Capitulo 9: Cloacas
Leo y Atzin se deslizaban entre el bullicio de la urbe, sus pasos marcando un compás armonioso mientras sorteaban a los transeúntes y vehículos que poblaban las calles. La quietud de su caminar se vio interrumpida por la vibración insistente del celular de Leo, una pausa en la sinfonía urbana. Un mensaje de Adriana irrumpió en su rutina, una brecha en la cotidianidad de su travesía. Atzin se aproximó, curioso, inclinándose sobre el hombro de Leo para capturar las palabras que se desplegaban en la pantalla.
-Mira, es de Adriana. Dice que terminó su turno y está con David y Alondra. Pregunta por nosotros y ofrece su ayuda si la necesitamos -informó Leo.
-No, dile que no -intervino Atzin, asomando su figura sobre el hombro de Leo para leer el mensaje-. No estamos seguros de si nos están siguiendo.
Leo asintió en concordancia con la cautela expresada por su compañero, respondiendo a Adriana con un mensaje de voz.
-Hey, Adri. Estamos bien, gracias por preocuparte. Andamos por el metro Hidalgo buscando la coladera. Por ahora estamos bien, solo investigando. Te mando nuestra ubicación por si acaso. Si en una hora no sabes nada de nosotros, o perdemos señal, ahí sí, ven a buscarnos.
Leo guardó su teléfono con gesto preocupado, su mirada buscó la de Atzin con una sombra de incertidumbre.
-¿Estás seguro de que no deberíamos aceptar ayuda? -inquirió, su voz cargada de dudas.
-Sí, estoy seguro. No sabemos qué nos espera de esto. Y lo poco que yo sí sé no es alentador. Y no me gustaría dejar sola a Alondra -respondió Atzin, tratando de transmitir confianza en su decisión.
Leo asintió, aceptando la determinación de su compañero.
De pronto, Atzin señaló algo en la lejanía y, sin perder tiempo, tomó a Leo del brazo y lo guió hacia una callejuela desierta. Allí, frente a ellos, descubrieron una tapa de alcantarilla claramente marcada. Con un esfuerzo conjunto, Leo la levantó, exponiendo la oscuridad que emanaba un olor a descomposición.
-¿Estás seguro de que es aquí? -inquirió, su voz casi ahogada.
Atzin asintió con confianza, aunque una sombra de duda pasó por sus ojos.
-Sí, es aquí -respondió, su tono de voz tranquilo pero firme, como si tratara de infundir seguridad a su compañero.
Leo frunció el ceño, decepcionado por la realidad que se presentaba ante ellos.
-Pensé que era agua limpia -murmuró, más para sí mismo que para Atzin.
-Supongo que no le quita lo apestoso. Vamos -instó Atzin, dando un paso adelante y descendiendo por una escalera metálica que crujía bajo el peso de sus pasos.
La oscuridad abrazó sus figuras mientras descendían hacia lo desconocido, el eco de sus pisadas resonando en el corredor estrecho y sombrío. Cada paso parecía sumergirlos más en un mundo ajeno, donde la única certeza era la incertidumbre que los aguardaba en la penumbra.
-Vaya vaya-un eco resonó por el lugar con una voz rasposa y burlona- Parece que no son tan tontos ¿eh?
Leo y Atzin se quedaron paralizados, sin saber de dónde venía la voz. Miraron a su alrededor, intentando localizar al origen del sonido, pero solo vieron oscuridad y agua sucia.
-¡Muéstrate!-exigió Leo con voz temblorosa, mientras apuntaba con la linterna en todas direcciones.
Una risa macabra recorrió el lugar. Atzin sintió un escalofrío recorrerle la espalda al escuchar esas palabras.
-Xaman... -susurró Atzin con horror, mientras le daba un codazo a Leo para advertirle.
La figura soltó una carcajada malvada, mientras se descolgaba del techo y aparecía ante ellos, iluminado por la luz de la linterna. Ambos,retrocedieron con horror al ver la figura grotesca y amenazante que se interponía entre ellos y la salida.
-¡Corre! -gritó Leo, mientras empujaba a su amigo y echaba a correr por el corredor, en dirección opuesta a la que habían venido.
Atzin no lo pensó dos veces y siguió a Leo, mientras sentía el pánico apoderarse de él. Xaman los seguía de cerca, volando por el aire con una agilidad sobrenatural, mientras les lanzaba gritos y burlas.
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Los dos corrían por el angosto corredor de la alcantarilla, el eco de los pasos resonando en la oscuridad. El chillido estridente de la mujer zopilote los acosaba sin cesar, como un eco maligno que retumbaba en sus oídos y aceleraba sus corazones.
El peliblanco echó un vistazo hacia atrás, su respiración agitada por el esfuerzo y el miedo que los impulsaba hacia adelante. La mujer zopilote los seguía de cerca, su figura grotesca apenas visible entre las sombras, pero su presencia era palpable, como una sombra oscura que se cernía sobre ellos.
-¡Hay que apurarnos! -gritó Leo, su voz cargada de urgencia mientras incrementaba el ritmo de su carrera. Atzin asintió con terror, sintiendo la adrenalina correr por sus venas mientras se esforzaba por mantener el paso.
Atzin sintió la urgencia apoderarse de él cuando vio a Leo batallando por mantener el ritmo. Decidió actuar rápidamente. Con la determinación ardiente en su pecho, se adelantó, sus músculos híbridos cobrando vida bajo su piel. Levantó a Leo apoyándolo sobre su hombro con facilidad, sintiendo el peso de su amigo como una pluma en comparación con su propia fuerza mejorada.
Atzin se puso de pie rápidamente, sintiendo el miedo correr por sus venas mientras se preparaba para enfrentarse a la criatura que los perseguía.
Mientras tanto, Atzin no tuvo tiempo de reaccionar más que para soltar al castaño quien casi caía enteramente en el canal antes de que la zopilote lo embistiera con fuerza, arrojándolo contra la pared opuesta con un golpe sordo. El dolor punzante se apoderó de él cuando las garras de la criatura se clavaron en su piel, arrancando un gemido de agonía de sus labios.
Leo se aferró con todas sus fuerzas a un borde sobresaliente mientras la potente corriente de las cloacas amenazaba con arrastrarlo hacia la oscuridad. El terror se apoderaba de su ser mientras luchaba desesperadamente por mantenerse a flote en las aguas turbias y traicioneras. Con un esfuerzo supremo, emergió de las profundidades con una bocanada de aire, solo para presenciar la escena espeluznante que se desarrollaba ante sus ojos.
El miedo se mezclaba con la ira dentro de él, alimentando su determinación de intervenir y enfrentarse a la criatura que amenazaba a su amigo. Se preparó para salir del agua, dispuesto a luchar con todas sus fuerzas, aunque eso significara enfrentarse a la zopilote a puño limpio.
Sin embargo, antes de que pudiera tomar una sola acción, una presencia oscura y retorcida emergió del agua detrás de él. Una extremidad larga y espectral se alargó hacia él, envolviendo su cabeza con una fuerza sobrenatural antes de azotar su rostro contra el borde del canal una y otra vez, con un sonido sordo y ominoso que resonó en el túnel como un eco macabro, cada golpe acompañado de un crujido mientras la sangre empezaba a aparecer en el lugar.
Cuando el apéndice terminó de golpear a Leo, dejándolo al borde de la inconsciencia, emergió del agua el dueño de aquel horroroso miembro, sin soltar al chico. Lo arrastraba por el suelo con la misma indiferencia con la que alguien arrastraría un perro que acaba de atropellar por la carretera. El hombre, con su mirada rojiza y perturbadora, observaba la escena con un aburrimiento gélido mientras jugueteaba con un yoyo en su mano derecha.
El apéndice que sostenía a Leo resultó ser una cola larga, oscura y delgada, con una mano grotesca similar a la de un mono en su extremo.
-Xaman, ¿qué estás haciendo? -preguntó el chico de ojos rojos, impaciente, en el oscuro pasillo de las alcantarillas. Veía a su compañera divertirse con su presa, como si fuera un juguete sin valor-. Deja de perder el tiempo. Ya tenemos lo que vinimos a buscar.
Xaman le sonrió con malicia, sus ojos reluciendo mientras clavaba su mirada en Atzin, que se retorcía de dolor bajo sus garras.
-Si tan aburrido estás, ¿por qué no te unes? Hay suficiente para los dos -le dijo.
-No juego con mi comida, menos si ya enfadé al jefe -respondió el muchacho, indiferente, acercándose a la pelinegra-. Además, estos son una pérdida de tiempo.
La muchacha suspiró, harta del menor.
-¿Qué te pasa hoy, eh? -le preguntó con ironía, hundiendo sus garras en la carne de Atzin, que soltó otro alarido.
-No juego con mi comida, menos si ya enfadé al jefe -repitió con frialdad, colocándose al lado de la pelinegra-. Además, estos son una pérdida de tiempo.
Atzin luchaba contra el terror que lo invadía mientras miraba impotente a su amigo inconsciente en el suelo.
-¡Leo! ¡Leo! -gritó desesperado, su voz resonando en el pasillo oscuro de las alcantarillas-. ¡No me dejes solo, por favor!
Xaman se burlaba de Atzin, su risa cruel llenaba el pasillo mientras arrancaba sus garras de la carne del joven y las volvía a clavar con violencia. Al mismo tiempo, lo sujetaba del cuello con su otra mano, apretando sin piedad, haciendo que Atzin se asfixiara.
El terror se reflejaba en los ojos de Atzin mientras sentía el dolor agudo de las garras de Xaman desgarrando su piel, y la falta de aire le oscurecía la vista. Cada segundo era una agonía sin fin, una lucha desesperada por sobrevivir en medio del horror.
Pero el miedo pronto se transformó en ira, una furia ardiente que le quemaba el alma. Atzin se negaba a aceptar su destino, se negaba a ser víctima de aquel monstruo despiadado que disfrutaba de su sufrimiento. No volvería a ser el niño asustado que sirvió como experimento de Genetix, y no iba a permitir que Leo compartiera su trágico final.
Con un grito de rabia, Atzin contraatacó. Liberando una ola de fuerza híbrida, lanzó un puñetazo certero, dirigido al rostro de la zopilote. Esta vez, no se contuvo, no dudó. Golpeó con toda la fuerza que pudo reunir, dejando que la ira y el instinto de supervivencia guiaran su golpe.
El sonido del impacto retumbó en el pasillo, como un trueno en la tormenta. Xaman retrocedió, sorprendida por la ferocidad del ataque, su rostro torcido por el dolor y el asombro. Atzin cayó al suelo, mientras Xaman se recuperaba y el otro sujeto solo miraba con una expresión de alerta. Se tocó el vientre, donde más le dolía, y trató de levantarse antes de que la zopilote se repusiera del golpe. "Cúrate, idiota, cúrate", se repetía Atzin, sintiendo cómo la mano que presionaba sobre su abdomen se empapaba de un líquido tibio.
Atzin aprovechó la oportunidad para escapar de su agarre. Se arrastró hacia Leo, esperando que aún estuviera vivo. Lo tomó en sus brazos, sintiendo su pulso débil pero constante, y suspiró de alivio.
El chico de ojos rojos, Tizoc, reaccionó rápidamente al ver a Xaman caer al suelo, herida por el golpe de Atzin. Corrió hacia ella, preocupado por su estado, mientras lanzaba una mirada furiosa a los dos fugitivos.
-Xaman, ¿estás...?
-¡Agárralos, pendejo!
Tizoc, con diversión ahora, se puso de pie y miró hacia el canal, donde Atzin y Leo habían desaparecido.
Atzin se había tirado al río con Leo en sus brazos, sin pensarlo dos veces. Sabía que era su única oportunidad de escapar de los híbridos que los habían atacado.Aprovechando su naturaleza de ajolote, se sumergió en el agua, tratando de mantener a Leo a flote. El humano estaba inconsciente, y Atzin temía que se ahogara.
Atzin nadó con rapidez, buscando una salida del túnel. El agua estaba sucia y fría, y apenas podía ver nada. Sin embargo, confiaba en su instinto y su olfato para orientarse.
Pero no contaba con que Tizoc los siguiera. El híbrido oscuro se lanzó al agua tras ellos, mostrando su aspecto de ahuizotl. Su cola larga y oscura, con una mano al final, se movía con agilidad en el líquido, persiguiendo a su presa. Sus ojos rojos brillaban con malicia, mientras sus dientes afilados se preparaban para morder.
Atzin sintió que algo lo arrastraba hacia el fondo, y se dio cuenta de que Tizoc lo había alcanzado. El ahuizotl le agarró la pierna con su cola, y tiró de él con fuerza, haciéndolo soltar a Leo. El humano quedó a la deriva, mientras la corriente lo arrastraba.
-¡Leo! -gritó Atzin, angustiado. Intentó liberarse de la cola de Tizoc, pero era demasiado fuerte. El ahuizotl lo miró con una sonrisa cruel.
Atzin se dio cuenta de que estaba en desventaja, y que no podía salvar a Leo ni a sí mismo. Se sintió impotente y asustado, mientras veía cómo Tizoc se acercaba cada vez más a su garganta.
Entonces, un eco resonó entre el cemento y el agua, pasos a toda velocidad llamando a Leo y Atzin, buscándolos con la luz del celular. David y Adriana habían obedecido, y al momento que se cortó la señal fueron a buscarlos. No sabían qué les había pasado, solo que estaban en peligro y que necesitaban ayuda. El olor a podredumbre y la oscuridad los envolvían, mientras avanzaban por el estrecho pasillo, lleno de agua sucia y basura.
De repente, escucharon un grito desgarrador, que les heló la sangre. Era la voz de Atzin, pidiendo auxilio. Los dos amigos se apresuraron a seguir el sonido, hasta que llegaron a una bifurcación. Por un lado, vieron un remolino violento en el agua, donde Atzin luchaba contra aquella fiera. Por el otro, vieron a una mujer zopilote, que se lanzaba contra ellos, con las garras y los dientes listos para atacar. David reaccionó instintivamente, y se interpuso entre la criatura y Adriana, dispuesto a protegerla. Con un rápido movimiento, esquivó el primer zarpazo de la zopilote, y le dio un puñetazo en el rostro, haciéndola retroceder. La pelinegra soltó un gruñido de dolor y rabia, y volvió a atacarlo, con más furia. David se defendió como pudo, usando sus puños y sus pies para golpear a la zopilote, mientras buscaba algún objeto con el que hacerle más daño. La lucha era desigual, pero David no se rendía.
-¡Ve! -gritó el pelinegro, antes de asestarle otro golpe a la zopilote.
-¡Adriana! -exclamó Atzin, sacando la cabeza del agua con dificultad, antes de ser sumergido de nuevo. -¡Leo! ¡En el canal!
Adriana siguió la mirada de Atzin, y vio el canal por donde corría el agua. No había rastro de Leo, pero Adriana no lo pensó dos veces y se tiró al agua, dispuesta a rescatar a Leo.
El agua estaba fría y turbia, y Adriana apenas podía ver nada. Sin embargo, confiaba en su instinto para orientarse. Nadó con rapidez, buscando a Leo. Lo encontró flotando boca abajo, sin moverse. Adriana sintió un nudo en el estómago, y rezó para que no fuera demasiado tarde. Lo agarró por el brazo, y lo arrastró hacia la orilla, con esfuerzo.
Al salir del agua, Adriana comprobó el pulso de Leo, y respiró aliviada al sentirlo. Estaba vivo, pero inconsciente. Adriana le dio unos golpes en el pecho, y después de unos segundos, Leo tosió, y escupió agua. Abrió los ojos, y se encontró con la mirada de Adriana, que lo abrazaba con fuerza.
-Adriana... ¿eres tú? -murmuró Leo, aturdido.
-Vamos, hay que salir de aquí -dijo Adriana, apoyando al menor sobre su hombro para ponerlo de pie.
-Ni un paso más, querida -siseó Xaman, su voz un susurro venenoso que helaba la sangre-. A menos que quieras que esto termine muy mal para tu amiguito.
Adriana se detuvo en seco, la desesperación pintada en su rostro. Miró hacia David, quien yacía debilitado en las garras de Xaman.
-Por favor... no le hagas daño -suplicó en una voz quebrajadiza intentando sonar valiente.
Xaman rió, un sonido cruel que resonó en las paredes de la alcantarilla.
-¿Y por qué haría eso? -preguntó, jugueteando con la hoz-. Después de todo, ustedes vinieron a jugar, ¿no es así?
Adriana, con la espalda contra la pared y el agua sucia lamiendo sus tobillos, fingió una embestida desesperada hacia la zopilote. Xaman, con una sonrisa burlona, esquivó el ataque con facilidad, pero no se dio cuenta de la verdadera intención de Adriana.
Con un movimiento rápido y preciso, Adriana giró sobre sí misma y alcanzó un tubo de drenaje corroído por el óxido. Con un tirón fuerte, lo desprendió, liberando una nube de humo que se esparció rápidamente por el espacio confinado.
Xaman tosió y retrocedió, sorprendida por la repentina falta de visibilidad y el ardor en sus ojos. David, aprovechando la confusión, se liberó de las garras que lo retenían y, con un movimiento ágil, arrebató la hoz de las manos de la zopilote mientras el aire a su alrededor comenzaba a pesar en sus pulmones.
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Mientras tanto,la batalla subacuática entre Atzin y Tizsoc se intensificaba con cada segundo que pasaba. Atzin, sintiendo la presión asfixiante de la cola de Tizsoc alrededor de su cuello, luchaba por mantenerse en el filo de la conciencia. En un acto desesperado, sus manos buscaron frenéticamente algo, cualquier cosa, para defenderse. Sus dedos tropezaron con el rostro del mayor sintiendo la protuberancia del parche que cubría el ojo Tizsoc, y sin pensarlo, apretó con todas sus fuerzas causando que un grito ahogado vibrara a través del agua turbia mientras la sangre de la bestia se mezclaba con la corriente como un presagio de muerte.
Atzin se encontraba al borde de la extinción, su aliento se escapaba en burbujas mientras la presión de la muerte se enroscaba alrededor de su cuello. La oscuridad del agua se cerraba sobre él, y la vida parecía desvanecerse con cada latido que luchaba por resonar en su pecho. En ese momento crítico, sentía la nube roja de sangre,caliente y espesa, filtrandose por su boca en un sabor metálico y vital que invadia sus sentidos.
De un momento a otro,sintió un ardor tan penetrante invadir su ser.Como si un cuchillo de obsidiana se deslizara a través de su corazón, una incisión que traía consigo un dolor agudo y desgarrador. Pero este dolor no era el preludio de la muerte; era el despertar brutal de la vida.
La sangre de Tizsoc, imbuida de energía eléctrica, se convirtió en un catalizador que disparó cada fibra de su ser. Atzin sintió cómo la electricidad recorría su cuerpo, un torrente de poder que lo sacudía desde el núcleo, reviviendo cada célula, cada átomo de su existencia.
La adrenalina se disparó como un rayo, iluminando la oscuridad que lo rodeaba, y en ese instante, Atzin no solo luchaba por sobrevivir, sino que renacía en las profundidades.
En cada pulsación de su corazón, el ardor se intensificaba, no como una herida, sino como una llama que lo consumía y lo reconstruía, forjándolo de nuevo en el crisol de su propia voluntad.
Con un grito silencioso que resonó en las aguas, Atzin se liberó de las garras de la muerte, su cuerpo respondiendo con una fuerza que no conocía. La fuerza de un guerrero renacido, de un corazón divino que se negaba a ser vencido.
Era una sensación familiar, un ardor que había sentido en los oscuros días en Genetix, una señal de su cuerpo reaccionando, adaptándose, sobreviviendo.
Con la conciencia recobrada y la fuerza renovada, Atzin giró en el agua y contraatacó. Sus puños, impulsados por la urgencia y el instinto de supervivencia, encontraron su objetivo en la figura oscura de Tizsoc. Golpe tras golpe, Atzin descargó su furia y su miedo en el ahuizotl que lo había perseguido hasta las profundidades.
La pelea entre Atzin y Tizsoc era una danza mortal en las profundidades acuosas. Atzin, con la agilidad de un riachuelo, esquivaba y golpeaba con una destreza que parecía sorprender a Tizsoc. Cada movimiento de Atzin si bien era torpe era riguroso y cada ataque era un estallido de energía que buscaba debilitar al ahuizotl.
Tizsoc, por su parte, parecía encontrar un deleite perverso en el desafío que Atzin presentaba. Su risa burbujeante se mezclaba con el sonido del agua, y sus movimientos eran de alguien que, más que luchar por la supervivencia, disfrutaba del combate como si fuera un juego. La cola de Tizsoc, esa extensión oscura y delgada con una mano grotesca en su extremo, se movía con una destreza casi hipnótica, intentando atrapar a Atzin una y otra vez.
Pero Atzin ya no era un oponente cualquiera.Cada vez que la cola de Tizsoc se cerraba sobre él, Atzin encontraba la manera de liberarse, utilizando su propia cola para ganar ventaja y contrarrestar los ataques.
El enfrentamiento era un espectáculo de fuerza y habilidad, un testimonio de la evolución y la supervivencia. Y en ese momento, bajo el agua sucia y fría, Atzin y Tizsoc no eran solo dos seres luchando, sino dos fuerzas de la naturaleza chocando en un torbellino de furia y determinación.
Finalmente, un golpe bien dirigido de Atzin encontró su marca, y la sangre de Tizsoc se unió a la corriente. El ahuizotl retrocedió, herido, y por un momento, la diversión se desvaneció de sus ojos rojos convirtiéndose en terror. Atzin aprovechó ese instante de debilidad, empujando a Tizsoc hacia atrás con una fuerza renovada.
La lucha había llegado a un punto crítico, y ambos sabían que no podían permanecer bajo el agua por mucho más tiempo. Con un último esfuerzo, Atzin empujó a Tizsoc hacia la superficie, decidido a poner fin al combate y escapar de las profundidades que habían sido testigo de su batalla.
Tizsoc emergió del agua, jadeando con dificultad, su risa maniática resonando en la quietud de la noche. Atzin, con su respiración pesada y su cuerpo aún temblando por la adrenalina, lo sujetó del cuello con un agarre firme, desafiando el agotamiento que amenazaba con vencerlo.
-¡Nada mal, eh, ajolotito! -exclamó Tizsoc, mientras escupía una mezcla de agua y sangre-. ¿Duele, verdad? Las primeras veces siempre duelen, pero solo es cuestión de tiempo antes de acostumbrarse...
Atzin, luchando por cada bocanada de aire, lo interrumpió con urgencia
-¿¿Qué me hiciste..?? ¡¿Qué fue eso?!
-Oh, deberías saberlo... -Tizsoc se burló, su sonrisa maliciosa iluminando su rostro - Después de todo fue uno de los tantos regalos de tu mami a Genetix
La cabeza de Atzin comenzaba a dar vueltas, el mareo se comenzaba a apoderar de él mientras el gas se esparcía por el aire. Giró la mirada justo a tiempo para ver a Xaman emergiendo de las sombras, herida y tambaleante. Tizsoc, con una mirada aterrada, se soltó rápidamente y corrió hacia ella, cargándola en sus brazos.
El sonido de las sirenas de la policía resonaba en la distancia, cada vez más cerca, un presagio de lo inevitable.
- Nos vemos a la próxima ajolotito - Se burló el mayor
Así,Tizsoc con Xaman en brazos, no perdió tiempo.
Con una fuerza sobrenatural, destruyó la entrada por la que habían venido por aquella cloaca, derrumbando el cemento y metal bloqueando el camino dejando a Atzin desesperado, intentando reabrir el paso.
- ¡No!¡No,no,no!¡La entrada!
Mientras rascaba la piedra lastimando sus dedos , el mareo de Atzin se intensificaba, su fuerza flaqueaba, y justo cuando pensaba que no podía más, sintió cómo Adriana lo jalaba lejos del gas. Ella, con la respiración contenida, lo arrastraba hacia la salida, lejos del peligro inminente.
La conciencia de Atzin se desvanecía, pero aún podía escuchar el caos a su alrededor: los pasos apresurados de la policía, las órdenes que se daban, el sonido de las esposas. Y justo antes de caer en la oscuridad del inconsciente, sintió la firmeza de las manos de Adriana, su último vínculo con la realidad.
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Disculpa que este corto
Ya saben que paso hoy con mi salud xdd
Pero
Aprovecho para abrir aquí un espacio para Q&A con los personajes del secreto del lago y la autora
Sin nada más que decir
Ciaoo
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