Capitulo 8: Danza y Llamas
Una disculpa,es larguito pero hay premio (agarren sus feromonas)
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Adriana fue muy amable al proporcionarles sábanas y una almohada a los invitados, permitiéndoles que pasaran la noche en la sala. David, a regañadientes, tuvo que conformarse con dormir en el suelo de la habitación de Sayuri. Atzin ocuparía el sofá y Leo, sin otra opción, se resignó a dormir en el suelo de la sala.
Antes de acostarse, Atzin pidió permiso para usar el baño y ducharse, mencionando que quería hidratar su piel. Nadie preguntó al respecto y simplemente lo dejaron pasar al cuarto de baño, aunque se notaba el fastidio creciente en David. Leo le preguntaría más tarde a Atzin al respecto, quizás era algo relacionado con sus características anfibias, o a lo mejor era que simplemente era muy cuidadoso con su piel. De momento, estaba más preocupado por sus tíos y su hermano Luis.
Sentado en el sofá de la sala, apenas iluminada por una luz tenue, Leo había estado mirando la pantalla de su celular durante bastante tiempo. Los demás ya se habían retirado a las habitaciones después de asegurarse de que los invitados tuvieran todo lo que necesitaban, y Atzin todavía no había salido del baño. Eso le daba a Leo tiempo, tiempo para... bueno, para reflexionar.
Luis le había advertido sobre este asunto, ¿verdad? Y él había insistido en profundizar en ello, metiéndose directamente en la boca del lobo, y ahora era parte de un embrollo en el que ni siquiera alcanzaba a concebir su alcance; Mutantes, seres mitad humanos y mitad animales, magia... Esto iba mucho más allá de su padre y él.
Y ahora, sin su hermano, se sentía solo, más solo que nunca. ¿En qué estaba pensando? ¿Realmente estaba dispuesto a arriesgar su vida? Sí, era por su hermano, pero ¿qué podía hacer él solo?
El apartamento está sumido en la oscuridad, sólo se escucha el zumbido de la nevera y el tic-tac del reloj. Atzin está recostado en el sillón, envuelto en una cobija San Marcos con un estampado de lobos. Su mirada se pierde en el techo, donde se proyectan las sombras de las ramas que se mecen con el viento.
Y luego estaban sus tíos. Su tía seguramente estaría histérica a esas alturas, preguntándole a su tío por qué había dejado a Leo salir tan tarde, especialmente cuando su otro sobrino estaba desaparecido. Las llamadas entraban a su celular una tras otra, con el nombre de su tía brillando en la pantalla. Se mordió el labio, sintiendo dolor, miedo y también determinación. Decidió bloquear los números de sus tíos y apagar el teléfono. Ya estaba involucrado en esto y no quería que sus tíos lo detuvieran, o peor aún, sufrieran el mismo destino que Luis por entrometerse.
Dejó el teléfono a un lado y trató de calmar la opresión en su pecho, cubriéndose el rostro con las manos. Se sentía asustado, pues esto ya no era solo un juego de investigación infantil, ya no más.
Entonces, la puerta del baño se abrió y Atzin salió, ya vestido con la misma ropa, gracias a Dios. Sin embargo, se había quitado su gorro, revelando su larga cabellera blanca y rizada. Sus branquias se movían alegremente después de un baño relajante.
- Hasta rejuveneciste - Bromeo Leo al peliblanco que soltó una risa bromista
- Psh, cualidad ajolote supongo. Quizás hasta pueda quedarme así hasta los cuarenta,quien sabe.
- Le vas a sacar competencia a Chayanne
Los dos rieron de forma animada.
- Si quieres también está el baño para que uses
- Nah, no soy tan confianzudo como tú. Además,hasta eso el agua no es tanto de mi agrado
- ¿Por?
- No sé, me da miedo. Siempre he sido muy torpe para nadar. Una vez, cuando era pequeño, casi me ahogo
-¿Cómo así?
- Es - Leo comenzó a reír nuevamente de tan solo acordarse - estaba en una piscina con Luis en semana santa y queríamos intentar caminar sobre el agua
- Oh no - contesto el peliblanco con una sonrisa poniendo atención
- Y, en nuestro experimento Luis me puso sus flotadores en los pies
- Ay dios no - comenzó a reírse Atzin imaginando la escena del niño de cabeza en el agua sin poder levantarse porque los flotadores hacían todo menos cumplir su función
- Por suerte, mi papá estaba cerca y me sujetó a tiempo. Si no, quién sabe qué hubiera pasado.
- No le debería los tacos a nadie
- ¡Hey!
Los dos muchachos comenzaron a reír animadamente mientras se acomodaban en el sillón y suelo buscando algún punto cómodo. Entre las risas cómodas,Atzin se quedó pensando levemente comenzando a preguntarse un par de cosas.
- Leo
- ¿Si?
- ¿Te puedo hacer una pregunta? Es personal
- Mm ok - contesto el castaño acomodándose sobre su almohada
- ¿Cómo es tú papá...?
Leo suspiro viendo al techo haciendo lo posible para recordar, comenzando a sonreír levemente antes de responderle al chico.
- Es...muy bueno. Es periodista, trabajo en el periódico desde los 17
- Ah, ¿De qué?
- Corrector de estilo. Aunque me contaba que nunca le gustó ese puesto porque tenía que censurar cosas con tal de que no fueran a matarlos por decir cosas que no. Pero luego estudio y paso a ser quien luego correteaban.
- ¿Y era bueno?
- Era el mejor - sonrió Leo con cierta inocencia - ¿Oíste del caso del jefe de policías Carrizo? El que encubría a su hermano, el buitre de San Gil
- ¿Fué suyo?
-¡Si!- exclamó con emoción - Luego de ese caso se apartó un poco del trabajo y se enfoco en notas más chicas la verdad
- ¿Por?
- Porque nos tuvo - Contesto el moreno con cierta dulzura mirando al techo para quedarse callado un momento antes de proseguir - ...no quería que nos fuera a pasar algo
- Los quiso mucho entonces - respondió el peliblanco con dulzura
- Si,lo hacía - respondió quedamente poco a poco con unos ánimos más apagados - ...sin embargo... Un día paso algo.
No me han querido contar bien que pasó pero... Solo se que un grupo de ejidatarios de Morelos se puso en contacto con él por algo del agua,que animales de la zona comenzaban a morir de forma rara y que las crías del ganado nacían deformes...y pues.... lo último que supimos es que sentía que estaban detrás de él.
Atzin aparto la mirada sintiendo un escalofrío recorrerlo. Leo solamente suspiro buscando fuerzas para seguir
- Llevo viviendo desde entonces con mis tíos y Luis.
- ¿Qué hay de tu madre...?
- Ella...ehmm... Digamos que salió de la foto hace mucho.
- Ah..Lo siento - se disculpo el peliblanco
- No,no tranquilo. La verdad fue para lo mejor y no tengo recuerdos de ella así que no me afecta.
- Entiendo...
- ¿Qué hay de los tuyos?
- Ah bueno yo...- comenzó Atzin - mi madre tu.. tu ya viste lo que pasó con Iztli pero...era,buena supongo.
- ¿Y tú papá?
- ¿Él? Era ingeniero. Trabajaba en Tlalocan
- ¿La de aguas?
- Si , era subdirector de la planta
- Hey,nada mal
- Si, y cuando-
-¡Ya duérmanse!- regaño desde el fondo del pasillo la voz de Sayuri
- Perdón - contesto Atzin con pena viendo a Leo quien se aguantaba la risa.- Te sigo contando mañana
- Descansa - contesto el castaño sonriendo tapandose con la sábana
- Igual tú - contesto Atzin acomodándose - ...me siento mal de dejarte dormir en el piso
- Déjalo así - Contesto Leo riendo
- ¿Seguro? Porque puedo hacerte espacio
El mayor se quedó pensando un poco
- Va - contesto el castaño levantándose del piso - Hazte pa' alla
El peliblanco rio levemente y se apego a la orilla dejándole espacio para que el castaño se recostara. Leo se sentó al lado opuesto listo para acostarse sin embargo rápidamente Atzin captó el olor de las calcetas de su amigo
- ¡Hijue!- Exclamó el peliblanco alejando el rostro - ¡Te apestan las patas!
- Aguantese - respondió el mayor riendo
- ¡Leo! Olvídalo,al piso
- Ay pero - interrumpió
- ¡Al piso! - comenzó a mandar el peliblanco riendo dándole almohadazos
- ¡Aguanta! - se resistió el mayor riendo- A ver pues, me giro y ya
Rápidamente el mayor se giró quedando de la misma forma que Atzin,sin embargo al notar la cercanía los dos chicos rápidamente se comenzaron a arrepentir
- ....bueno descansa - Respondió Atzin con nervios girandose hacia la espalda del sillón.
- Descansa - respondió el castaño con una sonrisa volteando al lado opuesto para dormir.
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Atzin despertó con un sobresalto, sintiendo que el fuego le consumía. El edificio de la compañía estaba en llamas, y el humo le asfixiaba. Saltó de su escritorio y trató de escapar por la puerta, pero el fuego se lo impedía. Llamó a gritos, pero nadie le oyó. Pensó en su papá, que trabajaba en el piso de arriba, y un escalofrío le recorrió el cuerpo. ¿Seguiría con vida? ¿Podría rescatarlo?
Se llenó de coraje y subió las escaleras, sorteando los restos que se desprendían. Alcanzó el piso donde se encontraba la oficina de su papá, y se horrorizó al ver lo que había. Su papá yacía en el suelo, envuelto en ácido que le desgarraba la piel. Su cara era una mueca de sufrimiento, y sus ojos le rogaban. Atzin se acercó a él, sollozando y temblando recibiendo directamente el grito grotesco y agonizante que aquella cáscara que alguna vez fue su padre.
- ATZIN
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El chico se despabiló, bañado en sudor y con el corazón desbocado. Había sido una pesadilla, una terrible pesadilla. Tan real, tan cruel, pero sabía muy bien que en realidad no había sido así.
Cuando empezó a respirar con normalidad, vio entonces el rostro de Leo, rodeado por su cabello caído junto al suyo. Solo suspiró sintiendo un rubor en sus mejillas levantándose de la cama y trató de tranquilizarse sin despertar al mayor.
Exhaló profundo y cerró los ojos. Quiso borrar la pesadilla. Quiso pensar en otra cosa. Pero no pudo. La imagen de su papá le acosaba. Su voz le angustiaba. Su nombre le retumbaba.
ATZIN
Simplemente se tapó los oídos y se acurrucó en el sofá.
- Arriba - Llamo entonces la voz del pelinegro quien parecía guardar cosas en una mochila. - Despierta a tu novio
El peliblanco frunció el seño y suspiro comenzando a mover levemente al castaño quien poco a poco recobraba la conciencia observando con su mirada marrón a Atzin.
- Leo
- mhmhm... ¿Qué...?
- Despierta ya nos vamos
- ¿Qué hora es...?
- 11:45 - respondió David quién vagaba en la cocina recogiendo cosas- Y en lo que se arreglan y desayunan van a dar las dos y les recuerdo que tenemos que ir por Alo así que apúrense.
Los dos chicos se levantaron del sofá y se dirigieron al baño para arreglarse. Atzin se lavó la cara y se acomodo sus prendas tratando de ocultar su cola y sus branquias bajo la ropa mientras Leo se ataba nuevamente el cabello frondoso en una coleta.
En la sala, David estaba guardando cosas en una mochila negra deportiva. Tenía un aspecto cansado y calmado sin embargo parecía querer ocultar lo que había en si bolsa,como si estuviera planeando algo. Leo y Atzin lo miraron con curiosidad, pero decidieron no preguntar. No querían meterse en problemas con el mayor.
El pelinegro les hizo una seña para que lo siguieran y los llevó a la cocina, donde les ofreció un poco de pan de dulce y café. Los tres comieron rápidamente, sin hablar mucho con tal de no tardarse en salir a la calle.
Abandonaron el pequeño apartamento que compartían en el centro histórico y se sumergieron en el bullicio de la ciudad. Era mediodía, y el sol se imponía en el cielo azul, haciendo que las sombras se acortaran y el asfalto se calentara. El aire estaba cargado de humedad y de los aromas de la comida callejera: tacos, tortas, quesadillas, elotes. El ruido era ensordecedor: los cláxones de los coches que se abrían paso entre el tráfico, las motos que zigzagueaban entre los vehículos, los vendedores ambulantes que anunciaban sus productos con altoparlantes, los transeúntes que conversaban, reían o discutían.
Después de caminar unas cuadras, sorteando a la gente y a los puestos ambulantes, llegaron a una escuela primaria. Era un edificio de dos pisos, de color amarillo, con ventanas de rejas y un letrero que decía "Escuela Carmen Serdán". En el patio, rodeado por una barda, se veían decenas de niños con uniformes blancos y azules que jugaban y reían. Algunos corrían detrás de una pelota, otros saltaban la cuerda, otros se columpiaban o se deslizaban por el tobogán. Se oían sus voces alegres y sus gritos de emoción.
- Espéreme un momento - Comento David quién sin esperar respuesta se acercó a la entrada de la escuela.
Al poco rato, salió de la escuela la niña que habían visto la noche pasada. La niña llevaba el uniforme escolar y unos guantes que tapaban sus manos. Su mochila rosa tenía dibujos de mariquitas. Al ver a David, se le alegraron los ojos y corrió a abrazarlo. David la cogió en brazos y la besó con cariño.
- ¡Tío David!
- ¡Hola, princesa! - le dijo David, acariciándole el cabello - ¿Cómo te fue en la escuela?
- ¡Muy bien, muy bien! - dijo la niña, contenta - Hoy un niño me dio una flor, mira
Automáticamente, David miró al patio, buscando al niño con la mirada. La niña se rió al ver su reacción. El pelinegro solo sonrió y se colgó la mochila en la espalda caminando hacia el par que observaba la escena.
- ¿Quiénes son?- preguntó la castaña mirando a los dos chicos.
- Son amigos de tu mami - respondió el mayor tratando de ocultar su actitud de los chicos a la pequeña - Ellos te van a cuidar un rato mientras trabajo ¿Te parece bien?
- Okay - dijo la pequeña mirando a los muchachos.
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David caminaba por las calles con Alondra en su espalda, mientras Leo y Atzin lo seguían de cerca. El ambiente era animado y colorido, con gente de todo tipo yendo y viniendo. Se veían puestos de comida, de artesanías, de libros, de ropa. Se olía el aroma de las tortillas, el café, el chocolate. Se oía la música de los mariachis, los gritos de los vendedores, las risas de los niños.
- ¿Cómo se llaman? - les preguntó Alondra, con una voz dulce.
- Yo me llamo Leo, y él es Atzin - le respondió Leo, señalando a su amigo.
- ¿Leo y Atzin? Qué nombres más bonitos. ¿De dónde son?
- ¿Yo? Soy de aquí de la ciudad -Contestó el peliblanco con calma.
- Yo de Morelia - contestó el castaño con una sonrisa - Aunque me mudé aquí de pequeño.
- ¿Morelia? ¿Y Dónde queda eso?
- Queda lejitos, en Michoacán. Es un lugar muy bonito, con muchas montañas y árboles.
-Aaaaah ¿Y qué hay allá?
- Lagos, o al menos cuando era pequeño había muchos lagos - contestó Leo - Y mariposas.
- ¿Y tienen novia?
-Ay dios - Contestó el peliblanco riendo por la pregunta repentina - No yo no.
- Ni yo - dijo Leo, riendo.
- ¿Por qué no? ¿No les gustan las niñas?
- Alondra - Llamó levemente la atención el pelinegro mientras los chicos aguantaban reírse a carcajadas.
- Claro que me gustan - Contestó Leo - y me gustan también chicos, pero digamos que estoy ocupado en otras cosas ¿Y a ti?
- Yo tampoco tengo novio. Soy muy pequeña. Pero hay un niño que me gusta. Se llama Toño - dijo Alondra, mostrándoles la flor que llevaba en la mano con una sonrisa.
- Alo, no me habías dicho - Contestó el pelinegro sonriendo de manera levemente aterradora.
- Vaya, parece que te gusta mucho - dijo Atzin, bromeando.
- Sí pero no le digan a nadie o mamá me regaña.
- Lo prometemos - Contestó el peliblanco con una sonrisa.
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Mientras esperaban a David, los tres jóvenes caminaban por las calles que rodeaban la concurrida plaza, donde el bullicio de la gente se mezclaba con el
aroma tentador de los puestos de comida. Leo, con su característica sonrisa juguetona, decidió llevarlos a un pequeño local en una calle lateral a la plaza, la Francisco I. Madero. La tienda de helados parecía un refugio secreto del calor del mediodía.
Dentro, un aroma a vainilla y chocolate los envolvió, y los ojos de Atzin se iluminaron al ver la variedad de sabores que adornaban el mostrador. Leo
no perdió tiempo y, con una sonrisa cómplice, pidió tres conos de helado de pasta para cada uno. Salieron del local y se sentaron sobre la banqueta a degustar su dulce.
Mientras comía su helado, Atzin se dejó llevar por la vista de los edificios antiguos que se alzaban majestuosos a su alrededor. Incluso antes de Genetix,
de toda aquella pesadilla, fueron raras las veces que visitó aquella zona de la ciudad.
Alondra, curiosa como todos los niños de su edad, no tardó en entablar una animada conversación con
Leo. Atzin sonrió, pensando para sus adentros de que, desde que lo había conocido, Leo conversaba de manera más fluida y coherente con aquella niña de seis años que con cualquier otra persona.
-¿Te gusta el helado, Alondra? -preguntó Leo, con una risa juguetona.
-¡Sí, está delicioso! -respondió Alondra con entusiasmo, con la comisura de los labios manchada de crema helada.
Atzin sonrió desviando la mirada, disfrutando del ambiente relajado y amigable que los rodeaba. La calidez del sol filtrándose por los edificios, el murmullo de la gente en la plaza y el sabor dulce del helado creaban una atmósfera de paz que Atzin no había experimentado en mucho tiempo.
Mientras daba un bocado a su helado, Atzin dejó que sus pensamientos vagaran. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que se le permitió disfrutar de un momento así, sin preocupaciones ni tensiones? Recordó de repente que aquellos momentos de paz y disfrute no podían durar mucho. La sombra de Genetix se cernía sobre él, con la amenaza constante de ser capturado o peor aún, eliminado por otros híbridos que servían a su causa.
-¿Pasa algo, Atzin? -preguntó Leo, notando la
expresión sombría en el rostro del híbrido.
Atzin desvió la mirada hacia Leo, quien le devolvía la mirada con preocupación. ¿Cómo podía Leo sonreír? ¿En un momento así? ¿Acaso era una máscara para no inquietar a la pequeña Alondra? ¿Estaba ocultando su tormento tras una fachada de jovialidad?
-Nada, Leo. Solo pensaba en algunas cosas -respondió Atzin, tratando de disimular su turbación.
La verdad era que no podía apartar de su mente la imagen de Luis, el hermano de Leo, retenido en algún rincón oscuro de la ciudad, quizás el mismo en donde lo había estado él, y conocía perfectamente el horror de ese maldito lugar. Y esa desaparición pesaba sobre sus hombros como una losa, haciéndolo sentir culpable y desamparado. ¿Qué podía hacer para encontrarlo? ¿Cómo podía enfrentarse a Genetix, que ni siquiera era una entidad palpable?
-¿Estás seguro? -insistió Leo, con una mirada penetrante que revelaba su preocupación genuina.
Atzin asintió, forzando una sonrisa que sabía que no sería convincente. Pero no quería darle otro martirio al muchacho, y tampoco quería asustar a Alondra, que... bueno, ella era otro caso completamente aparte. ¿Qué destino aguardaba a la pequeña híbrida? ¿Tendría que pasar toda su vida ocultando su verdadera naturaleza, viviendo en las sombras para protegerse de quienes no la entenderían?
Y él mismo no tenía un futuro mejor, precisamente. Había estado tanto tiempo encerrado, anhelando la libertad, que cuando finalmente la obtuvo, estuvo cegado con pequeñas banalidades, como el comer, que no había pensado en lo obvio. ¿Y ahora qué? ¿Huir el resto de su vida?
-Atzin, ¿quieres más helado? -preguntó Leo, intentando desviar la atención hacia algo más ligero.
-No, gracias. Creo que ya he tenido suficiente -respondió Atzin con una sonrisa leve, agradecido por el intento de Leo de alejarlo de sus preocupaciones.
Trató de disipar las sombras que nublaban su mente. No podía permitirse dejarse consumir por el miedo y la incertidumbre, no cuando tenía que mantenerse fuerte por el bien de sus amigos. Bueno, sus "amigos".
En realidad, apenas conocía a Leo, a David, a los tíos de Leo, e incluso a la pequeña Alondra. Atzin no podía evitar cuestionarse sus verdaderas intenciones.
¿Hasta qué punto podía confiar en personas que apenas conocía? ¿Estarían dispuestos a sacrificarlo si eso significaba proteger sus propios intereses?
La idea de que Leo pudiera entregarlo a Genetix como parte de un trueque por la liberación de su hermano le helaba la sangre. Aunque quería creer en la bondad de su nuevo amigo, una voz inquietante en su interior le recordaba que, en tiempos de crisis, la lealtad podía ser una moneda de cambio fácil de gastar.
Sabía que debía mantenerse en guardia, protegiendo su corazón de posibles decepciones, pero también anhelaba encontrar un lugar donde pertenecer, donde pudiera dejar atrás su pasado turbio y empezar de nuevo.
Atzin aún se encontraba inmerso en sus pensamientos cuando la voz entusiasta de Alondra lo sacó de su ensimismamiento. La pequeña devoraba su helado con un apetito voraz y, de repente, se puso de pie de un salto, señalando hacia la boca de la calle con entusiasmo, como si estuviera apuntando directamente al Palacio de Gobierno.
-¡Miren! ¡Ya empezó! -exclamó Alondra, con los ojos brillantes de emoción.
Atzin y Leo apenas tuvieron tiempo de procesar lo que la niña quería decir antes de que ella se lanzara en esa dirección a toda velocidad. Alarmados, los dos amigos se miraron y se apresuraron a seguir el rastro de Alondra entre la multitud. Y a pesar de la urgencia del momento, Leo no soltó su helado, demostrando una extraña determinación en no abandonar su postre. Sin embargo, la pequeña híbrida mostró una agilidad y velocidad sorprendentes, dejando atrás a Leo en cuestión de segundos.
-¡Alondra, espera! -gritó Atzin, esforzándose por abrirse paso entre la gente que llenaba la calle.
-¡No te separes de nosotros! -añadió Leo, pero su voz se desvaneció entre el bullicio de la multitud. Atzin admiraba la rapidez con la que Alondra se movía entre la gente, su agilidad sobrenatural superaba con creces la de cualquier persona normal. Decidió seguir el ejemplo de la niña y aceleró el paso, sintiendo cómo sus músculos respondían con una energía renovada. Aunque estaba sorprendido por su propia velocidad, estaba decidido a no perder de vista a Alondra.
La calle estaba abarrotada de gente que se dirigía hacia algún evento que parecía estar ocurriendo más adelante. Alondra se dejó llevar por la marea de personas, avanzando con determinación mientras ignoraba los gritos de Atzin. Finalmente, la niña llegó hasta la boca de la calle, donde se había montado un escenario improvisado.
En el escenario, un pequeño grupo de danzantes caracterizados como aztecas ofrecían un espectáculo a los transeúntes. Atzin, con el corazón latiéndole con fuerza por la preocupación de haber perdido de vista a Alondra, llegó al lado de la niña apenas unos segundos después.
-¡Alondra, por favor, no hagas eso! -exclamó Atzin, tratando de controlar su respiración agitada mientras miraba a la niña con preocupación.
Alondra, sin embargo, parecía completamente ajena a las palabras de Atzin, absorta en el espectáculo de danza que se desarrollaba frente a sus ojos. Sus ojos brillaban de emoción mientras observaba cada movimiento de los danzantes, fascinada por la belleza y la energía de su actuación.
Frunciendo el ceño ante la indiferencia de la niña a sus regaños, Atzin alzó la mirada hacia el espectáculo de danza que ya había comenzado a reunir a un numeroso grupo de espectadores a su alrededor.
Fue entonces cuando se quedó paralizado al ver a uno de los danzantes, cuyo rostro le resultaba sorprendentemente familiar. Era David, vestido como un danzante prehispánico, con una falda de plumas, un collar verde tornasol y un penacho verde y turquesa. Su torso desnudo estaba adornado con tatuajes pintados, además de que lucía cicatrices que Atzin no había visto antes. En la mano sostenía un recipiente con copal encendido, del cual emanaba un humo aromático que se elevaba en espirales hacia el cielo.
Atzin observó con asombro cómo David se acercaba al hombre que parecía ser el líder del grupo, reconocible por su pelo largo y negro, así como por la máscara de jaguar que cubría parte de su rostro. Sin decir una palabra, el hombre tocó la caracola, y los tambores comenzaron a sonar, marcando el inicio de la danza.
(Música del vídeo)
David, el mismo que ante Atzin y Leo se había mostrado cerrado y hostil, ahora bailaba con una pasión y elegancia que dejaban boquiabiertos a quienes lo observaban. Al compás de los tambores y la caracola, se movía con una agilidad y gracia sobrenaturales, como si estuviera poseído por el espíritu de un antiguo guerrero.
Con cada movimiento, David parecía contar una historia, una narrativa silenciosa que se expresaba a través de su cuerpo en movimiento. Saltaba con la ligereza de un ave, giraba con la destreza de un felino, se agachaba y se levantaba con una precisión milimétrica. Su danza era una sinfonía de movimientos fluidos y gestos expresivos, ejecutados con una sincronía y armonía impresionantes.
El chico participaba en la danza ancestral que honraba al dios de las artes, la música, la poesía y el placer: Huehuelcoyotl. Su traje era de colores vivos y brillantes, que destacaban su belleza y su energía. El muchacho, que ante el mundo era cerrado y hostil, bailaba con pasión y elegancia, al compás de los tambores y la caracola. Se movía con agilidad y gracia, saltando, girando, agachándose, levantándose, con una sincronía y una armonía impresionantes.
El pelinegro jugaba con ellos, los retaba, los seducía, los burlaba, los admiraba. Aquello era como ver una divina encarnación, donde, aunque sea por un momento, aquel humano era Huehuelcoyotl, y Huehuelcoyotl era humano.
Atzin observaba con asombro cómo David se acercaba y se alejaba de los otros danzantes, interactuando con ellos de manera casi teatral. En su interpretación, parecía jugar con sus compañeros de escenario, desafiándolos, seduciéndolos, burlándose de ellos y admirándolos en igual medida. Cada gesto, cada mirada, cada movimiento tenía un propósito, como si estuviera representando el papel de algún personaje misterioso y poderoso que Atzin no lograba comprender del todo.
A medida que la danza continuaba, Atzin se encontraba cada vez más absorto en la actuación de David, fascinado por la intensidad y la pasión que emanaban de cada uno de sus movimientos, ahora entendiendo el ansia que había presentado Alondra por ver aquello.
Por fin, entre la multitud, Leo logró abrirse paso hasta donde se encontraban Atzin y Alondra, aunque su llegada no fue precisamente triunfal. Con el cabello alborotado y el rostro cubierto de sudor, parecía haber atravesado un huracán en su camino hacia ellos.
Además, una mancha sospechosa en la manga de su camisa sugería que, en algún momento, había sido atacado por su propio helado, ahora abandonado en algún lugar del tras el suelo.
Atzin contuvo una risa al ver a Leo tratando de recuperar el aliento y limpiar la mancha de dulce sobre su ropa, y entonces notó cómo la mirada de su amigo se desviaba hacia los danzantes, y hacia David.
-¿David? -murmuró Leo, con una expresión de sorpresa en el rostro.
El chico tomó el brazo del híbrido y lo agitó con brusquedad, como tratando de ganarse la atención que ya tenía.
-¡Atzin, ese es David! -exclamó Leo, señalando hacia el escenario con excitación-. ¡Es él, estoy seguro!
Atzin rodó los ojos, sonriendo ligeramente. Sí, a pesar de que de los dos Leo era el autonombrado detective, no parecía ser muy lumbreras.
Los muchachos y la niña se quedaron absortos, contemplando el espectáculo con admiración y fascinación. La danza prehispánica tenía una energía única que envolvía a todos los presentes, transportándolos a un mundo de misterio y belleza ancestral. Incluso en medio de la multitud y el bullicio, David pareció notar la presencia de la pequeña Alondra y le guiñó un ojo discretamente mientras continuaba con sus movimientos gráciles y enérgicos.
-¿Cómo lo ven? -preguntó Alondra, aplaudiendo entusiasmada y dando saltitos de emoción-. ¿No es...?
-Una completa basura -se escuchó decir a un hombre que estaba parado detrás del grupo.
Los chicos se giraron sorprendidos, junto con otros espectadores cercanos que habían escuchado el comentario despectivo. Sin embargo, fue Alondra quien reaccionó de inmediato, lanzando una mirada feroz y llena de indignación al hombre que había hablado.
-El vestuario, ¿a quién se supone que representan? Es una mezcla ridícula y sin sentido -comentaba el hombre joven, alto, moreno, de cabello largo, a su acompañante, un hombre también moreno, aunque de tez más clara, vestido con un traje barato.
-Cálmate -le susurró el otro hombre entre dientes, intentando contener los comentarios del primero al notar que eran observados por los demás espectadores.
-¿Cómo que "cálmate"? -exclamó el hombre ofendido-. Están propagando desinformación, y encima perciben ganancias por ello, yo...
Antes de que Atzin y Leo pudieran intervenir, Alondra se acercó furiosa al hombre y, sin dudarlo ni un segundo, le soltó una patada en la espinilla.
El hombre, aparentemente imperturbable por el golpe de Alondra, bajó la mirada para encontrarse con la niña, quien lo miraba con determinación y una mezcla de enfado y desafío en sus ojos.
-¡Oye, tú! -exclamó Alondra, plantándose frente al hombre con una postura desafiante-. ¿Quién te crees para venir aquí y decir esas cosas sobre el espectáculo? ¡Es increíble y te estás perdiendo de todo porque estás demasiado ocupado quejándote!
El hombre, sorprendido por la firmeza y el coraje de la pequeña Alondra, no pudo evitar esbozar una sonrisa ante su actitud desafiante.
-¡Ah, una debatiente! -exclamó el hombre, con una mezcla de asombro y admiración en su voz-. No esperaba encontrarme con alguien tan valiente como tú, pequeña.
Atzin y Leo se apresuraron a acercarse a Alondra, el primero tomó a la pequeña del brazo y la alejó del extraño hombre, mientras Leo se acercaba a él.
-Disculpa por las molestias, señor. Mi... eh... Hermana pequeña, sí, eso, puede ser un poco impulsiva, a veces -dijo Leo, tratando de calmar los ánimos.
El hombre asintió sonriente, quizás divertido, y entonces miró al otro chico. Su expresión cambió por completo, sus ojos clavándose en Atzin, como si estuviera evaluándolo minuciosamente. Mientras tanto,
su acompañante, el hombre del traje, se cubría el rostro avergonzado, aparentemente siendo víctima de
la vergüenza ajena.
-Lo siento mucho, señor. No queríamos causar ningún problema -añadió Atzin, intentando calmar la tensión.
El hombre moreno se acercó a Atzin, quien dio un paso hacia atrás instintivamente, temiendo que pudiera intentar algo contra Alondra, a quien tenía sujeta del brazo, o contra él por alguna razón desconocida. Sin embargo, en lugar de eso, el hombre tomó las mejillas de Atzin y las estiró como si fuera lo más natural del mundo.
-Ah, qué curioso. No sabía que los macehuales ahora hacían esto -comentó el hombre moreno con una expresión de intriga.
Atzin, con las mejillas estiradas, no pudo evitar sentirse desconcertado ante el gesto inesperado del hombre.
-¿Logh kué? -preguntó el híbrido ajolote, con los cachetes estirados de manera cómica.
-¡Ey! ¿Qué carajos estás haciendo? -intervino el acompañante trajeado, visiblemente molesto por la situación.
-No me dijiste sobre esto -respondió el hombre moreno con sencillez, soltando finalmente las mejillas de Atzin y tomando un mechón de cabello albino que asomaba bajo el gorro del híbrido.
Atzin reaccionó inmediatamente apartándose, sintiéndose repentinamente en peligro y desconcertado por la extraña interacción.
-¡Ey! ¡No lo manosees! -exclamó Alondra, levantando la voz en defensa de su amigo.
-¡Sí! ¡A Atzin no le gusta que lo manoseen! -añadió Leo, tratando de apoyar a su amigo.
-¡Leo! -gritó Atzin, sintiéndose avergonzado por la atención no deseada.
-¿Qué wey? Te estoy defendiendo.
El hombre de traje finalmente intervino, poniendo fin a la situación con brusquedad mientras tomaba a su compañero del brazo y lo arrastraba lejos del lugar.
-Bueno, ya basta -dijo el hombre de traje con firmeza-. ¡Vámonos, pinche hijo del maíz tostado!
El par de desconocidos se marchó con prisa, dejando a Leo, Alondra y Atzin en el zócalo perplejos y alarmados por lo que acababa de ocurrir. ¿Qué querían esos sujetos?
No tuvieron tiempo de reflexionar más, pues el sonido de la caracola les indicó que la danza había terminado. Los danzantes se juntaron en el centro del escenario y se inclinaron ante el público, que los ovacionó con entusiasmo y admiración. David, con una sonrisa en el rostro, les agradeció con un gesto de la mano, recibiendo más aplausos y algún silbido.
Los danzantes descendieron del escenario y se mezclaron entre la multitud, pasando una canasta para recoger la cooperación voluntaria de los espectadores. Algunos les daban dinero, otros les ofrecían comida o bebida, otros les felicitaban por su actuación. Sin embargo, la mayoría eran quienes se iban antes de que la canasta los alcanzara, o quienes los miraban con desdén o indiferencia.
David veía con cierta tristeza cómo la gente reaccionaba a su danza, como si lo despreciaran a él también, pero intentaba hacer lo posible para volver poco a poco a su indiferencia habitual. Sin embargo, antes de que su coraza se cerrara de nuevo, sintió unos brazos que lo rodeaban por la cintura y lo alzaban del suelo. Era Alondra, que había corrido hacia él y lo abrazaba con fuerza, animándolo con su alegría y su cariño.
-¡Tío David, tío David! ¡Qué bonito bailaste! ¡Me encantó! -exclamó Alondra, con una sonrisa radiante.
David se sorprendió por el gesto de la niña, pero no pudo evitar sonreír también. La abrazó y la besó en la mejilla, sintiendo cómo su corazón se llenaba de ternura.
-Gracias, princesa. Me alegra que te haya gustado -le dijo David, con una voz suave.
Atzin y Leo se acercaron a David, quien aún abrazaba a Alondra en sus brazos.
- Qué bien bailas - Elogió Leo al pelinegro, quien solo miraba al suelo con un poco de pena.
-¿Cuánto tiempo llevas bailando? -preguntó Atzin, con curiosidad.
-Es una larga historia -respondió David, con evasión.
-¿Y puedes contárnosla? -insistió Leo, con insistencia.
-No mucho, la verdad.
Mientras conversaban, Atzin notó algo que lo hizo sentir un escalofrío. A lo lejos, vio a una cuadrilla de policías de la ciudad, vestidos con sus uniformes azules y portando sus armas y radios. La policía representaba una amenaza, una posible fuente de captura o eliminación.
David también sintió el pánico invadirlo. Rápidamente, se quitó el penacho que llevaba en la cabeza y se puso la camisa que había dejado en su mochila. Se dirigió apurado hacia su jefe.
- Señor Xipil, me tengo que retirar un momento...
El anciano, de rasgos indígenas y cabello cano, quien estía una manta de algodón bordada con símbolos, un penacho de plumas de colores y un collar de cuentas de jade. Tenía una actitud paternal hacia David, a quien miró con perplejidad al muchacho y volvió la vista hacia el lugar.
Al ver en específico a uno de aquellos oficiales rondando se giró a ver al muchacho y asintió
- Vete- Contesto el hombre con una voz noble - yo te aviso cuando ya se vayan, pero por favor necesitamos que estés a las cinco.
- Lo prometo.
- Y ve con cuidado. Cualquier cosa me llamas
- Si señor
-¿Qué pasa? -preguntó Leo, al ver su reacción y la de Atzin.
-Nada, nada. Solo que... -Atzin se interrumpió, bajando la voz - La policía...
El pelinegro se reincorporo y sin decir una palabra, tomó a Alondra de la mano y se acercó a los otros dos con precaución.
-Vamos, no nos quedemos aquí. Sigamos caminando -dijo David, con una voz calmada.
Atzin se sentía aliviado al alejarse de aquellos oficiales,sería tonto quedarse a averiguar si iban tras ellos o no. Sin embargo,podía sentir que más bien aquella reacción de David no fue en pos de protegerlos a él y a Leo, sino más bien de protegerse a sí mismo.
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Los cuatro conocidos caminaron por las calles del centro histórico de la Ciudad de México, siguiendo las indicaciones de David hasta llegar al metro Hidalgo para de ahí comenzar a buscar cuando comenzaron a llegar cerca de las ruinas del Templo Mayor. A se podían ver los restos de lo que fue el principal templo de la antigua ciudad de Tenochtitlan, la capital del Imperio Mexica.
El Templo Mayor era una impresionante pirámide escalonada, que se elevaba sobre el nivel de la calle, rodeada por una pared de piedra con entradas que daban a las calzadas principales de la ciudad. En la cima de la pirámide, había dos altares, uno dedicado al dios de la guerra y el sol, Huitzilopochtli, y otro al dios de la lluvia y la fertilidad, Tláloc. Alrededor de está, había otras construcciones, como el juego de pelota, el templo de Ehécatl, el dios del viento, y el Calmécac, la escuela de los nobles y los sacerdotes.
Las ruinas del Templo Mayor contrastaban con los edificios modernos que lo rodeaban, como la Catedral Metropolitana, el Palacio Nacional y el Antiguo Palacio del Ayuntamiento. Era como si el pasado y el presente se encontraran en un mismo espacio, mostrando la riqueza y la diversidad de la cultura mexicana. El lugar estaba lleno de gente, que admiraba y exploraba las ruinas, que tomaba fotos y leía las explicaciones que ofrecía el museo, que se ubicaba al lado del templo. También había algunos trabajadores, que seguían excavando y restaurando el sitio, tratando de recuperar más vestigios de la civilización mexica.
- ¡Tío David!¡Tío David! ¿¿Podemos entrar??
- Perdón Alo,pero tu mami me pidió que los dejara en dónde buscan.
- Si quieren ustedes pueden ir - Contesto Leo mirando al peliblanco- Atzin y yo podemos seguir por nuestra cuenta
- ¿Seguros?
- La verdad no hay problema por mí - intervino Atzin -Además,no quisiéramos atrasarte en tu trabajo
El peliblanco se sorprendió al ver que David se quedaba pensativo. Suponía que Adriana era el motivo de su indecisión. David volvió la mirada hacia los chicos después de un rato.
- Es decisión suya entonces. Nos vemos
- ¡Bye bye!- se despidió la pequeña con la manita mientras Leo y Atzin respondían a la vez que se iban alejando perdiéndose entre la multitud.
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Leo y Atzin recorrían la avenida Hidalgo, uno de los ejes principales del centro histórico de la Ciudad de México. A su paso, observaban edificios de diversas épocas y estilos, desde el colonial hasta el moderno, que alojaban negocios, hoteles, restaurantes, museos y teatros. La avenida estaba repleta de gente, que se movía de un lado a otro, que hacía compras y ventas, que disfrutaba del paseo. El tráfico era caótico, y se oían los bocinazos, las alarmas, las voces y la música.
Los se veían un poco agobiados por el ruido y la actividad de la ciudad en su hora pico, que era muy diferente de la paz y la serenidad de Xochimilco. Iban fijándose en los escaparates, los letreros, las fachadas, los monumentos, intentando absorber todo lo que podían.
Mientras andaban, una brisa ligera y dulce les rozaba la cara, mitigando el calor del día. El sol se escondía en el horizonte, coloreando el cielo de tonos rojos y naranjas detrás . Las luces de la ciudad se iluminaban, creando un espectáculo de colores y destellos. Leo y Atzin se pararon un momento, y admiraron el ocaso, sintiendo una mezcla de maravilla y melancolía.
Admiraban el atardecer en dirección a los volcanes, una de las vistas más sublimes y bellas que se podían contemplar en el centro de México. Los dos volcanes, que según la leyenda eran una pareja de amantes, se perfilaban en el horizonte con sus cimas blancas, mientras el cielo se incendiaba de tonos rojos, naranjas y rosas.
El Popocatépetl lanzaba suspiros que se mezclaban con las nubes,como si se tratasen de anhelos llenos de amor dedicados a su amada. Iztaccihuatl,por su parte,tenía la silueta de una mujer tendida, con la cabeza, el pecho, el vientre y las rodillas. La luz del sol se derramaba sobre sus laderas, creando un contraste con las sombras del valle tan bello como el amor que aquella pareja quizás alguna vez se tuvo en vida.
Atzin se quedó un momento más contemplando el atardecer, sintiendo una leve emoción en el pecho. Hacía mucho que veía algo tan hermoso.
Se giró para mirarlo, esperando ver una sonrisa en su rostro, pero se sorprendió al encontrarlo con una expresión de inquietud y nerviosismo.
- ¿Qué pasa, Leo? ¿Estás bien? - le preguntó Atzin, preocupado.
- No sé, Atzin... creo que nos están siguiendo - le respondió Leo, bajando la voz.
- ¿Siguiendo? - pregunto Atzin. comenzando a ver a sus alrededores
De repente, el semáforo cambió de rojo a verde, y se escuchó un sonido agudo y repetitivo, que indicaba que podían cruzar la calle. Leo y Atzin salieron de su ensimismamiento, y se apresuraron a seguir el flujo de la gente, que se movía con prisa y sin orden.
- Tenemos que mantenernos con la multitud-dijo Atzin tomando levemente de la mano a Leo intentando mantenerlo cerca de él- Servirá para escondernos de mientras..
- Pero el edificio - interrumpió Leo mientras iban llegando al otro lado- Se está haciendo de noche, es encontrarlo ahora o perder otro día.
- No encontraremos nada si nos matan - Contesto el peliblanco ansioso.
- Aunque sea habré intentando
Atzin observaba al contrario con una mirada inquieta y nerviosa, que expresaba su temor y su duda. Sus ojos se fijaban en los de Leo, buscando alguna señal de entendimiento. Pero detrás de su clara preocupación por el chico, se podía intuir otra emoción más profunda y más fuerte: su instinto por sobrevivir tan primario como el de cualquier animal, buscando ocultarse con tal de no volver a ser prisionero de Genetix.
Pero por otro lado, los ojos oscuros del moreno se mostraban firmes y resueltos, dispuestos a afrontar cualquier riesgo o dificultad. Y en el fondo de su mirada, se podía apreciar una tristeza y culpa, que le oprimían el alma. Una sensación, como si se tratase de un niño desamparado tratando de aferrarse a lo que le quedase con tal de no quedarse solo.
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Desde lo alto de un tejado, una figura observaba con su ojo sano a los chicos que cruzaban la calle entre la multitud. Era un muchacho alto y delgado, de cabello fino y oscuro, que le caía sobre los hombros. Sus manos largas y finas, sujetaban los binoculares y la tercera de ellas que se sostenía en una cola peluda y flexible, revisaba la foto entregada por la comandante.
A su lado, Xaman ,señaló con su nueva hoz a los chicos que acababan de cruzar la calle
- Ahí están, son ellos - gruño la mayor acercándose de forma brava al borde del edificio - Ven, hay que llevarlos a una zona alejada para hacernos cargo
- Espera - suspiro aburrido el muchacho quién con la mano que le quedaba libre, agarró firmemente el hombro a la pelinegra. - Déjalos encontrar su cloaca
- ¿Qué? ¿¿Porque?? Podríamos-
- Porque los ajolotes no son los únicos que nadan,Xaman - respondió el muchacho sonriendo de forma socarrona - así como tampoco son los únicos mounstros creados por dioses.
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Halo ✌️
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