Dos: Bajo el Disfraz de un Baile [2° Edición]

Playlist:

Emotional Waltz - Rafael Krux

The Forsaken Waltz - Joshua Kyan Aalampour

Parisian Masquerade - Joshua Kyan Aalampour

Arno's Waltz - Joshua Kyan Aalampour

Enemies to Lovers - Joshua Kyan Aalampour

Con antifaces blancos finamente adornados cubriendo sus rostros, Anastasia y Esteban se deslizaban con sigilo por los pasillos del Ala Prohibida. Habían burlado la seguridad del Salón del Trono, para infiltrarse en el baile que el Rey Efrén había organizado para recibir al Emperador .

Aunque estaban conscientes de que no debían estar allí, la emoción que les provocaba su travesura hacía que cualquier posible castigo valiera la pena.

Los primos se esforzaban por fundirse en la multitud, evitando llamar la atención de Efrén y Ezequiel, pero ambos resaltaban entre los invitados gracias al resplandor de sus atuendos.

Entonces, la pieza que bailaban llegó a su fin, y Esteban se abrió paso entre los voluptuosos vestidos de las damas para guiar a Anastasia hasta la esquina más apartada del Presidio Real, lejos de las miradas inoportunas.

Allí había una mesita con chocolate caliente y dulces, donde podrían descansar y reponer fuerzas antes de la próxima pieza.

Saboreaban el espeso chocolate, y Esteban no podía evitar que su mirada vagara por el salón, no es que buscara a alguna joven a la cual sacar a bailar, pero sus ojos se detuvieron en una esbelta muchacha de largo cabello negro y profundos ojos azules, quien devolvió una mirada juguetona.

Él sintió como si un imán lo atrajera hacia ella, provocándole pasar saliva y sentirse nervioso, pero justo en ese momento Anastasia le tomó el brazo de forma cariñosa y recargó su cabeza en el hombro de él con una sonrisa gustosa.

Ante el gesto, la encantadora desconocida alzó sus hombros y sonrío con ironía, en tanto otra muchacha le tomaba de la mano para hablar con ella entre risitas juguetonas.

-¡Oh, Esteban! -lo llamó Anastasia, con un tono que destilaba felicidad-. Te agradezco por haberme sacado de mi prisión. ¡Gracias, gracias, gracias!

-No me agradezcas, solo disfruta la velada -respondió Esteban, aunque su tono fue menos gustoso de lo que ella esperaba.

Dividido entre la tentadora idea de bailar con aquella cautivadora desconocida y el deber de hacer de chaperón de su prima, Esteban ni siquiera se atrevió a volver su vista a ella.

Sin embargo, Anastasia dirigió su atención a él, percibiendo su insatisfacción, y no tardó demasiado en deducir que se debía a una mujer.

Tras seguir su mirada, dio con la posible responsable del desaire.

Aunque se sintió traicionada por que se le hubiera cruzado por la cabeza la idea de dejarla sola, también comprendió que sería bastante egoísta si no le permitiese ese gusto, por lo tanto, se encogió de hombros y soltó su antebrazo.

-Ve -pidió, mostrándole su mejor sonrisa-, no te preocupes por mí. Estaré bien -lo animó, adivinando sus pensamientos-. Diviértete, yo esperaré aquí comiendo chocolate, y cuidándome de la juiciosa vista del abuelo.

Esteban volvió la cabeza hacia ella con un gesto grave, claramente horrorizado por la propuesta. Adoptó una postura rígida y su semblante se tornó sombrío, activando su modo de hermano celoso y protector.

-Claro que no -dijo Esteban con voz firme, mientras sus ojos inquisidores se clavaban en los de ella-. Hay deberes por encima de las preferencias que no pueden ser ignorados. Y menos cuando es tan escandalosa.

Anastasia soltó una carcajada que tuvo que reprimir cubriéndose la boca, ya que le resultaba irónico viniendo de él.

-Claro... y por eso nos colamos a la fiesta, ¿no? -replicó alzando una ceja en un gesto coqueto, y se posicionó detrás de él, para empujarlo suavemente-. Ya rompimos algunas reglas, ¿cuál es el problema con romper unas pocas más? Además, soy mayor que tú, no necesito que me andes cuidando. Anda, ve y diviértete.

Esteban continuó discutiendo, pero ella no cejó en su empeño. Finalmente, poco antes de que la melodía diera inicio y la joven volviera a cruzar miradas con él, Anastasia logró persuadirlo.

Besó la frente de su prima y le agradeció por dejarlo ir, prometiendo regresar pronto. Luego se dirigió galantemente hacia la pista.

Anastasia observó a Esteban alejarse con la cautivadora dama, sintiéndose feliz por él, pero también un poco sola. Decidió no desperdiciar la velada y se sirvió otro bombón del plato sobre la mesa, saboreándolo lentamente.

A la par que degustaba el dulce chocolate, sus pensamientos vagaban diciéndose a sí misma que merecía divertirse, aunque fuera un poco.

Inmersa en sus reflexiones, de pronto tuvo la sensación de que alguien la observaba.

Disimuladamente, alzó la mirada del plato de bombones y la dirigió hacia la multitud, para que sus ojos se encontraran con los de un apuesto joven que la miraba desde lejos.

Sus facciones afiladas y su rebelde cabello ondulado le conferían un aire tan seductor como misterioso, provocando que se ruborizara al percatarse de la intensidad con la que la veía.

Rápidamente desvió la vista hacia el plato de bombones, fingiendo estar concentrada en escoger el siguiente dulce. Pero, cuando volvió a alzar los ojos hacia él, vio que se acercaba con paso seguro y una sonrisa encantadora, pero sutilmente fatal.

-Lamento que su prometido la haya dejado sola, para irse con otra -comentó, con un deje lejano-. Pero, para mí sería un placer acompañarla.

Las mejillas de Anastasia se pusieron más coloradas al instante, en su timidez, bajó la cabeza y trató de ocultar el sonrojo cubriéndose la mitad de la cara con una mano, sacándole una sonrisa ladina al misterioso caballero.

-Oh, no. Él no es mi prometido, solo es mi primo -especificó, con un hilo de voz.

La sonrisa del joven se transformó, resultando tan encantadora como maliciosa, según la percepción de ella, dejando a la vista unos dientes blancos perfectamente alineados.

-Vaya, al verlos juntos, vestidos a juego, y con tan singulares diferencias... -Sacudió la cabeza con elegancia propia de un hombre bien educado-. Podría jurar que estaban prometidos -mintió-. Ruego me disculpe.

La sonrisa de él se alargó más, dejando ver los colmillos, mientras abría sus ojos tanto como estos mismos le concedieron, permitiendo que el verde oscuro de sus cuencas reluciera bajo el antifaz que adornaba su rostro con delicados ornamentos de metal oscuro.

Además, llevó su mano a su pecho, como si realmente lo lamentara.

-... Si se me permite el atrevimiento -insistió, con la clara intención de enredarla en la conversación-. No puedo negar que hacen una linda pareja.

Anastasia negó rápidamente con la cabeza, sintiéndose tan apenada por causar esa clase de confusión. Pero, la verdad era que llevaban sus atuendos a juego, aunque no por las razones que el desconocido insinuaba.

Ella lucía un impresionante vestido de seda plateada que parecía sacado de un cuento de hadas. La amplia falda estaba adornada con delicados bordados en hilos de plata que formaban elaborados diseños florales. El corsé, ceñido y con escote en forma de corazón, estaba decorado con diamantes que brillaba a la luz de los candelabros, complementando el atuendo con las mangas abultadas, un par de guantes de encaje, una gargantilla de oro blanco que pendía de su esbelto cuello con un enorme diamante en forma de lágrima, y la tiara enjoyada que destellaba sobre su cabeza.

Esteban, por su parte, vestía una elegante casaca blanca con bordados en hilos de plata, similares a los del vestido de su prima, con amplias y abullonadas mangas. Su chaleco y pantalón eran del mismo tono perla que la casaca, y al cuello llevaba una pañoleta de seda gris aperlada que encajaba perfectamente con el conjunto.

-Le aseguro que él es solo mi primo, aunque entiendo la confusión -explicó Anastasia, con un tono lleno de reservas-. En realidad, no quería dejarme sola, pero yo insistí en que fuera a divertirse. Verá, él es muy celoso conmigo.

-Ya veo -respondió él, con un brillo pícaro en sus ojos-. Déjeme decirle, bella dama, que no puedo culparlo. Si tuviera una prima tan encantadora, también velaría celosamente por alejar a todos los pretendientes.

Anastasia desvió la mirada, halagada pero cohibida por sus palabras. Le parecía atrevido, pero una parte de ella disfrutaba los cumplidos del apuesto desconocido.

-... La verdad es que, desde que la vi no he podido apartar mi mirada de usted, su belleza es simplemente cautivante -continuó, alzando su mentón mientras la ojeaba de arriba a abajo-. Con lo linda que luce esta noche, cualquiera querría invitarla a bailar... Debe tener muchos pretendientes haciendo fila para cortejarla.

Anastasia sacudió la cabeza, apretando sus labios de lo apenada que la ponía escuchar tantos halagos a su persona.

-Oh no. De hecho, este es mi primer baile.

Él arqueó las cejas con interés y extendió su mano hacia ella con galantería.

-En ese caso, sería un honor ser su pareja para su primer baile, si me lo permite -pidió, de un modo tan encantador que ella no pudo negarse.

La condujo con gracia por la pista de baile, deslizándose sobre el pulcro suelo de mármol blanco.

El desconocido guio la mano izquierda de ella, depositándola con suavidad sobre su hombro. Sin embargo, él se permitió deslizar sus dedos con delicadeza por la espalda de la dama hasta tomar posesión de su cintura, generando un estremecimiento en su piel. Al mismo tiempo, acortó la distancia entre ambos, sosteniendo la otra mano de ella con firmeza, observando como Anastasia bajaba la cabeza con cierta inseguridad de haber aceptado la invitación. Pero, de un instante a otro comenzaron a girar con armonía al compás de la melodía.

Anastasia estaba como hipnotizada por el desconocido, al grado de no percatarse de la treta en la que la había envuelto. Sus sentidos estaban embriagados por la atención de sus elogios, dejándola en un estado de aturdimiento. Mientras él tejía con maestría sus palabras, Anastasia no notó la omisión en su presentación, eclipsada por la deslumbrante aura que él proyectaba.

Mientras danzaban, sus miradas se encontraban en medio de la elegancia del salón, donde las columnas de cristal imponentes sostenían el techo y los enormes ventanales dejaban entrar la suave luz de la luna. El salón, con su imponente estructura, contaba con cinco niveles en forma de balcones que permitían subir para disfrutar de una espectacular vista del exuberante jardín. Estos niveles rodeaban el centro del salón, dejándolo abierto, permitiendo que desde abajo se pudiera admirar el techo y contemplar las estrellas a través del impresionante domo de cristal que lo coronaba.

Por otro lado, Efrén miraba a Nicolás de reojo, con su rostro recargado sobre la mano derecha, agitando un vaso de brandy rebajado con agua en la izquierda. Por su parte, Ezequiel escuchaba al emperador elogiar el palacio, al mismo tiempo que Efrén giraba los ojos, preguntándose por qué el hijo de Iván se mostraba tan amistoso. Ni siquiera entendía como era que Ezequiel podía llevarse tan bien con el hombre que reinaba sobre del país que tanto sufrimiento le causaba a su familia.

De pronto, la mirada de Efrén se desvió hacia la pista de baile, observando con atención a las parejas girar por esta misma, añorando que algo interesante ocurriera, para no tener que escuchar la molesta voz de Nicolás y sus "falsos" elogios. Y, como si un demonio decidiera darle gusto, sus ojos se cruzaron con un fantasma que pensó que nunca volvería a ver.

Su corazón se detuvo al presenciar cómo los rizos ondeaban por la pista, inclinándose ligeramente hacia la derecha, siguió con la mirada su silueta. Sin embargo, los voluptuosos vestidos y las parejas que se cruzaban obstaculizaban su visión, impidiéndole observarla con claridad.

Estiró su cabeza y apoyó las manos en las orejas de la silla para levantarse, observó con temor el inconfundible vestido color plata que le había regalado a su difunta hija años atrás.

"Elena", la llamó desde sus adentros, en tanto trataba de aclararse las ideas. Era imposible que estuviera allí, pero era el mismo cabello, el mismo vestido y en medio de una voltereta confirmó que tenía el lunar de la familia, debajo del costado del ojo izquierdo, aunque no la misma sonrisa.

Su ceño comenzó a fruncirse y sus dedos se aferraron a la silla con fuerza, porque ese no era el fantasma de su hija. Era mucho más joven de lo que la recordaba, el tono de su cabello más claro, largo y una mirada llena de tristeza. Pronto las dudas se esfumaron, ya que estaba seguro de que esa era la bastarda de Adamías.

"¿Qué diablos hace aquí?" masculló entre dientes, frunciendo los labios mientras trataba de enmascarar sus emociones detrás de una sonrisa tensa.

Anastasia era el vivo reflejo de Adamías, quien a su vez se asemejaba en todo a Elena; permitiéndoles compartir la misma sangre, casi la misma edad, la misma inteligencia, gracia y bondad, además de su peculiar lunar.

Al girarse, la luz iluminó el rostro de ella y Efrén contuvo el aliento. No solo había desobedecido sus órdenes, sino que también llevaba la gargantilla que le había regalado a su hija para que la usara el día de su boda con Nicolás.

Efrén salió del trance en el que comparaba a su hija con su nieta y miró de reojo al emperador. Ahora, más que enojado por la desobediencia, una preocupación latente se apoderó de él: temía que los ojos de Nicolás se posaran en Anastasia. Dudaba sinceramente de las afirmaciones del emperador sobre su amor por su hija, y esa duda lo llevaba a culparlo por el misterioso declive de la vida de esta última.

Pese a que siempre mantenía la distancia por los prejuicios y afirmaba que estaría contento si desaparecía de su vida, en lo más profundo de su ser, temía que la misma trágica suerte acechara a Anastasia si el emperador la reconocía.

-Disculpa Nicolás, regresaré en un momento-dijo Ezequiel, sacándolo de la ola de pensamientos y poniéndose de pie-, debo atender un asunto.

El emperador asintió con la cabeza, observándolo alejarse y perderse en una cortina tras el presidio.

Efrén también lo vio alejarse, lo que lo hizo rogar internamente para que Nicolás no reparara en Anastasia. Pero para su desgracia, el emperador entrecerró los ojos mirando hacia la pista de baile. Su semblante cambió, evidenciando la inquietud que lo sofocaba. Nicolás abrió la boca de par en par, y se talló los ojos, pensando que estaba viendo mal, pero no. Su vista era clara y aunque era difícil seguirle el paso entre la multitud, se dio cuenta de que no podía tratarse de una ilusión, ya que ella era real.

-Efrén, ¿quién es ella? -preguntó, con los ojos abiertos de par en par.

Más que sorprendido, parecía asustado. Ladeaba su cabeza con interés y su boca se había quedado medio abierta, lo que provocó que Efrén frunciera el entrecejo implorando porque fuera por alguien más.

-¿Quién? -respondió Efrén, tratando de aparentar que no sabía que mujer llamó su atención-. Querido Niqui, sé que ha dejado a Escarlata en casa para poder divertirse, pero le mandó a su par de chaperones para vigilarlo -insinuó, fingiendo humor en su tono-. Aunque, si usted insiste, puedo presentarlo con mujeres a su nivel con las cuales pasará una noche cálida.

Nicolás volvió su vista a Efrén, alzando una ceja y negando con la cabeza.

-¡Oh, no! ¡Claro que no! -dijo, comenzándose a poner colorado-. Efrén, disculpe, no era eso lo que quería decir.

Efrén suspiró profundo y comenzó a reír, reconociendo que lo había incomodado lo suficiente para distraerlo.

-Niqui, no hay de que apenarse -respondió, alzando una ceja con interés-. Se mejor que nadie que, cuando el yugo del matrimonio pesa en los hombros -mencionó, fingiendo cansancio y poniendo sus manos en su pecho-, nos vemos tentados a saborear el raro placer de imaginarnos solteros -agregó, con una sonrisa que apenas se asomaba debajo de la espesa barba plateada-. Descuide, me encargaré de que sus chaperones no se enteren de nada.

Nicolás sintió que sus mejillas ardían de lo apenado que lo había puesto, y tomó el vaso con licor para empinárselo, esperando que mejorará su color, pero solo empeoró.

-No, no, no, no -repitió-. Aprecio la oferta, pero no será necesario... Verá, es que...

-¡Pamplinas, muchacho! -dijo, levantándose y pidiendo a su mayordomo que se acercara, intentando envolverlo y que la pena le ganara-. Es hora de mostrarle la hospitalidad idána. Sebastián, trae a la viuda del marqués.

Efrén palmeó a Nicolás en la espalda, el emperador se cubrió el rostro de la vergüenza que sentía, intuyendo que después de esa escena se escucharía mal si preguntaba por la misteriosa jovencita que le recordaba a Elena.

-Claro, su majestad -respondió el mayordomo, encaminándose a la escalinata.

-Su majestad -lo llamó una voz melosa y conocida-. ¿Qué hace escondiendo su hermoso rostro detrás de sus manos? ¿Será que mi Rey lo está molestando? -preguntó Gabriela, levantando su vista hacia Efrén con una sonrisa traviesa-. Su majestad, ruego que no juegue así con el emperador. Sé que no es propio de un hombre en su posición, pero Niqui es una cajita de sorpresas.

Efrén levantó su vista, encontrándose con su nuera Gabriela, la joven esposa de Ezequiel, la misma mujer que no salía de su cuarto ni para cuidar a su propio hijo. Efrén reconocía que Ezequiel la despreciaba por las artimañas que había usado para atraparlo, y que ella vivía como rehén, atrapada por las ambiciones de su propia familia. Por lo tanto, su sola presencia era motivo de desconfianza para Efrén.

-... Altecita, no ha cambiado mucho -declaró Gabriela-. Sigue siendo un verdadero monumento a la elegancia y la hermosura. Aunque antes le llamábamos el "Príncipe de las Rosas", ahora, con su espléndida madurez, merece ser coronado como el "Emperador de la Belleza".

Gabriela le guiñó un ojo a Efrén, como diciéndole en silencio que dejara a Nicolás en sus manos, a la par que el susodicho se había encogido en la silla ante la mención de su antiguo apodo, pero ahora abría los ojos para confirmar que se trataba de Gabriela.

-Gabi -la llamó Nicolás, levantándose para saludarla-. Si Ezequiel te escuchara llamándome así...

-Pero ¡Ezequiel ya se fue a dormir! -lo interrumpió ella, con una sonrisa y tono burlesco, acercándose para abrazarlo-. Y en cuanto a mi suegro, bueno, creo que le caigo bien.

Efrén observaba la escena, sorprendido y extrañado. Se preguntaba si Gabriela realmente había acudido para ayudarlo, o si buscaba algo más. Aunque conocía mejor que nadie la reputación de Nicolás y la de las intrépidas cazadoras que iban detrás de su mano, le quedaba claro que Gabriela no había sido una de ellas. Y no es que sobreestimara a su hijo, pero Ezequiel se había desposado a punta de pistola, lo que sugería que la joven podría estar tramando algo interesante.

INTERRUPCIÓN DE LA AUTORA: Te recomiendo ponerte los audífonos y poner Arno's Waltz. La canción es tal cual la sensación de Anastasia... Ya puedes continuar con la lectura.

No obstante, el Rey suspiró aliviado de ver que había logrado desviar la atención del emperador, quien aún bailaba con el misterioso joven de los ojos verdes. Y aunque el desconocido se había detenido por un momento para admirar la opulencia, su atención volvió a los ojos de su compañera. Se relamió los labios y entrecerró un poco los ojos antes de decir:

-Dígame, ¿por qué no tiene pretendientes? -preguntó, soltando su cintura para que pudiera dar un giro en la cuadrilla-. Alguien tan encantadora como usted debería tener una larga fila de admiradores.

Anastasia aparentó su sorpresa bajo una sonrisa linda y una miradita enternecedora. Estaba pensando en cómo responder, le dio la espalda sin soltar su mano y comenzaron a bailar, dando pasos elegantes al compás de la música. Sus cuerpos se movían en perfecta sincronía, como si fueran una sola persona, aunque la tensión se sentía en el agarre firme de sus manos.

-He vivido encerrada en un palacio toda mi vida -le confesó en un susurro tímido, girando su cabeza lentamente hacia su derecha, para poder mirarlo por encima de su hombro-. Ésta es la primera vez que salgo a un evento como éste.

-¡Qué tristeza! -exclamó él, abriendo los ojos un poco y observando como volvía su cabeza y alzaba el mentón-. Como un pajarito enjaulado... No se apure mi pequeña avecilla -susurró, acercándose con todo el atrevimiento del mundo a su oído, a la par que aspiraba su aroma a jazmines-. Yo puedo ser su príncipe azul para rescatarla de ese encierro -le dijo, aunque con un tono ligeramente malicioso.

-Descuide, no es necesario -trató de decir Anastasia, pero él la interrumpió.

-¡Tonterías! Una criatura tan delicada no debería vivir encerrada. Dígame quién la mantiene cautiva y me encargaré de liberarla, mi dulce canario.

Ella se relamió los labios, sabiendo lo que se avecinaba, ya que él le dio la vuelta para encararla y notar un tinte de sorpresa debajo del antifaz. Luego, sin darle tiempo a responder, añadió:

-... Pero cuénteme, bella avecilla, ¿quién es usted? -insistió con un acento poco disimulado. Después la tomó firmemente por la cintura, la inclinó hacia atrás y ella se aferró a su antebrazo-. Su vestido parece demasiado lujoso para ser de una doncella cualquiera.

-Yo... -titubeó Anastasia, insegura de qué responder.

Por un instante pareció que iban a besarse, pero en vez de eso él aprovechó para susurrarle astutamente:

-Vamos, no sea tímida, pequeña avecilla -pidió, con una sonrisa encantadora, pero astuta, a la par que le ayudaba a incorporarse, aunque, para el desagrado de ella, sus rostros quedaron peligrosamente cerca-. Dígame de quién es hija una criatura tan exquisita.

Anastasia retrajo su cuello para mantener la distancia, ya que él estaba aferrado a su cintura. La guiaba con seguridad, con pasos ágiles y decididos, pero ella luchaba por mantener el ritmo, pisándolo con torpeza y tropezando de vez en cuando, cosas que no parecían importarle a él.

-Verá... Es que... -balbuceó ella, pero nuevamente la interrumpió.

-Permítame adivinar -dijo, aprovechando que había que separarse para girar con sus manos apenas tentándose, paseando su mirada escrutadora por el vestido de Anastasia-. ¿Con semejantes galas, debe ser nada menos que la hija de algún poderoso noble... o quizás de la realeza?

Anastasia desvió la mirada, incómoda por sus acertadas conjeturas, pero preocupada por el extraño acento que dejaba entrever.

-... Me extraña que no tenga una fila de pretendientes ansiosos por desposar a la heredera de una prominente familia -añadió con suspicacia que aterró a Anastasia, causándole abrir la boca con preocupación-. Cualquiera querría cortejarla por su fortuna. Debe haber algo que no me quiere decir.

Aunque él trataba de disimularlo, Anastasia detectó un peculiar acento en su forma de hablar. Nunca había hablado con un extranjero, pero estaba habituada a reconocer los acentos de la región, y aquel era completamente distinto.

Los interrogatorios de él sobre su identidad y fortuna la pusieron muy nerviosa, ya que intuyó que estaba tratando de averiguar más de lo permitido, si él resultaba ser un espía o impostor, podría ponerla en peligro a ella y a la familia

Anastasia se escabulló rápidamente entre la multitud, buscando desesperadamente a Esteban. Sentía la mirada penetrante del desconocido clavada en su espalda y eso la ponía aún más nerviosa. Pero debía moverse con cautela, ya que temía que su abuelo la descubriera hablando con el desconocido, aunque no sabía que Efrén la miraba detenidamente desde el otro lado del salón, rogando porque saliera pronto, antes de que tuviera que intervenir.

De pronto, sintió que alguien la tomaba firmemente del brazo. Contuvo la respiración y se giró lentamente, esperando encontrarse con los inquisitivos ojos verdes del enmascarado. Pero para su alivio, se topó con el dulce rostro de Esteban.

-¡Esteban! ¡Qué bueno que te encuentro! -exclamó ella, aferrándose a sus brazos-. Esteban...

-Ya se -interrumpió, levantando su vista de forma altanera.

Esteban dirigió su mirada hacia la imponente figura del desconocido. Sus ojos se entrecerraron al notar la forma en que los observaba, como un depredador acechando a su presa.

-... Tranquila -continuó-. Aunque quiera, no puede hacer demasiado.

Sus intensos ojos azules escudriñaron al sujeto de pies a cabeza, evaluando el peligro.

El extraño sonrió con malicia al principio, pero cuando vio la determinación en la mirada de Esteban, su sonrisa se convirtió en mueca de resignación. Anastasia intuyó que a Esteban si lo reconocía y que por temor o respeto habría desistido. Efrén se sintió más aliviado al ver al extraño alejarse de ambos, aunque ver a Esteban involucrado no le hizo gracia.

-¿Se ha ido? -preguntó Anastasia, elevando sus ojos a los de su primo.

-¿Por qué te estaba persiguiendo? -inquirió, tomándole las manos para comenzar a bailar.

Anastasia negó con la cabeza, mientras seguía a su primo en la pista, hasta que le dio un pisotón.

-Lo siento...

-¿Sabes quién era él? -insistió.

-No, no me dijo nada sobre quien era él. Pero tenía un acento raro, me invitó a bailar y por tonta acepté, después comenzó a hacer preguntas extrañas y sacar conclusiones sobre quien era con base en el vestido -contó Anastasia, hablando tan apresurada que no se dio cuenta de que Esteban le pedía bajar la voz.

Él observó el presidio real con disimulo, notando que su padre se había desaparecido.

-Luego te digo quien era ese -dijo, notablemente incomodado-. Vámonos, que, si Ezequiel descubre que no estoy en mi alcoba, adiós a la confianza y la libertad.

Ella no entendía bien a qué se refería Esteban cuando le dijo que debían irse, pero confiaba en él y lo siguió sin soltarle la mano.

Se escabulleron juntos, pasando cerca de una bandeja con chocolates y bombones. Esteban miró de reojo a Anastasia y sin mediar palabra, hurtó la bandeja, adivinando que a ella le encantaría llevarse algunos dulces.

Con la bandeja en manos, Esteban la guio discretamente hacia la salida que daba al jardín. El plan era rodear el Ala Prohibida desde afuera para poder entrar a la biblioteca sin ser vistos.

Al salir del salón, la frescura del aire invernal los envolvió. Anastasia aspiró profundamente, dejando que el frío le llenara los pulmones. El majestuoso jardín que rodeaba el palacio estaba cubierto por un impoluto manto de nieve que brillaba a la luz de la luna.

Caminaron por los senderos de piedra que serpenteaban entre parterres ahora blancos. Sus pisadas dejaban huellas sobre la nieve y el frío les arrebolaba las mejillas. Al exhalar, su aliento formaba pequeñas nubecillas de vapor.

Los pensamientos de Anastasia daban vueltas, recordando la intensa mirada verde del apuesto extraño, y sintió un vuelco en el estómago. ¿Habría sido un error hablar con ese desconocido? Aunque una parte de ella se había sentido cautivada, ahora no podía evitar desconfiar.

Sacudió levemente la cabeza, aclarando sus ideas. Lo mejor sería no pensar más en él. Esa noche había sido tan especial por otras razones. Apretó la mano de Esteban y le dedicó una sonrisa radiante, enfocándose en disfrutar de su cercanía.

Al llegar a la biblioteca, aceleraron el paso. Cruzaron pasillos de mármol blanco con elegantes columnas y suntuosas cortinas de seda. Lograron esquivar a los guardias y finalmente llegaron a la habitación de Esteban.

Tras cerrar la puerta, ambos estallaron en risitas cómplices, celebrando que se habían salido con la suya sin ser descubiertos.

Esteban se apresuró a buscar en el armario algo que Anastasia pudiera usar para dormir, en lugar del ostentoso vestido de gala. Regresó con uno de sus pijamas, advirtiéndole que seguramente le quedaría enorme, pero era mejor que nada.

Ella tomó la suave tela de algodón entre sus manos y extendió la prenda frente a ella para observarla. Tal como Esteban había predicho, el pijama le quedaría un par de tallas más grande. Las mangas claramente sobrepasaban la longitud de sus brazos y el pantalón parecía lo suficientemente holgado como para meter a otras dos personas.

-Creo que tendré que arremangar esto varias veces si no quiero terminar pisándolo -comentó soltando una risita, en tanto comenzaba a desatar las cintas y cordones que sujetaban las diversas capas de su elaborado vestido.

Esteban también sonrió, ayudándola pacientemente a deshacerse del pesado atuendo. A la par que lo hacía, reparó en lo diminuta y delicada que se veía Anastasia en comparación con él.

Cuando eran niños, ella solía ser la más alta de los dos. Pero no solo la había rebasado en altura, también los años de entrenamiento militar lo habían vuelto fornido y musculoso. Ella en cambio conservaba una complexión esbelta y grácil, aunque Esteban sabía que en el manejo de la espada y otras armas le llevaba ventaja.

Cuando el ostentoso vestido quedó cuidadosamente sobre una silla, Anastasia se enfundó en el pijama. Tuvo que doblar varias veces el ruedo del pantalón y las mangas, tal como había previsto, para no verse completamente ridícula.

-Creo que tendrás que prestarme ropa más seguido, primo -bromeó dando una vuelta para mostrarle el efecto-. Así podré hacerme unos vestidos muy originales con estas mangas.

Esteban soltó una carcajada y negó con la cabeza. Adoraba esos momentos distendidos con su prima, donde podían bromear y reír con confianza. La había extrañado mucho durante los últimos siete años, en que el abuelo de ambos los había mantenido separados, según él, para que nadie se enterase de la supuesta vergüenza que Anastasia representaba para la familia.

Conforme se acomodaban sobre la cama, riendo despreocupadamente, Esteban supo que haría cualquier cosa con tal de nunca volver a separarse de Anastasia. Esos breves momentos de dicha juntos eran su mayor motivación para sobrellevar el peso de sus obligaciones reales. Si algún día llegaba a ser rey, cambiaría las absurdas reglas que separaban a las familias por razones como los hijos ilegítimos.

Anastasia se acurrucó junto a su primo en la cama, aún engalanada con el holgado pijama prestado. Con timidez, se atrevió a preguntar:

-Ese joven extraño con el que bailé... ¿sabes quién era? Tenía un acento muy peculiar.

Esteban titubeó, desviando ligeramente la mirada con incomodidad.

-Ah, sí... Era uno de los invitados extranjeros. Un noble de Caddos que vino con el Emperador -explicó escuetamente, sin profundizar demasiado-. Para serte sincero, no puse mucha atención cuando lo presentaron.

La respuesta dejó a Anastasia insatisfecha, pero decidió no presionar más.

-Bueno, da igual quién era-continuó ella, cambiando de tema al notar el malestar de su primo-. Ahora estamos juntos de nuevo. Te he extrañado muchísimo.

Esteban asintió, visiblemente aliviado.

-Yo también te extrañé, Ani. Me gustaría que no te tuvieras que ir mañana, pero no puedo esconderte aquí para siempre. Mejor disfrutemos de esta noche y no pensemos más en extraños -dijo afablemente.

De pronto, la puerta se abrió de golpe, sobresaltándolos. Para horror de ambos, parado en el umbral con gesto severo estaba Ezequiel, el padre de Esteban. Sus ojos recorrieron la escena, deteniéndose primero en su hijo y luego en Anastasia.

-¡Padre! -exclamó Esteban, poniéndose de pie de un salto.

Anastasia también se levantó rápidamente, con el rostro pálido por el susto.

-Puedo explicarlo... -comenzó a decir con voz temblorosa.

Pero Ezequiel los interrumpió, claramente molesto por encontrarlos juntos tan tarde.

-¡¿Qué significa esto?! ¡A ti te mandé a dormir hace horas! -dijo, señalando a Esteban-. Y tú... Bueno, ¡tu ni siquiera deberías estar aquí! -dijo, señalando a Anastasia con menos enfado-. ¡Pero tú! ¿Cómo te atreves a desobedecerme y a... a traerla? Y para colmo, robándose los dulces del baile -dijo Ezequiel, propinándose un sape en la cabeza.

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