le agradó la idea de ver a su hermano ahí, pronto cambió de parecer porque tener su compañía no lo haría sentirse tan solo. Podría contar con él para lo que fuese y así intentar sacarse por un segundo, que fuese, a Isabella de su jodida cabeza.
—Espero que algún día te animes me vengas conmigo a ese lugar —le dijo mientras se sentaba sobre la cama.
—Quien sabe
—Estoy seguro que te caerás de espaldas cuando veas a lo que me dedico.
—¿Eres proxeneta?
—No seas estúpido.
—Entonces dime a que te dedicas.
—No, quiero que lo veas con tus propios ojos.
—Como sea. Buenas noches —cortó y salió de la habitación.
Sí, se quedó intrigado con todo lo que le dijo su hermano...
Quizás un día de esos lo acompañaría para ver qué diablos hacía.
Maldito Dante...
Lo dejó con el interés latente...
***
Espero que les haya gustado el capítulo.
Espero poder subir pronto lo que sigue.
Un beso y mil gracias por leer.
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