Capítulo 1
Se permitió el lujo de tener sexo con aquella mujer dentro de un baño, sin ser consciente, era una de sus más perversas fantasías. Miraba cómo sus senos se movían al ritmo de sus desenfrenadas embestidas. La gota de sudor que corrió por su frente, fue sacada por los labios de ella. Estaba en la gloria, como amaba tener sexo. Era amante de las mujeres, era el dueño de sus cuerpos cuando las poseía. ¿Se podía considerar un maniático sexual? Absolutamente sí. Puesto que él se pensaba fiel creyente de que la unión carnal lo satisfacía todo. Estrés, amargura, aburrimiento, calentura. Para Ian Romano, todo eso, se podía acabar con una buenísima follada.
Apretó esas nalgas entre sus manos y siguió con aquel sensual movimiento pélvico, al tiempo que soltaba un gruñido en su oído. El mete y saca era la mejor sensación para ese insaciable cuerpo en busca de más. Le mordió los labios y logró hacer que ella se quejara gustosa, como pidiendo a gritos ser cogida con salvajismo. Dios, ni siquiera recordaba su nombre, pero eso era lo de menos porque lo importante era lo bien que lo estaba pasando entre sus piernas.
Tan egoísta...
La había visto en cuanto entró al bar, no le pudo quitar los ojos de encima y actuó según su modus operandi. Levantó el vaso de whisky en cuanto ella clavó sus iris cafés en él. Hizo un silencioso brindis acompañado de una mirada licenciosa. Por supuesto que, por ella, por su belleza y su voluptuosidad, sonrió coqueto. Sabía que eso las hacía caer y esa, no fue la excepción. Se acercó hasta su mesa, sin ser invitado, y se sentó frente a ella al tiempo que deslizaba la mano por sobre la cubierta de madera lacada. En absoluto silencio, entrelazó los dedos con los de ella y alzó su mano para besarle el dorso.
Era un completo seductor...
Conversaron por breves instantes. Entre ellos saltó la chispa de manera inmediata y hubo risas libertinas, coquetas y muy cargadas de lívido sexual. Entonces, Ian no aguantó más la tentación de probar esos delgados labios. ¿Por qué no decirlo? La mujer era una belleza, cabello rizado, ojos cafés, tés morena. Guapísima.
Cuando sus bocas se encontraron por primera vez, Ian tuvo la osadía de colar su mano por debajo de aquella mini falda que dejaba poco a la imaginación. La chica se separó de él y al mirarlo a los ojos, se dio cuenta de que era lo que ese depredador quería. Como era de esperarse, se mordió el labio en un gesto lascivo y lo tiró de la camisa para seguir con tan exquisito beso.
Y allí estaban, a punto de acabar con una sesión de sexo que los tenía jadeantes, sudados, y con los ojos nublados en busca del tan ansiado clímax. Un par de estocadas profundas bastaron para que la chica gritara como loca dentro del pequeño cubículo. Seguido, Ian se corrió dentro del preservativo. No se preocupó de quedarse en su interior por demasiado tiempo. Por lo que se deslizó entre sus pliegues, sacó el condón, se acomodó el pantalón que, estaba en sus rodillas, y fue hasta el lavamanos. Ella salió segundos después, y todavía se podían apreciar sus pupilas dilatadas y las mejillas enrojecidas a causa de la enorme descarga de endorfinas que le provocó el orgasmo que sintió. Al mirarla a través del espejo, se volvió con una sonrisa.
—Estuviste encantadora —le dijo al tiempo que le acariciaba la mejilla.
—Podríamos juntarnos otra vez —propuso mientras le pasaba los dedos por los botones de la camisa.
—Podríamos... —se sonrió —, pero no.
Ella lo miró con el ceño fruncido —¿Por qué?
—Cariño, yo no soy un hombre que se acueste dos veces con la misma mujer —le besó la mejilla —. Que estés bien —dicho semejante estupidez, salió del baño.
Si tan solo supiera que aquella regla, muy pronto, se rompería en pedazos...
Iba silbando mientras se pasaba los dedos por el cabello. No se podía quejar, había sido una noche muy, muy agradable. Una guapa mujer más para su ridícula y retorcida lista de perversiones. Llegó a la mesa que compartía con su mejor amigo, Kenneth. Al mirarlo, hizo una mueca satisfactoria al tiempo que se encogía de hombros. Kenneth soltó una carcajada e hicieron sonar sus vasos. Los amigos podía ser los mejores cómplices a la hora de hacer cuanta tontería se les ocurriese.
Maldito, conocía a tal punto sus tiempos de follada que, cada vez que terminaba, le tenía un vaso listo y una tabla de carnes para picar. Porque claro, Ian, no era de los que llevaba a las mujeres hasta su departamento, no. Donde tenía la oportunidad lo hacía y le daba exactamente lo mismo donde estuviesen. Si era en una discoteca, un club, un bar o lo que se le pareciese. Además, siempre andaba con su compañero de juergas.
Juntos, hacían las mil y unas estupideces...
—Este whisky está exquisito —saboreó con deleite.
—¿Cómo esa mujer? —pregunto alzando una ceja.
—Kenneth, sabes que no me gusta hablar de mis encuentros —regañó mientras llevaba un trozo de carne hasta su boca.
—Lo sé hombre. Pero pensé que esta vez romperías con ese hermetismo.
—Te equivocaste —se sonrió con malicia —. Será mejor que nos vayamos. Mañana tengo clases temprano —se puso de pie.
—Eres un aburrido —Kenneth se quejó con un suspiro.
—No, es el mero sentido de la responsabilidad.
Al estar fuera del local, se acercó un chico de cabello rubio con el auto de Ian. Le tendió las llaves y cuando se subió, vio a la mujer con la que hacía menos de media hora había cogido. Ella lo observó con los párpados entrecerrados, Ian llevó sus dedos índice y cordial hasta la frente en un gesto de despedida. Le regaló una sonrisa arrebatadora y aceleró, perdiéndose entre las calles de la enorme ciudad.
Sus finos y largos dedos iban tamborileando sobre el volante, al ritmo de aquella canción que había escogido para volver hasta su departamento. El tipo estaba saciado hasta decir basta. A decir verdad, se me había olvidado contar un pequeño detalle. Antes de la mujer del baño, hubo otra detrás del escenario, mientras la banda de Jazz tocaba una sutil melodía. ¿Cómo diablos no iba a ir con una sonrisa estúpida, dibujada en esa exquisita boca? Alguna vez tuvo una noche como esa, y se le había olvidado cuán perversa podía llegar a ser.
Follar con el riesgo de ser pillados, es un morbo que hay que vivir...
Pasó la lengua por sus labios y un pequeño hoyuelo se formó debajo de su boca. Todo en él irradiaba sexualidad. Joder, si hasta cuando no se lo proponía el tipo expulsaba erotismo por cada poro de su libertino cuerpo. Cuando pasó cambio, aquel toque fue tan sutil que se asemejó a la caricia de la que colmaba los senos de una mujer.
Su vista iba fija en la autopista. Su cuello se movía de un hombro al otro. El camino se le estaba haciendo más largo que de costumbre, ¿cómo no? Si iba tan ensimismado en su intensa velada, que tomó el rumbo equivocado. Idiota, se dijo entre dientes. No todo podía ser tan impecable, ¿no? Si bien intentaba ser perfecto en todo, también tenía sus fallas y vaya que a veces eran aberrantes, por no decir, demasiado ridículas. Como aquella ocasión en la que por estar mirando los senos de su colega se quemó la boca con el café, provocándole una ampolla por dentro del labio que le duró más de una semana. O como esa vez que quiso pasarle las manos por las piernas a la camarera, recibió una bofetada en pleno público dejándolo en vergüenza.
Muy bien merecido, por ser un jodido acosador...
Resignado, tomó la rotonda de la autopista para retomar el camino hasta el departamento de Kenneth, quién iba dormitando sobre el asiento del copiloto. Ian lo miró por el rabillo del ojo y sonrió. Ellos eran amigos desde que tenía memoria, aunque hubo un largo tiempo en el que estuvieron separados debido a que Ian se había ido al extranjero a estudiar Literatura. Sin embargo, cuando llegó de vuelta a Manhattan, lo primero que hicieron fue juntarse y echarse unos tragos para celebrar que ambos se habían convertido en profesionales.
—Oye —lo movió con el codo —, ya despierta. Hemos llegado.
—No me jodas, esta mierda está muy cómoda —se quejó con los ojos cerrados.
—No me jodas tú. Ya mueve ese culo y sal de mi auto —esta vez el golpe fue en las costillas.
—Maldito Ian, siempre molestando —con los dedos adormecidos, porque los llevó todo el camino entrelazados, se sacó el cinturón —. ¿Mañana nos vemos? —preguntó en cuanto bajó del auto.
—Depende. Mañana tengo un examen y si tengo tiempo, te aviso.
—Vale.
Ian lo vigiló hasta que entró al edificio y emprendió rumbo hasta el suyo. Ser un profesor de Literatura no era tan fácil como él lo había pensado, porque aquella arte de la expresión verbal, en sí era compleja. Pero su vocación y pasión lo llevó a tomar la decisión de estudiar esa carrera, de querer compartir y enseñar todo lo aprendido. Era un maestro, por decirlo, bastante joven e impartir clases en una Universidad muchas veces era realmente jodido, sobre todo, por las chicas, las cuales no se avergonzaban a la hora de sacar cualquier excusa para tenerlo cerca.
No obstante, a pesar de que el tipo era de sangre bastante caliente, sabía cómo mantenerlas a raya. Antes que su libido, estaba su ética y profesionalismo, así que, follar con una de sus estudiantes no era tan siquiera una opción para tan obsceno hombre. Su seriedad e intransigencia, rápidamente las bajaba de las nubes que se habían subido sin su consentimiento. No le interesaba en lo absoluto crear problemas innecesarios. Más aún, cuando la ciudad estaba plagada de mujeres de casi su misma edad.
Como ella...
Para Ian, el tener una relación sentimental y seria no era una prioridad, debido a que dedicaba gran parte de su tiempo al trabajo. Además, ¿para qué encasillarse con una sola persona, cuando estando en soltería podía disfrutar el doble? Él no era un hombre que generara vínculos sensibleros con nadie, creía que eso era para personas débiles que se volvían dependientes del otro. No, él era independiente en todos los sentidos y no pretendía caer en las garras de ninguna falda.
Pero caería...
Y como no tenía una jodida idea...
No se percató en qué momento pasó, pero ya se encontraba dentro del elevador. En realidad, tampoco le dio mucha importancia. Fue soltando algunos botones de su camisa. Se sentía agotado, tan solo quería darse una ducha y acostarse a repasar algunas cosas pendientes. Se estaba mirando los dientes en el espejo del costado, cuando de pronto sonó un pitido. Se metió las manos a los bolsillos e intentó actuar normal, como si no se hubiese estado quitando un pedazo de carne que tenía entre ellos.
Al deslizarse las puertas, miró con poco interés hacia aquellas personas que estaban paradas afuera del elevador, sin embargo, al prestar un poco más de atención, tuvo que mirar casi tres veces para percatarse de que no estaba viendo una ilusión. Allí, a unos escasos centímetros de él, estaba la mujer que había visto salir de aquella tienda hacía casi dos semanas atrás.
Estaba en compañía de un hombre que era casi tan alto como él, de cabello rojizo y aspecto desgarbado, pero con un toque de elegancia. Ian estaba siendo espectador de una escena que nunca pensó ver. La desconocida mujer que lo dejó pensándola durante varios días, cosa muy inusual en él, tenía una mano metida dentro del pantalón de ese tipo y con la otra lo tenía sostenido del cabello, mientras dejaba pasear la lengua por aquel masculino rostro que miraba hacia abajo. Él tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta, se notaba que lo estaba disfrutando. Pero quien en realidad estaba controlando la situación, era ella.
Ella...
Ian estaba olímpicamente pasando desapercibido por la parejita. Pero su garganta se resecó al bajar la vista y ver cómo esa mano se movía de arriba hacia abajo. Sus aletas nasales se dilataron y su corazón comenzó a bombear con fuerza. De pronto, salió del trance y carraspeó para llamar la atención. Observó cómo, antes de separarse de él, una sugestiva sonrisa se formaba en la boca de aquella mujer antes de detener el vaivén de su muñeca. Se separó del hombre y quedó mirando a Ian, su barbilla se alzó al igual que su ceja. Sí, lo estaba analizando sin un ápice de pudor. Como si estar masturbando a ese tipo, no hubiese sido nada.
Enfundada en un vestido negro hasta las rodillas, con el rostro despejado debido a su peinado y unos tacones tan exagerados como aquella vez, estaba frente a él la mujer que lo haría vivir más de alguna experiencia de la que Ian ni siquiera era consciente. Las manos que tenían preso a ese hombre, ahora estaban puestas en esas caderas de escándalo. Lo observaba fijamente, como si de una presa se tratase. Aquello hizo que al seductor Ian se le entumeciera la nuca.
Nunca había visto tal dominio en una sola mirada...
Nunca había experimentado tal hipnotismo...
—Querido —dijo sin dejar de observarlo —, ya puedes irte.
—Sí, señora.
Esa pequeña interacción lo confundió. ¿Señora? ¿Acaso ese tipo, que había girado e iba rumbo a las escaleras, se estaba follando a su jefa? Ahora que lo pensaba mejor, era de esperarse que algo así ocurriese. La mujer era exquisita, y si hubiese estado en los zapatos de ese hombre seguramente habría hecho exactamente lo mismo. Como era, lo más probable es que hubiese probado todos los rincones de tan maravilloso cuerpo. Se sonrió de solo pensarla en cuatro, con el cabello enredado entre sus dedos, y con los gemidos que podrían salir de tan deliciosa boca.
—Tú —Ian enfocó sus ojos en los de ella —, ¿ya dejaste de fantasear tonterías?
—¿Y quién te ha dicho a ti lo que estoy pensando? —preguntó coqueto.
—No hace falta que alguien me lo diga. Conozco a los de tu tipo —aseveró.
—¿Segura? —su voz se tornó ronca.
—Como no tienes una idea —dijo mientras su cabeza negaba con sutileza.
—Espero que no te equivoques —sí, quería provocarla un poco más.
Entonces, ella dio un par de pasos firmes y quedó frente a él, dentro del elevador. Levantó la mano y, por impulso, Ian se echó hacia atrás. La mujer alzó el labio formando una sonrisa sarcástica, pero no se detuvo allí. Deslizó el índice por la mejilla de Ian y se detuvo en la barbilla para levantar levemente el rostro de él. Se fue acercando de a poco, lo que produjo en él un estremecimiento absurdo al sentir la tibia respiración de ella sobre su cuello. Ian estaba jodidamente tan quieto como si de una efigie se tratase. Lo único que se movía era su pulso que latía frenético detrás de sus orejas.
Comenzaba a experimentar un calor irracional, uno que iba más allá de toda lógica para él. Sentía que su cuerpo comenzaba a quemarse por tenerla así de cerca. Tanto así, que estaba a punto de cerrar los ojos, agarrar su cintura y hacerla rodear sus caderas con las piernas para follarla duro contra todos los jodidos espejos del pequeño espacio. No obstante, las siguientes palabras lo sacaron de sus insanos pensamientos.
—Yo nunca me equivoco. No sabes cuan peligroso es el que te quieras meter conmigo —susurró solo para él —. Nunca quieras provocarme, porque no sabes como es mi infierno y no queremos que termines chamuscándote en él, ¿verdad? —preguntó con audacia.
—Ponme a prueba —pidió sin darse cuenta de ello.
Ella se separó de él y lo observó con desdén —No me apetece —le dio la espalda y salió del elevador —. No estás listo, ni lo estarás nunca. Eres demasiado presuntuoso como para meterte entre mis piernas.
Esas palabras fueron como dos bofetadas con guante blanco...
Y lo hicieron espabilar...
—Muñeca, opino lo mismo de ti —ella lo observó con ojos entrecerrados —. La petulancia no me llama la atención —apretó los botones —. Que tengas linda noche —e hizo una reverencia antes de que cerraran las puertas.
Cuando estuvo a solas, pestañeó en repetidas ocasiones mientras inflaba sus mejillas botando el aire que había retenido. ¿Qué mierda había sido eso? ¿En realidad había pasado? Todavía podía sentir los latidos en todo su cuerpo. ¿Quién diablos era esa mujer? ¿Y, porque se puso así de tenso con su cercanía? ¿Por qué su garganta no dejaba bajar su maldita saliva? Nunca le había sucedido algo así de semejante e irrisorio como aquello. Que intercambio de palabras más insensato.
—Creída. ¿Quién se cree que es? —masculló al tiempo que se pasaba los dedos por el lugar donde ella había soltado ese pequeño soplo desde su nariz.
No es quién se cree...
Es en lo que será y se convertirá para ti...
****
¡Uhh!, de armas tomar la chica.
¿Qué les ha parecido?
Espero que les guste esta historia que está recién comenzando.
¡Besos!
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