Capítulo 10
Sumisión masculina...
¿Una falta absoluta de virilidad?
Ciertamente desde hace miles de años que hemos visto cómo el hombre es quien lleva las riendas en muchas circunstancias, ya sea de la vida cotidiana o en el plano personal. De tiempos memorables ha sido el hombre quien siempre ha dominado, quien ha sido el fuerte, el protector, el macho alfa, el líder.
Desde décadas esto viene siendo parte de la vida mundana, arcaica, y machista. No obstante, es un comportamiento que ya es parte de nuestra sociedad y, por ende, es difícil hacer cambiar de pensamientos a personas que están acostumbradas y crecieron con estos estereotipos.
Por este mismo motivo, para un hombre que está acostumbrado a ser dominante en una relación, vendría siendo una falta de hombría y poderío el arrodillarse frente a una mujer que tiene el dominio de su cuerpo, sin reservas. Donde para un hombre que no pertenece a este estilo de vida, puede considerarse aberrante.
Sin embargo, la historia está cambiando y vemos cómo las mujeres, denominadas: El sexo débil, comienzan a dominar el mundo. Así como también al hombre y su voluntad.
Entonces, ¿qué es lo que lleva realmente a un hombre a doblegarse frente a una mujer dominante?
Muy atento a las líneas que leía, se encontraba Ian en el living de su departamento. Desde que sus heridas sanaron, comenzó a leer acerca del BDSM. Claro, no se lo había dicho a nadie, ni siquiera a Kenneth que sabía todo, porque cada vez que recordaba lo que había vivido, se sentía humillado y denigrado como hombre. Pero se había metido en foros, grupos, libros y todo lo que se encontraba frente a sus ojos para entender que era lo que motivaba a las personas a sumergirse en ese oscuro mundo.
De cierta forma, algo de todo lo investigado, le había llamado la atención. No obstante, eso no quería decir que ya lo hubiese aceptado. Aún no. Pero sin darse cuenta estaba creando el camino para llegar hasta ahí. Sin saberlo se estaba empapando y dejando arrastrar como no tenía una idea. Sin percatarse siquiera, estaba siendo atraído al intenso espiral de seducción que ese estilo de vida provocaba. Su cuerpo y mente estaban siendo llamados por aquella fuerza magnética que le estimulaba el morbo y curiosidad, de momento.
¿Si estaba leyendo sobre la sumisión masculina, era porque estaba considerando ceder ante la dominación de Isabella? ¿Tanto le gustaba ella que hasta se había metido en lugares recónditos para absorber y conocer más sobre el asunto? No, él no creía nada de eso, se rebatía consigo mismo por sus contradictorios pensamientos. Ian y su estúpida negativa, cuando tenía la verdad frente a sus narices y aun así no estaba dispuesto a aceptar que lo prohibido le perturbaba al punto de querer conseguir el número de Isabella y pedirle una sola sesión.
Tan solo una...
Sí claro...
Quería saber qué era lo que realmente sentía un hombre al ponerse de rodillas frente a una mujer. Quería experimentar que era ser castigado y también acariciado por la misma mano. Quería impulsar su mente a abrirse un poco más, para dejarse llevar y sacar esa espina que sentía clavada en su cabeza. Así como también quería liberar su cuerpo y entregarlo por completo, pero no dejarlo con cualquier mujer, no.
Quería dejarlo solo con ella...
Porque, así como Isabella lo había provocado en innumerables ocasiones, quería vivir esa locura de su mano y látigo incluido. Pero a la vez, cuando llegaba a creer que ya estaba convencido del todo, se echaba hacía atrás y cerraba su mente otra vez. ¿Incoherente? Absolutamente. Desde que la conoció, ya sentía que había perdido el sentido de su juicio y creía que ya no tenía poder sobre su razonamiento. Hacía menos de cinco minutos se encontraba totalmente absorto en la negación y ahora, ¿ahora? Hasta se vislumbraba desnudo frente a los pies de aquella preciosa morena con aires de poderío y causticidad.
Eran lapsus por los que pasaba, eso creía Ian. ¿Lapsus? Sí cómo no. No se le podía llamar así cuando hasta se había soñado encerrado en una habitación con ella. Viéndola menear la muñeca para que los cueros del flogger bailaran bajo su son. Observando cómo se acercaba hasta él, mientras sonreía. No se le podía llamar lapsus al sentimiento que estaba comenzando a invadirlo, el mismo que él se negaba en reconocer.
Se creía un hombre fiel a sus impulsos sexuales, siendo él quien siempre decía cómo y cuándo. A veces, poniendo ciertas reglas. Muchas otras, evadiendo las llamadas telefónicas que solían hacerle las pocas mujeres que había logrado conseguir su número. Y tantas más, que le habían pedido un segundo encuentro haciendo que él se negase por completo.
¿Cómo podía ella meterse tan dentro de su cabeza? Ninguna lo había conseguido y eso que esa misma mujer lo había dejado convaleciente por casi un mes. Pensaba que, en las pocas horas que compartieron la segunda vez que cruzaron palabras, ella tenía algo que lo cautivaba y seducía como nadie. ¿Qué sería? ¿Su vida? ¿Su femineidad? ¿Su sátira? ¿O de plano su locura? No lo sabía con exactitud, pero Isabella desprendía algo que a él lo dejaba con sus malditas ideas todas revueltas.
Se levantó del sillón y fue hasta el balcón. Por impulso se llevó la mano hasta atrás y tocó su nalga por el encima del pantalón. Los primeros días habían sido un completo infierno. Nada de sentarse. Solo dormir boca abajo. Ducharse con mucho cuidado de no volver a lastimarse. Comer de pie. Echarse un montón de crema cicatrizante. Hacer sus largas clases con la incomodidad y dolor que le producía el roce de la ropa. Y cada día la recordaba con rencor, pero eso fue menguando a medida que sus heridas lo iban haciendo, y se preguntó un millón de veces: "¿Por qué no eres una mujer normal?"
Si tan solo él supiese que ella era una persona absolutamente normal, de seguro no lo creería. Porque, a decir verdad, el BDSM no es una práctica anormal. Claro está estigmatizada por gente que está fuera de ese círculo y no le interesa más que el sexo convencional, así también como la mayoría de las personas conservadoras lo encuentran asqueroso y enfermo. No por pertenecer a ese mundo, eres así.
Pero no todos lo entienden...
Por ese motivo, cuando ya el enojo pasó y quedó un poco atrás, Ian comenzó a interiorizarse en aquellas lecturas acerca de esa práctica. Se dio cuenta de cómo eran las reglas bedesemeras y que no cualquiera podía hacer lo que Isabella sí. Sin embargo, todavía no comprendía a los hombres que se hacían sumisos, ya que en la mayoría de los foros se hablaba de las mujeres que obedecían a sus Amos. De mujeres que se entregaban a ellos en cuerpo y alma. Pero, fue en ese momento que encontró un libro que hablaba sobre lo que tanto deseaba comprender.
Y allí fue que cayó en cuenta que los sumisos no carecen de hombría, todo lo contrario. Entonces, sacó su móvil y tomó asiento en la pequeña terraza, mientras encendía un cigarrillo. Desbloqueó la pantalla, respiró y siguió repasando las líneas que lo habían hecho pensar en que, quizás, estaba bastante equivocado al creer sobre la pérdida de virilidad en un hombre por ser doblegado bajo el yugo de una dominante.
El deseo de ser sometido y la supuesta pérdida de la masculinidad.
Esas es una de las malinterpretaciones más vistas y extendidas en los últimos años. Aunque este sigue siendo un tema tabú, hay muchos hombres que cuándo sienten el impulso de ser sumisos, por naturaleza se cuestionan estos puntos y luchan profundamente al verse internamente entre estas dos fuerzas antagónicas: el deseo de someterse a una mujer y la masculinidad.
Muchos de ellos al sentirse llamados por este poder, creen encontrar la solución al visitar Amas de paga, para mantener ambas áreas de su naturaleza separadas. La del sumiso, al hombre viril. Esta práctica puede funcionar a corto plazo, pero no aportará el mismo grado de realización que someterse a una mujer en el contexto de una relación.
A muchas mujeres dominantes les gusta controlar a un hombre masculino. Lo que a la mayoría de ellas les disgusta, es un hombre machista, no uno masculino, y ahí, hay una enorme diferencia. A una dominante les gusta despojarlos de su ego masculino, no necesariamente de su masculinidad. Aunque claro, hay otros a los que les gusta ser feminizados y desprendidos de su virilidad. Sin embargo, sigue siendo la mayoría a quienes les gusta conservarla.
Cabe recalcar que, si el hombre desea experimentar la auténtica sumisión de una dominante, tiene que dejar de lado su orgullo de hombre. Debe convertirse en alguien humilde al momento de someterse a su mujer o a la Ama que haya en su vida. Claro que en algunas oportunidades no será fácil, pero es en ese instante donde debe probar la decisión y el compromiso de sumisión.
De más está decir que la voluntad de un hombre es absolutamente libre y puede usarla para tener una actitud machista hacia las mujeres, pero eso jamás le permitirá realizarse como sumiso.
Había muchos puntos en los que Ian leía con los párpados entrecerrados. En ese momento pensaba que para ser sometido debías tener una fortaleza impresionante y no creía ser capaz de ello. Si los azotes que Isabella le había dado dolieron como el diablo, no creía posible el soportar eso mismo en todo el cuerpo. Eso, y quizás cuantas otras locuras más. ¿Le atraía? En ciertos aspectos sí. Sin embargo, se rebatía consigo mismo porque si bien acababa de leer que debías tener un deseo de sumisión muy fuerte, él no lo sentía. Así que, ella tuvo mucha razón cuando le dijo que no estaba listo, ni lo estaría jamás.
El debate interno que tenía le molestaba. Sí, en ciertas ocasiones podía llegar a ser muy liberal, pero de ahí a darle el poder a ella para domarlo... Se pasó la mano por el cabello mientras echaba el peso de su espalda en el respaldo de la silla. Se quedó en completo silencio y solo se podía oír el suave ruido de los autos al pasar.
Ella era una loca que lo estaba haciendo buscar y querer conocer más sobre lo retorcida que podía llegar a ser. Ni en un millón de años creyó sentirse sobre la espada y la pared. Sabía que, si llegaba a ceder frente a ella, Isabella desarrollaría con más intensidad su poder de dominación, pero también estaba muy consciente que él se alimentaría con todo lo que ella podría ofrecerle, hasta el punto de rogarle para dejarlo llegar al orgasmo.
No...
Claro que no...
Eso sí que no...
Su orgasmo, era su orgasmo y nadie tenía control sobre ello más que él...
En ese momento sonó el timbre, e Ian respiró con alivio porque ya estaba que se lanzaba de su jodido octavo piso. Se digirió a la puerta y sonrió cuando vio que Kenneth tenía una botella de vino frente a su rostro. Se hizo a un lado para dejarlo pasar, y luego de cerrar caminó de vuelta a la terraza.
—¿Qué tal tu día?
—¿Puedes creer que esa brillante estudiante sea su sobrina? —preguntó de pronto.
—¿Se puede saber de quién rayos me estás hablando?
—De Ivana.
—¿Y quién diablos es Ivana?
—Su sobrina.
—¿Sobrina de quién?
—Isabella... —se tapó el rostro mientras decía su nombre.
—¿La has visto?, ¿cuándo?
—Hoy fue a la universidad —echó el cuerpo hacia atrás y se apoyó en el respaldo de la silla.
—Ya sé, apuesto que pensaste que iba por ti, ¿verdad? —preguntó con una sonrisa de burla.
—Sí, bueno, eso pensé.
—Quizás que ridículo has hecho.
—Ninguno muy importante.
Sí, cómo no. Había estado a punto de correrse con los insinuantes movimientos y caricias que ella le había hecho y, ¿no había hecho el ridículo? En cuanto había visto su rostro a través del vidrio sintió que la sangre le hervía. Había ido a reclamarle y terminó perdido en una vorágine de deseo que ni él mismo se la podía creer y, ¿no había hecho el ridículo? Había fantaseado con besos y posiciones mientras estaban allí y, ¿no había hecho el ridículo? Ian había perdido el juicio y lo sabía perfecto.
Ella le hacía perder la razón...
—Ya —dijo a sabiendas de que sí lo había hecho —. Pero cuéntame qué pasó.
—Pues nada —se encogió de hombros —. Solo que fui a confrontarla.
—Y, ¿luego?
—Para variar se rio de mí.
—Ella es increíble —comentó mientras abría la botella.
—Increíblemente psicópata.
—Vamos, no te hagas el imbécil conmigo. Mira que yo sé que esas son las que más te gustan.
—Pero ella no.
—¿Seguro? —Ian dudó —. Isabella tiene esa cosa que llama a querer acercarse a ella. Es como que tiene esa energía de atracción.
—Claro, y fuiste cautivado hasta que te llevó a la cama —dijo con sarcasmo y mientras lo miraba a los ojos.
—Seeh... —asintió con una sonrisa socarrona.
—Como sea.
—¿Celoso?
—¿Por qué debería estarlo?
—Porque no fuiste tú.
—¿Crees que podría quererlo?
—Sí claro.
—Dame una sola razón.
—Porque me amas y no soportas verme con otras mujeres —respondió sin titubear, y para joderlo un poco.
—No empieces, que asco. Ni siquiera estaba pensando en ti.
—¿Ves?, ella te gusta y no lo niegues más.
¿Sería mejor si se lanzaba del balcón de una buena vez?
—No me gusta, solo es atractiva.
—Y con un cuerpo increíble.
—Pero está loca.
—Pero con un cuerpo increíble —Ian lo miró feo.
—Pero me lastimó.
—Pero eso no impide que siga teniendo un cuerpo increíble.
—¡Bueno ya! Sí tanto te gusta, porque no la llamas y te vas con ella para que tengan un idílico romance.
—Está bien —sacó el celular y marcó.
—¡¿La tienes como favoritos?!
—Claro que sí —se puso el dedo sobre los labios —. Shht, está marcando.
—No me lo puedo creer.
—¿Isabella? Hola, sí soy yo —levantó una ceja a modo de burla hacía el perplejo rostro de Ian —. Estoy bien, ¿qué tal vas tú? —Ian se iba a levantar, pero la mano de Kenneth impidió que lo hiciera del todo —. Quería saber si tienes algún plan para esta noche —y en cuanto dijo eso, puso altavoz.
—No, la verdad es que estaba descansado unos momentos.
—Entonces, ¿te gustaría que nos viéramos?
—Por supuesto —Ian abrió la boca y se dejó caer en la silla —. ¿Dónde nos juntamos?
—En el bar donde solíamos ir, ¿lo recuerdas?
—Cómo olvidarlo —se escuchó una sonrisa juguetona del otro lado.
—Bien, entonces nos vemos en una hora, ¿te parece?
—Me parece.
—Oh, espera —miró a Ian con maldad —, hay alguien que desea saludarte —extendió el móvil hacía él, quien lo quitó de un manotazo —. Vamos, salúdala —murmuró.
—Juro que te voy a matar.
—Kenneth, ¿sigues ahí?
—Sí, sí —hizo un gesto para que Ian hablase.
—¿Quién me quiere saludar?
—Alguien que conoces muy bien —se rio.
—¿En serio? Entonces, hola persona que conozco muy bien —Ian no respondió.
—Dile algo, estúpido.
—¿Seguro que no me estás jugando una broma?
—Habla ya —le posicionó el teléfono en la boca.
—Hola —dijo cortante.
—¿Quién es?
—Soy Ian.
—¿Ian? Mmm..., no recuerdo a nadie con ese nombre —él abrió las aletas nasales.
—¿Segura? —preguntó con la mandíbula apretada.
—Muy segura. Lo siento, soy muy mala para recordar los nombres —Kenneth estaba riéndose.
—Pero recuerdas muy bien el de Kenneth, ¿no?
—Oh, es que él es alguien muy especial —el rubio soltó una carcajada que hizo a Ian levantar el pie y darle una patada —. Pero puedes venir con él, por mí no hay problema. Quizás cuando te vea, pueda recordarte.
Y antes de que Ian le respondiese, Kenneth le quitó el móvil y habló —Claro, ahí estaremos. Nos vemos en un rato.
—Está bien —y cortó.
—Eres un...
—Ya, tampoco es para tanto —lo interrumpió —. Vamos a pasarla bien, tal vez terminen limando sus asperezas esta noche.
—Estás loco si piensas que yo iré —caminó hacia el interior del departamento —. No me interesa cruzar palabra con esa mujer.
—Cuidado, no te vaya a aplastar tu orgullo. ¿No puedes dejarlo de lado, y divertirte un rato con nosotros?
—¿Cómo puedo divertirme con alguien como ella?
—Oye —Ian se detuvo —, dices palabras que ni tú te crees. ¿Te has dado cuenta que en cuanto entré, comenzaste a hablar de ella?
—No, no me di cuenta.
—Ya deja tu absurda perorata y vamos al bar.
—¿Sabes qué?, no me interesa ver como recuerdan viejos tiempos.
—Pareces un niñato celoso —Kenneth fue hasta la puerta, pero se detuvo —. Si quieres venir, ya sabes dónde estaré.
—No tengo ni puta idea, y no me importa.
—Sí que lo sabes, es donde tuviste sexo detrás del escenario —abrió —. Sé que irás. Te mueres por Isabella.
—¿Cómo tú?
—Por supuesto —sonrió.
—Hmp, idiota.
En cuanto quedó a solas, se pegó con la mano en la frente. El imbécil de Kenneth tenía tanta razón. Se moría por ella. Si tan solo bastó con oír su voz para que partes dormidas de su viril cuerpo reaccionaran, pero de ahí a ver cómo flirteaban. No. Ni a un jodido metro estaba de ver como su amigo se liaba con la mujer que liaba a él la maldita cabeza.
Quería verla, y eso que lo había hecho hacía horas atrás, pero eso no le bastaba. Quería observar su rostro y oír su voz cuando le hablaba, aunque lo háyase presenciado, no le bastaba. Le gustaba cuando se las daba de seductora y coqueta con él. Le gustaba cuando lo provocaba y sacaba de sus casillas. Le encantaba cuando sentía ese calor ardiente en su cuerpo, al punto de incendiarle la piel. Le encantaba cuando ella lo tocaba a modo de ironía, o quizás de verdadero deseo.
Que mal lo ponía esa maldita mujer...
Su sangre hervía y lo sabía...
Ese calor que ella desprendía hacía que él quisiera meterse de lleno en su infierno. Deseaba volver a palpar esas manos en su pantalón, dentro de él y acariciando aquello hasta que las puntas de sus dedos le quemasen. Se pasó la mano por el cabello mientras bufaba con los ojos cerrados. Entonces, sin darse cuenta, agarró su chaqueta y salió detrás de Kenneth.
Sí, iría a verla...
Él creía que con un par de minutos le bastarían para querer alejarse otra vez de ella, pero lo que no sabía es que saldría de ese lugar con una propuesta que le haría explotar la cabeza.
No vio a Kenneth, así que supuso que había tomado un taxi hasta el bar. Manejó al tiempo que golpeaba el volante con la punta de los dedos. Sentía unos absurdos nervios. Sentía unas absurdas ansias. Sentía unas estúpidas ganas de ver esa pasión desafiante en los ojos negros de Isabella, mientras ambos cruzaban palabras sarcásticas y atrevidas que los hacían, porque estaba seguro de ello, querer estar solos en una habitación hasta acabar con esas ganas que tenían por el otro.
Estaba absolutamente seguro que después de tener sexo con ella, se acabaría toda esa locura. Por supuesto que sí. Porque creía que la verdad era que, como no pudo hacerla caer a la primera, como a la mayoría, esa Isabella se había vuelto un completo desafío para él. Pero lo cierto era que estaba completamente equivocado porque en cuanto probase las delicias de aquel cuerpo, caricias y besos femeninos de las que sería colmado, se vería atrapado en una pasión de la que sería muy difícil poder salir.
Oh, Ian...
No sabes la que te espera...
Cuando llegó se paró afuera de un ventanal que dejaba ver el interior del lugar y, oh, sorpresa, Kenneth e Isabella estaban tomados de las manos de una forma muy íntima. Ian se mordió el interior de la mejilla y dejó salir un poco de aire por su nariz. Dudó un par de segundos antes de entrar, pero, decidido, lo hizo y en cuanto pasó aquello, Isabella enfocó sus ojos en él y sonrió. En ese instante Ian supo que ella se había hecho la tonta y que sí, por supuesto, sabía quién diablos era él. Esa mierda de: "¿Ian? Mmm..., no recuerdo a nadie con ese nombre". No era más que una trampa para hacerlo caer.
Como de costumbre...
Esa era la naturaleza de ella...
Y él, como imbécil, caía...
Una y otra vez...
Se estiró un poco la chaqueta mientras se acercaba hasta la mesa donde se encontraban, y por cada paso que daba, su pulso se iba acelerando un poco más. Algo que era absurdo para un hombre tan experimentado como él. Sin decir una sola palabra corrió la silla con el pie y tomó asiento, sin dejar de observarlos. Kenneth lo miró con una sonrisa y ella con una ceja elevada. Ian enderezó la espalda y levantó el brazo para llamar a un camarero, pero Isabella lo detuvo cuando dijo.
—: Ya hemos pedido por ti.
Ian sacó la lengua y acarició sus labios —Ah, ¿sí?
—Claro, sé lo que te gusta —ladeó la cabeza al tiempo que dejaba descansar la mejilla sobre sus nudillos.
—¿Y se puede saber qué es lo que me gusta?
Como le gustaba ese intercambio licencioso de palabras...
Ella sonrió...
—Bueno, te gusta algo que sepa dulce, pero con carácter —comenzó —. Algo atrevido y quizás desafiante.
—Puede ser —comentó a la vez que cruzaba los brazos sobre su pecho.
—Algo que te sumerja en una tormenta donde la mente te quede levitando, o tal vez —se acercó un poco —, algo que te haga ir más allá hasta darte cuenta que no puedes vivir sin ello —terminó de hablar con la punta del dedo casi metido dentro de la boca.
—Jodida mierda —fue lo único que pudo decir.
Kenneth los miraba y se reía. Isabella tenía las armas necesarias para que Ian no pudiese dejar de pensar en ella. Esa mujer era impresionante y de eso se dio cuenta cuando la vio por primera vez. Por supuesto que no tenía idea de que ella era una dominante, pero al ver la interacción que tenía con su amigo, se daba cuenta que le encantaba jugar con fuego. Los conocía a ambos y aquel juego de poderes con el que los dos se divertían, no eran más que ganas por terminar entre cuatro paredes.
—Me alegro que hayas decidido venir —comentó con sarcasmo.
—Sí, bueno, no tenía nada que hacer —miró a Isabella —. Tú, así que si sabías quién era yo, ¿verdad?
—No, no lo sabía —se encogió de hombros —. Solo que al verte entrar me di cuenta.
—Mentirosa. Mi nombre no es común, soy amigo de este imbécil. Es obvio quien era.
—Para mí no. Tuve que ver tu cara para poder recordarte.
—Supongo que si recuerda lo que pasó meses atrás —dijo mordaz.
Ella se puso rígida y sus ojos se fueron hacía Kenneth.
—No te preocupes, lo sé y no te juzgo por ello —habló mientras se servía vino —. Créeme que también le hubiese dado sus buenos azotes en el culo.
—¿Qué dices?
—Eres bastante impertinente y no dudo que le hayas dicho una de tus pesadeces a Isabella.
—No sabes de lo que hablas, mejor cállate.
—Miren —intervino ella —, la idea es olvidarse de todo y pasarlo bien, aunque sea por un rato, ¿no? —ambos se quedaron en silencio —. Ian —él la observó —, como te dije hoy, espero que olvides lo que ha pasado.
—Pff... Seguro. Sería mejor recibir unas sinceras disculpas, ¿no crees?
—Si eso te sirve de alg...
—Sí —interrumpió.
—Haré una maldita excepción y me tragaré mi... —resopló —. No sabes cuan afortunado eres al recibir estas palabras y si no lo sabes apreciar te vas al diablo. Lo siento.
—Pero cuánta sinceridad —le dijo con sorna.
—Vete al diablo.
—Ian, deja esa mierda ya. Isabella se ha disculpado, ¿vale? Eso pasó hace tanto tiempo que para que ser tan rencoroso.
—Lo dices porque no pasaste por ese infierno —vio la cara de desaprobación de Kenneth, así como también el gesto que le hacía hacia Isabella, así que comprendió que por esa noche dejaría la pelea a un lado —. Está bien, solo por hoy me callo. Pero sabes que eso no lo olvidaré —Kenneth puso los ojos en blanco.
—Lo sé.
—Entonces, por esta noche hagan una tregua.
—Yo no tengo problema —estiró el brazo, elevado, por encima de la mesa —. ¿Tregua?
—Tregua.
Y cuando estrechó su mano ahí volvió a experimentar aquella sensación de no querer soltarla más. De querer detener el tiempo para quedarse así, mirándose a los ojos y olvidándose de todo lo que estaba a su alrededor. De querer quitar todo lo que estaba sobre la mesa y acostarla en ella para poder saborear cada recoveco de su femenino cuerpo. Sin embargo, cuando Isabella apretó sus dedos, Ian tuvo que dejar de fantasear con sus perversiones ya que también oyó la fingida tos de Kenneth. Por lo que no le quedó más remedio que salir de su excitante mundo.
La soltó...
Pero quería volver a tocarla...
—Entonces —comenzó Kenneth —, ya que nos han traído los tragos, brindemos.
Cuando Ian miró la mesa, se percató que ahí estaba su vaso de whisky. Es que ni siquiera se dio cuenta en qué momento había ido el camarero. Si cada vez que la vería, perdería la noción de su entorno, quería decir que su estado era mucho más grave de lo que él pensaba. No le quedó más remedio que levantar su vaso y unirlo a los otros dos para hacerlos chocar en el aire.
—Por esta noche.
—Porque sea inolvidable —dijo ella.
Ian no dijo nada y bebió un largo sorbo mientras miraba hacia otro lugar, pero cuando Isabella carraspeó, enfocó los ojos en ella. Eso no le sentaba bien, ya que al verla podía jurar como sus sienes comenzaban a latir. No obstante, estaba seguro que ella lo había hecho con la intención de que, precisamente, eso ocurriese.
—¿Ustedes son muy amigos?
—Sí, somos amigos desde hace muchos años —ella miró a Kenneth.
—Entonces cuando nosotros salíamos, ¿ya se conocían?
—Sí —respondió, Ian, cortante —. Y antes de que preguntes, ya sé sobre su amorío de oficina.
—Es que ni siquiera me interesa preguntarte eso.
—Te lo aclaro. Digo, como andas tan curiosa.
—Si Kenneth te contó lo nuestro, pues me parece bien.
—¿En serio? —preguntó —. ¿No te molesta que le haya dicho?
—¿Por qué debería molestarme? Si son tan amigos, supongo que comparten todo, ¿no?
Ian entornó los párpados...
¿A dónde quería llegar con esa insinuación?
—No todo —dijo él.
—Bueno, pero eso podría cambiar hoy.
—¿Qué quieres decir?
Estaba claro lo que pretendía, y no sabía cómo diablos Kenneth no se había percatado de ello.
—Tengo algo que proponerles.
—No quiero —Ian se negó antes de que terminase con esa locura.
—Pero si ni siquiera sabes lo que es.
—Sí lo sé. Lo sé perfecto.
—¿Ah, sí? —le sonrió.
—Sí, y estás demente si crees que voy a aceptarlo.
—¿Se puede saber de qué hablan?
—Esta mujer nos quiere propo...
—Quiero que hagamos un trío —interrumpió al tiempo que entrelazaba los dedos debajo de su quijada.
Kenneth se quedó quieto...
Ian bajó el rostro mientras la miraba...
Isabella por cada parpadeo dirigía la vista de uno a otro...
Todo alrededor de los tres había desaparecido en cuanto Isabella les propuso aquello. Se quedaron en completo silencio y ambos no dejaron de mirarla, sobre todo Ian que hasta había fruncido el ceño por la desfachatez de ella al pedirles un trío. Así que dirigió sus ojos a Kenneth, después a ella y decidió hablar luego de algunos minutos.
—Te dije que esta mujer está loca.
—¿No me digas que nunca has hecho un trío?
Ian tragó saliva...
—No es asunto tuyo.
—Por tu reacción pienso que no lo has hecho —dirigió los ojos hacia Kenneth, quien todavía no hablaba —. ¿Te gustaría que hiciéramos un trío?
—Bu..., bu..., bueno no lo sé.
—Oh, vamos. Cualquier hombre aceptaría con los ojos cerrados.
—En primera, no soy cualquier hombre —rebatió Ian —. Segundo, ya sé cómo eres así que no voy a volver a caer.
—Veamos —bebió un trago y comenzó —. Esto es sencillo. Miren, para hacerlo más fácil les doy el beneficio de poner las condiciones que quieran. No cualquiera tiene este privilegio.
—Vaya, pero cuanta consideración.
—Para que tú veas. Es un lujo que ustedes pongan las reglas. No suelo hacerlo, considérense afortunados.
—¿La regla que sea? —Ian abrió los ojos y lo miró de inmediato.
—¿No me digas que lo estás pensando?
—A ti te gusta Isabella.
—¡Te dije que no es así!
—A mí me gusta también —siguió sin tomarlo en cuenta.
—También me gustan ambos y es por eso que quiero que los tres compartamos más... —echó el cuerpo hacía adelante y levantó un hombro —, íntimamente.
—¿Qué te hace pensar que yo quiero algo como eso?
—Yo te gusto, y mueres por tenerme en una cama.
—Eso no es así.
Isabella se puso el dedo sobre la boca —. Bueno, el comportamiento que hoy tuviste conmigo en la universidad me dijo todo lo contrario.
—Así que si hiciste el ridículo —comentó Kenneth en voz baja.
—Eso no significa nada. Cada vez que siento unas manos femeninas en mi cuerpo, soy así. Así que no te creas tan importante.
—Sí tú lo dices —siseó con ironía —. Pongámoslo de esta forma. Por tu carácter, eres como el chocolate amargo que tanto me gusta comer —miró a Kenneth —. Y por el tuyo, eres la cautivante vainilla que siempre me gusta saborear.
El estómago de Ian se contrajo...
—¿No les gustaría probar la dulce, cautivante y peligrosa cereza?
—¿Se supone que esa serías tú?
—Así es.
—Yo no te veo nada de dulce.
—Lo soy. Soy tan dulce y peligrosa que el que se está conmigo se lleva un muy grato recuerdo de mi sabor.
—Yo lo hice —comentó el rubio —, y me encantaría volver a hacerlo.
Ian soltó un fuerte soplido por la nariz...
—Una cereza cubierta de crema con sabor a chocolate y vainilla, ¿no sería eso excitante?
—Ay, Isabella, has hecho que sienta apretado el pantalón.
Y Ian sentía lo mismo...
Pero no lo dijo...
—Pueden pensarlo.
—Yo no tengo nada que pensar.
—Y darme una respuesta cuando quieran —ni siquiera tomó en cuenta la negativa de Ian.
—Yo sí quiero. Dime donde y cuando que ahí estaré.
—Perfecto, ¿y tú?
—Parece ser que no me oíste. Dije que no.
—Tú te lo pierdes —se encogió de hombros —. Kenneth, ¿tienes algo que hacer ahora?
—La verdad es que no.
—¿Te gustaría ir a mi departamento? Como tu amigo se negó, podemos ir nosotros a divertimos un rato.
Ian miró a Kenneth con el rostro absolutamente serio. Con esos intensos ojos negros le intentaba transmitir que no se atreviese a ir con ella. Con esa boca fruncida le intentaba dar a entender que él no estaba de acuerdo con que estuviesen a solas. Con esa rígida pose le intentaba decir que no quería que le pusiera un maldito dedo encima. Sin embargo, tuvo que tragarse la devastadora sensación que lo había invadido. Él se había negado, así que no tenía por qué diablos observar a su amigo como si lo quisiera matar. Aunque, esperaba que Kenneth dijese que no.
—Vamos —los párpados de Ian se cerraron en cuanto escuchó aquello.
—¿Seguro que no vienes? —le preguntó al tiempo que se ponía de pie.
—Muy seguro —pero su tono de voz no le dio la razón.
—De acuerdo —tomó su chaqueta y su cartera —. De todas maneras, mi propuesta sigue en pie. Cuando quieras puedes darme tu respuesta, pero estoy muy segura que será un sí —cuando le dio la espalda para comenzar a caminar, giró el rostro por sobre su hombro —. ¿Nos vamos Kenneth?
—Claro —dejó que ella diese un par de pasos y bajó el cuerpo a la altura de un tenso y frío Ian —. No debiste negarte.
—No deberías ir con ella —bufó con los dientes apretados —. Eres un hijo de puta traidor.
—Tú quisiste que las cosas salieran de este modo. Isabella nos dio la oportunidad de hacer un trío, un maldito trío y te negaste. Ahora no me vengas con mierdas de insultos porque nadie tiene la culpa más que tú —se enderezó y metió las manos en sus bolsillos —. Puedes quedarte ahogando la calentura con ese vaso de whisky, o bien puedes ir a tu departamento y hacer uso de tus manos hasta quedar sin las líneas de las palmas.
—Jodido bastardo.
—Pero bien jodido —ironizó —, tanto así que ahora mismo me voy con esa cereza para dejarla cubierta con crema de vainilla.
Y se fue dejándolo solo...
Ian apretó el vaso en su mano cuando los vio tomarse de las manos, pero lo lanzó lejos cuando se dieron un beso en la boca. Ni siquiera le importó que los cristales hubiesen explotado en mil pedazos. Ni siquiera le importó que estaba en un recinto lleno de gente que lo miraban como quien tiene a un demente en frente. Muchos menos le importó que le pudo provocar daño a alguien. Solo sentía una inmensa ira que hizo su sangre hervir. Intentó tragar saliva y la sintió tan amarga como estaba él.
No obstante, eso no quedaría así porque un excitante suceso lo haría cambiar de opinión. Pero de momento, tuvo que masticar y engullir la cólera e indignación al saber que su mejor amigo, con la loca que lo volvía loco, se habían ido a tener sexo sin importarles un carajo el haberlo dejado solo y con ganas.
—Que se vayan al maldito diablo.
Se pasó los dedos por la boca y se puso de pie para salir de allí...
****
¡Se negó!
¿Será un estúpido, o fue precavido?
¿Qué piensan?
¿Habrá o no trío?
¡Hola! Espero que el capítulo les haya gustado, en general, espero que la historia les esté gustando.
La info sobre la sumisión masculina fue sacada de un blog, no fue copiada al 100%, pero mucha info fue extraída de ahí. Sin embargo, he de mencionarla y aquí les dejo el link por si quieren leer.
https://www.grupotortuga.com/El-deseo-de-someterse-y-la
Que tengan un bello día.
Besos y nos estamos leyendo :)
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