Capitulo NSFW
Este capitulo va en el intermedio del capítulo 19 sin embargo se separó de tal manera para que cualquier lector que no se sienta cómodo con leer nsfw pueda continuar su lectura en paz
Al igual que de tal manera evitar desastres con lecturas en plataformas
Disfruten
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—Entonces, ¿qué somos ahora? —preguntó Atzin, su voz apenas un susurro.
Leo sonrió, tomando su mano en la suya.
—Algo más que amigos, eso seguro —-respondió con una sonrisa cálida—. No sé exactamente qué, pero... bueno, ya se nos ocurrirá algo.
Atzin sintió una oleada de alivio y felicidad. La incertidumbre seguía ahí, pero ahora tenía un propósito, una dirección.
Se miraron, sus rostros reflejando la emoción del momento. Lentamente, se acercaron de nuevo, sus labios encontrándose en un tercer beso, más profundo y lleno de promesas.
En ese momento, bajo el cielo nocturno y las luces de la ciudad, se dieron cuenta de que estaban empezando algo hermoso y nuevo. Algo que valía la pena explorar juntos.
¿Y porqué esperar?
Sin romper el beso, las manos de Leo ascendieron por los brazos de Atzin, sus hombros, su cuello, hasta llegar sus mejillas, tomándolas con delicadeza mientras se acercaba más. Sus pulgares acariciando su piel.
El híbrido fue torpe al comienzo. Claro que lo sería. Leo dudaba que hubiese pasado por algo similar antes de Genetix. Aunque tampoco le había preguntado, y no lo haría.
Así que Leo suavizó el ritmo, extendiendo el momento. Sus pulgares continuaron acariciando las mejillas de Atzin, tratando de transmitirle calma, confianza.
Atzin respiraba profundamente, tratando de recuperar el aliento que el beso le había robado, cuando Leo pasó la lengua por sus labios.
El híbrido abrió los ojos y se alejó un poco, solo un poco, para constatar que lo que acababa de pasar no fue imaginación suya. Leo le sonrió con picardía.
¿Había ido demasiado rápido?, se preguntó Leo. Su sonrisa, sin embargo, permaneció. Debía lucir seguro de lo que hacía. Debía aparentar que él no estaba tan nervioso como Atzin por lo que estaban comenzando.
Abrió la boca, dispuesto a soltar un comentario burlón para aligerar el ambiente. Atzin, sin embargo, lo calló con su boca en la suya.
Retomaron los besos. Leo guiandolo, enseñándole a cómo hacerlo sin intercambiar palabra alguna. El híbrido mejoró un poco, aunque seguía fallando en el tema de los dientes.
Se separaron.
Entonces, un jadeo de impresión fue arrancado del pecho de Atzin cuando los labios y nariz de Leo empezaron a explorar la curva de su cuello con suavidad, besándolo ahí donde pasaba y acariciándolo con la punta de la nariz.
Un escalofrío recorrió la espalda del híbrido. En primera instancia, su instinto le indicó empujar a Leo y alejarse. Ni siquiera él sabría explicar el porqué de ello. Sin embargo, se contuvo.
Pronto le agarró el gusto a que el castaño explorase su piel expuesta con sus labios. Su cuerpo se relajó, y en lugar de empujarlo, sus brazos rodearon su cuerpo, abrazándolo y apegándose más a él.
Leo recorrió su mandíbula con sus besos, ascendiendo lentamente hasta que llegó a sus labios y lo besó de nuevo. Atzin correspondió llevando una de sus manos a la nuca del castaño, presionándolo contra él.
Leo sonrió contra sus labios. Estaba aprendiendo.
Las manos de Leo no se quedaron quietas. Se dirigieron a la espalda del peliblanco, acariciándola por encima de la ropa. Bajaron lentamente hasta alcanzar el borde de su playera, la levantó un poco, y sus manos se posaron directamente sobre su piel.
Atzin se separó del beso con un jadeo al sentir las manos de Leo acariciando sus caderas y costados. Él le sonrió, y sus labios volvieron a su cuello.
Atzin sonrió y volvió a abrazarlo. Sus movimientos aún eran tímidos y torpes, sin práctica, pero tremendamente reales y deseosos de que aquel momento no llegara a su fin.
Entonces, de los labios de Atzin escapó otro sonido, uno diferente y más primordial, y mucho más vergonzoso. Un jadeo, uno distinto al resto, uno que le fue arrebatado cuando Leo tomó sus caderas con firmeza y las empujó contra él mientras él empujaba sus propias caderas contra Atzin.
Así, Atzin comprobó a través de la tela de sus pantalones la excitación de Leo.
El híbrido abrió mucho los ojos, sintiendo cómo su rostro comenzaba a hervir. Se alejó un paso, apartándose también del agarre de Leo.
El castaño pareció salir de una especie de trance entonces, su expresión sonriente y calmada dió paso a una más alerta, y preocupada.
—Ay, Atzin —se apuró a decir—. Perdón, enserio. Perdoname. Estoy yendo demasiado rápido, ¿verdad?
El nerviosismo y los efectos de la cerveza en el sistema de Leo provocaron que sus palabras, dichas con prisa, salieran atropelladas de sus labios.
El híbrido, sin embargo, no le hacía caso. Pues estaba demasiado ocupado tratando de divisar lo que había sentido contra sus caderas en los pantalones de Leo. Desgraciadamente, la pobre iluminación del lugar no revelaba gran cosa.
—Perdoname, en verdad… —continuó excusándose un más que arrepentido Leo.
—¿Qué? —finalmente, el híbrido volvió su atención a sus palabras—. Ah, no, no te preocupes. No pasa nada. Es solo que… bueno, no me lo esperaba.
A ello le siguió un silencio prolongado y muy, muy incómodo. Leo incluso tomó los bordes de su playera y tiró de ellos para cubrirse, apenado.
Leo se sintió rechazado. Había precipitado las cosas, y temía haber arruinado todo por un momento de calentura.
Atzin, por su parte, se quedó en blanco. No tenía ninguna clase de experiencia en esas situaciones. ¿Y ahora qué?. Debía decir algo, ¿hacer algo, quizás?
Pensar en ello le provocó una marea de verguenza. El simple hecho de sentir a Leo provocó en él una sensación extraña, como un cortocircuito en la nuca.
Entonces miró a Leo, con una expresión entristecida y preocupada. Ni siquiera se atrevía a mirarlo, ni a moverse de su lugar. Tenía los labios muy apretados, y sus ojos apuntando a sus pies.
No. No quería que pensara algo que no era correcto. Así que se armó de valor para dar un paso al frente y, al igual que había hecho con él, estiró una mano hasta posarla en su mejilla.
Leo levantó la mirada hacia él, sorprendido por la cercanía. Probablemente estaba seguro que después de eso Atzin se iría indignado. Pero no, ahí seguía.
—No… —empezó a decir el híbrido, pero nuevamente, no encontró las adecuadas. ¿qué se decía en esos casos—. Eh… ¿Me gustó?
Leo se le quedó mirando con confusión.
—¿Cómo?
—No, ósea… —Atzin se mordió el labio—. Lo que quiero decir es que… Lo que estabas haciendo antes está bien, ¿si?
Leo se permitió, al menos, relajar el agarre sobre los bordes de su camiseta.
—¿Si?
—Si —asintió Atzin.
—¿Entonces…?
—Es solo que… me tomaste desprevenido, eso es todo. Nunca he hecho estas cosas, no sé qué hacer.
Leo sonrió aliviado, soltando su playera, aunque por el susto ahora tampoco había nada que mostrar.
—Entonces… —comenzó a decir Leo—. ¿Quieres continuar?
Atzin, una vez más, se quedó en blanco. Retrocedió de nuevo con incomodidad, pero ésta vez Leo fue tras él y lo envolvió en un abrazo cariñoso y protector.
—Tranquilo, no te preocupes —le susurró Leo, su aliento alcoholizado golpeando el rostro de Atzin—. No haremos nada que no quieras.
Atzin apoyó su cabeza en el hombro de Leo con confianza, correspondiendo a su abrazo.
—No es eso, es solo que… —Atzin hizo una pausa para ordenar sus ideas. Leo no lo apresuró a responder, tan solo se quedó ahí, con él—. Si quiero hacerlo, Leo.
—¿Entonces?
El rostro del híbrido se encendió de nuevo.
—Me da pena.
Del pecho de Leo salió una risita, pero no burlona ni divertida. Atzin no sabría cómo definirla.
—Claro, es tu primera vez, ¿Verdad?
Atzin asintió sin mirarlo a los ojos.
—A todos nos pasa. Y por regla, la primera vez de muchos es un completo desastre, aunque depende de la persona con la que compartas ese momento.
Atzin sonrió contra el hombro de Leo. Conociéndolo, ahora procedería a hacer alardes de sus dotes como amante o algo así.
No lo hizo. Tan solo se quedó en silencio.
—¿Leo? —preguntó el Híbrido, separándose un poco para mirar al castaño a los ojos.
Éste le respondió con un nuevo beso, uno más tranquilo que los anteriores. Atzin correspondió. Ya estaba agarrando el truco de aquello.
—Yo me encargaría de todo —dijo Leo antes de bajar nuevamente a su cuello, volviendo a repartir besos por su piel expuesta.
Atzin cerró los ojos, llevando una mano a la nuca del Leo para apretarlo contra su cuello.
—Haría que ésta noche fuese para ti. Para tu disfrute —recorrió el cuello de la playera hacia su hombro, revelando más piel, la cual también besó—. Un último regalo de cumpleaños de mi parte.
Atzin se dejó llevar por los besos, las caricias. Sus palabras llenas de promesas. Su presencia. Todo él.
¿Cómo no podría confiar en él?
Leo.
Su Leo.
Todo suyo.
—Sí —murmuró finalmente.
—¿Qué? —preguntó Leo, separándose para mirarlo a los ojos.
—Si —repitió el híbrido más alto, devolviéndole la mirada—. Quiero compartir esto contigo.
Leo sonrió ampliamente, volviendo a besarlo. ¿Cuántos besos llevaban ya?
Sus manos volvieron a colarse debajo de la playera de Atzin. Acariciaron sus costados de nuevo, provocando nuevos escalofríos en Atzin. Tuvo cuidado con los vendajes que envolvían su torso, esquivandolos, pero acariciando cada milímetro de piel restante.
Tomó sus caderas una vez más y las empujó hacia él hasta toparse con las suyas.
Y ahí estaba de nuevo. La excitación de Leo, que Atzin podía sentir fácilmente con su propia entrepierna.
Cuando Leo volvió a presionarse contra las del híbrido, a éste último se le escapó un gemido en toda regla de sus labios. Un sonido agudo y primitivo, que atendía más a sus instintos que a su razón.
—Leo —balbuceó Atzin.
—¿Si? —arremetió sus caderas contra las suyas una vez más.
Atzin jadeó echando la cabeza hacia atrás, dejando expuesta su garganta, la cual Leo aprovechó para besar.
—Aquí nos van a ver —logró articular finalmente el híbrido, respirando lenta y profundamente—. Vamos a un lugar más… —apretó los labios.
Leo rió y terminó la frase por él.
—¿Privado?
Atzin asintió aparentando los labios.
Leo sonrió ampliamente, sus ojos brillando con una emoción apenas contenida.
Se apresuró a guiar a Atzin hacia las escaleras, ofreciendo su brazo como apoyo para asegurarle un descenso lento y sin dolor por los escalones desgastados.
La radio, aún tocando, quedó atrás. No importaba en ese momento.
La pareja se movió con rapidez por los pasillos del bloque departamental. Finalmente, llegaron a la puerta de la señora Iztli.
Entraron. El interior estaba sumido en sombras profundas, sin un solo indicio de vida. Ni siquiera el eco de un susurro rompía el silencio. En la mesa, el pastel seguía olvidado.
Leo hizo una seña a Atzin para que guardara silencio. Se movieron de puntillas hacia el cuarto de invitados, el mismo donde Atzin había estado recostado mientras estaba inconsciente.
Las cortinas de un azul oscuro estaban abiertas, permitiendo que la luz del alumbrado público de la calle se filtrara, llenando la habitación con un brillo tenue y misterioso.
Se detuvieron en la entrada, sus ojos ajustándose a la penumbra. Leo cerró la puerta con cuidado, presionando ligeramente el seguro que hizo un suave click, aunque sin cerrarla del todo.
—¿Cerró bien? —preguntó Atzin con nerviosismo, sus ojos fijos en la puerta.
Leo no respondió de inmediato. En lugar de palabras, le ofreció un beso suave pero lleno de intención, buscando calmar sus preocupaciones.
—Sí —murmuró finalmente, apenas separando sus labios.
—¿Seguro? No...
Antes de que pudiera terminar, Leo lo silenció con otro beso, más profundo y necesitado. Sus labios se encontraron con una urgencia creciente, una necesidad que había estado latente y que ahora se desbordaba. Atzin correspondió con igual fervor, cada beso y caricia encendiendo una llama que había estado esperando el momento adecuado para despertar.
La habitación se llenó de la calidez de su cercanía, un refugio temporal de sus miedos y preocupaciones, donde cada toque era una promesa de seguridad y deseo compartido.
La palma de Leo se presionó contra el pecho de Atzin y lo empujó hacia la cama. Atzin cayó sentado, un poco desconcertado y con una ligera mueca al sentir un ligero pinchazo en su costado.
Atzin observó a Leo, sus ojos llenos de curiosidad y deseo, aunque también de disgusto por el empujón poco amable.
Estaba a punto de exclamar una protesta cuando Leo, con determinación, se quitó su playera con prisa, revelando su torso delgado pero definido. La luz tenue de la calle jugaba sobre su piel, destacando la sutil definición de sus músculos. Su pecho era firme, con pectorales ligeramente marcados y una línea delgada de vello que descendía por su abdomen hasta perderse en el borde de sus pantalones. Su piel, clara y suave, brillaba con un leve sudor, reflejando la excitación del momento.
Al ver a Leo desnudo de la cintura para arriba, Atzin sintió un torrente de emociones atravesar su cuerpo. La prenda de Leo voló por la habitación, aterrizando en algún lugar indeterminado, pero los ojos de Atzin permanecieron fijos en el torso de Leo.
Su respiración se volvió más rápida, su corazón latiendo con una intensidad que resonaba en sus oídos.
El nerviosismo de Atzin no podía apagar el deseo que ardía dentro de él. Avergonzado de las reacciones de su cuerpo, cerró sus piernas, tratando de ocultar su evidente excitación.
Ése espectáculo, combinado con la realidad de que Leo estaba allí, compartiendo ese momento con él, hizo que una cálida sensación de calor y deseo llenara su pecho. Atzin sabía que estaba a punto de vivir una experiencia única, y aunque su inexperiencia lo hacía sentir vulnerable, la presencia de Leo le brindaba seguridad. Aunque no por ello la vergüenza se disipaba de su ser.
Leo no perdió tiempo. Se acercó rápidamente a Atzin. Se inclinó sobre él, sus manos apoyándose en el borde de la cama para mantener el equilibrio mientras sus labios buscaban los de Atzin con una necesidad intensa.
El beso fue profundo, cargado de una pasión que había estado contenida durante demasiado tiempo. Atzin sintió la calidez de Leo envolverlo, cada caricia y contacto despertando una ola de sensaciones nuevas y electrizantes.
Mientras sus labios se unían en ese beso urgente, Atzin entreabrió la boca para tomar una bocanada de aire. Aprovechando el momento, Leo introdujo su lengua, explorando con suavidad y firmeza.
La sensación de la lengua de Leo dentro de su boca fue un choque de sorpresa y placer para Atzin. Inicialmente, su cuerpo se tensó, pero rápidamente la sorpresa se transformó en curiosidad, y la curiosidad en deseo.
Atzin se dejó llevar por la nueva experiencia, su lengua encontrándose tímidamente con la de Leo. Los labios del castaño eran suaves pero insistentes, guiando a Atzin en un baile íntimo y compartido, haciendo que toda duda y nerviosismo se desvanecieran en el calor de su cercanía.
Leo se separó lentamente de los labios de Atzin, sus ojos brillando con un deseo intenso mientras observaba la reacción en el rostro de su compañero. Volvió a besar el cuello de Atzin, dejando un rastro de besos húmedos que enviaban escalofríos por su espina dorsal, mientras sus manos acariciaban con delicadeza la mandíbula y el cuello del híbrido.
El aliento de Leo era cálido contra la piel de Atzin, provocando suspiros entrecortados. Atzin cerró los ojos, dejándose llevar por la marea de sensaciones. El nerviosismo inicial se desvanecía, reemplazado por una creciente ola de placer. Leo, sintiendo la entrega de Atzin, sonrió contra su piel antes de deslizar sus manos hacia el borde de la playera del peliblanco.
Con un movimiento fluido, Leo levantó la playera de Atzin, deslizándola por sus brazos hasta quitársela por completo. La prenda cayó al suelo sin importancia, y Leo tomó un momento para admirar el torso desnudo de Atzin. Su piel, suave y cálida, estaba ligeramente tensa por la anticipación, y Leo no pudo evitar sentir una oleada de ternura y deseo al ver la vulnerabilidad y belleza de Atzin.
Leo bajó la cabeza de nuevo, comenzando a besar el pecho de Atzin con devoción. Sus labios se movieron con lentitud, disfrutando cada centímetro de piel que encontraban. Atzin arqueó ligeramente la espalda ante el contacto, su respiración volviéndose más rápida y superficial. Cada beso de Leo era como una chispa, encendiendo pequeños fuegos de placer que se esparcían por todo su cuerpo.
Los besos de Leo descendieron, trazando un camino ardiente por el esternón y los costados de Atzin, evitando sus vendajes eso sí. Su lengua se unió al viaje, explorando su abdomen con una suavidad que hacía que Atzin se estremeciera. Sus manos encontraron el cabello de Leo, enredando sus dedos en él mientras el placer se convertía en una tormenta interna que lo consumía.
Leo se detuvo al llegar al ombligo de Atzin, su risa suave vibrando contra la piel del híbrido al sentir cómo lo había tomado del cabello, empujándolo hacia él para que continuara. Atzin, en medio de su respiración entrecortada, sintió un rubor caliente extenderse por su rostro.
—Te dije que te iba a gustar —murmuró Leo, su tono burlón a la vez que triunfante mientras levantaba la vista para encontrarse con los ojos de Atzin.
—No... no seas tan engreído —respondió Atzin, tratando de sonar serio aunque la vergüenza era evidente en su voz. Sus dedos seguían enredados en el cabello de Leo, sin querer dejarlo ir.
Leo sonrió, disfrutando de la mezcla de emociones en el rostro de Atzin. Con una mirada traviesa, dejó que sus labios se deslizaran nuevamente hacia abajo, acercándose al ombligo de Atzin con una lentitud deliberada.
—¿Engreído? ¿Yo? —respondió Leo, su voz baja y provocativa—. Solo estoy cumpliendo mi promesa.
Atzin soltó un gemido suave, sus ojos cerrándose mientras la lengua de Leo volvía a trazar líneas de fuego en su piel. El placer era intenso, y eso que aún no tocaba aquella parte de su cuerpo que tan sensible se había puesto.
—Leo... —murmuró Atzin, su voz temblando—. Esto es... demasiado.
—¿Demasiado bueno? —preguntó Leo, sus palabras resonando contra la piel de Atzin—. Porque no hemos terminado todavía.
Atzin abrió los ojos, encontrándose con la mirada intensa de Leo. Una mirada llena de deseo, de ansias, de cariño. Sus dedos se aflojaron en el cabello de Leo, permitiéndole continuar su descenso.
Leo, sin embargo, no continuó con su camino. En lugar de eso, regresó por donde vino. Sus besos ascendieron, dirigiéndose nuevamente a su pecho. Al híbrido le entraron ganas de protestar, que de alguna manera estaba haciendo trampa por someterlo a tortura. ¿Lo estaba haciendo?, seguramente sí.
Entonces los suaves labios de Leo llegaron a uno de sus pezones, depositando un delicado beso sobre él antes de abrir la boca y engullirlo, dándole la más leve de las mordidas alrededor de la aureola.
Atzin gimió. Gimió en toda regla. Un sonido agudo y primitivo.
El castaño levantó la vista brevemente, sus ojos encontrándose con los de Atzin, antes de volver a concentrarse en su tarea, alternando entre suaves succiones y pequeñas mordidas que enviaban olas de placer por todo el cuerpo de Atzin.
Atzin, con los ojos entrecerrados, trataba de asimilar las intensas sensaciones. Sus manos, antes temblorosas y llenas de incertidumbre, ahora buscaban la piel de Leo con más confianza, deseando más de esa conexión.
—Leo... —murmuró, su voz cargada de necesidad—. Esto... se siente increíble.
Leo levantó la cabeza por un momento, sus labios curvándose en una sonrisa satisfecha.
—Te dije que te iba a gustar —repitió, su tono burlón pero lleno de cariño—. Y apenas estamos empezando.
Con esa promesa, Leo dejó un rastro de besos húmedos mientras se dirigía al otro pezón de Atzin, dándole la misma atención y cuidado. Atzin arqueó la espalda, sus sentidos agudizados por la anticipación y el placer. Podía sentir cada caricia, cada roce de los labios y la lengua de Leo, como una corriente que atravesaba su cuerpo.
Entonces, Leo llevó una mano a la entrepierna de Atzin, tomándola y apretándole gentilmente por encima de la tela de su pantalón. La palma de Leo sintió el calor y la firmeza bajo la tela, una mezcla que provocó un suspiro de satisfacción en sus labios.
La reacción de Atzin fue inmediata, su cuerpo se tensó en cada uno de sus rincones. Para el híbrido, la sensación era abrumadora. La presión suave pero firme de la mano de Leo envió una oleada de placer que se extendió por todo su cuerpo. Cerró los ojos, mordiéndose el labio inferior para contener un gemido, su respiración acelerándose. Sentía su corazón latir con fuerza, cada latido resonando en sus oídos como un tamborileo constante.
Leo, notando la reacción de Atzin, continuó con movimientos lentos y deliberados, acariciando la zona. Sus dedos se movían con una suavidad que provocaba sensaciones de placer a través de la tela, explorando y estimulando.
—¿Te gusta esto? —murmuró Leo, su voz baja y llena de una ternura burlona.
Atzin abrió los ojos lentamente, encontrando los de Leo. Sus mejillas estaban sonrojadas, y aunque aún se notaba la vergüenza en sus ojos, también era notorio su deseo.
—Sí... —susurró, su voz temblorosa—. Me gusta mucho.
Leo sonrió, satisfecho con la respuesta. Continuó acariciando, disfrutando de la forma en que el cuerpo de Atzin respondía a su toque.
El castaño se inclinó una vez más para continuar jugando con el pecho de Atzin con su boca sin dejar de acariciar su entrepierna en ningún momento. Cada movimiento era calculado para intensificar el placer, y Atzin, completamente entregado al momento, se arqueaba bajo el toque experto de Leo.
Poco a poco, los besos de Leo comenzaron a descender una vez más. Al llegar a su ombligo, Leo levantó la vista y susurró:
—Levanta un poco el trasero.
Atzin, con las mejillas sonrojadas y la respiración acelerada, hizo lo que le pedían. Leo tomó los bordes del pantalón y, con un movimiento cuidadoso, se los quitó, dejándolo desnudo. Su cuerpo entero expuesto a la mirada del castaño.
Atzin se sintió vulnerable pero también lleno de una excitación desmedida. La sensación del aire fresco contra su piel desnuda era un contraste con el calor del cuerpo de Leo, haciendo que sus sentidos se agudizaran aún más. Sus ojos buscaron los de Leo, tratando de encontrar seguridad en su mirada.
Leo se alejó un poco, sus ojos recorriendo lentamente el cuerpo desnudo de Atzin. Había una admiración sincera y una ternura palpable en su mirada, mezcladas con un deseo evidente. Se tomó un momento para contemplarlo al completo.
Sus ojos recorrieron cada detalle, apreciando la belleza única de su figura. Atzin era delgado, con una piel suave y un poco más clara que la suya, una piel que reflejaba la luz tenue de la habitación. Su pecho subía y bajaba con cada respiración, los pezones aún sensibles por las atenciones previas de Leo, ligeramente enrojecidos y endurecidos.
El torso de Atzin no mostraba músculos marcados, pero tenía una elegancia natural en sus líneas finas y gráciles. Su abdomen era plano, sin mucha definición, pero firme al tacto. Sus caderas eran delgadas, fluyendo en curvas suaves que llevaban a sus muslos esbeltos y bien formados.
Leo observó cómo los muslos de Atzin estaban ligeramente tensos, una señal de su anticipación y vulnerabilidad. Cada centímetro de su piel parecía estar al tanto del contacto próximo, con un leve rubor que se extendía por su cuerpo, señal de su excitación y emoción.
Atzin notó cómo la mirada de Leo descendía y se detenía en sus genitales, y sintió una ola de vergüenza inundarlo. Instintivamente, cerró las piernas para cubrirse, el rubor intensificándose en sus mejillas.
—No me mires así —reclamó Atzin, su voz temblorosa, la vergüenza clara en sus palabras.
Leo levantó la vista, encontrándose con los ojos de Atzin, y sonrió suavemente, con un toque de burla tierna.
—¿Por qué no? —respondió Leo, su tono ligeramente juguetón—. Eres hermoso.
Atzin desvió la mirada.
—No digas esas cosas.
—¿Por qué?, no miento. Para mí lo eres.
Leo rió con ternura, acercándose a la cama. Atzin apartó la mirada, todavía sintiéndose cohibido, pero las palabras de Leo empezaron a calar en su interior.
Leo notó que Atzin todavía estaba reticente, su cuerpo ligeramente tenso y sus ojos evitando el contacto directo. Queriendo calmar sus nervios y demostrar su propia vulnerabilidad, Leo suavemente llamó su atención.
—Atzin —murmuró, su voz suave y tranquilizadora.
Atzin levantó la mirada, encontrando los ojos de Leo. En ese instante, Leo comenzó a desabrochar su cinturón y pantalón, muy lentamente, asegurándose de que Atzin estuviera atento a cada movimiento.
—Bueno, me toca a mí —dijo Leo con una sonrisa juguetona—. Para que estemos en igualdad.
Los dedos de Leo trabajaron con paciencia, desabrochando la hebilla con calma deliberada.
Atzin observó, hipnotizado por la escena y la confianza de Leo. Ver a Leo desvestirse frente a él ayudó momentáneamente a disipar sus propios temores, reemplazandolos con morbo.
Leo dejó caer el cinturón al suelo con un suave chasquido, seguido por los pantalones que se deslizaron por sus caderas hasta que quedaron alrededor de sus tobillos, quedando vestido únicamente por unos bóxers sencillos de color negro, donde se adivinaba la silueta de la excitación del chico. Dio un paso atrás y luego levantó la vista hacia Atzin.
Atzin no pudo evitar sentirse embargado por una mezcla de emociones intensas. Al ver a Leo tan expuesto, su delgado cuerpo iluminado por la luz tenue de la habitación, sintió un deseo tal que incluso olvidó mantener las piernas cerradas.
Cada detalle de Leo era fascinante para Atzin: la forma en que sus músculos se movían sutilmente bajo la piel, el contorno de sus caderas, y la manera en que la luz jugaba sobre su piel.
Leo, notando la mirada intensa de Atzin, sonrió con picardía. Lentamente, llevó las manos al borde de su ropa interior, deslizando los pulgares por debajo de la tela. Con un movimiento deliberado y pausado, comenzó a bajar los bóxers por sus caderas.
A medida que los bóxers se deslizaban hacia abajo, Atzin observó cada detalle que se revelaba. Primero, los huesos de la cadera de Leo, marcados con suavidad pero definidos. Luego, su zona púbica, donde la piel se encontraba con un vello fino y oscuro.
Finalmente, los bóxers cayeron al suelo, y Leo quedó completamente desnudo frente a Atzin.
—¿Ves? —comentó Leo, acercándose de nuevo a la cama—. Ahora estamos iguales.
La mirada de Atzin, casi instintivamente, descendió hasta la entrepierna de Leo.
Leo notó la dirección de la mirada de Atzin y soltó una risa suave, llena de una mezcla de cariño y diversión.
—Te gusta mirar, ¿Uh? —soltó Leo, su tono burlón pero cariñoso.
Atzin, todavía con el rostro sonrojado, asintió tímidamente, sus ojos levantándose para encontrarse con los de Leo. Había un brillo de emoción en su mirada, mezclado con un toque de vergüenza.
Leo sonrió, dando un paso más cerca y acariciando la mejilla de Atzin con ternura.
—Me alegra que pienses así —dijo Leo suavemente—. Ya te lo dije, no tienes nada de qué avergonzarte, Atzin. Estamos aquí para disfrutar y compartir este momento.
—Gracias, Leo —respondió Atzin, su voz más firme.
—No, no me agradezcas. Aún. Todavía viene lo mejor —respondió guiñándole un ojo.
Entonces, Leo dió el siguiente paso. Se movió con rapidez, cayendo de rodillas frente a Atzin, quien seguía sentado al borde de la cama. La mirada de Leo, cargada de deseo y ternura, nunca se apartó de los ojos del peliblanco.
Atzin apenas tuvo tiempo de procesar lo que estaba sucediendo cuando Leo se acomodó entre sus piernas abiertas. La cercanía y la intimidad del momento hicieron que su corazón latiera aún más rápido y que su cuerpo entero volviera a tensarse, sus sentidos en alerta máxima mientras anticipaba lo que vendría a continuación.
Leo no perdió tiempo. Con una suavidad que contrastaba con la intensidad de su mirada, se inclinó hacia adelante, dejando que sus labios y lengua comenzaran a explorar la zona más erógena y sensible de Atzin. El primer contacto fue electrizante, enviando una oleada de placer puro por el cuerpo del híbrido, haciéndolo arquear la espalda y soltar un gemido de sorpresa y deleite.
El híbrido, sorprendido, cerró los ojos y se dejó llevar por el placer. Leo trabajaba con habilidad y dedicación, usando su lengua y labios para provocar nuevas olas de placer en Atzin.
Atzin sintió que sus pensamientos se disolvían en el mar de placer, su respiración volviéndose errática mientras sus manos se aferraban a las sábanas de la cama.
—Leo... —jadeó, su voz apenas un susurro, llena de asombro y gratitud.
Leo levantó la vista un momento, sus ojos brillando con satisfacción al ver la reacción de Atzin. Con una sonrisa traviesa, continuó, redoblando sus esfuerzos y disfrutando de cada pequeño gemido que lograba arrancarle.
Atzin, cada vez más cómodo y confiado, dejó escapar una risa suave, mezclada con gemidos de placer.
—Sí... —susurró, sus palabras entrecortadas por la intensidad de las sensaciones—. Tenías razón, Leo. Es increíble.
Leo continuó con su labor oral, sus labios y lengua moviéndose con precisión y pasión sobre la piel sensible de Atzin. Sus manos se aferraron firmemente a las caderas y al trasero de Atzin, sujetándolo con fuerza para mantenerlo en su lugar y ofrecerle el máximo placer posible.
Atzin sentía como si su cuerpo estuviera al borde de un precipicio, cada caricia de los labios y la lengua de Leo lo acercaba más a un clímax que nunca había experimentado antes. Sus sentidos estaban en alerta máxima, cada nervio en su cuerpo vibrando con la intensidad de las sensaciones. La combinación del tacto de Leo, su aliento cálido y la presión de sus manos en sus caderas, lo hacía perderse completamente en el momento.
—Leo... —jadeó Atzin de nuevo.
Leo sonrió, gustoso. Separó los labios del centro de placer del híbrido para comentar:
—Sabes bien…
Atzin abrió los ojos de golpe. El rubor regresando a su rostro. Lo miró incrédulo.
—Eso sí nunca, nunca, lo vuelvas a decir. Te lo advierto —amenazó el híbrido.
—¿O si no qué? —rió Leo, dando una lenta lamida a lo largo de su excitación.
Atzin tragó saliva.
—O te patearé en los huevos.
Leo lo miró.
—Auch. Pensé que te gustaban.
—Mientras no digas cosas embarazosas, sí. Ahora continúa.
Leo soltó una carcajada contenida y risueña, emocionado, lo señaló acusatoriamente.
—¡Ja!, ya no estás tan reprimido. Eso es una victoria para mí.
—... Demonios —se rió Atzin—. Me pegaste lo calenturiento.
—No, no —negó Leo con la cabeza—. Ahora no me quieras echar la culpa a mí de tus mañas.
—Oh, cállate y ven aquí.
Atzin jaló a Leo de los brazos hacia él, lo suficiente para besarlo nuevamente y abrazarlo, completamente embriagados por el momento.
En medio de la pasión, rodaron por la cama, sus cuerpos entrelazándose hasta quedar en el centro, donde la calidez de sus pieles se unió.
Sus piernas se cruzaron unas con otras, creando un lazo íntimo que los mantenía unidos. Los brazos de Atzin rodearon a Leo, atrayéndolo más cerca, mientras que las manos de Leo se movían con ternura sobre la espalda de Atzin, explorando cada rincón con un toque reverente.
Sintieron el contacto de sus miembros, uno con otro, un roce electrizante que añadió una nueva capa de placer a la experiencia.
Cuando Leo bajó una vez más al cuello de Atzin, éste último bajó la mirada entre sus cuerpos, encontrándose con la virilidad del castaño. Él le había dado placer durante toda la noche, y Atzin quería ser recíproco.
Bajó una mano entre ellos y, con torpeza y timidez, rodeó el centro de placer de Leo, arrebatándole un gemido lujurioso que lo hizo temblar.
Leo, sin embargo, se separó de su agarre, rodando hasta quedar a gatas encima de Atzin, estando él tumbado de espaldas sobre el colchón.
—¿Leo? —cuestionó el híbrido, sus ojos abriéndose mucho.
—Te dije que esta noche era para ti, ¿No es así? —le sonrió Leo—. Deja que yo me encargue de todo.
Expuesto debajo de él, estaba colorado y tenía la respiración entrecortada. En sus ojos relucientes, que antes reflejaban su vergüenza e inseguridad, ahora había una irritación desesperada.
Leo respondió a esa mirada, esa mirada que le pedía, de alguna manera, más de lo que le había dado antes. Así que empujó sus caderas contra las de él una vez más, provocando una deliciosa fricción que los hizo jadear a ambos.
—Antes dije que no sabía qué éramos ahora —recordó Leo, gruñendo mientras sus caderas continuaron presionándose contra las de Atzin.
—Si, lo dijiste —Atzin apretó los labios cuando Leo lo hizo de nuevo, con más fuerza ésta vez.
—Creo que ya lo sé —Leo contoneó las caderas, realizando movimientos circulares una y otra vez.
—¿Y qué es?
Sus frentes se unieron, sus ojos fijos en los del otro, sus alientos chocando en el rostro del otro.
—Quiero ser tuyo —declaró Leo.
—Pues entonces sé mío —aceptó Atzin.
—Y quiero que seas mío.
—Ya soy tuyo, Leo.
Ese momento, tan íntimo, fue el verdadero comienzo. Para ambos.
El corazón de Atzin latía furiosamente en su pecho mientras Leo se acomodaba entre sus piernas, tomando sus caderas y elevándolas cuidadosamente.
Podía sentir cómo la mano de Leo se deslizaba lentamente en el espacio entre ellas, su tacto era firme y decidido, pero también lleno de una ternura que electrizaba cada centímetro de su piel.
Los labios de Leo descendieron hacia su pecho, el toque era suave pero decidido, una mezcla de ternura y urgencia que lo hacía estremecer. La piel cálida de Atzin vibraba bajo las caricias, y cada movimiento de Leo era una promesa de lo que vendría.
—Ay... ay Dios... —gemía Atzin, completamente rendido a su deseo y pasiones, sus dedos apretando las sábanas con desesperación.
Leo levantó la cabeza y lo miró con una mezcla de burla y ternura. Sus ojos chispeaban con un brillo juguetón que contrastaba con la intensidad del momento.
—Relájate, Atzin. No muerdo... mucho —dijo Leo, su voz era un susurro que vibraba con una risa contenida.
Atzin mordió su labio inferior.
—No es eso... es solo que... —comenzó Atzin, su voz temblando ligeramente.
Leo lo interrumpió suavemente, colocando un dedo sobre sus labios.
—Shh... confía en mí, ¿de acuerdo? —le dijo, su tono burlón suavizándose en algo más cálido y reconfortante. Sus dedos se deslizaron por el rostro de Atzin, acariciando su mejilla antes de bajar nuevamente, recorriendo su cuello con una delicadeza que hacía que cada uno de sus nervios se encendiera.
—Está bien... —respondió Atzin finalmente, dejando escapar un suspiro mientras sentía cómo su cuerpo se relajaba, entregándose a las caricias de Leo.
Leo sonrió, satisfecho, y bajó sus labios nuevamente hacia el pecho de Atzin, cada beso más lento y profundo que el anterior, como si estuviera explorando cada rincón de su ser. Atzin podía sentir cómo la tensión abandonaba su cuerpo, reemplazada por una oleada de deseo que lo envolvía por completo.
—Así está mejor —murmuró Leo contra su piel, sus manos viajando con más confianza por el cuerpo de Atzin, arrancándole suspiros y gemidos suaves que llenaban el aire entre ellos.
Atzin asintió, tomando una profunda inspiración para calmarse. Sentía cómo Leo se preparaba, el calor de su cuerpo mezclándose con el suyo en una anticipación que lo hacía estremecerse.
—Estoy aquí contigo, no te preocupes —murmuró Leo, sus labios rozando los de Atzin en un beso delicado. Atzin cerró los ojos, permitiéndose perderse en la sensación del momento.
Poco a poco, Leo se deslizó dentro de Atzin, la conexión entre ellos creciendo en intensidad. Atzin dejó escapar un gemido, sus manos buscando las de Leo para encontrar algo de apoyo, algo que lo anclara en la marea de sensaciones que lo invadían. Leo apretó sus manos, su toque firme y reconfortante.
—Ah... Leo... —susurró Atzin, su voz quebrada por la mezcla de placer y nerviosismo. Leo lo miró, su sonrisa cálida y tranquilizadora.
—Estás bien, Atzin, estás perfecto... —dijo Leo, su voz un susurro cargado de emoción. Comenzó a moverse con una cadencia lenta y rítmica, cada movimiento cuidadosamente medido para provocar el máximo placer sin prisa.
Atzin podía sentir cada fibra de su ser encendiéndose con cada movimiento de Leo. La combinación de su fuerza y delicadeza lo llevaba a un estado de euforia y vulnerabilidad. Los gemidos de Atzin llenaban la habitación, mezclándose con los suspiros profundos de Leo, creando una sinfonía de pasión y deseo.
—Leo... esto es... —trató de decir Atzin, pero las palabras se le escapaban, reemplazadas por gemidos y suspiros. Leo entendió sin necesidad de más explicaciones, sus movimientos se volvieron más profundos y seguros, cada uno enviando oleadas de placer a través de Atzin.
—Sí... así... —murmuró Leo, su voz un susurro que llegaba a los oídos de Atzin como una caricia. Sus cuerpos se movían en perfecta sincronía.
Leo comenzó a morder suavemente el cuello de Atzin, aumentando gradualmente la intensidad del mordisco, mientras su cuerpo continuaba moviéndose con un ritmo cada vez más firme y decidido. El peliblanco se retorcía bajo él, sus piernas aún firmemente enredadas alrededor de la cintura de Leo. Con una mano sujetando el cuerpo de Atzin, Leo lo presionó con más fuerza contra la cama, sus gemidos convirtiéndose en gritos ahogados de placer.
—¡Ah...! Leo~
El sonido de su nombre en los labios de Atzin encendió una chispa de emoción en Leo, quien prosiguió sin interrupciones, aumentando la intensidad de sus movimientos. Atzin, con la mirada perdida y completamente entregado, dejó que Leo hiciera lo que quisiera, jadeando a medida que la velocidad aumentaba.
En ese momento, Atzin sintió cómo su cuerpo se envolvía completamente para recibir cada embestida de Leo, su respiración acelerándose hasta volverse errática. Los jadeos llenaban la habitación y los gemidos de placer se escapaban de los labios de Atzin, volviéndose cada vez más ruidosos y desesperados. No podía controlar la situación, su cuerpo respondiendo de una manera que nunca había experimentado antes.
—¡M-Más-!
Leo, en medio de sus propios jadeos, sonrió entretenido al ver la cara de Atzin llena de placer. Sabía que el peliblanco no podía controlarse y se sentía encantado de poder complacerlo de esa manera.
—¿Más? ¿Quieres más~? —susurró Leo con un tono burlón—. Sé un buen chico y sigue pidiéndome más~.
Con esas palabras, Leo agarró las piernas de Atzin, sujetándolo firmemente contra su cuerpo. Se aseguró de posicionarse correctamente, entrando completamente dentro de él para causar la reacción que deseaba. Los ojos de Atzin se llenaron de una mezcla de sorpresa y éxtasis, su cuerpo arqueándose en respuesta.
—Ah, Leo... sí... más…
Leo se movía con una precisión casi calculada, cada embestida arrancando gemidos cada vez más altos de Atzin. El cuarto se llenó con el sonido de su pasión, una sinfonía de jadeos y gemidos que hablaban de la conexión profunda y ardiente que compartían. La intensidad del momento los envolvía, cada segundo llevándolos más cerca del clímax.
Atzin se entregaba a la experiencia de amar a Leo con una intensidad que rozaba la locura, como un océano de sensaciones que lo inundaba sin tregua. La lógica y la razón se desvanecían, dejando solo el instinto puro, la necesidad visceral de estar más cerca, de fusionarse hasta que las líneas entre uno y otro se borraran por completo como si se tratase de un animal respondiendo al llamado natural.
Finalmente, alcanzaron el punto culminante juntos, sus cuerpos temblando con la intensidad de la experiencia compartida. Leo se dejó caer suavemente sobre Atzin, sus respiraciones entrelazadas en una cadencia lenta mientras recuperaban el aliento. Atzin lo rodeó con sus brazos, sintiendo el peso reconfortante de Leo sobre él, ambos envueltos en una nube de satisfacción y calidez.
—Eso fue... increíble... —susurró Atzin, sus palabras llenas de gratitud y emoción.
Leo sonrió, su mano acariciando el cabello de Atzin con ternura.
—Lo fue... y no quiero que termine nunca.
Atzin, aún envuelto en la cálida presencia de Leo, percibía cómo el fervor de su encuentro se disipaba en una placidez melosa. Con gestos delicados y llenos de reverencia, Atzin posó sus manos sobre las mejillas de Leo, rozándolas con la suavidad reservada para lo que es valioso y delicado.
Leo, con los párpados sellados, se abandonó a la dulzura de aquel cariño, su rostro se inclinó por instinto hacia el cálido tacto. Sus bocas se unieron en un beso suave y fatigado, un estremecimiento compartido vibró entre ellos mientras exhalaban juntos en un suspiro entrelazado saboreando el placer que les quedaba de la boca del otro. Sin embargo al sentir cierta insistencia natural del cuerpo de Atzin el castaño se separó mirándolo con una mezcla de afecto y diversión.
—Quieto~ parece que a alguien se le despertó el celo —bromeó Leo, con una sonrisa pícara.
Atzin suspiró, una mezcla de vergüenza y diversión coloreando sus mejillas mientras desviaba la mirada, esbozando una sonrisa tímida.
—Ay cállate... —respondió, intentando ocultar su sonrojo.
—¿Qué? ¿Los ajolotes tienen celo, no? —insistió Leo, con una risa contenida.
Atzin, apenado y demasiado cansado para tomárselo en serio, solo pudo rodar los ojos con afecto. Mientras tanto, Leo, con un gesto perezoso, alcanzó su celular que yacía en el suelo, lo tomó y, con un toque de curiosidad, desbloqueó la pantalla y abrió Google para buscar, quizás, la respuesta a su propia broma.
Atzin no pudo evitar soltar una risa suave ante los comentarios de Leo cuando entonces lo vio abrir los ojos desmesuradamente mientras leía algo en el teléfono causando que la curiosidad le pícara.
—¿Qué ves? —preguntó Atzin, intentando mirar la pantalla.
— ...No te embarazas, ¿verdad...? —dijo Leo con un tono de preocupación inesperada.
—¿Qué-? Ay... no seas pendejo, Leo —Atzin replicó, agotado mentalmente.
—Es que no usé condón... —confesó Leo, su voz revelando una mezcla de seriedad y broma.
—Leo, soy vato,hasta lo comprobaste—Atzin le recordó, aunque una parte de él se preguntaba si Leo estaba jugando o realmente preocupado.
—¿Y si te mutaron con genes de ajolote hembra? —Leo continuó, su nerviosismo creciendo mientras seguía leyendo.
—...Leo, apaga ese teléfon- —Atzin intentó interrumpir.
—¿¿300 huevos??? —Leo exclamó, mirando a Atzin con ojos llenos de terror. —¡¿Los ajolotes ponen 300 huevos??
Atzin, entre divertido y exasperado, le quitó el teléfono a Leo y lo colocó en la cómoda junto a la cama.
—¿¿Voy a ser papá de 300-?? —Leo murmuró, aún asimilando la información.
—¡No! —Atzin finalmente estalló en carcajadas, dándose cuenta de que la preocupación de Leo era genuina, pero completamente infundada.— A dormir, la calentura te fundió las neuronas...
—Y si... —Leo comenzó de nuevo, pero Atzin lo interrumpió con una mano sobre su boca.
—Shhh, ya basta. No hay huevos, no hay ajolotes bebés, solo hay dos tontos que necesitan dormir —dijo Atzin, con una sonrisa afectuosa.
Leo asintió, su expresión mezcla de alivio y cansancio. Se acomodó en la cama, cerrando los ojos una vez más, esta vez con una sonrisa tranquila en su rostro. Atzin se recostó a su lado, cerrando las cortinas para encerrarlos en la oscuridad de la noche.
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