Capítulo 17
Cuando despertó, se vio otra vez solo...
Y no le gustó...
La cama estaba desordenada, él estaba boca abajo y solo se encontraba tapado desde las caderas hacia abajo. Tal parecía ser que para Isabella era una costumbre levantarse antes de toparse con él. Se quedó quieto unos momentos, mirando el lado donde ella había dormido, todavía podía sentir el suave aroma del perfume que ella solía usar. Corrió la cabeza hasta la almohada donde Isabella dejó reposar su cabeza y cerró los ojos al tiempo que respiraba hondo.
Con una sonrisa se pasó la lengua sobre sus secos labios. De pronto se giró hasta quedar de espalda e hizo una mueca al notar el dolor que atravesó su piel. Estaba tan ensimismado que se le había olvidado que había sido flagelado, y en ese momento que estaba solo podía pensar en lo que había sucedido.
Miró otra vez hacía el lugar de Isabella, la que una vez más lo había dejado despertar solo. Bostezó al tiempo que se pasaba los dedos por los ojos, luego dejó descansar el antebrazo sobre su frente. La habitación no estaba oscura como el día anterior y eso lo agradeció porque no le interesaba chocar con los muebles para llegar a la ventana. Levantó la tela y aunque ya sabía que había despertado duro, quería verse. Su miembro estaba rígido hasta lo imposible, y era bastante incómodo en tan siquiera pensar en agasajarse para apagar la calentura que lo tenía así.
—Me niego —puso el dedo del corazón en la yema del pulgar y se pegó sobre la punta de su erecto falo —. Bájate —repitió el movimiento, pero no surtió efecto.
Al contrario, le provocó más dolor y más erección...
Chasqueó la lengua porque, aunque quisiera hacerse el estúpido, darse esos golpes lo terminó estimulando. No se había cansado de ese placer, pero también sabía que no quería que se le hiciera costumbre andarse dando de azotes para prenderse. Prefirió lanzar las sábanas a un lado y ponerse de pie. Solo el agua fría le quitarían esas ganas que tenía. Sonrió cuando vio su ropa doblada sobre un mueble, así que la tomó y fue hasta el baño.
Cuando estuvo listo salió de la habitación, pero no la encontró ni siquiera en la cocina. Buscó hasta el lugar donde había recibido su primera doma. Sin embargo, tampoco estaba ahí. De pronto, Ian recordó el estudio donde habían estado el día anterior, así que comenzó a subir las escaleras que lo conducían hasta allí. No se oía nada más que sus pasos mientras llegaba. La puerta estaba junta y creyó que ahí la encontraría, entonces la empujó y el piso estaba absolutamente vacío.
Dio un paso hacia dentro al recordar que la mañana anterior, había visto unos papeles que estaban pegados frente al escritorio. En su momento ese detalle, por algún motivo, habían llamado su atención y fue por eso que se atrevió a dirigirse hasta ese lugar en específico. Quería saber qué tanto eran esas líneas. Quizás era parte de su trabajo. Tal vez eran cartas de ese tipo. De solo pensar en él, puso los ojos en blanco.
No sabía ni quién era y aun así lo detestaba como hacía tiempo no le sucedía. Mientras se fue acercando, se percató que la letra era bastante desordenada, hasta dejaba mucho que desear y eso lo hizo entornar los párpados mientras sacaba una de sus manos del bolsillo y tomaba la punta de uno de esos papeles entre sus dedos.
—"Se me eriza la piel al sentir tus labios sobre mi cuello". —susurró textual —. "Tú nunca serás como otros. Supe amarte, supiste desearme y darme todo de ti. Quizás aun así no fue suficiente. Solo el destino sabe que nos faltó". —tragó saliva por impulso —. "Suelo llevar conmigo nuestros mejores recuerdos, hasta que sola me sonrió al ver en mis pensamientos tu rostro mientras hacíamos el amor". —Ian soltó el papel y se pasó la mano por el cabello, pero algo tenían esas malditas palabras que lo incitaban a seguir leyendo —. "Este sentimiento ha sido tan inmenso que siempre tendrás un lugar especial en mi corazón. Este sentimiento es imborrable para mí y espero que donde estés, también me recuerdes. Y que ese pasado juntos provoque los mismos escalofríos que te provocaban mis manos al pasarlas por tu cabello". —abrió la boca y soltó el aire a modo de incredulidad —. "No hay noche donde no te piense. No hay instante donde en cada madrugada rememoré tus últimas palabras: Te amo, y siempre te amaré, mi dulce Isabella. Sé que existe un después de esto. También sé que estás bien y algún día nos volveremos a ver y aquí te estaré esperando, mi señor". —Ian abrió los ojos porque ahí estaban las iniciales de ese jodido hombre —. ¿Es la única mierda? No me sir...
—¿Qué haces aquí? —preguntó una demandante voz detrás de él.
—Te buscaba —contestó por inercia, pero no quitó los ojos de esa, ¿carta?
—Me parece más bien que andas husmeando.
—Te buscaba —repitió.
—Y si me buscabas, ¿qué haces leyendo eso?
—Solo llamó mi atención.
—No me gusta que se metan en mis cosas.
—No me he metido en tus cosas —se giró hasta quedar frente a ella —. Eso —enfatizó al tiempo que apuntaba con el pulgar detrás de su espalda —, estaba colgado. Lo vi por mera casualidad.
—Aun así, no tienes nada que hacer en este lugar —lo miró desafiante —. Si viste que no estaba, debiste salir de inmediato.
—¿Por qué tanto recelo que yo esté aquí? —indagó al tiempo que se acercaba hasta ella —. ¿Acaso me estás ocultando algo?
—No tengo ningún motivo para ocultar nada, menos a ti.
—Perfecto —la pasó de largo —. Pero me queda bastante claro que nunca vas a olvidar a ese hombre, así que creo que no tengo nada más que hacer aquí —la miró por sobre el hombro —. Demás está decir que desestimo el jugar a los latigazos contigo.
—¿Es en serio? —caminó hasta Ian y lo afirmó del brazo —. ¿Vas a comportarte de esta manera tan infantil?
—¿Te parece infantil que quiera dar un paso al costado, porque sé que nunca en tu vida voy a ser el único? —se giró para verla a la cara.
—¿Y yo sí? —rebatió —. ¿Yo si voy a ser la primera, Ian?
—Quería darle una oportunidad a esto que me pasa cuando te tengo cerca —la miró mientras negaba —. Yo no recuerdo a nadie, tampoco me la vivo pensando en lo que no fue —se metió ambas manos en los bolsillos —. Jamás he guardado un lugar especial en mi corazón para nadie, porque a diferencia de ti, Isabella, nunca me he enamorado —soltó, observándola con intensidad y amargura.
—Estás equivocado.
—No me creas estúpido, eso sí que no —se echó para atrás cuando vio como ella alzaba la mano para tocarlo —. Ya me lo dijiste anoche, ¿lo recuerdas? —ella asintió —. Así que eso que acabo de leer me termina de confirmar que nunca vas a dejar tu corazón libre para amar a otro que no sea él, y está bien —se encogió de hombros —. Solo pedía unos días más para descifrar a qué nivel te quiero.
—Ia... —fue interrumpida.
—Contigo me la estaba jugando en serio. Como también te dije anoche, me hubiese encantado conocerte en otro tiempo, en ese tiempo que tan malo fue para ti. Pero ya que, no se puede volver el tiempo atrás, ¿verdad? —sonrió.
—Si te callas un momento, pu...
—No quiero.
—Jodido necio —Ian la miró unos segundos, serio.
—Sí, Isabella, soy un jodido necio. Pero este jodido necio estaba dispuesto a insistirte para que fueses mi novia. A lo mejor somos de paso, y no estamos hechos para estar juntos.
—¿Te puedes callar?
—¿Para qué? —preguntó casi con desprecio —. ¿Para qué me vengas con cuentos?
—En serio que te estás comportando como un niño. No —negó —, porque hasta lo niños saben cuándo la están cagando —lo apuntó —. No me estás dejando decir nada. Tienes un ataque de verborrea que te está haciendo hablar sin pensar.
—¿Te parece?
—Por supuesto —se dio media vuelta y fue hasta el escritorio, donde sacó el papel de un tirón. Luego camino de vuelta hasta Ian y se lo puso casi en la cara —. ¿Ves esto? —le indicó una parte con el dedo —. ¿Ves jodidamente esto?
—"Nueva historia: Soy tuya" —leyó con el ceño fruncido —. ¿Y qué se supone que significa eso?
—Significa que me gusta escribir —se pasó los dedos por la frente —. Significa que esta es una nueva historia que estoy pensando, y tomo apuntes para que no se me olviden las malditas ideas. ¿Contento? —giró el papel y le mostró otro detalle —. ¿Qué diablos ves aquí?
—Una fecha.
—Muy bien —se mofó —. Esta es la fecha de cuando escribí esto, ¿me puedes decir de cuándo es?
—Una semana.
—¿Y qué te dice eso? —le hizo esa pregunta al tiempo que bajaba la cabeza sin quitarle los ojos de encima.
—¿Qué no es una carta?
—No, Ian, no es una jodida carta.
—¿Y las iniciales? —Isabella puso los ojos en blanco.
—No tengo idea de cómo diablos puedes ser tan inteligente para algunas cosas, y tan estúpido para otras —resopló —. I. W. —apuntó letra a letra —. Ian Withe. Sí, usaría tu nombre para darle vida al Amo de mi historia, pero olvídalo. No pienso en hacerlo —alzó la mano para indicarle la salida —. Ya que has malinterpretado todo esto, y ya que te lo he aclarado, no tenemos nada más que hablar. Te puedes ir.
Ian miraba del papel, al rostro serio de Isabella. La que no lo observaba. La que tenía los labios fruncidos. La misma que reflejaba amargura en sus ojos. La misma que parpadeaba una y otra vez. La misma que había girado el rostro y tragaba saliva. Esa misma Isabella que estaba pasándose el dorso de la mano por la mejilla para quitar una lágrima que no había podido contener. Era un imbécil con letras mayúsculas y mil signos de exclamación.
—Yo... —comenzó arrugando la frente y apretando los párpados.
—Es mi turno de no querer escucharte —lo interrumpió con la voz estrangulada.
—Espera.
—Vete.
—Tenemos que hablar.
—Ándate de mi departamento.
—No vamos a dejar esto así.
—Te estoy echando. Lárgate de aquí.
—No me voy a ir hasta que arreglemos esto.
Y fue entonces que ella caminó hasta el mueble y lanzó, arrugada, la hoja de papel que contenían aquellas pasionales líneas. Luego se pasó ambas manos por el rostro y se dio media vuelta para confrontarlo. Ian nunca había visto a una mujer llorar, menos por palabras dichas por él. Palabras que fueron bastante injustas e inapropiadas porque antes de soltar esa sarta de tonterías, debió escucharla. Pero no, tenía que parlotear sin oír razones y ahí era donde acaba de cometer tremendo error. Un error que lo tenían con el corazón hecho un puño al verla así. Con la nariz brillosa. Con las pestañas húmedas. Con los ojos rojos, al igual que sus mejillas.
—No hay nada que arreglar. Me ha quedado bastante claro lo que piensas y también que no pretendes seguir jugando a los latigazos conmigo. Así que, puedes irte por donde mismo entraste y olvídate de este lugar para siempre.
Dagas...
Eso era lo que sentía Ian que se le estaban incrustando en cada parte de su cuerpo, y eran mucho más dolorosas y dañinas que los azotes recibidos por ella misma. Porque a diferencia de las dagas, los azotes habían tenido una reconfortante recompensa. No quería irse de allí, no sin antes arreglar la colosal equivocación que había cometido. Suspiró y se mordió el labio antes de dar un paso hasta Isabella. Ella se encontraba de brazos cruzados, como en defensa al movimiento que Ian haría. No se movió ni un ápice. Lo veía dar pasos dubitativos, hasta se atrevería a decir que con temor. Pero estaba bastante equivocada, porque él avanzó firmemente tan solo para elevarla hasta dejarla sobre su hombro.
—¡¿Qué diablos estás haciendo?! —gritó —. ¡Bájame ahora mismo!
—No hasta que hablemos.
—¡Estúpido! ¿Acaso no me oyes? —le dio un golpe con el puño cerrado sobre la espalda.
Pero Ian bajó las escaleras con ella a cuestas, importándole un carajo los puñetazos. Importándole un carajo el dolor que sentía porque cada golpe caía sobre su resentida espalda. Fue hasta la habitación y sobre la deshecha cama la lanzó. Isabella se quiso poner de pie, pero Ian no la dejó ya que se subió sobre ella, a horcajadas. Le afirmó ambos brazos por sobre la cabeza y allí se quedó. Con ella luchando por intentar zafarse, y con él aguantando los rodillazos sobre su adolorido culo.
—Lo siento —susurró agitado.
—No me interesa —dio vuelta la cara.
—No hay palabras que puedan expresar lo arrepentido que estoy.
—No hay palabras que puedan expresar lo idiota que eres.
—Tienes razón —concedió —. Me equivoqué.
—No sé qué obsesión tienes con el hombre que fue mi Amo —lo observó enojada y jadeante.
—No es una maldita obsesión. ¿No te das cuenta que son los malditos celos los que me están comiendo por dentro?
—Y te dije que eso es malditamente parte del pasado.
—Aunque sea así, no me puedo quitar de la cabeza que estuviste enamorada de él.
—Eso no te influye en nada.
—Claro que sí, porque eso me hace hervir la sangre.
—Tú y yo no somos nada.
—He estado jodido por meses gracias a ti. Y no existen las palabras que me ayuden a reflejar lo que siento por ti.
—Me hiciste sentir peor que la mierda, ¿lo sabías?
—Lo sé.
—Me hiciste sentir culpable y ni siquiera tendría porque importarme.
—Te importa porque yo te importo.
—No me gustan las mierdas tóxicas. Ya pasé por algo así y créeme cuando te digo que no estoy interesada en volver a repetirlo.
—Y yo ni siquiera he estado en algo así, nunca —se atrevió a bajar la cabeza y apoyar la frente en la de ella —. El problema es que tú haces que me ciegue —murmuró —. Haces que mis ideas se enreden y no me dejen pensar.
—Eso no es culpa mía. Es muy tu problema que te sientas así.
—Lo tengo bastante claro. Sin embargo, también sé que esto no será fácil. Me siento posesivo contigo. Me siento celoso cuando veo ese brillo en tus ojos al hablar de ese tipo. Pero es mi mala suerte por no haberte conocido antes.
—No tienes porqué. Que te quede claro que no soy un objeto, al contrario.
—Entonces seré tu objeto si es necesario —quiso besarla, pero ella volvió a dar vuelta la cara —. No quiero verte llorar otra vez. Ni siquiera quiero verte triste —le besó la mejilla —. Para mí eres ideal así. Mandona, con ese carácter de mierda que tienes. Me gustan esos defectos porque te hacen perfecta para mí.
—¿Ahora soy perfecta para ti, luego de que en mi estudio me estabas mandando prácticamente a la mierda? ¿No te parece inconsecuente de tu parte?
—¿Y quién es consecuente cuando está enamorado?
Isabella percibió como el aire y la sangre abandonaban su cuerpo...
Para Ian fue tan natural decirlo que, hasta una sonrisa se había escapado de sus labios. Isabella era la primera en tantísimas cosas que por fin había podido decirle lo que en realidad sentía hacía ella. Ya no había que esperar a que estuviese dormida para soltarle esas palabras. Tampoco había que susurrarlas cuando podía decirlas con la voz firme y clara. Había logrado esclarecer el sin fin de sentimientos que ella lo hacían experimentar. Lo que la noche anterior creyó sentir, no se acercaba ni por asomo a la verdad de sus sentimientos.
Se había enamorado de ella...
Y no se arrepentía de haber puesto el corazón en sus manos...
—No juegues con eso.
—No estoy jugando, ¿acaso me ves burlándome?
—No puedes decirme eso cuando no sabes nada de mí.
—Sé lo suficiente como para atreverme a confesarte esto que me está ahogando.
—Estás confundido —él negó.
—No es confusión cuando te tengo cerca y no me quiero alejar de ti. Tampoco es confusión cuando me tocas y siento la piel arder. Mucho menos es confusión cuando percibo el temor de que esto que siento por ti me destruya por completo.
Le soltó las muñecas, pero se quedó sobre ella. Enderezó el cuerpo y se quedó viéndola por unos segundos. Sí, en ella podía ver la conmoción que transmitían sus incrédulos ojos. Se había arriesgado a ser rechazado, pero, así como también se había liberado de las cadenas que lo ataban por guardar silencio durante tanto tiempo. No los diez meses en los que la conocía, pero sí lo suficiente como para mantenerlo asfixiado hasta la agonía.
—Entiendo que no me correspondas, es lógico también que guardes silencio porque esto no te lo esperabas.
—No es eso, solo me has dejado en blanco.
—No te voy a pedir que cambies tu percepción hacía mi porque sería injusto. Solo te digo que, espero que no me dejes ir porque es aquí donde pertenezco. Contigo.
—No sé qué decir.
—Nada —sonrió —. No me digas nada.
—Per...
—Solo déjame quererte.
—Mira, tú me gustas.
—Eso es un buen comienzo.
—Ya, pero aun así no es suficiente.
—Eso no importa, sé que me voy a ganar tu corazón y tu respeto.
—Mi respeto lo tienes. No tengas dudas de ello —ni siquiera se había movido —. Hablar de amor es algo grande, no es cualquier pequeñez.
—Lo tengo muy claro. Es la primera vez que me enamoro de alguien y justamente me enamoré de una mujer que no esperé.
—¿Eso es un halago, o un insulto?
—Es absolutamente un halago —dijo serio —. No tienes una maldita idea de lo en serio que estoy hablando.
—La tengo, pero nunca pensé que un hombre como tú pudiese amar a alguien —abrió los ojos cuando vio como él la miraba —. O sea, no me malentiendas. Quiero decir, eres un tipo que, por lo poco que conozco, no se aferra a nadie.
—Cierto, pero contigo fue diferente. Llegaste sin esperarte —se encogió de hombros —. Es cliché cuando digo que has sido un torbellino en mi vida, pero me da igual expresarte mis verdaderos sentimientos. Aunque no te importe porque aquí solo estamos para jugar.
—No, Ian, te equivocas. Si me importa lo que sientes. Pasa que nunca me habían dicho tan abiertamente lo que sienten por mí.
—¿Y él, sí?
—Otra vez lo traes a nuestra conversación. Olvídate de él —pidió —. En este momento solo estamos tú y yo, nadie más.
—Es imposible hacerlo cuando sé que conoce cosas que yo no.
—Pero lo harás, no seas impaciente
—¿Qué me quieres decir?
Isabella lo quedó mirando. Era bastante reticente a querer hablar lo que en realidad Ian le provocaba. Aunque él hubiese sido tan sincero con ella, Isabella temía porque no quería salir herida. Un hombre tan viril como Ian, podía llegar a ser volátil, sobre todo, cuando estaba recién descubriendo el supuesto amor que sentía por ella. Sin embargo, en esos ojos podía ver casi un ruego para que ella fuese tan sincera como lo había sido él. Así que Isabella cerró los ojos al tiempo que soltaba el aire y se pasaba la lengua por los labios. Entonces sintió la respiración de Ian sobre su rostro y abrió los párpados.
Él estaba mirándola a la espera de lo que tuviese que decir...
—Yo...
—¿Tú?
—Ian...
—¿Isabella?
—Maldita sea.
—Malditos somos.
—No me mires así.
—No te miraré así —cerró los ojos y se puso derecho.
Dios santísimo, que difícil era poder hablar sin que le temblase la barbilla. Ese hombre la ponía entre la espada y la jodida pared. Verlo así de serio. Verlo así de calmado a pesar de haberle dicho todo eso. Sentir de lejos su suave respiración. Hasta oír el palpitar de su corazón, que estaba tan acelerado como el de ella. Cosa que no le pasaba hacía mucho tiempo. La tenían con las palabras en la punta de la lengua, pero también sabía que después de hablar no habría vuelta atrás. Ese enorme caparazón que había forjado para que la protegiese de todo tipo de sentimientos, se estaba agrietando para permitir que Ian entrase mucho más allá de su mundillo. Mucho más allá de unos cuantos azotes en el culo y mucho más allá de un grato y excitante momento.
Se estaba agrietando para dejarlo entrar a él...
De lleno en su vida...
Con solo haberla mirado, mientras le confesaba su real sentir hacía ella, la envió directo al infierno. Tenía las manos temblorosas, pero apretó las sábanas para calmar su ansiedad. ¿Quería que Ian formara parte importante en su vida? Sabía la respuesta, estaba clara con ello. Solo que... Solo que..., tenía terror de cometer el error de poner sus sentimientos en bandeja de plata para que luego estos fuesen desechados en un tarro de basura y quedar hecha trizas. Sin embargo, Ian ya había intervenido en su vida. Y lo había hecho de una manera osada. De una manera que ella no esperó y de una forma que nunca creía volver a repetir.
—Anoche te dormiste —dijo luego de varios minutos.
—Igual que tú —respondió, pero aún con los ojos cerrados.
—Anoche oí cuando me dijiste que me querías —vio como comenzaba a abrir los párpados —. No me mires.
—Está bien.
—Pero no oíste cuando te dije... —le tomó el cuello de la camisa e hizo que inclinara el cuerpo hacia ella. Acercó la boca hasta el oído de Ian y susurró —: Yo también te quiero.
Ian no se movió, solo dejó su mejilla apoyada en la de ella. Ninguno habló después de eso, solo sentían el cálido soplido en la oreja del otro. No obstante, Ian arrastró la mano hasta encontrar la de Isabella y entrelazó los dedos con los de ella. Los apretó fuerte, como aferrándose para convencerse de que ese momento era tan tangible como el nudo que sentía en medio de su garganta. No espero enamorarse nunca. No esperó que ese sentimiento fuese tan intenso y potente. Mucho menos espero que él, siendo un tipo solitario, pudiese encontrar a una mujer como ella, que nada tenía que ver con él. Y fue en ese instante que se dio cuenta que esa mierda de, los polos opuestos se atraen, era cierto.
Pasó por tantas mujeres. Pasó por tantos labios, también por tantos cuerpos y nunca sintió nada más que atracción física por ellas que, creía tener su corazón podrido para eso. La vida se acababa de encargar de darle una bofetada en pleno rostro al conocer la verdad de toda su jodida divagación. Con Isabella todo fue a paso veloz. Y en ese paso hubo reproches, desprecios, ironías, y tantas cosas que solo ella borraba todos esos malos recuerdos. Isabella los provocó e Isabella los borró, dándole paso a un nuevo comienzo.
—Entonces nunca me dejes escapar —suplicó al tiempo que metía el rostro en el cuello de ella.
—Nunca me falles.
—No lo haré, eso te lo puedo jurar.
—Nunca me mientas.
—Eso no va conmigo.
—Me da miedo esto que me haces sentir.
—Yo me miro y me siento malditamente extraño —Isabella palpó sobre su piel la sonrisa que Ian hizo —. Estamos en igualdad de condiciones —enderezó el cuerpo y estiró brazo —. Comencemos de nuevo.
—¿Otra vez?
—Otra vez —flexionó los dedos para incentivarla a que le estrechase la mano —. Soy Ian, un sacrificado profesor de literatura. No me gusta nada en concreto, solo me gusta la soledad, pero eso está cambiando. Aprendí a que el chocolate amargo es bastante bueno. También que los tríos son muy fogosos, pero no hay nada mejor que mi Ama me someta.
—Soy Isabella —con una pequeña sonrisa aceptó el gesto —, una normal empresaria de bienes raíces. Muy pocas cosas me gustan, entre ellas también está la soledad. Alguien me enseñó a que no debo ser tan impulsiva cuando las cosas no salen como quiero, eso es un error terrible que difícilmente se puede remediar. Me encanta innovar en el sexo. Pero ambos tenemos un punto en el cual nos juntamos. Me has dicho que no hay nada mejor que tu Ama te someta, yo te digo que no hay nada mejor que dominar a mi sumiso.
—Isabella —llamó —, sé mi novia. Sé mi amante y mi dueña —sonrió —. Algo acaba de pasar que ya no tengo miedo.
—Solo si me haces sentir que lo bueno está a punto de pasar.
—¿Quieres sexo?
—No —movió la cabeza —. Que me prometas que nos haremos uno, hasta que nuestros corazones se acoplen al punto que se escuche un solo latir.
—Lo prometo. Cada vez que pasemos juntos, haré que me quieras un poco más —le besó los labios —. Hasta que me digas lo que tanto quiero oír.
—Te contaré todo de mí. Esos miedos que me muchas veces me hacen trizas por dentro. Te contaré de mis pasatiempos. Tal vez hasta conozcas muchas de mis manías.
—Eso me encantaría.
—Y es lo mismo que espero de ti.
—Así será —de un momento a otro, estaba acostado sobre el pecho de Isabella —. Esta será nuestra mejor segunda parte.
—Estoy segura de eso.
—Solo te pediré una cosa.
—¿Cuál sería?
—Que no vuelvas a dejarme despertar solo. No te escapes, quédate conmigo.
—¿Estás loco?
—¿Qué tiene de malo pedirte eso? ¿Es tan difícil?
—¿Sabías que el hálito matutino es lo peor del mundo? —Ian hizo una mueca porque recordó al nefasto de Kenneth.
—Sí, bueno.
—No estoy dispuesta a que me beses cuando mi boca huele pésimo.
—¿Y si tuviese un dulce de menta al lado?
—Tampoco, así que ve acostumbrándote a que voy a levantarme antes que tú. Siempre —sonrió sin que él la pudiese ver —. Esa es una de mis manías.
—¿Qué cosa?
—Abrir los ojos en la mañana e ir directo al baño a lavarme los dientes.
—Eso no es manía, es higiene.
—Como sea, ya sabes qué sino te despiertas antes que yo, estarás solo en la cama.
—¿Entonces sí eres mi dulce novia?
—Novia sí. Dulce no.
—Pero si las palabras que me dijiste antes fueron bastante dulces.
—Solo me dejé llevar.
—Entonces déjate llevar más seguido que cuando lo haces no quiero dejar de oírte.
—¿Quién iba a pensar que fueses tan cursi?
—Te dije, cuando estoy a tu lado me vuelvo otra persona —Ian los hizo rodar, y la dejó sobre él —. ¿Qué me hiciste?
—Azotarte.
—También, pero algo más hay.
—Eso solo lo puedes saber tú.
—Espero encontrar algún día la respuesta.
—Vamos a almorzar —dijo de pronto —. Había salido a comprar algo.
—Por eso no te encontré en ningún lugar.
Isabella se puso sobre las rodillas e Ian se apoyó sobre sus codos. Se quedaron viendo por algunos segundos hasta que ella se bajó de la cama y comenzó a salir de la habitación. Ian soltó el aire mientras echaba hacia atrás la cabeza. Que tonto fue al tergiversar esas líneas, aunque todavía no entendía porque diablos ella había puesto su propio nombre al final de ese apunte. Si no hubiese sido por eso, quizás él no habría pensado que era una carta para aquel enigmático tipo. Se paró al tiempo que sonreía. Ella había aceptado ser su maldita novia. ¿Quién lo hubiese creído? ¿Él con novia? ¿Con novia? Era casi insólito, pero eso le acababa de dar un nuevo plus a su monótona vida.
—Creí que te habías perdido otra vez —ironizó Isabella cuando lo vio llegar hasta ella.
—¿Desde hace cuánto tiempo escribes? —preguntó mientras tomaba asiento.
—Hace algunos años.
—¿Y alguna vez has publicado?
—No, lo hago porque es un pasatiempo que me desestresa —vertió jugo en los vasos —. Cuando lo hago, siento que me desconecto de todo lo que me rodea.
—¿Entonces eso que encontré sí es una historia? —Isabella lo miró.
—Sí.
—¿Y de qué trata?
—Bueno, soy reticente a hablar de eso porque nadie lo sabe.
—Yo lo sé.
—Sí, porque eres un cotilla que no debió ver eso jamás.
—Anda, dime de qué trata. Solo sé que soy un Amo y que tú, dulce Isabella, vives enamorada de mí.
—Pff... —rodó los ojos —. Si le he puesto mi nombre es porque aún no encuentro ninguno que me guste. Siempre lo hago, antes de darle vida a mi protagonista, uso mi nombre.
—¿Entonces lo vas a cambiar?
—Por supuesto.
—¿Y el mío?
—También.
—Vamos, no lo hagas.
—Mi Amo no merece llevar tu nombre —lo apuntó con el cuchillo.
—Mi nombre le sienta perfecto.
—Hasta que leíste, lo era.
—Así que dime, ¿de qué va tu historia? —Isabella resopló.
—Está bien —tomó un poco de jugo y habló —. Cómo pudiste darte cuenta, ellos ya no están juntos. Fue su sumisa durante muchos años, se entregó a él en cuerpo y alma, pero tú sabes que en el corazón no se manda y eso fue lo que precisamente sucedió. Sufre porque él se enamoró de otra mujer y ella decidió dar un paso al costado. Sin embargo, ella todavía aguarda la esperanza de que él la recuerde.
—Es como una historia de desengaño.
—Podría decirse que sí —asintió con la boca llena —. Tengo pensado que él vuelva a parecer en su vida. La buscará, pero no le pedirá perdón.
—¿Por qué no haría eso?
—Porque, aunque él se enamoró de otra mujer, solía tener tres sumisas, en la cual una de esas era mi protagonista. Él no quería que se fuera, pero ella de todas maneras era egoísta porque no lo quería compartir con nadie.
—Es entendible, me pasa lo mismo contigo.
—Y ese es el problema. En este mundo no puede existir eso porque se vuelve enfermizo. Mira, cuando se incluye a una tercera o cuarta persona en una relación que tienes con tu dominante, es algo bastante relevante. Debe ser pactado antemano, eso quiere decir que deben llegar a un nuevo consenso. Sí se está de acuerdo, se sigue adelante. De lo contrario, si la sumisa termina rompiendo con eso, se podría decir que no es una buena sumisa. Ahora, siempre hay que darle la oportunidad de que se adapte y también de incorporar a la persona incluida en el juego. Aquí no se debe imponer nunca nada, sobre todo, cuando solo has jugado con esa persona y de pronto entra en escena otra. Es chocante si antes no hay una conversación tan importante como esa.
—¿Tanto así?
—Por supuesto. Imagínate que somos nosotros dos, y de pronto llego con otro sumiso, ¿cómo te sentirías tú, si ni siquiera he tenido la cortesía de decirte?
—Pésimo.
—Exacto, pero también podría tomarlo como desafiar tus límites.
—No entiendo.
—Es fácil, me has prometido sumisión y yo puedo jugar con tus límites, incluido lo del nuevo sumiso.
—No me gusta esa idea.
—A mí se me hace bastante atractiva. Sin embargo, a pesar de que impongo mis órdenes, no pisoteo de esa manera —confesó mientras bebía jugo —. Entonces, es lo que pasa en mi historia. La chica no fue capaz de adaptarse y por eso mismo se fue, a pesar de haber hablado con su Amo, no oyó razones. Es por eso mismo que cuando lo vuelve a ver, él actuará como solía hacerlo.
—Y dime algo, ¿se quedarán juntos?
—Eso todavía no lo sé. He comenzado con los primeros apuntes. Eso que tú leíste si era una carta, pero para él. Así que no sigas pasándote la película con lo que no existe, porque nos terminará yendo muy mal.
—Hmp, no llevamos ni una hora de novios y ya me estas amenazando.
—No, solo te advierto. Si queremos que esto funcione, tenemos que tenernos confianza. Sí tú no confías en mí, no sirve de mucho entablar una relación —comentó sincera —. Ahora, estoy bastante consciente que la confianza se construye, no es algo que se obliga. Es por eso mismo que poco a poco nos tenemos que ir conociendo. Solo te pido que no sigas sintiendo celos de alguien que no está aquí.
—No estará físicamente, pero es alguien que dejó huella en ti.
—Lo hizo —asintió —. Pero eso no quiere decir que me la viva pensando en él, como dijiste tú. Es parte de mi pasado.
—Intentaré no interponerlo entre nosotros —la miró —. Aunque es muy difícil.
—Lo sé, pero mientras más me conozcas, más entenderás que tus celos son absurdos.
—Hasta que él vuelva a aparecer.
—Te diré algo para que después no haya problemas entre nosotros, ¿vale?
—Está bien.
—Te dije que, si vuelve y me propone una doma, yo la aceptaré —alzó el rostro —. Y en eso tú no tendrás voz ni voto. Espero que eso te quede más que claro. No quiero que luego digas que no te avisé.
—Aunque pensar en ese momento me revienta las entrañas, está bien. Me voy a morder la lengua cuando eso pase.
—Nos estamos predisponiendo, pero me alegro que lo entiendas.
—¿Me dejarás leer lo que escribes?
—No.
—¿Por qué?
—Porque lo hago para mí.
—Como profesor de literatura, podría darte una crítica.
—No me interesa que critiques lo que hago.
—Que pesada eres —chasqueó la lengua —. ¿Qué tipo de historias haces?
—De todo un poco.
—Pero, ¿te riges más a escribir sobre tu mundo?
—No, solo a veces —lo observó —. Me gusta el suspenso, el drama, erotismo, fantasía. No le hago asco a escribir nada.
—Me intriga saber cómo te desenvuelves en el mundo de la escritura.
—Te quedarás con esa intriga porque, de momento, no estoy ni a un metro de mostrarte lo que hago. Capaz que te rías a carcajadas de mí y eso me va a molestar.
—¿Cómo para que me castigues? —preguntó con un tono íntimo.
—Como darte una patada en el culo y echarte de mi vida.
—Tsh.
—Ahora cuéntame. ¿Tienes hermanos?
—Sí, uno y es mayor que yo. Pero no vive en Japón.
—¿Por qué?
—Porque la leyenda dice que deshonró a la familia.
—¿En serio?
—Sí —se sentó derecho y se cruzó de brazos —. No recuerdo que pasó, yo era un niño. Pero tuvo un fuerte altercado con mi padre y él lo echó de casa.
—¿Volviste a tener contacto con él?
—Hace algunos años vino de visita. Nos juntamos y le pregunté. Sin embargo, él se negó a decirme —suspiró —. Siendo honesto, en cierto grado siempre le tuve envidia, y admiración. Era el favorito de mi padre, yo prácticamente pasaba desapercibido por él. Siempre me dijo que debía ser como mi hermano mayor y eso me hartaba.
—Vaya.
—Aunque diera lo mejor de mí, mi padre con suerte y se volteaba a verme —se encogió de hombros —. Cuando volví a ver a mi hermano, lo encontré tan extraño. Su pelo era largo, sus ojos rayaban tanto en la frialdad que a veces creía verle las pupilas rojas. Quizás que pasó en su vida. Pero rescato que conmigo se comportó como solía serlo cuando era pequeño.
—¿No te habló de su vida actual?
—O sea sí, me comentó que llevaba un buen vivir. Que haberse ido de casa y del país fue lo mejor que le pudo pasar. Creo que se dedicó a la vida nocturna, sino mal recuerdo tiene un bar.
—¿Y tus padres?
—Viven en Filadelfia, los visito unas dos o tres veces al mes. Y el tema de mi hermano en casa, es delicado aún. Aunque hayan pasado como veinte años. Es una mierda.
—Lo imagino. Lo que me cuentas es bastante fuerte, todavía más por el hecho de que no sepas a ciencia cierta que pasó en realidad.
—Ha pasado tanto tiempo que eso ya no me quita el sueño. Pero sí es duro ver a tu familia quebrada —se inclinó sobre la mesa y se apoyó sobre los codos —. ¿Tú tienes hermanos?
—Sí, pero falleció en un accidente.
—Lo siento —Isabella negó.
—Ivana es la hija que dejó pequeña. Mis padres la criaron como si fuese de ellos. Esa niña es mi todo.
—No sabía que tenías una relación tan estrecha con ella.
—La tengo. Suelo ir a buscarla a la universidad, o a veces la llevo de compras. También cuando visito a mis padres y me quedo allá, duermo con ella.
—No parece una relación de tía y sobrina.
—No, de hecho... —se mordió el labio —, me contó que la pillaste en el baño con ese tonto de Giorgio.
—¿Te contó? —preguntó con sorpresa.
—Sí. Me contó todo cómo fue. Se llevó un puñetazo por insensata —sonrió —. Pero agradezco que no hayas abierto la boca.
—¿Cómo hacerlo, si yo también suelo follar en los baños de la universidad? —Isabella rodó los ojos.
—Ya, pero eso se acabó. O sea que, solías follar en esos lugares. Ya no.
—Tan linda cuando estás celosa.
—Espero que le comuniques a esa mujer del elevador que ahora ya no estás disponible, y que seguramente no lo estarás por un larguísimo tiempo.
—Uuuuy... —se pasó la lengua por el labio —. Que sexy te ves dándome órdenes.
—Esa mierda ni siquiera es una orden. Es un mínimo de respeto hacia mi persona.
—Lo que digas —le tomó la mano —. ¿Cuándo me enseñarás más acerca de tu mundo?
—Cuando quieras.
—¿Ahora?
—Sí, me parece bien porque aún tenemos una larga tarde por delante —le miró los dedos —. En esta oportunidad, te iré haciendo sentir cada cosa que te muestre.
—Muy bien.
—Las dudas que tengas me las puedes ir preguntando. Como a la vez estaremos jugando, no debes olvidar tu palabra de seguridad.
—Pervertido.
—Buen chico. Entrando a ese lugar, eres mi sumiso y debes respetarme, cualquier altanería será sancionada.
—Entendido.
—Entonces no perdamos más tiempo y comienza a quitarte la ropa, que dentro de esa habitación te quiero absolutamente desnudo.
Isabella terminó de hablar con la carcajada en la punta de la lengua, porque Ian ya estaba de pie desabotonando su camisa al tiempo que se quitaba los zapatos. Mientras él seguía quitándose las prendas, ella aprovechó para agarrar los platos y dejarlos en la cocina. Cuando volvió, Ian estaba de pie con los brazos inertes a sus costados. Isabella se acercó, le tomó la barbilla y le dio un corto beso. Luego lo afirmó de la muñeca y lo condujo hasta la habitación donde tenía todos sus juguetes eróticos. Pensó que lo haría comprender el uso de cada uno y también los juegos implícitos que se daban en el BDSM, así para ver si se decantaba por lo que le terminaba gustando y descartaba lo que no.
Cuando abrió la puerta, le puso la mano sobre el hombro y lo hizo bajar. Ian no opuso resistencia y quedó de rodillas en el piso, por lo que Isabella se agachó a su altura e hizo que la mirase.
—Entrarás gateando —enredó los dedos en su cabello y se lo jaló —. Y te recomiendo que me llames como ya sabes.
—Sí, novia —apretó los dientes cuando percibió una bofetada en su culo.
—Muy mal. No intentes provocarme, Ian. Ahora entra.
Él lo hizo...
Comenzó a gatear hacia el interior de aquel erótico lugar...
Con una sonrisa que ella no podía ver...
****
¡Hola!
Mil disculpas por no haber subido :(
Les pido paciencia, por fis.
Como les comenté, esta historia la voy subiendo a medida que escribo.
Espero que les haya gustado el capítulo y mil gracias por leer.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top