Capítulo 14


Luego de ir a dejar a Kenneth, se dirigió directamente a su departamento. Faltaban minutos para que fuesen las seis de la tarde. El día se le había pasado en un abrir y cerrar de ojos, ya que el solo hecho de estar en compañía de Isabella fue como si el tiempo hubiese querido volar. Almorzaron los tres juntos mientras recordaban entre chistes e insinuaciones lo que había pasado entre ellos.

Sí, también recordaron el accidental beso que se habían dado Ian y Kenneth, y mientras Isabella soltaba una carcajada tras otra, Ian solo gruñía con la boca llena.

Sin embargo, ese malestar menguaba cuando la veía con lágrimas, producto de su ataque de risa, en las orillas de sus ojos. Así que no le quedó más remedio que sumarse a semejantes carcajadas. Un vuelco dio el ambiente cuando ella reconoció frente a ambos lo mucho que lo había disfrutado. Vio como Kenneth le tomaba la mano y se la besaba para darle las gracias. Él también quería hacerlo, pero no estaba preparado para expresar su real sentir.

No todavía...

A pesar de ello, cuando se despidió de beso en la boca con cada uno, no quedaron en un acuerdo para volverlo a repetir. Pero Ian se sentía tan egoísta que, de momento, no deseaba compartirla con nadie más.

Si bien el trío fue una cosa de otro planeta, el saber que en una hora más la tendría para él solo, lo hacía pensar sin llegar a ningún lado. Raro en él. Se pasó la mano por la nuca mientras se acercaba al edificio donde vivía. Una fuerte exhalación salió expulsada de su boca cuando se dio cuenta que Isabella no era una mujer para solo pasar el rato. Claro, en alguna oportunidad pensó que se le iría la calentura cuando se acostara con ella, pero eso no pasó. Sucedió absolutamente todo lo contrario. El estar envuelto entre sus piernas, viendo el ritmo cadencioso de sus senos por los movimientos intercalados de ellos, le hicieron ver que ni una follada, ni dos, ni mucho menos tres, harían que él se saciara de esa mujer.

Aquel beso de despedida no fue más que una promesa silente que él le había hecho para esa noche. Sabía que ella había notado la doble intención cuando se separaron, ya que Isabella era demasiado astuta como para no darse cuenta de ello. Además, porque se pudo percatar del brillo febril que atravesó aquellos verdes ojos. Mientras se bajaba del auto, sintió como su cuerpo entero palpitaba por la anticipación erótica que comenzaba a desencadenarse en su interior.

Ya estando dentro, miró a su alrededor sin saber qué diablos hacer. Todo estaba tan silencioso, tan vacío, tan monótono. Solo el atardecer le daba un leve rayo de sol a su living, sino todo se vería tan deprimente. Era la primera vez que sentía algo así al llegar a casa. Quizás fue porque hacía años que no compartía todo un día con otra persona. Una persona que todavía no lo tenían consciente de lo importante que se estaba volviendo para él. Entonces fue hasta su habitación. Se quitó la ropa del día anterior y buscó en su closet que ponerse. Esa noche se vestiría de absoluto negro. Dejó su atuendo sobre la cama y fue a darse una ducha para intentar despertar de, según él, el sueño que estaba comenzando a tener.

Tantas veces la imaginó. Otras tantas la soñó. Muchas, muchas más la palpó mientras se masturbaba en la soledad de esas cuatro paredes que conformaban su habitación. Y esa noche, joder, esa noche no tendría reservas con ella. Le entregaría todo de sí y aunque se reía cuando Kenneth lo llamaba: El seductor, a modo de burla. Esa noche sería un auténtico seductor para ella. Un auténtico seductor con su cuerpo y su boca. Con sus caricias y gemidos. Se pasó la lengua por los dientes superiores mientras sonreía.

Es que sus negros ojos ya la estaban viendo tendida sobre la cama de piernas abiertas para esperarlo. La veía con esa sonrisa maliciosa mientras pasaba sus propios dedos por el medio de su vientre, jugando con su nula paciencia por estar envuelto entre aquellas cálidas paredes. La veía haciendo círculos con las yemas sobre su monte, hasta llegar al lugar donde se agolpaba su tibia humedad. Chasqueó la lengua al darse cuenta de cuán duro se había puesto. No quería ni imaginarse cuando la tuviese entre sus brazos, solo esperaba que su compañero no se emocionara antes de tiempo y lo hiciera quedar en ridículo.

Terminó de vestirse y mientras se subía el cierre del pantalón, se fijó en la hora. Faltaban quince minutos para las siete. Roció perfume sobre su cuello, dejando una estela de exquisita fragancia en su habitación. Tomó una chaqueta, echó una tira de preservativos dentro del bolsillo y sonrió pensando en que los ocuparía todos. Jodido goloso. Se encogió de hombros al tiempo que salía hacía la puerta principal. Cogió las llaves y sintió el sudor de sus manos. ¿Cuándo diablos se había puesto así? Como siempre, nunca.

Por eso es que se sentía tan embobado con ella...

Isabella le ponía los nervios de punta por el hecho de no saber a ciencia cierta sus movimientos. No actuaba de forma puramente premeditada, pensaba Ian. No tenía un patrón de coquetería porque siempre que la veía, ella lo sorprendía con el movimiento más mínimo, porque simplemente se le hacía nuevo. Estaba acostumbrado a mujeres que solían comportarse del mismo modo y ahí era donde Isabella se destacaba.

Solía ser audaz, con una lengua afilada que sabía cómo responder. Siempre con la ironía por delante, pero Ian creía que era como una especie de caparazón para esconder lo que realmente sentía. Y fue por eso que casi se ahogó con su propia saliva cuando ella le sonrió aquellas dos veces, porque lo hizo con sinceridad.

Como si el haberlo visto, la hubiese hecho feliz...

Ya estaba llegando y de haber sabido que vivían tan cerca, estaba completamente seguro que la habría visitado mucho antes. Sí claro, como si ella lo hubiese recibido de brazos abiertos. Lo más probable era que le hubiese azotado la puerta en la cara. No pudo evitar sonreír al imaginar su rostro serio por verlo parado allí. Esa mente suya lo estaba haciendo imaginar cada sarta de estupideces. De pronto, se rascó sobre el cuello porque había sentido un escalofrío que le erizó aquella zona, así que intentó disimularlo frunciendo sus labios y soltando el aire. ¿Y todo por qué? Porque había recibido un mensaje de ella. Se orilló y revisó.

‹‹Te he dejado la llave bajo el tapete››.

Ian no respondió porque se quedó viendo la pantalla del celular. No entendía el motivo de ese gesto. Estaba escribiendo una respuesta que luego borró, ya que no tenía sentido porque estaba frente al edificio. Mejor sería preguntarle a ella misma, pero quizás que era lo que estaba tramando. Y, ¿no era premeditada? Seguro. Con lo poco que la conocía, sabía que cualquier cosa se podía esperar de ella. Una ansiedad lo atravesó y ni siquiera se dio cuenta cuando diablos apretó el botón del elevador. El mismo que lo llevaría directo al disfrute de ese cuerpo.

Bajó la cabeza al tiempo que se pasaba los dedos por el cabello. Tenía el labio apretado entre sus dientes y podía apreciar cómo su garganta se cerraba sin dejarlo tragar, aunque fuese un poco de saliva. El sonido que emitió el elevador lo hizo exaltarse y eso le molestó. Maldijo al tiempo que chasqueaba la lengua, es que ni siquiera esperó a que las puertas se deslizaran en su totalidad.

Ladeó el cuerpo y salió de allí...

Hasta que había encontrado el momento de estar con ella a solas, ¿por qué estar en ese estado de tensión? Lo sabía. Era por lo que habían conversado en la mañana. Las ganas de hacerla suya. Las ganas de ser suyo. Las ganas de que ella fuese su Ama. Las ganas de ser su sumiso. Todo aquel conjunto de emociones vividas antes de que tuviesen el trío. Todas esas indirectas. Cada una de esas directas. Lo tenían queriendo vivir esa aventura. No sabía cuánto duraría, pero no importaba.

Lo disfrutaría como si el mañana no existiese...

Encajó la llave en la cerradura y antes de girarla, se pasó el dedo por el labio y lo fue bajando por su barbilla hasta que llegó al torso, donde el impacto de su corazón agitado lo hicieron empuñar la mano en medio de su pecho. Las ganas lo tenían prisionero y quieto. Lo tenían doblando la muñeca y apretando la llave entre los dedos. Lo tenían empujando la puerta y aspirando el dulce aroma que flotaba en el aire. Sabía que una vez que pusiera un pie dentro de ese lugar, todo cambiaría.

No obstante, lo que no sabía era que sería para siempre...

—¿Isabella? —llamó cuando cerró.

—En la cocina —se escuchó a los lejos.

En cuanto llegó ahí, se percató que no llevaba nada sexy como de costumbre. Nada. Absolutamente nada. Estaba descalza, con el cabello atado en un desorden que no sabía dónde comenzaba y dónde terminaba. Vestida con una polera que notoriamente le quedaba grande, ya que le colgaba dejando un hombro y parte del brazo al descubierto. Un pantalón blanco tan corto que lo tenía metido entre las nalgas. ¿Nada sexy? ¿Nada? Pfff, se veía arrebatadora. Cualquier ropa que antes hubiese vestido no le hacía juicio a lo que él estaba viendo en ese momento. Una sexy y caliente comodidad por donde se le mirase.

—¿Ya dejaste de verme? —Ian sonrió.

Siempre daba en el puto clavo...

—La verdad es que no —se acercó hasta ella —. Nunca te había visto así.

—Cierto, es la primera vez —se giró con una sonrisa ­—. Prueba esto.

Tres...

Tres jodidas sonrisas de verdad...

—Esto está buenísimo —dijo mientras masticaba —. No sabía que también cocinabas.

—Pasa, Ian, que no conoces nada de mí.

—Bueno, pero eso podría cambiar hoy.

—Ah, así que ahora copiamos frases.

—Claro, eso nos lo dijiste a Kenneth y mí cuando nos propusiste el trío.

—Lo sé muy bien.

—Por eso es que la encontré perfecta para este momento.

—Puede ser —se giró y volteó de nuevo a él —. Toma —le extendió otro pedazo.

—Este daifuku está muy rico.

—No he comido nada desde que se fueron, así que preparé la cena para ambos.

—Entonces deléitame con el sabor de tus manos.

Doble intención...

Eso era aquella frase que Isabella captó en cuanto él la dejó caer...

—Claro que te voy a deleitar —se acercó hasta él —. Tanto, tanto, que luego no querrás probar otra cosa que no sea de ellas.

—Me parece perfecto —susurró al tiempo que la tomaba de la cintura —. Soy tan mal educado. No te he dicho: Hola.

—Muy mal profesor Romano, eso es un mínimo de cortesía.

—Y me disculpo por ello —vio el brillo travieso en aquellos ojos —. ¿Me perdonas?

—Hummm... —frunció los labios y miró de soslayo hacia otro lado.

—¿Por favor?

—Parece que esa palabra se ha quedado en tu vocabulario —lo observó —. Te perdono.

—Hola, guapa.

—Hola.

Acercó el rostro y la besó. Degustar el sabor dulce que tenía sobre los labios a causa del postre, fue una de las mejores sensaciones del jodido día. Le apretó las caderas cuando ella deslizó ambas manos por sobre su pecho. Seguro como que el infierno que ella estaba palpando la euforia de su corazón. Isabella le arrancaba la cabeza y luego se la ponía al revés. Tenía una seducción innata que no necesitaba ser maquillada para demostrar lo que no era. Toda su feminidad salía a flote con una simple caricia. Joder, es que ni siquiera lo estaba acariciando, tan solo tenía las palmas apoyadas en su torso.

—¿Me ayudas con las copas? —preguntó luego de soltarle los labios.

—Por supuesto. ¿Dónde están?

—Allí.

Isabella lo quedó viendo. Por Dios que el tipo tenía realmente lo suyo. Observó cómo se quitaba la chaqueta para dejarla en el perchero, luego como se desabotonaba las mangas de la camisa hasta enrollarla bajo sus codos. Seguido, quiso ponerse aún más cómodo. Soltó algunos botones del pecho con una mano, mientras se peinaba con los dedos de la otra. Isabella arrugó la frente, cerró los párpados y se mordió el interior del labio. Cuando abrió los ojos, Ian estaba estirado poniendo las copas sobre la mesa. Ese culo, maldita sea. Como se moría por nalguearlo. Por acariciarlo. Por darle con los cueros del flogger. Por besarlo.

Se atrevería a pensar que tenía un culo mejor que el de ella...

—¿Ya dejaste de verme? —ella soltó una carcajada cuando lo escuchó.

—La verdad es que no —se encogió de hombros.

—Tal parece ser que nos gusta mirarnos cuando el otro está distraído.

—Pero sabemos lo que hacemos.

—Claro, claro. Y eso mismo hace que las ganas se vayan acumulando, ¿verdad?

—Verdad.

Se acercó hasta Isabella, bajó el cuerpo y la tomó por debajo de las nalgas. Ella cruzó las piernas en las caderas de Ian y así, sin decir una sola palabra, se quedaron viendo. Él pudo apreciar las casi invisibles pecas que tenía sobre el puente de la nariz. Así también como el fuego candente que se había situado en el medio de sus pupilas. Mujeres hermosas había conocido, no por montones, pero sí una vasta cantidad como darse cuenta que ninguna de ellas le llegaba ni a los talones a esa sexy morena que le estaba acariciando el cabello con las yemas de los dedos.

—¿Alguna vez te había dicho lo guapa que eres?

—No, nunca.

—Eres preciosa.

—Tú no estás nada mal —él sonrió.

—Me gustaría conocerte más.

—Yo también quiero saber cosas de ti.

—¿Te puedo dar un beso?

—Ya me has dado uno, y ni siquiera me lo preguntaste. Así que, ¿qué más da?

Pero antes de que Ian pudiese tocar otra vez su boca, Isabella bajó el rostro y aspiró la masculina fragancia que expulsaba el cuerpo de tan varonil hombre. Era como una mezcla entre excitación y perfume. Una mezcla de aroma a tabaco y dulce. Ladeó la cabeza y dejó pasear la punta de la nariz por la mandíbula de él, y sintió como la incipiente barba le raspaba con suavidad. Lo encerró con más fuerza entre sus piernas y cruzó los tobillos, obligándolo a poner su erección donde ella quería. Entonces comenzó con el suave meneo. Primero en círculos, luego hizo bailar su vientre de arriba, abajo.

Ian le tenía las manos puestas en las nalgas, pero se las apretó cuando advirtió cómo ella oprimía su dureza al tiempo que se balanceaba dirigiendo varios movimientos que lo tenían con los ojos cerrados para sentir con más precisión la entrada de su intimidad. Deslizó una mano por la espalda de Isabella y la otra la bajó hasta ponerla al medio para sostenerla. Como no llevaba bragas, palpó con exactitud el lugar donde Kenneth había navegado la noche anterior, y eso avivó aún más el calor que se comenzaba a irradiar por cada poro de su cuerpo.

—¿Alguna vez has tenido sexo con ropa? —le susurró Isabella al oído.

—No, me gusta más tenerlo sin estorbos de por medio.

—Entonces esta será tu primera vez.

Quitó el rostro de su cuello y lo vio a los ojos. Luego llevó la vista a esa boca sedienta de sus femeninos besos, así que ella calló la imploración antes de tan siquiera salir de esos labios. Le pasó la lengua por el contorno hasta que llegó al centro donde la aguardaba una lengua caliente y húmeda. Fue el beso más salvaje de su vida. Una combinación de sensaciones se apoderaron de ella. Todo su cuerpo gritaba las ganas que tenía de sentirlo por completo. Sabía que el estar a solas con él sería una trampa de la que no estaba segura si caer o no, porque Ian le atraía y le atraía mucho.

Fue por eso que propuso el trío. Si bien ambos le gustaban, era Ian el que no salía de su mente. Muchas veces usó sus juguetes pensando en él, en su miembro que tuvo el placer de volver a tocar cuando se vieron en la universidad. Ese hombre se había escabullido en ella hasta el punto que Isabella lo proyectó más de cien veces al día. Una exageración por donde se le viera, pero era tan cierto como que cuando tuvieran sexo le darían más ganas por seguir, y seguir, y seguir.

Una jodida adicción...

Eso era Ian...

Le gustaba el ardor que comenzaba a subir por sus muslos. Le gustaba como ese mismo ardor iba creciendo y creaba una bola de delirio que deseaba saciar. Con esa motivación, Ian empezó a mover el dedo sobre la tela de ese corto pantalón. Sintió de lleno el gemido que ella soltó en medio del beso, por lo que lo aspiró. Ian sabía que el mejor afrodisiaco era la lengua. Un buen beso podía hacer emerger la excitación y hacerla explotar. Que te faltase el oxígeno por el frenesí de la rebelión que ambas lenguas tenían, lo hacían creer que esa noche se quedarían sin aliento.

Ian había caído de lleno en las cautivadoras garras de aquellas caderas que no habían escatimado a la hora de ser creativas. Estaba muy consciente de su necesidad por correrse, pero eso significaba hacerlo dentro de su bóxer. Mandó al carajo su pudor y la acompañó en aquel contacto sensual, porque estaba absolutamente excitado. Porque la deseaba tanto que no era capaz de pensar en otra cosa que no fuese en ella. Porque estaba duro que necesitaba su liberación.

—Quiero ver en tus ojos el placer que te ha provocado este pequeño juego.

Aquel susurró entrecortado lo llevó a las puertas del clímax...

Iba a echar la cabeza hacia atrás, pero Isabella no lo dejó ya que le puso la mano en la nuca. Se miraron a los ojos mientras ambos llegaban a sus orgasmos. Isabella palpaba como el miembro de Ian se contraía debido a aquella explosiva combustión. Dejó la caer la cabeza en el hombro de él, sus piernas hormigueaban y aún sentía los vestigios de ese gigantesco torrente de pasión que la atravesó por completo.

Ian no era ni siquiera capaz de mantenerse de pie. Sonrió porque intentó hablar y la voz no le salió, así que tragó, pero su garganta estaba absolutamente cerrada. Todo el cuerpo le latía, era cierto, aquel jueguito sexual le habían encantado. Sin embargo, ahora tendría que lidiar con el flujo caliente que lo tenían empapado. Aunque habían pasado segundos, su respiración aún no se regulaba. De pronto, sintió un escalofrío cuando los labios de Isabella se situaron sobre su cuello.

—Puedes ir al baño. No creo que quieras cenar en estas condiciones —se burló.

—Muy chistosa.

La bajó con cuidado y la observó con una sonrisa al tiempo que le dejaba un mechón, de ese enmarañado cabello, detrás de la oreja. No supo porque, pero no sintió temor de que ella lo conociera de verdad. Aunque constantemente sí lo hacía sentir pequeño cuando estaba a su lado, deseaba compartir momentos con la que se había convertido en la dueña de sus sueños más perversos y húmedos.

—Vamos juntos a la habitación. También me cambiaré —lo miró sobre el hombro mientras avanzaba —. Me has mojado.

—¿También? Cariño, no tengo que diablos ponerme.

—Eso se arregla fácil.

—¿Ah, sí?

—Sí.

—¿Y cómo, si se puede saber?

—Te quedas desnudo. No tengo ningún problema en comer con semejante vista al frente —Ian sonrió.

—Ah, otra cosita. Tú estás mojada desde que me viste —se encogió de hombros —. Yo solo te dejé hacer lo que querías.

Isabella se giró y dejó sus manos en las caderas —. ¿O sea que ahora tengo la culpa de que te dejes seducir por mí?

—En cuanto tú hablas, es como si lo hicieras por mí. Donde tú estás, me siento impulsado a querer ir. Me hacías dudar de mí cuando me sonreías con ese sarcasmo tan característico tuyo —la miró fijo —. Tienes algo en tu manera de actuar que me hace caerme de bruces.

—Mi imaginación es bastante oscura, ¿sabes? Con todo lo que me has dicho puedo pensar en cualquier cosa. Así que hazme el honor de explicarte por favor —pidió mientras entraban a la habitación.

—Es bastante fácil de darse cuenta y no entiendo como una mujer tan inteligente como tú no se percata de eso.

—¿Será porque mientras bajas el cierre de tu pantalón, haces ese erotizante sonido que me revienta los tímpanos y no puedo pensar en otra cosa que no sea ver otra vez ese miembro tuyo?

—¿Te gusta? —se bajó toda la ropa, dejándola hasta sus rodillas.

—Puede ser.

—Te encanta —sonrió de medio lado.

—Entonces, ¿me dirás? —preguntó mientras ella también se quitaba el short.

—¿Recuerdas esa noche que nos propusiste el trío?

—Cómo olvidarla.

—Yo no iba a ir al bar. Desde que supe que Kenneth y tú tuvieron algo que ver, no quería verte.

—Nunca quieres verme ­—puso los ojos en blanco.

—Pero algo me impulsó a acudir con ustedes. En cada lugar que yo sé que estás, es como si perdiera la cordura y mis pies se movieran por si solos hasta ti —ella iba a hablar, pero Ian la detuvo —. Déjame terminar, porque esto no se lo he dicho nunca a nadie —Isabella asintió mientras se ponía unas bragas recién sacadas del cajón —. Cuando tu voz envuelve mis oídos es una sensación de satisfacción porque es como si hablaras por mí. Como si supieras lo que quiero, como lo quiero y donde lo quiero. Cuando conocí el bizarro humor que tienes, me hiciste confundirme. Y con el paso de los meses, luego de que pasó aquello, me hiciste dudar de mí.

—Guau, pe...

—Todavía no acabo —dijo otra vez, mientras se quitaba los zapatos para luego seguir con el pantalón. Pero siempre sus ojos estuvieron conectados con los de ella —. Tuve algún que otro encuentro clandestino, pero te venías a mi cabeza en el momento menos indicado. Muchas veces me pregunté: ¿Qué me hizo esta loca? Pero simplemente no encontraba ninguna respuesta. Ahora que te tengo frente a frente. Ahora que estamos a solas, sé que esto es peligroso para mí —se acercó a ella —. Pero al diablo con eso porque cuando me besaste, supe que no había vuelta para mí.

—¿Me estás diciendo que te enamoraste de mí? —Ian negó.

—No, pero, así como voy con lo que siento. Con lo que me haces sentir, no dudo que jodidamente pronto te claves en mi corazón.

Isabella tragó grueso.

—Creo que te estás precipitando. Ni siquiera nos conocemos, quizás estás confund...

—Yo sé que esto para ti es un juego —le puso el dedo sobre los labios —. Falta, todavía no acabo. Sé que nos vamos a divertir, que vamos a pasar momentos muy agradables y excitantes. Solo que, solo por hoy, déjame ser yo quien te folle entera. Deja tu dominante actitud a un lado, solo por esta noche.

—¿Por qué debería?

—Porque después de esta noche tendrás el poder absoluto de mi cuerpo.

La petición que Ian le estaba haciendo no era tan complicada de discernir. Isabella era Switch en el mundo del BDSM, por lo tanto, no tenía un rol fijo. Podía darse el lujo de alternarlo entre la dominación y la sumisión. Aunque en su caso específico, que era esa noche, Ian no era un dominante. Era un hombre que tenía ese carácter, pero no se desenvolvía y su vida no estaba para nada conectada con su mundo. Ian era un hombre que quería hacerlo como cualquier mortal que follaba normal. Tan solo por esa noche, nada más, lo iba a complacer. También por el hecho de que sus palabras influyeron bastante.

Tendrás el poder absoluto de mi cuerpo...

—Lo haremos a tu modo, el cual no conozco porque es la primera vez que...

Ian no la dejó acabar porque se lanzó sobre ella para robarle un beso que la dejó sin respiración. Le tomó la pierna y la enganchó en su cadera e hizo que ella palpara su desnuda, y aún húmeda, erección. Esa misma mano la bajó y la coló por la fina tela, perdiendo los dedos entre aquella suave tibieza. Ella se aferró a su cuello y empuñó el negro cabello de Ian dentro de sus palmas. A veces le era difícil salir de su rol, más aún estando con él, el cual disfrutaba joder con descaro. Sin embargo, también debía reconocer que le encantaba la idea de dejarlo hacer lo que quisiera con ella.

—Vamos a cenar —dijo en cuanto él bajó por su cuello.

—Tú eres mi jodida cena.

—Muero de hambre, Ian.

—Cómete mi polla —Isabella se rio.

—Eres un grosero.

—Te gusta el lenguaje vulgar, no te hagas la mojigata conmigo.

—Usualmente no utilizo esa palabra —gimió porque le estaba acariciando un seno con el pulgar.

—¿Cuál?

—Polla. Pero puedo entender que lo haces porque eres hombre.

—Oh, muñeca —gruñó sobre su pezón —, supieras a la cantidad de mujeres que les gusta que les hable sucio, de seguro no me lo creerías.

—Yo no soy cualquier mujer.

—Lo sé —subió el rostro y la miró —. Tú eres la única que no me toca y aun así me provocas —le besó la mejilla —. Eres la única que me ha hecho desearla sin siquiera haberle dado un beso —le besó la punta de la nariz —. Eres la única que me ha puesto el pie en medio del pecho, haciéndome querer lanzarme, sin dudar, a tu locura —le besó los labios —. Tengo perfectamente claro que no eres cualquier mujer —le tomó la mano —. Vamos a cenar.

—Espera ­—se soltó de su agarre y fue hasta el closet —. Toma, es para ti.

Ian abrió la bolsa de papel negra —¿Un par de bóxer?

—Los salí a comprar luego de que se fueran. No creo que te sientas cómodo poniendo tu culo en una silla que tiene el tapiz de cuero.

—Bien pensado —agradeció mientras se lo ponía. Isabella iba a salir cuando él la detuvo con su voz —. Espera.

—¿Qué pasa?

—¿Tenías pensado follarme con ropa desde antes?

—Contigo tengo un mar de cosas que quiero hacer. Esta tan solo fue una de ellas —­le guiñó el ojo y salió por fin de la habitación.

—Y yo pensando que sus movimientos no eran tan premeditados —se subió la ropa interior y la siguió.

Isabella sirvió porciones generosas sobre los platos de porcelana roja. Puso uno enfrente de Ian y el otro en su puesto. Él vio la cantidad que ella se había echado y levantó ambas cejas al tiempo que bajaba el rostro sin quitarle la vista al relleno plato. Eso sí, el olor que salía de la carne lograba hacer que la boca se le hiciera agua. Isabella llenó las copas con cabernet y antes de comenzar a comer bebió el primer sorbo, entonces Ian habló.

—¿No harás un brindis?

—¿Por qué debería?

—Haces brindis por todas las mierdas que haces y hoy, que sí es una noche importante, ¿no brindas?

—¿Es una noche importante? —le preguntó mientras movía la muñeca para hacer bailar el vino dentro de la copa.

—Esta es nuestra primera noche a solas —le tomó la mano —. Es la primera vez que no estás siendo pesada y pedante.

—Lo mismo va para ti, eh.

—Como sea. Es la primera vez que tú harás algo que no acostumbras, así como también es la primera vez que dejaré que alguien me domine.

—Ahora si me dieron ganas de brindar —levantó la mano —. Por mi futuro sumiso —sonrió.

—Definitivamente eres un jodido chiste —alzó su copa —. Salud.

—Salud, y espero que te guste la cena.

—De seguro lo hará.

Y así fue...

—¿No te sientes sola viviendo en este enorme departamento? —quiso saber luego de limpiarse los labios con la servilleta de género.

—No, hace bastantes años que vivo sola. ¿Tú sí?

—No, tampoco —sí que lo hacía.

Se sentía tan solo...

—¿Y bueno, en qué trabajas?

—Soy agente inmobiliaria.

—¿Solo de compra y venta?

—No, también asesoro, gestiono transacciones y ese tipo de cosas.

—¿Entonces no me mentías cuando me dijiste que estabas en mi edificio para juntarte con un cliente?

—No, no mentía. Solo que tú estás tan obsesionado con que te persigo, que seguramente por eso no me creíste —se encogió de hombros —. Pero me muevo por toda la ciudad y a veces fuera de ella debido a mi trabajo.

—¿Hace cuánto tiempo que eres dominante?

—Desde los veintitrés. Aunque me inicié a los veinte años.

—¿Cómo así?

—Antes de ser una dominante, Ian, fui una sumisa.

—¿Qué? —preguntó confundido —. Para empezar, ¿qué edad tienes?

—Veintiocho, ¿y tú?

—Treinta, pero ese no es el punto.

—Bueno, tú preguntaste mi edad, es lógico que quiera saber la tuya.

—¿Me puedes decir cómo es eso de que fuiste sumisa?

—Lo que oíste, antes de ser dominante fui sumisa —Ian tragó vino.

—Te quiero preguntar algo y quiero que seas absolutamente honesta.

—Siempre lo he sido.

—Está bien —la miró fijo para no perderse su reacción —. ¿Esas cicatrices que tienes, a causa de que son?

Se fijó perfecto en cómo ella se removía sobre su asiento. Claramente no fue una pregunta que ella esperaba, y por su actitud era muy notorio que se sentía bastante incómoda. Quizás había pasado el límite, pero por el infierno que necesitaba saber si esas marcas que atravesaban su vientre, habían sido o no provocadas a causa de su estilo de vida. Si era así, deseaba saber quién había sido el hijo de puta que le hizo tanto daño y por qué. Empuñó las manos sobre la mesa por el silencio de Isabella, pero no estaba listo para que la conversación acabase. Ella le había dicho que debían confiar en el otro, ¿no? Entonces estaba impaciente esperando por su respuesta.

—¿Isabella? —llamó y ella enfocó sus ojos en él.

—Estas cicatrices son un recordatorio constante de que debo saber cómo comportarme antes de entregarme a alguien.

—¿Cómo te las hiciste? —insistió.

Ella miró hacia un costado por algunos minutos mientras se pasaba los dedos por la nuca. Era tan difícil hablar de ello sin que se le quebrase la voz. Esas heridas del pasado aún tenían ciertas grietas que ella no quería tocar. Sin embargo, también sentía que debía ser honesta con Ian. Volteó la cabeza y lo quedó mirando. Él estaba tan serio, tan rectamente sentado con sus dedos entrelazados. Ni siquiera pestañeaba. Solo una persona había sido capaz de filtrarse a través de aquellas capaz de dolor que había experimentado en el tiempo que estuvo tan cruelmente expuesta.

Ian sería el segundo...

Solo esperaba no lamentar lo que diría...

—Tuve un Amo que me maltrató —notó como Ian se ponía rígido —. Cuando me inicié, creí que había investigado todo acerca del BDSM, pero no pude estar más lejos de la realidad. Me expuse frente a un tipo que no escatimó a la hora de golpearme hasta dejarme sangrando y sin poder moverme.

—Por Dios... —susurró.

—Sentía la sana curiosidad de entrar en el mundo bedesemero. Siempre tuve apertura de mente en relación al sexo, aunque nunca fui tan perra como para meter a alguno de mis novios a casa de mis padres —sonrió, pero Ian no —. Así que entré a ciertas páginas de internet y encontré un foro que casi me hizo enloquecer. Tú sabes, cuando somos inexpertos en algo muchas veces nos adentramos sin medir las consecuencias que eso implica.

—¿Cómo diablos conociste a ese imbécil?

—En una fiesta que se haría, la supe por ese mismo foro —Isabella sopló el aire a través de su boca —. Ahí me tomó como su sumisa —para Ian no pasó desapercibida la amarga sonrisa que ella le dio —. A partir de esa noche fue mi verdugo.

—¿Puedo saber que te hizo? —preguntó despacio.

—Me fustigó hasta el cansancio. Me insultó hasta quedarse sin saliva. Me humilló frente a las otras mujeres que estaban con él. Me hizo sangrar y me dejó más heridas de las que tengo visibles. En pocas palabras, hizo de mí un despojo.

—Lo siento tanto.

Y era cierto, sinceramente sentía todo lo que le había pasado. El solo hecho de oír el temblor de su voz mientras le hablaba, lo hizo darse cuenta que era realmente frágil y ahí fue que descubrió el origen de su carácter sarcástico. Así que estuvo en lo cierto cuando creía que su sátira no era más que una coraza para camuflar su sufrimiento. Ella estaba escondiendo un dolor muy grande, que notoriamente fue palpable cuando relató el inicio de su infierno. Observó cómo Isabella no le quitaba los ojos de encima, y no pudo dejar de imaginarla con tan solo veinte años siendo golpeada por aquella bestia.

—Eso es parte del pasado —eso no lo convenció.

—¿Cómo te alejaste de él?

—Una noche, hubo otra fiesta y me obligó a asistir. Ahí me maltrató en frente de los otros Amos. Fue tal la paliza que me dio que quedé inconsciente.

Ian quería ponerse de pie y ponerla en su regazo para protegerla con sus brazos. No lo hizo. No pudo despegarse de la silla porque simplemente su cuerpo no reaccionaba. Así como también se percató del temblor en sus manos cuando quiso alcanzar la de Isabella, solo atinó a recoger los dedos sin que ella se diese cuenta de su fallido gesto.

—¿Dónde está?

—En la cárcel —sonrió de verdad —. Quien me salvó de él, fue otro Amo. Uno generoso, uno amable y carismático. El mismo que fue mi mentor y me guio para que me convirtiera en lo que hoy soy.

—Pero, ¿tuviste que ver con ese Amo? O sea, ¿tuviste una relación con él?

—Fui su sumisa, él fue mi Amo y mi compañero —Ian sintió un aguijonazo en medio del pecho —. Estuvimos juntos por años, hasta que me dejó desenvolverme como dominante.

—¿Lo amaste? —Isabella subió la vista —. ¿Lo amas?

—Él siempre tendrá una parte muy importante dentro de mi corazón.

—¿Todavía estás enamorada de él?

—Todavía lo amo —confesó con sinceridad.

Ian cerró los ojos ante su confesión. Intentó recomponerse de cada palabra que salió de la boca de Isabella, pero el hecho de saber que estaba enamorada de otro hombre, simplemente lo hizo experimentar un hormigueo en sus venas. Seguramente aún mantenía contacto con él. Tal vez todavía tenían relaciones esporádicas. Y el hecho de que ella hubiese sido sumisa, lo hacían creer que quizás seguía dominándola de vez en cuando. Abrió los ojos y se percató que ella lo estaba mirando, e Ian quiso sonreír, pero no pudo. ¿Qué era esa sensación de abatimiento que lo estaba golpeando sin descanso?

—¿Te encuentras bien? —quiso saber ella.

—Sí, todo bien —se acomodó en la silla —. Solo que no pensé que tuvieses sentimientos profundos por otro hombre.

—Ian, yo lo amo por lo que significó en mi vida —aclaró —. Fue y es alguien muy importante para mí. Pero eso no quiere decir que lo amo como para una relación. No lo amo como el amor de mi vida, valga la redundancia.

—¿Lo has visto? —se moría por saber eso.

—No. La última vez que nos vimos fue hace dos años.

Eso no lo dejó tranquilo...

—Pero supongo que todavía mantienen contacto.

—Hace casi un año que no nos comunicamos —se encogió de hombros —. Pero sé que está bien.

—¿Si te pidiera que fueses su sumisa otra vez, lo harías? —inconscientemente estaba moviendo la punta del pie.

—Estaría encantada de que me pidiera dominarme.

—¿Cómo se llama?

De ser necesario, lo buscaría hasta debajo de las piedras para conocer al maravilloso, y carismático Amo del que Isabella hablaba con tanta ilusión. De solo saber de él le molestó, claro que estaba agradecido que la hubiese salvado del otro bastardo, pero eso no impedía que Ian sintiera como sus entrañas se apretaban cuando Isabella confesaba con tanta naturalidad que se dejaría someter otra vez por ese tipo. De haber hecho frío, se hubiese visto como salía vapor de su nariz debido a los bufidos que estaba soltando a causa de los jodidos celos que tenía.

—No te lo diré —soltó.

—¿Por qué no?

—¿Crees que no me he dado cuenta de lo envidioso que estás?

—No es cierto.

—Sí que lo es —lo apuntó con el tenedor —. No tienes de qué preocuparte, él no volverá.

—Ya, o sea que cuando vuelva correrás hacia sus brazos —aseveró.

—Puede ser —se encogió de hombros.

—No mientras yo esté aquí.

Se paró de la mesa y fue hasta ella para levantarla del codo. El tenedor cayó directo al piso, pero el sonido estridente que hizo sobre la cerámica, no impidió que Ian le agarrase la cara y le diera un beso desesperado. Así era como se sentía, como un completo desesperado que quería borrar la sombra de ese misterioso hombre que lo estaba haciendo sentir una de las sensaciones más desagradables recién descubiertas. Es que ni siquiera cuando la vio besarse con Kenneth lo hizo experimentar tal grado de recelo e inquietud.

La fue obligando a caminar hacia atrás, sin haber roto el beso. La fue obligando a abrir la boca para succionarle la lengua. Así también como la fue obligando a levantar los brazos para quitarle la polera. Aun así, no estaba conforme con sentir sus senos a través de la camisa. Quería todo de ella. Palpar cada fibra de su excitación, porque, aunque Isabella quisiera sacar los labios de los suyos, Ian no se lo permitía.

Oírla hablar de ese tipo como si fuese casi un Dios, le hizo hervir la sangre a la vez que su cerebro no pensó cuando la empujó a la cama y se puso entre sus piernas. Si bien estaba cegado por los celos, aún le quedaba una leve cuota de raciocinio que lo hizo chuparle la lengua antes de soltarla. Su pecho se movía errático al igual que su exagerada respiración. Maldita sea, estaba siendo una jodida bestia, lo sabía muy bien. Las exhalaciones de Isabella le golpeaban el rostro, pero ese brillo candente ya se había instalado en su mirada.

Le había gustado su arrebato...

—¿Y ahora qué harás? —le preguntó ella en un murmullo.

—Lo que mi instinto me diga, porque créeme, en este momento estoy actuando por mero impulso.

Se puso de rodillas y la volteó para que quedase boca abajo. Luego le agarró las caderas y se las elevó. Observó cómo esa braga se perdía entre sus nalgas y como su instinto salvaje había predominado, la agarró con ambas manos y la hizo pedazos. Se pasó toda la palma de la mano por la lengua y soltó un azote que hizo eco en la silenciosa habitación. Sonrió al ver como ella alzaba la cabeza al tiempo que dejaba escapar un gemido.

Quizás no podía competir con un pasado tan intenso como el que ella tenía junto a ese jodido tipo, pero bien que podía colarse entre ellos para hacerse un espacio en la mente de ella. Tal vez también en su diario vivir y quién sabía si también en ese lugar donde estaba seguro que ella ya se alojaba dentro de él. No pretendía decirlo a viva voz, pero estaba bastante consciente de lo que toda la confesión de Isabella significó para él. Cómo se infiltró en su interior y como lo hizo descubrir que aquellas palabras que antes le preguntó ella, se habían vuelto realidad.

Pero no se lo diría...

No hasta estar seguro que ella también se sentía de esa forma con respecto a él...

Veía la espalda desnuda de Isabella y eso provocaba que se sintiera ansioso. Sus ojos fueron viajando por toda esa sensual anatomía, así que se chupó el dedo y fue bajando. Dibujó toda su columna con la yema húmeda de su saliva, hasta que llegó allí. Con el pulgar hizo círculos alrededor de lo que anoche él no había podido penetrar, porque deseaba ver su rostro mientras llegaba al orgasmo, y luego lo hundió. La involuntaria contracción, lograron hacer que casi se corriera dentro del bóxer.

—Tan jodidamente estrecha —susurró mientras le besaba entre los omoplatos —. No sé cómo diablos pudiste tenernos al mismo tiempo.

—El deseo hace milagros, Ian —gimió.

—¿Y ahora deseas que yo esté aquí? —hundió un poco más el dedo.

—¿Qué crees tú?

—Quiero que me lo digas —lo quitó y volvió a dibujar círculos —. ¿Quieres que entre aquí?

—¿No me dijiste que esta noche lo haríamos a tu manera? Quiero que me muestres cuál es —movió las caderas —. Y sí, quiero que me penetres justo aquí.

Vio como ella elevaba un poco más sus nalgas, también como ponía la cabeza sobre la almohada al tiempo que la apretaba entre las manos. Ver cada movimiento le hacía volar la cabeza, así que no esperó más y se puso de pie para ir en busca de un condón. La observó mientras se quitaba el bóxer y la camisa, mientras enfundaba su erección en ese látex, mientras caminaba hasta ella y se ponía por detrás. En ningún momento se movió, solo se percató cómo giraba el rostro y lo miraba a través del cabello que se le había escapado del peinado.

Se le asemejó a un: Te quiero dentro de mí...

Y así fue...

Besos húmedos fueron esparciéndose por toda aquella caliente piel. Besos húmedos fueron descendiendo hasta llegar a aquellas nalgas, y besos húmedos recorrieron hasta llegar hacia aquel sinuoso punto, el mismo que hizo gritar de placer a Isabella.

El mismo que hizo a Ian sacar la lengua para acariciarlo...

Nunca disfrutó tanto de dar ese tipo de besos como lo estaba haciendo en ese momento. Es que ella lograba sacar lo más perverso que se alojaba en él. Lo más descarado y sucio que escondía para otras mujeres. Isabella lo volvía un depravado y la idea de ello lo seducía a límites insospechados. Pero quería probar todo de ella, así que fue bajando hasta perderse entre sus piernas. Sin embargo, su siguiente movimiento fue ponerse de espaldas y dejar el rostro frente a su intimidad.

Le pasó los brazos por las caderas y la abrazó para que ella bajase un poco la pelvis, pero Isabella lo que hizo fue enderezar el cuerpo, flexionar las rodillas y quedar casi sentada sobre su cara. Lo mató, que ella hiciera eso literalmente lo mató porque podía ver la desnudez de todo su cuerpo. Sus senos se movían en perfecta sincronía con sus lamidas. Su vientre se contraía al igual como se contraía su miembro desesperado. Su respiración estaba tan alterada como la suya. Estaban en una deliciosa afinidad, una que él nunca había sentido con otra mujer. Porque si bien follaba a lo grande, también debía reconocer que tenía que sostenerlas para poderse mover con exactitud.

Y con Isabella no era necesario...

Ella era la perfección hecha mujer...

—Me voy a correr...

—No, no, no... —detuvo el movimiento de su lengua —. Quiero que lo hagas cuando me tengas dentro de ti.

—No quiero. Deseo hacerlo en tu boca.

Pero no, no la dejó puesto que la tomó de la cintura y la dejó caer sentada sobre su pecho. Isabella lo veía con los ojos empañados de deseo y frustración. Ian sonrió y en silencio le indicó de se sentara a horcajadas sobre él. Joder, mientras se deslizaba hacia abajo la percibió tan resbalosa, que estaba seguro que todo su cuerpo quedaría impregnado con el aroma de su excitación mezclado con el de su saliva.

—Fóllame, Isabella —movió la pelvis —. Quiero estar donde jodidamente estuvo Kenneth anoche.

—¿Celoso?

—Sí —le soltó con intensidad en la voz.

Isabella levantó el cuerpo y tomó en su mano el miembro de Ian. Después de que estuvo en el lugar exacto, comenzó a bajar de manera paulatina. Ella llegó al orgasmo en el acto. Dejo salir un gemido que casi logra hacer que Ian la acompañase, pero se contuvo ya que la sensación de estar en aquel secreto lugar lo hacían querer explorar todavía más. Por cada fricción, más difícil era controlarse. Sobre todo, porque Isabella subía para luego dejarse caer, contraer y apretarlo. La manera en la que encajaban, en la se hacían uno solo, hizo a Ian suplicar.

—Dame un beso.

Isabella bajó el cuerpo, apoyando ambas manos en cada lado de su cabeza y lo besó. Ian la abrazó por la espalda para pegarla a su pecho y sentir el frote de sus senos calientes. El sudor se mezcló, el movimiento se intensificó. Ian recorrió con sus palmas la espalda de Isabella hasta llegar a sus nalgas, se aferró a ellas y la penetró como el salvaje en el que se convirtió esa noche.

Advirtió como ella volvió a llegar...

Y más potente que la vez anterior...

Escalofríos fueron subiendo por sus piernas. Escalofríos que luego se convirtieron en espasmos en su bajo vientre. Espasmos que pasaron a ser un intenso estruendo que lo golpeó en cada lugar de su cuerpo, mientras se entumecía de la cabeza a los pies. Fue un impacto irreal, su jodido orgasmo había sido una suerte de catarsis que lo hicieron ver, a través de las neblinas de su excitación, que el sexo nunca más volvería a ser igual para él.

—Eres delicioso —le susurró sobre la boca.

—Me mataste, lo juro —ella sonrió.

—Intenta revivir, que en un rato más me toca a mí hacerte probar lo que yo puedo hacer.

—Estoy ansioso por eso.

Isabella se dejó hacer en el pecho de Ian, pudo oír los vigorosos latidos de su corazón. Él seguía suspirando bajito y eso le produjo a Isabella un cosquilleo en la cima de la cabeza. Ian, de haber sabido cuán sensual era en la cama, se hubiese cruzado mucho antes en su camino. El tipo la había hecho palpar el infierno completo con cada una de las caricias que le regaló. Con cada lamida y beso. Por impulso, puso sus labios en el pecho de él y cerró los ojos.

—¿Nos damos una ducha? ­—preguntó Ian mientras le pasaba los dedos por la espalda.

—Me parece una buena idea —se separó de él y lo quedó mirando —. Me encantó tu manera de hacerlo.

—A mí me encantas tú.

—Después del baño, vamos a ir a mi habitación de juegos —él asintió —. Retomaremos donde lo dejamos hace diez meses atrás.

—¿Quieres decir...?

—Sí, te haré ponerte el anillo constrictor.

Isabella salió de la cama dejándolo solo. Ian la observó hasta que entró al baño. Miró hacia abajo y no podía creer que otra vez estuviese duro, como si no hubiese recién tenido sexo. Sin embargo, gruñó al palpar su propio flujo dentro del condón, por lo que se lo quitó y caminó con él directo a donde se había ido la morena. Cerró la puerta a sus espaldas y sonrió cuando vio como el agua cubría cada recoveco de su hermoso cuerpo.

—Después de esto, Ian, espero que no te arrepientas de la decisión que has tomado.

—No lo haré —dijo al tiempo que tiraba el preservativo a la basura —. Te dije que quiero probar tu mano y tu dominación.

—Entonces ven aquí y enciérrame entre los azulejos y tu cuerpo.

—Como mandes.

—Comenzaremos con algo suave —le acarició los brazos —. Trátame de usted.

—Muy bien.

—Cuando esta ducha acabe, para ti seré Mistress Bella —le puso las manos en la nuca —. Ahora quiero me toques como lo hiciste hace un rato.

—Como usted mande.

—Aprendes rápido. Pero espero que no te estés burlando de mí.

Ian la miró directo a los ojos —. Nunca volveré a cometer ese error. ¿Puedo besarla?

—Tienes el permiso para ello.

Y ya no había vuelta atrás para quien se consideraba un perfecto seductor...

Luego de esa noche, Ian ya no volvería a ser el hombre que follaba por casi mera diversión. A partir de esa noche, Ian lo haría por necesidad y algo más. Algo que no pretendía dejar salir de sus labios, todavía. Sabía que ella había jugado unas cartas magistrales, haciéndolo caer de manera ensordecedora en el espiral de su dominación y no se arrepentía de ello. Es más, esperaba con codicia ese momento.

El anillo...

El mismo por el que había acudido la primera vez...

El mismo que la había alejado de ella...

El mismo que la acercaría a ella...

El mismo que lo haría prisionero...

El mismo que terminaría de sellar su destino...


****

Buenas, perdón por demorarme en subir.

Pero espero que el capítulo les haya gustado y mil gracias a quienes leen esta historia.

Quiero contarles que en el muro he dejado un mensaje, espero que lo pasen a leer. Es un tanto importante y quizás hasta relevante para esta cuenta.

Besos y gracias otra vez.

Hasta la próxima. 

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