Capítulo 20
Nada...
En los siguientes días no pasó nada...
Ya era el bendito miércoles y aún no sabía absolutamente nada de Isabella. Era como si la tierra se la hubiese tragado. No había aguantado la tentación y le marcó, pero ella jamás le contestó. También había ido hasta su departamento, pero estaba vacío. No era tan imbécil y sabía perfecto que Isabella no quería saber nada de él. ¿Y cómo no, después de semejante espectáculo? ¿Cómo estaría? ¿Se encontraría muy desilusionada? Ian deseaba darse de cabezazos contra la muralla por ser tan estúpidamente impulsivo. En esas horas que habían pasado, era capaz de asimilar que, en realidad, ser un seductor no le servía de nada.
Se jactaba de conocer a las mujeres, pues no lo hacía...
Ni un poco...
Mucha experiencia en el plano sexual podía tener, pero, así como tenía un millón de aventuras de una noche, estaba en cero cuando de amor se trataba y por eso mismo es que estaba tan jodidamente liado. Ser un auténtico seductor no le servía para nada a la hora de entablar una relación. Así también como había descubierto que no servía para no sentir celos cuando la mujer que quería, tenía un pasado marcado con fuego en su mente y piel. Y precisamente no era con él. Jodida mierda. Jodido amor. Jodidos celos. Jodido él por no haber sido razonable y dejarse arrastrar por lo primero que le dijeron.
Hacía menos de tres días atrás habían estado tan compenetrados. Había obtenido una respuesta a sus internas preguntas. Había descubierto tantas cosas. Isabella lo había observado con esa mirada que a él tanto le gustaba. Hacía menos de tres días atrás, él había confesado unos sentimientos sinceros, a pesar de saber que no era correspondido. Tal vez ella tenía razón cuando le insinuó que lo de ellos se estaba volviendo tóxico. Tal vez él tenía algo que no lo dejaba sentirse libre y desprenderse del pasado que ella arrastraba. Quizás estaba jodido por dentro y ni siquiera lo sabía.
Se abstuvo de preguntarle a Kenneth, ¿para qué? ¿Para que empezara con interrogantes? No estaba dispuesto a ser objeto de escrutinio por parte del rubio. No obstante, su humor poco había mejorado y el saber que Isabella no quería nada con él, lo ponía todavía peor. Quería tanto verla. Deseaba tocarla y sentir su piel. Deseaba conversar con ella para explicarle el remolino de sensaciones que lo hacían sentir así de ahogado y confundido. Deseaba que Isabella conociera sus verdaderos temores y que, a la vez, lo tranquilizase. Deseaba mirarla a la cara y saber que todo estaba bien. Que ella estaba bien. Que él estaba bien. Que ellos estaban bien.
Eso era en el plano íntimo, porque en el aspecto académico, había recapacitado con respecto a sus alumnos y hasta disculpas les había pedido por ser tan poco empático. Debía dejar sus mierdas personales a un lado, fuera del salón y no arrastrarlas consigo porque eso lo llevaría a tener un enorme problema por ser poco ético. Esos chicos no tenían la culpa de sus dramas internos. Según él, había aprendido la lección. Aunque no entró en detalles del porque había estado así, algunos chicos habían entendido que no había tenido un buen día.
Y sí, Ivana tenía una clase con él ese día...
No había estado cómodo haciéndola, pero por lógicas razones, no le quedó más remedio que terminar sus horas. Era un profesional, ¿no? Bueno, tenía que demostrarlo. En ciertas ocasiones la observó y lo que vio no le gustó para nada. La chica se encontraba con los ojos clavados en él, e Ian conocía tan malditamente bien ese tipo de expresión que ella tenía en el rostro que, eso le ponía los malditos pelos de punta. ¿Cómo no sentirse así, si era como ver a la misma Isabella? La burla y desafío tenían una característica bastante especial y cada vez que volteaba hasta ella, Ivana, silenciosamente, se estaba mofando de él y eso lo tenía harto.
Es que ni siquiera quería pensar en que tal vez la niñata esa estuviese interesada en él, y que por eso mismo inventó aquella mierda. Los ojos de Ian se abrieron, ¿y sí así había sido? Dudó, puesto que, por lo que había visto en el baño tiempo atrás, Ivana estaba de novia. Eso creía Ian. Sin embargo, en ese momento que pensaba con detenimiento cada escenario vivido con ella, podía ser capaz de recordar que en alguna oportunidad Ivana le había agarrado el brazo, acercándolo y, por ende, Ian le había rozado los senos. Ese había sido el único incidente vivido con ella, y por supuesto que en su momento le restó importancia.
En ese instante también lo haría...
No obstante, estaba que se clavaba los pies al piso porque lo que quería era acercarse hasta el puesto de Ivana y preguntarle si acaso sabía algo de Isabella. Pero seguramente le saldría quizás con que estupidez, por lo que se retractó sobre cualquier tipo de pensamiento que pudiese tener. Prefirió evitar seguir dirigiendo su mirada hasta la chica, ya bastante distraído se sentía como para seguir por ese mismo camino. Pero no, muy a su pesar, no se pudo quedar con las ganas y en cuanto terminó la clase, le pidió a Ivana que se quedara un minuto.
—¿Qué quiere? —le preguntó mientras se miraba las uñas.
—Primero que nada, quiero que me vea a la cara —exigió —. Segundo, que no use ese tonito conmigo. Yo no soy uno de sus compañeros —se fijó en como ella hacia una mueca.
—Lo siento.
Sí, maldita sea, era como mirar a Isabella...
Tenía el mismo tono sardónico y la misma pose impenetrable que la morena tantas veces le dejó ver. Como se notaba que era su tía, y tal parecía ser que Isabella le había enseñado todas y cada una de sus tácticas. Pero estaba bastante equivocada si creía que le iba a permitir comportarse de esa forma tan altanera con él. Solo había a una mujer que le aguantaba ser así, y esa, esa no era Ivana.
—¿Qué es lo que el profesor Romano necesita?
—Seré directo. Dónde está tu tía —claramente eso no era una pregunta.
—No tengo ni la menor idea.
—Tú tienes contacto constante con ella, es imposible que no sepas dónde se encuentra.
—Es cierto, siempre hablamos. Pero estos días no me ha respondido las llamadas.
¿Ni siquiera a ella? ¿Le podría creer? ¿No sería que estaba inventado aquella mierda por petición de Isabella? Ella le había comentado que Ivana era casi su vida, que cuando se quedaba en casa de sus padres hasta dormían juntas e, ¿Isabella no se había comunicado con ella? Ian sonrió. Ivana podía ser todo lo brillante que quisiera, pero él era mucho mayor y maduro, por eso mismo pretendía actuar con la vieja costumbre del sacar mentira por verdad.
Uy, sí, qué maduro...
Eso hasta los de kínder lo hacían...
—Seguramente no te responde porque ha de estar enojada contigo, por la mentira que me has dicho —dijo eso mirándola directo a los ojos.
—¿Cuál mentira?
—Esa, de que quiere a otro.
—No es mentira.
—¿Segura? —alzó la ceja con desafío.
—Yo...
Y sí, ahí pudo notar que le había mentido cuando afirmó aquellas palabras. ¿Qué se traía entre manos? Se fijó en cómo Ivana retorcía los dedos en las tiras que colgaban de su mochila. Se fijó en como apretaba los labios y después los soltaba para mordérselos. Se fijó en cómo había desviado la mirada al tiempo que parpadeaba en reiteradas ocasiones. Así también como se fijó en que ella doblaba el tobillo por detrás del otro pie. Jesús, pareciera que en cualquier momento se fuese a quebrar esa pata.
—¡Ay, ya! —lo miró feo —. Usted no me gusta para mi tía.
—¿Cómo? —preguntó estupefacto.
—Usted es egocéntrico, antipático —empezó a enumerar dedo por dedo —, desagradable, frío, se cree perfecto y para rematar, mujeriego.
—¿Ah?
—Sí, profesor Romano, aquí todos sabemos que usted anda con la profesora Henderson —escupió —. Todos sabemos que se la pasa metido entre sus piernas.
—Te exijo más respeto —habló con evidente asombro por todo lo que esa niña le estaba diciendo.
—Bueno, ¿quería saber por qué inventé eso? Ahí tiene la respuesta —se acercó a él —. Usted no es digno de mi tía.
—¿Y me lo dices tú, que te pillé en el baño teniendo sexo?
—Sí, la mismísima —habló sin una pizca de vergüenza —. Pero por favor, no se compare conmigo.
Ian estaba anonadado...
—En alguien de mi edad se entiende. ¿Pero en una persona mayor como usted? —lo miró de la cabeza a los pies.
—¿Qué estás diciendo? —¡¿lo había tratado de viejo?!
—Pues eso, yo también lo escuché teniendo sexo en un baño —Ian estaba mudo —. Entonces, como comprenderá, no estoy dispuesta a ser partícipe de un sufrimiento inminente que usted le hará pasar a mi tía. Si acaso es cierto que anda con ella, claro está.
—Si ando con ella o no, no es asunto tuyo.
—Sí que lo es —refutó —. Esa mujer es muy valiosa para mí y no voy a dejar que un profesor que se caracteriza por ser un playboy, la haga pasar un mal rato con sus infidelidades.
—Oye —la paró —, tú no sabes nada acerca de mí —le dijo con los dientes apretados —. No voy a permitir que te refieras a mí bajo esos groseros términos. Una cosa es que quieras defender a tu tía y otra muy distinta es que me faltes al respeto.
—Sin embargo, no le he dicho nada que no sea cierto.
—Aunque haya sido así, no te permito ser tan altanera —se paró derecho —. Tú y yo no somos iguales.
—Eso está clarísimo.
—Soy tu profesor y n...
—Sí —interrumpió —, sé que es mi profesor, pero también sé perfecto como es. No es un secreto para nadie que usted no es capaz de tener una relación estable.
—Te estás metiendo en un terreno peligroso —advirtió.
—El único que lo está haciendo aquí, es usted —elevó un hombro, importándole un carajo el tono enfadado que Ian tenía —. Solo le diré una cosa —lo miró fijo —. No se atreva a hacer sufrir a mi tía. Es más, espero que ni siquiera se le acerque.
—En eso ni tú, ni nadie se va a meter. Es asunto nuestro lo que pase entre nosotros.
—Muy bien, muy bien. Entonces espero que tenga los pantalones bien puestos como para decirle a la profesora Henderson que está con otra mujer. Espero que tenga el bóxer bien ajustado de su entrepierna para no se le baje al primer meneo de caderas que pase por delante suyo.
—Eres una irrespetuosa —no, no había expresión que pudiese describir la cara que él tenía.
—Todo lo contrario. He sido bastante considerada con usted y debería estar agradecido de no ser uno de mis amigos, porque ahí no hubiese sido tan diplomática a la hora de decirle sus cuatro verdades.
De pronto, se vio absolutamente solo dentro del salón...
La desfachatez de Ivana para hablarle así lo dejó sin palabras, sin movimientos y sin respiración. ¿En serio que eso acababa de suceder? ¿No sería producto de su dañada imaginación? Nunca, en su vida, un alumno se había atrevido a hablarle de semejante forma. Es más, ni siquiera lo miraban a la cara cuando le hacían una pregunta porque Ian resultaba ser intimidante. Sin embargo, eso le hizo pensar, entre tantas mierdas que Ivana le soltó, que quizás cuantos chicos pensaban así de él. Generalmente le importaba un carajo lo que el resto tuviese que decir con respecto a su persona, porque solo se preocupaba de hacer bien sus clases, pero en ese momento se estaba cuestionando eso.
Que Ivana le dijese que lo había escuchado tener sexo dentro de un baño, le decía lo descuidado que había sido en todo ese tiempo. ¿Y sí alguien que no fuese ella lo había escuchado? ¿Podía ser posible que, en su errático comportamiento, alguien más supiese que él y Alessia tuvieron un affaire? ¿Si ella creía firmemente que era un playboy, eso quería decir que el resto también? Todas esas preguntas lo estaban haciendo cuestionarse si realmente tenía el derecho de celar a Isabella.
Tal vez en ese momento que la llamó por teléfono, no fue capaz de separar las cosas, pero luego de todo lo que Ivana le había dicho, creía que no. Él también tenía un pasado, y si bien no se había enamorado de Alessia, era con ella con quien tuvo una especie de relación. No salían, solo follaban, no obstante, solían conversar cosas en las cuales ambos tenían intereses involucrados. Alessia era la única mujer a la que Ian le había permitido acercarse más que cualquier otra, al punto de tomarla de la mano y besarla en los pasillos de la universidad. Entonces, ¿Isabella tenía la razón y él era quien estaba equivocado? Probablemente sí.
Aquella introspección lo pusieron ansioso. Quería más que nunca demostrarle a Isabella que no estaba sola, que él estaba ahí para ella. Quizás podrían discutir hasta llegar a terminarlo todo, o tal vez discutirían hasta reconciliarse para no volver a separarse. Deseaba sacarse aquella feroz duda que tenía en su interior. Mirarla a los ojos y pedirle perdón por ser tan miedoso en cuanto a ellos.
En cuanto a él y el amor que sentía por ella...
Se quedó varios minutos al interior del salón, pensando, analizando cada equivocación que había cometido. Equivocaciones que habían sido garrafales y decisivas con el noviazgo que, todavía creía tener con Isabella. Ella siempre le habló con la verdad, no dejándolo ajeno en ningún momento. Isabella pudo haber omitido un montón de cosas, sin embargo, no lo hizo. Lo dejó conocerla, saber sobre el mundo que la rodeaba y que ella rodeaba. Lo dejó ver su vulnerabilidad y su frialdad. Lo dejó ver su lado cursi y su lado dominante.
En cuanto él, pudo haberle hablado abiertamente sobre "la mujer del elevador", como le había dicho Isabella, pero no. Él sí que prefirió quedarse callado, cuando la realidad era que Ian pasaba entre las piernas de Alessia, cuatro de los siete días que tenía la semana. Entonces, ¿quién tenía derecho a celar? ¿Quién tenía derecho a desconfiar realmente? ¿Quién tenía el jodido derecho de hacer algún tipo de reclamo? Por el bien de una reciente relación, lo ideal es que no fuese ninguno de los dos, porque así se podrían crear unos buenos cimientos para un futuro juntos. No obstante, por derecho, debería ser ella la indignada, no él.
Y las aletas nasales de Ian se dilataron cuando en verdad cayó en cuenta de que sí, real y jodidamente la había cagado a niveles estratosféricos. Dejó caer el maletín al piso y se pasó ambas manos por el rostro, al tiempo que soltaba un poco de aire por la nariz. Las palabras de Ivana, una vez más, le habían azotado como si de bofetadas se tratasen. La chica, por mucho que le costase reconocer, tenía toda la maldita razón. Ya en los últimos meses ni siquiera se había preocupado de si alguien lo veía o no con Alessia. Tanto que se caracterizaba por ser un tipo precavido en cuanto a sus encuentros íntimos, tampoco lo había sido. Y por supuesto no estaba dispuesto a echarle la culpa a lo jodido que Isabella lo había dejado durante tantos meses. No. Era culpa netamente de él por ser un jodido caliente.
Y a su búsqueda por intentar olvidarla...
Pero nunca pudo...
Miró la hora y se dio cuenta que tenía que ir a la reunión con el rector. Es que ni siquiera tenía ganas de ir a esa maldita oficina porque aquella mezcolanza de sentimientos lo estaba matando, pero debía hacerlo. Se agachó y recogió hasta los papeles que se habían regado por el suelo. Medio los ordenó y salió del salón como alma que lleva el diablo. Es que, en verdad, sí que se lo estaba llevando el diablo. Se lo estaba llevando directo al infierno de sus remordimientos.
—Buenas tardes, tengo una junta con el rector —dijo en cuanto estuvo enfrente de la secretaria.
—En seguida lo anuncio —el pie de Ian se empezó a mover inquieto —. Sí señor, yo le digo —la mujer colgó y observó a Ian —. Puede pasar.
—Gracias.
Toco la puerta y desde dentro se escuchó una calmada voz —Adelante.
Ian, en varias oportunidades, había tratado con señor Meyer, pero cada vez que lo veía se le hacía increíble que un tipo como él fuese el rector de tan prestigiosa universidad. No lo malentiendan, solo que era un poco mayor que él, con ese rostro que hasta al mismísimo Ian le daba sueño de puro verla. Siempre que solía citarlo, lo hacía esperar. No era muy puntual que digamos, por eso a Ian se le hizo increíble que estuviese ahí. Y eso que, supuestamente, él cómo rector no dejaba pasar la indisciplina, no era muy apegado a ella que digamos.
—Es bueno verlo, profesor Romano.
—Señor —estrechó la mano y el hombre la tomó a modo de saludo.
—Tome asiento, por favor —Ian lo vio agarrar el teléfono —. ¿Quiere algo de tomar?
—No, gracias.
—Yo tampoco —sonrió.
—Le pido encarecidas disculpas por haber faltado el viernes.
—No hay problema —le restó importancia agitando la mano.
—Y dígame, ¿para qué me necesitaba?
—Bueno —lo vio ponerse serio y eso no le gustó —, he recibido algunas quejas por parte de algunos docentes.
—¿Me podría decir de qué tipo? —preguntó confundido.
—Seré bastante directo. Me han comentado que tiene... —se calló.
—Por favor, no me ponga nervioso.
—Mira, Ian —por primera vez lo estaba tuteando —, ambos somos hombres y estamos en la flor de la vida y bla, bla, bla —Ian entrecerró los ojos porque ya sabía para dónde iba —. Yo también he tenido un... —movió la muñeca en círculo hasta que dejó la mano hacia arriba —, idilio.
Ian sonrió...
—Permítame —habló —. Antes de que me diga cualquier cosa, ya sé hacía dónde van esos dardos —se sentó derecho —. De hombre a hombre, señor Meyer...
—Dime Thomas —interrumpió —, no hay problema con ello.
—Muy bien —asintió —. Antes que nada, Thomas, déjeme decirle que esos rumores de pasillo si son ciertos. Seguramente le habrán comentado que me vieron con la profesora Henderson, lo cual no voy a negar porque la mentira no es algo que vaya conmigo.
—Sí, tampoco que eres cuidadoso. Te han escuchado —dijo —, y me han dicho que no eres muy mudo que digamos.
Ian quería enterrarse vivo...
—Y me disculpo por ello. Sé qué es un grave error de mi parte y le aseguro que no se volverá a repetir.
—Espero que no. Estamos en una universidad donde la mayoría de los chicos están descubriendo su sexualidad, si es que no han sido precoces en cuanto a ella. Tú eres uno de los profesores más jóvenes y respetables que ha impartido clases para nosotros —lo quedó mirando —. Como comprenderás, nuestras instalaciones no cumplen el papel de motel.
Ian sintió como la sangre se le subía hasta la cabeza...
—Si quieres tener un encuentro casual, que no sea dentro de las dependencias de la universidad —dijo serio —. No me dejé llevar por un rumor, sino por una acusación directa.
—Siento haberlo puesto en ese problema.
—No, a mí no me has puesto en ningún problema. Tú estás metido en uno, porque varios profesores me pidieron que te despida o te traslade por infringir una norma irrompible de nuestro establecimiento.
Por segunda vez en un día se quedó mudo...
Pero esto era muchísimo peor porque amenazaba con hacer pedazos su carrera, esa misma que tanto le costó sacar adelante. ¿Y todo por qué? Por creerse sexualmente omnipotente. Se quedó quieto, hasta podría jurar que se puso pálido debido a la impresión que se estaba llevando. Si Ivana le había dicho que lo había escuchado follando, entonces sus pensamientos anteriores no habían sido errados. Es más, era mucho más terrible porque eso que el rector le estaba diciendo, era porque un profesor también lo había oído. Solo palpó las yemas de los dedos incrustadas en sus rodillas. No pensó jamás que tendría un problema tan grande como aquel.
—¿No me dirás nada? —le preguntó.
—No sé qué decir. Me ha dejado en blanco —y era cierto.
—Bueno, ¿te despido o te traslado?
Entre la espada y la pared...
Así mismo era como se sentía en esos terribles segundos que estaban pasando. Ya lograba notar como la camisa se le había pegado en la espalda, debido al sudor que su cuerpo estaba expulsando por los poros. Nunca llegó a pensar que algo así podría llegar a sucederle. En sus manos estaba su futuro, ese mismo que casi echa al tarro de la basura por ser tan impertinente con sus encuentros. Si llegaba a decidir la primera opción, se iría por la puerta de atrás y con la hoja manchada. Como un tipo que no era responsable y se pasaba las reglas de la universidad por cualquier lugar con tal de bajar su libido. Y la segunda opción, significaba prácticamente lo mismo. Quizás donde lo enviarían, tal vez no volvería a ver a Isabella nunca más y no podría arreglar su situación con ella.
Que estúpido había sido...
Jamás debió dejarse arrastrar por su mente y lascivia...
Ian quedó mirando al hombre que tenía enfrente, este a su vez también lo observaba. Tenía la esperanza de que Thomas estuviese bromeando, pero no, su rostro estaba serio. La pose imperturbable que había adquirido Thomas, tenía Ian perturbado. Se llevó la mano al cuello y se soltó la corbata, mientras expulsaba el poco aire que le quedaba. Qué día de mierda estaba teniendo, tanto en su vida privada como en su vida profesional. Miró hacia abajo, luego parpadeó para después abrir la boca.
—Pongo mi cargo a su disposición —dijo al fin —. Haga lo que usted crea correspondiente.
—¿Estás seguro de lo que me dices?
—Absolutamente —aseguró —. He cometido un grave error y debo hacerme responsable de ello. Si cree que debo dejar esta universidad, lo haré sin oponerme porque lo merezco.
—Muy bien —lo vio ponerse de pie y caminar hasta el ventanal —. Espero que esto te sirva para el futuro. Todos cometemos errores de los cuales después nos arrepentimos —se volteó hasta él —. Yo también fui como tú. También tuve esas indecorosas actitudes y verte a ti, es como verme a mí años atrás —Ian no hacía más que morderse el interior del labio —. Pero a mí no me dieron una oportunidad. A mí me prácticamente me acusaron de lo peor, me señalaron con el dedo y muchas veces escuché cuando hablaban a mis espaldas. Puedes volver a tu clase —dijo de pronto.
—¿Cómo? —cuestionó más confuso que nunca.
—Te daré la primera y última oportunidad —volvió a tomar asiento —. No quiero volver a saber que andas metido en los baños con aquella profesora. Sé de quién se trata y también le ha llegado su llamado de atención. Si tienes una relación con ella, que sea fuera de aquí.
—No tengo nada con ella.
—Peor todavía —vio un amago de risa en el rostro de Thomas —. Bueno, puedes irte.
—No sabe cuánto le agradezco, y tenga por seguro que no volverá a suceder.
—Eso espero, porque a la próxima —cruzó los brazos sobre su pecho y serio le dijo —: te vas sin ningún tipo de opciones.
—No habrá próxima vez —se puso de pie y estiró la mano —. Nuevamente, gracias.
—Haces un trabajo impecable, Ian —le dio un apretón —. Te dije que eres uno de nuestros mejores profesores, no manches tu carrera por algo tan banal como lo es el sexo. Eso es algo pasajero, un gusto de minutos que se evapora en segundos. En cambio, tu carrera es algo que te acompañará toda la vida, por la cual estudiaste para ser lo que eres hoy.
—Estoy muy consciente de eso.
—No tanto —contradijo —. Desde el momento que estamos teniendo esta conversación, es porque en algún momento pesó más una cosa que la otra, y los dos sabemos cuál es. De no haber sido así, no estaríamos ahora aquí hablando de esto.
—Tiene razón, lo siento.
—Puedes ir a tu siguiente clase.
—Por hoy he terminado.
—Bueno, entonces ve a casa y piensa lo que ha pasado dentro de estas cuatro paredes.
—Por supuesto que lo haré. Muchas gracias por no haberme echado a causa de mi indiscreto comportamiento. Que tenga buen día.
—Lo mismo, profesor Romano.
Cuando dio el primer paso, sintió que se le olvido como era caminar. Sin darse cuenta, todo su cuerpo estaba temblando, y hasta escalofríos tenía. Cerró la puerta a su espalda e inmediatamente se llevó la mano a los ojos. Definitivamente ese día había resultado ser una absoluta mierda. No podía creer que casi fue despedido por encerrarse en un puto baño a follar. Que estúpido había sido. Una vez más, ese temita había reflotado. Primero Ivana, luego el rector. No obstante, lo de Ivana era una completa insignificancia al lado de toda su vida que estuvo a punto de correr peligro.
Despegó la espalda de la puerta y literalmente arrastró los pies por los pasillos. Veía el ánimo festivo de los chicos que pasaban por su lado. El ambiente que se situaba en el lugar, era todo lo contrario al que él sentía en su interior. Si pudiese describir como estaba por dentro, diría que el paisaje era nublado, con truenos y relámpagos por doquier, mientras las gotas de agua que lo empapaban, se asemejaban a ácido resbalando por su cuerpo. Peor se puso cuando de lejos vio a Alessia. Ella tenía un rostro tan funesto como el suyo, es que ni siquiera tuvo el valor de acercarse para preguntarle cómo diablos le había ido en esa oficina. Pero hasta en esa considerable distancia que los separaba, podía notar que su día había sido un completo desastre.
Como el suyo...
Los siguientes días pasaron sin pena ni gloria. No insistió en llamar a Isabella. No sabía nada de ella y la extrañaba más que nunca, sin embargo, tampoco hizo ningún movimiento para verla. No tomó en cuenta a Kenneth cuando lo invitó a salir. Aunque le háyase insistido hasta el cansancio, Ian no tenía ganas de hacer absolutamente nada. Esos días se habían vuelto una monotonía. Se levantaba, se bañaba, se vestía, tomaba desayuno, hacía sus clases, volvía a su departamento y pues nada, se acostaba para luego dormir hasta repetir lo del jodido día anterior. Pero aquel día por la mañana, había tomado una difícil decisión.
Era viernes...
Había llegado de la universidad temprano y había programado la malla curricular de la semana entrante. Se fijó que todo estuviese en orden para no dejar nada pendiente. Miró la hora, viendo que se le había hecho malditamente tarde. Eran las ocho en punto y todavía no se duchaba. Si bien no estaba ambientado en ese tipo de lugares, puesto que había ido una sola vez, pensó que vestirse de absoluto negro era lo indicado. Por ello, a su mente se vino la primera vez que fue y sí, el negro era el color indicado.
Luego de despejar su mente en el baño, procedió a vestirse y sí, estaba muy nervioso porque no tenía ni la menor idea de la reacción que pudiese tener ella cuando lo viese allí. En su territorio. Más aún cuando no estaban en buenos términos, y peor todavía cuando no estaba invitado. Pero por ella, por hablar, aunque fuesen cinco malditos segundos, haría lo que fuese. Eso sí, estaba consciente que en cuanto la viese, en cuanto sus ojos se cruzaran, sabría lo que ella le quería transmitir. Así de jodido y a la vez conectado se sentía con esa mujer que no dejaba de rondar en su cabeza.
—Bueno machote —se dijo frente al espejo y sonrió —, es hora de ir por lo que es tuyo —se mordió el labio —. Es hora de ir a donde perteneces.
Salió del departamento con la convicción de que esa noche volvería a ser como lo fue hace casi una semana atrás. Su noviazgo no podía terminar así, no sin antes hablar. Tenía que mirarla a los ojos y decirle todo lo que tenía guardado. No podía dejar que la duda siguiese sembrada en su interior porque eso lo ponía cada vez más inquieto y temeroso. Si Isabella no quería nada con él, mejor que se lo dijese en su cara porque así podría hacerse a la idea de que ya no había nada. Se estaba haciendo tantas ideas que eso le estaba carcomiendo los sesos.
—Buenas noches, me permite su entrada.
—Sí —por supuesto que se había encargado de comprar una.
—Que disfrute del espectáculo.
—Muchas gracias.
Y no, entrar a ese lugar no fue como la primera vez...
Ya no le daba risa ver a esos tipos vestidos de esa forma. Tampoco encontraba que todo era un lujoso circo. Mucho menos pensaba que eran unos retorcidos. Todo pensamiento burlesco que tuvo en su momento, ya no existía y todo era porque ya sabía lo que significaba ese mundo. Ian lo experimentó con Isabella, y creía que... No, estaba más seguro que nunca que todo aquel estilo de vida era algo admirable. No pensó que podría cambiar de parecer, pero así lo hizo y hasta fascinado estaba de volver ahí y ver todo con otros ojos. Y todo gracias a ella, que lo tomó de la mano y le llenó su mundo de unas fantasías que desató cada emoción, al tiempo que lo hizo descubrir algo fieramente inimaginable.
Mientras caminaba entre aquellas personas, su corazón saltaba con una nueva efervescencia. La música repercutía en sus tímpanos. Sus ganas de avanzar con más rapidez, hasta lo hicieron tropezarse un par de ocasiones, pero nunca se detuvo. Su locura estaba desatada, al igual que sus ganas de verla. Solo se quedaría tranquilo cuando la tuviese al frente y, en ese momento, le daba lo mismo observarla de lejos. Creía que tanto mejor así, podría disfrutar de la performance que Isabella tendría preparada para esa noche.
—Un Martini por favor —pidió en cuanto estuvo en la barra.
—Un momento —vio como el tipo lo preparaba, pero también estaba pendiente de la tarima —. Aquí tiene.
—Gracias.
Y casi se atragantó con la aceituna cuando las luces se volvieron tenues y la vio aparecer con un flogger en su mano. Tan hermosamente sensual. Aquel atuendo la hacía ver insultantemente erótica. Como era la costumbre, su vestimenta se regía en el absoluto negro. Llevaba unas botas de tacones tan altos que Ian creía que, si se ponía a su lado, estaría de su porte. No tenía idea de cómo diablos podía caminar con eso. El látex comenzaba en ellas y se ceñían a sus muslos, eran como una especie de liguero que se unía a la cinturilla del ajustado body de mangas largas que llevaba puesto. A un lado de su cadera, colgaban unas esposas y aquel caminar la hacía verse peligrosamente intimidante. Más aún cuando su cabello estaba bien atado en una apretada coleta que dejaba ver en plenitud su maquillado rostro. Labios rojos, sombras negras, pestañas brillantes y esos ojos criminales eran la combinación perfecta para tan arrebatadora dominante.
—Y todo eso es mío —sonrió.
Pero su sonrisa se borró cuando vio entrar en cuatro patas a ese tipo. Parecía ser un perro que acudía al llamado de su dueña. Ian quiso bufar, en ese momento Isabella era su dueña. En esa oportunidad no le pudo ver el rostro porque llevaba una máscara de cuero que lo cubría completamente, solo tenía el agujero de la boca y los ojos. Tampoco estaba desnudo como la primera vez que lo vio, tenía un ajustado pantalón de látex. Entrecerró los ojos cuando vio como Isabella dirigía los cueros del flogger hasta su mentón, lo hizo levantar el rostro y ella se agachó para besarle los labios.
Ian casi escupe su trago...
—Te vas a poner de pie, vas a subir los brazos y contarás hasta quince —ordenó.
Él así lo hizo, los subió por sobre su cabeza e Ian vio como él se tensó cuando le cayó el primer azote debajo de las costillas. El conteo que estaba haciendo, eran gritos suplicantes. Gritos donde se podía notar que pedía el siguiente castigo, los mismos que Isabella le daba. Meneaba esa muñeca con una ligereza que tenía a Ian sumergido en los recuerdos de aquellas dos noches en las cuales probó de lo que ella era capaz. Su cuerpo estaba ardiendo porque cada azote que le daba a ese tipo, Ian lo sentía sobre su piel. Era algo increíble. Hasta pudo percibir el calor de su lengua, cuando vio como la pasaba por ese cuerpo que no era el suyo.
Y sucedió...
Sus ojos se encontraron...
Ian vivió una especie de retroceso...
Él con una copa en su mano...
Ella observándolo desafiante...
Se le detuvo el tiempo y no pudo hacer más que esperar la reacción de ella al verlo allí. Pero lo que pasó fue algo que no esperó. Isabella dio vuelta el rostro, ignorándolo completamente. Como si el no estuviese allí. Como si él no existiese. Esos ojos estaban fríos e Ian lo pudo notar. Eso lo hizo pensar que quizás no debió ir a ese lugar. Que tal vez debió esperar a que ella tomase la decisión de ir a buscarlo, pero no podía esperar más por ello y precisamente por eso es que había corrido el riesgo de ir hasta ese sitio. Luego de aquel cruce de miradas, ya no estaba disfrutando tanto del espectáculo que ella y ese hombre estaban dando sobre el escenario. Estuvo mucho tiempo viendo hacia un lugar que estaba mucho más lejano que ellos, así que casi quedó pegado en el techo cuando le hablaron a la espalda.
—¿Qué haces aquí? —Ian se volteó de inmediato.
Y así, allí estaba su más hermoso tormento parada frente a él. Con ese mismo rostro inexpresivo que le había dejado ver minutos atrás. Se quedó en silencio, viendo como algunas luces multicolores le golpeaban el rostro, creando sombras que la hacían verse casi como un caleidoscopio. Quería tomarle la mano, pero se dio cuenta que ella no se lo permitiría. Estaba parada con una pose retadora, de esas que, si te acercas un centímetro, corres un grave peligro. Sin embargo, Ian no se amedrentaría.
—Vine a ver el show.
—¿Viniste a ver el show, o viniste a hacerme uno?
Ese fue un golpe que Ian sintió en pleno estómago...
—Solo vine a ver, nada más.
—Pues si ya viste, te puedes ir.
—Tenemos que hablar.
—No veo de qué.
—De lo que sucedió.
—No sé qué sucedió, por lo cual no hay nada de qué hablar.
—No digas eso.
—Lo que me daña, lo desecho de forma inmediata.
—¿Qué me estás queriendo decir?
—No es tan difícil de descifrar —Ian sintió como se caía de esa red que creía estar enredado —. Ia...
—No, espera —la detuvo con el corazón a mil —. Hay algo que te tengo que decir.
—En este momento no tengo tiempo para tus cosas.
—Solo serán cinco minutos.
—El reloj ya va en un minuto.
—Vamos afuera —Isabella lo miró con la ceja alzada —. Por favor.
—Van dos minutos, te quedan tres.
Sin su permiso, le tomó la mano y la guio hasta las afueras del salón. No quería que todo terminase, pero al parecer Isabella no pensaba lo mismo. ¿Sería acaso que hasta ahí había llegado todo? ¿Lo había indirectamente mandado al infierno sin antes dejarlo hablar? Es más, ¿cambiaría de opinión cuando él dijese todo lo que tenía guardado? Su garganta estaba apretada. No sabía porque rayos sus ojos comenzaron a arder, tampoco porque tenía esa terrible sensación en medio de su pecho. Solo esperaba salir de allí con todo solucionado, sino no sabría qué hacer. Agradeció que el aire estuviese fresco porque por dentro estaba ardiendo.
Cuando llegaron al final de la escalera, miró hacia donde podían ir. El lugar estaba tan lleno que Ian no sentía ni una pizca de intimidad, por lo que siguió caminando en silencio. Ella tampoco dijo nada y tampoco hizo el intento de soltarse de su agarre. Ian vio el árbol donde estuvo la vez pasada y hasta ahí los dirigió, pero cuando llegaron no pronunció nada. Solo se giró para verla, pero impulsivamente la atrajo hacia él y la besó. Por supuesto que Isabella se resistió, no esperó que él tuviese el descaro de hacer eso. Sin embargo, lo echó tanto de menos que solo se dejó, aun así, no sería fácil para Ian que ella volviese a confiar y por eso mismo es que puso ambas manos sobre su pecho y levemente lo empujó.
Se quedaron mirando...
Había tantos sentimientos de por medio que, no se podían expresar con tanta ligereza...
Isabella se limpió los labios con la mano...
Ian solo se pasó la lengua por ellos...
Isabella abrió los ojos con desconcierto...
Ian se dejó caer de rodillas frente a ella...
Había decidido a redimirse frente a ella...
Y le daba lo mismo que todo el mundo lo viese...
****
¿Creen que Isabella lo perdone, o de plano lo manda al diablo?
Hola, espero que tengan un buen fin de semana, así también como espero que esté todo bien en sus países. Si es posible, quédense en su casa. No se expongan y cuídense muchísimo.
Mil gracias por leer.
Un beso y hasta la próxima :)
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top