Capítulo 8: Descubrimiento
Habían pasado varios días desde mi discusión con Zack, días en los que prácticamente no nos dirigimos la palabra. Solo interactuábamos en los ensayos y para las lecciones de bajo.
Cuando estábamos en la misma habitación la tensión era evidente. Caleb, como era costumbre en él, contaba algún chiste o decía cualquier tontería para relajar el ambiente, pero nunca funcionaba.
En estos momentos me estaba duchando porque en breve saldría con Caleb al centro comercial para comprar un regalo, aunque no le mencioné que sería para Flori, mi hermana menor.
Las palabras de Cora ahondaron mucho en mi corazón. Ella tenía razón. Debía ser valiente y enfrentar a Flori.
Ella no me juzgará...
O eso espero...
Al concluir la ducha, tomé mi toalla y comencé a secar mi piel con delicadeza mientras tarareaba, distraída. De repente, alguien abrió la puerta del baño.
—¡Zack! —chillé, cubriendo mi cuerpo a la velocidad de la luz.
—Mierda —gruñó con ojos desorbitados y luego se giró automáticamente—. Lo siento, Phoebe... Yo... pensé que ya te habías ido... —explicó entre balbuceos, mirando fijamente el suelo mientras apoyaba una de sus manos en la pared y la otra en la puerta.
La espalda de Zack estaba desprovista de ropa y se movía de una forma un tanto exagerada, como si estuviera hiperventilando y, además, sus nudillos se tornaron blancos debido a lo mucho que apretaba sus puños.
Su mano continuaba ligeramente lastimada. Aún no me había contado el motivo de sus heridas. ¿Habrá peleado con alguien?
—¿Zack...? —murmuré, aproximándome a él—. ¿Estás bien? —indagué con preocupación, palpando su ancha y sensual espalda.
Al percibir mi tacto, se tensó al instante.
—¡No me toques, maldita sea! —rugió, tomando el picaporte para largarse dando grandes zancadas, lo cual me dejó impactada.
¿Por qué reacciona así?
Antes de salir del baño me vestí con una ropa ligera y cómoda para ir en su búsqueda.
—¿Zack? —musité al verlo sentado en el sofá.
La televisión estaba encendida transmitiendo un documental sobre focas, pero él ni siquiera lo estaba viendo. Estaba muy concentrado analizando la pared.
Al escuchar mi voz, depositó su atención en mí y recorrió mi cuerpo con la mirada. Después volvió a fijar la vista en la pared rápidamente.
—¿Qué? —gruñó.
—Solo quería saber si estabas bien... —expliqué, preocupada, tomando asiento a su lado mientras él jugueteaba con un cojín sobre su regazo y movía su pierna con desesperación, como si mi presencia le molestara.
—Estoy perfectamente —respondió con la mandíbula tensa, lo cual no me dejó para nada convencida.
—Llevamos varios días distanciados, Zack. Últimamente casi ni nos dirigimos la palabra. No quiero seguir así... —admití, tocando su rodilla, la cual apartó como si mi tacto quemara—. Solo quiero entender por qué estás enojado... —declaré, intentando disimular el dolor que me producía su rechazo.
—No lo estoy —aclaró, clavando sus dedos en el cojín.
—Sí lo estás —repliqué, ceñuda.
—Quédate tranquila. No estoy enojado. Por mí podemos olvidar todo lo que pasó —señaló, moviendo su pierna rápidamente.
La tranquilidad de sus palabras y de su expresión hacía un enorme contraste con su lenguaje corporal.
—Ni siquiera me has mirado... —refuté con tristeza—, pero está bien. No volveré a opinar sobre las chicas a las que traigas a casa —dejé en claro, poniéndome en pie para ir a mi habitación mientras subía el tirante caído de mi blusa—. Solo una cosa —me giré para enfocarlo y él desvió la mirada, nervioso—, a ninguna chica le gusta que la trates como lo hiciste con Bonnie. Aunque no quieras nada serio con ellas, no deberías tratarlas así. Es doloroso ver cómo el chico que te gusta te rechaza... —añadí y su expresión se ablandó, quedándose pensativo.
—¡Pheebs! —llamó mi atención justo antes de que me marchara—. Lamento haberte gritado... Es que... —se quedó en silencio, avergonzado.
—Tranquilo, no tienes que explicarme —emití para que no se preocupara—, pero no vuelvas a hacerlo, por favor —le pedí y él simplemente asintió.
Luego fui a mi habitación para arreglarme. Media hora después regresé a la sala de estar y ahí estaba mi chofer de confianza, sentado junto a Zack.
—Cale —llamé su atención.
—Es increíble que estés bonita hasta para ir al centro comercial —opinó después de abrazarme.
—No digas tonterías —respondí con una sonrisa nerviosa.
—Es la verdad —aseguró—. Zack, ¿tú no vienes?
—No, vayan ustedes —declinó la oferta con la mirada fija en la dichosa pared.
—De acuerdo. Vamos, Pheebs.
—Hasta luego, Zack —me despedí, pero él ni siquiera se tomó la molestia de responderme.
Desganada, acompañé a Caleb hasta su auto y me subí al asiento del copiloto.
—¿Discutiste con Zack? —indagó cuando comenzó a conducir.
—Algo así —articulé, esquiva.
—Todos estos días se han comportado de forma rara. Zack siempre está amargado, pero últimamente lo ha estado más de lo normal —puntualizó, burlesco.
—El domingo tuvimos una discusión —rememoré.
—Cuya razón no me han querido decir —replicó, arqueando una ceja.
—Zack llevó a una de las chicas del bar a casa y... pasó la noche con ella —confesé, jugueteando con mis dedos sobre mi regazo.
—¡¿En serio?! —chilló, incrédulo, y yo asentí—. Eso sí que no me lo esperaba... —comentó.
—¿Por qué no? —pregunté con interés.
—Zack es muy... difícil. Creo que nunca lo he visto con ninguna chica. Él adora su soledad. Realmente es un desperdicio porque siempre ha tenido a muchas detrás. Hasta yo si fuera gay le mordería una nalga —bromeó, haciéndome reír.
—Ya entendí tu punto —dije entre risas.
—Bueno, lo que quiero decir es que a Zack no parece importarle enamorarse. No es como yo. Yo soy más sensible. Yo sí necesito amor —declaró con dramatismo.
—¿Así llamas a ser mujeriego? —rebatí, arqueando una ceja.
—No soy mujeriego. Solo estoy enamorado del amor —se hizo el ofendido con tono teatral, provocando que sonriera mientras negaba con la cabeza—. Además, cuando la chica que amas está enamorada de tu mejor amigo debes distraer tu mente para no enloquecer —añadió con una débil sonrisa.
—Cale... —musité, desviando la mirada.
—Disculpa, Pheebs. No hablaré más de eso —prometió—. Ya entendí que es Zack quien te gusta, así que no insistiré. Mejor cuéntame por qué discutieron hoy.
—Ni yo misma lo sé —admití sin saber muy bien qué decir—. Él simplemente entró al baño mientras me duchaba y...
—¡¿Zack te vio desnuda?! —me interrumpió y yo asentí, completamente avergonzada—. Maldito suertudo... —gruñó.
—¡Caleb! —lo regañé.
—Perdón, perdón. No seré tan honesto de ahora en adelante —aseguró con una media sonrisa.
—Eres un pervertido —sentencié.
—La chica que me ame en el futuro deberá amar ese lado de mí también —declaró sin el menor remordimiento—. ¿Y luego qué pasó? —retomó el asunto.
—Zack huyó súper rápido y cuando salí ni siquiera me miraba. A duras penas me dijo algunas palabras —expliqué.
—Ahora todo tiene sentido... —comentó por lo bajo.
—¿Qué es lo que tiene sentido? —indagué, curiosa.
—Nada —respondió con una sonrisa traviesa.
—Dime —le pedí, ceñuda.
—No hablaré —contestó mientras su sonrisa se ensanchaba.
—Cale, por favor, cuéntame —supliqué, haciendo mi mejor puchero.
—Si quieres saber, pregúntale a Zack —sugirió—. Pregúntale por "el efecto foca".
—¿El efecto foca? —repetí, confundida.
—Él sabrá a qué te refieres... —aseguró, divertido y malévolo.
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Cuando llegamos al centro comercial comencé a buscar el regalo perfecto para Flori. Sin embargo, no sabía qué comprarle exactamente.
En los últimos 4 años me concentré tanto en sobrevivir que había olvidado cómo ser una hermana mayor. Además, Flori creció y probablemente sus gustos cambiaron.
¿Qué podría comprarle a una niña de 8 años?
Tal vez debería preguntarle a Caleb. Siempre fue un gran hermano mayor, seguro tendrá buenas ideas.
Estuve buscándolo durante varios minutos en la sección de comida. Tenía mucha suerte de ser tan atlético porque le encantaba comer. ¿Para dónde rayos iba la grasa de su organismo?
—¡Cale! —lo llamé al verlo frente a una estantería de confituras, pero él no me escuchó.
Caleb miraba fijamente el estante, como si estuviera embelesado. Su cuerpo parecía tenso. Me pregunto si le pasaba algo. Nunca lo vi actuar de forma tan rara.
De pronto agarró uno de los chocolates y lo introdujo en su bolsillo, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie lo hubiese visto. Después se marchó rápidamente con expresión ansiosa.
Su acción me dejó en shock.
Caleb... ¿acababa de robar?
Pero, ¿por qué?
No tenía sentido.
Su familia tenía muchísimo dinero. No tenía necesidad de robar y mucho menos un chocolate.
Tal vez había una explicación.
Sí, definitivamente esto debía tener una explicación. Seguramente lo había guardado y cuando llegáramos a la caja lo pagaría.
Sí, eso debe ser.
Como no sabía muy bien qué comprarle a Flori y después de lo que vi mi buen ánimo había desaparecido, tomé una caja de jugo para probar a Caleb.
Mi mejor amigo no podía ser un ladrón.
—Pheebs... —emitió al verme, nervioso y agitado.
—¿Estás bien? —inquirí, arqueando una ceja.
Caleb mantenía sus manos dentro de sus bolsillos, como si ocultara algo.
—Eh... Sí, estoy perfecto... —balbuceó, desviando la mirada, tenso.
—Aún no decido qué comprar, así que vendré otro día —dije mientras caminábamos hacia la caja.
—De acuerdo —habló sin mucho interés, lo cual me pareció muy sospechoso.
Caleb era curioso y conversador. Siempre se preocupaba por todo lo que hacía y ahora de repente le daba igual. Parecía que simplemente quería irse lo más rápido posible.
—Llevaré esto —le informé al dependiente y luego pagué mi jugo—. Cale, ¿tú no compraste nada? —indagué.
Esta era la prueba de fuego.
Sabía que esa dichosa confitura seguía en su bolsillo. Si decía que no, significaba que efectivamente era un ladrón.
—¿Yo? —balbuceó bajo mi mirada inquisidora, nervioso—. No... Creo que mejor te espero afuera —respondió finalmente y luego huyó del lugar como si fuera un criminal, provocando que mis ojos se humedecieran.
¿Cómo era posible?
Mi mejor amigo, al que conocía desde que era una niña, se había convertido en un ladrón, pero no lograba entender el motivo. No tenía necesidad de robar.
¿Por qué lo hacía?
¿Por diversión?
¿Como un acto de rebeldía contra sus padres?
Al regresar al auto, el rostro de Caleb estaba contraído en una expresión de culpabilidad. ¿Acaso se había arrepentido? Si era así, estaba a tiempo de hacer lo correcto, pero no lo hizo.
En el trayecto a casa me mantuve en silencio, completamente decepcionada.
Cuando finalmente llegamos abrí la puerta y me desplacé por la sala de estar con pasos firmes, arrojando la bolsa de la compra en el sofá, furiosa.
—Ya regresaron —dijo Zack, indiferente, cerrando el cuaderno en el que escribía ocasionalmente.
—Al final Phoebe no compró el regalo —comentó Caleb con naturalidad, tomando asiento.
—¿En serio actuarás como si no hubieses hecho nada? —repliqué, fulminándolo con la mirada.
—Pheebs, ¿de qué hablas? —se mostró confundido.
—De lo que hiciste cuando estábamos en el centro comercial. Te vi, Caleb —confesé.
—¿Qué? —farfulló, nervioso—. No sé de qué hablas... —se hizo el desentendido, desviando la mirada.
—¿No sabes de qué hablo? —repetí con enojo, tomándolo del cuello de su sudadera y forzándolo a ponerse en pie—. ¡De esto hablo! —rugí al sacar de su bolsillo la confitura que había robado—. ¿Por qué lo hiciste, Caleb? —exigí saber con la decepción impregnada en mi voz, dejando caer el chocolate al suelo.
Él simplemente bajó la mirada, avergonzado y lleno de remordimiento.
No podía entenderlo...
¿Qué necesidad tenía?
—Hoy fue un puto chocolate... ¿Qué robarás mañana? ¡¿El banco?! —estallé.
—Pheebs, yo... —balbuceó.
—¿Tú qué? —mascullé con la mandíbula tensa.
—Phoebe, no lo presiones —me pidió Zack, palpando mi hombro para que me tranquilizara.
—¿Vas a defenderlo? —cuestioné—. Lo que hizo no está bien. ¡Robar es un delito! Incluso si es algo tan simple como un chocolate, ¡sigue siendo un delito!
—Phoebe, las cosas no son como tú piensas... —lo excusó Zack.
—¿Entonces cómo son? ¿Acaso robar tiene otro nombre? —rebatí, escéptica, cruzándome de brazos—. ¿Caleb, por qué lo hiciste? Tu familia tiene dinero. No tienes necesidad de robar —me dirigí a él, pero se mantuvo en silencio—. ¡Caleb, responde! —exigí, exasperada.
—Phoebe —llamó mi atención Zack—, Caleb es cleptómano.
—¿Qué? —murmuré.
Había escuchado ese término antes. Era un trastorno que provocaba la necesidad irresistible de robar.
—¿Eso es cierto? —musité, acercándome a Caleb, quien asintió con expresión avergonzada.
—Sí, Pheebs —habló finalmente—. Debuté con esa condición dos años atrás, poco antes de ingresar al...
—Al reformatorio —completé por él.
Caleb y Zack estuvieron en un reformatorio porque habían cometido graves delitos cuando eran más jóvenes, delitos de los que vivían profundamente arrepentidos. Tal vez parecían dos chicos guapos y ordinarios, pero detrás de la fachada sonriente de Caleb y de la apariencia fría de Zack se ocultaban dos almas que habían sufrido demasiado.
—Yo descubrí su cleptomanía cuando llegó al reformatorio. En una ocasión robó mi cepillo de dientes —relató Zack.
—También le robé a otros compañeros... —confesó con culpabilidad—, pero siempre retornaba las cosas a su sitio. Yo no controlo esto, Phoebe. No robo porque me gusta —aseguró—. Es algo que no puedo controlar... Lo peor es que no tiene cura.
—Cale, lo lamento tanto. Lamento haberte juzgado —me disculpé sinceramente, dándole un fuerte abrazo, entristecida.
—No obstante, sus episodios son muy esporádicos —puntualizó Zack—. Hace meses que no sucedía.
—Estuve tratándome durante algunos meses, pero dejé de hacerlo porque llevaba mucho tiempo sin tener ningún episodio... y ahora ocurre esto... —dijo con amargura.
—Cale, debes volver a tratarte —recomendé, acariciando su rostro—. Aunque no tenga cura, puedes aprender a vivir lo mejor posible con tu enfermedad.
—Phoebe tiene razón, Caleb —opinó Zack, posicionándose detrás de mí para colocar sus manos en mis hombros en señal de apoyo.
—Los necesitaré para enfrentar esto, chicos —admitió con tristeza.
—Siempre estaremos contigo, Cale —aseguré.
—Somos un equipo. Siempre lo hemos sido —intervino Zack con una pequeña sonrisa, manifestando su lado de hermano mayor que creía extinto.
—Gracias, chicos. —Sonrió Caleb mientras una lágrima solitaria rodaba por su mejilla, la cual enjugué con delicadeza. Luego nos fundimos en un cálido abrazo.
Cale siempre me dio ánimos, me apoyó y me alentó a cumplir mis sueños. Fue el mayor soporte en mi vida. En este momento tan difícil le retribuiría como la excelente amiga que él me había enseñado a ser.
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Buenas, apreciadas nefronitas de mi riñón :)
Cómo les va?
Qué les pareció el cap?
Los leo!
Fue un poco corto, pero bueno :')
Al inicio Zack vio cositas :v
Me alegro que ya se hayan reconciliado, o algo así :')
Pobre Caleb :(
Quienes hayan leído "Bélgica" ya conocían este detalle de su vida :'(
Imagino que sea una enfermedad con la que es difícil vivir :(
Aunque en Caleb no se manifiesta de forma tan recurrente.
Ya les dije que me gusta mucho la amistad de mis pequeños? :)
Espero que el cap les haya gustado.
Hasta el siguiente.
Chauu!
(^.^)/
Dato random: Cuando se me ocurrió escribir esta trilogía pensé que los tres amigos padecieran de alguna adicción, pero al final solo conservé la idea para Caleb (adicción a robar).
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Una versión infantil de mis pequeños :D
Qué lindos son :')
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