Capítulo 16


Ian mantenía los ojos cerrados mientras saboreaba un chocolate amargo...

Isabella le estaba aplicando crema de aloe vera sobre la espalda...

Todo estaba en absoluto silencio, Ian tenía su respiración acompasada porque, aunque hubiese sido él quien insistió en esa sesión, tenía un extraño sentimiento de aturdimiento. Por un lado, lo que experimentaba mientras ella le acariciaba con mucho cuidado sobre los azotes que le había dado, era algo renovador, como una especie de catarsis que lo hizo liberarse y darle paso a un a un extraño dolor placentero. ¿De verdad que había accedido a que eso pasara, o es que estaba en otros de sus sueños mojados? No, no era un sueño. Estaba ahí, acostado boca abajo mientras Isabella le comenzaba a echar crema sobre el culo.

Todavía palpaba el escozor sobre su cuerpo, pero no podía creer que, a pesar de ello, también tenía su jodido miembro tan duro como hacía casi media hora atrás. ¿Qué rayos tenía Isabella que lo hizo volverse así de loco? No tenía exactamente ni la más puta idea de lo que pasaría después de la doma, pero estaba claro que tenía muchas, muchas dudas al respecto del mundo que rodeaba a la morena.

Quería saber más sobre esos juegos porque de pronto recordó que en realidad si había sido un imprudente en ponerse en sus manos, sin saber si lo que ella haría le gustaría. Así que agradeció internamente que Isabella hubiese planteado todas esas dudas antes de la doma. Y por eso mismo, es que cuando llegara la mañana hablaría con ella sobre eso.

—¿Cómo te sientes? —la pregunta de ella rompió el silencio.

—Irritado, adolorido —Isabella sonrió.

—Oh, pobre culo —se burló —. En serio, Ian, me gustaría saber cómo ha sido la doma para ti.

Ian giró la cabeza y la observó a través de su negro cabello que, había caído rozando sus pestañas. A pesar de la postura, la tenía rodeada con sus brazos. Hacía un buen rato que estaban en la misma posición, y eso le gustaba. Suspiró y abrió la boca, pero dudó en el último momento e Isabella se dio cuenta de ello.

—He compartido una parte de mi intimidad contigo, algo que solo los que rodean este mundillo lo saben —dijo ella —. Aun así, es algo que pocos tienen el honor de probar, y esta noche te he mostrado el placer que puedo llegar a dar —le acarició la frente, quitándole el cabello —. Déjame saber qué es lo que piensas.

—Me siento bien —comenzó —. No voy a negar que me duele un poco, pero es algo soportable —la miró —. Es una extraña transición, y creo que eso me tiene un poco pensativo. Pasar de ser un hombre que nunca ha permitido que otra mujer le diga lo que tiene que hacer y cómo hacerlo. De pasar a convertirse en un hombre que casi ruega para poder correrse. Es casi como una ilusión de la que todavía no termino de despertar.

—¿Y eso te incomoda?

—No, al contrario. Creo que he compartido algo especial contigo —se mordió el labio e Isabella sonrió.

—Te voy a contar una cosa —siguió pasándole los dedos sobre la cabeza —. Sé muy bien que te ha sido muy difícil no tutearme, pero te diré que fuera de estas cuatro paredes no es necesario seguir con el rol, puesto que no soy de las dominantes 24/7 —explicó —. Fuera de este lugar, puedes dirigirte a mí como acostumbras ­—lo observó con los ojos brillosos —. Pero te advierto que, si te extralimitas, recibirás tu castigo —él también sonrió —. Si la doma te ha gustado como para volver a repetirla y dejas de lado tu pretenciosa hombría, desde esta noche seré tu Ama.

—Honestamente, sí me gustaría volver a repetirlo. Me sentí muy cercano a ti, lo digo en serio. Me has mostrado de lo que eres capaz, de que eres amable y dura. Que eres altruista y demandante. Que eres muy sexy y demasiado mandona —Ian apretó los dientes porque ella le había dado una nalgada.

—Te lo advertí.

—Esa mierda dolió.

—Continúa —incitó al tiempo que le pasaba las yemas de los dedos por el lugar donde lo había golpeado.

—Te estoy agradecido por haberme dejado tener este momento contigo. Es algo que en la vida lo podré olvidar —dijo sincero —. Me hiciste sentir especial.

¿Cuándo diablos había hablado así, con esa sinceridad que le ponía los pelos de punta? No lo recordaba, menos haberle hablado tan honestamente a una mujer. Con ella estaba abriendo ciertos pórticos que resguardaban la, según él, dureza de su corazón. Jamás se había enamorado y ese sentimiento lo hacían pensar en lo débil que se volvía una persona cuando dejaba su alma en otras manos. Había visto a varios conocidos quedar destrozadas por amores frustrados, por engaños y por no ser correspondidos. Por eso mismo es que evitaba tanto el contacto tan íntimo con otras mujeres, no deseaba enamorarse nunca.

Sin embargo, ya era tarde...

—Lo eres, Ian. No sabes cómo me excitó el verte, tus expresiones de placer y dolor. Tus respiraciones aceleradas. Tus suspiros profundos. Verte atado y con los ojos vendados, ha sido una de las mejores experiencias para mí, pero quiero saber si te he dejado muy apretadas las muñecas.

—No, estaban bien ajustadas.

­—¿En algún momento sentiste temor?

—Más que temor, me sentí atento e interesado en el siguiente movimiento.

—¿Confiaste en mí?

—Absolutamente —dijo sin titubear e Isabella sintió un pequeño nudo en la garganta el oírlo.

—¿Cuál fue el mejor momento de la doma para ti?

—Hummm... —pensó —. El oral —Isabella soltó una carcajada.

—Oh, vamos, eso no cuenta.

—Cuando conté hasta veinte.

—¿Sí?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque por cada conteo, venía un azote y eso provocaba en mí una nueva ola de sensaciones inexplicables. Eso fue lo que más me gustó.

—Entonces he de suponer que no te ha dolido demasiado.

—Lo hizo, me dolió como el maldito infierno. Pero así también me gustó como el jodido placer atravesaba mi cuerpo y se escabullía en mi mente para liberarme —Ian le hizo un circulo con el pulgar sobre la baja espalda —. No sé porque, pero creo que hemos formado un vínculo que será irrompible.

—Yo también lo creo, Ian.

Vínculo...

Esa palabra era tan profunda. Tan importante. Tan real. Tan trascendental. Tanto así que Ian sintió un leve temor al decirla tan abiertamente. Siempre ha sido un tipo que disfruta de su soledad. Creía que el estar rodeado de personas no tenía mucho sentido, porque de pronto se podía dar media vuelta y ahí es donde seguramente serían capaces de enterrarle un puñal por la espalda. Por eso mismo es que su único amigo siempre fue Kenneth. Podía estar en un lugar atestado de gente, pero de todos ellos siempre salía solo uno, el cual se reducía a solo él, quien lo conocía de verdad. Su jodido compañero de, ahora, trío. Y hablarle a ella de un vínculo irrompible, fue como quitar otra capa que lo protegía.

Se vio en la necesidad de desechar ese pensamiento porque el momento que estaban viviendo en ese instante era para aprovechar, no para pensar. Era una instancia para conocerse y descubrir cosas nuevas. Se percató que ella lo estaba mirando como queriendo saber qué era lo que estaba pasando por su cabeza, así que Ian sonrió y abrió la boca.

—Es extraño, ¿no crees? —comentó para volver al ambiente que no quería perder.

—¿Qué cosa?

—Todo esto. Nosotros. Como nos conocimos. Estar aquí. Siempre que nos vemos peleamos, pero aun así nos gustamos. Por qué yo te gusto, ¿verdad?

—¿Qué crees tú?

—Creo que esto no será fácil, todavía no sé muchas cosas sobre tu mundo, tampoco sobre ti y me encantaría ir descubriendo cada una de ellas —le besó el vientre desnudo —. Esta noche has hecho que mi mente cambie, eso te lo puedo garantizar.

—Pero, debes pensar que ha sido tu primera vez —lo observó con el rostro sonriente —. Oh, he sido tu primera vez. No una, sino dos veces. ¡Qué honor! —se rio fuerte.

—Chistosa. Sí, bueno, es cierto. Regodéate de eso ahora.

—Pero claro que sí, he sido tu primera en el trío y la doma —se puso seria —. Sé que esto te ha de haber liberado una gran descarga de energía emocional, pero te digo que no es nada para lo que realmente se hace en el BDSM. He sido medianamente condescendiente contigo por lo mismo. Por ser un novato en esto. Pero si te quieres interiorizar profundamente en este estilo de vida es muy importante que sepas varias cosas —en ese momento sus dedos viajaban por la columna de Ian —. Aun así, quiero que siempre tengas en cuenta que no te haría daño.

­—Lo sé.

—Y te quiero decir algo más.

—¿Sí?

—Lo siento mucho.

—¿De qué hablas? Estamos de acuerdo que esto ha sido mi deci...

­—Por lo que pasó hace meses atrás ­—interrumpió —. Por lo que te hice.

Ian parpadeó varias veces para intentar discernir lo que ella le estaba diciendo. No era tan complicado de entender, lo sabía, pero que Isabella le pidiese disculpas después de tanto tiempo y, sobre todo, que realmente era una con bastante franqueza y espontaneidad, y eso lo dejó casi en blanco. Se pasó la lengua por el labio, sin dejar de verla a los ojos. Se le hizo encantadora con ese pequeño rubor que se había asomado en sus mejillas. ¿Así que también sentía vergüenza? No lo esperaba de una mujer como ella, pero, a fin de cuentas, no pedía que no lo hiciera puesto que era algo para avergonzarse.

—No pasa nada —le restó importancia.

—Lo es y espero que en esta oportunidad si aceptes mis disculpas.

—Lo hago, en serio. Dejemos eso atrás. Es parte del pasado, así que pensemos que esto es un nuevo comienzo para nuestra amistad con beneficios.

—Sí que eres descarado. Yo no quiero esa mierda.

—¿No?

—Claro que no. Ya te dije que serás mío.

—¿Lo soy?

—Mío y exclusivo. No me gusta compartir a mis sumisos.

—¿Y el sumiso puede compartir a su Ama?

—Por supuesto.

—Eso es jodidamente injusto.

—Esto se llama Femme Dom, que no se te olvide —dijo con la ceja alzada.

—Yo también soy bastante quisquilloso a la hora de compartir.

—Y eso a mí no me importa —Ian resopló.

No tenía caso discutir eso con ella, menos en ese momento tan importante para él. Estaban comunicándose muy afablemente como para echar a perder ese íntimo instante que estaban compartiendo. Se quedaron algunos segundos en silencio, aprovechando de esos confortables minutos, pero siempre se vieron a los ojos. Isabella siguió acariciándole la cabeza e Ian continuó pasándole los dedos por la baja espalda. De pronto, Isabella bajó la cabeza y le dejó un beso sobre la frente, Ian se dedicó por eso breves segundos a respirar el aroma de su piel

—La conexión que debe existir entre dos personas, la desinhibición que debe haber para no sentir esa vergüenza al estar desnudo frente a otro y las múltiples sensaciones que pueden despertar cuando sabes qué puntos tocar en el cuerpo, es increíblemente hermoso y satisfactorio para ambas partes —dijo Isabella de repente —. En todas las relaciones humanas siempre existirá esa lucha por el poder que ejercen sobre el otro y en el sexo eso es algo súper claro. Siempre habrá uno que buscará obtenerlo sobre el otro, descuidando el placer que puede generarle, pero en esta oportunidad ha pasado todo lo contrario. Tú y yo, acostumbramos a jugar a esa lucha de poder. Se nos hace divertido y quizás hasta excitante puesto que la atracción siempre estuvo presente.

—Sí, pero hoy has sido tú quien ha tenido ese poder y también el control de la situación. Te lo cedí porque quise. Sin embargo, siempre te enfocaste en complacerme.

—Eso es cierto —estuvo de acuerdo —. Yo pienso que necesitas entregarte desde lo más profundo para que otro haga contigo lo que desea y muchas veces, aún en relaciones de años, no existe esa sumisión por completo.

—Quizás no, pero me hiciste conocer un sinfín de emociones y sensaciones que nunca había experimentado. Sé que contigo no me he arriesgado. Sé que contigo me puse en las manos correctas y eso para mí es lo más importante.

—Y eso para mí es lo fundamental en el BDSM. Sin ellos, yo creo que sería imposible poder entrar en este mundo. Todo lo que pasa en una sesión es un punto de equilibrio fundamental, tanto para ti como para mí. Tú te sentías expectante esperando el siguiente azote. Yo estaba expectante al saber cómo reaccionarías —le dio otro trozo de chocolate y él abrió la boca para comerlo —. Ya cuando estuviste excitado, yo también lo estuve. Esto es una compenetración enorme, tanto así que estaba en sintonía contigo y tus sensaciones.

—¿Siempre es así?

—¿Qué cosa?

—¿El conectarte con tu sumiso?

—Sí claro, al menos para mí es primordial. Me permite ver la actitud del sumiso que se ha puesto en mis manos. Me deja saber lo que le gusta y si acaso me estoy excediendo en la doma. Hay ciertos matices, pero nunca se debe perder el foco en una sesión. Por ejemplo, he domado a hombres que les encanta el dolor agónico, y es ahí donde yo debo poner el límite para no sobrepasarme con el castigo que he elegido en ese momento. Por eso es tan importante establecer los consensos antes, porque muchas veces, sin querer, podemos sobrepasarnos y lastimarlos. Ese es el dominio que debes tener cuando sostienes un látigo, no maltratar jamás y siempre estar en conexión con esa persona.

—¿Has tenido sumiso alguna vez?

—Sí, tuve tres.

—¿Y estabas en relación sentimental con ellos?

—No.

—¿Has tenido alguna?

—Sí.

—¿Con el hombre que te formó como dominante? —quería tanto saberlo.

—Sí, con él tuve una relación.

—¿De qué tipo?

—Vivimos juntos por tres años —se pasó la lengua por los labios y continuó —. Me rescató de ese hombre, pero pasó un largo tiempo antes de que yo pudiese volver a confiar en alguien —sonrió —. Y allí estuvo siempre él.

—¿Cómo comenzó? —de pronto, el chocolate estaba mucho más amargo.

—Primero fue mi amigo. Nos veíamos siempre, salíamos también. Y de a poco él me fue generando esa confianza que es indestructible y quise ponerme en sus manos. Lo sentí aquí —se puso la mano abierta en medio del pecho —. Y parece que él también lo quería y lo sentía —lo miró —. Como te dije sobre la conexión, esa siempre estuvo entre nosotros porque el día en que nació lo nuestro, fui dispuesta a pedirle ser su sumisa —cerró los ojos, recordando el momento —. Él abrió esa puerta y ahí estaba, esperándome.

—Jodido afortunado —Isabella se rio.

—¿Celoso?

—Sí —se acomodó y quedó de medio lado para poder verla mejor —. Me hubiese gustado conocerte en ese tiempo —ella negó.

—No hubiese sido posible porque yo estaba rota.

—¿Y cómo ese tipo?

—Porque cuando pasó lo nuestro, yo ya lo conocía. Yo ya sabía quién era. No es lo mismo, no existe punto de comparación. Además, en ese tiempo no me gustaban los tipos tan pretenciosos como tú.

—O sea que si te gusto. Interesante.

—No te hagas el idiota conmigo, sabes perfectamente que me gustas. No hubiese jodido tanto con hacer el trío.

—Premeditación.

—Más o menos.

—Eres increíble. ¿Y me dirás quién es él?

—No tiene caso, no lo vas a conocer nunca.

—¿Cómo estás tan segura de eso?

—Porque no está aquí —se encogió de hombros —. Y, ¿tú?

—¿Qué pasa conmigo?

—¿Has tenido alguna relación?

—No.

—¿Por qué? —quiso saber.

—Para tener sexo no necesito estar en una.

—¿O sea sí que yo en este momento te pidiese ser mi novio, me dirías que no?

—Haz el intento.

—Naah, no pienso perder mi tiempo en eso.

—Qué mal, quizás te hubiese dicho que sí.

—Dirías que sí.

—¿Tan segura estás?

—Sí.

—La verdad, es que no he sentido esas ganas de tener una relación. Soy como un lobo solitario que disfruta de su soltería. No me siento listo para encasillarme con una persona de la cual no esté enamorado. Ni siquiera me he enamorado alguna vez.

Mentiroso...

—¿En serio?

—En serio —la observó —. Me gustan mis tiempos libres, los manejo como yo quiero. Mira tú, si tuviese novia me estaría llamándome a cada rato. Eso no me gusta. "¿Dónde estás?" "¿Con quién estás?" No sirvo para estar amarrado a nadie.

—Estuviste amarrado para mí.

—Ya, pero eso es otra cosa. Fue un juego, algo que después quedará ahí. No es que nosotros tengamos que estar todos los días juntos, ni que yo deba rendirte cuentas de lo que hago o dejo de hacer. Esto que pasó hoy, lo volveremos a repetir, estoy seguro de eso. Me enseñarás sobre tu estilo de vida y yo me encargaré de empaparme de ello para seguir teniendo ese placer. Pero no es necesario estar en una relación para seguir jugando, ¿verdad?

—Cierto —concedió —. Yo juego permanentemente con Phillip, de hecho, él no es mi sumiso. Domina Jess me deja dominarlo de vez en cuando, tanto en privado como en performance. Así que tienes razón, no hay necesidad de tener una relación íntima para sesionar. Es mero placer de ambos —se puso un dedo sobre el mentón —. Pero no sé porque pienso que tú si te has enamorado, pero te dejaron el corazón roto y por eso ya no crees en el amor.

—Nunca he dicho que no crea en el amor. Sin embargo, me abstengo de algo que de momento no me interesa —le tomó la mano y entrelazó los dedos de Isabella con los suyos —. ¿Quién sabe si por ahí está la mujer de la cual me enamore perdidamente? Tal vez está más cerca de lo que yo pienso.

—Sé mi novio.

Y cuando soltó esas palabras, Ian congeló todos sus sentidos. Ella lo estaba mirando con el rostro serio, ni siquiera tenía un ápice de ironía en sus ojos y eso era demasiado malditamente característico en ella. Sin embargo, Isabella todavía lo acariciaba mientras la petición flotaba en el aire. Se mordió el labio, pensando en qué diablos responderle. Le gustaba, esa mujer le gustaba más de lo que se tenía permitido, pero maldita sea, no podía embarcarse en algo tan serio como eso. Más aún cuando estaban recién conociéndose. No tenía idea de cómo rechazarla sin hacerla sentir mal. No recordaba haber estado en una situación así de incómoda.

—Tienes razón, debí creerte cuando me dijiste que no te interesa —sonrió.

—No es eso, per...

—Tranquilo, solo estaba probando intereses. Ya me di cuenta que no tienes ningún otro más que follarme, que te azote y que nos divirtamos. Y sí, es lo mismo que me interesa a mí.

—No te creo.

—Eso es problema tuyo —se encogió de hombros —. Solo te digo que nos divirtamos. Juguemos, deseémonos, gustémonos y sobe todo, conozcámonos.

—Tienes razón.

—Vamos a la cama que ya serán las cuatro de la madrugada.

Recogió las piernas e Ian se puso de pie, le estiró la mano y ella la tomó. El escozor había menguado un poco gracias a la crema, pero estaba seguro que tendría que dormir boca abajo. La vio caminar delante de él y en serio que se dio un golpe con el puño cerrado sobre la frente. ¿Cómo infiernos había rechazado una propuesta tan tentadora? Realmente tenía que estar enfermo como haber desechado la posibilidad de estar con ella en algo así de serio. Solo esperaba no arrepentirse de su estúpida decisión.

—Me alegro mucho que te haya gustado la doma —habló mientras acomodaba las almohadas.

—Gracias por haberme dejado probar lo que estar envuelto en tu mundo. Espero que pronto se repita.

—A partir de esta noche seré tu señora —ladeó la cabeza —. Te voy a instruir y a disciplinar para que te conviertas en un buen sumiso. Mi sumiso —recalcó —. Cuando entremos a esa habitación, dejaré de ser Isabella para ti. No me llamarás con esos apelativos que tanto acostumbras. Nada de retorcida y demente.

—¿Ni loca? —Isabella sonrió.

—Ni loca.

Pero Ian si quería, estúpidamente, provocarla para saber qué tipo de castigo le tocaría por ser así de insolente y desobediente, pero obviamente no en ese momento. Primero quería seguir matando el morbo y la curiosidad. Saber con exactitud lo que le gustaría probar y lo que no. Aún tenía cierta inseguridad hacía lo desconocido, pero sabía que cualquier duda que tuviese se la podía preguntar, sin tapujos, a Isabella. Porque ella estaba abierta a sacarlo de todo lo que le podría inquietar. Además, había descubierto que en realidad que ella era muy franca a la hora de hablar sobre cualquier tema, así que estaba bastante consciente que había llegado a las manos adecuadas.

—Que descanses, Ian.

—¿Cómo que, descanses? ¿No vamos a tener sexo?

—¿Quieres eso?

—Siempre quiero eso de ti.

—Kenneth tiene razón, eres un polla alegre —Ian soltó una fuerte carcajada.

—Ven aquí.

La atrajo a su cuerpo, dejando que descansara la cabeza sobre su pecho. Mientras le pasaba la mano por la columna, se dio cuenta que ella estaba respirando despacio. Le dolía estar en esa posición, sentía aguijonazos en cada azote, eran como un recordatorio constante de donde se estaba metiendo. Poco le importaba, la verdad. Estaba disfrutando cada hora que había pasado junto a ella. Estaba saboreando cada minuto que estaba a su lado. Estaba guardando cada segundo de aquel suave soplido que Isabella exhalaba desde su nariz. Pfff..., que imbécil fue al no querer ser su jodido novio. Apretó los párpados y susurró.

—Sí quiero ser tu maldito novio.

—Ya es tarde para eso, no te lo volveré a pedir nunca más —Ian hizo una mueca porque la creyó dormida —. Perdiste tu oportunidad.

—Sé mi novia entonces.

—No quiero. Ahora duérmete.

—Bueno, lo intenté.

—Seguro —ironizó con la voz soñolienta —. ¿Ves?, te dije que si querrías ser mi novio.

—Siempre estás tan segura de ti, que eso me gusta. Y sé que algún día serás mi dulce novia.

—Sigue participando, Ian.

—Hasta que seas tú la que me diga que sí, seguiré insistiendo —le besó la frente —. Que descanses.

—Lo haré —dijo ella.

—¿Sí?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque estoy contigo.

Ian cerró los ojos al oírla decir eso...

Su corazón se aceleró luego de oírla decir eso...

Cuando ya la sintió dormida, le dio un beso en los labios...

—Espero que en alguna oportunidad me dejes convertirme en tu refugio —susurró al tiempo que le rozaba la punta de la nariz con la suya.

—Algún día, Ian.

—Mierda, ¿es que acaso nunca te vas a dormir?

—No puedo hacerlo mientras sigas hablando.

—Bueno, ya mejor me callo.

—Aun así, me gusta que me creas dormida porque te sientes en la libertad de decirme lo que no te atreves cuando estoy despierta.

—Supieras lo que tengo en mente sobre tu cuerpo.

—Seguro que cuando creas que me he dormido, me lo dirás.

—Por hoy ha sido suficiente.

—Lo dudo. Eres de los que balbucea.

—¡Eso es mentira!

—Debí grabarte anoche cuando mientras dormías decías: "Isabella, eres tan linda" —levantó la cabeza y lo miró —. No sabía que soñabas conmigo, me siento tan halagada.

Ian se pasó los dedos por los ojos —En fin, linda noche —ella se rio.

Isabella subió la pierna y la enganchó en la cadera de Ian, él solo se mordió la lengua porque quería tomarla de la cintura y subirla sobre su pelvis. Que ella bajase hasta quedar en la posición perfecta para penetrarla. Pero se quedó con las ganas y frunció los labios mientras apretaba los párpados y negaba en silencio. No tenía suficiente, pero también sabía muy bien que, por esa noche, solo por esa noche, debían descansar. Así que se acomodó para quedar frente a ella, Isabella solo gimió en protesta, pero luego se quedó en silencio.

­—Te quiero, y me da igual si me estás escuchando —le murmuró sobre la cabeza.

En esa oportunidad no recibió respuesta y eso lo hizo sentir aliviado. Sabía que era muy pronto para soltar semejante confesión, pero tenía aquellas palabras atascadas en la garganta desde que ella le había pedido ser su novio. No estaba listo para confesarlo con ella mirándolo a los ojos porque sabía que Isabella no sentía lo mismo. Fue por eso que se arriesgó al decirlo. La respiración de Isabella le daba sobre el pecho y la tibieza de aquel soplido le produjo un calor que lo hizo estremecer.

—Hasta mañana dulce molestia con patas.

Dio un último suspiro y se serenó hasta quedar inmerso en la relajación que le provocó todo lo acontecido ese día.

—Hasta mañana, Ian —susurró cuando sintió los suaves ronquidos del pelinegro —. Yo también te quiero.

Le besó la barbilla...

Luego le besó el lugar donde latía su corazón...


***

¡Hola!

¿Qué les pareció el capí?

¿Se imaginaron que él se confesaría?

Y les pido mil disculpas por la terrible demora de este capítulo.

Intentaré ir subiendo más seguido.

Un beso grande y muchísimas gracias por leer  :)


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