capítulo 18
Isabella estaba sentada en su sofá...
Ian estaba sentado en el suelo, con la cabeza puesta sobre las rodillas de ella...
Isabella le acariciaba la cabeza...
Ian mantenía los ojos cerrados...
—Lo primero que debes saber, Ian, es que esta práctica requiere de una gran responsabilidad, puesto que tenemos los deseos y la vida de otra persona prácticamente puesta en nuestras manos —comenzó sin dejar de acariciarlo —. Existen muchas fantasías con este tipo de juegos y las personas que siempre han sido vainillas se están atreviendo a experimentar más. Sin embargo, no cualquiera es capaz de entrar de lleno en el BDSM. Liberarte en sí es bastante difícil y hasta puede haber vestigios de un pasado que muchas personas sacan a relucir cuando están sesionando. Cuando están siendo sometidas. Y eso en muchas ocasiones no es bueno. Si bien, muchas otras buscan salir de su estresante rutina, hay otras que no están y que tal vez nunca puedan estar preparadas para soltarse completamente —se pasó la mano sobre los labios —. El bondage es una de las fantasías eróticas más solicitadas. En esta atas e inmovilizas a la otra persona, también puedes agregar mordazas y vendas en los ojos. Pero como en todo juego, se debe hacer de manera adecuada porque puedes salir dañado. Que las cuerdas queden muy apretadas hasta que te corten el flujo sanguíneo, claramente no es bueno. Aunque si hay esclavos a los que les gusta lo muy extremo. B: es la primera letra de esta sigla y eso es precisamente a lo que va, bondage. La disciplina es enseñarte a que debes respetar los castigos se te imponen, así como también se enseña el adiestramiento, las reglas y nuestros protocolos —expresó —. Como ya sabes, así como está el sumiso, también está la dominante, la cual es fundamental. Nosotras tenemos el control de la relación. Nosotras adquirimos el poder, castigando y hasta humillando a quienes se han dejado poner en nuestras manos. Como te dije anoche, se deben establecer los consensos, así como yo debo respetar tus límites y velar por tu bienestar. También debo ser responsable contigo y conmigo. El sumiso es el complemento de la dominante y por eso la mayoría de las veces se habla de una relación D/s. Cuando los límites quedan establecidos, el sumiso queda bajo la voluntad en la cual obedece. D: dominación, segunda letra —suspiró fascinada, como le encantaba hablar de su mundo —. Ahora, entramos a lo intenso de este, denominado por muchos, oscuro mundillo. Así como hay personas que les gusta lo antes mencionado, también hay otras que les gusta netamente el dolor. Ya sean las quemaduras con esperma de vela, cigarrillos, los cortes, colgarse de cuerdas, pero los pinchos vas atravesados en su cuerpo. Las descargas eléctricas. Los mordiscos, y así un sinfín de actividades en las cuales sienten un placer liberal. Cada uno de nosotros somos un mundo y por eso tenemos una amplia variedad de gustos. Las personas masoquistas tienen un disfrute que para muchos raya en lo enfermizo. Se dejan someter tanto física como mentalmente. S. M. Sadismo y masoquismo. BDMS, quiere decir: Bondage y Disciplina; Dominación y Sumisión; Sadismo y Masoquismo. ¿Comprendes?
—Perfecto.
—Muy bien —asintió —. Existe también una amplia gama de juegos de rol. Esa es la parte que me encanta —sonrió —. Cabe decir que todo, como siempre, es en un mutuo acuerdo. Age play: quiere decir que una de las partes juega a tomar una edad infantil. Ya sea que las mujeres hablen y se vistan como niñas, es bastante interesante. Pero igual va dependiendo de la edad en la que quieran tomar en ese rol. Después tenemos el baby boy: este fetiche está dirigido para aquellas o aquellos que tienen un gustillo por los pañales. Como seguramente estás pensando, ellos se visten como bebés y actúan como tal, pero hay un detalle y es importante decir que, no tienen pensamientos pedófilos. Solo que se sienten cómodos adoptando este rol. Yo que estoy dentro de este mundo, doy por hecho que estos tipos de parafilias no son retorcidas. Se tiende a discriminar un montón por el hecho de jugar con edades menores. Qué quizás qué tipos de taras puedan tener —arrugó la frente —. Pet play: es igual a los otros juegos de roles, en este el sumiso adopta el papel de mascota. O sea, que imitan el comportamiento del animal. Ahora, la Ama de esa mascota, tiene la libertad de restringir aquellos movimientos. Encerrarlos en jaula, en vez de que vayan al baño, hacer sus necesidades en una caja de arena. Y ahí es donde el animal training, como dice la palabra, entrena a su mascota. ¿Alguna pregunta?
—Sí.
—Dime.
—¿Alguna vez ha hecho algo de lo que me está hablando?
—Sí. He sido una perra.
—¿Verdad?
—Por supuesto. Bueno, en mi vida diaria suelo ser una perra. Pero en el pet play, que es un juego especial de roles, aunque te rías, me hizo sentir libre de la vida mundana porque adquirí otra personalidad. Me encantaba sentir ese placer de ser mimada, abrazada. Esperar el adiestramiento de mi Amo, fue una hermosa experiencia.
—¿Cuánto tiempo?
—Meses. No fue un estilo de vida. Cabe decir que hay personas que lo adoptan como una opción en su relación y viven como mascotas todo el tiempo.
—¿Y la caja de arena? —Isabella soltó una carcajada.
—Eso es un secreto que me llevaré a la tumba.
—Mmm...
—Otro juego atrayente, es la momificación. Es una práctica momentánea, y siempre se debe dejar la nariz y la boca libres. El cuerpo es envuelto por cintas o vendas, impidiendo el movimiento. Pero se debe tener en cuenta las reglas para no poner en serio riesgo al compañero de juegos —pensó unos segundos —. Si te contara la amplia variedad de juegos que hay, no terminaría hoy —le tomó al rostro a Ian e hizo que la observara —. Quiero hacerte probar los juguetes, pero antes quiero que me digas a lo que estás dispuesto y a lo que no, ¿vale?
—Sí —asintió sin dejar de verla —. Nada de lo anteriormente mencionado me gusta. No soportaría andar con pañal. Tampoco comportarme como un nene. Mucho menos ser una mascota. Y qué decir de la momificación. Esa sensación de estar privado de tus movimientos debe ser espantosa —ella sonrió —. Cuando empecé a leer sobre este estilo de vida, vi la mención acerca de que el sumiso puede llegar a vestirse de mujer, ¿eso es cierto?
—Absolutamente. Hay hombres a los que les gusta ser feminizados, aunque eso para mí es un fetiche que poco tiene que ver con este mundillo. Lo realmente interesante es que esta práctica es trascendental debido a que se juega con la psique del sumiso al vestirlo como una auténtica puta. Es mucho más común de lo que se cree. Puede ser de forma gradual, hasta el punto de vestirlo de punta en blanco y lo más provocativo que se pueda. Esto abarca todo. Maquillaje, depilación, accesorios, ropa, tacones —se encogió de hombros.
—Eso no lo quiero.
Isabella lo quedó mirando. La verdad era que no se imaginaba a un hombre como él vestido como una vulgar ramera. Ian era un hombre que desbordaba esa virilidad por la que muchos matarían. Porque a pesar de ser un tipo normal, realmente tenía lo suyo. Lo cierto era que ella vivía el BDSM de manera particular e individual. Lo que a muchos les gustaba, a ella no. Y entre esas prácticas estaba el feminizar y sodomizar a un hombre. Estaba bastante consciente que hacer de un sumiso una puta, era uno de los más importantes roles dentro de ese estilo de vida. Sin embargo, ella provocaba otros deseos, fantasías y un sinfín de emociones, siguiendo correctamente el uso de cada juego para no salirse de su papel de dominante dentro del BDSM.
—No te preocupes, Ian. Eso a mí no estimula en lo más mínimo —le tomó la cara con ambas manos —. Prefiero hacerte sentir bien de otra manera.
—Gracias.
—Pero si te portas mal, haré que te pongas mis bragas —se sonrió con una pizca de maldad.
—Lo haría encantado.
—Ten por seguro que eso sí lo haré. De momento, ponte de pie que irás hasta la cruz porque te ataré de piernas y brazos abiertos —ambos se dirigieron hasta la esquina de la habitación, mientras ella explicaba lo que se venía —. Te iré comentando y a la vez enseñando cada accesorio y juguete que vamos a usar. Es importante que lo sepas y tengas conocimiento sobre ellos —cuando se situó de espaldas a la cruz, quedó esperando la siguiente orden. La que no tardó en llegar —. Levanta los brazos y separa las piernas —se fijó en cómo ella se agachaba para ponerle unas tobilleras que iban encadenadas a la madera —. Muy bien —ella lo miró a los ojos y así se quedaron unos segundos, hasta que pegó el pecho sobre el torso de Ian para poder afirmarle las manos —. Dios, eres tan jodidamente alto. Ponte firme, lo más que puedas —le exigió —. Voy a subirme sobre tus caderas para poder esposar tus muñecas.
Ian no supo cómo diablos hizo esa mierda, puesto que él estaba totalmente pegado a esa cosa. Solo supo que la sostuvo de la cintura con un solo brazo, mientras ella le ponía la esposa. Prácticamente tenía esos hermosos senos sobre su rostro. Como quería mover la cabeza entre ellos y empaparse de su aroma. Pero no lo hizo. Se quedó con las jodidas ganas. Salió de su perverso pensamiento cuando la sintió moverse para hacer lo mismo con la otra, pero en esa oportunidad, Isabella se había aferrado con más fuerza sobre él. Cosa que lo hizo sonreír, sin que ella se pudiese percatar de ello. Cuando ya estuvo listo, Isabella echó hacía atrás y le dio un beso en la boca.
—Estar así contigo, me hicieron dar ganas de tener sexo de esta forma —se bajó.
Ian no dijo nada...
Pero se le antojaba lo mismo...
—Quiero que sientas mis manos sobre tu cuerpo —se alejó de él, tan solo para bajar la luminosidad de la habitación.
Aquello hizo que Isabella se vislumbrara entre las penumbras. La silueta de su cuerpo. El tono de su cabello. El color intenso de sus ojos. La forma de sus formas. El sonido de esos tacones repiqueteando sobre el piso mientras ella se acercaba a paso lento y sigiloso. Mientras a él ya se le había secado la boca. La vio sonreír al tiempo que, de camino hasta él, agarraba no sabía que de la mesa. Pero aquello sí hizo un sonido parecido al metal arrastrado sobre la madera. Isabella lo miraba con tal grado de profundidad que, Ian creía que lo traspasaba.
Se sintió morir...
—Muy bien, muñeco, vamos a poner tu miembro dentro de este hermoso juguetito —dijo mientras tomaba falo de Ian en su mano, pero pronto se dio cuenta que no podría —. Ian, quiero que pienses en algo tan feo que se te haga vomitivo. No es posible ponerte esto porque estas erecto.
—No sé en qué podría pensar.
—Pues no lo sé —estaba de rodillas frente a él, y era mucho peor porque Ian sentía que en vez de bajarse, más se endurecía. Era una sensación terrible —. Piensa en Kenneth.
—¿Qué?
—Piensa en el beso que te diste con Kenneth —Ian abrió los ojos y ella lo observó con burla —. He de confesarte que me hubiese encantado verlos jugar entre ustedes —se encogió de hombros ante un tenso Ian —. No sé, que lo hubieses tocado no solo con tus expertas manos, sino también con esa linda boquita que tienes —Ian tragó saliva —. Hubiese sido una mezcla fascinante el ver la fusión de esa vainilla con tu chocolate, ¿no crees?
—No —soltó cortante.
—Oh, vamos —rio —. Yo, con muchísimo gusto, me hubiese hecho a un lado para dejarlos enrollarse.
De solo escucharla, Ian sentía la garganta amarga a causa de la bilis que se le había subido. ¿Cómo podía ser posible que ella quisiera haber visto esa mierda? Loca, sabía que estaba loca, pero no al punto de imaginárselo con ese tarado. La piel se le erizó del asco que le dio al pensarse follando con Kenneth. Si el beso que accidentalmente se dieron casi lo hacen vomitar, no quería ni pensar lo que sería tocarle esas horribles bolas con las manos. Cerró los ojos al tiempo que hacía una nauseabunda mueca.
—Esto se llama jaula de castidad, e impide tu completa erección —él casi gimió cuando percibió el frío anillo metálico envolver sus testículos —. ¿Ves? Solo tenías que pensar en otra cosa para que se pusiera flácido.
—No fue cualquier cosa.
—Como sea. Necesito que quedes quieto porque esto es más complejo de poner que el anillo —dijo seria —. Como ves, tiene varios aros y ajustadores para adaptarse al tamaño. Además, debo tratar con cuidado tus preciosas bolas, no queremos que en un futuro no puedas ser padre.
—No quiero serlo, así que no te preocupes.
—Como digas. Aun así, no pretendo dañarte esta zona —Ian veía como ella comenzaba a meter su miembro en esa cosa, para luego anclarla una especie de perno dentro de un agujero que estaba en la parte superior frontal y así ajustar completamente —. ¿Te duele? —él negó, pero abrió los ojos cuando se percató que Isabella agarraba un candado y lo cerraba en aquel lugar que recién había encajado —. No te lo podrás quitar nunca más —ese clic le dieron escalofríos.
—¿Qué quieres decir?
—Que mientras yo tenga la llave —vio como se la ponía, por debajo de la ropa, en uno de sus senos —, no podrás quitarte esa jaula. Así que estás privado indefinidamente de andar de polla alegre, como dijo Kenneth —se dio un leve golpe en el lugar donde la llave estaba guardada.
—¿Es broma?
—¿Me ves cara de chiste?
—Tus ojos me dicen que solo me estás jodiendo. ¡Mierda! —sintió un leve dolor.
—Te dije que en este lugar no me vas a tutear. Ese pequeño tirón que te acabo de dar, es para que no se te olvide. ¿De acuerdo?
—Sí.
—Sí, ¿qué?
—Sí, Ama.
—Muy bien.
Isabella se puso de pie y lo quedó viendo por un par de minutos, en lo que estos transcurrían, fue pasando las manos por las caderas de Ian. Él rápidamente fue sintiendo ese calor tan conocido por su cuerpo, al sentir las palmas de ella sobre su piel. Sin embargo, apretó los dientes en el mismo momento que ella apretó sus partes nobles. Su respiración se volvió densa en cuanto ella enterró las uñas allí, pero luego de ello se relajó al sentir la suave caricia. Comenzó a palpar como su miembro se empezaba a endurecer, pero la presión de aquella jaula impedía el disfrute de una erección libre.
Era una cosa terrible y llamativa...
Luego, Isabella deslizó las palmas hasta el abdomen de Ian para después acercar un poco su rostro y pasarle la lengua desde el ombligo hasta el centro del pecho, el que estaba a punto de detonar. Se humedeció los dedos con saliva para llevarlos al pezón de Ian y masajear hasta hacerlo endurecer. Él solo tenía los ojos cerrados, esperando el siguiente movimiento. Pero su estómago se contrajo al experimentar un intenso dolor sobre aquella parte que ella acababa de tocar, así que abrió los ojos y se encontró con la sorpresa que le había puesto unas pinzas de metal para apretarle los pezones.
—Te ves maravilloso —elogió al tiempo que le daba un pequeño golpe a la punta de la pinza.
—Maldita sea.
—¿Duele?
—Uf, sí...
—Y eso que las he regulado para que no sientas tan fuerte el apretón —las ajustó un poco y vio en la cara de Ian el dolor —. Cada uno de los juguetes que usemos, harán que experimentes diferentes y nuevas sensaciones. Este en particular causa un dolor exquisito. Me he dado cuenta que tienes alta sensibilidad en tus pezones, entonces es una de tus zonas erógenas. Es por eso mismo que quise probar este maravilloso instrumento contigo. Piensa que son mis dedos que te están dando un sensual pellizco.
—Mierda —masculló por lo bajo.
—Luego de quitártelo, verás lo sensible que quedan —tiró de la cadena que las unían —. Y eso será porque la sangre llegará de golpe.
Le pasó la mano por el pecho hasta llegar a su mentón. Arrastró los dedos rodeándole la cabeza y dejó solo las yemas en la nuca de Ian. Miró hacia abajo y vio con placer la presión que ejercía la jaula alrededor de su miembro. Se pasó la lengua por los dientes y condujo la otra mano hasta abajo. Le masajeó los testículos al tiempo que le jalaba el cabello.
Dios santo, es que era algo indescifrable. Todo ese millar de sensaciones eran tan extraños y a la vez tan reales que deseaba gritar hasta ponerse ronco. Más todavía cuando ella jugaba con cada parte de su cuerpo. Pasando las uñas por sus costados y provocándole innumerables escalofríos. Tirando de esa delgada cadena para hacerlo despertar de su increíble excitación. Palpando como su miembro estaba al borde del estallido por esa terrible presión.
—No tienes idea de lo que soñé con este momento —le susurró sobre la boca, pero sin llegar a tocársela —. Comencemos.
Fue hasta la pared, en la cual colgaban sus accesorios. Miró uno por uno y terminó decantándose por una fusta. Era de cuero duro en la punta y la encontró perfecta para empezar. Mientras volvía hasta él, la fue acariciando con la yema de los dedos para después golpearse la palma de la mano con ella. Ese rostro maliciosamente placentero, tenía a Ian sobre un desenfreno inusitado. En que cual quería sentir cada azote. En el cual quería dar marcha atrás por el temor del dolor que pudiese sentir, ya que eso iba más allá que la noche anterior.
Era netamente BDSM...
En su estado más puro...
—Sé que es complicado, pero intenta relajarte —pidió con tranquilidad —. Sé cómo te sientes. Yo también he estado inmóvil pensando en lo que podría pasarme, pero piensa que soy yo. Y yo te prometí que no te haría jamás daño —le pasó la orilla de la fusta entre las piernas —. Recuerda que anoche ya experimentaste lo que es ser azotado, esto es lo mismo —y golpeó entre los muslos de Ian.
Él se mordió la lengua...
—No pienses que esto es una tortura. Orienta todo lo que estás sintiendo para abrir tu mente y puedas sentir el placer natural que esto implica. Anoche te dije que podrías sentir que el sufrimiento te desgarrará la piel. Ahora mantén tus pensamientos en el placer que te desgarrará el alma. Esto es lo hermoso del BDSM —dijo al tiempo que le daba un golpe sobre el abdomen. Eso hizo que Ian apretase sus puños —. El dolor fusionado con el placer que puedes palpar con las emociones sentidas. Cada castigo es como un infierno quemándote la piel y cada caricia es como emerger hasta el paraíso —Ian se puso rígido ante el nuevo azote —. Esa particularidad y contraste de experimentar cosas nuevas en cada sesión, es maravillosa.
—¡Mierda santa! —exclamó cuando la fusta cayó a un costado de su pecho, muy cerca de las pinzas, haciendo que estas se movieran y tirasen de sus pezones —. ¡Ah!
—¿Estás bien?
—Sí...
—Bien —prosiguió —. Puede ser complejo discernir cada dolor, porque cabe decir que no todos son iguales, y no todos lo sentimos de la misma manera. Por eso mismo debes sentirlos, conocerlos, y saborearlos antes de ponerles algún nombre —le dio el siguiente azote sobre el abdomen y vio como Ian se mordía el labio para no gemir —. Recuerda que, si no soportas esto, puedes decirme tu palabra de seguridad.
—Estoy bien.
Lo cierto era que, por cada golpe, creía que su piel se haría girones. Cada uno de ellos venían a una velocidad mortal, así como también en ciertas ocasiones caían con cuidado. Pero la precisión que tenía Isabella para flagelarlo, lo hacían querer abrir la boca para pedir más, o quizás para hacerla detenerse. Sentía el cuero de sus nudillos tirantes por la presión que ejercía al tener sus manos empuñadas. Palpaba como su espalda se tensaba con cada azote que caía en su desnudo cuerpo. Respiraba corto, y por cada suspiro venía un nuevo e intenso ardor.
Tenía los párpados entrecerrados y la vista un tanto nublada, aún así, vio como Isabella se acercaba hasta él. Le tomó el mentón entre los dedos y lo besó perdiendo la lengua en esa sedienta boca. No obstante, se quedó con las ganas de seguir saboreándola porque ella dio un paso atrás y le dio el siguiente azote en la ingle. Ian creyó que se iba a desmayar debido al dolor sentido, pero al cabo de segundos eso menguó y dio paso a que su miembro se comprimiera dentro de la jaula a causa de la presión sanguínea por la excitación que todo ello le provocó.
Era una mierda exquisita...
Y quería más...
—Como ya sabes parte del pasado que viví con ese tipo, no soy amante de dejar cicatrices sobre el cuerpo que fustigo. Puede quedar alguna que otra marca, pero eso pasa con el paso de algunos días. Detesto a los sádicos que hacen ese tipo de daño tan colosal. Todavía tengo sobre mi piel aquellas desagradables huellas. Te digo esto para que no te preocupes, que en ti nada de eso pasará —y sin verlo venir, otra ráfaga de dolor se hizo presente —. Viste como jugué con Phillip, ahí utilicé un látigo, pero no lo moví tan duro como para cortarle la piel —le acarició el sonrojo que se había situado bajo su costilla —. Dios mío, estás temblando. ¿Seguro que te encuentras bien?
—Absolutamente.
Hacía un par de minutos que sabía en el estado que se encontraba. Aquellos estremecimientos rayaban entre la estimulación y el picor. No tenía claro dónde empezaba uno y terminaba el otro, pero ella sabía muy bien dónde y cuándo golpear, porque lo tenían al borde de correrse. Por mucha jaula de castidad y por nula erección libre, creía que llegaría en cualquier momento a su orgasmo. Pero estaba lejos de ello, ya que Isabella se dio cuenta de sus pensamientos y con un leve meneo de muñeca, le dio un certero golpe en su parte más íntima.
—¡Maldita sea!
—Ese ha de haber dolido, ¿verdad?
No respondió, porque por mucho dolor que hubiese experimentado, también vino una nueva sensación, una nueva presión y una nueva provocación que lo hicieron abrir sus dedos y dejar caer las muñecas, al igual que su cabeza. Creía que su piel estaba al rojo vivo, también que ardía en el infierno de Isabella. No quedaba parte de cuerpo que no se hubiese chamuscado bajo las llamas de su fusta. Sus ideas estaban idas. Su mente al punto del colapso ante aquella dantesca sensación tan primitiva. Esa misma que nunca en su vida espero vivir.
—Cuando te hago una pregunta, debes responderme —Ian apretó los dientes porque Isabella tiró la cadena en la que estaban enganchadas las pinzas —. ¿Comprendes?
—Sí, Ama.
—Perfecto —le acarició la mejilla —. Esto que estamos haciendo, no es más que un mero aperitivo. Uno que se bebe en una pequeña cantidad para dar una atrayente muestra de lo que va a ocurrir. Por supuesto que el plato principal lo comeremos dentro de algunos minutos más.
—Entonces, ¿me dejarás comerte? —ella sonrió.
—Eres un altanero —le dio una bofetada a mano abierta sobre el costado de la nalga —. No te pases de listo conmigo, Ian.
—Lo siento.
—Te ves tan guapo pidiendo disculpas —le pasó la lengua por una de las marcas rojas y él solo cerró los ojos —. Así te ves hermoso, cariño. Y estas malditas ganas que tengo de follarte ahora mismo, se están haciendo más grandes.
—Entonces trépate como hace algunos momentos y fóllame duro.
Sí, estaba desobedeciendo a pesar de estar bastante consciente de lo que le pasaría por ser tan insolentemente descarado. Y así fue. Isabella dirigió la fusta hasta su bajo vientre y la dejó caer haciendo que hasta su miembro saltara. Ian creyó que las lágrimas se agolpaban en las orillas de sus ojos, pero aun así no comprendía cómo diablos podía querer más de eso. Cortos suspiros fue exhalando, hasta que soltó el aire cuando ella acarició el lugar. Aquel contraste de dolor y caricia. Caliente y frío. Agonía y ansias. Todo aquello era tan incoherente que no se lo podía creer. Era como si estuviese sumergido en una hipnosis en la que solo ella era capaz de meterlo, y eso era cautivante y aterrador.
—¿Qué te dije hace unos momentos?
—Que no me pase de listo.
—Buen chico.
Detuvo los azotes y comenzó a pasarle las manos por cada trazo rojizo. Sin embargo, lo que sorprendió a Ian fue que Isabella también le besó aquellos lugares. No tenía claro si eso era porque lo estaba conteniendo, pero le gustaba la preocupación que ella estaba demostrando. Con cada contacto de sus labios, sentía como su corazón se llenaba de calor. Sí, ella lo había embrujado y seducido como ninguna otra. Lo había tentado hasta hacerlo sentir la necesidad de querer estar como se encontraba en ese preciso instante.
Atado de pies y manos...
No obstante, salió de aquel hechizo cuando percibió el terrible escozor que le atacó la espalda. Abrió los ojos y se dio cuenta de que su estómago estaba prácticamente pegado en la madera de la cruz. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿En qué maldito momento? No tuvo tiempo de detenerse a pensar en más preguntas, ya que el dolor que sentía era de moderado a intenso. Latigazos del flogger estaban azotando cada parte de su piel. Sus nalgas estaban contraídas porque las colas tenían contacto constante en esa parte. Esa mujer era increíble y lo peor era que a él le encantaba palpar como sus neuronas se hacían agua mientras estaba siendo flagelado.
Que locura...
Uno tras otro eran los azotes que le estaba dando con el flogger y el solo hecho de ver cómo su piel reaccionaba de esa forma tan imponente, hacía que ella quisiera cerrar los ojos para sentir con mayor exactitud los latidos que hacía un rato tenía entre sus piernas. Ian, ese tipo era como un sueño para cualquier mujer y que precisamente la hubiese elegido a ella para entregarse, la llenaba de emoción y creía que su corazón explotaría debido al éxtasis que envolvía cada vena de aquel sitio.
—Si necesitas gritar, hazlo. Si quieres maldecir, te concedo ese derecho —le envolvió el cuello, y lo sintió tragar saliva —. No creo haber sentido este fervor con ninguno. Solo contigo. Y solo a ti es a quien se me antoja tener.
Dio un paso atrás y arrugó la frente al tiempo que se mordía la lengua al ver como Ian se paraba en la punta de los pies al haber recibido el azote en el medio de su espalda. Luego fue al costado y el siguiente se dirigió hasta sus nalgas, para seguir con sus piernas. Isabella pensaba que ya lo había preparado lo suficiente como para el siguiente juego, el cual consistía en hacerlo aguantar por sí solo.
Deseaba ver hasta donde él podía llegar...
—¿Me temes?
—No —respondió tajante.
—¿Estás preparado para lo que viene, aún sino sabes qué es?
—Lo estoy.
—Perfecto.
Y en ese momento, Ian recibió de golpe cada sensación del castigo. Cada rincón de su cuerpo ardía. Cada lugar palpitaba. Cada zona quemaba con intensidad. No obstante, cada parte de su piel gritaba el deseo que su boca no se atrevía a decir. Si bien había follado un montón de veces y creía conocer su cuerpo, lo que estaba sucediendo en esa habitación, le acababa de confirmar que en realidad no conocía ni un carajo sobre sí mismo. Puesto que era la primera vez, para variar, que había descubierto zonas erógenas que ni sabía que podía llegar a tener. Como los azotes en sus nalgas, por ejemplo. O como aquellas pinzas que tenían presos sus pezones, haciendo que él pudiese apreciar la excitación de aquella constante opresión.
Todo su cuerpo estaba sumergido en fuego de carácter extremadamente provocativo. Del que te quema, pero te encanta. Del que te hace daño, pero sin saber el porqué, deseas volver al punto de partida para sentirlo otra vez. Del que te hace gritar, pero no de profundo dolor. Del que te hace sudar, pero te provoca escalofríos lujuriosos. Tantos y miles de calificativos que se le olvidaban porque su mente estaba enfocada en las sensaciones que Isabella le estaba haciendo experimentar.
—Camina hasta a esa muralla.
—¿Cómo diablos has hecho eso? —preguntó en un susurro.
—¿Hacer qué?
—Desatarme sin que me diera cuenta.
—Es el poder de mi hechizo.
—Me acabas de convencer que es cierto. Me has hechizado —apretó los dientes.
—Aunque haya sido así, todavía no entiendes cuando te digo que no me tutees.
—Lo siento.
—Vamos a probar tu voluntad. Vamos a ver si soportar por ti mismo el dolor —movió la muñeca para prepararse —. Ayer y hoy te he encadenado, así que, por esta noche, es suficiente. Quiero ver cuánto llegas a soportar, ¿vale?
—Sí.
—Tu piel está absolutamente preparada, pero, ¿tu mente lo estará?
—Lo está.
—¿Seguro?
—Desde que entramos aquí.
—Perfecto. ¿Cuál es tu palabra de seguridad?
—Pervertido.
—Muy bien. Entonces vamos a hacer la primera prueba. Ponte tal cual estabas en la cruz, pero que tu rostro quede frente a mí —él así lo hizo —. Para comenzar, contarás hasta diez. No quiero ser extremadamente ruda, aunque te lo mereces por altanero —Ian escuchó como el chasquido de las colas daba de lleno sobre las piernas de ella. Isabella ni siquiera se inmutó —. Oh, primero vamos a quitar estas hermosas pinzas —lo miró —. Aquí comienza tu prueba —y sin más, agarró la cadena en la parte del medio y las tiró.
—¡Maldito inferno!
Gritó tan fuerte y ronco que creyó quedarse sin voz....
Quería cruzar los brazos sobre su pecho. Quería arrodillarse y pedir clemencia. Quería dejar de sentir ese jodido infierno sobre aquella parte de su cuerpo. Se puso a toser porque al gritar se ahogó con su propia saliva. Ese lacerante dolor era mucho peor que los latigazos, tanto así que se estaba sofocando. Si ponerlas había sido una tortura, que se las quitará no tenía explicación al fuego constante que palpaba sobre sus pezones. Pero no hizo nada, no pidió nada y tampoco se movió ni un jodido centímetro. Solo se le iba la respiración al intentar calmar esa maldita agonía.
Pero no, los segundos transcurrían y él todavía era capaz de apreciar el tormentoso ramalazo, así también como los imparables latidos. No solo de sus pezones, sino que de todo su cuerpo. Tenía la garganta reseca. Tenía la cabeza abajo y su cabello lograba tocarle las cejas. Sin levantar el rostro, miró hacia el frente y vio como Isabella lo estaba observando. Su expresión era de completo éxtasis. Ella era malvada. Ella estaba disfrutando de verlo así. Ella estaba acariciándose con las colas del flogger al tiempo que se pasaba la lengua por los labios, mientras él estaba en el centro del averno.
Ella se había puesto las pinzas...
—¿Te sientes mejor?
—Te juro que estás demente —soltó.
Isabella sonrió...
—Oh, vamos. Te dije que dolería cuando las quitara.
—¡Las tiraste!
—¿Y?
—¡Sádica!
—Ian, Ian, Ian —ladeó la cabeza —. Vamos a aumentar el número de latigazos —se dio un azote en el muslo —. Te he advertido que me debes respeto, pero parece ser que el muñeco realmente quiere que me ponga ruda.
—¡¿Más?! —gritó —. No tienes una maldita idea de lo que eso me ha dolido.
—No hables de lo que no sabes —lo frenó —. Recuerda que he sido sumisa, y como tal conozco cada uno de los castigos a los que te estoy sometiendo —caminó hasta él —. Me has hablado muy feo, por eso serán quince latigazos —le besó la barbilla.
Y a pesar de que Ian estaba enfurecido, aquel gesto fue como un analgésico para su dolorido cuerpo. Cuando se separó de él, Ian se estremeció al ver el brillo candente que tenía situada en sus pupilas. Le acarició un pezón, e inexplicablemente toda la excitación que creía perdida, volvió. Y volvió con más fuerza que nunca. ¿Cómo podía ser eso malditamente posible? No encontraba razón de ser que, de un momento a otro, pudiese estar tan caliente y no precisamente por el dolor provocado.
—Parece que ahora sí te gusta —le pasó la lengua e Ian gimió —. He de decirte que en esta oportunidad va a doler un poco más. Y no compares con lo de anoche porque no se acerca ni por asomo —ella dio un paso atrás y dijo —: Ahora, cariño, cuenta hasta quince.
Movió la muñeca en ocho, haciendo que la velocidad de las colas se viesen como una sola. Ese característico zumbido a través del aire, tenía a Ian casi adormecido. Pero pronto despertó de aquel letargo ya que, de pronto y sin previo aviso, su piel fue fustigada sin clemencia. El primer golpe cayó sobre su estómago.
—¡Uno! —exclamó sin aliento. Esa maldita mierda sí que ardió. No supo cuantos segundos habrán pasado y vino la segunda ráfaga sobre su pecho —. ¡Dos! —uno de sus jodidos pezones fue la víctima, y solo atinó a apretar los ojos —. ¡Tres! —la barbilla le temblaba ya que el azote había caído en el otro —. ¡Cuatro! —tenía los puños apretados por sobre su cabeza. Era tal el grado de dolor y adrenalina que corría por sus venas, que en una oportunidad despegó los brazos de la pared, pero no los llegó a bajar —. ¡Cinco! —el músculo de su muslo se tensó —. ¡Seis! —fue el turno del otro, pero ahí las puntas del flogger golpearon de paso la jaula, logrando que recordara aquel accesorio —. ¡Siete! —su voz sonaba alterada, pero entre aquellos gritos se podía apreciar la firmeza que indicaba que no retrocedería.
No lo haría...
Isabella tenía el labio preso entre sus dientes, mientras seguía haciendo bailar los cueros del flogger. Ian tenía la piel más roja que un jodido tomate. Sin embargo, no se detuvo. Esperaba intervalos de cinco a diez segundos para hacer caer el siguiente latigazo. Mientras observaba como él no se daba por vencido, aprovechaba de caminar de un lado a otro. De que Ian fuese capaz de tolerar por si solo todo aquello, la estimulaba un montón. La fuerza interior para aguantar tal grado de castigo, debía ser impresionante e Ian lo estaba logrando increíblemente.
Lo admiraba como a ninguno...
—¡Ocho! —su bajo vientre se comprimió, a ese punto ya ni siquiera sabía si le dolía o no —. ¡Nueveee! —gimió, ese había dado en la costilla —. ¡Diez, maldita sea! —después de azotarle un lugar, venía la repetición en el otro. Ian creyó que se doblaría en dos —. ¡Once! —sintió como ella repetía las primeras zonas fustigadas.
—Vamos, Ian, lo estás haciendo muy bien.
—¡Doce! —no se creía capaz de seguir sosteniendo el peso de su propio cuerpo —. ¡Trecee! —como sentía de irritado y palpitante —. ¡Catorce! —sus piernas temblaban de una forma horrible.
—Un más, cariño. Una más —Isabella no tenía idea del porqué sentía esas ganas de llorar.
—¡Quinceeee! —y se desmoronó directo al piso —. Ahí están los malditos quince —susurró con la cabeza hacia abajo y los brazos inertes a sus costados.
Isabella caminó hasta él y cuando se arrodilló, dejó el flogger a un lado. Le tomó el rostro e hizo que la mirara, pero Ian mantenía los ojos cerrados. Sabía muy bien lo que él estaba experimentando. Esos azotes debían seguir golpeando cada parte de su cuerpo y seguramente estaba pensando en todo lo que acababa de vivir. Lo comprendía más que nadie y por eso mismo fue que le besó los labios. Deseaba tranquilizarlo, porque el nivel psicológico al que lo había sometido había sido demasiado intenso. Y era en ese instante en el que ella debía contenerlo, porque sabía que Ian se entregó como ella alguna vez lo hizo.
Con abandono...
—Lo hiciste muy, muy bien, cariño —le dijo con ternura.
—Me siento tan cansado.
—Es normal. En un principio no sabes cómo enfocar o hacia dónde dirigir lo que sientes. Te has agotado debido a la inmensa descarga de energía.
—Siento mucho haberte dicho esas palabras tan horribles —ella negó.
—Eso da igual en este momento —le tomó ambas manos —. ¿Te encuentras bien?
—No lo sé, ni siquiera puedo abrir los malditos párpados.
—Toma, es agua. Bebe —llevó la botella hasta los labios de Ian y no se sorprendió en lo absoluto cuando llegó a hundir el plástico al tomársela al seco.
—Lo necesitaba, gracias.
—Ian —llamó —, sé cuán desorientado debes estar, es normal —él no dijo nada —. Cariño, luego de algunos segundos vas a lograr discernir que en realidad todo lo que sentiste no fue un verdadero suplicio —Ian le tomó la mano y ella no lo alejó —. Cuando pasé, sentirás realmente el efecto que todo esto provocará en tu cuerpo —abrió las rodillas y se sentó sobre él.
Ian estaba con sus sentimientos absolutamente confusos, pero el hecho de que ella lo abrazara y le permitiera poner la cabeza sobre su pecho, lo reconfortó demasiado. Podía escuchar como el corazón de Isabella latía al mismo ritmo que el suyo. Estaban sincronizados. Eso le dijo que seguramente ella había estado tan nerviosa como lo estuvo él, entonces sus ritmos se habían acoplado hasta que se escuchaba un solo latir. Como dijo ella. ¿Sería que ese era la compenetración de la que Isabella le había hablado? ¿Eran uno solo? ¿Ese era el punto de quiebre que había hecho más fuerte su relación?
—¿Por qué lloras? —le preguntó de pronto.
—¿Cómo te has dado cuenta?
—Tu voz te delata.
—Solo me he emocionado.
—No me mientas por favor —pidió sin abrir los ojos.
—Porque te quiero y no pensé que otra vez podría compatibilizar con alguien —se sinceró —. Y más encima ese alguien, o sea tú, te has entregado a mí, has confiado en mí y me has dejado someterte. Por eso.
—Yo... —se cayó.
—A pesar de que en algún momento no aguantabas, sé que finalmente te ha gustado.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque no hubieses resistido hasta el final —dijo sin dejar de acariciarle la cabeza —. No todos son capaces de soportar. Muchos, aunque lleven años en esto, quedan psicológicamente destrozados y hasta pueden llegar a deprimirse por algunos días debido a que sueltan todo lo que arrastran. Me sucedió a mí.
—¿En serio?
—Por supuesto que sí. Arrastré mucha mierda conmigo, por muchísimo tiempo y cuando finalmente logré ponerme en manos de otro Amo y este me sometió, quedé hecha un despojo debido a que en ese momento finalmente me di cuenta que anteriormente había sido sexualmente usada. Nunca se había preocupado por mí. Me maltrataba. Me hacía sentir vacía y miserable. Entonces aquella catarsis que me hizo experimentar mi señor, en ese entonces, fue tan intensa que nunca pude dejar de llorar —le besó la cima de la cabeza —. Admiro tu entrega y valentía. Te admiro a ti.
—Yo no me siento así. Solo que me arde todo el cuerpo —pasó las manos por detrás de ella y la abrazó, apretándola contra él —. La sensación es extraña, como de liberación y que no puedo creer que haya hecho esto. No sé cómo me fui acercando tanto a ti que he permitido que hagas esto conmigo.
—¿Te arrepientes?
—No —quitó la cabeza y levantó el rostro para mirarla —. Ya que ha pasado un poco, me he dado cuenta que estoy más cerca de ti y ese sentimiento se ha transformado a algo increíble.
—¿Sí? —él asintió —. ¿Por qué?
—Porque ahora soy capaz de decirte que te amo.
—Eres muy especial para mí y has logrado entrar un poquito más en mi corazón —él sonrió —. Eres sexy, masculino, tu voz enronquecida por los gritos casi me ha vuelto loca.
—¿Me amas?
—Todavía no, pero siento aquí —puso la mano de él sobre su pecho —, que pronto estaré jodida por ti.
—Solo espero que eso sea pronto —dijo eso haciendo una mueca.
—¿Estás bien?
—Me duele la espalda y el culo. También las piernas, las costillas y el pecho. Mis malditos pezones —ella sonrió.
Ian vio hacia abajo y se mordió el labio antes de hacer lo siguiente. No tenía derecho, pero quería. De cierta forma pensaba que era un maldito por querer vengarse, pero las manos le picaban por lo que estaba a punto de hacer. Entre sus dedos agarró la cadena, tal cual lo había hecho ella y la tiró. Estas hicieron un sonido de desprendimiento que lo hicieron querer endurecerse, no podía porque la jodida jaula aún estaba puesta. Observó cómo Isabella no se movió, como no mostró ningún tipo de expresión y como seguía sin despegar los ojos de sus pechos. ¿Es que acaso no le había dolido, o qué diablos? Porqué cuando ella se las quitó, él sintió que de paso le había arrancado el pellejo. Sin embargo, Isabella hasta había formado una sonrisa en sus labios.
—Lame —dijo.
—¿Cómo?
—¿Creíste que me dolió?
—Por supuesto.
—Sí, bueno, lo hizo, pero me ha dejado excitada —le tomó la nuca y lo acercó hasta ella —. Lame y luego chupa.
Ian tragó saliva y acercó el rostro hasta uno de esos enrojecidos pezones. Abrió la boca y lo tomó entre sus labios. Pudo palpar como esa pequeña bolita turgente estaba hirviendo, también como latía y se hinchaba. Temía hacerle algún tipo de daño, pero eso pronto se acabó ya que Isabella lo animó a que succionara. Él así lo hizo y quería morirse debido a que estaba tan caliente y no podía hacer nada por apagar ese fuego que tenía situado entre sus piernas. Más aún cuando ella había empezado a mover sutilmente las caderas. Le tenía la cabeza afirmada, el cabello entre los dedos y de vez en cuando se lo jalaba. Aquellos jadeos fueron en aumento, al igual que ese infernal balanceo.
Estaba como idiotizado por la expresión que ella tenía en su rostro. Como deseaba ser acariciado por ella, ser besado y que le hiciera el amor, pero sabía que, seguramente, nada de eso pasaría por la osadía que había tenido al haberle arrancado las pinzas. Había desobedecido, pero le encantaba ser él quien le bajase la excitación. De cierto modo, aquella situación se le hacía la cosa más sensual del mundo, y le daba igual llegar a su orgasmo. Solo quería complacerla a ella.
¿Eso era lo que sentía un auténtico sumiso?
Seguro que sí...
—Ahora la otra —Ian hizo todo el maldito caso.
Ahora era capaz de sentir en completa plenitud como la jaula le comprimía su miembro. Era una cosa salvaje y lasciva. No tenía ni idea de donde ella pudo haber dejado la llave, solo esperaba que esa mierda de que se quedaría así, no fuese cierta. Sin embargo, en ese instante estaba enfocado en hacerla sentir bien, porque él también lo hacía. De pronto, Isabella le tomó ambas manos y las llevó hasta sus senos, para luego desprenderlo de ella y besarlo. Allí, en ese segundo, en mitad de aquel beso y mientras la acariciaba, sintió como ella se corría. ¿Cómo lo supo? Porque ella le chupó la lengua al tiempo que de su garganta salía un gemido de puro éxtasis.
—Tienes una boca privilegiada, Ian. Eres de los que sabe muy, muy bien cómo ocuparla.
—Gracias.
—Había pensado en darte un pequeño mimo, pero luego de lo que has hecho, siento que no te lo mereces por ser tan atrevido.
—No me importa.
—¿Seguro? —preguntó con burla.
—Tu placer es mi placer.
Eso la dejó callada...
Que tipo tan audazmente delicioso. Aunque pocas veces era de las que solamente castigaba sin derecho a un clímax, creía que así Ian aprendería la lección y no volvería a ser tan indisciplinado. Lo quedó viendo algunos segundos hasta que decidió ponerse de pie. Según como se fuese portando en cada doma, sería si lo dejaba llegar o no, aunque no le agradaba mucho la idea porque le gustaba el placer para ambos. No obstante, dependía netamente de él, de su comportamiento y su absoluta obediencia.
—Vamos —extendió la mano.
—¿Dónde?
—A darnos un baño de burbujas. Quiero que te relajes.
—Está bien —él se la tomó e Isabella lo ayudó a ponerse de pie.
Isabella abrazó a Ian por la cadera, dejando que él posara el brazo sobre su hombro. En ese momento lo sentía tan vulnerable que eso la volvió a llenar de una chocante emoción. De ese hombre que ella conoció alguna vez, no quedaba nada. Había dejado esa arrogancia de lado, por lo menos un poco. Así también como sus afilados sarcasmos, los mismos que ella usaba. Durante todo ese día, lo sintió más humano, sencillo, romántico como nadie, cosa que nunca pensó que aquello pudiese existir. Sonrió mientras llenaba la tina con agua templada. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan segura con un hombre y de cierto modo eso le daba un poco de temor.
—Ven aquí.
Dejó que Ian entrase primero, luego ella abrió las piernas y se sentó detrás de él. Puso jabón sobre sus palmas, las frotó creando espuma y luego masajeó los hombros de Ian. Escuchó el gran suspiro que él soltó. Después pasó las manos por su espalda, por debajo de los brazos hasta su pecho. Él solo se dejó hacer. Le recorrió el vientre, para seguir por la mitad de los muslos, no llegaba más allá. Cuando empezó a subir, se dio cuenta que aún llevaba la jaula. No se la había quitado. Era la primera vez que se le olvidaba hacerlo.
—¿Lo harás? —preguntó rompiendo el silencio.
—¿Qué cosa?
—Quitar esto —puso la mano de él sobre la de ella y apretó.
—¿Crees que te lo mereces?
—Dijiste que el juego solo era en la habitación.
—Cierto, pero puedo cambiar eso —acercó los labios hasta la oreja de Ian y susurró —: Tú provocas esa cosa de no querer salirse del rol —él la miró por sobre el hombro.
—Solo espero que eso de dejarlo enclaustrado por siempre, sea mentira.
—Quien sabe —le besó la mejilla.
Dejó que se recostara sobre su pecho, pero si vio cómo su boca se curvaba en una sonrisa.
Desde ese día, todo sería diferente para ambos...
Tal vez para bien...
Quizás para mal...
Pero, sin lugar a dudas, ellos no volverían a ser los mismos...
*****
Hola, espero que el capítulo les haya gustado.
Un beso y mil gracias por leer :)
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